Fandom: Sherlock BBC
Título: El Curioso Caso del Ladrón Burlón
Personajes: Sherlock Holmes, John Watson
Nota: Escrito para
selene_nekoiaisinfronteras Ubicado entre la primera y segunda temporada de la serie.
La sombra se movió con agilidad, estirando las manos sin mayor prisa para tomar un objeto tras otro e introducirlos en su amplia bolsa. No vigilaba, solo dio un par de vistazos tras su hombro antes de dirigirse al centro del gran salón. Una vez allí fue por una última pieza, y con algo parecido a un rugido de triunfo brotando de su garganta, desapareció.
El día que los acontecimientos empezaron, abrí los ojos faltando tan solo cinco minutos para que sonara el despertador; tuve una de esas pesadillas que me persiguen desde que dejé el ejército, al menos esta vez no fue más que un susto, no he gritado, o eso creo recordar. Cierto que cada vez son más espaciadas, pero tengo ya asumido que me acompañarán hasta el día de mi muerte.
Permanecí en la cama por costumbre, además de que deseaba darle tiempo a mi respiración para que se normalizara. Tras una larga ducha, y ya vestido, bajé al comedor para desayunar antes de salir al hospital.
No me extrañó la ausencia de mi compañero de casa; en las últimas semanas apenas si lo había visto unas cuantas veces. Según alcanzó a decirme, se ocupaba de un caso confidencial del que tenía prohibido hablar. Me costó creer que alguien pudiera impedirle hacer lo que le viniera en gana, pero si algo había logrando aprender de Sherlock Holmes en los pocos meses que llevaba de conocerlo, era que su palabra empeñada valía más para él que las Joyas de la Corona para la Reina.
Como entonces, gracias a mi pronta independencia y a las labores que debí desarrollar en el ejército, estaba más que acostumbrado a valerme por mí mismo, y además la soledad me resulta bastante cómoda, no lo eché en falta. Al contrario, si he de ser sincero, experimenté cierto alivio, ya que puede ser un poco incómodo compartir la mesa con un hombre tan complejo como Sherlock; después de todo, soy de gustos sencillos, y él puede ser muy extravagante cuando tiene un nuevo caso entre manos.
Acababa de dejar los cubiertos sobre el plato cuando el objeto de mis pensamientos irrumpió en el comedor con su energía habitual, lanzando la bufanda y los guantes sin ceremonias sobre una mesilla.
-Buenos días, John-dijo, mirando mi plato vacío-. Veo que has terminado ya; una lástima iba a pedirte que me acompañaras, pero no importa, puedes hacerlo con tu café.
-En realidad, debo llegar al hospital…
Desestimó mi comentario con un gesto de la mano.
-Tu guardia empieza en dos horas, y aún cuando respeto la puntualidad, no es necesario exagerar.
Tenía razón, por supuesto, como siempre, y debió encontrar divertida mi exasperación, porque exhibió una amplia sonrisa.
-¿Vas a contarme al fin de tu caso? ¿De eso se trata?
-¿Cuál de todos?
-El confidencial, ese del que no podías hablar por tratarse de un asunto de interés nacional o algo así.
-Ah, ese-se encogió de hombros con descuido-; sí, lo cerré la semana pasada, resultó mucho más sencillo de lo que esperaba.
-Cuánto lo siento-para entonces sabía bien que nada defraudaba más a Sherlock que ver frustradas sus esperanzas de llevar un caso que se presentaba interesante en un inicio-. Pero supongo que ahora sí puedes hablar al respecto.
-Supones mal, doctor, firmé un contrato; pero si tu curiosidad continúa intacta en unos quince años, siéntete libre de volver a preguntar entonces.
Rodé los ojos, no pude evitar ese gesto infantil; ese hombre siempre encontraba una respuesta ingeniosa para hacerme sentir ridículo. Si existía un Dios en el cielo, en quince años estaría lo bastante lejos de él como para poder preguntarle algo.
Lo vi servirse los restos de comida que dejé en la nevera sin molestarse en calentarla, pese a mi oferta de ayudarle.
