Título: La Muralla y El Trampolín [1/9 + Extras]
Fandom: Latin Hetalia.
Personajes/Parejas: Miguel/Manuel (Perú/Chile) y muchas otras más a medida que progrese la historia.
Rating: PG15 O WHATEVER QUIEN ENTIENDE ESTO.
Advertencias: Universo Alterno, vida universitaria, imperceptibles referencias a chistes malos, temas adultos, DORAMA y por sobretodo comedia fail.
Comentarios: Multi-Chapter eterno y escrito en conjunto con
kororo_minamoto. En progreso. Los capítulos serán publicados todos los viernes (siempre y cuando no me pase algo) y los capítulos extra/especiales los martes.
Son las dos de la madrugada, el despertador ni siquiera amenaza con sonar y Miguel se levanta de golpe, enredado entre las sábanas y aturdido, bañado en sudor, con el corazón latiéndole a mil por hora. Se lleva una mano al pecho y respira, tratando de controlar la exaltación del momento.
Inhala.
Exhala.
En medio de la noche, cuando nadie puede verlo, Miguel es honesto consigo mismo.
-Oh dios. -se lleva las manos a la cara-. Oh dios, me gusta el idiota.
Carajo.
-
Un sentimiento de profunda satisfacción llena el pecho de Miguel al encontrarse parado frente al campus de la prestigiosa universidad a la que tanto ansiaba ingresar.
¡Lo había logrado! Ingresar a la carrera de Derecho con un excelente puntaje era, claramente, una hazaña de la que había demostrado ser perfectamente capaz.
(Podría decir que es un sueño hecho realidad haberlo logrado; podría decir que es un alivio haber podido cumplir con las expectativas de su familia.
Porque trabajó duro para esto. Porque traerle orgullo a su familia ayuda a llenar una parte de sí mismo, a saberse capaz de lograr grandes cosas.
Siente que tiene todo el derecho a llamarse a sí mismo genio. Y lo hace.)
-Soy un genio. -suspira, con una sonrisa tontísima en el rostro-. Soy un gran, gran genio.
Había recorrido un largo camino desde casa para alojarse en un apartamento cercano al campus. Ahora, dirigiéndose a su primera clase en la Facultad de Derecho, el prospecto de ser un abogado le parecía cada vez más cercano, más real. Dentro del salón, aún con la brillante sonrisa de emoción en el rostro, se aseguró el asiento más cercano al profesor (¡Hey! Tenía que estar bien asegurado).
Ya había un chico en el asiento de junto. Miguel decidió preguntarle un par de cosas, porque se veía callado y necesitaba entablar conversación con alguien.
-¡Hola!- esbozó su mejor sonrisa, pero el otro chico no pareció haberlo oído bien porque no mostraba ningún tipo de reacción particular. -Me llamo Miguel y, en serio, es increíble estar aquí.
-¿Sabes? Ingresé con uno de los mejores puntajes de la carrera. -trató de disimular el orgullo excesivo.
Volvió a sonreír. (El otro tipo sólo lo miró con aburrimiento.)
-¿Y tú cómo te llamas?- extendió una mano como ofrenda de amistad pero el otro la cogió apenas, de manera hasta algo reticente. Finalmente, después de un silencio algo incómodo, recibió una respuesta.
-Manuel. -una voz algo ronca, cortante. Parecía algo arisco, por la manera en que parecía estar constantemente molesto y algo nervioso, también. Miguel notó que mordía el extremo de su lápiz.
-Ah. Un gusto. -“¡Que pesado!”, piensa. Miguel, que se había presentado con las mejores intenciones y este tal “Manuel” estaba siendo tan cortante y… pesado.
-¿Y no sabes cómo se llama el profesor, Manuel? -no desistió de intentar una conversación civilizada.
-No. -contesta con voz cortante, cejas alzadas en despreocupación, e inmediatamente desvía la vista hacia otro lado.
-…
“Y a este que le picó, pesado”. ¡Pero no se rendiría! Le iba a sacar una conversación decente a este tipo aunque la vida se le fuese en ello.
-Oye… -lo que iba a decir jamás salió de sus labios, porque Manuel lo miraba con cara de malas pulgas.
-Mira, yo no vine acá a socializar, ¿bien? -dicho eso, agregó-. Lo que quieras decir te lo puedes guardar porque no ando con ganas de andar escuchando a nadie que no sea el tipo que dicte esta clase.
