No permito que mis traducciones sean publicadas en ninguna otra página, así que por favor no las utilices ni las adaptes.
(Masterlist) Título: Until then: take care, take care, take care (Hasta entonces, cuídate, cuídate, cuídate)
Autor:
losingplacesGénero: Slight!Angst
Rating: PG-13
Idioma original: inglés
Fanfic original:
click aquíTraductor: Drake15
Palabras: ~15100
Park Chanyeol, un programador que se ha suicidado y le ha dejado a Jongin una casa y todo su contenido. Park Chanyeol, quien físicamente no aparece en la historia pero aun así ésta nos cuenta tanto de su vida, su forma de ser y sus pequeñas manías.
Este fanfic me ha tocado bastante la primera vez que lo leí y rápidamente se convirtió en uno de mis favoritos, cargado de emociones y nostalgia. Espero que lo disfruten tanto como yo, siéntanse libres de compartirlo con amigos y dejar un comentario diciéndome qué les pareció. Saludos y gracias por leer. :]
Until then: take care, take care, take care
En el asiento de pasajeros hay un mapa. Está nuevo y brillante, habiendo sido desdoblado sólo una vez, y luego vuelto a doblar, para mostrarle a Jongin la región por la que tendrá que navegar con su ayuda. Hay un dispositivo GPS en ese asiento también. La noche anterior Jongin pasó aproximadamente una hora tratando de fijar la maldita cosa al salpicadero; terminó casi aporreándola contra la ventana. El mapa y el GPS son inútiles sin los dos sobres que ocupan el asiento junto con ellos. Uno es grueso, y contiene varias páginas de documentos legales que le fueron entregados por el abogado de Chanyeol, Choi Sanghoon. El débil contorno de una llave se marca en una de las esquinas. El otro sobre es delgado y contiene una carta de una página de parte de Park Chanyeol mismo.
Las palmas de Jongin están sudadas. La mezclilla de sus jeans se siente áspera contra su piel. Observa el muro cubierto de suciedad a través del parabrisas. Jongin se siente vacío. Coloca la llave en el encendido y la gira, inundando así la pared de luz. Abandonará Seúl.
-Está bien cuidada -había dicho Choi Sanghoon, sonando y también luciendo aburrido, mientras le entregaba a Jongin el sobre grueso-. No debería ser difícil de vender, a pesar de la ubicación. Y no te la pasarás de largo; es la única casa por aquella zona.
Cuando Jongin finalmente llega a la intersección, ya han pasado cinco horas desde que dejó Seúl. La luz del sol aún perdura, pese a que el día se va convirtiendo en noche, permitiéndole divisar sin problemas el camino de tierra que lo llevará a la propiedad, y la línea de árboles al fondo. Una vez que la casa aparece ante su vista, desacelera y eleva la mirada hacia ella. Según Choi Sanghoon, fue construida a mediados de los setenta, fuertemente influenciada por el estilo occidental. Jongin sólo nota la puerta de entrada azul.
No ha llevado mucho con él. El agua y la electricidad aún funcionan (Chanyeol dejó dinero separado para que fuesen pagados póstumamente durante seis meses) y Jongin no planea quedarse más de una semana, máximo, pese a haberse pedido dos en el trabajo. A veces, ser trabajólico tiene sus ventajas.
En la última estación de servicio marcada en su mapa (el GPS se volvió poco más que caminos sin nombre y grandes extensiones de verde a esas alturas) Jongin adquirió fideos instantáneos, algo de fruta y varias botellas grandes de agua. Mañana conducirá hasta la ciudad, a unos pocos kilómetros de distancia, para realizar las compras debidamente.
Toma los sobres del asiento de pasajeros junto con el GPS y levanta su bolso y las compras de la estación de servicio. Tras un poco de esfuerzo, la puerta se destraba y se abre con un chirrido.
¿Has visto cómo cada casa tiene su aroma distintivo? ¿Y cómo ese aroma se le impregna a la persona que vive allí y, en cierta forma, se siente como lo más reconfortante que existe? Casi como si estuviera dándote la bienvenida, llevándote hacia su tibieza y lentamente adhiriéndose a ti también, aunque sólo sea durante un rato. Esta casa tiene su aroma también. No huele a polvo, ya que no ha pasado tanto tiempo, pero sí huele a Chanyeol, o eso es lo que Jongin asume. No es como lo recuerda de la infancia (el lugar que siempre había considerado su segundo hogar), pero es Chanyeol, sin embargo.
Huele a cada día, cada rutina, cada desayuno y almuerzo y cena y tentempié nocturno; a jabón y detergente; a veranos e inviernos y primaveras y otoños; a cada pequeña cosa que conforma a una persona. Cada cosa que dice «aquí vivo yo». Chanyeol vivió allí durante siete años.
Jongin permanece en el recibidor, inmóvil, con su bolso irritándole el hombro y las manijas de plástico de la bolsa enterrándosele en los dedos.
No se siente vacía. Nadie ha vivido allí en cinco semanas, nadie ha atravesado esa puerta, y sin embargo la casa no se siente vacía. Es casi como si Jongin esperara que Chanyeol avanzara hacia él, lo saludara como si el tiempo no hubiese pasado y luego continuara haciendo sus cosas. Suspira. Le repiquetea un poco en el pecho, como si sus pulmones estuviesen llenos de la mugre gris de las paredes de su garaje. Se quita los zapatos con los pies y continúa hacia la sala de estar y cocina.
