Aug 11, 2009 22:29
La sala ya venía caldeada gracias al terremoto de grado siete llamado Alec Empire, que la había sacudido sin ningún complejo hacía media hora. Sin embargo, por si alguien no se había despertado aún con la infernal puesta en escena del alemán, las luces se apagaron y de forma frenética empezó a sonar el compás de bateria del primer regalo de la noche, con un mensaje más que claro: The beginning of the end. ¿Se puede decir de otra manera? Todo el mundo coreó y botó este tema que a pesar de su corta edad podría haberse convertido en un himno. El sólo final de Reznor, puro clímax y apoteosis musical. Clímax que se encadenó con una vieja gloria. Si lo de The beginning of the end fue el despertar definitivo para la sala, Last supuso una petición de guerra abierta para todos los asistentes. Las batallas en el pit no se hicieron esperar y fueron poco menos que desgarradoras, sólo recordadas así en aquél concierto del 2005 en “Hellmatazz” con canciones como Wish o March of the pigs. Quedaba confirmado que el público no venía sólo a despedirse de Reznor y los suyos.
The Collector y Discipline ponían notas de temas directos y nuevos al comienzo de la noche, siguiendo la estela que se había abierto con The beginning of the end. La primera dejó ver a un Trent Reznor desatado en unos segundos instrumentales finales de locura. La segunda, Discipline, suponía un bocadito de lo que ha sido la última obra de NIN, el breve The Slip, si bien no era el mejor tema para presentarlo (por explosividad y brillantez). Lo que sí que es cierto es que se dejaba ver que, aunque Trent y cia combatían por última vez por estos lares, no querían hacerlo sólo a base de antiguos hits y un set fácil plagado de peticiones que todos hemos tenido presentes. Tras apenas 15 minutos de show sin pausas, llegó la batalla de las batallas. No se hizo esperar March of the pigs.
La reacción fue si cabe más animal que la de Last. El asalto fue tan brutal que no hubo tiempo ni siquiera de saborear los puntos lentos intermedios de la canción. Trent se divirtió de lo lindo con el último de ellos, que hizo alargar con un silencio interminable, probando la paciencia incluso de su banda, para saltar al verso “and everything is alright”, que se enlazó con el “All the pigs are all lined up” que toda la vida ha cerrado esta tormenta que siempre precede a la calma...
Como en casi todas las grandes noches, el descontrol de MOTP tenía que dar paso a uno de los momentos más bellos -siempre, siempre- del show. Something I can never have sonaba en tierras españolas por última vez, más triste que nunca. Después de haber presenciado múltiples versiones -en vivo y en vídeo-, con diferentes formaciones y diferentes arreglos, parecía que ya no podía sorprender. Equivocación. Ésta sonó a más a Still que en anteriores giras, con la guitarra acústica de Robin Fink, y respiraba un aire de desesperación que a pesar de los centenares de conciertos que ha visto, aún a día de hoy no deja indiferente a nadie.
Al piano se esmeraba uno de los nuevos, de hecho, muy nuevos. Un tal Ilan Rubin de 21 primaveras, que habíamos visto hacía menos de 5 minutos aporrear una batería de manera desbocada. Ahora, lo teníamos tocando los acordes de piano principales de SICNH, olvidando la batería en esta versión “stillizada”. En conjunto, todo acabó en uno de los primeros grandes temas ovacionados de la noche.
En relación a lo comentado sobre el nuevo batería, recordemos que en esta última gira Trent vuelve a estrenar equipo. Y recordemos que ahora son cuatro. Uno menos que siempre, teniendo en cuenta que NIN siempre se ha considerado como un hombre y cuatro más. Esto ha hecho que, entre otras cosas, algunos de los temas -principalmente más electrónicos- no hayan podido tocarse en esta gira de despedida: Closer, Sin, Only. También ha provocado un visible y notable cambio en la configuración de los cuatro miembros de la banda en el escenario, con una mayor polivalencia y un curioso pluriemplerismo artístico llevado casi al límite -cabe el ejemplo anterior del joven Ilan-. Podía dar que pensar perfectamente que algunos de los temas más contundentes no sonasen tan bestiales como en anteriores giras. Pues bien, con una guitarra menos, con un hombre menos, Reptile sonó más terrorífica que nunca. Luces verdes en fondo negro, con unos Trent Reznor y Robin Fink en pleno trance sonoro. De echarse a temblar y sucumbir, directamente.
