PROPORCIÓN
“Es una medida del tamaño y la cantidad de elementos dentro de una composición.”
Pasadena, California.
Noviembre, 2002
Noviembre, es el undécimo y penúltimo mes del año en el calendario gregoriano y tiene 30 días. Su nombre deriva de novem, ‘nueve’ en latín, por haber sido el noveno mes del calendario romano. También, mierda. Solía pensar lo mismo cada Noviembre que pasaba, como una letanía de palabras cuando se despertaba, Noviembre, es el undécimo… y así en adelante. Es como un rezo la mañana del primero de Noviembre. Y este Noviembre no es la excepción. Se despierta, Marie a su lado, su cabello lacio y castaño acomodado casi con precisión sobre la almohada, su espalda pecosa desnuda hacia el.
Se pregunta las mismas cosas que se preguntaba el primero de Octubre. Solo que ahora le agrega preguntas adicionales. ¿Esta será nuestra última mañana juntos? ¿Cambiaria mi vida?
Si, esas son dos de las preguntas, se las hace, no porque planee un suicidio o mudarse a otro país o ella esté muriendo de cáncer, o el lo esté. Se lo pregunta porque hoy firman los papeles del divorcio. No, ellos no se odian, no tuvieron una gran pelea, ella descubrió que el era gay leyendo sus diarios y el tuvo que “ahombrarse” y decir la verdad, frente a su familia y a la de ella, el efecto fue inmediato, divorcio, división de bienes, padres pidiendo explicaciones, suegros enfadados, hermanos decepcionados. Incluso el dejando su empleo en la división de Química avanzada en CalTech, donde se había graduado hace poco menos de un año, a donde había asistido como recomendación de su padre.
- ¿Tengo que mudarme, cierto? - pregunto, seguro de la respuesta.
Los hombros de Marie se tensaron, dándole su respuesta. La respuesta era más que sencilla, el ya no era bienvenido a la vida que le había tomado cuatro años en la universidad para crearse. Una vida perfecta la cual no había podido soportar, por ningún motivo en especial, realmente solo se había cansado de mentir.
El era un ser sincero por naturaleza, hecho para ver a través de la mentira y descubrir la verdad, desglosar un ser hasta su mínima expresión. Así que no fue una sorpresa para nadie que la verdad acabara brotando de su boca, burbujeante y pujante, queriendo salir de allí de donde la había mantenido tanto tiempo encerrada en el closet.
Lo que sorprende a todos es el como lo hace, saliendo del closet en mitad de una reunión familiar, donde todos están sentados en circulo, esperando por su gran discurso, cual seria su sorpresa cuando acabaran presenciando la vergüenza mas grande que podría alguna vez experimentar la familia Williams, y por supuesto, la familia de su esposa, que se encontraba toda presente.
Muchos achacaron el arranque de Daniel a una ingesta desmesurada de alcohol, en especial porque luego simplemente se había reído de la cara de todos, como si estuviera sencillamente desquiciado. Pensando, este, este es el inicio de algo nuevo, por eso, esa mañana, la siguiente de una terrible noche de sueño, viendo a Marie dormir, Daniel se levanta, toma todo lo que ha empacado y lo monta en s Ford Runner, pensando que quizás deba comprarse algo mas cómodo para el, algo mas compacto a lo que aferrarse, luego de que consiga una casa, porque mientras cuenta el dinero que ha retirado del banco, sentado en la mesa que compraron juntos una semana después de su matrimonio, sabe que va a dormir por un buen tiempo en el auto.
Lo primero que hace cuando sale a la calle, con todas sus posesiones en dos grandes maletas de viaje, es suspirar, aquí comienza el primer día de su nueva vida, dejando atrás el lujo y prestigio de una vida que no le dio nada mas que un vacio sentido de satisfacción que se acabo la noche en que todo se descubrió, un secreto al que nunca presto atención.
De ahora en adelante, promete prestarse más atención.
Newark, Nueva Jersey.
Julio, 2003
Daniel sintió como el mundo le daba vueltas, la cabeza embotada de Martinis secos, sintiéndose menos miserable que unas horas atrás, con una sonrisa en el rostro difícil de interpretar para quien le viera, desconocido o conocido. Era aquí donde empezaba su miseria; en un museo de arte de la vieja y desgastada Newark, con viejos estirados dando pasos lentos y flojos de aquí para allá. Murmurando críticas nada sabias con alientos sobrios de cualquier sabor.
