Título: La Muralla y El Trampolín [2/9 + Extras]
Fandom: Latin Hetalia.
Personajes/Parejas: EN ESTE CAPÍTULO: Miguel > Manuel, Pedro > Alfred, María, Catalina, Itzel, Francisco.
Rating: PG15
Advertencias: Universo Alterno, vida universitaria, imperceptibles referencias a chistes malos, temas adultos, DORAMA y por sobretodo comedia fail.
Comentarios: Y acá está la segunda entrega, woohoo. Les advierto que es... largo, 6000+ palabras y eso. ¡Trabajamos mucho en este capítulo! Y esperamos que se diviertan aún más que en el anterior. De nuevo, tanto
kororo_minamoto y yo queremos dar las gracias por todos los comentarios que nos dejaron. M-Me inspiraron a escribir más rápidito ;3;
Si hay una cosa de la que Miguel está seguro, después de meses estudiando y asistiendo a distintas clases, es que Inglés II es tan inútil como Inglés I.
Lo peor es que basta echar un vistazo a la clase para saber que deben de estar completamente de acuerdo: la mayoría intercambia papeles, conversa a susurros o simplemente no hace nada. De hecho, a izquierda de Miguel, Manuel dormita con los ojos abiertos.
(¡Eso es un don!)
Cualquier profesor daría una clase así por perdida o trataría de imponer orden, al menos. Pero el gringo que imparte la clase es una excepción a todas las reglas y le importa un soberano rábano si el salón explota o no porque está demasiado ocupado hablando del maravilloso profesor que es.
Realmente, a nadie le importa mucho.
Con la excepción de Pedro, claro.
Pedro es la única alma atenta en la clase; no, es más que eso: escucha y contempla al profesor con una fascinación que raya en lo obsesivo. Al principio, a Miguel le parecía divertidísimo ver como Pedro miraba embobado a Mister Jones, sin emitir ni una palabra y suspirando de vez en cuando. Tenía la mirada perdida en el hombre que les aburría todos los martes por la mañana y sentada atrás, a su hermana mayor tratando de romper lápices de la pura furia (que decir, Itzel no era precisamente fan de Mr. Jones). Cada clase sentado junto a Pedro y su enamoramiento era como una jugosa sopa de risas.
Hasta que le tocó a él hacer el papel de baboso, claro. (No mires a la izquierda, no mires a la izquierda.)
Miguel tiene que admitir que compadece a Pedro, al cual ve como un buen tipo con pésima puntería y horribles técnicas a la hora de disimular sus afectos. Bueno, dicen que el amor es ciego y Miguel espera que sordo también porque, a pesar de lo simpático que se le hace, Mister Jones habla hasta por los codos y no necesariamente de cosas relevantes.
-¿Cómo lo soportas, Pedro?-susurra, mientras le pega en el codo para despertarlo de su ensoñación.
-¿Soportar qué?
-Ya sabes, esta clase. Estás callado durante toda la hora. -y es que a Miguel de verdad le agrada Mister Jones como persona, pero como profesor es un cero y ya ni se molesta en escucharlo durante toda la hora. Lo más genial de Inglés II es lo útil que resulta para intercambiar chismes y ni loco se pierde los últimos rumores por prestar atención a un par de verbos en otro idioma.
-¿Pero es que no lo ves? -Pedro suspira- ¿No es encantador como sus ojos brillan cuando habla de sí mismo?
-Erh. Seguro. -se llega a sentir perturbado. ¡El amor verdaderamente es sordo!
-Oigan, simios. -una voz femenina les habla desde los asientos de atrás-. Dense vuelta para que pueda oír de qué hablan.
-¡Hola, María, no te había notado! -Pedro saluda con ganas, como si ser tratado de simio fuese una cosa rutinaria, se voltea y le sonríe a la chica sentada junto a María. Miguel hace lo mismo.
-Debes de tener un severo retraso mental para no notarme, querido. -algunos asientos más atrás, Itzel sacude la cabeza con cara de resignación y procede a pretender que el círculo de cotorras no existe.
-Vaya, pensaba que Itzel odiaba esta clase.
-Pedro, cariño, tu hermana aborrece esta clase pero por alguna razón su cerebro es masoquista y aún funciona después de aguantar una hora de tortura. -María revolea los ojos mientras comienza a limarse las uñas. Catalina, la amiga de María, sólo les dedica una sonrisa entre avergonzada y algo fatigada.
-¿Dormiste mal, Coco? -Miguel frunce el ceño-. Te ves cansada.
-No es nada, sólo me desvelé en algo importante. -apenas Catalina hace aquel comentario, el grupo comienza a quejarse de la absurda cantidad de deberes pendientes en sus respectivas carreras. Siendo Inglés parte de los Cursos de Formación General, aquella clase en particular reúne a estudiantes de varias carreras humanistas.
-¡Necesitamos un respiro! -Miguel se descuida y alza la voz más de lo normal. No se preocupa de ello hasta que escucha una ligera tos justo detrás suyo y voltea hacia al frente justo para encontrarse con el puchero de Mister Jones.
-Can’t you keep your mouth shut, Pedro? -apenas Mister Jones profirió esas palabras, Miguel sintió un sudor ártico corriendo por su espalda. La clase entera de repente estaba despierta, mirándolo como un animalito de zoológico. Y por supuesto, si las miradas mataran, Miguel ya estaría revolcándose de dolor en el suelo producto del veneno asesino de los ojos de Pedro.
