Olímpicos: Capítulo 2, primera parte

Feb 26, 2012 15:52


Título: Serie “Olímpicos” Libro 1: El nacimiento de un héroe

Escritoras:
melisa_ram y
esciam .

Rating: Mayores de 16.

Base: Algunas religiones y mitologías aunque, como el nombre lo indica, nos centramos en la Grecorromana.

Summary: Los Dioses Griegos hacen lo posible para seguir subsistiendo en el mundo actual. La historia de ellos no terminó de escribirse hace tres mil años, aún hoy, en el mundo de los no iniciados y los monoteístas, se sigue escribiendo.

Tamaño: 2950 palabras.



CAPÍTULO 2, primera parte

Atenea se extrañó un poco de que Hermes hubiera seguido volando, con su increíble velocidad, a los búhos; cuando ella se aparecía, gracias a los poderes de él, frente a una cafetería de barrio. Sin embargo, dado que su hermano menor nunca había sido muy consecuente en el orden de sus actividades y en la importancia de ellas, se imaginó que bien podría estar dejándole un recado a Démeter, yendo a comer un panqueque de Hestia o a uno de los bares de Dionisios a dejar salir su lado fálico… Sí, Hermes era de los dioses en los que menos debía poner su cabeza.

-Oh, lo siento -le dijo a una mujer que había chocado con ella por estar hablando por teléfono. Las apariciones descuidadas, como esa, podía acarrear ese tipo de accidentes. Sin embargo, la mujer apenas la miró, registró su existencia, y siguió su camino.

Atenea miró el escaparate de la panadería, en la planta baja de un pequeño edificio de apartamentos recién pintado con colores amarillentos. Tenía un dibujo de un panal de abejas cuya miel escribía en cursiva: «La miel de Maggy». Adentro, un pequeño pero acogedor lugar con cuatro mesas dobles esperaba por ella.

Entró, unas campanillas la siguieron, y la anciana en la caja la miró y sonrió.

-¿En qué la puedo servir?

La diosa de la estrategia bélica vio el aparador y pidió tres postres y café. Quería sentarse a la mesa, no a comer, claro; sino a reunir información. Aún cuando no era «fresca» podía sentir esa perturbación, esa sensación de que un aura fuerte perteneciente a un híbrido (como les decían a los seres con características humanas y de animales) estuvo ahí.

Se sentó a una mesa con una bandeja en las manos. Escogió esa porque era la que tenía mejor vista a las salidas y al local. Oyó el cantar de la lechuza, que se había quedado posada en la azotea del edificio, que le avisaba que se iba a seguir buscando rastros.

Comiendo lentamente un tiramisú con la cucharita, cerró los ojos, para concentrarse tanto que ni pensó un instante en como pudo haber sido un tiramisú perfecto.

El lugar se le presentó en la mente como era, pero con ciertas brumas alrededor de las personas. La señora que la atendió, alguien en la cocina, dos clientes en una mesa y ella misma. Sin embargo, al concentrarse más, pudo «ver» todo ese lugar en brumas. Las energías dejan un rastro de ellas a donde fuera que hubiera ido su poseedor. Como si se trataran de humo, con el tiempo se van disipando. Atenea quería «devolver» mentalmente ese proceso, con la ayuda del poder de Mnemosine, para saber del aura del híbrido que estaba investigando.

Unos minutos después, terminando de comer el tiramisú lentamente, se concentró en ese momento. Era muy de mañana, solo estaban la señora que la atendió y el híbrido. Se concentró más, mientras iba a por el tres leches. Vio que en su forma humana tenía cabello rubio, de rasgos muy atractivos, y que despertaba simpatía y cariño en la señora. El hombre la trataba genuinamente ameno, también con cariño y tranquilidad. Atenea se extrañó, porque también vio que dentro de ese aparente cartero estaba la esencia de una bestia, muy posiblemente canina.

Todo era extraño. La reacción de la señora, el proceder del hombre… y más, como se sentía esa aura, por más que tuviera un instinto animal dentro. No era algo que Atenea pudiera entender con solo un vistazo, y eso fue precisamente lo que la hizo sonreír. Encontrarse con algo que no entendiera al instante siempre era muy refrescante.

Abrió los ojos y comió con la rapidez habitual lo que le quedaba de los postres. Sabía que un cliente la miraba, como la señora que atendía el local, pero no le importó. Los humanos siempre sentían esa como fascinación por las deidades, más si a sus ojos eran muy de buen ver y se comportaban extraño, como ella lo hizo por esos minutos.

Mientras una señora con niños entraban en el lugar, Atenea estaba más concentrada en recordar quién podría ser el poseedor de esa aura tan antigua y canina. Aunque era la opción más lógica, al contrastar lo que pudo ver del hombre y su aura con los reportes de la manada local, no había ninguna coincidencia.