La Elite. Pura basura real.
¿A esto se había reducido un Químico de CalTech? Graduado con honores y sabores. Habiendo probado la gloria Californiana, habiendo bronceado su culo pálido hasta parecer una jodida naranja. CalTech, donde había trabajado para tener una familia.
Las porciones poco proporcionales que se había llevado el decirle a su familia que era un marica no era lo que había esperado. Porque ahora, confesado como cualquier rebaño que iba a mis a los domingos, era incapaz de disfrutar cualquier aspecto taciturno de su sexualidad, su jodida sexualidad.
No había salido con nadie desde hace años, y ni hablar del sexo, que era más escaso que ocasional. Pero es que con sus angustias y sus miedos, sus amantes se cansaban rápido de su cháchara infernal.
A lo lejos de la galería puede ver la figura enfundada en jeans y de piel morena de Kohno. Camina como una vaquera, las manos en los bolsillos y las piernas semi abiertas. Tan pronto le ve, su rostro se ilumina, ella es actualmente la única persona que al mirarlo hace eso.
Cuando conoció a Kohno fue justo después de mudarse a Newark. Alquilo un apartamento en el barrio oriental donde ella y su primo, Chin, llevaban el lugar. En ese entonces ella parecía un chico, con el cabello corto estilo tortuga y ropa holgada, no había cumplido los veinte aun.
Ella fue la primera en verle pintar, un día en el que se había retrasado con la renta, porque sencillamente se había encerrado en la habitación que había convertido en un estudio improvisado donde hacer sus experimentos. Acabo con una explosión de talento por todas partes, o eso le dijo su psicóloga dos días después.
La doctora Kan era una mujer alta que usaba tacones atigrados siempre que la veía, había comenzado a verla unos pocos días después de mudarse a Newark. La había conseguido por un aviso en el periódico, y había asistido a consulta con ella de inmediato, cuando se dio cuenta de que no podría superar tanta mierda por sí solo, y de que si los psicólogos existían era por alguna razón.
Lo primero que le dijo Kan era que tenía serios problemas de ansiedad, cansados por estrés post ruptura, post salida del closet, post despido, post todo. Y que una forma de liberarse de esa ansiedad era conseguir un relajante mental que lo mantuviera ocupado.
- ¿Qué te gusta hacer, Daniel? - había dicho con su irritante, pero cariñosa voz, mientras se rascaba la pantorrilla, haciendo un sonido desagradable, ese de las uñas rasgar las medias pantis. Un obsceno sonido que le ponía de los nervios.
La respuesta a esa pregunta no parecía querer llegar a los oídos de la especialista en divorcios. Por lo que ella decidió dar el paso por él y ponerle una serie de tareas.
Finalmente, luego de dos meses de consulta, la doctora dio en el clavo.
La pintura era divertida, todo lo divertido que puede ser hacer trazos con un pincel y mentarle la madre a cualquier gota descuidada, o gritar de frustración por un mal movimiento de muñeca.
Su favorito era el método a Oleo, la pintura la hacia el mismo, usando sus conocimientos en química y extrayendo el color de sus prendas de vestir, empezando por la cantidad ridícula de corbatas que poseía, y siguiendo por la ropa interior de su ex esposa, la cual aun no sabía muy bien como se había colado en su maleta.
Había desteñido cualquier mantel, o tela que el pequeño apartamento albergara, usando esa pintura para crear cuadros exóticos que le parecían de lo más geniales, pese a que detestaba aun las horas que había pasado con su ex esposa viendo galería de arte tras galería. El sencillamente no tenia ojo para admirar el trabajo de los demás, le aborrecía sentarse frente a una pintura y pretender que entendía lo que el hijo de puta de artista había querido decirle al mundo con eso.
- Creo que es normal, no sabías que te gustaba hasta que lo descubriste. - ella dijo. - con el tiempo comenzaras a tener un ojo crítico, créeme.
Es increíble, pero pasa tal y como ella dice.
