Sebastian ^^

Sep 09, 2008 09:41


HE VUEEEEEEELLLLLTOOOOOOOO!!!!

Parece que mi pórtatil se va a portar bien y tirar otra temporada. Y como ahora mismo estoy feliz por estar internetizada de nuevo y todo regreso se merece una conmemoración especial... Antes de adentrarme en la f-list (miedo me da la cantidad de entradas que tengo por revisar), antes de responder comentarios que tengo que responder y antes de ponerme a leer los mangas semanales que me he perdido...

Fandom: Prince of Tennis
Universo: Sebastian
Pareja: Atobe/Fuji, Tezuka/Echizen y Sanada/Yukimura en principio. Cambiarán.
Advertencias: NR-13 como mínimo para el general del fic. En caso de necesitar algúna más especifica avisaré en dónde corresponda. Como siempre, AU.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Konomi. Las referencias a otras obras también pertenecen a sus respectivos creadores.
Sumario: De Tensai a Lucifer. Y Fuji lo único que buscaba era un mundo en el que no existiesen los dioses para recordarle que siempre había sido un ángel caído.
Notas: Hay varios detalles que ganan importancia si uno entiende el contexto al que hacen referencia, por eso, procuraré que al final de cada parte, en caso de requerirlo, sean mencionados. Algo general para el fic va a ser que el mundo en el que está ambientado la elección sexual es eso, una elección, y la mayor parte de la gente no juzga a las personas por ella.

Prólogo



Capítulo I: El Ángel Caído y Tannhäuser

Era el último semestre del año escolar y los estudiantes de la Universidad de Arte y Diseño Parsons vivían en constante agitación por la aproximación inminente de los últimos trabajos a presentar. Tampoco eran demasiados los que permitían que esa agitación se mostrase. Pocos mundos eran tan competitivos como el artístico (en cualquiera de sus facetas) y sabían que las personas con las que se sentaban en el aula serían sus rivales. Ya eran sus rivales.

Pero si por algo destacaban los alumnos de la Parsons era por sus habilidades sociales. Era la universidad privada más cara de toda la ciudad. El 97% de sus alumnos tenían familias con grandes fortunas apoyándolos. El porcentaje restante correspondía a los genios.

Y por las condiciones en las que todos esos adolescentes habían sido criados, sabían como obtener las mejores calificaciones y al mismo tiempo ser parte de la exclusiva y activa vida social de las clases altas. Celebraban fiestas todas las semanas, exposiciones que eran un escaparate de manipulación y de arte, eventos promovidos por grandes apellidos que no tenían remordimientos en conseguir lo que quisiesen costase lo que costase.

De todos ellos, un alumno de último curso de fotografía, se había convertido en una leyenda. Pertenecía a ese 3% de becados. Según la prensa y los círculos entendidos en la materia, el mayor prodigio que había pisado parís en el campo de la fotografía. Su potencial, según ellos, era incalculable. Sebastian Gray era la maravilla artística de Paris.

Parte de aquellos que se relacionaban con él sabían que en realidad, Sebastian Gray no era su verdadero nombre. El rumor más aceptado implicaba que en realidad era inglés (con algún antepasado asiático) y que había decidido cambiarse el nombre por algún escándalo familiar.

A nadie le importaba en realidad quién fuese o quién dejase de ser. La parte interesante del asunto era la especulación y los rumores, algo para lo que el joven Sebastian parecía más divinamente dotado que para el arte. Cada una de sus apariciones públicas era observada, comentada, exagerada y analizada por aquellos del mismo círculo social en el que se movía el joven fotógrafo.

