CONTRASTE
“Diferencia entre una forma de otra. Se da por color, forma, textura o tamaño.”
Newark, Nueva Jersey.
Febrero, 2013
¿Cuáles son las posibilidades?
Siendo sinceros, ¿Cuáles realmente son las posibilidades de conseguir una persona de Jersey, que sea pintor, con una actitud redneck en Nueva York, quince minutos antes de que parta tu autobús? ¿Cuáles son? La respuesta para Steve no es más que un misterio del cual aun le duele mucho la cabeza como para pensar en ello.
El estúpido hotel en el que se ha hospedado tiene un ventilador de aspas colgando del techo, de adorno, quieto y observador de cada movimiento que Steve hace, desde ir al baño hasta caminar por la habitación, viendo cada dos o tres segundos el maldito ventilador, que no gira, no gira, y aun así le intimidad de formas en las que ningún otro ser humano ha hecho nunca.
- Podrías haber visto la habitación por internet, - Freddie le dice cuando lo llama, al borde de un ataque de pánico, encerrado en el baño y sentado en la orilla de la bañera 2x1. - siempre lo haces, ¿Qué te distrajo? - suena distante, a veces piensa que debería de dejar de molestar a las personas que de verdad se preocupan por el, pero ni Cath ni Freddie se han molestado con el primera vez, supone que por eso no puede dejar las viejas costumbres detrás suyo, y seguir llamando, seguir alimentándose del amor que trasmiten sus voces.
- Cath. - responde como un autómata, meciéndose de adelante hacia atrás, las palmas de las manos sudándole copiosamente.
- Esa bebe, cuando no distrayéndote de lo importante.
- Aun puedo detectar la ironía, bastardo. - Freddie se carcajea, deleitándose con aun poder levantarle un poco el ánimo a Steve cuando está en esas. ¿Cómo olvidar a Freddie? El jefe forense del Museo de Nueva York, quien le ha salvado la vida incontables veces cuando necesita comerciar o elegir entre un zoquete rico y otro granjero.
Freddie Hart, especialista en momias, y todo lo que tenga partes humanas prehistóricas en ello. Un rubio alto fortachón que no tiene pinta de trabajar en un museo, del cual Steve no se fio tan pronto lo conoció, pese a que Freddie tenía una sonrisa de lo más fácil, y una cualidad humana concernida con las relaciones personales humanas, capaz de entablar conversación hasta con el mas cerrado hijo de puta, como el.
No son amigos, no se llamarían así, son colegas que hablan de cosas jodidamente personales, como las sesiones con Catherine o las peleas con su esposa, o su fobia a los ventiladores de aspas.
- Alquila otra habitación. - le dice, suspirando. - tengo que volver al trabajo, pero por favor, no te martirices, solo cambia la habitación o el hotel, de ser posible. - le sugiere, y Steve ve una última vez el ventilador antes de tomar su maleta y salir con el estomago revuelto de ese lugar.
Se encuentra con Bostick en la red central de autobuses cerca del museo, es un hombre bajo con bigote típico para su edad, de manos calientes que le saluda con efusividad.
- Me alegra mucho, no tiene idea de cuánto que este aquí… - debería halagarle que la gente le salude de esa forma, como si de verdad importara lo que él fuera, o quien fuera, pero es una reputación lo que ven, no a un ser real de carne y hueso que siente como ellos, que aprecia el arte y que se obsesiona con ello, ellos solo ven una chequera, una firma complicada, movimientos meditados, olor a perfume costoso y zapatos italianos que demuestran elegancia.
Bostick es todo lo contrario, es un redneck rico, que huele a campo y madera bajo todo ese Cologne, con zapatos texanos, y traje de algún diseñador americano. Es un estadounidense digno, un hombre de Jersey, sin todo el glamor de la TV, pero inventándolo a su propio estilo.
- Me asombra que haya llegado tan rápido. - sonríe y le aprieta la mano fuerte, firme, Steve devuelve el gesto por fin, y se separa, incomodo, usado, con nauseas. Es un compromiso el cual no quería., pero es arte, es Van Gogh, poco tiene que decir contra eso.
