Despiertas todo en mi- Bailemos- Amanda/Gabriel

Aug 05, 2011 03:31

Fandom: Original- Bailemos
Personajes: Amanda. Gabriel.
Parejas: El fantasma del Amanda/Gabriel jodiéndonos la vida. Un ligerísimo Amanda/Luz por ahí.
Tabla: 30 frases
Tema: #026. Despiertas todo en mi.
Extensión: 1361 palabras- quehace un total de 3499 para el quinesob .
Notas: Si sabes algo de lo que ha sido mi vida en estos últimos cuatro años, seguramente sabes por qué estoy escribiendo esto. Si no sabes el por qué... afortunado de ti.
Advertencias: Ninguna.

Hay cosas que no cambian nunca, por mucho que pasen los años.

Para Amanda, Gabriel es- y siempre será- una de esas cosas.

No es todo igual, por supuesto; no hay forma posible en que todo fuese igual, porque si hay un concepto íntimamente relacionado con el de paso del tiempo, es el de cambio.

A grandes rasgos, como primer pantallazo para quien lo mirase de fuera, todo es distinto, no sólo a cómo solía ser, si no también a como ellos lo hubieran proyectado en su tiempo libre en un pasado.

Gabriel tiene veinticuatro años, está sin pareja por primera vez en su vida por un período más largo que dos meses y está teniendo su primera crisis de identidad vocacional a dos cuatrimestres de recibirse de licenciado en biología.

Amanda tiene veintidós años, por primera vez desde que comenzó su carrera siente un amor incondicional por lo que está estudiando, y está comenzando a estar verdaderamente en términos con su sexualidad.

Gabriel se escapa de sus clases de ecología ambiental para poder asesorar en el taller de tango de la facultad.

Amanda suele escuchar La Chicana y mordisquear un lápiz mientras lee a Calderón de la Barca.

A Gabriel, como siempre, el baile le consume, le absorbe, le domina.

A Amanda, como siempre, el baile la reconforta, la libera, la bendice.

Gabriel llega a la milonga con dos amigos, porque nunca, nunca, ha aprendido a estar verdaderamente solo.

Amanda llega con Luz; no se tocan y apenas se hablan, pero cuando termina la noche, se van también juntas y nadie dice nada pero todos saben (o creen que saben, e imaginan al resto).

Gabriel baila con las chicas de siempre, con sus amigas, con aquellas extrañas a las que agarra mirándolo fijo durante un tiempo más largo que el prudencial. Se para, encantador, les tiende la mano y las invita a bailar y ninguna le dice que no. Ninguna nunca le dice que no.

Amanda se sienta en un rincón, charla, sonríe, disfruta de esa ligera sensación de volver al hogar que le da el estar rodeada de esa gente. Cuando alguno de los chicos la invita a bailar, nunca dice que no, y sonríe tanto que el hombre siente que le está haciendo un favor. Amanda también lo siente.

Gabriel no ha estado sin bailar un solo día en los últimos seis meses. Siente que solo respira realmente cuando baila, siente que si no baila se le entumecen los músculos, se le agria el carácter, se le entristece la vida. Siente que si no baila lo demás no tiene sentido y, de todas formas, cuanto más baila, menos sentido tiene todo lo demás.

Amanda no baila desde hace cuatro meses. Siente que le hace muchísima falta, que lo necesita para despejar la mente y alivianar esa tristeza que la ataca cuando está sola en casa, especialmente si llueve. Sin embargo, siente que hay tantas otras cosas que son prioritarias, y toma sus decisiones y no se arrepiente.

Gabriel siente que la necesita, porque siempre fue su mejor amiga, y pocas personas lo entienden tanto como ella.

Amanda siente que no lo necesita, ya no, después de años de una co-dependencia que la destruía por dentro, pero eso no implica que no lo extrañe.

Gabriel no le dice nada, pero le extiende la mano y le sonríe. Siempre es él quien las invita a bailar.

Amanda le sonríe de vuelta y le toma la mano. Siempre siente que le están haciendo un favor.

El momento de abrazarse para el primer tango es tenso, incómodo. Los cuerpos de los dos conocen la forma y el gusto del del otro. Conocen los tiempos, conocen los ritmos, conocen las pausas y los silencios. Los cuerpos se conocen, se extrañan, se compenetran. Las mentes se rehuyen, se avergüenzan, se extrañan.

