CHALLENGE MITOLÓGICO 2011 #011 - LA MÁS QUE BELLA Y EL NO TAN BESTIA, by @esciam

Jan 12, 2012 14:31





Autora: esciam
Palabras elegidas: intriga
Personaje: Hefesto, dios mayor de la metalurgia y el fuego, inventor. Aglaya, una de las tres “Gracias”. simbolizaba la inteligencia, el poder creativo y la intuición del intelecto.
Rating: PG14 - HET
Palabras: 4984



II. Intriga

Zeus estaba caminando de un lado al otro con la mano sobre la boca, pensativo. De repente, y en un exabrupto, exclamó a nadie en particular:
-¿¡Pero quién se cree que es!? -luego miró hacia Hera, como esperando una respuesta de parte de ella.
La mujer, cómodamente sentada en su trono al lado del de su marido;  estaba hermosamente vestida, peinada, enjoyada y con una mirada tranquila y altiva en el rostro, muy erguida. Por más que Zeus la veía exaltado, ella no se inmutó lo más mínimo, solo lo miró de vuelta y dijo, con elegancia:
-Ustedes lo hicieron creerse uno de los Doce Grandes al darle el título. Me parece que ahora están pagando ese error.
Zeus iba a replicarle algo, pero prefirió hacer un ademán con la mano y un sonido con la boca, como si la estuviera desestimando y riñendo a la vez. Hera frunció el ceño, pero prefirió mirar hacia otro lado, fría y distante, imperturbable, como solía parecer que era.
El rey de los dioses griegos había desistido hacía mucho de razonar con ella. Ya ni le importaba en que no hacerlo le podía hacer tener serias dificultades en su vida. Su matrimonio no tenía arreglo, y solo esperaba que Hera se diera cuenta de que no podría cambiarlo, como él ya sabía que ella no volvería a ser la mujer de la que se enamoró; para hacer sus vidas mucho más llevaderas juntos. 
-¿Al menos dijo cuando las tendría hechas?
Hermes, que había estado de pie frente a ellos, esperando a que le dijeran qué podía irse, no se vio venir la pregunta. Contestó con cierta precaución: 
-Esa es realmente la cuestión padre. Ya las tiene hechas.
-¿¡Y entonces por qué no te las dio!?
-No lo sé. No me lo explicó. Solo me dijo que él decidía a quien darle o no darle lo que hacía, y que esas armas no iban a salir de su cueva. -Hermes se quedó en silencio, decidiendo si decir lo que pensaba. Una mirada insistente de Zeus, lo convenció de hacerlo-. Desde hace unos ciclos lunares, desde la cena por su ascensión, está, ¿Cómo decirlo? Diferente. Más quisquilloso y de peor humor. 
-Si hubiera sabido que al tener lo que nos demandaba nos iba a joder más, no lo asciendo. -Zeus cerró la boca antes de decir algo más y pensó por unos segundos, mientras Hera y Hermes esperaban-. Necesitamos esas armas. Los Mesopotámicos se están expandiendo... -y luego, el silencio. Pero no era un silencio reflexivo, sino uno en que pedía a los demás que le dijeran cualquier cosa que sirviera para algo.
Solo porque no parecía que ninguno tuviera una idea de qué hacer, Hermes se decidió por decir:
-Puede que sepa quién podría hacerlo soltar las armas.