Lo más terrible de Sebastian era, sin embargo, su belleza. Por mucho que uno estuviese habituado a verlo cada día, por mucho que incluso resultase de los afortunados que lo acompañaban a fiestas, y clases y viajes; siempre dejaba sin aliento a la gente cuando aparecía entre ellos. O cuando la luz se reflejaba de determinada forma sobre él. No era excesivamente alto. Tampoco era bajo. Tenía la altura perfecta para resultar ambiguo y ser arrebatador acompañado de otro hombre o de una mujer. Sus rasgos, mejor cincelados que muchas esculturas consideradas maravillas del arte, tenían una cualidad delicada y al mismo tiempo fuerte. Y sus ojos. Sus ojos eran el golpe final que atraía al mundo hacia él. Grandes y de un azul que casi parecía metalizado por algún poder sobrehumano.

Sebastian Gray poseía una belleza capaz de conquistar el mundo.

Ni siquiera los profesores eran capaces de alejarse de su hipnótica presencia. Sentado junto a alguna ventana, nunca prestando atención pero siempre un paso por delante que sus compañeros. A veces, un paso por delante del propio profesor. Y, por mucho que parte de los rumores dijesen que gozaba del primer puesto en su clase por haberse acostado con varios de los profesores, nadie llegaba a creérselos. No porque no lo considerasen capaz de acostarse con un profesor. Más de uno lo había visto durante su no-affaire (como había sido llamado por el propio Sebastian) con Luke Duval, probablemente uno de los jóvenes fotógrafos de moda con más talento (y más guapo) del mundo. Sebastian había obtenido la máxima calificación en el seminario que Duval había impartido. Y nadie podía negar que se lo merecía. Algunos afortunados incluso podían afirmar que se merecía las máximas calificaciones no sólo en su arte sino también en la cama.

Ante todos esos rumores sobre su vida, Sebastian sonreía, sin abrir los ojos y sin mostrarse en lo más mínimo molesto. Varias teorías afirmaban que disfrutaba del nombre que se estaba generando. Después de todo, toda publicidad positiva, tenga el ámbito que tenga, iba a ser favorable.

Por estos motivos, no era extraño que la fiesta de esa noche en el apartamento de Sebastian Gray fuese uno de los eventos del calendario social de toda esta comunidad de ricos-bohemios que se arremolinaba en torno al mundo del arte en Paris.

Pero antes, incluso él tenía que acudir a la exposición con algunos de los mejores trabajos de su promoción en el Museo Pompidou. Y eso era lo que explicaba que a horas de una fiesta en su casa, estuviese caminando hacia el museo acompañado por dos de sus compañeros de clase.

-¿Entonces has hablado ya con Agatha, Henry?- inquirió una joven elegantemente vestida mientras caminaban. El joven al que se dirigía hizo un ademán con la mano, desdeñando la cuestión.

-Agatha está demasiado ocupada en Londres para estar interesada en venir.

-Seguramente.- comentó el joven que caminaba entre ellos, con los labios arqueados en una sonrisa sé-lo-qué-pasa que provocó un puchero en Henry y la risa de la mujer.

-Es mi prometida. Voy a tener que soportarla toda la vida. ¡Dejadme disfrutar del poco tiempo de libertad que me queda!

La entrada al Pompidou estaba plagada de gente, incluyendo periodistas, que se apresuraron a sacar fotos de los tres recién llegados. Tras las sonrisas de rigor, se adentraron en el interior y saludaron a unas cuantas personas en el hall de entrada antes de proceder a alguna de las salas que la exposición ocupaba.

-La próxima semana es la tuya en la Parsons Gallery, ¿no Orienne?- inquirió Henry tomando tres copas de champán de una de las bandejas que un camarero llevaba. Un guapo y joven camarero al que le guiñó un ojo antes de volver al lugar en el que sus amigos se habían detenido.- ¿Ha cuantas fotos habéis tocado por cabeza?- preguntó girándose hacia Sebastian sin esperar a que la joven respondiese. Ella simplemente puso los ojos en blanco.

-Si no me equivoco cinco.

La voz de Sebastian siempre era musical y dulce, con una cadencia inclasificable pero definible, si acaso, como angelical. Nadie lo había visto sin sonreír en los cuatro años que llevaba en la ciudad. Nadie lo había visto sufrir una crisis, como cualquier otro estudiante había tenido. Henry y Orienne, antiguos amantes de una noche que Sebastian había decidido conservar a su alrededor, lo habían definido, más de una vez, como inhumano.