-¡P-Pero yo no soy…!
-Silence, please! -Mister Jones menea un dedo a modo de reprobación y vuelve a hacer su clase.
Miguel sólo trata de desaparecer en su silla, pero las vibras mortales de Pedro le pesan sobre la cabeza como un yunque y la tensión es tan densa que basta para despertar a Manuel de su trance raro.
-… ¿y acá qué huevada pasó?
(Trágame tierra.)
-
-Descuida, Miguel. No puede pasarse el resto de su vida estando deprimido. -la voz de Catalina parece algo dudosa, como si ni ella se lo creyera. Se estaba sirviendo la segunda taza de café de su termo personal, para apalear el frío y acompañar el almuerzo.
-Si tú lo dices…
-Que va, quiere tu cabeza ensartada en un palo. -realmente, María puede llegar a ser adorable cuando quiere. Miguel finge que no escuchó el último comentario y se dedica a recorrer la cafetería con la vista. Parece que, exceptuando el incidente de la clase de inglés, es un día como cualquier otro.
Su momento de contemplación es interrumpido cuando se fija en Catalina. Le pica la curiosidad verla tan cansada, bebiendo taza tras taza de café y acarreando más libros de lo normal. Parece preocupada por algo.
-¿Te pasa algo malo, Coco? ¿No has comido bien? Porque tienes que comer más, eh, el café no alimenta mucho.
-No, no es eso. -suspira y hace un ademán con la mano para restarle importancia a lo que va a decir. -Sucede que a mi carrera llegaron afiches de un concurso de poesía bastante importante y llevo días matándome por inspiración.
Catalina le sonríe, se sirve otra taza de café y bebe un sorbo que a Miguel le parece eterno (verla suministrarse de esa manera le recordaba a Manuel antes de un examen).
-Creo que lo mío son los cuentos y no la poesía -suspira de nuevo. -Pero bueno, que le haré. ¡Más café!
-
Es sábado y Miguel ha quedado de ver a Manuel en la biblioteca de la universidad para estudiar en una hora libre, pero las cosas se le complican cuando se encuentra con un cartel de Cerrado por rupturas de alcantarillado. Se apoya contra un muro en gesto de fastidio, porque estaba tranquilamente reposando en su casa, tomando la siesta para bajar la comida. Tuvo que esforzarse enormemente para salir, ¿y ahora tener que encontrarse con esto? Que pica.
-¿Y ahora qué? -Miguel frunce el ceño y se sienta a esperar a que llegue Manuel para decidir que van a hacer. Tienen un examen importante y estudiar juntos les ha funcionado durante el semestre completo y por otro lado, ya se está preguntando por qué Manuel se tarda tanto cuando lo ve llegar corriendo y cruzar la acera hasta la entrada.
-Hey -saluda corto de aliento, con las manos apoyadas en las rodillas. Apenas levanta la cabeza, se fija en el cartel y pone mala cara-. Puta mierda, ¿Y ahora qué?
-Si supiera no estaría aquí sentado perdiendo el tiempo, genio -recibe una mirada asesina en respuesta, pero la ignora para poder pensar en algún lugar que pueda serles útil. Manuel se le adelanta.
-¿Qué tal el bar?
-Ni aunque me paguen. ¡Ese lugar está lleno de ebrios odiosos como gansos y el ruido no me dejaría concentrarme! -Miguel sospecha que con una sola sesión de estudios allí ya estaría listo para reprobar el ramo. -Además no hay computadoras allí, estúpido.
-Me vale, sugiere algo tú. -por el tono de voz ya es obvio que Manuel está mosqueadísimo.
Después de varios minutos de mirarse las caras y pegarse codazos, a Miguel se le enciende la ampolleta y sugiere algo que debería haber propuesto de un principio. -¿Qué tal mi casa?
Manuel lo mira como si tuviera un mono en el hombro.
-¿Por qué querría ir yo a tu casa?
-Oe, mi casa no tiene nada de malo. ¡Y tú me pediste que pensara en algo! -ya empieza a molestarse y eso no es bueno, porque Miguel es muy, muy paciente-. ¿Por qué siempre tienes que ser tan difícil? ¡Pones peros para todo y nunca haces nada de buena gana!
Manuel no le responde y sólo se limita a pellizcar el arco de su nariz por un par de segundos.
-Olvídalo -gruñe. -Sólo cállate de una vez y sígueme.
Manuel se para y comienza a caminar de inmediato. Miguel se levanta de mala gana y se deja guiar, sintiéndose algo dubitativo y preguntándose a qué clase de antro diabólico va a llevarlo Manuel.
-
Al final, no hay ningún antro diabólico. Sólo un pequeño edificio de departamentos para universitarios y una puerta con un felpudo algo maltrecho.
-¿Esta es tu casa?
-Claro que no. Cuando los dueños de este departamento no están, aprovecho y vengo a dormir aquí porque soy un indigente.
-Que gracioso.
