Olímpicos: Capítulo 13, segunda parte

Sep 09, 2012 01:16




CAPÍTULO 13, segunda parte

Aparecieron en un baño que olía a limón y estaba desierto.

-¿Qué tienes tú con los baños públicos? -le preguntó él, en tono bromista.

-Son menos concurridos que los ascensores.

Se sonrieron y luego salieron de allí. Se dirigieron a la recepción.

-Buen día. -saludó Atenea a la recepcionista de una estación de policía metropolitana que, por fuera, se veía perfectamente normal.

El edificio y las personas ahí se veían normales. Los policías uniformados entraban y salían, así también los civiles. Es más, Licaón recordaba haber estado ahí dos veces, el año pasado, para pagar unas multas de tránsito. En aquel momento, no había sentido nada extraño, ni se había fijado en otra cosa que no fuera controlar su genio para no gritar por la exorbitante suma de las multas.


Sin embargo, esa vez Licaón estaba más alerta, y pudo oler enseguida que la mujer detrás del mostrador no era normal.

-Buen día, ¿En qué la puedo ayudar? -preguntó la chica, con seriedad.

-La Justicia es una fuerza que requiere acción, y también prudencia.

-... identificaciones, por favor.

Atenea sonrió y se sacó una pulsera de la muñeca, entregándosela a la mujer, y luego le tendió la mano. La recepcionista tomó la mano de la Diosa con seriedad y le echó una ojeada al sello de la pulsera. Asintió y miró finalmente a Licaón.

-Viene conmigo -repuso Atenea, rápidamente. Se volvió hacia él-. Todo cuartel del D.S.I tiene tres niveles de seguridad más que el I.M.I o cualquier templo. Son los encargados de la seguridad interna del Panteón, por lo que necesitamos que sea infranqueable. En cualquier otra circunstancia, Elvira -le hizo un ademán a la joven, que respondió saludando a Licaón con una leve cabezada- no te debería dejar entrar pero, como vienes conmigo, no pedirán nada más de ti para avalar tu identidad o tu condición como «agente permitido».

-Me imagino.

-Aquí tiene, señora Atenea. Bienvenida. -la mujer del mostrador devolvió la pulsera y les señaló unas butacas que estaban a la derecha, en un pasillo- Broom ya está viajando para recibirla. ¿Lo espera por allá? La Puerta H está junto a la maceta, dice «armario».

-Sí, gracias Elvira. Ven, Licaón.

Él la siguió, con la cabeza algo confundida y llena de preguntas... ¿Por qué el D.S.I tenía una entrada, a uno de sus más secretos cuarteles, funcionando en un auténtico edificio del departamento de Policía?

-¿Esto siempre es así? ¿Tienes gente en todas partes?

-El D.S.I tiene la red más grande. Somos más que en la I.M.I y La Social juntos, así que se puede decir que sí. Hay una entrada habilitada en cada ciudad importante del mundo, para hacer los viajes entre territorios y el traslado de prisioneros, testigos o víctimas mucho más rápidos. -Atenea sonrió y caminó aún más cerca de Licaón, su hombro le tocaba ocasionalmente el brazo- En un momento vendrán por nosotros para llevarnos abajo.

De hecho, no tuvieron ni que sentarse. Desde el fondo del pasillo se acercaban dos personas, uno de ellos un hombre bastante corpulento y de cabello oscuro y entrecano, con un sobretodo largo y vestido de saco y corbata como un policía de muy alto rango. Iba acompañado por un anciano con un poco de cabello ralo y bien blanco. El viejo caminaba con bastante soltura y energía, y traía una sonrisa en el rostro. Iba muy bien trajeado, también, con un atuendo gris plomo que contrastaba con su actitud desenfadada.

Licaón los olió de lejos. El hombre más joven era un centauro, y el otro... ¿Un humano?

Atenea vio al hombre mayor y torció la boca en un gesto sarcástico:

-... será posible. Ahora entiendo -murmuró.

-Mi señora, bienvenida -dijo de inmediato el hombre del sobretodo, cuando se alcanzaron en mitad del recorrido- Llega justo a tiempo.

