Hay muchas formas diferentes de despertarse por la mañana. Por ejemplo, rodeada por unos brazos fuertes que te acorralan contra un pecho ancho y protector, mientras el dueño de esos brazos y ese pecho te siembra besos por las mejillas y la nariz. O con alguien acariciándote el pelo y susurrándote cosas bonitas al oído. Incluso con un juguetón empujón, haciéndote rodar sobre el colchón para empezar sin previo aviso o negociación con una buena sesión de sexo matutino. O también, como es el caso, con una mano masculina apretándote suavemente una teta por encima de la camiseta y el sol dándote en los ojos y haciendo que los cierres con fuerza.
Me cubro los ojos con una mano, a modo de visera, antes de entreabrirlos lentamente. Me aparto la mano de la teta, con cuidado de no despertar a su dueño y me incorporo, parpadeando torpemente, mientras mis ojos se van acostumbrando a la luz. Me giro levemente, hacia mi compañero de cama, y no puedo reprimir una mueca al ver como mi amigo Will se estira a sus anchas sobre mi cama, ocupando más espacio del que realmente tiene el colchón.
Puede que la situación en la que me he despertado (él sigue durmiendo como una piedra) pueda llamar a engaño. Lo de su mano en mi teta y todo eso. La verdad es que Will es rematadamente gay. Así que el hecho de que me toque la teta no tiene la misma connotación que si me la tocase… no sé, el vecino de abajo, por ejemplo. Will es genial. Uno de esos gays a los que no les notas que es gay. De los que tienen a todas las chicas a sus pies, y que puede permitirse el lujo de dormir con tres en la misma habitación sin que una madre escandalizada (normalmente la mía) lo saque a escobazos y en calzoncillos. Porque sí, Will duerme en calzoncillos. Y está bueno y todo, el jodido.
Las otras dos inquilinas de la habitación (mi habitación, por cierto) son mi hermana Ellen (co-propietaria de la habitación), que duerme hecha un ovillo y medio abrazada a un cojín rojo. Está destapada y le asoma un poco el culo, metido en unas braguitas que ponen “Butter tan you” en verde fosforito, por debajo de la camiseta gigante que se pone para dormir. La que le ha robado las mantas está durmiendo con un pie apoyado en el alfeizar de la ventana y un brazo cruzado por delante de la cara. Es Kaya, mi mejor amiga.
Por norma general no dormimos amontonados como inmigrantes en una caja de cartón (francamente considero que el Brown debería intentar ayudar a esa gente, pero, como dice mi padre, es mejor dejar la política a los políticos y que yo me centre en estudiar), pero anoche salimos de marcha a romper con todo, y cuando salimos arrastrándonos del último pub, lo único que queríamos era pillar una cama. Además, en… mis ojos se desvían hacia el reloj de mi mesilla… cuatro horas sale nuestro tren hacia la Universidad.
Me pongo de pie, y no puedo evitar una mueca cuando el áspero tacto de la alfombra me hace cosquillas en los pies. Tengo un sueño de quince pares de cojones, y ese pequeño latido en el lado derecho de mi cabeza parece resaca. Me acerco a la cama de mi hermana y tiro de las mantas que Kaya ha robado impunemente para tapar bien a Ellen. Sólo le llevo once meses y, aunque estadísticamente tendríamos que llevarnos mal, creo que es, hoy por hoy, la persona a quien más quiero en el mundo. Pero, claro, ella no lo sabe.
En la habitación hace calor, más que de costumbre, pero hay que tener en cuenta que hay dos personas más que de costumbre durmiendo en ella. Me planto delante del espejo y mi reflejo cargado de pecas y ojeras me devuelve la mirada. A veces me gustaría tirarle un libro bien tocho a ese reflejo mío. Soy un pequeño saco de defectos, por mucho que Will se empeñe en encontrarlos adorables. De pequeñita era rubia, ahora el pelo se me ha oscurecido, pero las pestañas siguen siendo rubias y eso me jode, porque mi hermana o Kaya tienen las pestañas largas y oscuras. Preciosas. Además, estoy plagada de pecas. En serio, parezco un alegre salami de los que mandan los abuelos de Kaya desde Sicilia. Sí, Kaya es hija de Giovanni Mosccino, el dueño del mejor restaurante italiano de toda Gran Bretaña (y todo aquel que se atreva a decir lo contrario muere).