Hay una capa muy fina de polvo cubriendo la isla de la cocina. Jongin la limpia sin entusiasmo usando la manga de su camisa y vacía la bolsa de plástico de su contenido. Deja las bananas en la mesada junto a las manzanas, encuentra sitio en la alacena para guardar los vasos plásticos de los fideos instantáneos y mira dentro del refrigerador. Huele a limpio y está desprovisto de contenido. Es algo triste, y un poco pavoroso. Fue limpiado por Chanyeol mismo. Jongin aparta los pensamientos y presiona un interruptor. El motor arranca y comienza a zumbar. Una vez que la leche y las botellas de agua son guardadas, Jongin se siente perdido.
Casi se lo pregunta a la casa misma: ¿y ahora qué? Le responde, a su manera.
Estudiando la sala de estar, Jongin se enfrenta con una encarnación tangible de la mente de Chanyeol. La gente siempre había hecho suposiciones sobre él, desde que era niño. Jongin lo había presenciado de primera mano.
Cuando Chanyeol era pequeño, esas suposiciones no eran tan hirientes. Reía y sonreía más de lo que no, no podía estar quieto por más de cinco segundos, era demasiado impulsivo, se trepaba a árboles muy altos y se lanzaba por caminos empinados en su patineta sin rodilleras ni casco. Una vez se cayó y se rompió un brazo. Fue un milagro que no se abriera la cabeza. Unos años más tarde, fue con su bici por una colina herbosa detrás de la escuela y se chocó con una cerca al final: se rompió la nariz, se abrió la frente y perdió un molar.
Al llegar Chanyeol a la adolescencia, las críticas cambiaron. No era tan inteligente, decían. Más que impulsivo, era imprudente. Era apático, holgazán, irascible e insolente. Lo tacharon de trastorno por déficit de atención, aunque a nadie jamás se le ocurrió llevarlo a examinar.
Cada pared de la sala de estar está cubierta de estanterías, todas de idéntico diseño, si no es que también de igual forma y ancho. Chanyeol las había comprado todas al mismo tiempo y las había armado él mismo, sabiendo exactamente para qué las usaría, con el tiempo. Encima de la puerta del porche hay una única repisa con unas pocas fotos sin marco apoyadas contra el muro y una botella de regalo de tequila mexicano con un sombrerito en la tapa. Hay a su derecha un frasco de conserva lleno hasta la mitad con varias piedras y conchas sencillas, y una vieja cámara analógica que Jongin reconoce y una digital que no. También distingue la foto de él y Chanyeol, incluso a la distancia. Aquel día se habían graduado antes. Todo sonrisas brillantes y un flash con demasiado brillo. Jongin no la toca.
La mayoría de los estantes están repletos de libros, libros y más libros. De ficción, no ficción, novelas gráficas, photobooks, libros de arte, de texto, unos pocos diccionarios. El segundo producto más abundante son los DVD; y el tercero, los videojuegos. A Jongin le sorprende la falta de CD. Mientras camina junto a los estantes, echándoles a cada uno un vistazo superficial, nota que no es que haya escasez de música: literalmente no hay ningún objeto relacionado con la música en la habitación.
El único ser vivo que Jongin ha visto en la casa hasta ahora es una planta en maceta, en la ventana de la cocina. Una orquídea. No parece que vaya a vivir mucho tiempo más. Toca las hojas, gruesas y verdes, y luego con el dedo su espina, adherida a un tallo delgado. Todas las flores se han caído y secado en el alféizar de la ventana, blancas con rosa en el centro. Las raíces aéreas son largas y plateadas, y a pesar de que Jongin no sabe mucho sobre orquídeas, está bastante seguro de que esa ha tenido días mejores. Consigue una taza de la alacena y riega la tierra seca.
Tras dejar su bolso junto al sofá en la sala de estar, continúa recorriendo el resto de la casa, encendiendo las luces a su paso. Casi toda la planta baja consiste en la sala de estar y la cocina. El baño (que resulta ser sorprendentemente amplio y moderno) está separado del lavadero. Hay un armario bajo las escaleras que contiene ropa de abrigo y zapatos para las temporadas de otoño e invierno. Es extraño, piensa Jongin mientras cierra la puerta.
El sol ya casi se ha puesto afuera, dejando sólo una delgada franja rosada y el más débil dejo anaranjado en el horizonte. El piso de madera refleja los rayos que atraviesan el cristal de la puerta del porche. Un único rayo de luz baña el borde del hombro de Jongin mientras él se encuentra parado al pie de las escaleras, dubitativo. Se palmea el bolsillo frontal para asegurarse de que su teléfono siga con él, lo cual se da cuenta que es bizarro, pero aun así. No le sorprendería que Chanyeol le jugara una broma desde la tumba. La oportunidad perfecta. Una víctima incauta. O mejor aún: Jongin, que se asusta hasta con la caída de un pin.
-Más te vale no jugarme ninguna broma de mierda -dice mientras comienza a subir las escaleras. Su voz suena mucho más fuerte de lo que esperaba. Para cuando llega hasta arriba, cada músculo de su cuerpo se encuentra tenso, esperando por la bomba, por algo que lo haga cagarse del susto.
Sin embargo la bomba no llega. Se decepciona.