####

Aglaya estaba nerviosa pero, extrañamente, se sentía exultante por eso. Aunque al principio, cuando Hermes la llevó frente a los reyes del panteón para pedirle tan extraño favor, ella solo quería negarse a la idea; al final lograron convencerla.  
Tal vez no era una diosa bélica, pero sabía que si el mismo Zeus parecía desesperado por tener unas armas para detener la expansión de un panteón extranjero, era que realmente la necesitaban. Eso se quería decir a sí misma y, aunque al inicio se sintió indignada de que la usaran como un tipo de hermoso anzuelo, al final pensó que no solo era eso. Le confiaban en que ella lo convencería, no solo en usar su belleza, sino su inteligencia.
Además, y eso era lo que la hacía sentir ese nerviosismo feliz, podría hablar con Hefesto por algo serio. Hasta le parecía que esa era la mejor manera de conocerlo. Los temas que se trataban en las reuniones a las que solían ir, simplemente, parecían estúpidos si se pensaba hablando de ellos con Hefesto. 
El querer hablar con ese dios y haber encontrado la manera de hacerlo, tal vez no era la mejor razón para decidirse por hacer algo relacionado con lo bélico; pero no veía otra opción. Zeus se lo había pedido, y cuando salió de la entrevista, tenía la sensación de que por más que fue amable con ella al convencerla, jamás tuvo oportunidad de decir que no.
A pesar de que jamás había hablado con Hefesto, y que nunca habían confiado con ella para algo realmente serio en su vida, y de que sus propias hermanas la miraban con tanta preocupación que estaban pálidas y temblaban un poco; a pesar de todo ello, Aglaya jamás se había sentido tan emocionada. 
-¿Estás segura de que quieres ir sola? -le preguntó como por quinta vez Talía.
-Podemos ir contigo, Agly, ayudarte a hablar con él -insistió Eufrósine.
La menor de las tres Cárites sabía que debía sentir algo de remordimiento por Frosy. La siempre alegre Frosy, la mirara con los ojos enrojecidos y sin sonrisa, realmente preocupada. Cualquiera lo hubiera hecho, pero Aglaya, en cambio, sentía que perdía un poco más de su paciencia. Empezaba a indignarse seriamente, porque parecían creer que iba a encontrarse con el enemigo o a hablar con alguien monstruoso, cuando no era así. Acarició el hombro y mejilla de ambas hermanas, tranquila en sus maneras, y procedió a bajarse de la carroza. Ya abajo, cuando vio que Talía había entendido el gesto como que ella quería que fueran, le detuvo con una mano en el antebrazo y le dijo:
-No, voy solo con mi escolta. Estoy bien. -miró hacia él, que seguía de pie con las correas en las manos aunque tenían un buen tiempo de haber aterrizado-. ¿Está de acuerdo? 
Él asintió.
-Sí, entre menos personas, mejor. Hefesto se pone más... cerrado, con más gente.
Apolo, que las había llevado en su nave divina, hecha de oro y blanco mármol reluciente. Se bajó del pescante y fue a la par de ella. Aglaya miró la entrada de la cueva donde se decía que vivía Hefesto. Se componía de oscura roca enmohecida, y al rededor de ella no había más que un ligeramente empinado claro, rodeado de árboles. El día estaba nuboso, pero la temperatura caliente y en algún lado a la derecha, podía oír el rumor de una cascada. Quiso preguntarle a Apolo si estaba seguro de que ese era el lugar, pero sabía que debía serlo.
-No hay ni un nicho de adoración -comentó. ¡Hasta los dioses menores tenían para que los humanos supieran que estaban cerca de sus dominios! 
Ya era demasiado raro que Hefesto decidiera seguir viviendo en el mundo humano en vez del Olimpo, pero el darse cuenta que ni tenía una casa, era totalmente inaudito.
-Como dije -comentó Apolo, mientras amarraba en un árbol a sus dos corceles luminosamente blancos y alados-: con Hefesto, entre menos personas, mejor. -miró a las hermanas de Aglaya y les dijo paternalmente-: Quédense aquí. No se preocupen, ella está en buenas manos.
Las dos hicieron unas pequeñas reverencias, pero no se veían menos preocupadas que antes. Apolo decidió pasar de ellas, sabía que no iba a ser fácil tranquilizarlas pero, además, que esa no era la razón por la que estaba ahí. 
“Ve con ella y apóyala en la visita”, fueron las palabras exactas que le dijo su padre cuando había ido a verle al instante, como pedía un mensaje que le diera Hermes. Él asintió, aún sin saber del todo de qué se trataba la encomienda, y cuando Aglaya se lo explicó, le pareció que todo eso no tenía ni pies ni cabeza. ¿Qué tenía que ver una Cárite con que Hefesto no quisiera entregar sus armas más poderosas para la guerra contra el panteón Mesopotámico? ¿Al menos se conocían? Cuando Hermes le respondió que no, Apolo pensó que eso era alguna tonta broma de su medio hermano, y se lo dijo a su padre. Zeus parecía casi tan convencido como él de que lo era, y aún así, lo mandó a ir con Aglaya a ver a Hefesto, con ese ademán del que  intenta algo porque no tiene nada que perder y sí mucho qué ganar.
-¿¡Por qué en el nombre de Gaia, tengo que ir yo con ella!? -le había preguntado a Hermes, después que había dejado a Aglaya en la isla donde se asentaba con sus hermanas-. Atenea es mucho mejor opción, Ares sí le incumbe más... ¡Hasta mi hermana pudo haber ido!
-¡Oh claro! Enviar a alguno de los tres dioses bélicos es lo mejor para que Hefesto baje la guardia con respecto a unas armas que no quiere entregar, y una Cárite se sienta tranquila en hablar con un desconocido -le dijo en seguida, irónico-. Yo lo exaspero. Zeus y Hera no son opciones, Hades no sale al mundo humano, Poseidón casi no sale a tierra firme... ¿ves a dónde voy? 
A veces, Hermes lograba que se sintiera como un idiota, y esa fue una de esas ocasiones. Era fácil olvidar porqué un simple mensajero era un dios mayor, más uno que le gustaba mucho hacer bromas hasta infantiles. Luego, decía alguna cosa como esa, y era obvio que por algo tenía ese puesto. Apolo era el que mejor se llevaba con Hefesto, simplemente porque no se llevaban del todo. Debió entenderlo desde antes. 
Y al día siguiente, estaba ahí, viendo como una de las más hermosas diosas observaba con aire melancólico el lugar. Acarició sus dos corceles, les dijo que iba a irse por un instante y que estuvieran tranquilos y cuando dejaron de piafar, fue hacia la Cárite.
-¿Lista?
Aglaya pareció querer decir algo, pero no lo hizo. Simplemente asintió y muy erguida, entró a la cueva con decisión.