- Espero que su Museo no tenga ya esos odiosos ventiladores de aspa. - la sola mención le da un escalofrió que pasa desapercibido para su acompañante que solo ríe, como si fuera un maldito chiste lo que dice Steve con tanta dificultad, hubo una época en la que su ansiedad crónica redirigía su estrés hacia la ira y lo hacía querer quebrar cosas, el sujeto debería estar agradecido de que ya no sea así.
Por fortuna, no hay ventiladores de aspa, ni uno solo, solo un cómodo aire acondicionado que apenas se siente, con paredes insonorizadas y un sistema de organización bastante decente, debe reconocer que el museo ha mejorado mucho en comparación a su estado la última vez que lo visito.
- ¿Quién es Daniel Williams? - la pregunta se escapa de sus labios sin su permiso. Es más como un eructo, brota de su garganta como insulto, sorprendiendo a Bostick que de inmediato abre grande los ojos mientras gira sobre sus talones.
- Oh, el es… nadie realmente.
Steve frunce el ceño, piensa en las maneras de sacar información de un cadáver que tiene Freddie, y luego descarta la idea, centrándose en observar la colección que estará en exhibición los siguientes nueve días.
Nueva York, NY.
Febrero, 2013
Daniel pensó que el Museo seria… diferente.
No esperaba el cartel de bienvenida tampoco, “He querido dedicarme conscientemente a expresar la idea de que esa gente que, bajo la lámpara, come sus patatas con las manos que meten en el plato, ha trabajado también la tierra, y que mi cuadro exalta, pues, el trabajo manual y el alimento que ellos mismos se han ganado tan honestamente.(...)”, sintió una punzada de admiración consigo mismo cuando recito el dialogo sin terminarlo, una de las frases más significativas de Van Gogh sobre el cuadro de las patatas.
Sabía todo sobre Van Gogh, sabia absolutamente todo sobre él, por lo que no era de extrañar que hubiera hecho de todo para venir aquí y traer a sus amigos, para enseñarles la belleza de tal pintor postimpresionista, quien había hecho más de 900 cuadros, cifra que seguía sorprendiéndolo, a el que en siete años llevaba una colección de apenas cien cuadros. Muchos de ellos imitaciones del estilo curvo de Van Gogh. Sus azules, su pintura casi de acuarela, demasiado diluida para semejarse al estilo de Daniel, pero lo suficientemente viva como para hacerlo.
Se sentía en casa rodeado de tal tributo a ese gigante que aun después de tantos años seguía robándole el corazón con sus pinturas, haciéndole sentir esa paz de la que tanto hablaba su psicóloga, a la cual había dejado de ver en el momento en el que había descubierto una forma de curarse de toda esa ansiedad post divorcio.
- Es como si fuera tu paraíso personal. Casi me siento violada al entrar aquí. - bromeo Kohno, palmeándole el hombro cuando paso a su lado, admirando pinturas como si fueran barajitas de colección, mirando entre las esculturas en honor al pintor y leyendo membretes iluminados.
Tenía razón, el lugar era increíble, y difícil de tragar, en especial cuando todo se venía encima de golpe, sobrecargando la mente de Williams. El Cielo Estrellado llamo su atención, siempre lo hacía, pero lo que de verdad robo su ojo fue la inscripción debajo, “Donada caritativamente por S. McGarret”.
Bufo, como un gato.
No podía ser, ¿Cuáles eran las posibilidades de que “S. McGarret” fuera ese Steve McGarret del terminal? Ninguna, exacto. Asintió feliz con su conclusión y se dedico a admirar la pintura, ignorando a sus amigos que pese a la admiración por el trabajo de Daniel, no tenían ningún Ojo de Dios.
Newark, Nueva Jersey.
Febrero, 2013
La nueva habitación del hotel tiene un cómodo aire acondicionado que no hace ruido y que le deja dormir por las noches, una lástima que lo que ahora no le deje dormir sea la estúpida locura de que tiene que pasar al menos dos días en una ciudad en la que no desea estar.