-¿Cuáles?

-Vamos a verlas ahora mismo.- comentó con una nota divertida el fotógrafo.

En ese momento, las cinco fotografías de Sebastian aparecieron ante ellos. Era difícil verlas bien dado que la zona estaba repleta de gente elegantemente vestida cuchicheando asombrados. Ninguna de esas piezas había sido vista anteriormente, y ya las estaban considerando lo mejor que el joven genio había creado.

La primera se titulaba “El Corazón Vacío” y mostraba un salón. Un salón decorado según las últimas tendencias y que en cualquier otra imagen habría resultado acogedor y hogareño. Sin embargo, Sebastian conseguía que fuese algo tan desgarradoramente impersonal y vacío, como el titulo sugería, que era imposible no sentir repulsión.

La siguiente imagen era en blanco y negro. Y era sorprendente como una pared en la que se notaba una franja de iluminación (de un atardecer seguramente) y un pequeño taburete transmitían tal cantidad de soledad. Y el título “Amigos” no ayudaba mucho a contrarrestar la sensación.

La tercera tenía tinte de moda. Varios modelos se reunían en una sala impresionante, con detalles de oro y piedras preciosas aquí y allá, todos vestidos con máscaras y disfraces.  La composición y los colores eran realmente apabullantes. Pero, al mismo tiempo, como en los otros había algo que estaba como desconectado en ella. “Eros” en honor del dios griego, no indicaba en qué exactamente estaba eso que faltaba.

Entonces, de todo lo que se había visto de Sebastian hasta el momento, saltaba lo único positivo. Probablemente, hablando de técnica era la más simple de todas. La más purista incluso. Era alegre y tenía una vitalidad explosiva, pero al mismo tiempo, transmitía una melancolía casi dolorosa. Los dos niños de la imagen -presumiblemente hermanos -parecían estar pasándoselo bien en su pista improvisada de tenis.

La última de las participaciones de Sebastian Gray en la exposición ocupaba un lugar privilegiado en el contexto de las obras. Por primera vez un autorretrato del joven artista veía la luz. Y junto a ella, se arremolinaba el mayor grupo de gente.

La foto podría ser incluso común. Había sido sacada frente a la ventana del apartamento de Sebastian en la calle Emile Zola. La luz de un amanecer gris se colaba furtivamente por la ventana. Sebastian estaba de espaldas a la cámara, envuelto en una sábana de un blanco casi resplandeciente en la penumbra. Con una de las manos, se sujetaba la sábana alrededor del cuerpo. En la otra, un cigarrillo encendido producía el humo que ascendía y enturbiaba los contornos del cuerpo del retratado. Y frente a él, un espejo, hecho añicos en mil pedazos que todavía se mantenían unidos. El rostro perfecto de Sebastian se deformaba de forma grotesca en el reflejo, y convertía el conjunto de su cara en algo que resultaba repulsivo y aterrorizante, gracias al anormal brillo de un par de ojos azules entre el fragmento.

Fijándose más en los detalles de la habitación, uno podía encontrar los otros dos vicios por los que Sebastian era famoso: tres botellas junto a la mesilla de noche, tumbadas en el suelo -una de ellas incluso goteaba los restos de su contenido sobre el piso -y por si eso fuese poco en la cama, revuelta como si acabase de tener lugar un maratón de sexo, se veía gran parte de una pierna desnuda. Masculina sin lugar a dudas. De alguien que seguramente practicaba algún tipo de deporte.

Se titulaba “El Ángel Caído”.

-¡Sebastian!- exclamó Orienne en cuanto recobró el aliento y superó el escalofrío de terror ante ese monstruo en el espejo roto.- Es… es…

-La obra de un prodigio, sin lugar a dudas.- musitó una voz a sus espaldas con un deje de desdén en la palabra “prodigio” como si en realidad estuviese haciendo un comentario insultante en vez de un elogio.

