Disclaimer: Glee pertenece a FOX, escrito sin animos de lucro.
Advertencia: Una mala palabra o,o
Sentada en una de las orillas de la cama, Santana intenta distinguir algo a través de la negrura que la rodea. Por alguna razón esa noche parece mucho más oscura que ninguna otra, más oscura y más triste. Por un momento cree que sus ojos han comenzado a acostumbrarse a la oscuridad, pero cae en su error cuando se da cuenta de que, por más que lo intente, lo único que logra ver claramente son las luces halógenas del reloj despertador, el cual desde la mesita de noche le indica que ya viene siendo hora de marcharse. Siente una brisa fría sobre su espalda desnuda y mira hacia la ventana que la noche anterior olvidaron cerrar. "¿Habrán visto algo los vecinos?" - se preguntó, recordando que el chico de al lado es un verdadero acosador de Brittany. Negó con la cabeza y soltó una risa algo afligida, luego se dijo -"ahora mismo ese es un detalle sin importancia, ¿no?". La chica se levantó y de puntillas, haciendo el menor ruido posible, se encaminó hacia la ventana para cerrarla, al hacerlo solo tuvieron que pasar unos segundos para que el calor, que parecía haber escapado, volviera a la habitación poco a poco. Iba a cerrar las cortinas, pero se quedó un momento mirando el paisaje desde aquella ventana. Habían cambiado muy pocas cosas desde la primera vez que se parara en ese mismo lugar y contemplara el paisaje que Brittany veía todos los días al despertar; le gustaba contemplar las fachadas de las casas, pintadas de inviolable blanco marfil, todas iguales, todas con sus detalles cuidados hasta lo más mínimo, tal cual se espera de los suburbios norteamericanos. Todas perfectas, todos sus moradores felices. Una de las cosas que quería llevarse consigo era aquel paisaje, porque era el lugar donde aquella chica vivía, esa chica a la que se le hacía tan fácil hacerla sonreír y acelerar su corazón como ninguna otra persona. Suspiró apenada y cerró por fin las cortinas, sumiéndose en una negrura aún más espesa y pesada que antes.
Caminó de vuelta a su lado de la cama, recogiendo en el camino la ropa que había perdido la noche anterior. Podía decirse que esa era una de las habilidades de las que Santana se sentía orgullosa: siempre recordaba los lugares exactos donde había ido perdiendo prendas. Podría decirse que era una técnica que había practicado y perfeccionado en múltiples ocasiones, y aunque se le hacía más difícil diferenciar su ropa de la de Brittany que de la Puck o cualquier otro chico, nunca fallaba. Sonrió para sus adentros al darse cuenta de las tonterías en las que pensaba, "sí, soy una maldita experta en el asunto" -se dijo a la vez que terminaba de ponerse la ropa interior y comenzaba a arreglar sus calcetines. En eso sintió como algo se movía a su lado. Brittany salía de entre la sabanas y luego de unos minutos se le quedaba mirando, recordándole a Santana lo que había venido a hacer la noche anterior y como había terminado en algo muy distinto a lo que se había imaginado. Aunque tampoco es que aquello la hubiera tomado por sorpresa, después de todo, las cosas siempre habían sido así entre ellas. Las dos chicas estaban lo suficientemente cerca como para percibir la presencia de la otra, pero a la vez, por alguna razón en la cual ninguna quería pensar por el momento, se sentían más lejos que nunca.
La habitación se volvió más fría, a pesar de que la ventana ya no estaba abierta y el calor no parecía escapar por ningún lado.
Esa noche no era muy distinta a todas las anteriores que habían pasado juntas. Como siempre, Santana era la primera en despertar, zafándose con delicadeza del abrazo de Brittany y moviéndose en silencio, siempre intentando no interrumpir el sueño de la otra cheerio. Lo que sentía inmediatamente después eran escalofríos, porque Brittany estaba muy calentita a esas alturas e inmediatamente la invadían las ganas de volver a tumbarse junto a la chica y esperar a que amaneciera juntas. Parecía que ellas siempre habían vivido de sueños irrealizables. Pasado un buen rato era Brittany quien despertaba al darse cuenta de que "Santy Bear" había desaparecido de su lado. Apareciendo bajo las sabanas se estiraba y desperezaba de manera algo exagerada, terminando por botar la mitad de la ropa de cama al suelo. Santana reiría ante esto y medio vestida se sentaría junto a Brittany para abrazarla y hallarse sumergida nuevamente en el calor que esa pálida piel le ofrece, besarla en los labios -"Buenos días, B"- y susurrarle que vuelva a dormir porque aún falta un buen par de horas para el amanecer. Sí, esa noche no parecía ser diferente a las otras, pero había un pequeño detalle que lo cambiaba - "lo arruinaba…" - todo: esa sería la última noche que pasarían juntas, y las dos tenían la certeza de que sería así.