Una semana está sentando frente al museo, y la semana siguiente está saliendo de una librería con todos los libros de arte que esta poseía, le toma un mes leerlos todos, encerrado en su habitación olorosa a oleó, comiendo lo que la joven de apariencia masculina le trae en una taza rosa con flores verdes, que acaba derretida en un envase de vidrio y se convierte mas tarde en una escultura de un unicornio.
Es como ir a la universidad de nuevo, recolectando toda la información que puede sobre el tema que más le interesa, viviendo lento y pausado, tomándose su tiempo para saborear cada página, es un adicto a la lectura, eso lo ha sabido desde tiempo remotos, nada como consumir libros de química por cuatro años para darse cuenta de que no solo es bueno para hacer explotar cosas.
Descubre que leer es primordial en el arte, aunque no una exigencia, considerando que la mayoría de los pintores famosos era pintorescos analfabetas, valga la ironía de la frase.
Otra cosa que descubre es la cantidad admirable de pintores famosos a los que podría hacerse adictos, miles de ellos. Que miles, millones a los que podría hacerse adicto en una noche, descubriendo historias y desentramando misterios. Para él, el arte no era más que una representación de una mente al borde de la locura, en especial el arte abstracto como el de Picasso o Pollock, ahora, luego de noches interminables de lectura, descubre que el arte es mas que pintura sobre un lienzo.
Es química con el lienzo, es hacerle el amor a trazos a una hoja en blanco, es crear a tu alma gemela, representar tus miedos y deseos, o como vez la vida misma.
Y eso le gusta.
Le gusta tanto que acaba aquí.
- Es en serio, Daniel. Al menos deberías sonreír. - Kohno dice, sentándose a su lado, cruzándose de piernas mientras sus ojos oscuros van de aquí para allá en la habitación. La verdad, ella sabe que no hay motivo para sonreír.
La decoración sigue siendo el vano intento de elegancia que Fred le pone a museo cada vez que hay una presentación, guirnaldas que parecen navideñas colgadas en la entrada, un cartel de “Nueva presentación” de hace seis años, el estúpido Paté de pavo que sabe rancio pero que a toda esa gente refinada y selecta le gusta, el vino rosa con sabor a Colita.
Pese a la elegancia sesentera del Museo, este parece más bien un anuncio de remodelación, con placas de metal nuevas y mármol donde antes era madera, es una grotesca dramatización de una casa del misterio.
- Me sentiría mas halagado si pusieran toda mi mierda junto a los dinosaurios.
- Museo de ciencias. - Kohno dice, bufando una risa, mientras cruza las piernas, y sus ojos oscuros se pierden en la habitación. El museo de ciencias es nuevo, tiene diez años y simula ser una replica de bajo presupuesto, y aun así decente, del museo de ciencias de Nueva York. - no sé qué es lo que quieres, si de aquí vas más alto la gente solo empeorara.
- No quiero que mi arte sea admirado por una panda de zoquetes de Jersey. Además, los has visto… son como pequeños insectos que van a acabar quemándose con tanto talento… - señala el mientras ella solo lucha para no reírse demasiado alto. -… me merezco algo más.
- Te mereces nada, bobo.
- El Martini es el que me pone así. Solo… me gustaría conseguir a alguien al cual pudiera decir, wow, ese tío si que sabe de arte. - dice, dejando la copa en uno de los meseros demasiados viejos para el trabajo. - me gustaría poder decir eso.
- ¿Por qué no puede ser una mujer? - ella pregunta, haciéndose la ofendida, aunque la verdad ella misma es consciente de que no sabe de arte tanto como Daniel ahora, de que no tiene los mismos instintos del rubio.
- Porque será… - el replica, sin ganas, lamiéndose los labios secos y comenzando a caminar a la salida.
- Oh… ¡Oh! Bueno, en ese caso… si, tienes razón.
Ella se ríe, viéndolo avanzar por el pasillo, sin darse cuenta de que de verdad esta herido, y que bajo ese manto aun febril de ironía y sarcasmo, se encuentra un hombre que sufre por algo que nunca ha encontrado genuinamente, ni siquiera cuando ha buscado con tanta fiereza ese amor. Pero cuando el amor se busca, este mas profundo se esconde.