Llegaba tras ésto otra sorpresita fresca, en forma de una de las mejores piezas de Year Zero, la última gran obra de Trent. De nuevo, un tema fresco, Meet your master, fue acogido con los brazos abiertos por todos. Parecía que esta noche valía todo, y no sólo hacer un repaso a los Broken, The downward Spiral y The Fragile, como algunos podíamos sospechar. Reznor se tomaría entonces el primer respiro de la noche para hablarnos (como siempre, con su habitual brevedad). Lo que tenía que decir era que iba a presentarnos un buen tema de su amigo y compañero Saul Williams, Banged and blown through, tema que forma parte del disco que el mismo Reznor le produjo, y que ha llegado a interpretar en directo junto al hip-hopero. Momentos pausados para dar un poco de respiro a una audiencia que necesitaba tomar aire de alguna manera. El mismo Reznor se dirigiría a su pequeño arsenal informático en el centro del escenario y empezaba una serie de improvs electrónicos para dar paso, esta vez sí, a un clásico de vuelta llamado Burn.
Otro tema que a pesar de no ser ni la primera ni la segunda vez que se veía en directo, sonó también diferente a todas las anteriores ocasiones. Esta vez, por fin, el sonido de teclado en los graves -ejecutados por Justin Meldal Johnsen, otro de los fichajes nuevos- substituyó al bajo eléctrico que Jeordie White había tocado en anteriores giras. La canción ganó muchos enteros en cuanto a sonido, pareciéndose mucho más a la versión original del 94. Por si fuera poco, Robin Fink añadía toques de calidad en las estrofas, toques que muchas veces habíamos echado de menos de aquel loco de Aaron North, a veces más preocupado por imponer su guitarra al ritmo que se movía, que de redondear el sonido final en sí.
Como viene estando escrito en la mayoría de páginas de la banda, Burn daría paso a otro de los temas de NIN, clásico y contundente a partes iguales. Guitarras y guitarras y un ritmo poco sano como siempre para Gave up, que sería el fin de la primera mitad del show y daría paso a la calma, la aparente paz y la reflexión.
La Mer supuso no sólo el comienzo de esa parte sosegada y mágica de la mayoría de conciertos de NIN desde giras y giras, fue la única representante de, seguramente el mejor de los discos de Trent Reznor (siempre quedará la duda de si es The Fragile, o The downward spiral, pero los dos son tan grandes que debería de estar prohibido debatirlo. Sencillamente, es uno para cada momento). La Mer en directo tiene una belleza tan grande que hasta duele. El tema codujo al nirvana a muchos de los fans más fieles, y cuando acabó un vítor de “Nine Inch Nails, Nine Inch Nails” empezó a llenar el sector central de la sala, con el que el mismísimo Trent Reznor llegó incluso a bromear, haciendo ver que no entendía lo que decíamos y rompiendo el guión como pocas veces.
Después de ese momento atípico en esta banda, se dio paso al tema que Reznor tocó en directo hace un par de años con motivo del huracán Katrina que azotó Estados Unidos llevándolo a la tragedia. Ahora, en versión eléctrica, Non-Entity sonó igualmente pulida y delicada. Al acabar, Trent dejó el escenario para dejar sólo al piano a Ilan Rubin, que sorprendentemente fue el encargado de tocar una de las piezas del semi-acústico Still, con una aparente fragilidad y delicadeza hipnóticas. Sin haber llegado del todo al absoluto silencio, con la misma línea calmada se enlazaba un tema nada tocado desde el 95 hasta la llegada de este tour de despedida. Robin Fink encaró las notas de teclado de la canción que daba nombre al disco del espiral. Para acabar por todo lo alto la parte calmada del setlist, pudimos presenciar -la mayoría de nosotros, por primera vez- uno de los pasajes más decadentes de toda su discografía. Las dos caras de The Downward Spiral, una primera lenta y una segunda agresiva en decibelios, que a base de guitarra eléctrica daría por finalizado este bloque para empezar un nuevo concierto, cómo no, con Wish. Se corearían por última vez los emblemáticos versos de esta canción -la misma que abrió el primer concierto de NIN que vivió un servidor-. El último “fistfuck”, y cada palabra del inmortal estribillo gritado a pleno pulmón.
