Olímpicos: Capítulo 8, parte final

Jun 24, 2012 01:22




CAPÍTULO 8, parte final
Apenas Atenea salió del reservado, Licaón levantó la cabeza e irguió el cuerpo. Ella hacía como que se acomodaba la ropa y el cabello. Se veía sonrojada, algo sudorosa y con una expresión relajada en el rostro. Licaón pudo sentir un poco de su esencia real por la intensificación del olor, aunque también vaguedad mental por el hechizo que lo encubría. Se puso en pie y fue hacia la diosa rápidamente, con el abrigo que ella había dejado en el brazo. Por todo lado se oían las habladurías sobre ella, donde estaba el otro licántropo que no salió y lo que debió pasar en la media hora (y no quince minutos) que estuvieron juntos. Eso le ponía los nervios de punta y una bullente ira y violencia se apoderaba cada vez más de su cuerpo. Le puso el abrigo mojado sobre los hombros, la abrazó con fuerza con un brazo, miró a los demás y dio un rugido con el pecho y la garganta, enseñando los dientes. Todos entendieron el mensaje y lo dejaron ser. Luego, se agachó un poco para estar a la altura de sus ojos.

-¿Qué rayos fue todo eso? -le preguntó muy cerca del rostro y en un susurro.



Atenea le miró con impaciencia. ¿Quién se creía? ¡Como si fuera en verdad su «amo» para hablarle así! Sin embargo, mantuvo el control y mientras respondía, empezó a besarle con mimo y sumisión. Aunque era parte del papel, o inició siéndolo, Atenea se dio cuenta de que besarle los labios, el cuello o el pecho le estaba poniendo, extrañamente, más tranquila y relajada...

-Fue para tener el campo en el torneo. Al final lo noqueé y... -¿le estaba dando explicaciones?- Tenía información interesante sobre un tal Milo, por el cual estaba aquí. No éramos los únicos que veníamos con segundas intenciones. Luego hablamos de eso, por ahora no nos distraigamos del objetivo.

Ella se separó un poco y vio como Licaón tenía los ojos cerrados, con una expresión extraña en su rostro, relajada. Ya había sentido que su cuerpo estaba muy tenso, como anclado en su abrazo para evitar hacer un movimiento brusco; por eso le extrañó la expresión. Estaba tan interesada en verle la cara, que dio un pequeño respingo cuando él abrió los ojos de ese vivo color azul y la miró directamente. Licaón frunció el ceño, como si algo en ella le gustara muy poco. Atenea, instintivamente, dio un paso hacia atrás mientras él la olía...

-¡Vamos allá! -decidió de repente, y la hizo caminar hacia el lado del bar donde había más gente y llegaba más fuerte el sonido de la pelea y los gritos.

Se trataba de una vista panorámica por un gran balcón hacia una parodia de coliseum muy pequeño. Tenía unas graderías totalmente llenas detrás de unas rejas, y abajo, una jaula ensangrentada en donde un híbrido león y un vulcánico de cuatro brazos peleaban salvajemente entre sí. El león estaba en una esquina, dando zarpazos al cuello pero el vulcánico, con sus cuatro puños al rojo vivo, golpeaba sin parar y sin control. Los rugidos y gruñidos de los dos contendientes eran ahogados por el griterío de los que estaban alrededor. Estaban en el momento álgido, el clímax de la pelea... Pronto alguno de los dos iba a perder, tal vez la vida.

En silencio, y aún muy juntos, Licaón y Atenea vieron la pelea desde la parte más atrás del balcón. Ella pensaba en la engañosa ventaja del vulcánico, y en que le gustaba más a la estrategia del león; Licaón, en que necesitaba estar pronto peleando. Sentía todo su cuerpo revolucionado, trabajando mucho más que nunca. La energía era enorme y no solo por el ambiente, sino y sobre todo, por Atenea... Necesitaba estar lejos de ella y sacar esa energía sobrante, embargadora. La idea de poder hacerlo peleando, era mucho mejor que esa cosa que sentía cuando la bruja de Atenea ponía alguna parte de su cuerpo cerca del suyo.

-¡Jonh Smith! -el cíclope se hizo fácilmente espacio entre las personas- Ahora que tu perra está aquí, creo que es momento de bajar... Ya casi termina este combate, y te voy a encerrar para el siguiente.

