Naike, Naike~~.

Jun 28, 2008 19:50



Anda a pasos cortos, trémulos, como si tuviera miedo de que el asfalto que pisa pudiera deshacerse bajo sus pies. Tiene las manos tomadas suavemente frente a sí, en una posición inofensiva. Hombros pequeños y encogidos, mirada clavada en el suelo. Está asustada. No es una novedad.

Y sin embargo, esa actitud le causa cierta incomodidad a Mike.

−Oye, peque…

Naike levanta la mirada del suelo unos instantes y mira a su compañero, que anda a su lado.

−No tienes porque hacerlo si no quieres −dice él por enésima vez, sonriente−. Ya sabes, nosotros siempre te protegeremos encantados.

Las trémulas comisuras de los labios de Naike se contraen en una sonrisa forzada.

−Es que quiero hacerlo, Mike −vuelve a abajar la mirada.

El chico suspira.

−¿Por qué? −inquiere sin malicia.

Ella se encoge de hombros.

−N-No lo sé…

−¿Quizás para que Ethan se sienta orgulloso de ti?

Naike le observa de reojo, dudosa, y se encoge aún más. El sonido de sus pasos se amortigua.

−Hm −asiente con timidez−. Supongo que es eso.

Mike ensancha su sonrisa y, en un gesto lleno de confianza, pasa uno de sus grandotes y fuertes brazos por los hombros de Naike. Pretende infundirle seguridad, pero sabe de sobras que no lo conseguirá. Naike es tan receptiva a los gestos cariñosos como un pedazo de nieve.

−Está bien, peque. Ganaste. Te ayudaré.

Y en una fracción de segundo −tan instantánea que no está seguro de que haya sido real−, ve como los ojos de la pequeña se iluminan con algo de felicidad.

+ + +

Por las mañanas Apocalys parece un poco −sólo un poco− más apacible que de noche. Las primeras luces del alba se escurren cada una de las ventanas rotas de cada uno de los edificios abandonados de la ciudad. Los graffitis de las paredes pierden algo de agresividad al ser despojados de la oscuridad nocturna. Y, cómo mínimo, las bandas callejeras abandonan los parques y calles, dejando tras sí sólo un leve hedor a alcohol, tabaco y agua de cloaca.

Se puede decir que la ciudad en general se vuelve un lugar más habitable. Por desgracia, al caer la noche las malas gentes vuelven como una plaga. Y así siempre, en un círculo vicioso.

Mike puede recordar todas y cada una de las peleas aferradas que ha sufrido sobre esos suelos de cemento. Él nunca ha iniciado ninguna −oh, claro, exceptuando aquella en que esos gamberros empezaron a incomodar a Naike con flirteos descarados y él andaba cerca−, y sin embargo, sí que ha sido partícipe de muchas. La mayoría son contra niños quinceañeros que no sabían que hacían. Porque claro, ¿qué plato más apetecible que un tipo grandote de dos metros como él para retar y poder demostrar así frente a los amigos cuan fuerte eres? Carece de lógica, pero nada de lo que sucede alrededor de Mike es ilógico. Para empezar, él mismo.

Sí, se ha enfrentado a mucha gente. Él era el rival risueño que se lo tomaba todo a broma, que respondía a las provocaciones con un “vale, vale”. Él no disfrutaba de pisotear a sus oponentes, pero sí de terminar soltando esa frasecita de “tómatelo con calma, colega”.

¿Orgullo? Para nada. Sólo optimismo puro y duro.

Y sin embargo, a pesar de que ha sido retado por niños, chicas, jóvenes, adultos… jamás pensó que la mismísima Naike le propondría un combate.

Naike. Naike. La niña que tiene miedo de su propia sombra, la “hija” de su primo, la princesita de los zapatos de cristal rotos. No le pega esa actitud. No le pega para nada.

¿Por qué, entonces?

Ella dice que “para hacerse más fuerte”. Mike no es muy listo, pero sospecha que no es sólo eso. Cree que la pequeña se está poniendo a prueba a sí misma.