Brooklyn, Nueva York.
Febrero, 2011
Hablando de cualidades humanas, cuando se refiere a la vida de Steve McGarret el mundo no podía ser más diferente al que las personas comunes, con vidas comunes perciben. El, como poseedor del “Ojo de Dios”, ese capaz de percibir, entre otras cosas, la magnificencia de una obra de arte, debería de ser un humano con cualidades superiores. Pero no importa si naces con el Ojo de Dios, o con Las Manos de Dios, o lo que sea, todo depende del el entorno en el que desarrolles esas habilidades, y de ahí poder obtener tus “cualidades humanas”.
En términos de arte, su vida no está proporcionada. A donde quiera que vaya, deja trozos inconclusos de piezas muy valiosas para él, deja cavidades vacías, y aun así, deja sonrisas. Hace años que no aparece una sonrisa genuina en su rostro. Lo curioso de su historia, es que Steve nunca ha hecho mal a nadie, y de a que a él tampoco le han hecho daño, no directamente. El problema radica en que una de las cualidades humanas que posee Steve es su capacidad para no soportar el dolor el ajeno, una empatía que más de una vez le ha cortado un trozo de su vida y se lo ha quedado, no para atesorarlo, sino para derrocharlo en vanidades humanas.
A Steve le gustaría poder decir que el mismo posee una vanidad en especial, pero coleccionar cuadros de miles de dólares paso de ser una vanidad al ancla que lo aferra a la sanidad mental que el mismo siente que va perdiendo. Cuando le diagnosticaron ansiedad crónica, Steve sobrevivía a duras penas a base de taquitos de Taco Bell y con café de fresa con vainilla procesado en soya del Starbucks que quedaba debajo del edificio donde había vivido siete años de su vida. La psicóloga que se lo diagnostico también le leyó los informes médicos que le había pedido, le recordó que debía usar lentes y debía dejar la almohada para dormir, que debía hacer ejercicio, todo eso para poder sobrevivir un año más.
Por primera vez había alguien que se preocupaba por él, y oh, como de bien se sentía eso.
Catherine fue quizás la que le impulso adelante una vez su mente registro lo que sus padres le estaban haciendo, chupándole todo el dinero a él en vez de chupárselo entre ellos, ya que con el divorcio habían quedado en banca rota ambos, el negocio de su padre roto por la mitad, entre las manos de su nueva amante, una chica de unos veinte años de edad, de ojos oscuros y piel morena, algo exótico en Hawaii para un zoquete blanco como su padre, y en las manos de una mujer blanca incapaz de sumar con una calculadora, su madre.
El negocio de neumáticos se fue al carajo, y pronto hasta su hermana sufrió las consecuencias de tal derroche de dinero, sino hubiera sido por su dinero la familia se hubiera hundido. A veces el mismo Steve se preguntaba de donde había salido tanto dinero. Quizás tenía que ver con su cualidad humana menos notable, su paciencia y forma de ahorrar. Era capaz de decir que tenía al menos un millón de dólares en reserva, por no hablar de que su apartamento estaba valorado en setecientos millones, por todo el arte que entraba y salía de él.
Había vivido bien desde que el haber comprado un cuadro de Van Gogh, una replica. Cual fue su sorpresa cuando descubrió que en realidad era el original. Cielo estrellado sobre El Ródano. El museo de Nueva York se lo compro, impidiendo que cualquier otro museo se hiciera con el. Se había hecho rico a la edad de veinte años, y no había nada que le trajera mas satisfacción que saber que no había tenido que esforzarse por nada ese día.
Lo había visto como una señal también, y de inmediato su vida comenzó a relacionarse con el arte, compro imitaciones, se graduó en Especialista en Arte Abstracto e hizo varios diplomados en la universidad del arte de Nueva York, compro su apartamento en Brooklyn poco después y se acomodo como un rey, antes de que todo a su alrededor se volviera falso y de color negro. Fue como si el dinero que ahora reposaba en sus bolsillos y en su cuenta bancaria transformara a todos a su alrededor en perros de hocicos abiertos y rebosantes de saliva, esperando un bistec jugoso de dólares verdes.
