EL CURIOSO CASO DEL LADRÓN BURLÓN 2/2

Feb 02, 2012 15:41

Fandom: Sherlock BBC
Título: El Curioso Caso del Ladrón Burlón
Personajes: Sherlock Holmes, John Watson
Nota: Escrito para selene_nekoiaisinfronteras 
Ubicado entre la primera y segunda temporada de la serie.


No volví a ver a mi compañero de casa hasta dos días después, seguro de que luego de su iracunda retirada, ya no querría que lo acompañara más en el caso de la joyería.

Intenté convencerme de que era en realidad un motivo para alegrarme; después de todo, siempre decía que esos extraños casos solo provocaban peligros e inútiles pérdidas de tiempo, pero si era sincero conmigo mismo, debía reconocer que echaba en falta tanto las aventuras en sí como a mi compañero.

Me acostumbré rápidamente a ese ritmo de vida fuera de lo común, y resultaba casi gracioso pensar que dos días antes hubiera dado cualquier cosa por la soledad que ahora me inquietaba tanto.

De modo que sentí un inmenso alivio que me cuidé bien de ocultar, cuando esa mañana bajé a desayunar y encontré a Sherlock leyendo el periódico cómodamente instalado en su sillón favorito.

-Buenos días, John.

-Buenos días.

No estaba seguro de qué esperar, pero esa no sería la primera vez que Sherlock y yo teníamos diferencias de opinión y él actuaba luego como si nada hubiera pasado. Cierto que nunca discutimos como esa noche, pero si él prefería ignorarlo, creo que yo podría hacer otro tanto.

-¿Alguna novedad?-señalé el diario.

-Muchas, pero apenas si mencionan una aquí-me lo extendió doblado-. Nuestro ocurrente ladrón sigue regando las calles de Londres con parte de su botín, empieza a ser aburrido.

-¿Lo envió a la oficina de Scotland Yard esta vez?-sonreí incrédulo la leer-. Sé que no debería causarme gracia, pero no puedo evitar que así sea; parece casi la travesura de un niño malcriado.

-No estás muy lejos de la respuesta, John; ve por tu abrigo y acabemos con esto de una vez, tenemos a unos cuantos criminales que atrapar.

-El Inspector Lestrade estará feliz.

Sherlock se encogió de hombros.

-Eso, John, no puede importarme menos.

Suspiré, recogiendo mi abrigo del perchero y poniendo al mismo tiempo la otra mano en el dintel de la puerta para evitar que saliera.

-Continúas enfadado-alcé una mano para que me oyera, cosa que extrañamente hizo-. Lamento haberme involucrado en la relación con tu hermano; Dios sabe que no soy quien para dar consejos cuando de lazos fraternales se trata, no sé en qué  pensaba.

Sherlock me devolvió la mirada sin parpadear, imperturbable, pero en ese momento me di cuenta de algo que por un momento me desconcertó.

Lo conocía lo suficiente para  saber que apreciaba esa disculpa, y tal vez fuera muy poco para decir de una persona con la que llevaba compartiendo el hogar desde hacía meses, pero tratándose de él no pude dejar de sorprenderme.

Yo, John Watson, podía decir sin dudar que tal vez fuera una de las pocas personas en el mundo que conocía aspectos casi secretos relacionados con el carácter de Sherlock Holmes, y esa seguridad provocó que algo se removiera dentro de mí, algo que no pude precisar en ese momento.

-No creo que tuvieras mala intención, y no fue algo que me sorprendiera, no importa; después de todo, te agrada Mycroft porque aún no lo conoces bien.

-Espera, eso no es cierto; no te ofendas, pero tu hermano me provoca escalofríos, a su lado tú casi resultas simpático-me extrañó muchísimo que hubiera llegado a una conclusión tan errada, casi inverosímil.

Sherlock pareció francamente desconcertado, escudriñándome con la mirada como si examinara hasta el último resquicio de lo que develaba mi rostro.