O eso, o padece de masoquismo agudo.

+ + +

Amanece en el Ático. Sin embargo, Ethan no “amanece” aún. Lo demuestran las pronunciadas ojeras que luce al plantarse en la sala común, el cabello despeinado y la mirada cansada con que barre el suelo. Bosteza. Sentada en el alfeizar de la ventana, Sam da una calada a su primer cigarro matutino y le observa con aburrimiento.

−Bienvenido a la tierra, Bella Durmiente −se mofa sin ánimos.

Ethan gruñe. Con gestos perezosos acerca una silla a la mesa y se sienta en ella, apoyando los codos sobre la madera y la frente en las manos.

−¿Dónde está Mike?

−¿Mike? ¿No ha dormido contigo y Naike? −se extraña Sam con el ceño fruncido.

Ethan le lanza una mirada suspicaz.

−No. Al levantarme ninguno de los dos estaba ya en el dormitorio. De Naike me lo esperaba −suele madrugar−, pero ¿Mike? Mike es la cosa más perezosa que existe.

Sam corrobora eso con una nueva calada en silencio.

−Quizás han salido a dar una vuelta.

−Naike tiene miedo de salir a la calle.

−… o la han secuestrado −repone con sorna Sam−. ¡Yo que sé, tío! Suda de mí un rato.

Y eso hace. Ethan se levanta de la silla de nuevo, sin siquiera irse a buscar el desayuno y carga un abrigo al hombro. Su voz es seca al plantarse frente a la puerta:

−Salgo a buscarles. No sé cuando volveré.

−Osea, te estás escaqueando de currar.

Demasiado tarde. El sonido de la última frase de Sam se entrelaza con el de un fuerte portazo. Luego el silencio y el tic-tac de algún reloj sin hora.

La chica se encoge de hombros, indiferente, y vuelve a perder la mirada en el exterior. Nunca le ha importado mucho que haga Ethan y su hija adoptiva. Ya se apañarán.

+ + +

Una vez más.

Un grito ahogado. Un cuerpo que cae al suelo y esta vez, además, un crujido que se le antoja a Mike como doloroso. Como el de un hueso roto.

Naike grita. Mike desespera.

−¡Peque, ya te lo dije: era una mala idea! Joder… ¿te has hecho mucho daño?

A partir del mismo instante en que sus pies tocan el suelo de asfalto tras el salto, Mike echa a correr hacia la otra punta del solar, dónde Naike, convertida en un bulto acurrucado, está tumbada. Quizás inconsciente. Quizás algo peor.

… y lo más frustrante es que Mike sabía que acabarían así. Lo sabía, pero aún y así aceptó combatir contra ella. Contra Naike. Joder… ¿en qué estaría pensando? La pequeña es tan frágil como una muñeca de porcelana china; puede romperse al mínimo golpe. Y definitivamente, lo que están haciendo en esa especie de duelo es mucho más que un “mínimo golpe”.

Corre en su dirección, pero cuando apenas les separan unos dos metros, un sonido le hace detener. Su voz. Entre desesperada, adolorida y suplicante.

−¡No vengas…!

Mike se detiene, con los ojos fijos aún en el bulto acurrucado. Incrédulo, contempla como un leve temblor la sacude y oye lo que, sin lugar a dudas, es un llanto ahogado.

Naike…

Cuando el humo de la explosión que ha sucedido hace unos segundos se desvanece, Mike puede ver hasta que punto ha afectado ese último ataque.

Naike sangra. Los antebrazos con que se apoya en el suelo, tratando de volverse a levantar, están llenos de arañazos, magulladuras y cortes. Sangran. Pequeños hilos rojos se deslizan por su piel. No acaba ahí: cuando vislumbra su rostro, medio escondido entre mechones de cabello corto y enmarañado, siente un pequeño pinchazo de pánico en el pecho.