-No seas molesto y entra de una vez. -dicho aquello, Manuel entra y se instala en el sofá de inmediato. Miguel no pasa un poco más allá del marco de la puerta, no puede evitar quedarse observando el ambiente. Lo primero que le llama la atención es lo limpio y ordenado que se encuentra todo, lo segundo es la cantidad inhumana de libros y latas apiladas en torres-
- ¿Es esa la torre de Pisa construida con latas? -se acerca para mirarla mejor. -¡Oh dios, sí lo es! ¿Qué se supone que sea esto?
-Las raciones del mes, sonso. -la respuesta de Manuel lo perturba porque lo dice como si fuese normal comprar tanta comida en conserva. Que fenómeno.
-… Ají de Gallina enlatado. Esto es realmente escalofriante, Manuel. -está volviendo a cuestionarse seriamente la salud mental de Manuel. Pero claro, los entes malignos destructores de la humanidad no necesitan salud mental.
-Abrir latas es rápido y no me quita tiempo que puedo usar en mejores cosas -Miguel mira a Manuel con absoluto horror.
-¡Reservar tiempo para comer apropiadamente es tan importante como dedicarle tiempo al estudio!
Manuel lo mira con la cara. Sí, esa que dice “Voy a abrir este libro, comenzar a estudiar y pretender que tu voz es sólo un zumbido en mis oídos”.
(Tan insoportable.)
Miguel resopla y decide dar la batalla por perdida. Toma asiento junto a Manuel y se está concentrando en su lectura cuando algo llama su atención: bajo la mesita de té, hay varias cajas etiquetadas con fechas y algunas frases.
-Oye, ¿qué es eso? -apunta a las cajas con curiosidad. Le sorprende tremendamente ver que Manuel palidece un poco.
-Nada. No es nada importante, así que deja de preguntar idioteces y ponte a estudiar de una vez.
-¡Que pesado! -decide no insistir.
Pero definitivamente lo dejará para otra ocasión.
-
-Deberían haber visto la cantidad de comida enlatada que tenía metida dentro de su casa, les juro que eso no es normal. -como siempre, Miguel se sienta a comer con sus amigos de la clase de inglés. Coco sigue ingiriendo cantidades industriales de café, Pedro sigue deprimido y María…
Bueno. María es María.
-¿Qué tan raro puede ser? Una vez salí con un tipo que coleccionaba uñas recortadas -María revolea los ojos. -¿Puedes creer eso?
-Eso sí que es… asqueroso, de hecho. -dice Miguel, y a continuación voltea hacia donde se encuentra sentada Coco. -¿Ya estás mejor? ¿Has tomado menos café? (¡Cuidado con la taquicardia!)
-Ya casi lo tengo listo, Miguel. -responde Coco, mordisqueando la punta de su bolígrafo.
-Gracias por preguntar.
-No hay de qué. ¡Suerte con eso!
Pasado un rato después, se despide y marcha rumbo al departamento de Manuel. Presiente que le espera una tarde interesante.
-
-Me está matando el hambre - Y vaya tarde interesante. Ya es de noche y Miguel ya lleva un buen rato en casa de Manuel. Se han pasado cinco horas revisando apuntes y haciendo fichas (con marcadores de colores, a insistencia de Manuel. Según él, ayudan a identificar mejor las cosas). Tiene su límite y necesita algo de combustible. -¿No tienes nada para picar?
-Revisa el refri, quizás encuentres algo.
-Vamos a ver… -al abrir el refrigerador, Miguel es cegado por un destello intenso y blanco. Tiene que parpadear varias veces para acostumbrarse. El interior del refrigerador está impecable, relucientemente blanco… y prácticamente vacío, a excepción de un kilo de paltas, una lechuga, dos tomates, una botella de Coca Cola y un pack de cervezas.- ¿Esto es todo lo qué hay?
-¿Te parece poco? -Manuel estira los brazos, desde su ya entumecida posición en el sofá. -No he tenido tiempo de ir al super.
-Esto es lo más triste que he visto en toda mi vida. -cierra el refrigerador con cara de tragedia y vuelve a sentarse en el sofá, suspirando. Aún tiene hambre, necesita una distracción para no pensar en el ruido de tripas y- hey, ahora que recuerda…
-Esas cajas siguen intrigándome, ¿sabes? -Miguel se desliza desde el sofá al suelo e intrusea las cajas guardadas bajo la mesa de té. - ¡No te cuesta nada decirme que hay aquí!
-N-No tengo porque decírtelo. -es curioso, porque Manuel ha empezado a ponerse coloradísimo. - Ya quítate de allí, si no quieres que te eche de una sola patada.
Miguel agarra una caja y la abre.
-Qué pena que no asustas a nadie con tus orejas color tomate, Manuel. -Miguel sopla el polvo de la caja. - Anda, confía en mí, que no le voy a decir a nadie.
Manuel frunce el ceño, aún sin decir nada.
-¡Anda, no puede ser nada malo! -dice, lanzando una risotada. - ¿Es tu colección personal? Porque si es eso es perfectamente natural, sabes… a menos que sea del otro tipo de porno.
-Uhm -Manuel traga saliva, aún más nervioso, rascándose la nuca. Miguel está demasiado ocupado riéndose a carcajadas como para notarlo.
-Que gracioso. Pfft. -continúa riéndose.
Durante un momento, parece que Manuel se debate entre tirar a Miguel fuera de su casa y contarle sobre el contenido secreto de sus cajas. Finalmente, se pellizca el arco de la nariz, mira hacia a todos lados y susurra:
-Son cuadernos de poesía, ¿ya?
