La señora Vanderbilt, por otro lado, participaba de una famosa anécdota que citaban casi todos los libros de psicología escritos en los últimos años. En cierta ocasión había querido amenizar una cena con música de violín. Preguntó quién era el mejor violinista del mundo: ¿qué menos podía pagar ella? Fritz Kreisler, le dijeron. Lo llamó por teléfono
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