Miguel no podía creer en la sola existencia de un huevón tan pesado como el que tenía sentado al lado. Y que tenía el atrevimiento de hacer muequitas de fastidio.
-¡Oe, tú! Yo estaba tratando de ser amable. -bien, ya se le había mermado el buen ánimo y las ganas de ser simpático. Iba a soltarle un par de palabrotas cuando el profesor que dictaba la clase apareció en la sala.
Y se le podía ir la vida, pero no la primera clase de Derecho Penal I.
-
Un par de semanas después, Miguel estaba seguro de una cosa: Manuel Carrera era un idiota arrogante de mierda. Llegaba primero a todas las clases con una tremenda cara de antipatía y no emitía palabra alguna durante toda la clase. No hablaba con nadie y siempre era el primero en abandonar el aula al momento del cambio de clase. Miguel nunca lo veía durante la hora de almuerzo o en compañía de alguien. Manuel siempre andaba solo.
Lo cual le parecía sospechoso.
Claro, sumado a la actitud de “tengo un objeto punzante metido en el trasero” y la cara de vinagre en estado puro, el tipo claramente era de esos capaces de matar cachorritos a sangre fría.
¡Alguien así en la carrera de derecho representaba una amenaza para la sociedad y el bien común!
Miguel sentía que era su sagradísimo deber mantener vigilado a este posible psicópata antisocial.
Para empezar, Manuel tenía una rutina bien simple (por lo que Miguel llevaba observando): Era bastante puntual, por lo que de seguro madrugaba. No se le veía en ningún momento de tiempo libre, por lo que deducía que se dedicaba a “picar” en vez de sentarse a comer en la cafetería. Luego de las últimas clases se dirigía seguido al bar de la esquina de frente al campus.
Quizás se estaba obsesionando un poco. ¡Pero era por un motivo justo! No le parecía normal una persona tan irritante como Manuel. Cada vez que Miguel intentaba acercarse en son de paz, el muy idiota acababa por sacarle de sus casillas (y Miguel era una persona muy, pero que muy paciente).
-¿Qué tal tu fin de semana?
-No te incumbe.
-Oe, trato de ser amable.
Manuel alza una ceja.
-No te pedí que fueses amable.
Miguel ve rojo.
La oportunidad perfecta para tratar de comprenderlo mejor se da cuando el profesor de Introducción a las Ciencias Jurídicas los empareja para un exhaustivo trabajo de investigación. Miguel está dispuesto a darle una chance a Manuel, por el bien del rendimiento académico de ambos. No conoce las calificaciones del, pero las de Miguel son buenas (y por ello no pueden ser arruinadas por la pesadez de Manuel).
Le envía un e-mail a Manuel, proponiéndole juntarse en la biblioteca de la facultad.
No recibe respuesta.
Y entonces decide ir y poner a ese imbécil en su lugar.
-
El bar está atestado de universitarios buscando un relajo. Un suspiro con sabor a alcohol y la excitación de la bohemia nocturna. Allí, entre los vasos llenos de líquidos de colores vistosos, el humo del tabaco y las risas, Miguel encuentra a Manuel sentado en la barra, sin ninguna otra compañía que un cuaderno, un par de libros y un Habana Cuba Libre.
-Te llamé un montón de veces. -Miguel trata de contener la rabia en la voz pero falla, porque la idea de que alguien sea tan irresponsable le molesta de sobremanera. Y Manuel tiene una manera de mirar a la gente, con una cara que explícitamente muestra un desinterés por lo que los demás digan o piensen de él.
-Y yo no quise contestar. -Manuel responde de mala gana y con un movimiento casual coge una carpeta del asiento contiguo-. Toma, todo el primer avance de la parte teórica. Ahora ándate.
Esta vez la furia puede más con Miguel, aprieta los puños y cuenta hasta diez. Se siente subestimado.
¿Qué se creía ese idiota? ¡Podía trabajar duro, era perfectamente capaz de hacer las cosas por sí solo! No necesitaba que nadie hiciera sus deberes por él.
-Tú -tiene que respirar hondo para no gritar-. Tú eres un gran, gran imbécil. ¡Pude haber sido perfectamente capaz de cumplir con mi parte si te hubieses dignado a contestar mis llamadas y trabajar en conjunto conmigo!