Le mostro la verdadera cara de cada una de las personas a su alrededor, le valió dos divorcios y mas de diez noviazgos a la basura, le llevo a sentir desprecio por su propia familia, a sentirse huérfano por muchos años, a desconfiar de toda la gente que lo rodeaba…
- Tu ansiedad crónica parece estar empeorando ahora. - la voz de Catherine tiende a tener ese tono dulce que le sana poquito a poco, y aunque pensaría que ella seria la mujer perfecta para el, su ansiedad le impide siquiera poder coquetear o sentirse atraído por alguien.
- Se acerca Marzo, y debo hacer una fiesta en el Museo de Arte, eso va a costarme mucho dinero… - el suspira y se acomoda en el sillón de cuero, sintiendo como la cabeza le da vueltas.
Catherine posee su consultorio en casa, una oficina pintada de colores pasteles, adornada de encajes, con un viejo ventilador que da vueltas y que le pone nervioso, y que aunque este apagado le marea, porque imagina su movimiento circular.
- Steve. - parpadea, buscando sus lentes en el suelo antes de sentarse recto.
- Solo… me pone nervioso.
- Bueno, ahora tratamos tu ansiedad con las personas, la sesión siguiente la dedicaremos exclusivamente a tu temor con los ventiladores giratorios. - ella tomo notas en su libreta magenta, seguramente recordándose asimismo lo que debía hacer.
- Lo siento.
- Es mi trabajo arreglarte, ¿no? - hay una pequeña burla en su comentario, y el recuerda años atrás cuando le dijo lo mismo. - realmente no te preocupa el dinero, sino las caras de tus clientes, el inevitable trance de darles la bienvenida, de hablar en público. Deja de mirar el ventilador, Steve. - esta vez le regaño con firmeza, causando que su cabeza se inclinara y se fijara en el suelo. - seis minutos más, ¿esta bien?
El asintió rápidamente, cuando lo hizo sintió nauseas, y tuvo que detenerse a respirar hondo, se sentía débil, no había comido nada desde la noche anterior, un tarro entero de Pop-Tarts que se había comprado para el solo, debía mejorar su dieta, ya Cath se lo había dicho mil veces más una, y él no quería irritarla diciéndole que lo que cenaba desde hace una semana eran jodidas Pop-Tarts de frambuesa y banana.
-… así que para nuestra sesión te recomiendo que traigas una bolsa para el vomito. - parpadeo, mirando como ahora Catherine está de pie frente a él.
Rayos, se había alejado del mundo real de nuevo.
Cuando era niño el perderse en sus pensamientos era algo grandioso, podía hacer castillos y arte con solo perderse en ellos, ahora era algo molesto, ya que siempre se perdía en las conversaciones con los seres a su alrededor y se distraía fácilmente cada vez que miraba fijamente un cuadro.
- Debo ir a Jersey. - dijo, sintiéndose resignado a decir la verdad, a no poder resistirse a ese poder estúpido de sonsacadora de Catherine.
- No me lo habías dicho… - Catherine le puso una mano en el hombro y le acompaño a la puerta de la casa, -… ¿ya hiciste las maletas? - lo pregunta en un tono cuidadoso, la mano en su hombro apretando ligeramente. ¿Qué querrá decir con eso? No puede saberlo, esta muy cansado para pensar.
- Si, debo salir mañana, una presentación a la que le prometí asistir a un amigo. - se encoge de hombros y Catherine retira su mano, Steve a penas se detiene en el rellano de la puerta para decirle adiós antes de caminar a su auto, no dice adiós, no dice nada que indique que se va mas el hecho de que se aleje, ella sabe que el es así y no se muestra ofendida al verlo marchar con tanta prisa.
Cualquiera que le viera pensaría que es un psicópata, con las manos en el bolsillo hasta para cuando va a pagar la cuenta del supermercado, con sobretodos todo el maldito tiempo, aunque estén en verano, con sus lentes cuadrados que ocultan parcialmente sus ojos, o simplemente con la poca cantidad de palabras que puede salir de su boca.
Aun le sorprende como algunas mujeres lo consiguen irresistible y logran llevárselo a la cama, o llevárselo a cualquier lado. Siendo el tan estoico y tan poco sexy.