-Hola, Broom -saludó Atenea, después de darle la mano agarrándose mutuamente por la muñeca y golpeándose suavemente el pecho con el otro puño cerrado-. Y hola, Prometeo. No sé si decir que es una sorpresa… Broom, Prometeo, quiero que conozcan a Licaón que ha venido a ayudarnos; Licaón, ellos son Broom Mustang, el actual héroe de tu territorio y Prometeo, un dios mayor y uno de mis colaboradores más allegados.

Licaón paró literalmente la oreja al escuchar ese nombre. ¿Prometeo, el dios mayor? ¿ESE ANCIANO?

Con un gesto algo confundido, recibió la mano del viejo cuando fue a saludarle (primero a él, raramente) y se sostuvieron la mirada por un rato quizá muy largo. Se sonreía demasiado para el gusto de Licaón, y lo miraba como si fuera un espécimen de laboratorio o algo así. Luego saludó a Broom, pero no pudo quitar los ojos de la estampa medianamente arrugada de Prometeo. ¿Seguro había oído bien? ¿Él había sido consejero de Atenea? No se lo esperaba. Siendo que era «el» Prometeo y en teoría, un Titán... decidió dejarlo estar. Le dio la mano en un saludo no tan «formal» al centauro y se paró con firmeza obediente al lado de la diosa, en lo que Atenea se quedó hablando con Broom sobre un tal Zack que seguía internado y se estaba recuperando, y las lesiones menores de otras personas... ¿Qué le miraba el viejo? A Licaón empezó a molestarle el escrutinio.

No, no era el escrutinio, era lo que percibía en el aire. Prometeo, aunque se había quedado a un lado y se había apoyado en la pared simplemente a mirarlo a él, estaba haciendo más que sólo mirar a Licaón. Estaba pensándole y, al mismo tiempo, lo estaba leyendo. El licántropo sintió en su aroma una mezcla de emociones que iban desde la intriga, la expectativa, la ansiedad y la sorpresa a la dulzura del amor, y la amargura de una tristeza muy honda.

¿Amor y tristeza? No podía equivocarse, era lo que su nariz detectaba.

Instintivamente, se paró más cerca de Atenea y cruzó los brazos, en actitud combativa.

Prometeo sólo sonrió más ampliamente ante esa reacción, pero en sus ojos no brilló la alegría que quería transmitir con esa mueca en apariencia feliz.

-Licaón.

Atenea acababa de llamarlo, y aunque estaba sumido en sus pensamientos, reaccionó con una rapidez increíble a la voz de ella.

No tuvo que pedirle que los siguiera. Broom había abierto para ellos, la puerta que rezaba «armario».

Fue sólo atravesarla y estaban en otra parte que, definitivamente, no era un armario. Y el cambio realmente se sintió, no sólo en el escenario sino en el aire, y en la profundidad. Licaón no tuvo que preguntarlo: estaban bajo tierra, y todos ahí parecían estar muy ocupado. Los subordinados de Atenea iban y venían entre pasillos y cubículos, vestidos como personas normales, hablando en distintos idiomas y trabajando como cualquier oficinista... El golpe no fue tan grande como había esperado.

-... ¿Esto es el D.S.I? -preguntó él, con cierta decepción.

-No, es una sucursal que mantenemos en Canadá. El cuartel general está en el Olimpo.

Atenea se lo dijo con mucho entusiasmo, y de verdad estaba tan emocionada como una niña. Porque, ¿Cuántas oportunidades tenía de mostrarle el orgullo y el fruto de sus esfuerzos a una persona que empezaba a ser más que muy importante para ella? Y eso que solamente se trataba de una subsidiaria. Agarró discretamente a Licaón por el brazo, y caminaron juntos por el pasillo hacia unos ascensores.

-La mantícora está alojada en el último nivel. Hay que volver a sedarla cada pocas horas, no está respondiendo a ningún estímulo externo y parece que se hace resistente a la magia, no sabemos cómo -explicó Broom, el centauro iba al frente y los guiaba por el bullicioso y amplísimo salón con total confianza-. ¿Entonces este es el licántropo del que me habló, señora Atenea…

-Sí, Broom. Licaón de Acadia es el híbrido más «alfa» de todos los que conocemos, haremos el intento con él.