-Vaya, eso sí que es una sorpresa-dijo al fin-. Le apenará saberlo, tú sí que le agradas, me lo ha dicho; piensa que puedes ser una extraordinaria influencia en mi vida.

-¿En serio? ¿Cómo?

-No tengo idea, yo tampoco puedo imaginarlo.

Intercambiamos la que debió ser nuestra primera sonrisa de comprensión sin asomo de burla.

-Bueno, tal vez con el tiempo lo descubramos-Sherlock  sacudió la cabeza, retomando su expresión seria-Ahora, si eres tan amable de quitarte de la puerta, quiero resolver este asunto de una vez por todas.

Esperaba que Sherlock diera la dirección de Scotland Yard, o de la joyería, pero me sorprendió ordenándole al taxista que nos llevara a un almacén en el centro, a pocas cuadras del Museo Británico.

-¿Qué has estado haciendo estos últimos días?-no pude reprimir mi curiosidad por más tiempo.

-Lo que hago mejor, John, investigar. Sostuve una reunión muy interesante, di un paseo por los muelles para conversar con antiguos conocidos, y aún mejor, creo que he hilado lo bastante fino para evitar que nuestras presas huyan de la red.

-Te refieres a los ladrones de la joyería, por supuesto.

-Sí… y no.

Con una enigmática sonrisa, hizo una seña para que una vez fuera del taxi, lo siguiera hasta una amplia puerta oculta entre una serie de callejones.

-Este viejo almacén fue usado en tiempos de guerra para guardar vehículos, pertrechos, esas cosas-Sherlock habló como un guía turístico muy aburrido mientras abría la entrada-. Permaneció como bien del estado hasta que fue comprado hace cinco años por una suma irrisoria.

Una voz bramó desde el interior, provocándome un sobresalto.

-¿Irrisoria? ¿Cómo se atreve? Pagué lo que valía.

-Para ser exactos, pagó la quinta parte de su precio en el mercado; pero considerando sus extraordinarios contactos en el gobierno, no es de extrañar que obtuviera tan jugoso descuento.

El señor Sheffield se encontraba en medio del inmenso lugar, al lado de un confuso Lestrade.

-Holmes, no eres nadie para cuestionar una transacción de negocios perfectamente legal-el inspector reaccionó a tiempo para salir en defensa del empresario-. ¿Por qué nos has citado aquí? ¿Es verdad que descubriste al ladrón?

Sherlock avanzó un par de pasos con las manos en los bolsillos y ademán displicente.

-Los he descubierto a ambos.

-El ladrón de la joyería tenía un cómplice, por supuesto, ya lo sospechaba-Lestrade sonrió satisfecho.

Algo en la expresión de Sherlock me indicó que el inspector no andaba muy bien encaminado.

-No, Lestrade, el ladrón de la joyería actuó solo; es un hombre brillante, al menos más que la media, lo que ya es decir bastante.

Fui yo quien puso en palabras la pregunta que los otros ocupantes de la sala nos moríamos por hacer.

-Pero has dicho “ambos”; eso quiere decir que hay otro ladrón, ¿no podrías ser un poco más claro?

Mi compañero asintió, girando hacia un rincón mal iluminado, y alzó la voz.

-Si fuera tan amable de salir, señor Stephens.

Abrí los ojos al máximo cuando vi aparecer al asistente de Sheffield de su escondite; llevaba una caja muy ornamentada en brazos y parecía perfectamente calmado, a diferencia de su jefe, que había empalidecido tanto que creí se desvanecería sobre Lestrade.

-Lamento la demora, señor Holmes, tuve que encargarme de un par de asuntos.

-¿Las joyas fueron entregadas?

-Sí, señor, tal y como acordamos todas se encuentran en la oficina del inspector Lestrade.

-Todas menos…

-Sí, señor, la traigo aquí conmigo.

Usualmente, me resultaba casi imposible seguir la línea de acción de Sherlock, y este era uno de esos momentos; no entendía nada, pero ese no debía ser el caso del señor Sheffield, que en cuanto recuperó el aplomo se enfrentó a su empleado.