-La comida fría no me afecta, John, no puedes imaginar lo que mi cuerpo ha debido consumir en momentos de necesidad.
No quise preguntarle al respecto, porque, o bien conseguiría evasivas, o demasiados detalles que mi pobre estómago no podría soportar a esa hora tan temprana.
-¿Y bien? Si has terminado ya con ese caso misterioso del que no vas a contarme nada, no sé para qué me quieres aquí.
-John, es evidente que continúas saltándote las páginas policiales, o sabrías a qué me refiero. ¿Sabes toda la información que podrías conseguir si lo leyeras tal y como te he dicho más de una vez? Detalles, doctor, detalles; encontrarás algunos muy interesantes en la página trece-atacó sus panqueques con un entusiasmo que desmentía su falta de apetito-. Lee en silencio, podemos hablar cuando termine.
De no ser doctor, me preocuparía lo que el rodar tanto los ojos pudiera afectar a mi vista, pero hice lo que me pidió.
Quince minutos después, cuando acababa de releer por tercera vez no solo la página señalada sino también las dos siguientes, y vi que Sherlock dejaba su tenedor con ademán satisfecho, me atreví a hablar.
-No encuentro nada que me resulte interesante, lo siento.
-No hay nada de qué disculparse, John, era de esperar.
Pocas personas demostraron tener a lo largo de mi vida el don de hacerme sentir un completo idiota con una sola frase; la señora Waters, mi profesora del Instituto, fue la última que lo consiguió… hasta que conocí a Sherlock.
-El intento de suicidio de una modelo, dos robos, el homicidio de un traficante… insisto en que no veo nada especial-no estaba dispuesto a permitir que viera cuánto me afectaba a veces su trato-. Desde luego que no estás de acuerdo.
-Tu primera suposición acertada de la mañana, felicidades. Vuelve a leer acerca del robo en Bourbon Street, por favor.
Me sumergí una vez más a regañadientes en el diario, maldiciendo entre dientes a mi compañero por semejante pérdida de tiempo.
-Unos ladrones irrumpieron en una joyería, redujeron al vigilante nocturno, burlaron las alarmas, y huyeron con un buen botín-resumí de mala gana-, ¿y qué hay de anormal en esto? Roban joyerías todas las semanas, y si no encuentran a los responsables, el seguro se encarga de resarcir a los dueños, nada del otro mundo.
Sherlock me miró con esa mezcla de burla e indulgencia que a veces me provocaba arrojarle el objeto más cercano a la cara; lástima que este fuera el diario y resultara tan necesario como para arruinarlo, pensaba llevármelo al hospital para resolver el crucigrama en mi descanso.
-¿No encuentras interesante la forma en que se burlaron las alarmas? Si lees con calma, verás que según la policía el establecimiento contaba con las medidas de seguridad más avanzadas, sensores de movimiento incluidos.
-¡Y no es para menos! Se llevaron cientos de miles en joyas, algunas invaluables. De cualquier forma, los ladrones siempre se las ingenian para lograr sus objetivos…
-El salón en el que se encontraban las joyas más valiosas es impenetrable-hizo oídos sordos a mis argumentos-, y las cámaras de seguridad no fueron alteradas, es como si nadie hubiera entrado o salido, no hay registros de un solo movimiento fuera de lo normal.
-Tal vez el guardia estaba coludido con los delincuentes, no sería el primer caso.
Otro movimiento de la mano para callarme y me desharía del diario sin remordimientos.
-No, está limpio, basta verlo para saber que no tiene nada que ver en esto; creo que se encuentra más sorprendido que los mismos policías. Le dice a quien desea oírlo que fue una sombra, o un fantasma quien lo golpeó y maniató.
Un ladrón fantasma; debía reconocer que aún para mí resultaba interesante semejante posibilidad.
-¿Y la policía?
-Ah, verás, hasta esta mañana creían lo mismo que tú, que se trataba de un caso vulgar.
-¿Y ya no es así?
Sherlock, en vez de responder, se levantó con un movimiento enérgico y se acercó al ordenador, buscando algo hasta que hizo un gesto para que me acercara.