-… -Miguel abre la boca. Luego la cierra. Luego la abre. Tiene los ojos tan abiertos como los de un pez globo. - ¿Escribes poesía?
-¿Y qué acabo de decirte, sordo de pacotilla? -gruñe, aprovechando la distracción de Miguel para quitarle la caja de las manos.- ¡Y cierra la bocota! N-No tiene nada de malo.
Manuel, nota, parece bastante avergonzado. Miguel tiene que confesar que es algo… extraño, un descubrimiento un tanto raro. ¡El robot siente y lo manifiesta!
Le da una perspectiva diferente. E interesante.
-Yo no he dicho que sea malo -sonríe.- Me has vuelto a picar la curiosidad, así que tienes que dejarme leer alguno.
Manuel se le queda mirando un rato, como recordando algo-
(¡Tenés que dejarme ver! Y te juro que no me voy a reír.)
-vuelve a tragar saliva y le pasa un cuaderno en la mano.
-Vale, eres la segunda persona que los ve. -se cruza de brazos y evita mirar como Miguel comienza a hojear las páginas con curiosidad-. Así que cualquier cosa rara que digas, te echo.
-
Manuel se había rehusado a admitir siquiera que el asunto de los poemas había pasado. Al día siguiente, durante clases, hacía hasta lo imposible para no pensar en ello. Hasta rezarle a una fuerza superior para que Miguel olvidase el día anterior por completo.
Bueno, al menos se había asegurado de amenazarlo con las penas del infierno si se le ocurría abrir ese tarro con piedras que tenía por boca.
Y hablando del rey de roma, a la salida de clases ya lo tenía encima.
-¡Oye, Manuel!
Manuel aceleró el paso e hizo como que no había oído el llamado.
-¡Manuel, te estoy hablando! -Miguel trota un poco hasta alcanzar a Manuel. - Oye, sobre lo que me pasaste para leer-
-¡Cállate! -Manuel le lanza una mirada asesina. - ¡Te dije que tenías que quedarte callado!
-Pero yo…-
-Miguel, en serio, cállate o te saco la cresta.
-¡Pero quería decirte qué--¡
-Que no. Que nada. -Manuel cada vez camina más rápido. - Y están pésimos, lo sé.
-¡No! -Miguel lo para, jalándolo del brazo. - Creo que son apoteósicos.
Manuel lo contempla como si estuviese loco.
-¿En serio? -pregunta, tremendamente incrédulo.
-¡De verdad! -exclama emocionado. - Especialmente ese sobre-
-Por la cresta, Miguel, aquí no -gruñe. - Quédate callado de una vez.
-¡Pero espera! -Miguel sigue hablando, moviendo las manos con emoción. - Me gustó ese que dice: “Era hermosa como un cielo bajo una paloma”. Era así, ¿verdad?
-Miguel, en serio. -Manuel comienza a sudar frío.
-Es triste, pero lindo; se siente… -Miguel echa a un vistazo a su compañero y se urge al verlo tan ansioso-. ¿Qué?
Surge un silencio incómodo entre los dos.
-… no te burles de mí. En serio.
-¡Pero no me estoy burlando! -contesta rápidamente. Miguel está empezando a preguntarse seriamente cuan bruto puede llegar a ser Manuel. - ¿Tanto te cuesta creerme?
Manuel no responde, sólo hace un mohín. Su actitud ya está comenzando a mosquear a Miguel.
-¡No me creas si no quieres! -se lleva una mano a la cara.- Ni siquiera sé por qué me desgasto contigo.
-Bueno, nadie te ha pedido que te desgastes con alguien como yo. -contesta Manuel.- Sólo te pido que me dejes en paz respecto a este asunto. ¿Es mucho pedir?
-¡Bien, bien! -responde de mala gana.- De todos modos sólo estoy perdiendo mi tiempo. Tu actitud es horrible y la detesto.
-Francamente, me importa un carajo. -Manuel se acomoda la mochila y sigue caminando por el sendero de entrada, dejando atrás a Miguel.- ¡Ni una palabra a nadie! -es lo último que grita antes de marcharse.
Miguel se queda parado en el mismo lugar donde discutían. Observando a Manuel marcharse, se siente extrañamente frustrado.
-
Días después de la discusión, la clase de inglés prueba ser útil por primera vez en todos sus años de existencia.
-Oye, Pedro. -Miguel carraspea para llamar la atención de su compañero quien, por una vez, despega los ojos del profesor y le escucha.- Mira, tengo este amigo (al que llamaremos Sujeto A) que tiene este amigo que lo desespera (el infame y detestable Sujeto B)…
-¡Por dios, que sopenco! -interrumpe María desde atrás.- Es tan patéticamente obvio. Déjame informarte que sí, sabemos que hablas de ti y de ese novio que tienes, ¿o es que aún le dices amigo? Porque si es así, nena, te vas a hacer viejo sin haberle tocado un solo pelo.
-Gracias, María -Miguel rechina los dientes.- Que lindo de tu parte que tengas ganas de aconsejarme.
-Ya sé, lindo, no tienes que ser tan zalamero. -María sonríe y continúa con lo que hacía antes de interrumpir a Miguel. A su lado, Catalina duerme profundamente sobre sus apuntes. -Coco, tú, despierta porque estás salivando y es asqueroso.