-¡Tú! ¿Cómo pudiste? No solo te di un empleo, te traté como a un hijo, y me lo agradeces robándome.

La expresión serena del joven cambió por una de profundo desdén.

-Robar, dice, como si esa palabra significara algo para usted, que ha desvalijado a civilizaciones milenarias de sus tesoros; yo solo he buscado justicia para mi pueblo.

-¿Cuál pueblo, idiota? No eres más que un ignorante que ni siquiera sabe adónde pertenece.

Creí que el iracundo hombre se lanzaría sobre el frágil muchacho, pero Sherlock y yo actuamos al unísono; él avanzó hasta ponerse frente al empresario, mientras que yo ocupé su lugar junto al chico.

-Quiero respuestas, Holmes, y las quiero ya-Lestrade bufaba como un toro atacado por varios flancos.

Sin apartar la vista del hombre, Sherlock empezó a hablar con tono pausado y claro.

-Es todo muy evidente, inspector, y la punta de la madeja estuvo literalmente bajo tus narices desde un principio. El señor Stephens nació en Egipto, pero fue adoptado siendo muy pequeño por una pareja inglesa; a pesar de eso, jamás olvidó sus orígenes. Cuando viniste a verme trayendo el paquete que envió a tu casa, olí los restos de un aroma sutil que encontré una vez más en la joyería, en el pañuelo que el señor Stephens tuvo la gentileza de prestarme, ¿recuerdan? Unas sencillas investigaciones me confirmaron que se trataba de esencia de papiro, un perfume común en Egipto, pero casi imposible de encontrar en Inglaterra.

Una serie de recuerdos pasaron por mi cabeza a la velocidad de un rayo; Sherlock interrogando al muchacho en la joyería acerca de su origen, refregando las manos innecesariamente en su pañuelo, la excursión a Harrods; todo empezaba a cobrar sentido.

-¿Y cómo lo hizo? ¿Cómo logró burlar la seguridad de la joyería?

El joven contestó a mi pregunta con mucha amabilidad.

-No fue muy complicado, trabajo allí hace muchos años y conozco las claves para desactivar las alarmas. El guardián creyó que no había nadie en el edificio porque me vio salir junto a los demás empleados, pero hay una entrada en el callejón que dirige a los baños si es que conoces el camino, el señor Sheffield nunca supo de ella. Una vez de vuelta en la joyería, apagué el sensor de movimiento y pude hacerme de las joyas; los últimos meses espié a mi jefe para conocer la combinación de la bóveda, y antes de salir volví a activar todas las medidas de seguridad. Soy muy ágil y conozco el lugar como la palma de mi mano, puedo moverme como un fantasma si es necesario, no me tomó mucho tiempo, lo único que lamento fue tener que golpear al vigilante para sacármelo del camino.

-Como dije, todo muy simple-Sherlock asintió con expresión irritada, como si oyera una historia conocida.

-¿Y las cámaras?  No captaron nada-le recordé ya repuesto de la sorpresa.

-Trucos de aficionado-el muchacho sonrió ligeramente-. Solo coloqué imágenes fijas para no quedar registrado, puede hacerse desde cualquier dispositivo móvil, con paciencia y encontrando el ángulo correcto; también me deshice de ellas una vez que terminé, por eso el registro no captó nada fuera de lo común.

Asentí en silencio, comprendiendo que yo jamás sería capaz de semejante osadía, a diferencia de este joven que hablaba de sus actos como si se encontrara muy orgulloso de ellos.

-Entonces, confiesa que robó la joyería del señor William Sheffield el pasado quince de agosto, llevándose joyas valoradas en varios miles de libras y se entrega a la justicia.

Sherlock rodó los ojos ante la perorata de Lestrade.

-Inspector, creo que eso ya lo tenemos todos muy claro, pero gracias por señalar lo evidente; ahora, ¿podríamos centrarnos en lo que verdaderamente importa?