-Esto no podrás leerlo en la versión impresa hasta mañana, obviamente.
Fruncí el ceño según fui avanzando línea tras línea de la edición digital del diario, sin pestañear, asombrado por lo que se revelaba; una vez más, Sherlock demostraba una intuición impresionante.
-¿Dejaron una de las gemas robadas en un basurero? ¿Por qué?
-Tal vez no les pareciera lo bastante valiosa.
Miré a Sherlock con horror, debía de estar bromeando.
-¿Un diamante de tres quilates no es valioso?
-Depende de qué juzgues por valioso.
-No soy un ladrón, Sherlock, pero me atrevo a suponer que un diamante de tres quilates sí es valioso, en cualquier circunstancia.
Mi compañero se encogió de hombros y dejó su lugar frente al ordenador, empezando a dar vueltas por el salón hasta que mi impaciencia reclamó una explicación.
-Crees, evidentemente, que hay algo más detrás de este robo.
-Tal vez, no estoy seguro.
-¿Entonces qué es lo que piensas?
-Bueno, John, pienso muchas cosas, como siempre, algunas probables, pero no puedo asegurar nada mientras no cuente con más información.
-Supongo que esa información te la proporcionará la policía.
-Desde luego, pero todavía no; pasarán algunos días más antes de que reconozcan su ineptitud y toquen a la puerta-sonrió con burla-. Mientras eso ocurre, creo que voy a encargarme de continuar con mi investigación de los venenos sudafricanos.
Lo contemplé mientras se tendía en el sillón con un enorme tomo de aspecto antiguo; sabía que hacer una sola pregunta del robo sería inútil.
-Ve a cumplir con tu noble labor, John, y procura adelantar todas las consultas que te sean posibles; voy a necesitarte en unos días.
Hubiera resultado muy sencillo decirle que no contara conmigo; sin embargo, tenía mucha curiosidad por saber cómo se desarrollaría un caso que a todas luces parecía tan sencillo, pero que estaba seguro en manos de Sherlock adquiriría una dimensión totalmente distinta.
-No puedo esperar.
Iba a felicitarme por ser quien dijera la última palabra en una conversación, pero como comprobé que Sherlock estaba ya totalmente absorbido por su lectura, dejé la casa dando un portazo y me dirigí al hospital esperando, con muy malas intenciones, que sus investigaciones llegaran al peor puerto posible.
Tal y como Sherlock supuso, no pasó mucho tiempo antes de que Scotland Yard acudiera a la puerta para solicitar ayuda; esperaba que se comunicaran con Sherlock por teléfono, así que me sorprendió sobremanera la presencia del Inspector Lestrade en nuestra casa.
Apenas me quitaba el abrigo, tras llegar del hospital, cuando debí acudir a la puerta para hacerlo pasar.
Sherlock se encontraba tocando el violín en el salón, así que debí alzar un poco la voz para saludar al recién llegado, quien, por cierto, se veía más que desalentado. Las ojeras y la barba de varios días eran un indicativo más que evidente de su estado, y no hacía falta ser Sherlock Holmes para notarlo.
No era para menos considerando las noticias que llegaban a la opinión pública por medio de la prensa. Al parecer, los ladrones de la joyería en Bourbon Street no se encontraban satisfechos con haber salido indemnes de su delito, sino que además habían decidido burlarse de la policía local.
Al diamante hallado en un basurero le siguió un anillo de rubíes obsequiado a una niña saliendo del colegio, y a esta, otra alhaja que fue estratégicamente colocada en una fuente frente al Parlamento. Lo más preocupante era que no había un solo testigo útil que ayudara a atrapar a los delincuentes.
Suponía que Lestrade debía estar al borde de un colapso nervioso, y el hecho de que Sherlock apenas si le prestara atención cuando lo tuvo frente a sí no ayudó en lo absoluto para mejorar su humor.
-¿Qué quieres, Holmes? ¿Ruegos?
-¿Vas a hacerlo?
-¿Qué?
-Rogar.
Decidí que si continuaba allí, como espectador de ese intercambio de insultos y burlas, solo conseguiría contagiarme de su mal humor, así que bajé los brazos, rendido, y me disponía a encaminarme a mi habitación, cuando el llamado de Sherlock me detuvo.
