Triste borracho [Haymitch,Katniss - THG]

Nov 13, 2012 21:27

Título: Triste borracho
Fandom: Los Juegos del Hambre
Personajes: Haymitch, Katniss
Rating: PG (por aquello del alcoholismo de Haymitch, pero nada que no sepamos ya)
Resumen: Andaba, pero no sabía exactamente cómo lo hacía. Su cuerpo concatenaba un paso tras otro, su cerebro mandaba señales involuntarias a sus pies pero ni siquiera sabía cómo era capaz.
Advertencias: Ninguna. Preseries.
Nota de la autora: regalo para dryadeh por el festival de fics de la comunidad de panem_esp. Mil años después. No es gran cosa, pero bueno... aquí está. Espero que te guste :)

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Andaba, pero no sabía exactamente cómo lo hacía. Su cuerpo concatenaba un paso tras otro, su cerebro mandaba señales involuntarias a sus pies pero ni siquiera sabía cómo era capaz. Tropezó un par de veces, pero no se cayó de bruces contra el suelo de milagro. Anduvo algunos pasos más, intentando fijar la vista en algún punto perdido al fondo de la calle en penumbra, iluminada sólo por un par de farolas de luz difusa y serpenteante. Tropezó una vez más y rodó por el suelo hasta chocarse con el escalón de entrada de una de las casas vacías de la Aldea de los Vencedores.

Se quedó tumbado boca arriba, mirando hacia el cielo que empezaba a clarear con la luz del amanecer. El mundo a su alrededor empezó a dar vueltas, cada vez más rápido. Los colores y las imágenes empezaron a mezclarse sobre su cabeza, creando un lienzo extraño. Notó cómo el estómago se le empezaba a revolver. Tenía que levantarse rápidamente o se vomitaría en la cara. Y sabía de buena tinta que no era agradable.

Rodó, no sin esfuerzo, hacia el otro lado y se retorció para levantarse del suelo. Cuando estuvo de pie se convirtió, de repente, en una tambaleante mole de carne que andaba, renqueante, hacia no sabía muy bien dónde.

Sólo un par de pasos más y ya estaría frente a las escaleras de entrada de su casa. Y después todo sería pan comido. Le servía quedarse a dormir en la entrada. Ni tan siquiera le preocupaba dejarse la puerta abierta. ¿Quién querría entrar a robar al pobre borracho de Haymitch? Lo único que podía tener de valor eran los gansos y apostaba su reserva de alcohol a que toda la gente del distrito 12 los consideraba un incordio más que algo útil.

-El pobre borracho de Haymitch -escupió las palabras entre gruñidos ininteligibles. Después, eructó.

¿Qué más daba? Nadie le oiría en ese barrio del demonio. Estaba solo, completamente solo.
Recorrió la corta distancia que le separaba del inicio de las escaleras de su casa a paso lento y, al intentar subir uno de los escalones, tropezó con el borde. Perdió el equilibro y se golpeó la cara contra la escalera. Sentía una cálida sensación recorrerle la nariz y la boca, mientras su visión empezaba a teñirse de negro, poco a poco.



Alguien le zarandeaba, seguramente intentando que recuperase la consciencia. Abrió un ojo y comprobó, entre nauseas y el sabor férreo que tenía en la boca, que el mundo seguía girando a su alrededor, pero que ya había más luz en él. Volvió a cerrar el ojo y buscó las fuerzas necesarias para levantar la cabeza sin marearse y, así, poder ver a la persona junto a él.

-¿Haymitch? -Era la voz de una mujer. Le llegaba ahogada, como si todavía estuviera inmerso en la bruma de la inconsciencia-. ¿Haymitch? -Repitió ella y decidió levantar la cabeza, al menos para que aquella mujer supiera que estaba vivo y le dejara en paz.