####

-¡Tártaro, no!
Había logrado, después de semanas, estar todo lo enfocado que debía para seguir con el trabajo de los escudos. Ya estaba vertiendo el metal líquido en el molde con runas mágicas en el que había estado trabajando, cuando lo sintió. Eso le quitó la concentración e hizo que tirara la mitad del menjurje de metal en el suelo y, un poco, en el dedo del pie y pringues en la pierna. Si no fuera un dios vulcánico, no sentiría cosquillas calientes, sino que su piel se hubiera fundido como lo estaba haciendo el suelo.
Sin embargo, eso no era lo más importante. Dejó la gran cuchara en la yunta cerca del fuego y, renqueando un poco más gracias a la herida, se dirigió hacia donde los sintió. 
Dos personas habían entrado en sus territorios. La tierra se lo había dicho, como le dijo donde exactamente estaban. Dado que la magia de la cueva no había saltado defensivamente, sabía que eran de su panteón y venían con buenas intenciones. Iba a encontrarlos, porque la cueva era un gran laberinto que solo él sabía desentrañar. Eso no quería decir que les fuera a dar una gran recepción, porque algo que en verdad lo ponía de mal humor, era que lo interrumpieran en un momento de inspiración luego de una gran sequía. 
Las antorchas de fuego mágico se prendía a los lados de él, mientras caminaba hacia ellos. Podía oír sus pasos, y antes de llegar a la siguiente esquina a la derecha, ya estaba hablando: 
-¡Imagino que hay una buena razón para que venga cuando estoy trabajando sin...! -y dejó de hablar, totalmente extasiado.
Aunque era gracias a la luz que siempre rodeaba a Apolo que la podía ver totalmente iluminada, aún en ese lugar dentro de la tierra, para él solo había ella y esa sensación maravillosa de que estaba fascinado, que estaba viendo algo milagroso, sorprendente y debía hacer o pensar algo al respecto, para poder aprehenderlo en su totalidad.
Ella caminaba hacia él, y Hefesto tuvo ganas de esconderse, sintiendo que su fealdad no debía estar en la presencia de ella, pero no pudo, porque la miraba con admiración.
-Hola -dijo ella.
-Hola -le respondió.
Se quedaron mirando a unos dos metros del otro, y vagamente supo que Apolo, cerca de ella, dijo algo; pero Hefesto no lo entendió. Él no podía dejar de mirarla, como buscando algo en toda ella, pero Aglaya sí, porque a veces dejaba de verlo para mirar a Apolo y hacerle entender que ella le estaba poniendo atención. Sonreía y estaba sonrojada, y Hefesto se sintió feliz como nunca de tener visitas.
-Pero esperamos que nos pueda dar unos minutos de su tiempo -dijo ella, con una voz algo insegura, y se sonrojó más, quitando la mirada de Hefesto.
EL dios vulcánico nunca había visto esa reacción en nadie, y aunque le parecía que Aglaya se estaba sintiendo incómoda, Hefesto solo podía sentir que se veía aún más preciosa; y que esa nueva información lo ayudaba más a desentrañar el misterio de Aglaya.
-Sí, claro. Son bienvenidos. Síganme por favor.
Pensando en todas las observaciones que había hecho sobre la manera en que trataban a las ninfas que le habían criado, y en como se debe tratar a los visitas de honor, empezó a caminar hacia la sala para invitados.