-John, ¿a dónde vas? Te necesito aquí.
-¿Para servir de árbitro? No lo creo.
-Te indiqué hace días que iba a necesitar tu ayuda con este caso.
A Lestrade pareció abrírsele el cielo, por la expresión que puso al oírlo.
-Entonces lo aceptas-suspiró aliviado-, ¿por qué me haces pasar por esto?
Sherlock sacudió la cabeza, y me hizo un gesto para que me sentara a su lado, cosa que hice luego de vacilar un momento, empujando a un lado el violín que había tenido la amabilidad de dejar al menos para escuchar a Lestrade.
-A John y a mí nos encantaría saber qué ha pasado para que decidieras venir al fin; esperaba que lo hicieras luego del incidente en la fuente.
El inspector se pasó el pañuelo por la frente.
-¿Qué te hace pensar que ha pasado algo más?
Sherlock lo ignoró y giró a mirarme con las cejas alzadas.
-¿No crees, John, que si solicitan nuestra ayuda lo menos que podrían hacer es no mentirnos?
Aunque moría de ganas por preguntar en qué momento nos convertimos en una especie de sociedad, tal era la impresión que Sherlock daba, opté por asentir.
-Desde luego, es lo mínimo que cabe esperar.
Lestrade me miró con el mismo disgusto que dirigía solo a Sherlock; eso me hizo sentir ridículamente importante.
-Esta tarde recibí esto-sacó un paquete de su gabardina-, en mi domicilio privado.
Sherlock se apresuró a cogerlo, examinando cada detalle del envoltorio y acercando la nariz para captar cualquier olor; luego lo abrió con mucho cuidado, y sonrió al ver el contenido, el mismo que se apresuró a mostrarme.
Una hermosa gargantilla que no podría valer menos de unos cuantos miles de libras refulgía en el estuche.
-Asumo que no es un obsequio para tu esposa.
-Desde luego que no, ¿quién iba a…?-gruñó un insulto por lo bajo-. Muy gracioso, sabes perfectamente que es una de las piezas robadas. ¿Ves a lo que han llegado? Quieren ridiculizarnos, humillarnos tanto como les sea posible; en cuanto la prensa se entere de esto… ¿cómo supieron donde vivo?
-Por favor, Lestrade, no es un gran misterio, yo lo sé hace mucho, también John -me señaló-, hemos pasado por allí muchas veces.
-Tiene una casa encantadora, inspector, su esposa mantiene el jardín en perfecto estado-procuré hacer un halago, lo único que se me ocurrió después de semejante comentario.
-No quiero saber cómo es que se enteraron, pero si alguna vez se aparecen por allí les soltaré al mastín-y no parecía estar bromeando en lo absoluto-. Volviendo a lo que nos interesa, ¿de qué crees que se trata todo esto?
Sherlock se golpeó ligeramente la barbilla con un dedo, entrecerrando los ojos, y llevándose el envoltorio una vez más a la nariz.
-Creo que no vas por mal camino, evidentemente lo que desean es humillar a la policía; es más, diría que a toda la ciudad, la pregunta es qué esperan conseguir con ello.
-¿No lo sabes?-Lestrade lucía ligeramente decepcionado.
El detective esbozó una sonrisa enigmática, que a mi parecer presagiaba un resultado más que interesante.
-Llévanos a esa joyería y tal vez pueda averiguar algo más.
Lestrade se apresuró a ponerse en pie y no esperó a que nos pusiéramos los abrigos antes de correr a la patrulla.
-Pobre-se me escapó un suspiro, muy a mi pesar.
Sherlock me miró, alzando una ceja con escepticismo.
-Ese pobre se llevará todo el mérito de lo que descubra, doctor, tal vez deberías dirigir tu compasión en otra dirección.
-¿Esperas que sienta lástima por ti?
-Por supuesto que no, ¿por qué lo harías?-y con otra sonrisa misteriosa me hizo una burlona reverencia para que saliera primero.