No está nada lejos de Nueva York, apenas a unas tres horas, y podría irse en cualquier momento, pero el sentido de responsabilidad es el que lo ata a esa ciudad.
Se levanta esa mañana, pensando en lo que va a desayunar y encuentra que sus pensamientos se interrumpen con el agua fría de la ducha y del lavamanos, y el mal funcionamiento, único en su habitación, del agua caliente. No debería maldecir, pero lo hace, colocando su rostro entre sus manos y contando a cien con una velocidad espeluznante.
Con una sensación de zozobra en el estomago, sale del hotel y desayuna en un grasiento lugar, sus ojos girándose al ventilador de aspas encima del mostrador, que no se mueve, no gira, y aun así le aterra.
Había un pintor de acuarelas que solo pintaba ventiladores de aspas, para Steve, fue un descaro cuando el sujeto pidió una entrevista con él; cuando llego a Tennessee a ver las pinturas, se consiguió con un uso de las acuarelas delicado, refinado, y cálido. Seguramente el mejor que haya visto en sus años de apreciador del arte, pero claro, nunca más volvió a ver al sujeto, al menos hasta que uno de sus tan nombrados rivales le consiguió un contrato con el Museo de Boston.
Cath llama cuando el está frente al museo de Newark, sus ojos entornados mientras observa la figura de piedra humeante, los bomberos por todas partes, Bostick corriendo y llorando al mismo tiempo, tirando de sus cabellos, siente, que el mundo se le va a caer, porque deberá subirse antes de tiempo a esos autobuses apestosos, se siente mareado y contesta, distraído en sus pensamientos autodestructivos.
- McGarret.
- ¿Steve? Suenas extraño, ¿estás bien? - dijo la psicóloga, voz preocupada en su oído.
- El museo se acaba de incendiar.
- ¿Qué?
Si, exactamente lo que la mente de Steve sigue repitiéndose mientras su ceño se va frunciendo un poco más, cuando Bostick le divisa hay tanta tragedia en sus ojos que si pudiera sentir pena por alguien más lo haría, al menos en esos momentos. El sujeto se le acerca y el cuelga sin despedirse, atento a la información, quedarse más tiempo en esa ciudad. Bien podría regresar a Nueva York, pero evitara el terminal de autobuses a toda costa.
Cath le dice que haga turismo, que compre pasteles y se atiborre de azúcar, el solo piensa en que si la obedece agarra un dolor de estomago tan fuerte que no podrá con su espalda por un mes. Sus atiborrones de azúcar suelen ser así de violentos, no la come en todo el año para en una noche arrasar con lo que se considera la tienda de caramelos de Santa.
Esa misma tarde se sienta en un banco de la plaza, con su bandeja de correo llena en su celular, y una libreta en blanco en sus piernas, una plumilla de doscientos dólares en la mano y los ojos fijos en ningún lado, intenta bocetear algo decente, pero termina haciendo una lista de lugares a los que ir.
Muy lejos de allí, sin que pueda saberlo, Daniel Williams recibe una llamada de lo más curiosa.
- ¿Daniel Williams?
- El mismo. - replica Daniel, son las nueve de la noche, esta sentado frente a una maquina de videojuegos que tienen en el lobby del hotel, con una bolsa de papas fritas en el regazo, la boca llena y las manos ocupadas.
- Es Bostick.
De repente, deja de masticar, la bilis le sube hasta la garganta con un retorcijo acido de papas fritas, helado y leche con cereales de maíz. Bostick, como es eso posible. ¿En que mundo eso seria posible? ¿Por qué llamarle a el cuando puede joderle la vida a Kohno todo lo que quiera?
- ¿Cuál Bostick?
- ¿¡Como que…!? - el sujeto hace un sonido de rabia contenida que le hace reír en silencio, disfrutando de cómo el tío parece realmente enfadado con el, al menos no ha perdido el toque en hacer enfadar a la gente que no le agrada para nada. Es como un don. - ¡Es Bostick! Del museo de Newark, el que fue caritativo y te dejo exponer tus excepcionales pinturas.