En total hay cinco habitaciones en la planta alta. Sólo la que está al final del pasillo tiene una puerta. Las otras cuatro (dos a cada lado) podrán carecer de puertas, pero no de las bisagras para sujetarlas. De pie en medio del pasillo, entre las dos primeras habitaciones, Jongin estira los brazos a los lados tanto como puede y las puntas de sus dedos apenas entran a cada cuarto.
El primero que revisa es, por supuesto, el que tiene puerta. Hay dos razones para ello: una, que una habitación que posee una puerta cuando ninguna otra tiene le provoca una especie de inquietud, un miedo a lo desconocido; y dos, porque ya sabe lo que hay detrás pero aun así no lo pone menos aprensivo.
El dormitorio es enorme. Incluso más aún con la escasa cantidad de mobiliario. Una cama de dos plazas con un único edredón y una almohada se encuentra contra la pared. Hay una mesita de luz a cada lado, ambas con una pequeña lámpara de pie en ellas. Encima de la cama hay tres ventanas, conectadas por sus marcos, y a la izquierda hay un clóset de madera; una antigüedad, a juzgar por su aspecto. Hay una silla de mimbre a un costado, de las baratas que se consiguen en IKEA. Un par de pantalones de ejercicio y unos jeans se hallan arrugados en su asiento, y unas pocas camisetas están colgadas del apoyabrazos; una tercera yace en el suelo. La cama está a medio hacer. Las paredes se encuentran mayormente desnudas, excepto por una pintura vieja y abstracta que los dueños anteriores se negaron a llevarse consigo cuando se mudaron.
Chanyeol se había alternado entre encontrar a la pintura aterradora y horrible, quererla fuera de allí (o quemada en una hoguera) y encontrarla reconfortante, o cautivadora cuando no podía dormir por las noches. La había quitado, en un momento dado, sólo para volverla a poner en su lugar luego de unas pocas semanas porque el muro lucía muy vacío y triste sin ella, y se había aburrido de no tener nada que escudriñar cuando el sueño se ausentaba. Jongin frunce el ceño hacia la pintura, sintiendo por ella, sin saberlo, lo mismo que Chanyeol había sentido.
Hay un reloj de muñeca en la mesa de luz. La habitación está tan silenciosa que Jongin puede oír sus tic, tic, tic. Un pequeño libro de bolsillo titulado COSMOS. Ropa de cama gris oscuro. Ninguna cortina cubriendo las ventanas. Detalles ínfimos. Aquella habitación se siente vacía.
Jongin toma el librito. A sólo unos centímetros de tocar su cubierta doblada en la esquina, su mano se detiene y queda flotando. Hay pequeñas franjas de post-its naranjas, amarillos y verdes asomando por la parte de arriba del libro. Unos púrpuras y rosas sobresalen del costado. Debe haber al menos cien de ellos combinados, si no es que más. Jongin retira su mano y deja que caiga a un lado. Mira por la ventana, apenas notando el cobertizo a unos pocos metros de la casa. Anota mentalmente ir a revisarlo mañana.
Se agacha en la puerta, con sus dedos entrelazados. Hay una media bajo la cama. Le hace reír. Algo se tensa en su pecho.
Jongin no se da cuenta de cuán hambriento está hasta que se encuentra comiendo una banana mientras espera a que el agua hierva. Luego de mirar el dormitorio, dejó el resto de la planta alta inexplorada. Aparte del hecho de que ya era bastante tarde, y que estaba cansado tras medio día de trabajo y luego otro medio de conducir, simplemente no le quedaba sobrante emocional para revisar ninguna de las otras habitaciones. Sólo con pasar a sus lados y echar un vistazo al interior, supo que se quedaría despierto la noche entera si ingresaba. Podía esperar hasta mañana.
De camino hacia el sofá con su cena, hace un desvío rápido hasta el recibidor para buscar la carta de Chanyeol. La había dejado en la mesita de allí. Más que una carta es una nota, honestamente. Una hoja A4 de papel de impresora blanco, con los garabatos de Chanyeol hechos en algún lugar del centro en tinta negra. Todo lo que dice es: «Es tuya para que hagas con ella lo que quieras. -C». La casa y todo en su interior, como fue aclarado en el testamento de Chanyeol.
«Véndela, quémala, tírala al mar», había pensado él mientras escribía esa única línea, y luego había doblado con cuidado el papel para que los bordes coincidieran.
Jongin deja la carta encima del sobre en la mesa de la sala de estar y da un bocado a sus fideos. La televisión zumba en el fondo, con el volumen lo suficientemente bajo como para no poder entender el diálogo. Cuando la encendió, no había más que estática. No había cable, pero el reproductor de DVD funcionaba perfecto. Jongin lo había prendido y, tras un minuto, había comenzado a reproducir el disco que ya tenía dentro, desde donde Chanyeol lo había dejado. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Levanta la vista momentáneamente de sus fideos, ya que hay un destello cegador en la pantalla junto a lo que supone que es el nacimiento de una estrella. Recoge nuevamente la carta y la mira sin ver, soplando y luego sorbiendo su comida.
