Delante del notario, sentados, firmando con caras de nada y sonrisas debajo. El notario los miraba y tocaba su reloj. Era la quinta vez. El notario era otro. Reloj de plata, esta vez, y ellos tenían la misma convicción al firmar que la primera vez. Pero, ahora, no lo sabían, pero la idea de quedar como una pareja que se divorcia amistosamente
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