####

Había logrado tranquilizarse más rápido de lo que creyó. Fue natural, solo lo estaba siguiendo a donde fuera que los llevara, y ella no dejó de mirar el lugar. Aunque para cualquiera solo era una cueva espaciosa y con algunas antorchas con fuego blanco que no dejaba el camino a oscuras, para ella era más. Podía ver que las piedras, sinuosamente, estaban grabadas. No sabía lo que estaba sincelado, porque parecía ser que ese dibujo abarcaba todo el pasillo. Y eso fue la que la hizo romper el silencio por primera vez:
-¿De qué es el dibujo de las paredes?
Así, tan fácil, fue que empezaron a conversar. La curiosidad de ella y el genio de él surgieron con fluidez y los hizo envolverse en una atmósfera muy cómoda. Supo que el grabado estaba por toda la cueva, y que eran los hechizos que él había puesto en ella. Luego, y como respuesta a sus preguntas, Hefesto le explicó lo que hacían varios de ellos. Cuando se dieron cuenta, estaban uno a la par del otro, caminando con entusiasmo y sin saber hacia donde, al menos ella; hablando sobre infinidad de temas.
Aglaya no podía dejar de sonreír, de mirarlo y seguir preguntando, embelesada. Nunca en toda su vida había tenido una conversación más deliciosa que esa. Y por la manera en que él estaba, tan divertido, abierto, sonriente; se inclinaba a pensar que Hefesto tampoco. Por parte de ella, al menos, nunca imaginó que podría sonreír de esa manera hasta infantil y tener los ojos tan brillantes y alegres.
-... Entonces, se me ocurrió hacer algo tan simple como un palo en cuyo extremo hay varias púas, y con eso, se puede recoger las hojas y la maleza suelta con facilidad. ¡No tiene idea como algo tan simple ha hecho tan feliz a los humanos!
-¡Oh sí, los he visto en los campos con esos palos! ¿Cómo se llaman?
-Creo que los pusieron rastrillos, por eso de que arrastran.
-Vaya, algo de imaginación también tienen los humanos -dijo, en son de broma.
-Creo que eso de llamar a las cosas según sus funciones es muy útil, la verdad.
-No quedas como un tonto frente a algo nuevo.
Él rió un poco y le siguió la broma.
-Y cuando pides por él, sabrán encontrarlo a la primera.
-También.   
Aglaya iba a abrir la boca para pedir que se explayara en sus ideas sobre sacos, o algo así, de pesca; cuando oyó un carraspeo. Sonrojada, vio hacia atrás donde Apolo, rodeado de su halo de luz que lo hacía siempre estar iluminado más no brillante, los seguía en silencio. Hefesto la miró sin entender porqué callaba, hasta que vio hacia donde ella veía. También carraspeó:
-Ya casi llegamos a una sala para hablar. -Hefesto miró de nuevo a Aglaya-. Espero que esté cómoda, señorita. No suelo tener visitas que necesiten de más atenciones.
Luego, acercó la nariz distraídamente hacia sus propias axilas mientras intentaba peinarse con la mano el cabello. En silencio, caminó un poco más hasta llegar a una sala con sillones grandes y de cuero con relleno de plumas, una mesa grande de madera, muchas antorchas que la iluminaron totalmente y nada más. Parecía ausente a las palabras de Aglaya, que insistía que no tenía porqué pedir disculpas si no sabía que iban a llegar.
Los instó a los dos a sentarse y, con mirada huidiza y un patente desasosiego en sus maneras, pues parecía sentir que debía hacer muchas cosas sin saber por donde iniciar; formuló algunas palabras de disculpa por tener que irse y salió de ahí. 
Hasta ese momento, Aglaya se dio cuenta de que estar vestido de esa manera: con ropas sin lujo, sucias, y sudadas junto al cabello y la barba sin cuidar; eran de mala educación. Estuvo tan interesada en sus palabras, y en las ideas que nunca se le habían ocurrido a ella expresadas por él; que era como si para Aglaya el cuerpo de Hefesto no existiera, o que logró ver y sentir más allá; porque se había dado cuenta que su mirada, sonrisa y voz le parecían preciosas.
-Ver para creer. -la sacó de sus pensamientos Apolo, que le habló mientras tomaba posesión del sillón más grande, elegante y mullido-. Has hechizado al herrero cojo. En serio que tu belleza es como un embrujo, Aglaya. Creo que con solo...
Él siguió hablándole, pero la Cárite no le oyó ni le puso atención. Y ella que había pensando que las ropas de trabajo eran de mala educación...