Cuando recibió la llamada de Choi Sanghoon diciéndole que Park Chanyeol había fallecido y le había dejado una herencia, Jongin se quedó pasmado. El formal aviso del abogado contenía demasiada información para procesarla en ese momento. Cuando se encontró con él unos días más tarde para discutir sobre aquella herencia, aún no estaba seguro de comprender lo que estaba ocurriendo. Su amigo de la infancia había fallecido. Su amigo de la infancia, a quien no había visto ni le había hablado en años, le había dejado una casa. Cuando Jongin regresó a su hogar aquel día sintió demasiadas cosas, y todas ellas se trepaban las unas a las otras, como niños ávidos de aire: ¡escógeme, escógeme!
Había intentado señalarlas y llamarlas por sus nombres. La culpa estaba allí, a la izquierda, con la corbata floja y el suéter torcido. La incredulidad en un rincón, con los ojos ensanchados, el cabello enmarcándole el rostro como una cortina y un par de rodillas lastimadas asomándose por debajo de una falda tableada. La aflicción, adelante del todo, con una mirada distante y ropa arrugada; sus dedos se crispaban intermitentemente. La ira, también en el frente, con los puños cerrados y la mandíbula tan apretada que se podían escuchar sus dientes rechinando; el combustible corría por sus venas, esperando a que una chispa lo encendiera.
Jongin no va a mentir y decir que no se sintió incomodado. De la forma en que lo veía, fue Chanyeol quien dejó que al final su amistad muriera. Se había sentido tan herido de que pareciera no importarle nada, incluso aunque él tampoco luchó tanto como debiera. Así que era más fácil culpar de todo a Chanyeol, convertirlo en el villano y a Jongin en el héroe decepcionado.
-¿Crees que debería verla? A la casa, quiero decir -le preguntó Jongin a Kyungsoo tras tres días de rumiar tanto aquello que ya no podía concentrarse debidamente en el trabajo. Eso solo ya debía haberle respondido su pregunta.
Kyungsoo deslizó su vaso de vino tinto por la mesa de la cocina y observó mientras Jongin tomaba un trago.
-Creo que sí, deberías -respondió al final.
Jongin se termina los fideos, envía unos pocos mensajes de texto y se queda dormido en el sofá con la televisión como compañía.
Es aún temprano por la mañana cuando se despierta. Se encuentra con que no puede volverse a dormir, ni queriéndolo. El desayuno consiste en más fideos instantáneos y una botella de leche saborizada. Una banana es su postre. La lleva afuera y se la come de pie en la orilla del piso de madera del porche. No posee barandilla, simplemente termina y cae hacia el césped debajo. Es como si el constructor se hubiera quedado sin materiales, o motivación, y nunca se hubiese molestado en finalizarlo. No hay sillas, aunque sí un conjunto de zonas más claras sobre los paneles de madera cercanos a la pared de la casa. Jongin se pregunta, vagamente, cómo habrá podido pagar la casa Chanyeol.
Necesita con urgencia algo de comida de verdad, ya puede sentir cómo su cuerpo sufre mientras tira la cáscara de banana en el campo, y siente una punzada entre las costillas. Sus días de alimento instantáneo en cada comida claramente terminaron. Encontrar la ciudad y el supermercado no debería suponer ningún problema, el empleado de la estación de servicio se lo había asegurado. Pan comido, como dicen todos por allí, aprendió Jongin. Sin importar adónde estés, ya sea en una gran ciudad o un pueblito, siempre es fácil.
En la distancia, cercano al bosque, Jongin nota que algo corre de aquí para allá por la hierba alta. Cuanto más lejos está del bosque, más y más corto se vuelve el césped, y por un momento Jongin confunde al animal con un lobo, pero conforme se va acercando se da cuenta de que es muy pequeño para serlo, a pesar de tener una gran semejanza. Incluso para un cachorro grande, su anatomía está mal. Obviamente ya ha visto a Jongin, dado que vacila por un momento antes de continuar su lento trote hacia la casa. Cuando mínimo, está acostumbrado a la gente. Jongin se acuclilla, esperando a que el perro se abra camino hasta él. Sabe que está arriesgándose al asumir que es amigable, pero su actitud mientras se aproxima es relajada. Duda un instante antes de acercarse lo suficiente como para oler la mano extendida de Jongin.
-¿A quién le perteneces? -pregunta él, manteniendo la voz amistosa. Rasca al perro detrás de las orejas y el cuello cuando su aprobación queda clara. No lleva ningún collar ni tampoco tiene marca identificadora en ninguna de sus orejas, pero parece estar bastante saludable. Ojos de un azul brillante y un pelaje tupido grisáceo, con la zona detrás de las orejas anaranjada. El perro olisquea alrededor, hociquea las manos de Jongin y sus muñecas.
»Soy Jongin, es un placer conocerte -dice. El perro estornuda, sacude la cabeza y levanta la vista hacia él. Se hacen mutua compañía durante un rato, Jongin le rasca y despeina su pelaje distraídamente. No transcurre mucho tiempo hasta que el perro levanta las orejas y sale disparado en dirección al bosque nuevamente. Jongin puede verlo por varias yardas antes de que desaparezca en la hierba crecida y hacia el bosque.
Cuando vuelve a entrar, le envía a Kyungsoo: «¿cómo están los niños?». Él responde con una foto de tres perros, los cuales están o desenfocados, o parcialmente cortados de la foto o no prestando atención. Es el tercer intento de Kyungsoo, y Jongin se ríe.
