La sala ya venía caldeada gracias al terremoto de grado siete llamado Alec Empire, que la había sacudido sin ningún complejo hacía media hora. Sin embargo, por si alguien no se había despertado aún con la infernal puesta en escena del alemán, las luces se apagaron y de forma frenética empezó a sonar el compás de bateria del primer regalo de la
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