- Oh, ese Bostick, si, lo siento, he conocido tanta gente en Nueva York que ya pierdo la cuenta de los nombres. - suena altanero, el sabor salado de las papas en sus labios cuando los lame con prepotencia que no ha usado en mucho tiempo. - así que, ¿Cómo has estado Freddy? ¿Newark sigue tan aburrida como siempre? Ya casi me olvido de su aburrimiento, aquí en Nueva York siempre hay algo que hacer, visitar museos, conocer gente que si sabe de arte, esas cosas, es bastante genial. - aun sabe cómo sacarle canas a las personas, y vaya que lo está haciendo con Bostick, haciéndole ver que el no fue más que un aburrido paseo, aunque de verdad no haya venido a Nueva York con la intención de vender su arte, no piensa que sea bueno después de todo.
Escucha como el hombre respira hondo, como inhala y exhala, todo tan rápido que parece que le está dando un ataque cardiaco. Si el sujeto hubiera sido amable con él, quizás lo habría tomado en cuenta, pero todo lo que Fred Bostick quiere hacer en la vida, es dinero.
- No sabía que aspiraba tan alto. - dice, palabras lentas, furia comedida. - ¿ya aspira a los museos de Nueva York?
- No aspiro a nada, ellos llamaron. - miente, no debería hacerlo, pero la forma en la que el sujeto lo dice, como si no fuera capaz de hacerlo, como si quisiera quedarse toda la vida en Newark, joder, que no sabe porque la eligió, debió venirse directo a Nueva York y morirse de una sobredosis o lo que sea.
- Oh, ya veo.
- ¿Por qué llama a estas horas de la noche? - le espeta, apretando el celular con rabia entre las manos, reconoce ese tono en la voz de su padre, de su madre, de sus hermanos, de el mismo, y no le gusta como suena.
- Quería ofrecerle un espacio en el museo, desafortunadamente, sufrimos un incendio y perdimos obras valiosas de artistas que homenajeaban a Vincent Van Gogh, y como usted está en nuestra lista de emergencia, pues le llamaba para invitarle a realizar otra exposición en el museo, pero, por supuesto, es un sujeto tan ocupado que estoy seguro no tendrá tiempo.
Para ser un sujeto con problemas es bastante odioso.
- Lo tomare, todo sea por Van Gogh. - solo para dejarlo claro.
- Bien.
Museo de Newark, NJ
Febrero. 2013
Estando en el Museo, Steve recibe una terrible noticia, una noticia que le duele en el alma, y se ve forzado a meterse en la ducha fría. Con la cabeza apoyada en las baldosas heladas y los ojos cerrados. Muchas pinturas se quemaron, las de cera derretidas, las de Oleo las primeras en encenderse, las acuarelas esparcidas en cenizas por su ligero material, los marcos chamuscados, toda la región norte del museo encendida por un cigarrillo.
- Que desperdicio.
Lo increíble es que eso es lo que lo impulsa a aparecerse en el museo esa tarde, ayudar a consolar a los artistas, a los que le ofrece un trato caritativo de exposición en la Feria de Nuevos Pinturas en Nueva York, limpia marcos ennegrecidos, valora daños, le saca mucho dinero a Bostick en pro de los artistas, actuando como un abogado experto en Obras de Arte, ayudando donde puede poner las manos, seguro de que esto es mejor que visitar el puerto o comer pasteles en la pastelería Carlo.
- Estoy sorprendido. - Bostick suena así cuando, sin aliento, se acerca a Steve, que acaba de terminar una conversación y hace las anotaciones pertinentes en su agenda, su bolígrafo de doscientos dólares cepillando la hoja con fuerte, con su letra desgarbada, nada elegante, garabatos solo legibles para sus expertos ojos, acostumbrados a su poca clase, que le permite escribir con rapidez.
- ¿De qué, señor Bostick? - los ojos apenas se levantan a ver al sujeto frente a él, que ahora entorna los ojos.
- De usted. Pensé que no le importaba la obra. - susurra, metiendo un dedo entre su corbata y aflojándola, el calor es insoportable.