El viaje hasta el supermercado es, sorprendentemente, casi tan sencillo como dijo el empleado. Le toma a Jongin más tiempo encontrar lo que necesita que el llegar hasta el lugar. La falta de previsión lo deja sin una lista de compras, pero se las arregla para conseguir las cosas básicas y pasa por alto casi todo lo demás. De regreso al auto le ofrece una sonrisa torcida a un par de chicas adolescentes sentadas en un banco afuera del mercado, comiendo helado. Ambas se ríen. La del corte bob a la antigua se sonroja levemente. La otra comienza instantáneamente a burlarse de ella. No deben tener más de catorce años.
Tal vez vieron a Chanyeol en algún momento, así como están viendo a Jongin ahora. Tal vez vieron a Chanyeol y lo encontraron atractivo, y se rieron cuando les ofreció una sonrisa seductora. Chanyeol podría haberlas visto, allí sentadas en los días libres de escuela con nada mejor que hacer en un pueblito tan pequeño, observando a la gente ir y venir. Podría haberlas visto a lo largo de los años, haberlas visto crecer, haberlas visto un día y darse cuenta con una especie de sorpresa atrasada que ya no eran niñas de siete años con coletas caminando de la mano de sus madres. Chanyeol había vivido una vida, allí.
Jongin sube las escaleras hacia el primer piso y mira en cada habitación, excepto el dormitorio. Al final, elige el cuarto con la computadora. Parece ser el menos sobrecogedor.
Hay un estante repleto de libros de programación, algunos con los bordes tan gastados y lomos tan frágiles que unas pocas páginas vuelan hacia el suelo cuando Jongin saca uno sobre algoritmos para verlo, y pilas y pilas de CD con cajas transparentes y una desprolija escritura adornándolos en su mayoría. Debe haber cien libros, todos ellos relacionados de alguna manera con la programación de computadoras, desde lo obvio hasta lo más oscuro.
El escritorio es un lío de papeles. Es el tipo de lío que, para la persona indicada, es perfectamente lógico. Jongin pasa por algunas hojas al azar, haciendo poco más que ojear oraciones sueltas aquí y allí. La mayoría están en inglés, y Jongin apenas comprende una pizca de las que están en coreano. Casi se sorprende cuando la computadora se enciende y lo lleva a la pantalla de la contraseña. Conoce a Chanyeol lo suficientemente bien para saber que no va a dejarla por ahí escrita, así que no se molesta en buscarla. En su lugar contempla la pantalla, sin atreverse a probar suerte, esperando que mágicamente se desbloquee sola. No pasa mucho tiempo hasta que nota el pequeño signo de interrogación en una esquina. Lo clickea y aparece un pequeño cuadro de diálogo con una pregunta. «¿Quién fue mi primer amor de la infancia?».
Jongin apenas recuerda el nombre del suyo propio (en realidad ni siquiera se lo acuerda), y es más que obvio que no recuerda el de Chanyeol. De lo que sí se acuerda, sin embargo, es de aquella vez cuando a los dos les gustaba la misma niña a los seis años, y al final resultó que ella pensaba que ambos estaban contagiados de piojos y no quería tener nada que ver con ninguno.
Jongin tipea «soonsojin» y presiona la tecla enter.
El fondo de escritorio estándar aparece en el monitor. Sonríe, triunfante. No hay nada allí excepto por una carpeta azul claro titulada «Jongin». Todo lo demás fue eliminado. Su corazón se sacude. No sabe con seguridad qué espera encontrar ahí.
Aparece una lista de videos organizados por fecha. 07.01.2014 hasta 25.05.2014. En total son once archivos, y Jongin casi deja de respirar cuando cargan los íconos para cada uno. No es como si pudiera deducir lo que hay en las pequeñas vistas preliminares, sin embargo es bastante obvio. Da doble click en el archivo fechado 07.01.2014 y siente una descarga de culpa cuando Chanyeol aparece en la pantalla. Jongin sube el volumen.
-Si estás viendo esto significa que has venido hasta aquí, lo cual es bastante sorprendente, así que dos pulgares arriba para ti -dice Chanyeol y alza ambos pulgares. Hay un trozo de papel en su mano derecha-. Además estoy muerto, pero ya sabes eso, así que no tiene sentido volverlo a mencionar. Tenía pensado escribir todo esto en una carta, pero luego se me ocurrió que tal vez no quisieras saber, así que te di algunas opciones y ahora estás aquí por cuenta propia. O yo te manipulé para venir. Como tú quieras verlo, lo que te haga sentir mejor, supongo. -Mira hacia el techo sólo con sus ojos y sacude un poco la cabeza. -Tengo una lista como puedes ver, justo aquí: lista. Con sus viñetas y todo. Seh. -La observa durante un tiempo largo antes de volver a levantar la mirada con el ceño fruncido. -No está siendo de tanta ayuda como se suponía, sin embargo. Hay demasiado, y quieres decirlo todo de una vez, ¿sabes? Y al final terminas diciendo sólo la mitad de las cosas porque... demasiado.