Tiene el labio partido. Un riachuelo carmesí asoma de la comisura izquierda de su boca. Las mejillas sucias del polvo del suelo, rojas, al igual que los ojos, por tanto llorar. Cuando se ha medio incorporado e hinca una rodilla en el suelo, cierra los párpados con fuerza con una expresión de dolor incontenible en la cara.

Presenta un aspecto lamentable.

Oh, no… ¿Qué ha hecho?

−Naike…

−No… vengas…

Y no lo hace. Apenas reacciona. La chica, en un último esfuerzo, se apoya con las palmas de las manos en el suelo y toma impulso para volverse levantar. Al ponerse en pie se tambalea un poco, como un títere, y respira agitadamente, con la cabeza agachada. Tose. Solloza.

¿Por qué lo hace? ¿Por qué?

−Peque, ¿de qué va esto? −Mike se pasa una mano por el cabello rubio, incrédulo−. No puedo… entenderlo…

…¿Cuándo te hiciste tan fuerte, Naike?

Ella sonríe con esfuerzo. El labio se parte un poco más. Al hablar su voz es dulce, suave, apacible.

−Quiero ver de qué soy capaz.

Mike alza las cejas curvadas invertidamente en una expresión aprensiva.

−Naike… yo −se muerde el labio inferior− yo no soy muy listo… pero sí lo suficiente para saber que hay un límite. No somos iguales. Dios, no sé, podías haberle pedido a Ethan o a Darío que te ayudasen a entrenar; seguro que hubieran sido más gentiles que yo. A mí no suelen herirme fácilmente.

Eso último lo dice con en un murmullo, entre avergonzado y tímidamente orgulloso. No hay rastro de prepotencia, sólo de evidenciar la realidad.

Suspira de nuevo.

─Además, no puedes… −trata de encontrar las palabras− no puedes llevarte a este extremo. No conseguirás nada. Por favor, ¡mírate! Estás sangrando.

Y eso hace. Naike eleva un poco la mano derecha a la altura de sus ojos. Confundida, observa que los dedos blancos parecen temblar de un modo constante y la piel está cortada por todos sitios, como si se hubiera batido en duelo contra un huracán de cuchillos.

Sonríe.

−Mike… no bajes la guardia, por favor.

Y dicho eso, la niña echa a correr de nuevo hacia él, cruzando esos escasos dos metros que les separan y empuñando la navaja que él le ha prestado para el entrenamiento.

Entrenamiento…

Mike frunce el ceño, compungido, y termina por activar mentalmente los mecanismos de su brazo que prepararán combustiones químicas para que pueda crear explosiones en el campo de combate que le hagan ganar tiempo. No puede hacer nada más. Sabe que no puede hacer nada más.

Por suerte o desgracia, Naike ha heredado la cabezonería de su padre.

+ + +

Ethan cruza calles y tejados, contravientos y sombras sin rostro a quienes no presta atención. No piensa, no siente, apenas respira. En este instante es lo más parecido que hay a una máquina, a un arma.

Sus pies apenas rozan las superficies de asfalto y metal. Su vista no se desvía del horizonte difuso dónde un sol contaminado asoma la nariz por la calle. Tiene un mal presentimiento. Ha aprendido a confiar en ellos.

Naike no saldría jamás sola a la calle. Mike no madrugaría si no tuviera un motivo. Los hechos hablan por sí solos: esos dos se han acompañado mutuamente.

… y Ethan sospecha dónde puede encontrarlos. Y quizás lo peor… sospecha el motivo por el que se han ido del Ático tan pronto.

Toma impulso, apoya la rodilla en el suelo una fracción de segundo y asciende vertiginosamente desde la calle hasta aterrizar en lo alto de un tejado que da la vista a un extenso solar en construcción dónde suele ir a entrenar.

Entonces les ve.

+ + +

─No…

Se arrodilla con cuidado a su lado. Sus movimientos son lentos, sutiles, como si pensara que con un gesto brusco podría romper el aire en pedazos. Traga saliva. Tiene los ojos desorbitados.