- Ser psicópata es el nuevo sexy, - le había dicho Catherine cuando se lo había planteado, dejándole aun mas confundido de lo que estaba antes.
Puede que el considerara que no tenia encanto, pero las demás personas veían a través de esa personalidad oscura y pensaban que era alguien misterioso con supremas cualidades humanas, no tan cálidas como para describirlas en una cena familiar, pero si para decirlas en la oscuridad de la habitación, seguramente en la mente de las mujeres, bajo las sabanas y con pieles ávidas frotándose.
Cuando llega a casa, lo primero que ve es el ticket de autobús que lo llevara a Jersey, colgado de la pizarra de corcho que instalo el verano pasado cuando se canso de tener que caminar hasta la cocina para admirar su agenda, la misma que se niega a cargar consigo, puesto que según Cath aumenta su ansiedad y es mala para sus problemas musculares.
Lo que Cath no puede ver no le duele, ¿cierto? Una lástima que semanalmente le visite en su apartamento para verificar que no se este fustigando con rutinas diarias dignas de un adolescente. Ella fue quien le sugirió la maquina de hacer ejercicio, la biblioteca en el cuarto y la ducha con hidromasaje. Dándole rutinas que cumplir para mantener su cuerpo y su mente sana.
- Sin mentalidad positiva no hay progreso, Steve. - algo dicho después de haberle dado a beber algo que parecía agua de alcantarilla. - si no crees que te curara solo es agua de alcantarilla, ¿sabes?
Jodido efecto placebo, el parecía ser el único humano en la tierra al que no le afectaba.
Ahora con el viaje a Jersey encima, toda su agenda se modificaba, lo de Jersey era una responsabilidad con una persona que esperaba, como todos, algo de el. Y que el, como bien cumplidor, asistiría por mera conveniencia.
“…ven a ver los nuevos artistas que he promocionado en mi museo…”, decía la carta de Fred Bostick, un agente de bienes raíces que se había metido al negocio del arte cuando en un arrebato de pasión fría su esposa se había quitado la vida, dejándole a el y a dos niñas hermosas solos en el mundo.
La vida de Fred Bostick le importaba un comino, y los artistas nuevos también. Estos últimos no sabían lo difícil que era triunfar en el mundo del arte en esta época, donde cualquiera que tomara un instrumento que coloreara podía ser el siguiente Da Vinci. En especial los neoyorquinos, quienes con su alma de ciudadano marcado por el 11/09 pintaban torres en fuego, ganando premios mas por la moda del momento que por lo que significaban, o los pueblerinos de ciudades como Newark, en Jersey, donde creían que por haber nacido en una granja les daba prioridad en los museos; una pena que los ricos y pudientes pensaran que si.
Si era sincero consigo mismo, no tenía la más minina razón para ir a Jersey, y cuando despertó al día siguiente se movió en automático, preparándose la ultima taza de café que tomaría en casa por los siguientes nueve días que se quedaría en Jersey. Dejo comida para los pájaros en la ventana, desconecto todos los electrodomésticos, le regalo a la vecina el resto de los Pop-Tarts y tomo su maleta, dirigiéndose a la calle atestada para buscar un taxi que lo llevara a su destino.
No espera que nada diferente le pase en ese intento de ciudad. Sinceramente, nunca espera que la gente cambie, y la gente nunca lo hace, no importa cuantos sitios visite, o con cuantas personalidades que dicen ser importantes se encuentre, la gente sigue igual.
Terminal Nacional de Nueva York, Nueva York, USA.
Febrero, 2011
- Te digo que es aquí. - Kohno no luciría tan perdida si su cabello no la delatara. Dicen que si una mujer miente tienes que ver el estado de su cabello, que eso será más sincero contigo que el movimiento de sus ojos. Aunque la verdad, los ojos de Kohno también lucían perdidos mientras miraban las señales del terminal. - Como putas funciona esto… - gruño por lo bajo dándole un codazo a Daniel para que se moviera del camino.
El viaje había sido idea de la morena, así que su vida ahora dependía de ella y su habilidad para descifrar mapas, a el le importaba lo mas mínimo llegar a su destino, una exhibición de Van Gogh que duraría solo esa semana en el prestigioso Museo de Arte de Nueva York.