Se movió hacia un lado de la concurrencia y Licaón le siguió, dejando de abrazar a Atenea pero llevándola del brazo. La diosa se mordió la lengua y tomó con más fuerza de lo usual la mano del licántropo. Estaba teniendo problemas para controlar su enojo, por los toqueteos y las miradas de los tipos que estaban cerca de ella. Bajó la cabeza, esperando que creyeran que era sumisión ante su «amo», y no que intentaba no darles golpes muy dolorosos a ellos. Al menos, se dijo, en verdad había hecho bien su papel. Si sospecharan siquiera que no era lo que aparentaba, o quién era en verdad, no hubieran tenido esas libertades con ella y su cuerpo.

Estaban bajando por una oscura escalera de escalones grandes, y dieron abajo con un lugar que se parecía un gimnasio, pero a todas luces no lo estaban usando para eso en ese momento. Estaba lleno de gente drogándose y, detrás de unas mantas que enseñaban igual que lo que ocultaban, haciendo uso de las atenciones de las ménades. Los sonidos del estupor por la droga y los propios de las relaciones sexuales, junto a un olor ocre de las sustancias inhaladas y ese calor bochornoso propio del hacinamiento, marearon a Licaón.

-Dorothy, ya no estamos en Kansas -dijo muy bajito Atenea, y eso hizo a Licaón poner atención a lo que el cíclope decía:

-... podrías hacer buen dinero. Las ménades son lo mejor, pero algunos prefieren no comprar a hembras tan caras y adictivas. Con esa carita y cuerpo, creo que tengo un par que te darían el precio de ella.

-Bebé, quiero ir contigo -le dijo Atenea, y se refugió melosamente entre los brazos de Licaón-. A menos de que no sea suficiente con lo que he hecho ya.

Comprendiendo de qué hablaba el cíclope, instintivamente, Licaón rodeó la cintura de Atenea con el brazo y una de sus manos descansó sobre la piel descubierta de su espalda baja. Un escalofrío eléctrico le tensó la espalda y la mandíbula. Y ni hablar de lo que sintió recorriéndole el cuerpo cuando ella aplastó los senos contra su pecho...

-Hoy la quiero para mí.

-Como quieras. -el cíclope sonrió y levantó los hombros, como si se estuviera burlando de Licaón por ser «tan débil» con su hembra y aún así le importara poco.

Licaón prefirió dejarlo ser. Ya tenía unas pocas heridas que le dolían, por más que fueran pequeñas y estuvieran sanando rápido por ello; pelearse con uno de los organizadores del evento no era algo que deseara.

El cíclope se adentró hacia el gimnasio. Licaón iba a ir hacia el lado opuesto, donde estaba la arena, pero Atenea no se movió y eso le hizo mirar hacia donde ella lo hacía. El cíclope estaba hablando con un hombre adormilado sentado en el suelo, que tenía una botella en cada mano. Una ménade estaba cerca de él, desnuda y voluptuosa, hablándole y acariciándole, pero el tipo parecía pasar de ella. Era alto, muy fornido, con una cabeza rapada cuyo cráneo parecía algo extraño, más grande de lo común y un poco deforme. Estaba curtido por el sol y llevaba una argolla en la parte frontal de su prominente nariz. Tenía tatuajes muy antiguos y desfigurados en su cabeza, y varias cicatrices en los lugares visibles por su ropa de motero; no sobresalían mucho pero dada su cantidad, impresionaron a Licaón. «Este tipo ha vivido en los campos de batalla durante mucho tiempo», pensó.

El cíclope le dijo algo, él le contestó y miró hacia Licaón por un movimiento de invitación del otro. El licántropo le miró de vuelta, casi retador. El tipo tatuado sonrió, comentó otra cosa al cíclope, tomó de una botella y luego de la otra antes de decir algo más. Finalmente, cerró los ojos y descansó la cabeza en la pared, con una expresión beatífica por la sensación del efecto de la droga. La ménade se sentó sobre sus piernas y el cíclope se levantó para salir.

Atenea, por fin, dio la vuelta hacia la arena.

-Él es Minos -le susurró. A Licaón le costaba concentrarse en oírla entre los sonidos y olores de ese lugar, pero lo logró-. Leí sus labios. El cíclope le comentó tu pelea, para ver si apostaba y porque Minos le había dicho que buscara a licántropos prometedores. Él te va a ver pelear.