Me giro ante mi reflejo, es algo que no puedo evitar, para mirarme el culo. Creo que ha crecido un poco desde ayer. O tal vez sean las braguitas estas que me pongo para dormir. Es que odio usar pijama, así que siempre acabo en bragas y camiseta, en la misma cama que Will. En serio, sería genial que sonase erótico, pero es lo menos erótico del mundo. Me sumerjo en mi armario y saco mis vaqueros de la suerte, mi camiseta de Jack Daniels y una chaqueta roja. Normalmente en la Universidad ando siempre de punta en blanco, y para salir de casa también, no creas, que, como dice Kaya “el amor de tu vida aparecerá cuando vas desarreglada, así que arréglate siempre, para que no aparezca”. Kaya y su aversión a las relaciones largas… aunque, extrañamente, le hago caso. Bueno, en realidad lo hago porque si no me arreglase parecería una vagabunda a su lado.
Lo juro por los Dioses Antiguos (yo y Will somos un poco frikis de Canción de Hielo y Fuego, bueno, frikis en general), si de mí dependiese, no iría esta semana a clase. Es la última antes de Navidades, y no me apetece nada irme para tener clase un par de días y luego tener que volverme. El viaje es lo que me mata. Pero mi madre me clavó su mirada de carnicera cuando sugerí amablemente lo de que podíamos quedarnos en casa esa semana, así que desistí.
La verdad es que Ellen y yo vamos a Oxford. Y puede que parezcamos unas niñas mimadas, dicho así. Pero el jefe del equipo de admisión le debía un par de favores a mi padre, y él consiguió que nos dejase entrar. Bueno, dicho así parece que seamos unas enchufadas, pero… qué cojones. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Somos unas enchufadas. Yo estoy estudiando Lengua y Literatura Inglesa, y mi hermana está estudiando Historia. Kaya (que entró en Oxford por una beca) está en mi clase y en mi carrera. Y Will está en la carrera de Ellen, sólo que dos cursos por arriba.
Al salir al pasillo (quiero darme una ducha, a ver si se me pasa el sueño, la resaca, y la pereza ante la perspectiva de pillar el tren) el frío me roza las piernas desnudas. Está todo prácticamente a oscuras. No son más de las ocho de la mañana de un domingo, una hora en la que todos los seres humanos normales están durmiendo, follando, o todavía de marcha. Bueno, no debo ser un ser humano normal, entonces.
El baño de la ducha (hay otro al lado de la entrada, pero sólo tiene un váter y un lavamanos) está al fondo del pasillo, en la parte más profunda de la casa, bueno, si por más profunda entendemos la más alejada de la puerta. Está justo al lado de la puerta del cuarto de estudio (en realidad es un trastero donde nos recluimos a estudiar, por eso de que normalmente, a excepción del ruido de las tuberías, suele ser el lugar más silencioso de la casa).
Justo cuando voy a agarrar el pomo de la puerta para abrirla, ésta se abre sola, y de repente me encuentro cara a cara con un perfecto desconocido que, a todas luces (pelo mojado, cuerpo mojado, toalla alrededor de la cintura) acaba de salir de la ducha.
Tras el momento de shock inicial, dos cosas ocurren al mismo tiempo. La primera, mis hormonas empiezan a arder, casi literalmente: decir que el tío está bueno sería prácticamente insultarlo. Y la segunda, mis neuronas se ponen en funcionamiento: un tío desconocido acaba de ducharse en mi casa, un tío desconocido que, si me fío de mi olfato (aunque en ese momento no debería fiarme de ninguno de mis sentidos) acaba de usar mi champú.
-¿Y tú quien eres?-en mi defensa diré que estoy un poco alterada y he perdido los modales en el momento en que se me cayeron las bragas al suelo (no literalmente, por suerte).
-Soy Chris-dijo él, con una pequeña sonrisa. Al parecer estaba tan descolocado como yo.
Pequeña nota mental: dejar de babear como que ya.
-Ah, vale, Chris… ¿y qué hacías en mi baño?
Su sonrisa se volvió divertida. O sea, vale, la pregunta que acababa de hacerle era absolutamente idiota, teniendo en cuenta que estaba totalmente empapado. Tal vez había estado arreglando los azulejos, no te jode.
-¿Y yo no puedo preguntar quién eres tú?
Aún encima con exigencias. ¿Pero qué me estaba contando?