Era una sensación extraña para las dos, como nauseas en sus estómagos y una molestia constante en sus pechos. Más tarde sería Brittany quien admitiría, mucho más fácilmente que Santana, que era dolor lo que invadía sus corazones en ese momento. Dolor a la separación, quién como un ave de caza, se cernía sobre ellas implacable. Las chicas permanecieron en silencio unos minutos, los justos para que Santana terminara de vestirse. El reloj emitió tres pitidos, cada uno separado por cinco segundos, dando a conocer con ello que terminaba una hora y comenzaba una nueva. Brittany suspiró y la latina se quedó inmóvil sin saber que esperar, podía sentir esos ojos azules clavándose en su espalda como estacas de hielo e imaginar a la vez que estarían lo bastante llorosos como para hacerla sentir más incomoda de lo que ya estaba. Por eso Santana seguía dándole la espalda a la rubia, a pesar de que sabía que en esa oscuridad nunca podría distinguir a simple vista las facciones de Brittany, mucho menos sus ojos. Pero nunca había soportado verla llorar.
Pasó un minuto y entonces una mano temblorosa e insegura se deslizó sobre lo que quedaba de las sabanas en la cama, llegando antes de lo que pensaba a la espalda de Santana; luego de un momento de duda, esos dedos comenzaron a recorrer lentamente la piel morena, trazando nuevamente los caminos que recorrieran la noche anterior. Se preocupaban por memorizarlo todo y dejar huella a la vez. La latina siguió tan inmóvil como en un principio, sin poder decidir si lo mejor era detener o no esa caricia, memorizando también cada detalle del suave tacto de Brittany. Luego vendría una segunda mano que provocaría escalofríos de placer en la espalda de Santana, erizando los cabellos de su cuerpo; comenzaría su recorrido en la cintura de la chica, trayendo como consecuencia que los centímetros entre las dos se redujeran a insignificantes milímetros. Con su aliento muy cerca del oído de Santana, Brittany continuó el tortuoso recorrido que había comenzado a través de la anatomía de la latina. Primero fue su cintura y su abdomen, pálidas manos que se internaban bajo el rojo uniforme de animadora, maniobrando hábilmente entre los puntos que sabían, estimulaban a la morena; poco a poco unos dedos comenzarían a ascender hacia el pecho de Santana, donde se dedicarían por largo rato a sentir el acelerado latir del corazón de la chica, todo mientras con la otra mano Brittany rodeaba la cintura de Santana y atraía su cuerpo hasta pegarlo con el de ella. Sus brazos, sus manos junto con cada uno de sus dedos, sus hombros y clavículas, su cuello, cada centímetro del cuerpo de la latina era recorrido por las diestras manos de la holandesa, ávidas de nuevas memorias y sensaciones que sabían en poco tiempo ya no podrían sentir más.
Por un momento Santana pensó que se desvanecería en medio del placer y la angustia que aquellas caricias le generaban. Se sentía como un fantasma que poco a poco iba desmaterializándose en el aire, transformándose en polvo, en partículas y en recuerdos, solo para transformarse en la nada misma llegando al final. Podía percibir el intenso deseo de Brittany por mantenerla a su lado, por grabarla en su mente tal cual lo hiciera ella anoche cuando recorrió el cuerpo de la rubia marcándolo con sus besos. Fue en ese momento en que una de las manos de Brittany llegó al rostro de Santana. El tiempo se detuvo en ese instante, o al menos así lo sintieron las dos chicas. Los dedos de la rubia se humedecieron con un líquido cálido que parecía caer por las mejillas de Santana. Brittany soltó un pequeño ruidito de exclamación, pero inmediatamente calló, emocionada.
Santana estaba llorando.
Poco a poco ese llanto mudo se apoderó también de Brittany. Y el contraste que siempre las caracterizo fue haciéndose presente. Por un lado estaba la rubia, temblando y sollozando, mordiéndose el labio inferior para no sollozar más fuerte y de paso despertar a sus padres, lo cual empeoraría aún más la situación; por el otro lado estaba Santana, quién se odiaba por no poder contener las lagrimas traicioneras que escapaban de sus ojos, con los puños y los dientes apretados lo más fuerte que podía, reprimiendo las ganas que tenía de girarse y abrazar a la chica que se deshacía de pena a su lado. Pero el condenado reloj despertador, impertérrito, volvió a emitir aquellos tres pitidos insensibles que les volvían a recordar que la hora de la partida ya había sido retrasada mucho tiempo.
Santana se puso de pie, pero las manos de Brittany se aferraron a su falda, impidiéndole marchar.
