Sabías que algo no iba bien cuando veías a un pelirrojo completamente despierto a las cinco de la mañana, vestido antes de que tú llegaras a picar en su puerta, te sonreía al verte entrar, te saludaba afablemente y bajaba las escaleras delante de ti, tarareando.
Cuando el número de pelirrojos de buen rollo en plena madrugada eran dos, simple, llanamente, temías por tu vida.
Aunque cualquiera se atrevería a dejar caer una insinuación, por pequeña que fuera. Después de tantos años insistiendo e insistiendo para que el milagro ocurriera, ¿cómo pensar ni siquiera en mostrar tu sorpresa?
Así que, aunque temblando, aparentarías normalidad y soltura. Sí, precisamente aquello que no se cansaban de repetir que no tenías, aquello mismo.
Y allá que vas. Detrás de ellos. Con estilo, con tranquilidad, como si que hicieran bromas y abrieran los ojos más del 10% fuera algo que hacen cada día a esa hora. Y los acompañas a desayunar, con las chicas completamente sopa, o sea, como siempre, y llevas a Harry casi de la manita, porque si no no llega. Y, mientras, ellos felices. Contentos. Riéndose, bromeando sobre los ronquidos de Lee. Retándose a llegar los primeros a la escoba. Juguetones y risueños como preescolares de excursión.
¿Qué quieres que te diga? Pues que, evidentemente, cada vez tienes más problemas para mantener la ceja en su sitio. Y los estudias hasta la saciedad, sin dejar que nada de lo que te pasa por la cabeza aflore en tu cara. ¿Parece que tengan los bolsillos más abultados o sólo son arrugas de la ropa? ¿No tiene el pelo demasiado alborotado Fred? ¿No inclina la cabeza sospechosamente George? Al final, te parece increíble que te saquen de quicio incluso cuando se portan bien. Aparentemente.
Porque... porque cuando te acercas al campo, la hierba no está diferente, ¿verdad? ¿Flota algo en el aire? ¿Es sólo la niebla, o han hecho algo? Y los aros, los aros están normales, ¿no? Si han hecho algo, si han hecho lo más mínimo, que repercuta en el campo, McGonagall los expulsa de la copa. Y, y pueden ser, bueno, algo... problemáticos no sería la palabra, aunque se acerca, traviesos, inquietos, más bien, pero son buenos jugadores, son increíblemente buenos con el bate, y, eh... ¿Las escobas están bien? ¿No hay nada raro en las pelotas, en ninguna de ellas? Ya está, seguro que han trucado la snitch. Seguro que... ah, no, pues las quaffles no están pegajosas, no han vuelto a ponerles pegamento, ni nada.
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Cuando el número de pelirrojos de buen rollo en plena madrugada eran dos, simple, llanamente, temías por tu vida.
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Así que, aunque temblando, aparentarías normalidad y soltura. Sí, precisamente aquello que no se cansaban de repetir que no tenías, aquello mismo.
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Y los acompañas a desayunar, con las chicas completamente sopa, o sea, como siempre, y llevas a Harry casi de la manita, porque si no no llega. Y, mientras, ellos felices. Contentos. Riéndose, bromeando sobre los ronquidos de Lee. Retándose a llegar los primeros a la escoba. Juguetones y risueños como preescolares de excursión.
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Y los estudias hasta la saciedad, sin dejar que nada de lo que te pasa por la cabeza aflore en tu cara. ¿Parece que tengan los bolsillos más abultados o sólo son arrugas de la ropa? ¿No tiene el pelo demasiado alborotado Fred? ¿No inclina la cabeza sospechosamente George?
Al final, te parece increíble que te saquen de quicio incluso cuando se portan bien.
Aparentemente.
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