Broom miró a Licaón de nuevo por encima de su hombro, un instante, y comentó:

-Creí que estaba desaparecido, o muerto.

-¿Luzco desaparecido o muerto? -replicó Licaón, no sin cierto mal talante.

-Tus hijos, por lo menos, así lo piensan.

Licaón se sintió paralizado de espanto. Sus hijos. ¿Sus hijos? ¿Estaban vivos? ¿Todos ellos? ¿Sus verdaderos hijos?

-¿Qué sabes sobre eso? -preguntó, con cautela.

Lo había sospechado desde el principio. El sentimiento era mutuo, si sus hijos de sangre creían que estaba muerto, pues él también había pensado por mucho tiempo lo mismo acerca de ellos. No era raro que encontrase licántropos por ahí, pero nunca había tropezado con alguno de sus muchachos. Broom observó su silencio y confusión con cierto recelo. Prometeo de pronto encontró más divertido alisarse las arrugas del traje que prestar atención, y Atenea atravesó al héroe local con su mirada de oro, esperando a que volviera a hablar. Broom decidió que era un tema muy espinoso, y prefirió no adentrarse más en él.

-Acontes de Acadia y su manada derribaron a la mantícora, para empezar. Acontes es un gran alfa, y él no pudo dominar a la bestia.

-Acontes no es Licaón -repuso la Diosa, rápidamente-. Necesitamos más rango. Él es alfa de alfas. Broom, ¿Estás teniendo dudas al respecto? Yo sé que te pones nervioso ante los predadores, pero no tienes de qué preocuparte. Licaón viene de buena fe.

-Secundo la moción -comentó Prometeo, con tono jovial-. Además, yo los metí en esto, fui quien trajo a Licaón como carta a la mesa. Si ha de haber responsabilidad por alguna cosa, que sea sobre mí.

El centauro negó, meditándolo.

Atenea le había salido de la nada con la idea de usar a un híbrido alfa para tranquilizar a la mantícora. Jamás hubiera imaginado que pudiera ser Licaón de Acadia mismo. Se creía que estaba muerto. Broom no dudaba, sin embargo, de la astucia de su diosa ni de sus motivos, por más que la sorpresiva llegada de Prometeo para presenciar ese intento le había hecho tener ciertos resquemores. Le caía bien el titán, pero era un tipo del que nunca se sabía totalmente sus intenciones… Pero había accedido a hacer lo que recomendaba su señora, y a mantener el secreto acerca de la identidad del recién llegado. A todos los efectos, se llamaba Lance Hewlett y era un licántropo con habilidades de control sobre masas.

Broom miró a la diosa de nuevo, y suspiró:

-Está bien, bajemos. Lo dejaré entrar a la jaula. -se volvió hacia Licaón otra vez-. Pero te advierto, que ese monstruo es muy peculiar. Apenas lo veas, sabrás de qué estoy hablando, y qué tan grave es la situación.

Broom apretó el botón en el ascensor.

-o-

Atenea observó a través del cristal hechizado la figura encorvada de la bestia.

No podía sino sentir una infinita pena por la mujer que una vez había sido.

La mantícora era horrible. Por lo general, eran seres hermosos y armoniosos, con cuerpo de león, rostro y pechos de preciosas mujeres y alas vastas; realmente bellas. Eran monstruos sí, seres en condición híbrida, pero no por eso espantos. Sin embargo, esta tenía los miembros demasiado largos, las zarpas deformadas, las alas en estado lamentable y el rostro totalmente desfigurado. La armonía de su forma no estaba por ninguna parte.

Era como el experimento fallido de un cruce entre una cantidad indeterminada de especies.

La tenían encerrada en una caja de cristal encantado, montada dentro de una habitación blanca de techo bajo, con hechizos especiales tallados en el vidrio. Era una jaula muy luminosa, en la que ella era una mancha oscura acurrucada y llorosa en una esquina. Su llanto y sus ronquidos sonaban como el berrido de un cerdo, mezclado con el rugido de una fiera salvaje. Tanto blanco, y la criatura tan oscura que resaltaba sin dificultad.