-¿Más importante que robar cientos de miles de libras en joyas y burlarse de la policía?

-¡Obviamente! ¿Qué hay de especial en el robo de joyerías? Lo hacen todo el tiempo.

Lestrade se veía furioso por el modo en que Sherlock se expresó, y no podría culparlo; no era el comentario más apropiado para hacerle precisamente a uno de los jefes de la policía.

-Sherlock, por favor, ¿por qué no explicas toda la historia y nos iluminas? Debe de haber un motivo por el que el señor Stephens ha decidido confesar.

-Pensaba hacerlo desde un principio, pero a su debido tiempo; la inclusión del señor Holmes solo aceleró las cosas-el aludido elevó un poco la caja que sostenía con tanto cuidado, señalando a su empleador-. ¿Por qué no les dice lo que hay aquí? Hábleles del verdadero ladrón.

-Lestrade, si quieres hacer algo útil, saca tu arma y evita que este tipo salga corriendo-mi compañero rodó los ojos cuando el inspector apuntó al más joven-. No a él, idiota, al otro ladrón.

Puedo decir a favor del inspector que estaba casi tan desconcertado como él, era evidente que Sherlock se refería al señor Sheffield, pero no entendía por qué, y todo resultó aún más confuso cuando este hizo amago de escapar, pero Lestrade fue más rápido y lo cogió del brazo sin bajar el arma.

-Muy bien, Holmes, más te vale que expliques ahora mismo por qué estoy apuntándole a uno de los ciudadanos más respetados de Londres.

Sherlock asintió y girándose hacia el señor Stephens abrió la tapa de la caja que sostenía, y  con infinito cuidado nos mostró su contenido.

-Están ante una joya única en su clase, el collar de la Princesa Neferouptah; el original, por supuesto, no esa copia que Sheffield hizo llegar al Museo de El Cairo-exclamó con expresión de triunfo-. Cierra la boca, John, tal y como lo oyes; este respetado hombre es mucho más peligroso y deleznable que cualquier ladrón de joyería, ha pasado años estafando a gobiernos extranjeros y ganado millones en el mercado negro. Señor Stephens, ¿por qué no les cuenta la historia? O tal vez quiera hacerlo el señor Sheffield… ¿no? Eso pensé.

El joven se aclaró la garganta y subió un poco  el mentón antes de empezar a hablar.

-Hace años que sé de las fechorías de este hombre, pero callé por conveniencia; no solo mantuve mi puesto, sino que obtenía una comisión por cada robo. Como miembro del Consejo Directivo del Museo Británico, el señor Sheffield se encarga de firmar contratos con museos de otros países para que nos presten sus piezas. Ha sido muy cuidadoso, solo codiciaba las que sabía no eran muy conocidas, y tiene a su disposición todo un ejército de imitadores para suplantar las piezas en el momento en que deben ser devueltas.

-¡Mentira!

El muchacho ignoró el gesto de su ahora ex empleador.

-Tengo pruebas, conozco los nombres de sus cómplices dentro del museo, y guardo relación de cada pieza robada.

-¿Pero cómo es posible que haya logrado engañar a los expertos de los otros museos? -ese era un importante detalle que no alcanzaba a comprender.

-No lo hacía, casi nunca-me respondió Stephens-; lo usual era que sobornara a los directores de los otros museos para que callaran, también tengo las pruebas de esos pagos.

Lestrade vio a ambos hombres con otros ojos.

-Usted es una vergüenza para Inglaterra-sacudió a Sheffield, que con su silencio aceptaba su culpabilidad.

-Sí, sí, estamos todos desolados-Sherlock sacudió la cabeza y se miró las uñas.

Aún había algo que no terminaba de comprender, y así se lo hice saber al señor Stephens.

-¿Y por qué decidió hablar ahora? Admitió que le iba muy bien como su cómplice.

El joven bajó la mirada a la caja que sostenía.