-Pudimos haber ido de una vez a...

-Deja ver tu lado alfa, y él vendrá a nosotros -finiquitó la conversación Atenea.

Después de pasar por un oscuro pasadizo, por fin entraron a la arena. El calor se intensificó tanto como los sonidos. Alrededor de la jaula estaban unos pocos de los demás peleadores y su gente. Algunos estaban tirados en el suelo, entre todo tipo de frutas podridas y partes de carne que Atenea no quiso analizar; y siendo burdamente tratados por oniros, tipos divinos de diferentes rasgos pero con gran belleza física, aunque parecían frágiles. Tenían miradas sin vida. Aunque eran eficientes, algo en sus movimientos pausados parecían hechos más por inercia que porque quisieran. Atenea sabía que su exterior atontado era muy engañoso. Los descendientes de Hipnos, los seres especialistas en ensoñaciones y sensaciones, solían tener un gran mundo mental que, muchas veces, los apartaba inexorablemente del físico. Muchos de ellos terminaban yendo a las filas de Dionisios en vez del IMI, pues sus habilidades y preferencias los hacían no solo excelentes «traficantes» sino, también, consumidores.

Atenea siguió corroborando el terreno y quienes los rodeaban. Otros de los luchadores que esperaban o habían salido mejor parados de las peleas, gritaban hacia alguno de los contendientes o hablaban entre sí. Pocos estaban con sus hembras, pero varios de esos no tenían reparos en llevar la estimulación por la violencia a algo más sexual, como algunos de los tipos en las gradas. De hecho, también había ménades por ahí y en las graderías, dando de sus sustancias que llevaban en collares especiales sobre sus cuerpos desnudos. Algunas veces salían con un cliente a rastras, hacia lo que parecía ser la planta baja del bar donde estuvieron, el «gimnasio».

Había cosas impresionantes a donde se viera, pero lo primero y que más golpeó a Licaón fue la peste. Porque ya no se podía llamar a aquello «olor». Peste a alcohol, a sudor, sangre, fluidos; y a mucha excitación de todo tipo, pero el sudor y la sangre de esos seres era lo más fuerte. Arrugó la nariz por instinto, cuando todos los demás olores comenzaron a surgir uno tras otro, y ninguno era lindo. En ese antro, disfrazados con pieles humanas, había montones de otras criaturas. Un escalofrío le recorrió la espalda… Estaba rodeado de verdaderos monstruos.

Era la primera vez en años que estaba tan cerca de tantos otros seres extraños, como él. Su instinto se sintió amenazado y agresivo al instante. Todos eran posibles enemigos, seres que podían morderle el cuello y matarle. Sin darse cuenta, trató de acercar a Atenea más a él.

La diosa le miró, y relajada con lo que iba a hacer, como si el papel le saliera tan fluido que tomara posesión de su cuerpo; se acercó a su oído y con una sonrisa y movimiento de cabeza que haría a cualquiera pensar que le estaba diciendo lo que fuera para excitarlo sexualmente, comentó:

-No tienes que hablar con ellos, solo sentémonos y ya. Esperemos que te toque pelear con un licántropo, pero sino... -prefirió no seguir la idea. Aunque Licaón le había contado que sabía pelear con presas más peligrosas que venados, ella estaba segura que había pasado mucho desde la última vez que lo hiciera. Sus cálculos no iban ni remotamente a favor de Licaón si le tocaba pelear con un ser que no fuera híbrido. Aún con las osas, leones y demás, por instinto, su habilidad alfa le podía servir de ayuda; con los demás, era muy poco probable- Cuando sepamos contra quien vas, haremos la estrategia.

Licaón dijo algo como «mjá», sin ponerle mucha atención. Sentía que ese lugar tan caliente por el hacinamiento sin airear, subía tanto la temperatura que le secaba el agua nieve y lo perlaba en sudor a la vez. Quiso alejarse del contacto de Atenea que era, sabía, la que lo hacía tener más calor, pero no pudo. La miró mientras caminaban hacia una zona libre entre la jaula y la alambrada que los dividía del público... Hundiéndose más en ese mundo sórdido y que a Licaón le hacía tener reminiscencias de las guerras del pasado, al menos cuando no la observaba a ella y sus ojos que seguían siendo iguales, solo diferentes en el color. Miraba, analizaba detenidamente el lugar. Como si supiera que él se preguntaba qué tanto estaba viendo o buscando, susurró:

-Es extraño que no esté aquí.