Manuel contempla su vaso fijamente. No confía en Miguel (no confía en nadie). Tampoco es de los que dejan cosas al azar y para él, las calificaciones son algo con lo que jamás se debe jugar.
-Mira, te apuesto una cosa, Manuel. -toma asiento a su lado, para obtener su atención-. Puedo hacerme cargo de la exposición y, te lo aseguro, será apoteósica. A cambio te quedas tú con la parte teórica.
Siente a Manuel como un tipo terriblemente desquitado e irresponsable y no sabe mucho de su desempeño académico (sólo después se enteraría de las jodidamente brillantes calificaciones del idiota). Tampoco le agradaba mucho su hábito de frecuentar bares y desaparecerse seguido, pero Miguel es paciente y no le niega segundas oportunidades a nadie.
Manuel no lo mira (nunca mira a nadie a la cara) pero parece contemplarlo y al cabo de un rato:
-Hecho. -ambos se dan la mano como tregua.
Y el infierno comienza para los dos. Tienen problemas decidiendo por dónde empezar, donde juntarse, que hacer, etc. No hacen más que discutir, pero al menos están comenzando a llevarse de manera más civilizada. Es un acercamiento. O mero instintos de ambos para conservar sano el hígado.
La primera reunión de trabajo es en las afueras de su facultad. Cuando Miguel llega, Manuel ya está parado esperando con cara de malas pulgas.
-¡Hey! -Miguel saluda cortito y antes de empezar a trabajar, saca su almuerzo del morral y comienza a devorar.
-Más vale que te apures con eso. -le regaña Manuel y Miguel observa con verdadero espanto como Manuel empieza a trabajar a toda velocidad sin haber probado bocado en toda la mañana.
-¿No vas a almorzar?
-Me comí un tarro de atún y una palta.
-… estás demente, ¿a eso le llamas comida?
-… no te cité para discutir hábitos alimenticios.
-¡Pero es perturbador! Te puedo ver la cara de hambre a kilómetros de distancia.
-Trabajo. Ahora.
Miguel se queda boquiabierto de la impresión.
-Lo que tú pareces es un robot. -es una conclusión muy obvia, piensa-. No sólo eso, pareces obsesionado.
-Quizás eres tú quien no se dedica suficiente a esto. -le regaña Manuel y Miguel no puede evitar hacer un puchero en respuesta. No le gusta que la gente llegue y asuma cosas sobre él.
-No puedes decir eso si no me conoces lo suficiente. -refunfuña-. Tengo razones para estar aquí, para haber llegado hasta donde estoy.
-De acuerdo, estás dónde estás, ¿pero lo vale? ¿Te mueve el piso estar acá? -Manuel está siendo… profundo, lo cual es una faceta que Miguel no le había visto (y ya le estaba perturbando, carajo).
-Si no lo valiera no me esforzaría, idiota. -la conversación ha escalado a algo más, algo que Miguel aún no sabe cómo definir-. Estoy donde estoy porque hay algo que quiero conseguir, algo que quiero cambiar.
(En ese momento Miguel no se fija, pero está siendo escuchado con toda la atención del mundo.)
-Hay cosas que vale la pena cambiar. -la voz de Manuel se vuelve algo suave, hasta se escucha menos ronca-. Mínimos detalles pueden causar los más grandes cambios, las cosas más maravillosas.
Miguel toma un respiro.
-Pueden convertir el mundo en un lugar mejor.
-Exacto.
-
El día de la exposición Miguel se presenta temprano con un bolso misterioso y una sonrisa de éxito premeditado en la cara. Manuel sólo lo mira y espera que lo que sea que el hombre se traiga entre manos sea bueno y no vaya a cagarles el trabajo duro de las últimas semanas.
Durante las exposiciones, el aula se encuentra llena de pobres pelotudos perdidos en la séptima nube. Las presentaciones son tan aburridas que hasta hacen cabecear al profesor. Llegado el momento de presentar lo suyo, Miguel deja pasar al frente a Manuel y luego se dedica a sacar una radio de su bolso. Coloca la radio y una musiquita comienza a sonar-
-¿No es esa la melodía de juicio en los juegos de Phoenix Wright? -una voz adormilada comenta de pronto y por arte de magia la clase comienza a erguirse en sus asientos y a prestar atención.