En el incendio, los cables que conectaban los interruptores, tanto de la luz como del aire acondicionado, están totalmente chamuscados, y siendo reemplazados con inmediatez para que estén listos para la feria del sábado, por lo que el calor en el lugar es insoportable, pese a que están en mitad de febrero en Newark. Quizás es un recuerdo del incendio que hubo el día anterior.
- Me importan los cuadros que se perdieron por negligencia. En especial cuando el tema es Van Gogh, quien merece un reconocimiento mucho mejor que esto… en especial en su semana. - murmuro, tan bajo que el sujeto no le escucho, acercándose para hacerlo, pero Steve lo evito, comenzando a caminar, guardando su agenda en su gabardina azul, sus ojos fijándose en los destrozos en el museo y en las pocas pinturas intactas.
Un milagro verdadero que algo se hubiera salvado.
Una pena enorme lo embargo cuando se acerco a una chiquilla de no mas de doce años que se abrazaba a su madre, el se arrodillo frente a ella, los ojos azules enfrentándose a unos ojos grises decorados en rojo.
- Hey, pequeña. - saludo con voz suave, observando como la niña, tirada en el suelo le miraba. - debes ser Sandy, ¿cierto? - ella asintió, viendo a su madre y luego a Steve.
- Soy Steve McGarret, y trabajo para el museo de Nueva York.
Newark, NJ
Febrero, 2013
Regresar a Newark les toma dos horas y media, el trafico para salir de Nueva York es terrible, y la verdad es que caminar hasta el apartamento no es nada bonito, puesto que no consiguen un taxi, por mas que peleen con conductores desmedidos, el trafico esta estancando en el centro, y deben caminar quince cuadras hasta llegar por fin a casa, cansados, destruidos, con ganas de dormir hasta el año siguiente.
Se deciden a dormir, y a ocuparse del resto la semana siguiente, o al menos eso se dicen antes de caer sobre sus respectivas camas, Daniel ni siquiera sintiendo deseos de cambiarse de ropas, solo dejándose caer en la cama y soñando con cielos azules estrellados, y torres dobladas, y de ojos que le observan hasta el alma, haciéndole sentir excepcional.
A la mañana siguiente, Daniel se despierta de golpe, tarda en reconocer la vieja habitación oscura, llena del olor penetrante de la pintura de caucho en la que ha estado trabajando, algo picante a los ojos. La lengua la tiene pastosa y le cuesta cepillarse porque la mandíbula se le ha quedado fuera de lugar. Culpa a Nueva York por todos sus problemas esa mañana.
Cuando esta humano de nuevo, se prepara un desayuno simple, apartando pinturas que cocina para crear una mejor mezcla de color, y cánulas con sustancias radioactivas, según Kohno. Cuando logra desocupar la cocina, se dirige a la nevera, consiguiendo tarros llenos de acuarelas congeladas, creadas por el mismo. Frunce el ceño, lo único comestible en esa nevera era un sándwich de jamón, al que le ha caído un tarro de pigmento rojo.
Le duele el estomago.
Aun le quedan 50 dólares en la cartera, por lo que compra un pastelillo y un café, doce dólares, 38 para gastar y una semana para que logre conseguir algo de dinero del banco. Cuando esta regresando al apartamento, caminando por la calle estrecha en bermudas y en una camiseta con el Demonio de Jersey en ella, solo lleva sandalias y siente algo de frio. Recuerda su compromiso con el museo, y le da pereza ir, pero se decide a hacerlo después de desayunar, llevando una lista de sus cuadros.
El Museo esta cerrado pero el auto de Bostick está en el estacionamiento, así que se acerca a la puerta trasera, entrando con permiso del guardia de seguridad. Bostick esta adentro, sentando detrás de su escritorio con un Veermer renovado en sus manos, seguramente el cuadro más caro que ha tenido.
- Bostick.