Entre un inspector histérico y un detective indescifrable, me inclinaba a pensar que nada bueno podría salir de allí.
Estaba enterado por la prensa de que la joyería había reanudado su atención al público apenas dos días después del robo, cosa que no me sorprendió demasiado; después de todo, no dejaba de ser un negocio, y de algún modo debían de recuperarse financieramente del daño causado.
Fuimos recibidos por un más que agradable asistente que nos llevó de inmediato a la oficina del gerente, que era además, según nos informó Lestrade en el camino, accionista de prósperos negocios londinenses. Esta última información hizo que lo relacionara de inmediato con un banquero, pero su apariencia no podría estar más alejada del estereotipo; el señor Sheffield, de espaldas anchas y aspecto informal, podría pasar fácilmente por un boxeador retirado.
El inspector Lestrade se hizo cargo de las presentaciones, asegurándole al nervioso e inquieto empresario que la discreción continuaría siendo la primordial preocupación del departamento de policía.
-¿No debería serlo el atrapar a los ladrones?-Sherlock se había mantenido en silencio hasta ese momento, viendo de un lado a otro y fijando luego la mirada en nuestro anfitrión.
-Por supuesto que lo es-Lestrade saltó del asiento como si lo hubieran pinchado-. Sin embargo, como es lógico en un caso como este, la discreción es muy importante.
Sherlock movió la mano en su dirección, como si espantara así a un mosquito que estuviera zumbando en su oído, y retomó la inspección a la que sometía al gerente.
-Señor Sheffield, ¿por qué está tan preocupado?
La pregunta casi me arranca una carcajada involuntaria, ¿cómo se le ocurría decir tal cosa?
-No lo sé, señor Holmes, déjame pensar, ¿podría deberse tal vez a que mi establecimiento fue desvalijado y la policía no ha hecho absolutamente nada?
Era justo otorgarle algo de mérito a aquel hombre por mantener la penetrante mirada de Sherlock y replicar con tan afilado sarcasmo pese a la situación.
-Desde luego, es natural, pero considerando que la atención al público se ha reanudado y como me hizo notar mi socio, el doctor Watson, hace solo unos días, la compañía aseguradora se encargará de pagar el monto del seguro, asumí que eso podría tranquilizarlo.
La mueca en la cara del hombre se hizo aún más desagradable.
-Me han hablado de usted, Holmes, y le aseguro que no me hace ninguna gracia tenerlo husmeando por aquí; de no ser por la insistencia del inspector Lestrade no lo permitiría-el gerente movía un dedo con ademán casi amenazante-. En cuanto a su pregunta, supongo que podrá imaginar lo que ocurrirá con la póliza del seguro luego de este robo, además de que no se trata solo de dinero, muchas de las joyas perdidas son irreemplazables, únicas.
-Los ladrones no parecen tenerlas en tan alta estima como usted por como las han dejado regadas por todo Londres-Sherlock continuaba con su análisis, ignorando las muecas indignadas del inspector.
-¡Exacto! Esto va más allá del robo, ¿lo ve? ¡Es una ofensa! ¡Una humillación! Estos animales se merecen ser cazados-pareció calmarse un poco luego de su explosión, pasando al total desaliento-. Pero no hay nada que pueda hacer y de cualquier modo su socio tiene razón, no podemos hacer más que renegociar con la aseguradora y esperar que esos canallas sean detenidos, cosa que veo poco posible.
Lestrade se movió incómodo en el asiento, acusando la indirecta.
-No sería la primera vez que un caso permanece sin resolver, pero puede ver el lado positivo, al menos nadie ha resultado muerto-la sonrisa burlona de Sherlock no consiguió más que exasperarnos a todos-, pero no debemos esperar que eso ocurra en esta ocasión, ¿verdad? Necesito ver las instalaciones.
-Khalid se encargará, yo necesito hacer algunas llamadas, sabrán disculparme…
-Por supuesto-el asistente, que no había dejado su puesto junto a la puerta, nos escoltó fuera de la oficina.