-¿Le traigo algo más, señorita?

Atenea se limpió los labios con la servilleta y la miró. La mujer era sonriente y amable por naturaleza, al parecer. Se puso en pie, sacó una billetera que acaba de aparecer, de su bolsillo posterior, y puso un billete en la mesa.

-El ambiente de su lugar es muy agradable.

-¡Oh, gracias querida!

La diosa asintió, sonrió y salió de ahí mientras se contactaba con héroes en otras misiones, para saber cómo iban las cosas. Los monstruos no se van a asesinar solos…

-o-

Aparecieron en la inmensidad del cielo, tan alto que los edificios se veían casi como puntitos diminutos allá abajo. Le costaba respirar y la primera reacción de Licaón a todo eso fue empujar al mocoso que lo tenía abrazado, pero el horror le ganó al saberse suspendido en las alturas, a quién sabía cuántos cientos de metros de la tierra firme. Abrió mucho los ojos, y un grito se le atascó en la garganta.

Cuando logró respirar y hablar, exclamó:

-¿QUÉ HACES? ¡SUÉLTAME! ¡MALDITA SEA, BÁJAME AHORA!

Trató de zafarse de su agarre, con los ojos fuertemente cerrados... Se encontró golpeando el césped fragante con la cara y cuando volvió a mirar, se descubrió en un lugar muy distinto, no menos conocido. Era la orilla de la autopista, al otro lado de la ciudad respecto al lugar donde él estaba anteriormente.

-¿¡Qué demo...!? ¿¡Cómo rayos llegamos aquí!? ¡¡Explícame lo que pasa de una vez, Hermes, o si no...!! -le amenazó, arrancándose la gorra de la cabeza con tremenda impaciencia.

Hermes lo miró con una seriedad que parecía mucho más severa, enorme y sagrada de lo que la sonrisa y mirada divertida que le siguió le hicieron a su expresión:

-¡Hey, Lassie! Respeta a tus mayores. -se sentó en la banquina de la carretera, como si lo estuviera haciendo en el sillón más mullido de su propia casa-. Te diré algo, Atenea está cabreada contigo y como tú eres mi protegido, ipso facto... te protejo.

Ese nombre le sonó mucho peor sólo de recordar que Zeus era el padre de ella.

Y de paso, Zeus también era el padre de Hermes.

De pronto, ese muchacho de cabellos rizados y ojos risueños le caía todavía peor. Lo único que pudo hacer para ocultar su descontento fue morderse la lengua y tragarse un gruñido animal. Se llevó las manos a la cintura, frustrado.

Genial, las cosas mejoraban de a pares.

-… ¿Atenea? -repitió, como quien habla de una conocida sin importancia, y no de una de las Diosas más prominentes del panteón grecorromano- ¿Y qué pasa con esa mujer? Mira, si no te molesta, tengo toda una ruta qué completar, así que agradecería que me lleves de vuelta a mi camión y te largues de mi vista, dejándome en paz de ser posible por siempre… -rebuznó Licaón, con todos los nervios a flor de piel.

Lo ÚNICO que le faltaba...

Como si haberse escondido de Artemisa (la Cazadora) por años, no fuera suficiente, ¡Ahora ÉSA!

Tuvo que añadirlo, para que quedara bien claro:

-... yo no he hecho nada, así que déjame tranquilo.

Hermes se puso en pie en un parpadeo y se sitió a unos centímetros de su rostro tan rápido, que Licaón no lo pudo ver hasta que no lo tuvo casi encima. El jovencito lo miró como si lo quisiera traspasar con el fulgor antinatural de sus ojos azul claro y luego, rió:

-¡Hombre, en serio que me gusta tu estilo! -le dio una palmada en el hombro, que parecía suave pero que en verdad fue fuerte-. Si quieres vértelas con ella, solo y con esa actitud, después de haber desairado mi oferta de protección de esa manera, la verdad que me quedaré viendo el espectáculo. No sé, de pronto ver a Atenea hacer eso de «desagarrar tu estómago mientras sigues vivo» suena MUY tentador.

El otro le gruñó en la cara, mostrándole unos dientes afilados, muy blancos.

Y cuatro feroces colmillos, más largos y puntiagudos que los de un humano normal.

-No me importa lo que esa zorra de Atenea quiera. Es hija del tipo que me dejó así, por mí... -se encogió de hombros, molesto-. Si no piensas ayudarme, entonces, me iré caminando hasta mi camión. Pavada de Dioses están hechos, en vez de ayudar a la gente sólo les causan más problemas.