─No. No, no ─algo late en ecos graves dentro de su pecho. Algo que no recuerda ─. Peque, por favor…

Acerca un brazo hacia el rostro de Naike y, con extrema delicadeza, le pasa una mano por debajo de la nuca para alzarle ligeramente la cabeza. Los labios de la pequeña tiemblan un poco. Lentamente, abre los párpados. Asoman unos ojos de cristal negro.

Mike traga saliva. Incrédulo. Arrepentido. Asustado.

Ella sólo sonríe con una aura de debilidad palpable.

El tiempo se relentece, detiene, muere.

─Peque…

Está temblando, pero ni tan solo se da cuenta. Tiembla por completo, desde las rodillas que mantiene hincadas en el suelo, hasta la manaza con la que sostiene cuidadosamente la cabeza de Naike por la nuca. Tiembla por el miedo, por la impotencia. Se arrepiente y no encuentra como materializar ese sentimiento en palabras.

─Naike…

Pero algo cambia. Su expresión, suavizándose. Sus ojos vacíos, de los que aflora un pequeño resquicio de felicidad.

Cuando entreabre los labios ensangrentados, su voz por primera vez no duda ni tartamudea. Está teñida de una infantil y lenta euforia.

─Lo he conseguido…

Mike clava los ojos abiertos de par en par en los de Naike. En el iris color verde late la confusión con vida propia.

Quiere preguntarle a la pequeña a qué se refiere, pero antes de que pueda siquiera recordar como se articulaban las palabras, una gota roja cae del cielo e impacta delicadamente sobre la mejilla de la chica. Una gota de sangre.

Y Mike, en una fracción de segundo, lo comprende.

Naike, haciendo uso de una fuerza difusa, levanta un poco el brazo y, con dedos trémulos, roza el pómulo de Mike, que aún permanece atónito mirándola. Al instante, él siente un pinchazo sobre la piel, justo en la porción de piel que la chica ha acariciado.

─Te he herido… ─musita ella.

Y es cierto. Ese pinchazo no ha podido ser otra cosa que el dolor agudo de una herida abierta, un fino corte. Apenas un rasguño. Pero una herida, al fin y al cabo.

Ella sólo sonríe. Él recuerda lo que le dijo hace tan solo unos minutos, esa tontería de que a él nadie había conseguido herirle siquiera.

¿Cómo puede Naike ser tan…?

─He… mejorado… ¿no, Mike?

¿…testaruda y gentil a la vez?

Pero no importa.

No importa.

Es ella. Es Naike. Es la “hija” de su primo, es la niña tímida del grupo. Es Naike, y la quiere. Nada más importa.

De modo que no puede más que ignorar el hecho de que esté llorando, de que ambos estén llorando como críos que son. Las de ella son lágrimas de satisfacción, las de él, de un sentimiento que mezcla la felicidad, la incredulidad y la desesperación.

Toma su pequeña mano, que aún roza el pómulo de él. No aparta los ojos amables de los opacos de ella.

─Claro… Claro que sí, Peque. Has mejorado mucho.

Y no hace falta más, cualquier otra cosa sobraría. Mike no sabría pronunciarla y Naike no querría oírla. De modo que permanece así, tumbada en su lecho de asfalto, sangre y paz, lo que parece una eternidad.

Hasta que un viento gélido, un torbellino de ira helada, sacude el lugar desde los cimientos. Mike reacciona y vuelve la cabeza rápidamente a sus espaldas, pero es demasiado tarde; bajo ninguna circunstancia hubiera podido prevenir aquello.

+ + +

Arremete contra él en ira ciega; pese a todo, con la frialdad y aire calculador que le caracteriza. Vuela, corre como una saeta, con los dedos de las manos transformados en letales cuchillas de metal y en sus ojos verdes resplandeciendo el ansia de muerte.

Mike no puede más que cubrirse como puede, apartándose bruscamente del cuerpo inconsciente de Naike y protegiéndose con los brazos en forma de cruz frente sí, a modo de escudo. La tela de las mangas de su chaqueta emite un silbido de aire al ser cortada por el metal. No alcanza la piel, pero desgarra la ropa.

