Disclaimer: Glee pertenece a FOX, escrito sin animos de lucro.
“En un beso sabrás todo lo que he callado.”
- Pablo Neruda, poeta chileno -
El reloj despertador sonó a la misma hora de siempre y Santana abrió los ojos tal cual lo hacía cada día: de a poco, con cuidado de no dejar entrar mucha luz de una vez. No le gustaba el dolor que podía causar la hiriente luminiscencia del amanecer cuando entraba de manera brusca en la retina. Pestañeó un par de veces hasta acostumbrarse a la claridad de la habitación. Al despertador le tomó los mismos segundos de siempre en detener aquel pitido tan estresante que no terminaba de agradar a la latina, pero había sido Brittany quien lo había comprado así que no se quejaba. Suspiró cuando la habitación volvió a sumirse en un plácido silencio y el único sonido que podía distinguirse era el de la respiración acompasada de la chica a su lado. Santana se giró con cuidado para poder observar el rostro durmiente de la rubia. Sonrió cuando sintió el aliento de la chica en su rostro y con delicadeza pasó sus dedos por la mejilla de esta, rozando algunos cabellos rebeldes en el camino.
Se levantó cuando escuchó a su vecino cerrar la puerta de su respectiva casa y partir al trabajo. Aún algo somnolienta se dirigió al armario, de donde sacó un pantalón de buzo y una de sus poleras domingueras, y es que no planeaba asistir hoy a clases. Después de todo era fin de año y ya había aprobado las materias teóricas, solo le quedaban las lecciones prácticas. El mundo seguramente no se acabaría si hoy Santana López decidía no salir de su hogar. Bajó los escalones, dando un pequeño salto para evitar el último tramo, y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno como hacía todas las mañanas. Hoy sería el mismo café con leche para ella y jugo de naranja para Brittany, lo acompañarían con tostadas y puede que con mermelada o mantequilla.
El hervidor emitió un silbido para avisar que el agua ya había hervido, Santana estaba a punto de llenar una taza con el líquido caliente cuando se detuvo unos segundos para escuchar los pasos ligeros de Brittany en el piso superior. Lo más seguro es que estuviera buscando media dormida algo que ponerse. Por el sonido la latina podía adivinar cada uno de los pasos que daba la rubia. Esbozó una pequeña sonrisa cuando se dio cuenta de que la chica no podía encontrar su polera favorita de Buggs Bunny y se había puesto a dar pequeños saltitos de frustración.
- ¡Está en el cesto de la ropa sucia, tendrás que ponerte otra cosa, B! - gritó mientras terminaba de preparar su café.
Ya estaba sentada a la mesa con el desayuno listo, cuando Brittany apareció bajo el marco de la puerta que daba a la cocina y le dirigió una de esas sonrisas tan encantadoras que hacían a Santana sonrojar, levemente y sin que esta se diera cuenta.
- Algún día seré yo la que prepare el desayuno, San - afirmó la rubia, caminando hacia ella para plantar un tierno beso en la frente de la latina.
- Eso si algún día logras despertar con la alarma y no por el vacío a tu lado.
Las dos sonrieron y se besaron, tranquilamente, disfrutando de la sensación que se regalaban la una a la otra. Las manos de Santana comenzaron a internarse por debajo de la polera de la rubia, y Brittany sonrió contra los labios de la latina. Sentándose en su regazo rompió el beso y las dos rieron.
- ¿Acaso no quieres desayunar?
Santana se limitó a sonreír y besar la mejilla de Brittany, antes de darle su primer sorbo al café recién preparado. No pudo evitar quemarse un poco porque el agua seguía estando muy caliente, pero así era como le gustaba el café. Sentía que aquella sensación en extremo cálida la terminaba de despertar, a pesar de que había veces en que se pasaba de lista y terminaba con la lengua quemada por dos o tres días y sin poder saborear cualquier otro tipo de comida. Brittany comenzó a untar con mermelada una de las tostadas que había preparado la latina y Santana se la quedó observando mientras hacía aquella tarea, absorta en sus pensamientos.
No sabía por qué, pero supuso que era porque su corazón había comenzado a latir más rápido o de manera diferente, y es que empezó a sentir algo extraño en su interior. No podía identificar el sentimiento. No había pasado nada inusual ese día. No sabía la razón exacta por la que había decidido quedarse en casa - “Hoy no voy a ir a clases, B” -, ni por qué no podía dejar de mirar a la rubia - “¿Paso algo en la universidad?”. Era la misma chica con la que Santana había pasado todos los días de estos últimos cinco años, con quien desayunaba y con quien dormía, con quien se sentaba en la sala a ver películas y a la que siempre invitaba a cenar cuando el dinero les sobraba, la misma chica de ojos azules que ahora la observaba algo desconcertada - “¿San, sucede algo?”. Cerró los ojos y tomó un segundo sorbo de su café, cuando sintió la tan conocida quemazón en la garganta una idea cruzó por su mente, una idea que la hizo sonreír.
Hoy era el día. El momento.
El teléfono comenzó a sonar y Brittany ya se estaba levantando para ir a atenderlo cuando Santana la agarró por la cintura y la obligó a permanecer en su regazo - “San, el teléfono está sonando, puede ser algo importante” -, pero solo recibió un beso en los labios como respuesta. La latina la besaba sin otra pretensión que disfrutar de la caricia. Era un beso diferente, sin deseo, solo amor, devoción.
- ¿Brittany, te casarías conmigo? - susurró Santana tras romper suavemente el beso entre las dos.
La rubia se quedó en silencio durante largos treinta segundos, una eternidad en la que el corazón de Santana pareció detenerse y la sonrisa se le borró de la cara para ser reemplazada por una clara mueca de preocupación, dolor, vergüenza, tristeza, un mar de emociones mezcladas.
- ¿No quieres…? - el tono inseguro y poco característico en la voz de la latina logró traer de vuelta a Brittany, quien con un pequeño gritito de emoción se lanzó a abrazar a Santana, provocando que casi cayeran de espaldas con todo y silla.
- ¡Claro que quiero! Estaría muy feliz de ser tu esposa, Santana - contestó con una gran sonrisa en su rostro.
Santana se limitó a abrazar a su futura esposa y comenzar a besarla de nuevo, esta vez muy apasionadamente. Cuando Brittany, entre pequeñas risitas y sonrisas, estaba a punto de lograr que la latina se deshiciera de su polera, las chicas recordaron que se encontraban en la cocina y sin detener los besos ni las caricias lograron subir las escaleras hasta su habitación. Cerraron la puerta y se entregaron a la alegría del momento.
Sus ropas quedaron olvidadas en el camino, al igual que el café de Santana sobre la mesa. La latina lo encontraría más que frío cuando bajara esa noche a por un vaso de agua. Lo miraría y sin pensárselo lo calentaría en el microondas.
Después de todo, tomar su café favorito era la mejor forma de celebrar que estaba comprometida y de seguro más sano que el típico cigarrillo después de una tarde agitada.
- A nuestra salud, B - susurró alzando la taza de café en al aire para luego tomársela de inmediato.
Fue la única vez en la vida en que la quemazón del café caliente le pareció la sensación más agradable entre todas las demás.