Atenea se estremeció y se abrazó ligeramente. Cuando le pusiera las manos encima a Ares y a su gente...

Licaón y Broom iban hacia la caja, habían entrado a la habitación con cautela, casi sin hacer sonido alguno. Broom decía que los ruidos sorpresivos aterrorizaban a la criatura, y que se ponía frenética cuando alguien intentaba entrar en su mente a distancia.

Atenea estaba dentro de la cabina, detrás de un grueso vidrio espejado, junto con Prometeo y dos asistentes del I.M.I, especialistas en introducirse en las mentes. Ellas intentarían extraer toda la información posible de la cabeza de la criatura, en tanto Licaón la calmaba con su influencia de «alfa». El cuarto estaba protegido para que nada, absolutamente nada, pudiera pasarles en tanto se resguardaran ahí dentro. Muy buena parte de las instalaciones de los D.S.I las había diseñado y construido Hefesto mismo y un equipo de su gente, así que podían confiar en que la seguridad del edificio y de esa jaula, propiamente, eran infalibles.

-Me gusta -le susurró Prometeo, de pronto.

Atenea se volvió a mirarlo, desconcentrada.

-¿Qué dices?

-Que me gusta. No me había equivocado. Es todo un licántropo, y es perfecto para ti.

Atenea miró hacia las funcionarias del I.M.I, y al ver que no les ponían atención a ellos, le contestó:

-Prometeo, pasaré por alto el hecho de que estés aquí por puro entrometido y curioso, y en cambio te agradeceré lo que has hecho por mí hoy. -repuso, con una sonrisa bastante dulce- Me siento más en paz ahora que he dejado de reprimirlo. No sabía cuánto quería dar y sentir cariño, de nuevo, hasta que me permití hacerlo; la sensación es abrumadora y me completa tanto, que no puedo describirlo. Gracias por tus palabras.

-Cuando quieras, querida.

La sonrisa del anciano fue algo tenue, no tan animada como quería aparentar.

Atenea le puso la mano en el hombro y le hizo un suave masaje, feliz.

- ¿Estás cansado, Prometeo?

-Estoy bien, Ati. -él le dio una palmadita en la mano que ella tenía en su hombro, y siguió en un susurro bajo, para que sólo ellos dos oyeran- Quería ver esto con mis propios ojos. No todos los días tienes al Primer Licántropo creado por Zeus delante de tus ojos, dame un respiro.

-Siempre como una mula, ¿Eh?

-¿Me hubieras querido de otro modo?

La Diosa se puso un poco colorada y volvió la mirada hacia el cristal.

Broom le dio a Licaón un escudo largo, para que se protegiera, y éste lo estaba rechazando. Atenea abrió aún más grande la sonrisa, y negó con la cabeza. Ese Licaón, ¿Se creía que era irrompible? No, no era eso, él sólo tenía muchísima confianza en sus habilidades.

La puerta de cristal de la amplia jaula se abrió hacia un lado, deslizándose sin hacer ruido, y Licaón subió los tres escalones blancos que le permitieron meterse dentro. La mantícora se movió, con lentitud y pereza. Atenea dejó de sonreír instantáneamente, cuando vio la cola del monstruo que se retorcía contra el suelo sucio de sus propias heces, orina y sangre.

Cuando la jaula estuvo cerrada otra vez, la diosa habló directamente para Licaón usando el micrófono que tenía en la oreja, igual al que el licántropo tenía en la suya.

-Muévete despacio. Que no te vea como una amenaza. Si se siente amenazada y se desboca, tal vez no puedas controlarla, y te atacará.

-¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir más seguro? -le llegó la respuesta de él, en un susurro gruñente- Porque no está funcionando para nada, princesa.

La Diosa se sonrió.

-Así que te llama princesa. -observó Prometeo, alzando las cejas- Eso es nuevo.