El inspector siguió al joven mientras Sherlock y yo nos retrasábamos algunos pasos. Él, totalmente concentrado en su análisis de la sala, dirigiendo la mirada de un lugar a otro, deteniéndose en la esquinas y mascullando por lo bajo en tanto buscaba algún dato en su teléfono.
Estaba ya acostumbrado a su método de acción, y aunque me resultaba muy difícil seguirle el ritmo, por no decir imposible, reconozco que era un espectáculo para admirar.
-Curioso, muy curioso.
El repentino susurro me sacó de mi contemplación.
-¿Qué es curioso?
Sherlock me miró como si hubiera olvidado que estaba allí, y sacudió la cabeza apenas un poco, solo lo suficiente para que yo lo viera.
-Señor Stephens-llamó al asistente que se apuró en acercarse-. Tengo una duda, ¿todas las piezas que se llevaron fueron reportadas, ¿es correcto?
-Desde luego que sí, Holmes, qué pregunta más absurda.
Mi compañero ignoró a Lestrade una vez más y prestó toda su atención al asistente.
-Hicimos llegar a la policía una lista de todas las piezas sustraídas, señor, tal y como lo solicitaron.
Sherlock asintió.
-¿De qué parte de Egipto es usted, señor Stephens?
El hombre pestañeó varias veces, desconcertado por el brusco cambio de tema.
-De la región de El Fayum, señor-se recompuso con rapidez, exhibiendo una sonrisa serena-. Usualmente piensan que soy árabe, ya sabe, por mi apariencia; es la primera vez que alguien me relaciona con Egipto.
-La mayoría de la gente es estúpida, piensan que “árabe” aplica para todo el continente africano-Sherlock hizo un gesto desdeñoso-. Adoptado, supongo.
-Cuando era muy pequeño, señor.
Lestrade lanzó un bufido de indignación.
-Holmes, no estamos aquí para investigar los orígenes de cada empleado, ya nos encargamos de eso, ¿podríamos volver al caso?
-Por supuesto.
Sherlock le dio la espalda, mirando cada una de las vitrinas con ojos entrecerrados.
-¿Había joyas egipcias entre las robadas?
-Algunas, señor, pero todas de oro, no muy importantes, si sabe a lo que me refiero.
-El oro es muy económico en Egipto, se le considera uno de los países más visitados por los amantes de las joyas, y los impuestos son mínimos para sacarlas del país.
Encontré insultante la expresión sorprendida de los tres pares de ojos que se detuvieron en mí.
-Vi un documental el otro día en Discovery Channel; las turquesas hindúes son exquisitas-expresé con sarcasmo.
Tanto el inspector como el asistente asintieron sin dar mayor importancia a mi interrupción, pero Sherlock sonrió de lado, y asintió en señal de aprobación.
-Necesito ver la bóveda y… sí, los baños también.
Si el joven Stephens encontró algo extraño en los pedidos, lo disimuló muy bien, porque nos condujo de inmediato a los lugares señalados, recordándole a Sherlock todo lo que había sido sustraído de la bóveda. Él dio un paseo alrededor, fijándose en la entrada, midiendo la cerradura y preguntando quiénes tenían acceso a su combinación; al oír que solo el señor Sheffield frunció ligeramente el ceño.
De inmediato nos dirigimos a los baños, donde mi compañero fue aún más exhaustivo en su análisis. Se acuclilló en el piso, rebuscó en los lavabos y hasta revisó las cañerías. Al incorporarse se sacudió las manos con expresión pensativa, en tanto se apresuraba a asearse.
-¿Alguien tiene un pañuelo? Gracias, señor Stephens; se lo devolvería, pero…-lanzó la prenda a la basura tras frotarse las manos con brusquedad, sin molestarse en ofrecer disculpas.
-¿Necesita ver algo más? La policía revisó las alarmas y tal vez quiera ver las grabaciones del circuito cerrado.
Sherlock se encogió de hombros.
-No, no es necesario, nos vamos. John, busca un taxi, tengo que hablar un momento con el inspector.
Discutir el que me tratara como a su sirviente hubiera resultado inútil, así que me despedí de Lestrade y el señor Stephens y guardé mi ira hasta que estuviéramos a solas.