Hablan durante el primer tema. Lo clásico, lo trivial, lo esperable: no han roto relaciones, no podrían, pero las cosas ya nunca podrán volver a ser lo que eran. Amanda no tiene demasiado que contar; Gabriel sí, pero se lo calla.

Gabriel admite que está triste; Amanda no lo está, pero si lo estuviera, no lo admitiría jamás.

Callan durante el segundo tema.

Gabriel revive la satisfacción del encuentro, el placer de ese cuerpo menudo y dócil que responde a sus manos y a su cuerpo como un instrumento musical. Se deleita en el placer de alguien que lo entiende, que lo conoce, que lo sigue y lo desafía. Se deleita en el placer de la curva de esa cintura que conoce tan bien como la palma de su mano.

Callan durante el tercer tema.

Amanda se refugia en su hombro y en su olor que conoce tan bien, y en los recuerdos que ama y detesta a partes iguales. Se siente torpe, siente que la falta de práctica le ha hecho perder la gracia, la elegancia, los movimientos limpios. Pero en lo esencial, en lo que ha sido siempre el núcleo de su talento y de su conexión con él, nada ha cambiado: aún lo entiende con facilidad, aún conoce sus gustos y predice sus movimientos, acompaña sus pausas, potencia sus virtudes, oculta sus defectos, complementa sus silencios. Él aún la hace sentir cálida y cómoda entre sus brazos, sin presiones. Aún la hace sentir que son un lugar- ellos dos- y un momento- ellos dos- hechos solo para el placer.

Callan durante el cuarto tema.

Gabriel nunca la había querido tanto como en ese momento.

Amanda nunca antes se había dado cuenta de lo mucho que se querían, y de lo mal que se hacían.

Cuando termina la tanda, Gabriel la besa en la curva del cuello, y es un gesto completamente desprovisto de malicia o segundas intenciones, pero Amanda se estremece de todos modos. La alza un poco en brazos, porque es tan ligera como el día en el que la conoció, hace casi ocho años y le susurra al oído Que feliz que me hace esto.

Amanda no pregunta si se refiere a ella en general, a tenerla en sus brazos, a bailar con ella o a bailar porque si.

No quiere saberlo.

Asiente con la cabeza y no toma la mano que él le ofrece para regresar a la mesa que comparten con sus amigos. Quiere encerrase en el baño a llorar, porque pasan los años y ese hombre aún sigue teniendo una influencia tan poderosa en su vida que la asusta. Ha crecido, es verdad, y ahora es por primera vez consciente de esa influencia, pero se pregunta si alguna vez crecerá lo suficiente como para que deje de afectarle.

Tiene sus serias dudas.

Quiere encerrarse en el baño a llorar, no de tristeza, si no de impotencia y porque es demasiado, pero Luz clava en ella sus intensos ojos oscuros, y Amanda le sonríe, porque es la única manera que conoce de hacerle entender que, pase lo que pase, no se va a dejar quebrar.

Luz no le sonríe de vuelta, porque no le cree nada.

(Porque, en el fondo, sabe que Amanda ya está quebrada).

Amanda tampoco se lo cree.

(Porque ella también lo sabe).

Porque sabe cuál es la solución, la única y verdadera solución, pero sacarlo por completo de su vida es algo que no está en consideración; nunca estuvo en consideración. No importa cuánto duela él simplemente siendo él: la ausencia de él sería mil veces más dolorosa.

No importa que se vean una vez cada varios meses, que sus encuentros siempre sean agridulces y que a Amanda no la abandone nunca por completo la sensación de impotencia y de deseo frustrado, porque no es solo un amargo podría haber sido, pero no es lo que le provoca esas sensaciones.

Es sobre todo un es, pero no lo suficiente. Nunca lo suficiente.

Y Amanda sonríe, y se traga las lágrimas y se clava las uñas en las palmas de la mano, y se dice que mientras llene los demás aspectos de su vida con dicha y cordura (su carrera bendita, el trabajo que adora, la liberación del arte, Nicolás, Luz), puede permitirse el placer culpable y agridulce de Gabriel en su vida.

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