»Estoy muerto. Básicamente eso es todo, supongo. En caso de que nadie te lo dijera o lo que sea: no morí dentro de la casa. Eso sería algo mórbido... más mórbido que esto, quiero decir. En fin. Hay un perro abandonado, que en realidad no sé si estará abandonado, pensé que podría ser salvaje o algo, ¿pero no? Viene por aquí, a veces se queda por un par de semanas o más, otras veces se va durante meses, pero si llega a aparecer, hay una bolsa grande de comida para perros en la, eh, alacena de debajo de la cocina, al final de la pared. También hay un par de tazones allí. Lo llamé Riggs. Ya sabes, ¿como en Arma mortal? Sí, parece gustarle. Si se aparece, aliméntalo. Básicamente.
Chanyeol se vuelve a quedar en silencio. Hay una mirada de indecisión en su rostro.
-¿Qué carajo se supone que diga? En serio. No hay suficientes palabras, ni tiempo, ni nada para explicarte cómo... cómo terminé aquí, cómo te traje a ti aquí, o por qué lo hice. Tratar de seguir todas esas líneas sinuosas -Gesticula con su mano como si fuera independiente del resto de su cuerpo- que me hicieron decidir que así es como tiene que ser porque, racionalmente, no sé el motivo. -Mira a Jongin a través de la pantalla y se ríe. Es casi como si Chanyeol se hubiese sorprendido a sí mismo. -«Lo siento» no alcanza, pero es todo lo que tengo, y no sé. Quizás cobre sentido para ti al final, o quizás no, ni siquiera estoy seguro de que tenga sentido para mí, pero lo tiene, y sí. Estoy... feliz de que estés aquí, Jongin. Lo cual es raro de decir ya que no estás aquí aquí, en esta habitación mientras digo esto, y yo no estoy ni siquiera cerca de donde tú estás ahora viendo esto, pero estoy feliz. Si lo sé, entonces estoy contento. Es más incómodo que la mierda hablarle a una cámara, se siente como si hablases contigo mismo.
Cuando el video termina, regresa al principio y se pausa automáticamente en el primer cuadro. Jongin no ha visto a Chanyeol desde que se graduaron de la universidad. Incluso antes de eso, se había ido perdiendo lentamente el contacto entre ambos. Chanyeol se había ido alejando más y más conforme esos tres años transcurrían, y al final, se marchó sin siquiera un «un gusto conocerte».
Ni siquiera luce tan diferente. Casi hasta lo enfada a Jongin. No debería ser tan fácilmente reconocible. Incluso su cabello está cortado igual: el flequillo grande peinado hacia atrás, y corto a los lados. Hasta la gorra parece como algo que Jongin le debió haber visto usar alguna vez. La tela oscura está raída en las orillas, luce como si hubiese sido reparada demasiadas veces. No hay ningún logo distinguible, y si lo hay, está desgastado.
Jongin se reclina en el asiento y vuelve a presionar el play.
No se da cuenta de cuántas veces lo vuelve a reproducir (lo pausa, lo rebobina, lo vuelve a pausar, y sus pensamientos revolotean por doquier y desaparecen, tratando de encajar todas las piezas) hasta que escucha un móvil sonando en la planta baja. Para cuando entra trotando a la sala de estar, la llamada ha ido al buzón de voz. En la pantalla dice que tiene dos llamadas perdidas, ambas hechas en las dos horas previas y de parte de Kyungsoo.
-Perdona, me dejé el teléfono abajo -dice Jongin, caminando distraído hacia el lavadero.
-Lo supuse. ¿Cómo estás? -pregunta Kyungsoo.
-Bien. No lo sé. Es... raro. No sé cómo lidiar con esto. -Golpea el lavarropas en la semioscuridad y se da la vuelta sobre sus talones, para retornar a la sala de estar y a la cocina. -¿Cómo estás tú?
-Cansado, pero bien. Tengo algunas comisiones nuevas. Te hablaré al respecto cuando vuelvas a casa. ¿Para cuánto tiempo más crees que tienes?
-¿Quizás cuatro días? ¿Cinco? Una semana, máximo. Hay mucho por hacer. O sea, no tengo que hacerlo, pero... -La voz de Jongin se apaga. Está apoyado contra la mesada de la cocina, observando a sus dedos desnudos moverse contra el piso de madera.
-No, comprendo, no te preocupes -dice Kyungsoo, sin siquiera pensar en cuestionarlo. Por una fracción de segundo, Jongin lo extraña tanto que le duele físicamente. Si tan solo pudiera recostarse en su sofá de segunda mano y posar la cabeza en el regazo de Kyungsoo, que sus dedos le aparten el cabello de la frente... tal vez se sentiría menos como si fuese a tropezar y estallar en cualquier momento.
Eso es, decide. Se siente como si fuese a tropezar, como si siempre estuviera por errarle a ese escalón de la escalera, aquel prolongado momento y comprensión repentina antes de la caída; como si fuese a toparse con algo que le desatará el nudo en su pecho.
Charlan durante algunos minutos más antes de darse las buenas noches.
Está nuevamente en la planta alta, con el teléfono en su bolsillo, y contempla el cuadro congelado de Chanyeol. Observa los otros archivos de video en la carpeta. Observa y observa y observa hasta que sus ojos le duelen y se fuerza a apagar la computadora. Nuevamente se queda dormido en el sofá con la televisión de fondo. Antes de dormirse, sin embargo, encontró la primera película de Arma mortal y la puso en el reproductor de DVD. Continúa repitiéndose hasta que se despierta, brevemente, a las cuatro de la mañana para apagarlo.