De su boca salió un gruñido profundo que le supo a sangre reseca. Abrió los ojos e intentó enfocar a la figura cubierta de chales y retales que se alzaba ante él. Tenía el pelo recogido en un moño, pero algunos mechones se le escapaban y le caían sobre la frente y a los lados de la cara. Su aspecto era descuidado, aunque olía a pan y a sopa caliente. ¿Qué demonios hacía allí Sae?

-¡Madre del amor hermoso! -Exclamó cuando le miró directamente a la cara-. ¿Pero qué le ha pasado? ¿Se ha caído sobre las escaleras o qué?

Él sólo supo gruñir de nuevo, mientras intentaba mover la nariz y se daba cuenta de que le dolía horrores.

-Le llevaré a casa de la señora Everdeen… ella sabrá qué hacer con esa nariz.

Sae era una mujer fuerte, a pesar de todo. Le ayudó a levantarse y se echó la mayor parte del peso de Haymitch sobre los hombros, para que pudiese caminar más o menos con facilidad. Por su parte, él tenía la sensación de que todavía seguía borracho. La calle de la Aldea de los Vencedores se difuminaba en el horizonte y en los bordes y sólo era capaz de enfocar lo que tenía a su alrededor si se concentraba. La boca le sabía a hierro y a sal y la nariz le había empezado a doler más.

El camino hacia casa de la señora Everdeen fue lento y vergonzoso. Ya había amanecido y era justo esa hora en la que todas las personas del Distrito 12 caminaban por la calle, rumbo a sus trabajos. Todo el mundo les miraba, y Haymitch les devolvía la mirada, conteniendo toda la rabia que tenía dentro. Sabía que les daba asco. Sabía que no soportaban su mera visión; estaba sucio, borracho y olía mal. Sabía que también les daba pena. Sabía que se alegraban de que fuera Sae quien lo hubiera descubierto con la nariz rota y no cualquiera de ellos.

Se contuvo, pero una parte de él quería increparles, gritarles hasta quedarse afónico que ellos no eran una mierda mejor que él. Que no habían soportado ni la mitad de cosas que había soportado él. Si, la vida en el Distrito 12 no era fácil, nunca lo había sido, pero ninguno de ellos había ido a jugarse la vida en la arena sin saber muy bien por qué.

Le entraron ganas de echarse a llorar, pero lo único que hizo fue bajar la cabeza y dejar que su pelo, sucio y lacio, le ocultara el rostro, avergonzado, mientras atravesaba la plaza de la ciudad.



Era una mañana gris y sombría. Mucho más gris y sombría que las últimas mañanas que habíamos vivido en ese par de semanas. El clima estaba enrarecido, y supuse que tenía que ver con la celebración de la Cosecha el día anterior. Un año más, dos niños menos, que no volverían cuando terminaran los Juegos. No es que me alegrara de no haber salido elegida, pero sí que me había quitado un peso de encima.

Mientras mi madre preparaba las gachas para el desayuno (últimamente estaba mucho más centrada, y se notaba en cada cosa que hacía), senté a Prim en la cama y me puse tras ella. Le desenredé el pelo y se lo trencé, mientras pensaba en qué pasaría cuando su nombre entrara por primera vez en las urnas de la Cosecha. No quedaba tanto tiempo para ello, pero todavía me resultaba lejano y, desde luego, no una opción.

Desayunamos en silencio, como tantas veces, y creo que por eso se oyeron con más claridad los golpetazos en la puerta principal.

-¿Señora Everdeen? -Conocía aquella voz perfectamente, de oírla tantas veces en el Quemador.

Miré a mi madre, extrañada, pero ella no me devolvió la mirada. Por el contrario, se levantó de la mesa, dejando su bol de gachas abandonado y fue a abrir la puerta. Me asomé para mirar en la entrada y vi que había un hombre, con la cabeza gacha y el pelo sucio tapándole la cara. Se apoyaba en el hombro de Sae como si se fuera a caerse de no estar ella.

-Cielos -oí que decía mi madre en un susurro-. ¿Qué ha pasado?