Y sin más, Licaón echó a caminar en sentido contrario a la carretera, regresando a la ciudad. Su día sólo acababa de ponerse mejor. Ahora, tenía a la Diosa de la Sabiduría y la Guerra buscándole, quién sabe por qué.

Ni siquiera se lo había preguntado a Hermes.

No le interesaba.

Sólo quería que le dejaran tranquilo, ya se habían burlado lo suficiente de él.

-¿Sabes...? Creo que tener más de 3000 años de vida te ha convertido en un suicida -le dijo Hermes, después de correr en el aire menos de un segundo para darle alcance, flotando suavemente a su lado. Luego de darle a Licaón unos pocos minutos para pensar qué haría a continuación, añadió-: Pero te diré que hay mejores formas de morir que en manos de mi hermana.

-... encima, eso -murmuró Licaón, convencido de que su suerte mejoraba a cada minuto-. Al menos, si voy a morirme, dime por qué.

-Porque uno de sus Héroes fue parcialmente devorado por aquí cerca, y tú… quiero decir, tu «mascota», es el ser sobrenatural-barra-híbrido más cercano a la escena que pudo, o no, hacer algo como eso. En este momento, Licaón de Acadia, eres el enemigo público número uno -le explicó, sonriéndose al ver que algo le interesaba a su arisco protegido.

Licaón se detuvo. Unos camiones de combustible pasaron en la carretera, y Hermes se apoyó ligeramente en el suelo para que nadie lo viera flotar en el aire. Los ojos del acusado se volvieron tan oscuros que casi se convirtieron en negros.

-¡Esa maldita bruja! -escupió, con los dientes apretados- ¡Pues ve, y dile que yo no he sido! Es lo único que me falta, que ahora me castiguen también por lo que NO hice. ¿Quién era el precioso Héroe que terminó masticado?

Mencionó al Héroe con un desprecio que casi hizo reír a Hermes. Al no obtener una respuesta inmediata, Licaón volvió a caminar en la dirección hacia donde creía que estaba su camión. El Patrono de los Mensajeros lo siguió dando pasos en lugar de volar.

Era tan tedioso, ¿Cómo se las arreglaban los humanos, caminando siempre?

-Un semidivino. Su misión era salvar a su madre, mitad dríade, de un cíclope salvaje que la tiene capturada en algún punto de esta ciudad... y, de paso, vengar una masacre que los mortales creían que fue un incendio, hace unas semanas. ¿Te suena lo del edificio Olympic Tower?

-… y cómo no. Supongo que cualquier cosa con ese nombre, seguro les pertenece a ustedes.

Hermes se encogió un poco de hombros, como si fuera algo sin importancia.

-Atenea está cabreada -continuó Hermes, con tranquilidad-. Ella siempre se cabrea cuando le tocan a sus protegidos, y si por ello los grandes planes finamente creados en su cabeza no resultan como los calculó.

Licaón puso los ojos en blanco.

-Al demonio, ¿O sea que estoy fregado? -dijo, en un cacareo.

¡¡Eso era tan injusto!! ¡¡Por primera vez en la vida, era inocente!!

Tenía que haber una manera de revertirlo.

Pero, ¿Qué, posiblemente, podría hacer él contra una Diosa enfurecida?

Debía pensar en algo, ¡Vamos! No por nada había sido conocido como un gran rey de la raza humana, un gobernante inteligente y estratega famoso. Pero claro, los mitos se salteaban esa parte, iban directamente al asunto de su desafío a Zeus y cuando ese grandísimo hijo de puta lo convirtió en el símbolo de todo lo más bajo y desagradable.

Se acordó que, curiosamente, tenía un Dios Olímpico al lado.

Se volvió hacia Hermes y lo agarró con un puño por el cuello de su chaqueta deportiva, atrayéndolo hacia su persona en un gesto bravucón:

-Hermes, tú me vas a sacar de esto. Como mi Patrono que dices que eres, me lo debes.

Hermes sonrió con demasía, en un gesto que no demostraba risa:

-Hm, ¿Sabes? Por lo general evito meterme en problemas con gente como ella, y Atenea puede ser todo lo inteligente que quieras, pero también es un poco voluble... lo sacó de nuestro padre -comentó, apelando a su infinito conocimiento de los secretos más oscuros sobre todos los Dioses del Panteón-. Me imagino que si… bueno, ya sabes, si encuentras tú primero al que se masticó a su preciado Héroe, ella te agradecerá y harás puntos con mi familia. Los necesitas, ¿Cierto?

Licaón entrecerró los párpados, sus cristalinos ojos azules brillando de ira.

-... Hermes, te pedí una solución, no otro problema. -ladró, mostrándole sus colmillos animales, la única cosa que delataba su costado oculto.