Detuve el primer taxi que pasó por la calle y entré en él asegurándole al conductor que mi amigo le daría una más que generosa propina por esperarlo.
Cuando Sherlock salió de la joyería, varios minutos después, lo observé subir al auto con una precaución que en un primer momento me extrañó, pero luego recordé el motivo de mi enfado y me dispuse a enfrentarlo.
-Sherlock, no puedes tratarme en público como a un criado, y tampoco en privado, por cierto-procuré hablar lo más bajo posible para que el taxista no me oyera-. El que acceda a acompañarte en tus locas aventuras no te da derecho… ¡Por todos los Santos! ¿Qué estás haciendo?
Sherlock se había inclinado hacia mí, olisqueando como un sabueso, y consiguiendo que pegara un brinco en el asiento cuando pegó su nariz a mi cuello.
-¡Sherlock! ¡Basta ya! -sentí mis mejillas arder cuando vi la sonrisa del conductor por el espejo retrovisor-. No es lo que piensa, mi amigo no está en sus cabales…
Suspiré aliviado cuando Sherlock volvió a su lugar con semblante pensativo, totalmente ajeno a la situación que acababa de provocar.
-Déjeme en Harrods-ordenó de pronto al conductor.
-¿Qué vas a hacer allí?
-Necesito comprobar algo; tú puedes ir a casa, te veré más tarde.
Deduje de inmediato por su expresión alerta que estaba tras una pista.
-Sabes algo, ¿verdad?
-Sé muchas cosas, John, pero si te refieres al misterio de las joyas, sí, es muy posible que lo resuelva pronto.
Lo miré impresionado por su declaración, preguntándome qué lo habría ayudado a llegar tan pronto a una respuesta para ese acertijo, pero en cuanto iba a preguntar, el taxi se detuvo frente al gran almacén, y él bajó con rapidez.
-Necesito que confirmes si el señor Sheffield es miembro del Directorio en el Museo Británico; encontrarás la información en su página oficial, hablaremos al llegar-como habló a través de la ventanilla y luego dio media vuelta, no pude indagar nada, solo asentir en silencio.
Y así permanecí hasta llegar a Baker Street, cuando caí en la cuenta de que debía ser yo quien le pagara al taxista la propina prometida.
Tal y como Sherlock predijo, William Sheffield figuraba como miembro del Directorio del Museo Británico, y esperé ansioso su llegada, pero era casi medianoche cuando escuché su llave en la cerradura.
-Buenas noches, John, ¿muestras gratis?
No pude evitar una sonrisa al verlo aparecer cargado de pequeñas bolsas de regalo.
-Parece que alguien sufrió un ataque de consumismo.
-¿No lo has oído? Nunca es demasiado pronto para empezar con las compras navideñas.
Dejó los paquetes con desgano sobre la mesa del comedor, tomando dos de ellos y llevándolos consigo al sillón.
-¿Qué son?
-Este es tuyo-tuve que estirarme para tomar el que lanzó en mi dirección.
Desenvolví un paquete y por un momento me quedé sin habla; se trataba de un frasco del perfume que usaba cada día.
-¡Vaya, Sherlock! ¡Gracias! No debiste molestarte; ¿por eso me olisqueabas en el taxi?
-No te emociones, John, solo necesitaba hacer una comparación de aromas, eso es todo.
Debía existir un estudio de por qué ese hombre conseguía que las personas pasaran del júbilo a la indignación con solo dos frases.
-No pretendía insinuar…
-Compré varios, como puedes ver, pero ya que ese es el que estás acostumbrado a usar, sería un desperdicio tirarlo. Las mujeres encargadas de las perfumerías son verdaderos halcones; te permiten rebuscar entre las muestras siempre y cuando puedan asegurarse una buena comisión.
Me reprendí mentalmente por mi reacción; desde luego que no se trataba de un detalle amable, simplemente se deshacía de algo que no le era de utilidad. Y pensar que por un momento creí ver un rasgo de humanidad en él.
-Este el que nos interesa-inconsciente a mi malestar, tomó el otro paquete-. Pasé horas en Harrods buscándolo, es poco común.