Sae se encogió de hombros ligeramente, lo que el cuerpo inmóvil de aquel hombre le dejaba.

-No lo sé. Le encontré tendido sobre su casa en la Aldea hace unos minutos. Creo que tiene la nariz rota.

Mi madre observó al hombre desde más cerca y le levantó algunos mechones de pelo de la cara. Pude ver una zona roja y llena de sangre seca allí donde se suponía que estaban su nariz y su boca.

-Katniss -dijo mi madre, volviéndose hacia mí-. Despéjame la mesa de la cocina, por favor.

Me levanté e hice lo que había dicho, aunque tuve que enfrentarme a la mala cara de Prim, que todavía no se había terminado el desayuno. Le apremié y le dije que se fuera preparando para ir al colegio, que enseguida nos marcharíamos.

Cuando tumbaron a aquel hombre sobre la mesa de madera de la cocina, sentí un pinchazo de reconocimiento de la boca del estómago. ¿Cómo no hacerlo? Creo que todo el mundo en el Distrito conocía a Haymitch. Había sido el primer tributo del 12, y el único, en sobrevivir a los Juegos del Hambre. No había nacido cuando él se proclamó vencedor, pero mi madre me había contado cómo habían sido las semanas posteriores a su victoria. Haymitch se había convertido en una leyenda en vida y había dado al Distrito ese pequeño destello de orgullo que siempre había faltado. Pero había acabado bebiéndose hasta las propias historias sobre su victoria.

No sabía qué motivos le habían llevado a convertirse de leyenda a borracho en apenas un par de meses, pero sentía lástima por él. Lástima porque lo había tenido todo, tal y como soñábamos mucho de nosotros… y ahora sólo le quedaban unos gansos que lo único que hacía eran ruido y botellas vacías en cualquier rincón de la casa.

Me fui de la habitación cuando mi madre empezó a hacer sus labores como sanadora. No soportaba estar en la misma habitación que ella en esos momentos, así que encontré en que tenía que ir a la escuela una buena excusa para marcharme a por mis cosas y mi hermana.



Cuando volví de la escuela, Haymitch seguía en casa. No estaba tumbado sobre la mesa de la cocina, sino que mi madre lo había puesto a dormir en su propia cama. Lo veía, tumbado de frente a la puerta del cuartucho, con su pecho subiendo y bajando lentamente al ritmo de su respiración y el pelo sobre la cara. Tenía un apósito sobre la nariz. Mi madre le había puesto un viejo camisón, que en su día había sido azul, y lavaba su ropa en el fregadero.

-¿Sigue aquí, mamá? -Pregunté, algo molesta.

Ella se limitó a asentir con la cabeza mientras frotaba una mancha oscura y reseca de la camisa de Haymitch.

-¿Por qué?

-No podía dejar que se fuera.

-¿Motivos médicos, mamá?

-Humanitarios -me dirigió una mirada, pero enseguida apartó los ojos y siguió frotando la ropa. Yo suspiré y me marché a mi habitación



Nada más despertarse, se sintió incómodo. Fuera de lugar. No había abierto los ojos y ya percibía que había algo raro en el ambiente. Olía distinto que su enorme casa en la Aldea de los Vencedores. Olía a limpio, a comida recién hecha y a barro secado al sol. Él mismo olía mejor que de costumbre.

Abrió los ojos y observó a su alrededor. Se intentó incorporar, pero la cabeza le dolía horrores. Al volver a tumbarse, el colchón chirrió. De repente, una figura oscura e imprecisa apareció por la puerta de la habitación.

-Vaya -dijo una voz que no reconocía. No era la voz de la señora Everdeen, eso desde luego-. Ya te has despertado. Iré a por la sopa.

La chica desapareció y él cerró los ojos. Sentía cómo la sangre le latía en las sienes y no sabía muy bien cómo iba a tomarse una sopa caliente si no podía incorporarse en la cama. Se llevó la mano a la cara, para frotarse los ojos y comprobar si eso conseguía despejarle, pero se encontró con un vendaje en el lugar en el que debería estar su nariz.