-¿Qué?
-¿Aún ocupada con el concurso, Coco? -pregunta Miguel.
-Ay, sí. Hoy es el último plazo y la verdad es que no he terminado. -Catalina suspira y se dispone a ignorar al resto a favor de seguir escribiendo.
Y entonces Miguel tiene una idea genial.
-Dime, Coco, ¿cuál es la dirección para el envío de trabajos?
-
Miguel intercepta a Manuel a la salida de las clases de la mañana, justo antes de la hora de almuerzo.
-Ahora no, Miguel -le advierte el otro. - Y va en serio.
-No puedes estar molesto por siempre. -dice - Además, te traje una ofrenda de paz.
-Más vale que no sean flores. -no es que a Manuel no le gusten, en serio. Pero se vería mal.
-¡Errado! -Miguel le arroja un recipiente de plástico con una sonrisa en el rostro. Al atajarlo, Manuel lo abre con cierta desconfianza. ¿Comida gratis?
-¿Cómo sé que no está envenenado? -pregunta, con cara de desconfiado. Miguel ríe porque sabe que Manuel no va en serio. El tipo ya tiene un tenedor en la mano.
-Si fuese tú, desconfiaría. -ríe- Es ají de gallina hecho en casa. Mil veces mejor que esa herejía enlatada que te gusta tanto.
-¿Tú lo hiciste? -la pregunta se escucha más como “Hmpff Humpff umh?” debido al atracón que Manuel se está dando. Tiene que tragar para volver a hablar.- Está bueno.
(¡Claro que está bien!)
Miguel interpreta el sonido del tenedor raspando el recipiente vacío como el sonido de la campana de la victoria- ¿Estamos bien, entonces?
-Seguro. -Manuel esboza una media sonrisa. Y lame el tenedor.
(Miguel se siente un genio.
Y claro que lo es. Por eso se le olvida preguntarle a Manuel cuál sería su reacción de verse repentinamente convertido en un poeta famoso o algo así.)
-
Parecía que iba a ser un día normal, pero resultó ser todo lo contrario. Y la inocente e ignorada clase de inglés fue testigo de ello. Apenas minutos antes de iniciar, Miguel notó algo raro: Manuel no estaba en su lugar, no, venía derecho hacia a él. Y no con buena cara.
-Miguel, -dice, parado frente a su banco. Tiene los puños apretados. - necesito hablar contigo.
Miguel tiene un mal presentimiento en cuanto detecta el aura de zombie sediento de sangre que rodea a Manuel.
-Pues, habla. -realmente, no le importa mucho sonar desafiante. No tiene idea de lo que sea que haya molestado a Manuel, pero detesta la actitud con la que ha venido a dirigirle la palabra.
-Me juraste que no iban a ver la luz -Manuel se pasa una mano por la cara y habla lo más bajo que puede, sin contener el enfado en la voz-, y los enviaste a un jodido concurso. ¿Creíste que no me iba a enterar? Me llegó una notificación de participación.
Miguel comienza a sudar frío. No se esperaba que pudieran enviar una notificación; jamás contempló la posibilidad de que Manuel se enterase, siquiera.
-Lo hice porque creo que son buenos, -trata de explicar- Mucho, ¡y exacto! ¡Si fuera por ti jamás verían la luz! No me parecía bien que desperdicies tu talento.
-¡Jamás te pedí que hicieras eso! -Manuel alza sólo un poco la voz y mira hacia los lados-. Miguel, en serio, no necesitaba esto.
-Alguien tenía que atreverse, Manuel -le reprocha-. Lo hice pensando en que sería bueno para ti, ¿nunca escuchaste eso de “vale la pena intentar”?
-No tienes idea de nada, Miguel.
-¿Y te ibas a pasar el resto de tu vida sin mover un dedo, perdiendo oportunidades sólo porque eres un cobarde? -alza la voz, porque a diferencia de Manuel, a Miguel le importa un comino si arman una escena o no.
El resto de la clase ha comenzado a mirarlos.
-¿Ah, sí? -le contesta a través de los dientes-. Si soy un cobarde entonces tú eres un metiche.
-¿Qué? -grita-. ¡Ni siquiera sé porque pierdo el tiempo contigo, cobarde!
-¡Bien, porque nunca he necesitado a nadie de todos modos, metiche! -con esa última declaración, Manuel se va a tomar asiento a su lugar y se dispone a hacer lo mismo que hace durante todas las clases de inglés: dormir despierto.
Miguel tiene tres segundos para asimilar lo hiriente que han sido sus palabras y dos para darse cuenta de la gran cagada que se ha mandado. En diez, ya tiene un nudo de culpa en la garganta.
-Carajo.
-
Miguel contempla su almuerzo con desgano, esparciendo el arroz en círculos con el movimiento de su tenedor. Con la cara apoyada en la mano, se mantiene sin mirar a ningún punto fijo… sin llevarse bocado a la boca. Ni una sola probada en media hora.
Sus amigos lo contemplan horrorizados.
-Anímate, Miguel -dice Catalina, colocándole una mano en el hombro. - Sé que ha pasado un mes completo, pero tampoco es tanto tiempo. Estoy segura de que sea lo que sea que haya pasado, lo resolverán como los buenos amigos que son. (O eran.)