-¿Eh? ¿Quién? -la voz le salió estrangulada. Ella le miró, y por la manera que Licaón quitó la vista y vio hacia la jaula, la hizo sentir algo que hacía mucho no experimentaba. Esa sensación de victoria, una capacidad para producir una reacción, picardía. La feminidad, el poder de la seducción...

-Ares. -Esa sola palabra le hizo recordar porqué estaban ahí, y darse un gran regaño por la manera en que se estaba alejando mentalmente de su meta.

-¿Por qué...

-¡Ah! -profirió Atenea, de la impresión.

Licaón sintió el tirón en su mano y en cada fibra de su ser, un temblor de anticipación. Se volvió sobre su hombro y vio que un sujeto enorme, barbudo, de pelos largos y con cara de bulldog tenía a Atenea aferrada por la otra muñeca, y pretendía llevársela con él. Aunque estaba notablemente bebido, también parecía tener mucha fuerza. Oh, hubiera querido cerrar el puño libre y borrarle la cara de un puñetazo, por tocarla así...

-¿Nena? -la llamó, con un carraspeo- ¿Te está molestando?

Atenea no le respondió. Realmente no la estaba molestando, no mucho más que los tipos del bar de arriba... Luego le tomó el cuello con la otra mano, acercándole la cabeza a su rostro. Casi, casi le reviente su chata nariz de un puñetazo, pero Atenea se refrenó a tiempo.

-¿¡Qué te pasa!? -le preguntaba Licaón, y le vino bien dejar salir aquel gruñido feroz mientras le arañaba la mano al otro, quitándosela del cuello de Atenea.

-Nada, no sabía que esa perra era tuya -dijo, mientras retrocedía alzando las manos.

-Que si es mía... ¡Claro que es mía, imbécil! -ladró Licaón, y en un gesto impensado, la mano que tenía sobre la cintura de Atenea se deslizó hacia el estupendo trasero y enterró los dedos en su carne firme- ¿Ves esto? ¡Tiene mi nombre escrito! ¡No vuelvas siquiera a mirarla si no tienes con qué pagar! ¡Es cara! ¿Entendiste?

Atenea tenía cerrado los ojos. Pensar en que la reacción que tuvo con que le tocaran el brazo y el cuello, eran tan diferente a cuando Licaón le tocó el trasero, no le hacía ninguna gracia... Pero soltó una risita seductora y se animó a estirarse en puntas de pies para rozar la mandíbula de Licaón con los labios, en un camino que finalmente terminó en su oído.

Licaón aspiró muy rápido, y la tensión alcanzó límites que jamás había experimentado antes. Cerró los ojos, momentáneamente subyugado por ese gesto suyo que lo desequilibró, y mostró un poco los dientes.

-Tranquilo -le susurró la diosa en el oído. Le dejó besos en el cuello y volvió al oído-. Estás muy tenso...

El tipo ya había ido hacia el «gimnasio», y los demás que pudieron haberse dado cuenta de los recién llegados, habían vuelto su mirada hacia la pelea del vulcánico y el león. Todo estaba aburrido, más silencioso. El gran tipo de cuatro brazos seguía golpeando al león, pero este ya no respondía... El cíclope entró para alejar al contendiente, y dos oniros, para llevarse al león malherido.

… Pero eso le tenía sin cuidado a Licaón. Aunque había intentado dejar pasar el arranque no pudo, y le salieron las palabras por la boca en un impulso.

-Si vas a tocarme, sé menos agresiva -le gruñó-. No estoy entrenado para esto, no soy actor. Soy un perro de ataque, solamente.

Atenea volvió a su quijada, a su oído... Y el aliento caliente de ella en su piel fue una estela caliente, relajante y excitante a la vez. ¡Maldita fuera!

-Ya lo hablamos, según los parámetros de la misión, tienes que...