Los que habían seguido mínimamente el trascurso de la gira sabrían que a partir de ese momento, y hasta que llegase las obligadas Hurt, The hand that feeds y Head like a hole, cualquier cosa podía ser tocada. Sin embargo, ésta no iba a ser una de esas noches de repertorios legendarios, históricos, casi criminales como se han visto en algunos shows no festivaleros de esta gira, o de la pasada gira americana bautizada como Lights in the sky. Nada de eso, porque se quedaría a medio camino. Es por eso que la mayor sorpresa para esta parte de la noche sería Heresy, agradecida por toda la audición por motivos evidentes. Pero una vez más, me volvería a quedar (y ya era la cuarta vez) sin todos esos temas fetiche de su doble álbum The Fragile: The big come down, The way out is through, Somewhat damaged, y sobretodo, sobretodo, la impresionante The day the World went away. Ninguno de ellos sería tocado hoy, lo cual era frustrante después de haberla esperado en 4 conciertos distintos. Pero sobretodo, resulta sorprendente la duración de algunos de los conciertos de esta gira en comparación a éste de Madrid (de la misma manera que los anteriores en tierras españolas). No sirva como crítica sino más bien como observación de un hecho curioso, una fatal casualidad… o eso esperamos de ello.
Sea como fuera, llegaba el momento de las presentaciones oficiales -así lo decidió el director de orquesta-, en las que Fink se llevó la mayor ovación por parte de todos nosotros. Para muchos de los que estábamos allí, poder tener frente a frente a este monstruo, el más importante en la historia de NIN después de TR, era un hecho cercano a lo irreal (tantos años y tantos videos después).
Tras las presentaciones, Reznor se dirigió de nuevo a sus máquinas de pantallas y botones con leds para brindarnos una intro de lo más electrónica para su Survivalism, el mismo que fue estrenado a nivel mundial en el último concierto de Barcelona en 2007 (un honor, fuera de todo lo dicho en el anterior párrafo). Llegaba así la tanda final de temas obligados de despedida…
La despedida oficial, cómo no, sería con Hurt. Si con Something I can never have ha habido multitud de versiones, todas ellas sorprendentes, con este tema pasa algo parecido. Las luces del escenario se apagaron casi por completo para dejar a dos mil y pico personas cantar de principio a fin uno de los temas más tristes que se han escrito en la historia de la música. La estampa fue tan bella que incluso Reznor calló unos segundos para dejar cantar algunos de los últimos versos de la canción al personal. Inolvidable.
Lo que iba a pasar después es suficientemente conocido por todos. Una vez más, la tristeza de Hurt desaparecería para no dejar rastro con The hand that feeds, aquella canción que apareció en Internet como el regreso de NIN en aquel gran año 2005. Reznor y los suyos saben hacer de este buen tema una auténtica fiesta, elevándolo a lo más alto en directo. El resultado es algo que consigue hacer saltar a toda una sala en cada concierto de la banda. Y con todo eso, sólo sería el primer plato de la verdadera traca final.
En 1989, un tal Michael Trent Reznor, que se auto-bautizaría con el nombre de Nine Inch Nails, sacaba su primer disco, llamado Pretty Hate Machine. El título no podía ser más descriptivo, pues el álbum era una “bonita máquina de odio”, un disco lleno de rabia contra el mundo, contra todo y contra todos, producido principalmente a base de máquinas y guitarras, que se abría con un tema ametrallador llamado Head like a hole. Ese mismo tema, con versos que todos y cada uno de nosotros conocemos, supondría el final de los finales a todo. Y de hecho, sería el mejor de los finales.
Con Head like a hole todo lo hablado en los párrafos anteriores deja de tener importancia, es como si no existiera. Cuando empiezan a sonar las “máquinas y guitarras” sólo importa dejarse llevar por la marea, cantar cada uno de los versos y berrear al unísono el infernal estribillo al ritmo que se pierde de vista todo lo que tienes alrededor llegando a un final de apoteosis total.
Con la simbiosis final ya ejecutada, se despidieron brevemente los señores Justin Meldal, Ilan Rubin y Robin Fink. Y se despidió sin ceremonias, como siempre ha hecho, un genio llamado Trent Reznor, lanzando su guitarra al aire, alzando el brazo en alto y dejando el escenario para siempre. Las máquinas se apagaron, esta vez, para no volver a encenderse. Wave goodbye…
Y sobretodo, y asumiendo la contradicción, God bless Nine Inch Nails.