Ella no contestó, por un lado porque estaba concentrada en lo que sucedía dentro de la jaula, y por otro lado, porque el corazón le había dado un indescriptible salto de alegría al escuchar ese calificativo que tanto le gustaba en los labios de Licaón. Sí, por él, podía ser una princesa, sería su juego de palabras mágicas. Pensó en ponerle un apodo cariñoso a él también… Se emocionó de nuevo, sólo pensando en las posibilidades.

Licaón se detuvo a seis pasos de la mantícora, y ya desde esa distancia sintió su miedo. Por la forma en que la bestia movía la cola, el vidrioso color dorado de sus ojos y el temblor de sus miembros, podía darse cuenta de que no sólo estaba asustada, sino también inflada a sedantes. Los medicamentos y la magia no eran dos cosas que se llevaran bien.

-No me gusta esto -murmuró, muy bajito.

-Recuerda, tienes que hacerla sentir segura. No te acerques demasiado. -oyó la voz de Atenea en su oreja derecha.

Él torció la boca en un gesto de impaciencia. Necesitaba acercarse.

Se aproximó unos pasos, mostrándole a la bestia que no llevaba armas. La mantícora mostró los dientes, y en un movimiento muy rápido hizo restallar su cola contra el piso. Licaón dejó de moverse.

Dentro del cuarto de seguridad, Atenea se acercó más al cristal protector, y se mordió los labios. ¿Funcionaría?

Broom estaba muy tenso, esperando cerca de la puerta. A él ya no le parecía muy buena idea.

La mantícora se encorvó sobre sí misma sin apartar los ojos del hombre que había entrado, y siseó entre dientes. Licaón se agachó en su lugar, con paciencia, y carraspeó. ¿Qué hacer? Era un monstruo casi tanto como ella, lo único que los separaba era una consciencia funcional. Atenea dijo que esa mantícora no era más que una mujer humana hibridizada de forma ilegal, ¿verdad? Tal vez, si le hablaba...

-No voy a hacerte daño. -le dijo, tratando de sonar amable- Sé que tienes miedo.

Los ojos del monstruo respondieron con rapidez, extrañamente.

Bien, estaba bastante consciente. ¿Qué había dicho antes sobre la magia y los medicamentos…?

Se acercó un paso, y la bestia reaccionó de pronto: levantó los cuartos traseros en el aire, pero al parecer no tenía fuerza para despegar el pecho del piso; y desplegó las alas, golpeándolas contra las paredes de cristal. Gruñó fieramente, mientras retorcía la cola en arcos amplios y tortuosos. Con las garras, rascó el piso en una clara señal de amenaza.

Licaón sintió una descarga de adrenalina en el cuerpo y que le sudaban las manos, pero ni siquiera parpadeó. Necesitaba estar alerta.

-No tienes que mostrarme lo grande que eres -dijo él, con paciencia-. Te creo que podrías reducirme a jirones de carne en un solo zarpazo. Sé que lo has hecho con otras personas. Pero lo hiciste porque tenías miedo, porque no querías que te hicieran daño. Y no estoy aquí para hacerte daño. Quiero ayudarte.

La bestia pareció entender lo que acababa de decir, bajó las alas y flexionó un poco las patas traseras hasta asentar el estómago en el piso.

-Eso es. No tengas miedo.

Desde la cabina, Atenea estaba observando la escena con los ojos muy abiertos, al igual que Prometeo. Los dos estaban impresionados. Sabían que nadie había logrado pararse tan cerca de la criatura sin sufrir su ira. Broom empezó a cambiar de parecer y se relajó un poco. Hizo señales para que los centinelas de apoyo no se movieran de sus sitios, escondidos.

El licátropo se acercó otro paso, aún agachado. Ponerse al nivel del monstruo ayudaba.

Estiró la mano en su dirección, despacio.

-Voy a acercarme más, y voy a tocarte. No te temo, así que no me temas a mí tampoco.

-¿Está loco? -susurró Atenea, en la cabina- Sólo le pedí que la calmara, esto es... ¡Se está poniendo en peligro innecesariamente!

-Tranquila, Ati. Está haciendo lo que le pediste. La mantícora ya se lo hubiera tragado si no lo sintiera como un igual, si creyera que es una amenaza para ella. Sólo observa.