Él la apartó con un empujón algo brusco que no dejó de combinar con su actitud pendenciera, y la miró a los ojos. No tuvo que hacer nada más, sólo mirarla. Atenea estaba lo suficiente en su papel como para bajar la cabeza y actuar con sumisión. Licaón tomó aire un par, tres, cuatro veces y pudo mantener a ralla su instinto. La atrajo más cerca de sí y sin pensar muy bien en lo que hacía, tal vez para dejarse en claro que él podía hacer de espía, se animó a besarle los labios con una sonrisa ganadora.

Lo que no esperaba, sin embargo, fue que ese contacto (que quiso ser nimio, un sinsentido y para nada profundo, ni elaborado) resultara tan... destructivo. Le destruyó los nervios, la concentración, el temple entero. Había podido dar con la vainilla en ella, esa que lo persiguió desde que la conoció, y que estuvo buscando toda esa velada. Y el hechizo que lo hacía alejarse de ese olor, perder el hilo mental, fue su perdición. Ya no podía razonar sobre el aroma, sino actuar lo que su lado «animal» quería... Se encontró el borde de un abismo y no pudo retroceder. Con las manos en las costillas de ella la levantó a su altura y luego la abrazó con fuerza, totalmente pegada a él. Sus labios solo sabían que querían saborear su boca, y así lo hizo.

Llevándosela no sabía hacia dónde, se vio contra la malla que protegía las graderías, con ella apresada entre sus brazos, devorándole la boca como si fuera la fruta más deliciosa de todas. ¿Qué estaba haciendo? ¿¡Qué estaba haciendo!? ¡No habían ido ahí para eso! Pero, ¿Qué le pasaba? ¡La estaba BESANDO! ¡A Atenea, la «Diosa Virgen»! ¡La guerrera y estratega! Le palpitaba la ingle de una forma feroz, y tuvo que apartarse de Atenea cuando se dio cuenta de que los labios y la lengua de ella (pétreos hasta ese momento) empezaban a responder; mientras sus manos llegaban a sus hombros, y las piernas desnudas querían rodearle la cintura. La soltó totalmente y se alejó unos pasos, no sabía si impulsado por miedo a ella o a él mismo y sus impulsos. Definitivamente, se trataba de lo segundo...

No supo cómo, pero recordó que Atenea leía los labios, así que solo silabeó:

-... dame un espacio, princesa. -con los ojos severos.

Princesa. Sonaba bien. Ella era una princesa... decidió que le gustaba esa palabra, la usaría más…

Atenea no vio lo que le dijo, porque tenía los ojos cerrados y la cabeza un poco baja, intentando controlar su corazón y el rubor en sus mejillas. Para haber sido un beso con falta de técnica, había logrado que su cuerpo y deseo se despertara de una manera que hacía mucho no hacía. Pero no era ni el momento, ni el lugar para que su cuerpo reaccionara así... Tomó dos respiraciones, tragó saliva y volvió a estar en control. Subió el rostro y aunque al mirar el cuerpo de Licaón, ese que antes estuvo sintiendo en su piel, se sonrojó; pudo volver a lo que estaba haciendo ahí.

Fue hacia él, con una sonrisa y le acarició un poco en el vientre en ademán tranquilizador, mientras encontraba las mejores palabras para decir.

-¡Basta! ¡Deja de hacer eso! -le susurró él.

Ella alejó su mano.

-Vamos a sentarnos -mandó, con un tono razonador.

Licaón quiso decirle que no, pero al final le hizo caso. Los dos se sentaron en el suelo después de patear un cáscara de aguacate y carne seca. Era cerca de donde los oniros estaban tratando al león. Olía a sangre y pelo quemado, y la respiración del híbrido era muy difícil, sin embargo nadie le ponía atención a él. El cíclope que les había dado la bienvenida y el vulcánico, de alguna manera, se habían subido sobre la jaula. Las ovaciones por su victoria fueron los más fuertes que habían oído hasta ahora... Y aún así, Licaón no podía alejar de ella su concentración. Deseaba no querer mirarla y, a la vez, alejar de él su proximidad.

Ella le tomó la mano y aunque intentó que fuera tranquilizador, solo consiguió que se pusiera más crispado. Atenea lo soltó, pero siempre se acercó más a él para hablarle.