El día siguiente comienza con una intensa punzada de dolor en su cuello. Desayuna, va a ver si Riggs ha vuelto -que no lo ha hecho- y observa con pereza el cobertizo a unos metros de distancia. Jongin se había olvidado de él. Resulta que contiene muy poco de interés. Hay lo que uno esperaría: un par de rastrillos, un hacha antigua y oxidada, algunas herramientas, una podadora vieja. Las tres sillas apiladas una encima de otra, supone Jongin, han de ser las que alguna vez estuvieron en el porche. Hay cuatro puertas blancas apoyadas contra un muro. Revisa la primera, la de más adelante. Luce perfectamente bien, sólo algo mugrienta y con polvo por haber estado allí por quién sabe cuántos años. Probablemente no más de siete, supone, y sin duda fue Chanyeol quien las retiró. No posee grietas, el picaporte funciona, la puerta inclusive tiene una llave en la cerradura que gira con moderada facilidad.
Cuando Jongin regresa al porche, encuentra a Riggs sentado junto a la puerta.
-Hola -saluda, bajando hasta acuclillarse y dejando que el perro se le aproxime-. ¿Tienes hambre? -Riggs deja salir un aullido bajo, sacudiendo la cola.
Al mediodía, tras haberlo alimentado y comido él una manzana mientras holgazaneaba en el porche, Jongin ve otros pocos videos de los que Chanyeol le dejó. No son como el primero, al menos no en cuanto al tema. Más bien, son maravillosamente aleatorios.
Riggs jugando en la nieve y Chanyeol lanzándole bolas; Chanyeol despotricando durante tres minutos consecutivos -por encima de un bol de cereal en la mesa de la cocina- acerca de cuán injusto era que fuera alérgico a los gatos (el video comenzaba con cómo había estado mirando videos de gatos en Youtube durante la mayor parte de aquella mañana); caminando por el bosque con Riggs corriendo a su alrededor, filmando los árboles arriba con sus grandes gotas de nieve, y al cielo azul grisáceo del cual la nieve comienza a caer al final del video (jura Chanyeol); tocando Creep de Radiohead en la guitarra, sentado en el suelo con sus largas piernas cruzadas y el ceño fruncido en la semioscuridad, y su voz no fue hecha para cantar pero aun así hay una crudeza y emoción en ella que hacen que sirva de todos modos; tirado en el sofá con sus pies en el apoyabrazos, retorciendo sus dedos contra la luz del sol que entra a raudales por la ventana del porche.
Durante el resto del día, Jongin anda con lo que se siente como una piedra en su pecho. No está seguro de qué está haciendo allí. ¿Qué se supone que haga? ¿Cómo se supone que lo haga? Tal vez sí tenga sentido para Chanyeol el haberlo escogido; alguien que lo conocía tan bien pero no lo conoció durante varios años. Tal vez pensó que Jongin estaría mejor equipado para almacenar su vida y guardarla en cajas. Porque Jongin trajo cajas. Cajas de cartón chatas y marrones, esparcidas por el baúl de su auto. Los recuerdos están comenzando a resurgir. Extraña a Chanyeol. No es como si lo hubiese olvidado o hubiese dejado de pensar en él, pero sí lo había dejado ir.
Mientras espera a que su cena termine de cocinarse (carne, arroz blanco e integral y kimchi de tienda), Jongin llama a Kyungsoo. Es una conversación corta: cómo estás, te extraño, que tengas un buen día mañana, regresa pronto a casa. Son cerca de las 11:34 de la noche cuando camina hasta su auto y extrae cinco de las veinte cajas de cartón que trajo consigo. Las lleva escaleras arriba, se queda afuera de la primera habitación a la izquierda por un momento, se dice que tiene que dejar de procrastinar y tira las cajas al piso. Sin embargo continúa de pie en la entrada, mirando al interior.
Es una habitación llena de recuerdos. Nuevamente hay estantes. Al otro lado del cuarto hay una ventana. Tiene un escritorio sencillo debajo, y una silla idéntica a la de la habitación con la computadora. Hay un cactus con unas pocas florcitas rosas posado en el alféizar. Junto a la maceta hay un auto hecho de legos: un pequeño hombrecito y una mujercita están en el asiento delantero, y un árbol adulto crece del baúl. Bajo el escritorio hay un trípode de una cámara, cerca de las ruedas de la silla. Los estantes están repletos de álbumes de fotos, cajas de zapatos y unos pocos libros de fotografía. Es como un museo. Desde donde está parado, Jongin divisa el panda de peluche que Zitao le dio una vez a Chanyeol. La piedra en el pecho de Jongin de pronto se vuelve más pesada, y se gira sobre sus talones.
El piso de madera cruje bajo sus pies mientras camina por el pasillo, y se detiene por un momento frente a la puerta del dormitorio antes de doblar a la derecha. Entra sin vacilar a aquella habitación. Desde el primer día se ha estado preguntando acerca de ella. No hay nada dentro excepto por dieciséis latas de pintura, todas de colores muy, muy vivos. El plástico cubriendo el suelo de madera se arruga y rechina mientras él se sienta y se apoya con sus palmas. La pared que tiene delante está cubierta de manchas de pintura. Fueron todas hechas con los dedos. Si se acercara más, sería capaz de ver las huellas digitales borroneadas en varias partes. Jongin echa la cabeza hacia atrás, su cabello oscuro se le aparta del rostro, y tiene la boca abierta y los ojos entornados. No le ayuda a verle el sentido a aquello. Amarillos, naranjas, rojos, casi rosas, celestes, verdes brillantes... todos los colores de las latas con tapa y más, ya que se han mezclado, adaptado. No hay ningún patrón, ninguna lógica, sólo un vívido caos en las paredes blancas. Le hace pensar en las pinturas de Van Gogh.