-No deberías tocarte la venda. Mi madre se enfadará -dijo la voz de la chica. Abrió los ojos y la encontró cerca de él, junto a la cama, con una bandeja entre las manos. Llevaba un cuenco sucio por fuera y un trozo de pan que parecería que era del día anterior-. ¿Puedes incorporarte?

Haymitch negó con la cabeza con mucho cuidado. La chica suspiró y dejó la bandeja en el suelo. Se acercó a él y le cogió por las axilas, tirando con fuerza hacia arriba y ayudándole a dejar la espalda recostada sobre la pared. La cabeza le dio buenas durante un instante y después, lentamente, volvió a asentarse sobre los hombros. Se acomodó sobre la cama y cogió la bandea que la chica le ofreció.

-Gracias -masculló.

-No hay de qué -respondió ella con una voz fría.

Se hizo el silencio mientras él empezaba a comer la sopa, pero ella no se fue. Le dirigió una mirada mientras masticaba un trozo de pan duro.

-¿Eres la hija mayor de la señora Everdeen?

La chica asintió.

-Te he visto a veces en el Quemador, vendiendo animales.

-Cazo -dijo, en un primer momento-. Y yo te visto a veces en el Quemador, comprando alcohol.

-Lo sé. Toda la gente de esta ciudad nos ha visto a ambos, me temo.

-Yo no hago nada malo -había acusación en sus palabras, pero Haymitch, por un momento, no se sintió mal por aquello. Normalmente, las palabras no le dolían tanto como las miradas que se le clavaban cuando paseaba por la plaza o por las calles de la ciudad.

-Desde luego -tenía que admitir que gracias a esa chica alguna vez había tenido un trozo de carne de ardilla en el cuenco de guiso grasiento que le había comprado a Sae, aunque eso no borraba el hecho de que lo que hacía esa niña (porque seguía siendo una niña) era ilegal.

La chica no respondió, así que volvió a tomar un par de sorbos de sopa. No tenía mucho sabor ni estaba muy caliente, pero era agradable. Vio de reojo cómo la chica se cruzaba de brazos y seguía observándole mientras comía.

-¿Algún problema? -Dijo, después de pasar un trozo de pan con un poco de sopa.

-¿Por qué lo haces? -La voz de la chica era fría, casi agresiva.

-¿El qué?

-Emborracharte. ¿Por qué lo haces? -Repitió, testaruda.

Haymitch se encogió de hombros.

-Supongo que todo el mundo tiene que buscar una manera de entretenerse entre siesta y siesta. Tú te vas fuera de la valla para cazar, yo me tumbo en mi sofá rodeado de botellas a beber hasta que pierdo el conocimiento. No es tan grave.

Apartó la mirada de la chica y la fijó en el cuenco de sopa.

-Mientes.

-¿Y qué más te da? Tú me has hecho una pregunta, yo te he dado una respuesta. Fin de la historia.

-Quería que me respondieras con la verdad.

-Mala suerte.

Ofuscada, la chica giró sobre sus talones y se fue de la habitación. Haymitch suspiró. La idea de decirle la verdad a esa niña que todavía no había salido del todo del cascarón que era la casa de su madre ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Además, ni siquiera lo entendería. ¿Acaso sabría ella lo que eran los fantasmas? ¿Las verdaderas pesadillas? ¿Los recuerdos negros? ¿La necesidad de huir?

No, por supuesto que no. Era una niña, no podría entender de esas cosas, por muy mayor que se creyera por el simple hecho de practicar la caza furtiva y mantener a su familia, más o menos.