-Tranquilo, no fue nada. Recuerda que eres el dueño del lugar. -Licaón la miró con el ceño muy fruncido, pero a ella le gustó que tuviera esa expresión combativa. Iba más que la vergüenza y confusión en un luchador de un torneo de Ares-. Déjame a mí hacer el trabajo de espionaje, tú sólo concéntrate en permanecer duro, eso les agrada.

-... como si ya no estuviera lo bastante duro -susurró Licaón, muy bajito.

-¿Qué? -preguntó ella, que no había entendido.

-¡Nada! Que no me dijiste que este juego sería así.

-¿Y cómo esperabas que fuera? -dijo la diosa, con una sonrisa boba para la gente, pero una mirada analítica para Licaón-. Cuando te hablé de esto, creo que no dejé nada de importancia fuera.

Esperó que Licaón dijera algo, pero él se mantuvo obstinadamente en su silencio y Atenea decidió que le daría espacio. Empezó a aplaudir al vulcánico como estaban haciendo muchos de los espectadores. También dio un par de gritos agudos, mientras Licaón cerraba los ojos, tratando de encontrar la poca concentración perdida.

«¿En serio me dijo totalmente cómo sería?», pensó él con sorna, tal vez para dejar de saborear a Atenea en la lengua y recordar el tacto de sus labios. «¿Y la parte donde no dejas de toquetearme, o donde el olor de la sangre y todos estos seres me ponen nervioso, y donde los heridos son pasados por alto de esta manera...? O donde tengo que espantar a esos monstruos de tu cuerpo, como si a ti no te importara lo más mínimo que te quieran follar...» Pero lo que dijo fue:

-¿Qué te echaste encima, esencia de perra en celo?

-¿Pero qué...? No me he echado nada.

-Pues desde que llegaste, todo el mundo te está viendo y tratan infructuosamente de comerte con los ojos...

Licaón intentó pensar que él NO ESTABA sintiendo nada al empezar a soltar la lengua con la diosa de esa manera, pero era difícil. Muy difícil. Dos mil quinientos años de celibato, ¡Por el amor de Gea! Eso era verdaderamente un récord para cualquiera. ¿Por qué carajo había aceptado esa misión ridícula? Si hubiera sabido antes de qué se iba a tratar, se habría negado. ¡Y la tenía al lado tan accesible que podría haber vuelto a besarla, a apretarle la carne, a lamerle la piel con suavidad y hubiera sido perfectamente parte de un acto!

En cambio, lo que hizo fue cerrar los ojos con fuerza, de nuevo.

-Tengo senos, con eso es más que suficiente para estos tipos... -le decía Atenea, contrariada. Iba a preguntarle a qué venía ese comportamiento cuando debería concentrarse en la misión; cuando un muy fuerte silbido produjo el silencio en el lugar.

Todos miraron hacia el cíclope, que hablaba mientras dos oniros ayudaban en bajar al vulcánico. Algo había en la voz y en la cadencia del «maestro de ceremonias», que recordaba a un general arengando a su ejército antes de ir a la guerra. Resumió los tres enfrentamientos que se habían dado en esa la noche; expuso de tal forma los momentos clave en ellos, que muchos empezaron a aplaudir, vitorear, vociferar, como si estuvieran presenciando de nuevo lo que él contaba…

-… Pero éstos, mis amigos, no son más que movimientos conocidos en caras conocidas. ¿¡Quieren una nueva cara y unos nuevos movimientos!? -el griterío fue igual que otros, pero para Licaón era diferente. Levantó la cabeza y sintió una energía en su cuerpo que lo hizo levantarse y enseñar los dientes. Atenea le tomó la mano por un impulso y esa vez, cuando él la miró, solo había determinación en su rostro-. ¡Claro que sí! Les digo, mi gente, no se dejen engañar, porque ¡qué cara de marica se tiene este nuevo contendiente! -Muchos rieron de la broma, pero Licaón rugió de tal manera que varios licántropos no tuvieron más que verlo en silencio. El cíclope hizo un ademán con la mano hacia él, y todos miraron a Licaón-. Pero esta misma noche, se ganó este derecho haciendo mearse encima a un peleador. -Algunos rieron, otros hicieron sonidos de sorpresa y admiración-. ¡Entra a la jaula, John Smith, y que sea lo que Ares quiera!

(ENTRA A LA JAULA CON LICAÓN POR AQUÍ)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

Previous post Next post
Up