- Daniel Williams, bienvenido de vuelta a Jersey. - dijo con una sonrisita nerviosa, sus manos acariciando el marco con dedos débiles. - listo para dejar en mis manos…
- No, la verdad solo te traía la lista de los cuadros que expondré, no soy tan idiota como para confiar en alguien que la jodio una vez…
- Daniel se encoge de hombros y tira la lista en la mesa. - nunca me gusto este museo, tu lista de invitados no es nada… bueno, digamos que aunque no sea el mejor ni por asomo, tus fiestas apestan. - es tan sincero cuando lo dice, sus ojos fijos en el sujeto sentado, ni siquiera nota al hombre detrás suyo, apoyado contra la pared, con los anteojos sobre su nariz.
- ¿D-Disculpa?
- Si, lo que escuchaste, no me agradas, debí haber presentado mis primeros cuadros en chinatown antes que aquí… ese lugar es más elegante que esto. Pero voy a hacer esto por Van Gogh, Nueva York me enseño cosas, cosas que tu nunca tendrás.
Nueva York fue cuatro viajes al museo y siete bares en una noche, además de una habitación de hotel estrecha y el olor a café, cerveza y sexo del baño del terminal. Mas que un viaje sobre el descubrimiento personal, pero un pastelillo hace posible que cualquiera termine sacando todo lo que se tiene dentro, mas cuando es de moras con queso crema.
También, mentir es bueno.
Bostick boquea como un pez, Daniel sonríe, satisfecho.
Museo de Newark, NJ.
Febrero, 2013
En la noche del evento, nieva, tornando las calles blancas y resbaladizas, peligrosas a decir verdad. Sale del apartamento con Kohno del brazo, ambos envueltos en abrigos, ella con una bufanda blanca que contrata perfecta con su tez morena, autóctona de Hawaii. Hablan poco en su camino al Museo, sintiendo como los dedos se le congelan dentro de los guantes de lana. Chin se ha ido a la tienda de antigüedades del resto de su familia, y ha decidido no acompañarlos, de cualquier forma, sus obras de arte estarán expuestas por el resto de esta y la semana siguiente.
El museo está completamente brillante e iluminado, la decoración es bastante sencilla, pero hermosa, con fondos azules y naranjas, los favoritos de Daniel, una hermosa combinación de luz y oscuridad en algunas esquinas, con bombillos fríos alumbrando cada cuadro.
En la primera fila un niño de unos siete años habla con un grupo de personas que escuchan atentas, cuadros hechos a base de acuarela, mas adelante están los suyos, para nada malos, pero no los mejores, una vez más, con el pensamiento se le ponen las mejillas rojas, o quizás sea producto del helado clima, que adentro se siente cálido.
- Bueno, te dejo aquí, voy a dar un vistazo. - Kohno se despide con un movimiento de su mano, y se va dando saltos entre la gente, sus ojos brillando de emoción.
Queda a merced de los turistas, que preguntan, y preguntan, y el trata por todos los medios defenderse, con las manos temblorosas y congeladas, los ojos pasando por caras desconocidas que a medida que pasa la noche se van haciendo mas y mas borrosas, habla tanto y bebe tan poco que ya a los últimos solo les sonríe, frotándose los ojos, cansado.
Los ojos se le pierden entre la gente cuando Kohno aparece con un batido de algo y se lo da, empujándolo a caminar por el resto de la galería, hay mucha más gente que la primera vez que expuso algo, y es gente de todas las edades, enclaustrada en largos abrigos que los resguardan del frio.
- Ve, conoce. - escucha que Kohno dice, en algún lugar muy lejano tras él.
Se ha quedado prendado perdido de una espalda que hubiese olvidado de no haber sido porque causo una impresión en el. El azul de esos ojos, ya no escondidos detrás de ningún cristal, ahora le ven conociéndole entre una multitud amplia, viéndole a él, entre todas las personas, haciéndole desear no haber escogido ese camino, pero cuales son las probabilidades de evadir a un sujeto tan alto como él, con lentes cuadrados de cristal transparente sobre la cabeza, una camisa apretada que deja a la vista tatuajes que no vio la primera vez, pantalones jeans, un aire demasiado preocupado para alguien que parecía haber tenido una estaca en el culo la primera vez que le vio.
“No mires, Daniel.” Se dice, bajando la mirada a sus pies, el batido congelándole los dedos. “No mires, pretende que no lo viste, escóndete, huye…”
- Daniel Williams.