-¿Eh? -sacude la cabeza para espabilarse y le toma unos segundos darse cuenta de lo que su amiga dice. - Pff, Coco. ¡Estoy perfectamente bien!
-¿Seguro?
-Seguro -Miguel sonríe, como para reafirmar su punto. - Sólo ando algo cansado, es todo. ¡Y mira la hora, ya me tengo que ir! ¡Nos vemos luego!
Con esa despedida, Miguel recoge sus pertenencias y rápidamente sale de la cafetería. Sus amigos lo ven marcharse con algo preocupación e intercambian miradas de reprobación entre ellos.
-La negación tiene un nombre -dice María, para romper el silencio- y se llama Miguel Prado.
Miguel tiene aún muchas cosas en que pensar, distintos asuntos de los cuales preocuparse. Como el hecho de que su carrera se le ha vuelto repentinamente rutinaria. Casi aburrida.
Ha mantenido las notas, cumplido con todos sus deberes. Pero hay algo que siente está perdiendo. Y mientras que pierde algo que ni siquiera está seguro que tiene, se acrecienta una tremenda duda dentro de su cabeza: ¿Está tomando el camino correcto? ¡La meta de su vida no se puede haber vuelto algo tan aburrido, tan cansador!
Lleva rato sin hablar con Manuel. Y no es que necesite a ese bueno para nada, pero… siente que sin él, ha perdido parte del entusiasmo en la carrera. Miguel gruñe y se revuelve el pelo con molestia. - ¡Esto es tan aburrido!
(Cuando eliges tu vocación, no puedes aburrirte de ella. Porque si lo haces, las cosas empiezan a andar mal.)
-
El bar está tan atestado de gente como siempre. Entre la multitud, Manuel espera sentado, tamborileando los dedos en la barra para lidiar con el aburrimiento. Está tan aburrido que podría ponerse a masticar hielo.
-Uff -siente un suspiro a espaldas suyas y sonríe. Ya sabe quien es. - ¿Me tardé mucho?
-Me tienes desde hace como una hora esperando aquí, Pancho. -comenta, sin estar molesto. - ¿Te tienen muy ocupado las clases?
-¿A mí? Yo iba a preguntarte eso a ti -Francisco alza las cejas. - Este mes es el primero donde tienes tiempo de sobra para dignarte a invitarme acá. ¡De pronto estás tan desocupado!
Manuel revolea los ojos y hace un gesto con la mano para llamar al barman. - Cosas pasaron, en serio.
-Oh -la boca de Francisco forma una perfecta ‘O’.- ¡Sigues peleado con tu amigo!
Manuel hace una mueca. Bravo, Francisco.
-No quiero hablar de Miguel ahora.
-Nunca quieres hablar de él. -dice Francisco, en un tono cantarín e irónico. Conoce más que bien a Manuel, llevan rato de conocerse. Sabe que su amigo puede ser difícil a veces (la mayor parte del tiempo), pero también está consciente de que no es un mal tipo. De hecho, todo lo contrario.
Sólo tienes que darle una oportunidad, claro. O varias.
-Aún estás molesto. -comenta, fingiendo aire de ligereza. Para conseguir que Manuel hable sin enfadarse u ofenderse en el proceso, tiene que dar una impresión desinteresada. Fingir subjetividad.
-En serio, cambiemos de tema. -Manuel no puede evitar sentirse algo incómodo. Ciertamente sigue molesto (y algo dolido) pero no tiene ganas de admitirlo.
-¡Ni siquiera me has contado que pasó! -exclama Francisco. - Vamos, ¿somos amigos, no?
Manuel se está mordiendo el labio inferior, lo que Francisco toma como una buena señal. Este tío es blando como malvavisco.
-Vale -suspira Manuel.- Pero no esperes detalles.
Manuel pasa la siguiente media hora relatándole la historia a Francisco, sin darse cuenta de que Miguel lleva al menos veinte minutos en el mismo bar y se encuentra, actualmente, observando la escena boquiabierto.
-Oh dios, Pedro, tienes que ver eso. -Miguel jala el brazo de Pedro y le señala a dónde mirar. -Manuel tiene vida social.
-Hum. ¿Eso es importante?
-Eso es sorprendente. -dice, sin quitarle el ojo de encima.- Pedro, vuelvo enseguida.
Quizás ya no esté molesto, es lo único en lo que puede pensar. Con ese afán, Miguel decide acercarse a la barra e intentar hablar.
-Oye, Manuel-
A Miguel se le quedan las palabras en la boca cuando sus ojos se encuentran con los del amigo de Manuel. El reconocimiento es instantáneo. Se apuntan mutuamente con los ojos abiertos como platos, tratando de decir algo-
-¿Se conocen? -pregunta Manuel, que ha olvidado momentáneamente su molestia en pos de la curiosidad.
Miguel es el primero en abrir la boca:
-¡Tú eres el tipo al que le di una paliza a principios de año! -parpadea varias veces. ¡Recuerda su cara claramente!
Francisco se lleva una mano a la cara. Mientras, Manuel los mira a ambos con la cara llena de asombro. Finalmente, tiene el atrevimiento de largarse a reír.
-Pancho, tienes que explicarme esto porque es demasiado divertido para ser verdad.
Miguel aún está demasiado sorprendido como para contestarle algo directamente a Manuel.