####

-¡Puedes ser Zeus en persona, pero eso no va a hacerme decirte que sí! -gritó Hefesto, poniéndose de pie y haciendo subir la temperatura de la habitación mucho. Habían calinas en el aire y Aglaya sintió una extraña sensación pegajosa por todo su cuerpo.
Apolo también se puso en pie:
-¡Estamos siendo invadidos, no es momento para jugar al “quién manda a quién”! No te lo estamos pidiendo, te lo exigimos. ¡Recuerda tu lugar y a quienes le debes pleitesía!
Hefesto hizo ademán de acercarse al hermoso dios del sol y las artes con el puño en alto, pero no lo hizo. Aunque Apolo pareció temer de él y dar un paso hacia atrás, no fue por eso que no lo hizo. Fue porque oyó a Aglaya dar un gritito ahogado. Hefesto se sintió tan avergonzado que bajó el rostro y le dijo sin poder mirarla:
-Lo siento.
-¡Más te vale! -respondió Apolo, creyendo que era hacia él- Porque puedo estar muy en tu templo, pero eso no te da derecho de tratarme de ese modo.
“¡Y tú no puedes venir cuando te dé la gana, para mandarme a hacer algo sobre lo que no puedes ni entender de qué se trata!”. Hefesto no lo dijo, pero lo miró, y con eso fue suficiente para que el otro entendiera algo del mensaje.  
Apolo iba a responderle, pero en el silencio pesado del lugar, se oyó la voz aguda y temerosa de Aglaya:
-Por favor, podemos solo... Hablar.
Hefesto volvió a sentarse en el sillón sin decir algo. Apolo también lo hizo. En silencio, se miraron como dos enemigos mirarían al otro antes de una batalla.
El herrero no era idiota. Mientras se bañaba, cambiaba y peinaba rápidamente, fuera de la presencia tan embargante de Aglaya, tuvo tiempo para pensar sobre el favor que le iban a pedir. 
En esos minutos, mientras se cambiaba de ropa y se ponía la mejor y más fina capa que tenía; había sentido un entusiasmo creativo tal, que hasta le había costado cavilar en las posibilidades de favor que le pedirían, por estar pensando en tantas otras cosas para crear y mejorar. Estaba de tan buen humor, como nunca antes, que había decidido hacer el favor, cualquiera que fuera. Con tal de dejar abierta la posibilidad que Aglaya volviera a visitarlo, haría lo que fuera.
Hasta que el favor se trataba de dar esas armas. Simplemente, todo su buen humor se fue y fue reemplazado por una gran rabia e indignación. Había creído que se trataría de algo personal, pero que metieran a Aglaya en cosas tan escabrosas que nada tenían que ver con ella, como un simple cebo, lo indignó hasta lo más profundo.  
Cuando viera de nuevo a Hermes, se iba a acordar de que no se jugaba con Hefesto. Sólo él podía estar detrás de eso. En serio que fue un idiota por haberle preguntado por Aglaya en una de sus visitas de negocios.
-¿Me podrías explicar por qué es qué no son seguras? -la voz dulce de Aglaya nuevamente rompió el silencio. Hefesto la miró, y temió por un tonto momento que estuviera redirigiendo algo de su enojo a ella-. Estoy segura que te importa lo que sucede con el panteón y los mesopotámicos, y que si pudieras darlas, las darías. Solo quiero entender porqué no las das.
Apolo empezó a decir algo, pero Hefesto no le oyó mientras le contestaba a ella:
-Las acabo de terminar y tengo que conocerlas mejor. Sí, son poderosas pero... El que podamos hacer algunas cosas, no quiere decir que debamos usarlas. Y esas armas realmente te hace estar muy consciente de eso. 
Aglaya no entendió totalmente, pero sospechaba que lo que fuera, era una perfecta explicación para no usarlas.
-¿Y cuándo las terminarás de conocer mejor?
-Realmente, ahora mismo me diste varias ideas para hacerlo.
-¿Eh? -Aglaya se rió- ¿Y eso cuando fue?
Hefesto, serio aún, le contestó:
-No lo sé, pero mi mente funciona mucho mejor cuando estás cerca.
Apolo intentó hablar de nuevo, pero solo consiguió que Hefesto lo echara con más educación y que Aglaya se mantuviera en silencio, en silencio y con una gran sonrisa en el rostro.