Un rato después (pudieron ser horas o quizá sólo minutos), la señora Everdeen volvió a su casa, con algunas hierbas medicinales de las que solía usar para sus remedios. Lo primero que hizo fue ir a visitarle, con una amplia y agradable sonrisa pintada en la boca. La hija pequeña, que solía seguirla, se quedó apoyada en el marco de la puerta, observando cómo actuaba su madre, pero no había ni rastro de la hija mayor.

-¿Qué tal se encuentra? -Preguntó, amable.

-Mejor, aunque a veces me sigue dando vueltas la cabeza.

-Me temo que eso es efecto del alcohol… -la señora Everdeen sonrió algo nerviosa y luego le miró. No era una mujer de las que se pudiera decir que era hermosa y había perdido mucho desde que su marido había muerto: estaba delgada y sus ojos sólo inspiraban tristeza, pero en el fondo seguía siendo esa chica atractiva que él había visto por las calles en su juventud-. Bueno, veamos qué tal está la nariz…

Sus manos, delicadas, le quitaron la venda de la cara y le examinaron con cuidado la nariz.

-Por suerte, no está rota, así que sólo tendrá que tener un poco de cuidado con la herida -sonrió de nuevo-. Prim, cielo, tráeme un cuenco de agua caliente, ¿quieres? -Cuando la niña se fue, volvió la vista hacia él y le habló-. Limpiaré de nuevo la herida y se la volveré a vendar. Después de eso, se podrá ir a su casa y sólo tendrá que volver dentro de un par de días para que le vuelva a examinar. ¿De acuerdo?

Haymitch asintió con la cabeza. Al instante, la niña llamada Prim volvió con el cuenco entre las manos y se lo entregó a su madre. Se quedó apartada a un lado, observando cómo la señora Everdeen trabajaba con cuidado en su nariz.

-Quiero ser como mamá, ¿sabes? -Dijo la niña. Qué poco se parecía a su hermana mayor.

Cuando la mujer terminó de limpiarle la herida, se la volvió a vendar con cuidado.

-Bueno… esto ya está. Puede marcharse a su casa ya. Vuelva dentro de unos días y le volveré a mirar la herida -repitió, mientras se levantaba con el cuenco de agua y las vendas entre las manos-. Su ropa está sobre la silla.



Cuando se fue, salí de mi habitación y observé a mi madre, con los brazos cruzados ante el pecho.

-No va a volver, lo sabes -No era una pregunta, y mi madre era consciente de ello. Ella se encogió de hombros, mientras recogía las hierbas que había podido conseguir por la mañana-. No puedes arreglar todo lo que está roto.

-No sabes lo que puedo o no puedo arreglar, Katniss. No lo sabes. Ese hombre necesita atención.

-Pero no la quiere. Así que déjale en paz, que se emborrache todo lo que quiera y se caiga todas las veces que quiera.

Por un momento, pensó que su madre le iba a contestar pero, por el contrario, cerró uno de los armarios de la cocina y salió de la habitación. Katniss bufó y salió de la casa.



Aquella noche, llovía. El cielo había estado despejado desde que saliera de la casa de las Everdeen, pero al anochecer, unas nubes oscuras habían ido cubriendo el cielo y ahora diluviaba ahí fuera. Se había encontrado la chimenea encendida cuando llegó a casa, así que supuso que Sae se había encargado de ello, pero las botellas seguían sobre la mesa del salón.

Así que, aquella noche, después de dar de comer a los gansos y roer un poco de queso que encontró en el frigorífico, se tumbó en el sofá y cogió una de las botellas que había dejado. Le dio un trago largo mientras pensaba en lo que le había preguntado la hija pequeña de la señora Everdeen. Casi podía reproducir su tono de voz en su cabeza, y la mirada inquisitiva que le había lanzado mientras le preguntaba aquello.

-“¿Por qué lo haces?” -Había preguntado.

Haymitch bufó y se llevó la botella a los labios. Bebió de nuevo.

-Qué sabrás tú, niña… qué sabrás tú.

fandom: the hunger games, personaje: katniss, personaje: haymitch, oneshot

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