-El prometió que nunca robaría una pieza de mi país natal, sabe lo importante que es para mí-juraría haber visto el brillo de lágrimas en sus ojos-. Este collar, es de Hawara, El Fayum, yo nací allí, y pretendió convencerme ofreciendo más dinero; no podía permitirlo, no esta vez.

No pude evitar sentir compasión por el muchacho.

-¿Y por qué no robó solo la pieza? ¿Por qué fue dejando joyas por toda la ciudad?

Me respondió con una sonrisa entre triste y burlona.

-Decidí que si iba a desenmascararlo, sería  a lo grande, y con el perdón del inspector, si no fueron capaces de descubrir los engaños de Sheffield por tanto tiempo, creo que se merecían esa humillación.

Lestrade masculló algo entre dientes, y mientras esposaba a Sheffield, miró a Stephens con una clara advertencia.

-En cuanto termine con tu amigo, sacaré otro lindo juego de estas para ti.

-No se preocupe, inspector, no planeo ir a ningún lado-extendió la caja hacia Sherlock al hablar-. Usted lo prometió, cumplirá su palabra, ¿verdad?

Mi compañero asintió, tomando el paquete.

-Siempre lo hago.

Sherlock y yo dejamos el almacén con un satisfecho Lestrade y sus refuerzos encargándose de trasladar a los detenidos, y nos dirigimos de inmediato a la Embajada de Egipto.

Mi compañero se entrevistó por más de una hora con el  encargado del Patrimonio Cultural, e insistió en que yo estuviera presente. Por lo que pude comprender, ya habían hablado acerca del motivo que nos llevaba allí, y mientras el hombre se deshacía en agradecimientos y reverencias, Sherlock miraba su reloj.

Luego de sugerirle que se comunicara con el inspector Lestrade para que este a su vez le indicara cuáles serían los trámites legales para que pudiera llevar la pieza de vuelta a su lugar de origen, dejamos el edificio y cogimos un taxi que nos llevó a Baker Street.

Era ya casi media tarde cuando llegamos a casa y sentía ese agotamiento que experimentaba cada que fungía de compañero de Sherlock en uno de sus casos. Cierto que esta vez no me enfrenté a la muerte, pero mi mente se encontraba exhausta.

-¡Vaya día! No estoy seguro de si tengo más hambre que sueño.

-Yo estoy perfectamente.

-Sí, claro, qué sorpresa.

A Sherlock le costaba comprender a veces que no todos podíamos seguir su ritmo. Mientras que lo único que deseaba era tenderme en mi cama, él parecía dispuesto a enfrentarse al próximo caso que se le presentara.

-Aún no entiendo cómo descubriste lo de Sheffield, ¿te lo dijo el chico Stephens?

-Claro que no, ¿no te dije acaso que fui al muelle?

-Ya, por supuesto, eso lo explica todo.

Sherlock bufó exasperado, deteniendo su búsqueda de algún libro en la biblioteca para verme sin parpadear.

-Sabía que Egipto era una de las palabras claves; después de todo, Stephens es de allí y estaba seguro de que él era el ladrón, además de que ese nacionalismo que mostró en la joyería debía de esconder algo más profundo, ¿notaste como le emocionó que adivinara tan pronto su nacionalidad? En fin, volviendo a Sheffield, él fue marino, fácil de deducir por su contextura y el tatuaje en su muñeca izquierda, así que empecé a hacer algunas averiguaciones en el puerto; ya entonces sospechaba que podría tratarse de tráfico de antigüedades por su relación con las joyas, eso sin contar que no parecía muy interesado en que se descubriera a los responsables del robo, ya que de ser así encontrarían el collar y sería él quien tendría que dar las explicaciones; su exagerada ira fue solo una actuación. Ahora, en el muelle y por unas cuantas libras encontré a un tripulante que estuvo más que dispuesto a contarme que uno de sus compañeros le había revelado, en medio de una borrachera, acerca de las jugosas ganancias que cierto trabajo le proporcionaba.