-Soy Nat, y vivo aquí-para mi mayúscula sorpresa, le respondí a la pregunta, aún en contra de mi voluntad.
Justo en ese momento se abrió la puerta contigua al cuarto de estudio, y por ella salió la segunda persona a quien más quiero en el mundo. Mi hermano mayor, Jared, con el pelo mojado y la camiseta de Pearl Jam que Ellen y yo le regalamos por su cumple (sé que no debería reconocer que le quiero más a Ellen que a él, pero es lo que hay).
-Buenos días, Nathy-dijo mi hermano, esa gigantesca mole de metro noventa y cuatro de abrazos cada vez que me rompieron el corazón (sólo dos veces, por suerte)-Este es Chris-explicó.
-Ah, ¿es tu novio?-no pude evitarlo. A veces nos metíamos con Jared, Ellen y yo, diciéndole que si a su edad no había tenido al menos una novia medianamente formal, debería darle una alegría a Will y salir de la alacena de la cocina, o del armario.
-Preferimos mantenerlo en secreto. Nos hacemos llamar compañeros de clase-dijo Chris, con un tonito travieso que casi me mata.
¿He mencionado ya que se me habían caído las bragas? (No literalmente) Pues acaba de pasar otra vez. O sea, hasta ahora no me había fijado en sus ojos (hay demasiado en lo que fijarse como para asimilarlo todo), pero juro por los Arcianos que la explosión de mis ovarios debió oírse hasta en Asshai.
-Chris se ha quedado toda la noche a hacer el proyecto del trimestre-explicó Jared con esa sonrisita suya de perrito abandonado en el arcén de una autopista por la que no pasan muchos coches-Entregamos mañana y vamos aún por la mitad.
Puedo parecer una cría frívola la mayor parte del tiempo, pero me preocupo por mis hermanos algo así como mucho. Y quiero que Jared sea un buen abogado.
-Pues suerte y eso-susurré, poniéndome de puntillas para darle un beso en la mejilla a la verdadera Torre de Londres.
Después me giré hacia Chris, intentando por todos los medios que no se me escapase la risita floja, por favor, tenía que controlarme. Parecía una cría de catorce años. Bueno. Era una cría de diecinueve.
-¿Te importaría devolverme mi baño?-le pregunté, abrazándome la ropa contra el pecho.
-En absoluto-dijo, apartándose de la puerta y entrando en la habitación de mi hermano.
Jared me dedicó una última sonrisa, antes de entrar en su habitación detrás de Chris. Yo me tiré casi en plancha al interior del baño y cerré la puerta a mis espaldas, apoyándome contra ella. Fue entonces cuando me di cuenta de que el corazón me latía a toda velocidad. Cerré los ojos y respiré profundamente, intentando aguantarme para que no me diese una taquicardia.
Vale que el compañero de clase de mi hermano estuviese bueno. Vale que estuviese muy bueno. Más bueno que la media. Pero joder, yo acababa de sentirme como una niña pequeña otra vez. Como aquella niña de catorce años que acababa de ser besada por el chico que tantísimo le gustaba. Y es una sensación desagradable. Creedme.
Kaya me echaría la bronca por dejar que un simple tío me afectase tanto. Ellen intentaría descubrir el motivo de mi reacción (yo lo sé. No he estado con un tío desde que David y yo lo dejamos. Y de eso hace ya dos años. Al menos, no he estado de… sexo apresurado contra una pared, o sexo salvaje en una cama ajena, o de sexo… a secas. Y el no haber estado con nadie desde hace dos años… bueno, hace que las hormonas de una se revolucionen). Will me preguntaría si he calibrado bien el asunto (y sí, calibrar puede cogerse por el lado malsonante).
Y no, no es que sea una estrecha, que no lo soy. Joder, cuando salimos en Oxford suelo acabar besándome con algún chico de cuarto en la parte de atrás de los bares; pero, al menos para mí, hay una gran diferencia entre besarse con alguien e irse con ese alguien a la cama.
No puedo evitar suspirar de cansancio, mientras me meto debajo del chorro del agua templada. Intento alejar de mi mente el hecho de que un tío bueno (muy, muy, muy) acaba de ducharse ahí, y abro el bote de mi champú olor a miel.
Pero las cosas no son tan fáciles como aparentan. Aprieto los dientes y giro el grifo del agua, haciendo que salga helada.
A lo mejor así soy capaz de pensar mejor.