####

Hermes podía odiar su trabajo. La mayoría de las veces, el simple placer de estar siempre viajando balanceaba los inconvenientes. Sin embargo, en esa noche silenciosa y fría, maldecía su suerte.
Él no era como Atenea, Ares, Artemisa o cualquiera de los que estaban en sus séquitos. Hermes no se sentía en su elemento en esos lugares, con cuerpos por doquier, sangre, olor a quemado, sudor, orina, excremento. El rumor de llanto, estertores, y las personas moviendo cuerpos para apilarlos, porque no había tiempo de quemarlos o darle sepultura a todos; no lo hacía, para nada, el lugar o situación que lo hacía sentirse en casa.
Pero ser el mensajero divino muchas veces lo ponían en situaciones y lugares para nada refinadas. Por eso estaba él para hacerlas en vez de los dioses por sí mismos. Mucho de la razón para que seres que podían aparecer y desaparecer a voluntad decidieran usar a un tercero, era porque simplemente no querían ir a los lugares o a las personas que eran el destino del mensaje.
Hermes sonrió con humor negro. En ese caso, no era el destino el lugar que nadie quería ver, sino donde se daba el mensaje. 
Volando a unos centímetros de un joven muerto, lo más seguro desangrado por la pérdida de un brazo; fue hacia la tienda de los generales.
-¿Ganamos o perdimos? ¿Cuántos muertos y cuáles de ellos importantes? ¿Ideas de lo que va a ser el enemigo? -preguntó en carrerilla justo cuando entró.
Era el tercer y último gran campamento que visitaba por esa noche. Había dejado el peor al final. Sabía que ese, con mucho, había sido el más golpeado en la campaña del día. 
Ares lo miró mientras se quitaba la armadura y dio un gruñido de enfado que Hermes no lo tomó como algo personal. 
-Voy a esperar aquí a que te cambies. Aunque también puedes hablar mientras lo haces, ¿sabes?
Otro gruñido y más silencio dentro de la tienda. 
Hermes se hizo una apuesta contra sí mismo, teorizando que habían perdido y por eso, Ares tenía ese humor. Iba a decidir qué tendría que hacer en el caso de que no fuera así, cuando decidió cambiar la apuesta: Ares había terminado de sacarse la armadura y no tenía heridas de consideración, pero estaba lleno de sangre de los contrincantes. 
-Entonces... -le insistió.
Ares prácticamente le gritó lo que dijo, pero en un tono totalmente neutral:
-Ellos se retiraron. Perdimos entre setenta y novena personas. Ocho de ellas divinas. Unas trescientas heridas, dados de baja porque no pueden pelear. El enemigo sigue ahí. Mañana van a atacar de nuevo, con ventaja no de número, si no de calidad de contendientes. Ahora, ¿puedes irte de una maldita vez?
-Solo quería eso, ¿ves que era tan fácil?
Ares dio un gran gruñido de guerra y tiró hacia Hermes su casco. Este  terminó afuera, cayendo en el suelo, porque su objetivo había volado, gracias a sus sandalias aladas, yendo con increíble velocidad por el aire, hacia su siguiente destino.
La siguiente persona que visitó no se extrañó de verlo aparecer en su lugar de trabajo. Sacó unas lanzas del fogón y, en vez de moldearlas con el mazo, las tomó en sus manos y lo hizo por sí solo. Hermes sabía que se daba cuenta de su visita porque lo había mirado, aunque en ese momento hacía como que no estaba ahí.
 -Ya van más de mil muertos -no era verdad, pero como calculaba que muchos de los heridos no sobrevivirían ni esa noche, podía serlo fácilmente-. Y muchos de ellos de nuestros séquitos.
Hefesto dio un gruñido y lo miró con enojo. El filo de la lanza que tenía en la mano se maleó como si fuera masa, cuando él cerrar el puño. 
Desde que se había desatado la guerra en la frontera norte contra los Mesopotámicos, Hermes siempre llegaba con noticias, como si él fuera el responsable de eso. Como si él fuera el dios bélico o el general detrás de los ejércitos, cuando realmente no lo era. 
-Esto ya deja de ser divertido -dijo sin más, mirándolo a la cara.
-Si alguna vez te pareció divertido, es que eres más retorcido de lo que creí. -respondió, medio en serio, medio en broma.