Francisco sólo suspira.
-
Miguel estaba realmente muerto de hambre. Por eso, cuando vio el menú del día en la cafetería, prácticamente explotó de la felicidad. ¡Había filete!
Se le hacía agua la boca de sólo pensar en esa carne fina, jugosa y deliciosa. Y la textura al masticas, ah. ¡Una delicadeza!
Pero la dicha de comer carne estaba siendo interrumpida por una huelga de vegetarianos bloqueando la fila de la comida. Qué.
Nadie se interpone entre Miguel Prado y un almuerzo delicioso.
-No creo que sea una idea protestar aquí, ¿sabes? -Miguel se acercó a dialogar con quien, al parecer, organizaba la protesta. Era un chico de cabello corto y rostro afable, que sostenía un gran cartel de protesta. - La gente tiene hambre a esta hora.
-Hey, es una protesta pacífica -le responde el huelguista. - No aprobamos que estén sirviendo filete.
-La gente necesita proteínas -replica Miguel. Tiene hambre y está comenzando a mosquearse.
-Las legumbres pueden perfectamente sustituir a la carne, si hablamos de proteínas-responde. Miguel tiene que admitir que el chico tiene un punto.
… Pero no tiene por qué estar de acuerdo.
-En serio, ¿no puedes quitarte de allí para que pueda comer de una vez por todas? -Miguel comienza a contar hasta diez. Su paciencia-
-No.
-tiene un límite, un límite que está siendo sobrepasado.
-Mira -comienza Miguel-. Si ustedes quieren vivir de tofu es su problema, pero dejen que los que queremos comer, como lo hacen los seres humanos desde que existen, comamos lo que queremos.
-¿Y eso te parece válido? -contesta el otro tipo. - Lo que pasa es que eres un dogmático de cabeza dura. Un cavernícola.
Miguel siente su estómago rugir y algo cálido que avanza hasta sus orejas. Aprieta con fuerza los puños, haciendo el último esfuerzo por contenerse.
-¿Cómo me llamaste?
-Cavernícola.
Imagínense que Miguel fuese un volcán. Imagínense un volcán que estalla.
Ahora imagínense recibiendo un puñetazo directo en la cara-
-Y se necesitaron dos personas para separarnos -suspira Miguel, cuando termina de relatar la historia. Francisco sólo asiente, sintiéndose incómodo. Se vuelve a formar un silencio embarazoso, los tres observándose en silencio. Nadie sabe qué decir.
Hasta que de repente, de repente, Manuel se larga a reír. Y no ríe de cualquier manera, no, lo hace a carcajada limpia y con lágrimas en los ojos.
-¿… Manuel? -Francisco trata de llamar su atención. - ¿Manuel?
Manuel no deja de reírse hasta que se ahoga y Francisco tiene que hacerle la maniobra de Heimlich. Aparentemente, la vida de Miguel es equivalente al final de temporada de alguna comedia. Una vez rescatada la vida de Manuel sólo se quedan… mirándose las caras. Nuevamente.
-Aún estoy molesto contigo -dice Manuel. Como si hubiese recordado de repente lo enfadado que está.
Miguel se siente incómodo y frustrado. Las ganas que tenía de dialogar se han evaporado totalmente. De momento, no tiene ganas de dar la pelea.
-¿Sabes qué? -suspira. - Olvídalo. No sé qué hago acá.
La frustración le sabe amarga en la boca mientras vuelve a la mesa donde Pedro le esperaba.
-¿Cómo te fue? -pregunta Pedro. - ¿Hicieron las paces?
-No. Y no quiero hablar de eso.
-¿Quizás sólo tienes que disculparte? -insinúa Pedro. Es lo mejor que se le ocurre.
-… ¿cómo sabes que no lo he hecho?
-¿No lo has hecho? -exclama Pedro. - ¡No puedes ser tan cobarde!
-En serio -gruñe Miguel. - Ahora sí que no quiero hablar de esto.
-
Manuel vuelve a su casa a dos pies, no sin antes haber acompañado a Francisco a la suya. Porque los amigos están para asegurarse de que a ninguno le roben la billetera en los callejones oscuros y malvados de la noche.
De todos modos, tiene que agradecerle varias cosas a Francisco. Como el hecho de que siempre sabe que decir.
(Quizás deberías bajar las revoluciones, Manuel. No ganas nada estando así.)
Al cruzar el umbral de su puerta lo único que quiere es echarse en su cama. Y mirar la repetición de la teleserie nocturna. (¿Qué? ¡Está buenísima! ¡Y tiene gore!)
Pero claro, tiene que estudiar primero. Y si le alcanza el tiempo, podría escribirle otra carta a su hermana. No sería una mala idea para nada-
Se detiene. Han deslizado un sobre blanco por debajo de su puerta, un sobre que ahora reposa inocentemente en medio del suelo de su sala de estar. Lo recoge de mala gana, suponiendo que es una factura.
-Veamos que es esta mugre… -coge un cuchillo de la mesita de la cocina y rasga el papel con cuidado. Adentro, reposa una carta de letra elegantemente impresa.
Cuando termina de leerla, tiene que ponerse una mano en el pecho para no desplomarse de la emoción.
