Aquel día, precisamente, no fue uno de los mejores que Brennenburg pudiese haber apreciado desde hacía tiempo.
Las tormentas del Norte parecían haber oído la llamada de la Sombra, y sus oscuras nubes como el carbón se retorcían encima de las altas torres del antiguo castillo. La abundante fresca lluvia golpeaba firmemente los amplios ventanales,
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