Chin había venido con ellos, y se divertía de lo lindo viendo a su prima ir de aquí para allá, para el descanso de su cuerpo, estaban ambos sentados, esperando que ella les consiguiera un taxi.
- Recuérdame de nuevo porque decidí que esto era una buena idea, porque obviamente no lo es, no hay nada de divertido en estar sentado en un maldito terminal viendo como todos parecen tener idea de a donde moverse, mientras nosotros estamos sentados aquí como bolsas en el desierto esperando a que llueva… ¡Joder! - Gruño, recostándose del asiento, fue allí cuando reparo en su acompañante, un hombre con una maleta negra que parecía salido de una vieja película de mafiosos, a excepción del celular moderno que manejaba. Fue como si alguien le pusiera de pronto un calcetín en la boca, sencillamente las palabras dejaron de salir, y Chin lo noto de inmediato.
- ¿Qué? - pregunto disimuladamente, inclinándose hacia Daniel que solo le siseo para que se callara, mientras observaba disimuladamente al sujeto, era exactamente lo que buscaba físicamente en un hombre, estilo, elegancia, y esa nariz tan peculiar, lo que no se esperaba es que el sujeto se diera cuenta de su escrutinio tan rápido. Ojos oscuros fijándose en el, verdes, verde oscuro fijo en el sin un interés en particular.
- Hey, - era muchas cosas, y entre ellas un poco educado, no por nada venia de una buena familia. - ¿esperas un taxi también? - el sujeto no parecía de hacer buenas conversaciones, sin embargo eso no impidió que sintiera una punzada de ira cuando no le respondió al instante. - ¿De dónde eres?
- Déjalo.
- Oh, hablas, por un momento pensé que te habían cortado la lengua y no podías hablar, ¿sabes? Me hubiese sentido como un idiota si de verdad fuera así. - dijo, sintiendo como el labio le temblaba con ganas de pagar su frustración en el sexy extraño.
- Dijiste eso en voz alta… - Chin susurra a su oído, solo un segundo después Daniel entiende lo que ha hecho y sus ojos se fijan en los del “sexy extraño” que ahora le ve con una mueca de “dolor” en el rostro.
- Oh, lo siento, tío. - incomodo, se pone de pie, listo para huir al baño más cercano, pero la voz del sujeto le detiene.
- Voy a Jersey, - Daniel nunca ha sido bueno con las señales mezcladas, y su radar gay aun esta en pruebas, así que se gira lentamente, tratando de parecer un hombre maduro y heterosexual, se cruza de brazos, y luciría más imponente sino llevara una camisa de los Lakers y midiera 1,65.
- Uh, yo y mis amigos venimos de allí. - Chin asiente junto con Daniel, el sujeto parece más relajado ahora. Pero aun así su mirada es “asepsiosa”.
- ¿Qué les trae a Nueva York? - es una pregunta muy común en los terminales, Daniel lo sabe por experiencia, por eso no le extraña que el sujeto elija esa pregunta como una forma educada de tratarlos, pero de demostrarle que no le interesan en lo mas mínimo.
- Arte. Eso es lo que nos trae aquí. - replica sin dejar su pose defensiva.
- ¿arte? - no le gusta la forma en que lo dice, y porque rayos suena a la defensiva, no es como si de pronto hubiera insultado a su madre. ¿Pero quien se cree que es este sujeto?
- Sí, soy un pintor, de Jersey.
Ve algo parecido a una sonrisa de incredulidad en esos labios que se le antojan. Y luego la ultima llamada para el autobús a Jersey de las cuatro interrumpe lo que sea que el sujeto fuera a decir. Lo ve ponerse de pie y tomar su maleta, mirar a ambos lados antes de extender su mano hacia Daniel, quien la toma, dudoso de que sea lo correcto con ese sujeto extraño.
- Steve McGarret.
- Daniel Williams…
Se preguntara, en un futuro, si este encuentro de verdad habrá sido tan fugaz con lo recordara. Pero por ahora, le saca la lengua al sujeto tan pronto este le da espalda, y se siente mucho mejor consigo mismo, luego de admitir lo que es en realidad.
Un pintor, un pintor nada más y nada menos.
¿Qué tan genial es eso?
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