Esa es la única habitación que Chanyeol ha dejado vacía. Cuando compró la casa, la pareja que era dueña la había usado como cuarto de visitas (tenían pensado convertirlo en un cuarto para el bebé, le habían dicho). Chanyeol no necesitaba un cuarto de huéspedes -ni mucho menos uno para bebés-, y no había podido pensar en nada más que hacer con él, así que por tres años lo dejó vacío. Luego, un día, decidió que algo tenía que hacerse. Cuando mínimo se merecía una nueva mano de pintura. Algo brillante. Condujo hasta la tienda con la intención de obtener algunas muestras para probar. En su lugar, compró dieciséis latas de pintura de varios colores. Con una brocha ancha dio una pincelada en cada pared, retrocedió, ladeó la cabeza y pensó «al carajo». Permaneció intacta durante dos meses y cuatro días. Al despuntar el alba del quinto día, ingresó a la habitación, abrió todas las tapas y comenzó a pintar las paredes blancas con los dedos. Continuó pintando por casi trece horas seguidas, hasta que se desfalleció en el suelo y durmió hasta el día siguiente.
Jongin jamás lo sabrá. Para él, continuará siendo un misterio. Un extraño y hermoso rompecabezas. Decide, finalmente, pintar encima. No puede explicar por qué, pero se siente demasiado íntimo, como si algunos de los pensamientos y emociones más personales de Chanyeol estuvieran en cada pincelada. Incluso aunque nadie lo comprenda, a nadie más debería permitírsele verlo.
Para el cuarto día ya se ha establecido una especie de rutina. Riggs lo está esperando afuera, y Jongin lo deja pasar debido a la lluvia. Pero no sin una toalla a mano para secarle el pelaje y remover la peor suciedad de sus patas. Él se comporta sorprendentemente paciente durante todo el proceso. Jongin desayuna mientras revisa el correo en su teléfono, y juega con Riggs por un par de minutos antes de que el perro se oville en la alfombra bajo la mesa de la sala de estar para dormir la siesta. Jongin sube la escalera y mira otro video. Está fechado 18.02.2014.
-Probablemente habrás conocido ya a mi abogado. Es básicamente el único ser humano con quien he hablado o al que he visto con cierta semi-regularidad durante los últimos... no lo sé, ¿seis años? Así que por extensión es como mi único amigo. -Chanyeol lo dice con un resoplido, aunque no parece particularmente triste por lo que ello implica. -Lo cual me lleva a algo más. Transición perfecta, ¡choca esos cinco! -Abofetea el aire.
»Antes de la uni, aquel verano antes de empezar, comencé a huevear con una idea. Una idea para un programa... No puedo decirte de qué se trata ni para qué es porque... bueno, supongo que no se puede demandar a alguien que está a dos metros bajo tierra. Pero igual. Para el segundo semestre de la uni, comencé a ponerme serio sobre esta idea, y empecé a desarrollarla. Era básicamente todo lo que hacía, ya sabes, entre clases y eso. Así que más o menos medio año antes de graduarme, había finalizado. Terminado. Era como... la tormenta perfecta. -Hace una pausa, se quita la gorra y se alisa el cabello contra el cuero cabelludo antes de volvérsela a poner, como si le ayudara a reordenar sus pensamientos.
»Sé que dejamos de vernos, tú y yo, cuando empezamos la uni y todo. Y sé que hiciste el intento, pero... Vendí el programa, y contraté a Choi Sanghoon para que, ehm, ¿se encargara de las cosas legales? Porque la compañía que lo compró quería todos los derechos y demás cosas; básicamente querían decir que eran ellos quienes lo habían desarrollado, que yo era sólo uno de algo así como una puta liga de desarrolladores, así que Sanghoon se aseguró de que no me jodieran. Es decir, en ese punto no me importaba si mi nombre estaba ahí o no. O me importaba, pero aun así. Me entregaron un cheque gordo y Sanghoon se ha estado encargando desde entonces de toda esa mierda legal. Técnicamente es un... abogado corporativo, o algo así, pero... el dinero pesa. -Chanyeol se encoge de hombros y agrega, como si nada: -Sí. Es un cretino.
Jongin ríe, a su pesar.
Luego de un almuerzo rápido y de dejar a Riggs salir pese a la lluvia continua, pinta una pared entera del cuarto vacío. Escoge el verde brillante. Consigue pintar un cuarto de la pared a su izquierda, teniendo cuidado de no acercarse demasiado a los marcos de la puerta, cuando se queda sin pintura. Al dirigirse a la tienda con el número de la lata, se sorprende al encontrarse con que aún fabrican aquel color.
-Fue popular hace algunos años -dice la mujer tras el mostrador mientras aguardan a que la pintura termine de mezclarse-. Es un lindo tono, pero ¿por qué querría alguien una habitación verde brillante? -pregunta, y se ríe.
Durante el viaje de regreso a la casa, Jongin llama al abogado de Chanyeol.
Parte 2 →