Delante del notario
Delante del notario, sentados, firmando con caras de nada y sonrisas debajo. El notario los miraba y tocaba su reloj. Era la quinta vez. El notario era otro. Reloj de plata, esta vez, y ellos tenían la misma convicción al firmar que la primera vez. Pero, ahora, no lo sabían, pero la idea de quedar como una pareja que se divorcia amistosamente estaba en sus cabezas la idea de quedar dentro de tres meses para cenar estaba por ahí. Y mirarse o rozarse o algo de las dos y que saltará “la chispa” y acabar quemando todos sus recuerdos de despechos de notarios en el mismo baño y pensando de nuevo, otra vez, en todos los días son sábado de desayuno en la cama con café caliente y porras. Todo eso estaba de alguna forma por ahí. Y ella lo vio de pasada como quién mira un cartel en la autopista a ciento veinte y sólo ve una frase que no ha entendido del todo. Y pensó en otras personas. La idea era parecida y ni siquiera lo pensaba, sólo estaba por allí marcando su territorio: ¿qué pasaría si de allí a tres meses encontraba a otra persona?, si llovía demasiado entre cada incendio y los restos que tendría que hacer la chispa para el sexto matrimonio prendían con esa otra persona. Si eso pasaba habría un problema grava: Siempre era “Carlos, te quiero”, “Carlos eres lo mejor que me ha pasado”, “Carlos, Carlos, Carlos”. Y después de tantos años sería complicado cambiar. O más que complicado, costoso. Y ella realmente sólo tenía la sombra de esto en la cabeza. Pero miró el letrerito metálico de la mesa, dónde estaba el nombre del notario, no ponía Carlos. Ella no estaba pensando en sextos matrimonios, porque eran hilos de los que simplemente no estaba tirando. De los que no ncesitaba tirar para firmar el papel que estaba firmando. Pero, a pesar de eso, se volvió hacía Carlos y:
-Perdona, Carlos ¿te parecería bien si a partir de ahora te llamo Alex?
-No… pero preferiría Adrián.
Ella lo pensó un momento, asintió y ambos sonrieron.
Adrián era un nombre que estaba muy de moda.