-¡Protesto! -exclama Miguel, prácticamente brillando de la emoción-. ¡Doy comenzada nuestra exposición!
Media hora después son la calificación más alta de toda la clase. Manuel prácticamente se saborea al ver la nota y Miguel no cabe en su propio ego.
Ambos concuerdan en ser un jodido buen dúo.
-Te diría que te debo una disculpa pero no se me da la gana. -le comenta Manuel, momentos luego del término de la clase.
-Te diría que eres un imbécil pero creo que ya te lo dejé claro. -no puede creerlo, pero Manuel le sonríe. Le sonríe.
(Una mueca torcida, algo pequeña y con tintes sarcásticos, pero una sonrisa al fin y al cabo.)
-Te diría entonces que estoy empezando a creer que hacemos un buen equipo. -responde él, siguiendo el juego de Miguel-. Pero parece que soy un imbécil.
-Te digo entonces que quizás no lo eres. Tanto. -y al momento siguiente están tirándose un par de bromas, lo cual no deja de parecer increíble… Claro, hasta que Manuel se toma algo muy en serio o Miguel es el que se toma algún comentario muy a pecho y al momento siguiente ya están tratando de aplastarse la tráquea mutuamente.
Al final, un avance es un avance.
(A Miguel empieza a gustarle el raro y escaso sonido de la risa suave de Manuel.)
El cambio es tan grande que una noche, meses después, Miguel se despierta de golpe con el corazón a mil por hora, teniendo la jodida revelación del siglo sólo eclipsada por las profecías mayas.
-
Manuel llega molido del cansancio a su departamento. Ni el éxito del día pueden lograr reanimarle la energía, pero el hecho de saber que tiene cosas por hacer lo obligan a mantenerlo en pie hasta que el cerebro ya no le dé más. La mezcla de alcohol, café y Coca Cola al menos logra energizarlo algo.
-Cagada de día largo. -suspira antes de lanzarse al sofá. Empieza, como todas las noches, por escribirle una carta a su hermana y una vez que acaba reúne los libros de las materias para las que tiene que estudiar. Con un poco de suerte, más adentrada la noche, le queda tiempo para escribir algo nuevo o avanzar un par de borradores.
La cabeza le da vueltas e inevitablemente acaba repasando los eventos de las últimas semanas. Miguel Prado es lo primero que se le viene a la mente, porque es la pequeña abeja que se le ha colado por los ventanales. Miguel, que habla tanto que su voz ya parece un zumbido.
(Manuel se parte de la risa con la comparación.)
Tiene la conciencia dividida. ¿Es seguro dejar a las abejas entrar por las ventanas sin ninguna preocupación? ¿Acaso sus picaduras no son dolorosas, sus aguijones tóxicos?
Manuel no está acostumbrado a hacer amigos, con las escasas personas que tiene en su vida actual le basta y le sobra. Aún no le cae del todo bien, pero Miguel es interesante porque tiene potencial-
(Una vez dejaste pasar una tarántula por debajo de la puerta.)
Con un sacudón de la cabeza, deja el tema de lado y se prepara para otra amanecida más.
-
En la esquina de la calle principal,
tratando de mantener el control
Dices que quieres superarlo.
Dices que me estoy quedando atrás.
¿Puedes leerme la mente?
Notas Finales:
… santos Batímoviles en la Baticueva, Batman. Nos tardamos casi un mes en escribir esto.
¡Hola! Antes que todo, muchísimas gracias por leer.
kororo_minamoto y yo hemos estado trabajando en este fic por varias semanas, desde el día en que apareció el post de las profesiones y se nos ocurrió la idea de jugar con un universo alterno donde nuestros latin-tans fuesen humanos llevando una vida común y silvestre.
¿El propósito de esto? Experimentar con las caracterizaciones. Queremos jugar a delinearlos como personajes humanos manteniendo los rasgos estereotípicos que les corresponden.
… Pero bueno, me extendí demasiado. Sólo queda decir que, después de tanta amanecida, estoy feliz de que esto este marchando ya, e igualmente lo está
kororo_minamoto, la padre de este fic (yo soy la mamá porque lo escribí ;3;).
Por último, prepárense, porque este fic será largo y esperamos que se queden hasta el final. ¡Gracias!