Prometeo le puso una mano en el hombro, y eso sirvió para que ella se tranquilizara.

En la caja de cristal, Licaón ya se había acercado tanto a la mantícora que estaba a un paso de distancia, y el monstruo se apretó aún más contra el vidrio, como si quisiera filtrarse a través de la superficie transparente y escapar. Escapar de ese lugar, y de la gente que quería herirla, pero no de él, de ese hombre que seguía tan tranquilo, ofreciéndole su mano. Sabía que los demás estaban cerca, pero no podía percibirlos a todos porque algo le nublaba los sentidos.

Nada estaba claro, excepto la presencia de ese sujeto de ojos azules, que le hablaba.

El sonido de su voz, su olor, su cercanía, el magnetismo de su aura...

Y cuando le tocó la cabeza, la mantícora exhaló todo el aire de sus pulmones maltrechos, y dejó de temblar. Licaón se sonrió ligeramente, y también pudo relajarse un poco. Deslizó los dedos entre la maraña de cabello oscuro del ser, contento con el logro alcanzado. Era increíble todo lo que podía percibir de ella con sólo ponerse a su nivel, entenderla y no rechazarla. Era un ser horrible, pero no por ello inconsciente y puramente maligno.

La mantícora berreó, y Licaón le apartó los cabellos de su deforme rostro.

Seguía teniendo ojos humanos, enrojecidos de ira, dolor, sedantes y ganas de morir, y sintió una infinita pena.

-Tú y yo nos parecemos un poco, ¿no crees? Ninguno de los dos tiene una función en la vida, y sin embargo estamos aquí, atorados. -se volvió sobre su hombro y buscó a Atenea, sabía que ella estaba detrás del rectángulo de vidrio espejado. Le hizo una seña con la cabeza-. Calma, sé cómo te sientes. Sé que duele. Pronto no dolerá más.

Atenea vio la señal, y trató de ignorar lo que había oído. Por un momento, se desconcentró, pero su lado vigilante estaba alerta en esos momentos, y de inmediato se dirigió a las asistentes, para que intentaran establecer el vínculo mental con la criatura.

Licaón acarició una vez más la cabeza de la mantícora y se quedó quieto, le permitió al ser arrastrarse sobre su peso para acercarse a él, a olfatearle. Aunque babeaba mucho, él trató de no fijarse en su horrible forma y concentrarse más en lo que sentía de ella, de la mujer que una vez había sido. Sufría mucho. Sentía dolor, odio… No se apartó cuando la bestia dejó reposar sus mandíbulas contra su muslo, necesitaba algo de contención.

Una vez que Atenea obtuviera su preciosa información, le pediría que encontrara una forma de ayudarla… O que la matara.

En la cabina, las asistentes del I.M.I se concentraron en la criatura, su trabajo sería ingresar en su mente ahora que estaba distraída, y extraer la información que pudiera contener. La más fuerte de las dos intentó establecer el enlace psíquico, y entonces...

Licaón lo sintió. La bestia se estremeció y gruñó bajo.

De pronto estaba inquieta otra vez, babeaba más que nunca y su cola se retorcía. Pensó en echarse atrás y alejarse hasta que volviera a tranquilizarse, pero todo sucedió muy rápido. Atenea se pegó al cristal espejado con un grito atrapado en la garganta: la mantícora acababa de empujar a Licaón hacia atrás, de un cabezazo, y estaba furibunda. Había sentido la invasión de las asistentes. Se golpeaba la cabeza contra el suelo, y rugía, gemía… Licaón se incorporó y trató de hablar otra vez, pensó que usar su voz serviría de algo, pero fue contraproducente:

-¡Tranquila! ¡Estoy aquí, no pasa nada! ¡Tranquila! -le dijo, mostrándole las manos vacías.

-¡Broom! ¡Sácalo de ahí! -escuchó que Atenea decía- ¡Sal de ahí, ahora, Licaón! ¡Aléjate antes que...!

La advertencia llegó tarde…

(LO QUE SIGUE POR AQUÍ)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

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