Se aparta de un salto. Su atacante permanece inmóvil, erguido en mitad del solar. Conoce el rostro. Sin embargo, no reconoce esa expresión de odio.

Duda, pero al final, susurra:

─¿Ethan?

Él no contesta. Por unos segundos los tres permanecen inmóviles: dos de ellos conteniendo el aliento, la tercera simplemente ya no está ahí.

Al fin, un movimiento. La expresión de Ethan se suaviza, sin embargo, sigue siendo igual de fría. Se agacha con gestos lentos y, con cuidado, acerca la mano al cuello de Naike para rozar con las yemas de los dedos la yugular, en busca de pulso, supone Mike. Al chico casi le parece percibir como su primo suspira de alivio pasados unos segundos.

Casi. Eso sería más que imposible. Las emociones siempre se le han antojado a Ethan algo tan ajeno como la humanidad misma.

Los ojos de Mike se trasladan entonces a la mano mecanizada del chico, esa cuyos implantes de cuchillas en los dedos han estado a punto de desgarrarle la piel de los brazos si no se hubiera apartado a tiempo. Traga saliva con dificultades. Las cosas se están poniendo muy feas.

Al fin es el mayor de los Taylor, quien rompe el silencio.

─Ethan, ¿qué demonios…? ¿Por qué has intentado mat…?

─¿Quién eres? ─le interrmpe él a malos modos.

Mike se queda estupefacto, sin saber qué contestar. Ethan da un paso adelante, acercándose a su oponente. Sus ojos no muestran nada.

─Te he preguntado quien eres.

El otro, demasiado aturdido para siquiera respirar, vuelve a tragar saliva y la voz le tiembla al contestarle.

─Mike… ─musita─ soy yo, Mike, ¿recuerdas? Tu primo. Tu…

No puede terminar de hablar que la figura de Ethan se desvanece en la lejanía, acompañada de una violenta brisa que sacude las hojas secas del lugar donde segundos antes estaba. Mike se tensa al instante.

─No mientas.

Ethan reaparece frente a sí, a escasos centímetros. Instintivamente, éste vuelve a juntar los brazos en forma de cruz para protegerse y, al hacerlo, Ethan aprovecha para clavar una de sus garras metálicas en el punto justo en que los dos brazos de su rival se cruzan. En esta ocasión sí que la falsa piel se desgarra y revela las articulaciones mecánicas que se escondían debajo. Los mecanismos se rompen, el metal se retuerce. Saltan chispas agudas. Mike grita.

─Mi primo jamás habría matado a Naike ─entorna los ojos, que brillan de rencor─. ¿Quién eres? ¿K? ¿Nira? ¿O… el propio Leo?

Esas palabras tienen la capacidad de hacer que el dolor pase a segundo término, a algo lejano que carece de importancia. De modo que se trata de eso…

Ethan cree que Naike está muerta. Peor aún, cree que alguien con su propia apariencia la ha matado.

Intenta hacerle entrar en razón a la vez que, ignorando el dolor latente de sus brazos, impulsa su escudo improvisado adelante, tratando de hacer retroceder a su primo.

─Ethan, por favor, ¡escúchame! Nadie ha matado a Naike, sólo ha perdido la conciencia ─al hablar, las palabras se atropellan unas con otras─. ¡Fue ella quien me pidió entrenar! Le dije que era una locura, pero no me escuchó… ¡Por Dios, Ethan, mírame, soy yo! Jamás podría hacerle daño…

Es en vano. Ethan no escucha.

─Terminemos esto ─siséa, antes de hacer aún más fuerza en su ataque.

El escudo de brazos se desvanece, Mike se ve obligado a dar otro salto atrás que le gana varios metros de distancia con su oponente. Sin embargo, sabe que el próximo ataque será irremediable; apenas siente los brazos y, si estos tuvieran la capacidad de sangrar, probablemente ya tendría un charco a sus pies.

Ethan hace ademán de volver a arremeter contra su primo, pero algo se lo impide, dejándolo clavado en su sitio, con el rostro inexpresivo y, pese a todo, completamente sorprendido por dentro.