“Mierda.”
- H-Hola. - “Doble mierda…” - ¿también viniste a ver la exposición?
- Si, es bastante bonita… no me lo esperaba. - se encoge de hombros. - ¿pensé que estabas en Nueva York?
- Pensaste mal. Soy un expositor. - no puede decir nada mas, sintiendo un extraño escalofrió recorriéndole la espalda mientras ve como el sujeto tiene músculos mas grandes que los suyos. - solo un expositor.
- ¿En serio? Que coincidencia, yo trabajo para el museo de Nueva York. - los ojos de Daniel suben de inmediato, enfrentándose a los azules que ahora están ocultos de nuevo tras la capa cristalina de los lentes que con el reflejo de la luz no dejan verlos. - ¿Sorprendido?
- ¿Te estás burlando de mi?
- No realmente, - Steve, ¿era Steve, no?, le toma del brazo, fuerte, firme, con dedos que nunca ha sentido antes y que a través de la ropa les quema, sus ojos se encuentran momentáneamente, antes de que palabras broten de la boca del sujeto. - vamos a tu exposición.
- ¿Por qué? ¿Tengo cara de estúpido?
Steve sonríe, sonríe y luego ríe, meneando la cabeza.
- Seguramente eres el único redneck que me ha dicho eso. No deberías decir algo como: “¡Wow!, ¿en serio?” - no sabe bien porque, pero el alto solo pudo imitar una voz chillona que le hizo rodar los ojos.
- Me da curiosidad, ¿Por qué aquí y no en Nueva York? La exposición allá era mucho más…
- Cualquier exposición de Van Gogh es importante.
- Ahora, ¿Por qué pensarías eso? ¿Eres un…?
Se detuvo, porque McGarret lo hizo frente a él, enfrentado sus cuerpos. Le mareo como de rápido se movió, como sus ojos se encontraron bajo la luz fría de una de las bombillas sobre ellos, como un muérdago hecho de luz, el solo pensamiento le hizo sonrojarse.
- Yo magnifico a Van Gogh. Magnifico su legado. No entiendo que puedas entender eso. - lo dijo con tanta pasión, y a través de dientes apretados, que pareciera que se hubiera enfadado con el por semejante tontería.
- Iba a decir un coleccionista, no hay porque enfadarse, en serio, ¿en que estas? ¿Drogas, alcohol o es que te vuelas rápido con champan? - se burlo, dándole una palmada en el hombro. - cálmate, hombre, no iba a insultar al sujeto, no cuando he hecho cuadros en su honor, buscando aprender de él haciendo arte nueva… no simplemente imitando sus cuadros. - tenía un punto, y supo que Steve lo noto, calmando su expresión enfadad de antes. - ¿ves? Soy de los buenos, además, no estás solo, toda esta gente admira al pintor, quizás no mas de lo que tu lo hagas... pero todos hemos pasado por los mismo párrafos de libros, todos hemos admirado la fortaleza de su arte, su entereza, sus ganas de pintar…
- Lo sé, las texturas lo son todo, ¿cierto? - le corta, y ve como la sonrisa en Daniel se ensancha.
- Bueno, sus texturas eran geniales y lograba efectos con la pintura que nadie en su época pudo evocar. Pero lo mejor… lo que me hizo enamorarme de él, fue la facilidad con la que cambiaba de sentir.
La voz de Daniel desapareció, se desvaneció en los labios ajenos. Sus ojos se abrieron grande, las manos se le pasmaron a los lados del cuerpo, el batido que aun sostenía derramándose entre sus dedos, por un momento se asusto de que estuviera alucinando, pero no, el borroso rostro, demasiado cerca, era real, los labios sobre los suyos, eran jodidamente reales, el beso, inminente.
Espera, ¿Qué?
Se separo bruscamente, sus ojos buscando los ojos del sujeto que ahora tenía la boca entreabierta, una mirada de terror en sus ojos azules, oscurecidos con algo de lujuria que se va desvaneciendo.
- Eso… bueno… wow… - Daniel rio nerviosamente, antes de huir sin dirección definida.
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