Tomé el pequeño envase gris y lo acerqué a mi nariz; un aroma muy sutil me envolvió, resultándome vagamente familiar, pero no podía recordar donde lo había olido antes.
Sherlock, que no tenía problemas para seguir mi línea de pensamientos, se estiró hasta la mesilla para tomar el paquete que Lestrade dejara algo más temprano.
-Ya conoces el método.
Acerqué la nariz al estuche, tal y como había visto a Sherlock hacer por la mañana e inhalé, cerrando los ojos para retener el aroma.
-El mismo perfume-mi sorpresa debió ser más que evidente.
-Perfecto, John, vas mejorando; un día de estos probaremos con algo más difícil.
Ignoré su tono sardónico, concentrado en esta nueva revelación.
-Pero… ¿de qué nos sirve saber cuál es el perfume que usa el ladrón? Lo que necesitamos conocer es su identidad.
Sherlock rodó los ojos y se estiró en el sillón cuan largo era, con los brazos tras la cabeza.
-Eso no es problema, ha resultado ridículamente sencillo resolverlo-exhibió una mueca de fastidio-, pero tal vez podamos encontrar algo más interesante en todo esto, ¿comprobaste lo que te encargué?
Aún confundido, me apresuré a tomar el ordenador para buscar la información.
-Tenías razón, el señor Sheffield es miembro del Directorio del Museo Británico, aunque no tiene derecho a voto, pero sí que puede hablar. Ha conseguido varios donativos para el patronato, y además es, junto a otros de sus miembros, el encargado de negociar con las autoridades de gobiernos extranjeros para conseguir que presten sus muestras a Inglaterra.
-¡Bien! Excelente trabajo, John, un par de cabos más y tendremos esta red completamente armada.
-¿Red?
-Sí, nos enfrentamos a una red muy intrincada, y me atrevo a decir que peligrosa, pero estamos un paso adelante. Ahora solo necesito hablar con algunos contactos en la embajada.
Pasé los siguientes minutos viéndolo realizar llamadas que al parecer no eran nada más que infructuosas; la cara ceñuda delataba su frustración mientras mascullaba para sí.
-¡Ridículo! Me han colgado tres veces, ¿por qué harían algo así?
-¿Porque son casi las dos de la mañana, quizá? Solo estoy adivinando.
Experimenté una satisfacción infantil al ver su gesto enfurruñado; después del mal rato que acababa de hacerme pasar con el asunto del perfume, me parecía una compensación casi divina.
-Tal vez el embajador Norris…
-¿Por qué no pruebas con Mycroft?
Me había ganado muchas miradas reprobadoras desde que conocía a Sherlock, pero ninguna como esta.
-¿Qué has dicho?
-Bueno, decía que Mycroft, tu hermano…
-Sé cuál es el nombre de mi hermano, muchas gracias.
Pasé por alto su tono mordaz, reparando algo tardíamente en cuál era el problema.
-Solo quería decir que aunque sé ustedes tienen algunas… diferencias, tal vez pueda ayudarte; seguro que conoce a mucha gente importante en el embajada.
Tuve que retroceder unos pasos cuando Sherlock se levantó del sillón bruscamente y acercó tanto su rostro al mío que pude ver sin dificultad lo enfadado que se encontraba.
-Nunca, y repito, nunca, acudo a mi hermano en busca de ayuda.
-¿Por qué no? Él lo hace.
-Esa es precisamente una de nuestras muchas diferencias.
Debí callar, pero su actitud me molestó; si al menos se mostrara menos soberbio lo comprendería un poco mejor.
-Diferencias de las que estás muy orgulloso, ¿verdad? No lo entiendo, Sherlock, no puedo comprender qué es lo que te molesta tanto de tu hermano; ustedes son mucho más parecidos de lo que crees.
-¿En serio? ¿Y cómo has llegado a tan extraordinaria conclusión? -me desafió abiertamente, esperando una respuesta que no pude formular-. Eso pensé, no tienes idea de lo que dices.
Con expresión petulante, cogió su portátil, el abrigo, algunos objetos del cajón, y salió de la casa dando un portazo.
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