- San… - la llamó la chica, sin obtener respuesta alguna. Por el contrario, la latina dio dos pasos cortos hacia la puerta con cuidado de no botar a Brittany - "su Brittany" -, pero la rubia no la soltó. Los dedos de la animadora se aferraron aún más fuerte a los tablones de la falda, arrugándolos - Santana… S-San… no te vayas…
- No… - fue la única palabra que pudo formular la aludida - N-No, B…
"No me llames de esa manera" - hubiera querido decir Santana, cerrando con fuerza los ojos - "No tiene que ser así…" No es que no le gustara la manera en que Brittany la llamaba, "No lo hagas más difícil…", tampoco es que le molestara el hecho de que la chica intentara detenerla, no era nada por ese estilo. Si no que… todo era culpa de esa dulce voz, era el tono de voz que empleaba la chica, cómo pronunciaba su nombre, nadie nunca lo había dicho de esa manera, acariciando con sus labios cada una de las letras que lo conformaban; con tanto cariño, tanto deseo, y ahora, con tanta desesperación que llegaba a doler. Por un segundo las piernas de Santana flaquearon y dudaron en si dar un paso más en dirección contraria a la que su corazón le indicaba ir, por un segundo la latina tuvo la certeza absoluta de que mandaría al diablo todo y se quedaría al lado de esa chica, pero entonces Brittany volvió a pronunciar su nombre y la hizo volver a la realidad. Lo que más le dolía en ese momento a Santana era el hecho de que no volvería a escuchar nunca más su nombre ser pronunciado por esos labios. Sentirse tan querida por alguien era su tesoro más preciado y perderlo de esta manera le parecía tan desgarrador que… "Por favor, B, déjame marchar" - suplicó.
Cuando la latina por fin logró caminar los pocos metros que la separaban de la salida y cerró la puerta de la habitación tras de sí, pudo sentir literalmente como el destino apuñalaba su corazón hasta hacerlo trizas. "Hijo de perra" - lo insultó, dirigiéndole una amarga mueca de odio.
Minutos antes de que los primeros rayos de sol iluminaran las calles de Lima, Ohio, Santana López salía sin decir una palabra de la casa de Brittany. Sin importarle el frío que pudiera hacer o lo solitaria que son las calles a esa hora. Pasa de largo la desolada parada de autobuses y cruza la calle sin preocuparse por ver si viene o no algún automóvil, estaba segura que no le importaría en lo más mínimo si un auto - "o mejor un camión, para asegurarnos…" - la atropellara en ese mismo instante - "así me libraría de este vacío." En silencio se encamina hacia su hogar para cambiarse y luego dirigirse al aeropuerto. Cuando llega a su casa y su hermano le abre la puerta, preguntándole porque está llorando, la latina se limita a responder que el brillo del sol le molesta en los ojos. Sube rápidamente los escalones y se encierra en su pieza, no quiere llegar tarde y perder su vuelo.
Al mismo tiempo Brittany se aferra al blazer de las cheerios que Santana dejara atrás, hundiendo su rostro en él y preguntándose por cuánto tiempo se mantendría impregnado el aroma de la latina en la tela. Se sentía rodeada por ese aroma, como si Santana no se hubiera marchado, como si nunca la hubiera dejado atrás. Brittany siempre había creído que estarían juntas, felices por toda la eternidad, tal cual lo decían las películas de Disney. Y ella desde pequeña había creído religiosamente en el "Y vivieron felices para siempre". Quinn se lo había comentado hace ya unos años, que ella parecía vivir en una burbuja donde nada malo podía pasar y el mundo solo era color de arcoíris con patitos y cachorros… y era verdad, solo que había un pequeño detalle que nadie parecía conocer: su pequeño mundo privado se mantenía a salvo del exterior todo gracias a Santana, y con su partida era como encontrarse con la realidad de golpe. Y a Brittany nunca le había gustado sentirse perdida. Lo peor es que no conocía la salida de ese laberinto en el que se iba internando y el miedo comenzaba a invadirla a raudales.
El miedo de salir al mundo y encontrar que los colores de este se habían marchado junto con Santana.
Horas más tarde un avión con destino a California salía del aeropuerto.
Ninguna de las dos pensaba que lo que hicieron había sido lo mejor. Santana debía marcharse para asistir a la UCLA y había venido a despedirse. Brittany le abrió la puerta y la invitó a pasar, sin saber que se proponía la latina con esto. Santana nunca había sido una chica de discursos, mucho menos de explicaciones o despedidas. Así que por un rato se entretuvieron hablando de las cosas que habían pasado juntas en todos esos años, desde que se conocieran en el pre-escolar hasta que se graduaron de McKinley. Pero llegaron a un momento en que ninguna de las dos sabía que decir y por fin Brittany soltó la pregunta tan temida por las dos: "¿A qué has venido, S?" - la única respuesta de la latina fue un beso desesperado en los labios de la rubia, profundizándolo con su lengua y con sus manos deseosas por hacerle saber a esa chica lo mucho que la amaba. Sí, Santana nunca había sido una chica de palabras, pero siempre fue una persona de contacto.
Y esa noche, en la habitación que tan bien conocían las dos, con las sabanas impregnadas del aroma que tanto enloquecía a Santana y con los cuerpos de las dos fundiéndose por última vez; entre gemidos, susurros y confesiones al oído, las dos chicas se decían adiós.
En la última noche de sus vidas.
"Quiero darte una despedida, que recuerdes toda la vida
y esta noche he venido tan solo, a que nos demos el último polvo.
Quizá parezca pedir demasiado, pero yo sé que tú también lo has deseado
si mañana se termina todo, será después de nuestro último polvo".
-Caramelos de Cianuro, El Último Polvo-