Hermes se volvió a reír, y le dio una palmadita en el hombro, aún colgado del agarre que el otro tenía sobre su ropa:

-¡Wuo! ¡Tú me pediste! -repitió, con una carcajada- ¡Creo que nos vamos entendiendo! Siendo así, y viendo que estás TAN DISPUESTO a hacer LO QUE SEA para solucionar este “malentendido”, creo que todavía tenemos el plan B: te llevo con Atenea, ella te da la mano e indaga en tus recuerdos, y ve que eres un inocente cachorro… sólo así te dejará en paz.

Licaón soltó al muchacho y volvió a retroceder un paso, todavía molesto.

El Patrono de los Comerciantes, Mensajeros y Ladrones se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta deportiva, con la confianza de haber ganado la partida aún antes de escuchar la respuesta.

-Así que, Licaón… ¿Qué vas a hacer? -le preguntó, formalmente.

-o-

Salió de ese cuarto, aún se tambaleaba un poco. Estaba en la forma natural de él, con la cabeza de toro al «aire», y se sentía libre… mareado, atontado, pero satisfecho y libre.

Podía oír las risas, gemidos y llamadas que las ménades le hacían a su espalda, las tres, en ese cuarto al que había entrado… no sabía ni hacía cuanto. Sin embargo, en su mente difusa y sin ataduras, era consciente de que si volvía, debía pagar y se haría aún más tarde.

Alguien lo abrazó de lado para que no se cayera, cuando intentó apoyarse en una pared que, al parecer, se alejaba de su mano. Minos rió y la persona que la ayudaba también. Era un varón, alto. Quiso precisar quién era al mirarlo, pero mientras intentaba agudizar la vista, las luces y colores se hacían más fuertes, y junto al olor de ese lugar y el ruido, prefería volver a cerrar un poco los ojos a sentirse tan abrumado.

No supo qué se quisieron decir, mientras los dos se seguían riendo. De repente, el darse cuenta de la sensación de que algo tocaba su trasero, lo hizo sobresaltarse un poco. Pero al abrir los ojos de nuevo, se dio cuenta de que lo habían sentado a la barra. Rió otro poco por su primera reacción.

-¡Ey, Ey! Toma de esto… ¡Que tomes de esto! -le gritó alguien, moviendo algo lentamente frente a él. Le costó hacer que sus manos llegaran hacia el objetivo, tanto que alguien se la tomó para ayudarle a llegar a la botella.

Tomó el líquido y, rápidamente, se sintió más conectado a sí mismo, dueño de su cuerpo. Sí, seguía sintiéndose feliz, despreocupado, pero no tanto como antes.

-¡Hombre! Las ménades… -dijo entonces, mirando al bartender que le había dado la nueva droga- Esas putas locas en verdad lo dejan a uno fuera de sí.

El tipo, un hombre alto y barrigudo con grandes brazos y un ojo falso, asintió mientras le buscaba una botella.

-Sí… por cierto, necesito el doble, que te quedaste dos horas con ellas.

Minos miró su reloj y maldijo. Sacó su billetera y se dio cuenta de que no le alcanzaba para la segunda botella. Tendría que robar algo para la dosis de la mañana del día siguiente, y para enviar un poco de dinero a las casas de sus hembras e hijos. En serio necesitaba una nueva misión pronto.

-Solo una botella…

-Lo imaginé.

Minos gruñó algo mientras tiraba los billetes en la barra.

-Y una petaca.

-Ya te habías tardado…

-¡Calla esa maldita boca, Dom! -gritó, de malas.

El bartender solo rió mientras buscaba una pequeña petaca a la que, sin embargo, pudo echar toda una botella de licor de Dionisios. Se la dio, Minos la guardó en el pantalón que, hasta ese momento, se dio cuenta de que no estaba bien puesto. Se subió la cremallera, mejoró la posición del cinturón y justo cuando estaba enmascarando su cabeza a la de un humano para irse, la llamada llegó a su cabeza.

¡Maldito fuera! El miedo recorrió su espina dorsal como si él estuviera ahí, en el bar, el algunas de las mesas de pool y escuchando los gritos entre mercenarios y amazonas retándose entre sí alrededor del juego. «Busca a un equipo competente… Nos vamos a Rusia en unos días». La comunicación terminó, y Minos pudo volver a concentrarse en hacer su rostro presentable para los no iniciados. Tomó de la petaca, mientras intentaba precisar qué tipo de equipo necesitaría para ese objetivo en concreto. Al menos, ya sabía que pronto tendría el dinero que esa mañana en el bar le quitó.

(CUANDO LICAÓN CONOCIÓ A ATENEA)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

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