Tomó aire un momento y continuó mientras se encaminaba al sillón.

-Según él, era muy común que lo contactara cada dos o tres meses un muchacho de aspecto “árabe”-rodó los ojos-, el mismo que lo llevaba al almacén cercano al museo, donde el mismo Sheffield le pedía que llevara algunos paquetes a diferentes destinos por una generosa suma. Desde luego que estos eran los objetos robados que enviaba a sus compradores en el extranjero; el marinero tenía la orden de esconderlos en su camarote para evitar la aduana. Todo esto me fue confirmado por Stephens cuando fui a buscarlo y me dio también los detalles del robo a la joyería. Como decía, muy simple.

No tenía sentido decirle que todo resultaba sencillo para él, claro, pero no para el resto de los mortales. No creo ser más estúpido que cualquier ciudadano de a pie, pero Sherlock está a un nivel muy superior y eso era algo que pese a lo exasperante que podía ser, había aprendido a respetar.

El solo pensar que acababa de desmantelar una red internacional de tráfico de antigüedades me sumía en la más profunda admiración, aunque no pensaba decírselo en esos términos; él se bastaba para alimentar su ego.

-¿En qué piensas?

-¿No lo sabes?-fingí sorpresa ante su pregunta.

Sherlock exhibió una mueca fastidiada.

-Por algún motivo que no comprendo, pareces… feliz.

-¿Feliz? ¿Eso crees? No estoy seguro de que sea exactamente la palabra correcta, pero sirve, sí.

-¿Y por qué?

-¿Por qué?

Me estaba divirtiendo mucho, lo confieso, pero era tan poco común confundir a Sherlock Holmes que desperdiciar semejante oportunidad hubiera resultado un crimen.

-¿Por qué estás feliz o lo que sea?

-Bien, acabamos de resolver un caso muy complicado; diría que ese es un motivo para estar contento.

-¿Acabamos? ¿Plural? Yo he resuelto este caso.

-Sí, pero soy tu socio, eso me concede algún crédito, ¿verdad? Y creo haberte dado una idea o dos…

Mi compañero lucía francamente ultrajado.

-John, sabes que no es verdad; no te atrevas a escribir una mentira así en ese blog tuyo.

-¿O qué? ¿Rescindirás nuestra sociedad?

Era la primera vez desde que conocía a Sherlock que se quedaba sin habla durante todo un minuto, y no porque estuviera pensando en un caso.

-Aún no he contemplado esa posibilidad, pero no presiones… ¿de qué diablos te estás riendo ahora?

-Pensaba en que hasta hace solo unos días sí que habría presionado.

-¿Disculpa?

Sonreí para mí mismo; él no tenía por qué saber que entonces no me hubiera molestado para nada la idea de salir de esa casa y dejarlo con sus casos e inventos que me ponían los pelos de punta.

Los días pasados envueltos en ese misterio que ahora se develaba tan simple visto desde su brillantez, pero más que nada, el extraño acercamiento que tuvimos luego de esa ridícula discusión, me habían servido para apreciar algunas cosas que mi obstinación no me permitía ver.

Para bien o para mal, Sherlock había pasado a formar parte de mi vida y la idea no me molestaba; al contrario, estaba seguro de que si tuviera que dejarlo, no sería por mi propio gusto, pero eso era algo que tampoco le iba a decir.

-John, no sonrías como un lunático, ¿quieres? O ve a hacerlo a tu cuarto, quiero leer en paz el tratado de…

El sonido del móvil lo interrumpió, y según escuchaba  sus respuestas, iba actuando casi mecánicamente, de modo tal que una vez colgó, ya me encontraba con los abrigos colgando del brazo y una mano en la manija de la puerta.

-¿Nos vamos?

Me sonrió de vuelta y asintió con ademán satisfecho.

-Parece que después de todo no eres un caso perdido.

-¿Lo fui alguna vez?

-Sin presionar, John, sin presionar.

personaje: john watson, fandom: sherlock, personaje: sherlock holmes

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