Hefesto dejó tirada la lanza en la yunta y dio unos pasos para encararlo.
-¡Si tanto les importara, podían pedir más escudos y armaduras o hasta medicinas, en vez de presionarme por esas malditas armas! 
Hermes seguía calmado y le respondió, como si estuvieran teniendo una conversación de retórica.
-¿Podrías hacerme el favor de no gritarle al simple mensajero?
Hefesto más bien intensificó su voz:
-¡Ve y dile a Zeus y su esposa que las armas no salen de aquí, y que por más presiones que me manden, no lo harán!    
El dios mensajero no tenía especial interés en hacer que Hefesto hiciera esto o aquello, pero a los reyes y a los bélicos sí, por lo que pensó en alguna manera de hacerlo ceder. Robarlas estaba fuera de discusión. Ya lo había intentado, y las protecciones de esa montaña no lo dejaban. Más bien, estaba sorprendido de que Hefesto lo dejara aún pasar por su sala principal de trabajo. También había intentado hacerlo entregarle las armas contándole sobre algunas de las muertes y enemigos que tenían, el peligro en que estaban... Hefesto parecía imperturbable a todo ello, y más bien se indignaba más, como si pensara que si estaban en guerra y gente moría, era culpa de todos menos de él. Además, algo le decía que si comentaba que él también estaba en peligro, como parte del panteón que era, Hefesto lo echaría de ahí por simple ego. Se había dado cuenta de que el herrero se sentía seguro en esa montaña como si ni el propio Zeus podría hacerle algo si estaba ahí.
… E ir de nuevo por Aglaya, aunque era obvio que no se había equivocado al darse cuenta de que solo ella tenía poder sobre Hefesto; estaba también fuera de discusión. Casi perdió el permiso de entrada a esa cueva por lo enojado que estuvo el herrero de que la “usaran como cebo”. Aún así, se imaginó que algo podrían hacer con eso. Era el único punto débil que podía verle a Hefesto, por lo que obviamente, era el único “lugar” por el cual se le podía “atacar”.
El vulcánico lo miraba con el ceño muy fruncido, a la defensiva. A Hermes tampoco la hubiera gustado verse con la expresión que debería estar teniendo en ese momento, cuando se estaba teniendo una idea.
-¿Las armaduras y escudos que decías, me los puedo llevar ya? -se decidió por decir. No sentía que tuviera más negocios ahí, y sí muchos en otro lado.
Hefesto sabía que no las había ofrecido realmente, y que ni siquiera negociaron el precio, pero se los dio al instante, esperando que Hermes entendiera que el precio era que lo dejara en paz.
El mensajero dejó las armaduras y escudos, equitativamente, en los tres campamentos de los dioses bélico y, luego, fue a una reunión de Dionisios en el Olimpo. Era por el cumpleaños de alguno de sus hijos, creía. El dios del vino realmente no necesitaba mucho para hacer una fiesta.
Hermes sonrió al verla cerca de los músicos. Sabía que Aglaya era la única que podría entrar a ver o saber de las armas, y también que dioses como Mnemosine, la de la memoria, sí eran más anuentes a hacerle caso a Zeus. Ni Aglaya ni Hefesto podían saber que enviarían de nuevo el mismo cebo, porque Hermes la convencería de ir al herrero sin que ella se diera cuenta de que lo hacía, y sin imaginar las verdaderas razones de ello. No por nada, decían de él que tenía, y con mucho, el arte de hablar.
Sonrió mucho mientras la sacaba a bailar con galantería, y no solo porque era la más hermosa de las diosas ahí, sino porque estaba emocionado. Realmente, poco le importaba la pugna de poder alrededor de esas armas, pero de que era divertido jugar en medio de ella, lo era y mucho.

FINALIZA EN LA TERCERA PARTE

personaje: talía, personaje: apolo/febo, personaje: ares/marte, personaje: zeus/júpiter, panteón: grecorromano, personaje: hefesto/vulcano, especiales, personaje: hera/juno, regalos, personaje: hermes/mercurio, personaje: aglaya, personaje: eufrósine, challenge

Previous post Next post
Up