(La oficina de la orientadora vocacional parece una sala de hospital: fría, desabrida. Toda en monocromo. Manuel la detesta, pero no tiene más remedio que estar allí, como todos los demás.
-¿Tienes decidido lo qué quieres estudiar? -pregunta la mujer. Está sentado detrás de un enorme escritorio, lleno de fotos de algunos alumnos y otros profesores. Tiene una carpeta enorme en la mano, llena de los famosos tests vocacionales.
-Quiero estudiar literatura -responde. No puede dejar de pensar que la visita a la orientadora está demás. - Escribo.
-Así que quieres ser escritor. -la mujer sonríe. - ¿Qué escribes?
-Poesía.
- ¿Tienes experiencia previa?
-¿Cómo? -pregunta Manuel.
-Ya sabes, ¿has presentado algo? ¿Ganado algún concurso?
-No realmente -dice-, nunca he participado en ninguno.
-¿Has mostrado tus trabajos alguna vez, recibido críticas?
-No -Manuel suspira, inseguro-. No, nunca he intentado publicar nada.
-… ¿no crees que quizás deberías considerar otra carrera?)
Manuel da media vuelta, cierra con llave rápidamente, repasa con la memoria todas las direcciones que ha anotado alguna vez y trata de recordar dónde carajos vive Miguel.
-
Son las tres de la madrugada, Miguel está de un humor perrísimo y lo que menos quiere es escuchar el sonido de alguien golpeando en su puerta. Pero eso es exactamente lo que pasa.
La vida debe odiarlo.
De mala gana, se levanta de su cama y va a abrir la puerta. Tiene que admitir que, de todos los posibles escenarios, el que menos hallaba posible era el de Manuel tocando su puerta con cara de euforia absoluta. Quiere preguntar qué rayos hace en su casa-
-¿Qué te fumaste ahora?
-pero acaba preguntando eso. Es que en serio.
-Miguel -Manuel apenas logra articular las palabras. Tiene la pinta de un enfermo cardíaco que ha corrido una maratón de escaleras. - Miguel, huevón, lo logré.
-¿Lograr qué? -pregunta Miguel. Está tan sorprendido que ni se le ha ocurrido que quizás Manuel, como todo ser humano, necesite un maldito vaso de agua.
-Gané -exclama-¡Gané el concurso en el que me inscribiste!
-¿Ganaste? -Miguel grita-. ¡Oh dios, ganaste!
Y ahora están saltando en medio del pasillo como un par de idiotas con problemas de drogas-
Espera, eso es de niñas.
-Yo te lo dije, idiota -dice Miguel, cuando logra recuperar el aliento.- Nunca hace mal tener un poco más de fe.
Manuel sonríe. Sonríe de verdad, porque llevaba tiempo sin sentirse tan contento, realizado. Está tan emocionado que podría darle la vuelta completa a un estadio de fútbol.
-Oye… -comienzan los dos al unísono. Al final, Miguel es el primero en hablar.
-Yo tenía razón -exclama Miguel, con una sonrisa triunfante y los brazos cruzados sobre el pecho.
-Oh, ya cállate -Manuel sonríe. Le ofrece la mano para que se la estreche. El apretón es una disculpa silenciosa, otra tregua-. Gracias.
(Cuando escucha esa palabra, a Miguel se le hace un nudo en el pecho. Algo cálido pero pesado. Algo entre alivio y satisfacción.)
Miguel quiere decir que no es nada, en serio, y que ya sabe que es un genio táctico y eso. Pero recuerda algo que ha tenido rondándole la cabeza desde hace un rato y aprovecha el momento de euforia de Manuel para preguntar.
-¿Te acuerdas cuando me dejaste leer tus poemas? -Manuel asiente. - Dijiste que era la segunda persona que los veía… ¿quién es la otra?
A Manuel se le desvanece la sonrisa de la cara de manera instantánea.
-Un idiota con una boca muy grande y un montón de promesas vacías.
-
Otro dolor de cabeza, otro corazón rompiéndose;
soy mucho más viejo de lo que puedo soportar.
Y mis afectos, bueno, vienen y van.
Necesito dirección a la perfección.
Notas Finales:
SWEET MOTHER OF JESUS QUE TENGO UNA RESACA+GASTRITIS ÉPICA щ(ಥДಥщ)
¿Cómo estuvo su año nuevo? ¡Espero que bien! Tengo que admitir que no sé como aún estoy parada en mis dos pies y menos publicando, a-ahaha. Pero lo prometido es deuda y aquí estamos con el segundo capítulo de este experimento raro al que decidimos largarnos. Cualquier crítica, cualquier comentario que quieran hacer, háganlo. Con
kororo_minamoto hemos pensado y tomado en cuenta cada una de las cosas que comentaron en el capítulo anterior. ¡La única manera de perfeccionar una historia es aprendiendo de los errores! Y bueno, esperamos que en esta entrega se les aclaren algunas de sus dudas. (Y eso que aún nos queda mucho por ver, público.)
¡Debo comunicar una noticia, tho! El tercer capítulo quizás llegue con un pelín de retraso porque debo viajar a matricularme en la universidad la próxima semana y me pasaré un promedio de dos días en bus, así que tendré poquito tiempo para escribir. Trataré de que no pase eso y esperen que
kororo_minamoto use un malvado látigo rosa para apurarme, ¿vale?
¡Muchas gracias!