Una débil voz. Una suave presión en el tobillo. Abaja la mirada, pero incluso antes de hacerlo sospecha la visión que se encontrará.

─No…

La manita de Naike trata de ceñirse con fuerza inexistente a la tela de sus tejanos a la altura del tobillo, impidiéndole avanzar. Aún tumbada, hace esfuerzos por no permitir que el sueño la venza y mantiene los ojos entreabiertos; una mísera acción que ya se antoja dolorosa.

─No…

Y solo es una palabra, un tonto y trémulo sonido, pero disuelve toda el ansia de venganza de Ethan como vapor al viento.

+ + +

Regresan al Ático. Qué remedio.

Ethan no se disculpa en voz alta, y Mike tampoco espera que lo haga. Mientras anda con su primo de vuelta al hogar, codo con codo y Naike en brazos, la torpe sonrisa que le dirije es más que suficiente ─torpe por la falta de experiencia en practicar ese simple gesto─.

Regresarán a casa como hijos pródigos, como combatientes heridos y satisfechos de una guerra sin bando contrario. Ante la atónita mirada de Darío, las preguntas impacientes de Keith y las blasfemias a gritos de Sam, entrarán por la puerta del Ático y no se detendrán hasta llegar a sus respectivas habitaciones. Porque no quieren dar explicaciones. Porque no hacen falta explicaciones ─o más bien, Darío ya se inventará cualquier cosa para que no cunda el pánico─.

Porque sí, quizás la visión de una Naike inconsciente, un Mike sangrando y un Ethan impasible puede resultar chocante de primeras, pero han visto cosas peores entrar por la puerta de su casa.

Y, por supuesto, nadie reparará en la tenue sonrisa que lleva instalada en los labios Naike, aún dormida, desde que ha ganado su propia batalla contra sí misma en el solar de Apocalys.

+ + +

─Con que un entrenamiento, ¿eh?

Naike asiente y se ruboriza un poco, sonriéndole a las sábanas blancas de su regazo.

─S-Se lo pedí a Mike… quería ver si podía…

─¿… ser fuerte?

La chica vuelve a asentir con la misma timidez. Keith sonríe, resignado.

─Ya veo ─musita, sentándose a un lado de la cama.

Pasan unos minutos en silencio. Naike mira por la ventana de su dormitorio. Las heridas ya casi son un espejismo de rasguños, algún que otro relieve en la piel. Ha pasado una semana y, a pesar de que sigue con los brazos vendados y la cara llena de tiritas, algo ha cambiado. Algo que no se ve a simple vista.

Keith sí. Está acostumbrado a ver a través de la gente.

─Estás contenta.

No es una pregunta, es una afirmación. Naike cierra los ojos, sonriente. Y la pregunta inevitable no se hace esperar.

─K-Keiht… ¿te ha dicho Padre algo sobre mí después de la batalla?

─¿“Padre”? ¿Te refieres a Ethan? ─Naike asiente. Keith se rasca la cabeza, pensativo─. Me suena haberle oído comentar algo con Mike ayer, durante la cena, aunque no lo recuerdo bien…

─¿Sí? ─inquiere ella, ilusionada─. ¿De verdad?

─Ajá. Creo que… algo sobre que eras muy cabezota. Ah, oh, y que cada vez te parecías más a él en ese sentido ─se encoge de hombros─. Lo ha dicho más bien enfadado, no te creas.

… y es que no puede ser de otro modo, piensa Naike interiormente. Su padre siempre será el adulto encerrado en el cuerpo de un adolescente, el arma que se empeña en llamar inútiles a los sentimientos. Y Mike seguirá siendo siempre el chico optimista, su amigo. Y Keith, el que jamás ve las cosas que son evidentes a simple vista.

¿Y ella?

Naike sonríe. Sospecha que ya, nunca más volverá a ser la niña tímida e inútil que tiene que quedarse a las espaldas de los demás.

Al menos, no tanto.

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