-Mi querido Tannhäuser.- musitó el artista girándose hacia él con una sonrisa diferente en los labios.

Un joven, probablemente de su edad, estaba frente a ellos. Era alto e innegablemente guapo. Sus ojos grises brillaban con una sabiduría al mirar el autorretrato de Sebastian que ninguno de sus acompañantes entendía. Y aunque en apariencia sonreía, su expresión no era más que una mueca desdeñosa.

-Sólo han pasado unos meses desde mi última visita, Gray.- y de nuevo, había algo como un chiste que no pretendía ser gracioso sino burlón y doloroso en la forma de ese desconocido de pronunciar el apellido.

-Pero tu compañía siempre es un placer para mí, querido.- respondió Sebastian con calma.- Gracias, por tu colaboración para mi autorretrato. Tu pierna está levantando especulaciones que durarán una eternidad.

-Lo sé. ¿Esperabas acaso algo diferente? Recuerda que tratas conmigo, querido.

-Nunca me permites olvidarlo.- la dulzura y sumisión en la voz de Sebastian era empalagosa, igual que un dulce que siempre termina produciendo dolor de estómago. Sebastian se giró hacia sus dos amigos.- Si me disculpáis… Nos vemos en tres horas en mi apartamento.

Esa tarde, Sebastian Gray, abandonó la exposición antes de tiempo acompañado por ese joven al que había llamado Tannhäuser.

-¿A qué debo el placer de tu visita Tannhäuser? ¿Cansado ya de Venus y buscando a Elizabeth? ¿O acaso caminas en pos de la redención?

-¿Redención? Hace años que sabemos que para nosotros no es posible.- respondió el otro, con la misma modulación sardónica en la voz.

-Me he enterado de un par de cosas que estoy seguro de que te interesarán.

-Permite que lo dude. No hay nada que pueda interesarme y que sepas tú y yo no.

-¿No?- Tannhäuser dejó salir una sonrisa triunfal, como si le acabasen de brindar en una bandeja de plata la oportunidad para sacar el as que escondía bajo la manga.- ¿Ni siquiera Tezuka?

Sebastian Gray se detuvo al instante sobre sus pasos, totalmente inmóvil como si no pudiese creer que el nombre había sido pronunciado en su presencia. Tardó un momento más de lo que su acompañante había previsto en controlarse y seguir caminando.

-No hay nada que me interese que tú puedas saber.- reafirmó con una voz inusitadamente tirante.

-Y yo que pensaba que tener la primicia de que él y Echizen se retiran del circuito profesional iba a resultarte interesante…

Hubo un silencio tenso durante unos instantes mientras ambos seguían caminando hacia la residencia de Sebastian.

-No me interesa el tenis.- dijo el fotógrafo retomando la sonrisa y la voz ligera y musical.- Por consiguiente, la vida deportiva de dos practicantes del deporte no es algo que me resulte productivo conocer.

-Y ore-sama que creía que apreciarías mi molestia en venir a contártelo…- replicó con la misma superficialidad en al voz el otro, esta vez cambiando de idioma a la lengua materna de ambos.

-Saa… siempre he sido impredecible.- los ojos se abrieron ligeramente con una diversión sádica en ellos y miraron de reojo a su acompañante.- Siempre puedes llamar a Inui. Seguramente que puede contarte cosas estupendas sobre lo impredecible que soy.

-Nunca he sido un fan de los datos.- Tannhäuser puso los ojos en blanco.- Prefiero los prodigios.

-Sobre todo cuando son dulces, guapos y se llaman Echizen.

-¡Fuji!- siseó furioso el hombre de ojos grises agarrando al insolente que caminaba a su lado de la muñeca y dejando que la rabia fluyese a través de él.- No. Lo. Digas. Nunca.

-Gray, si eres tan amable, Atobe.- con una mirada peligrosa, Atobe lo dejó ir. Fuji se llevó una mano al bolsillo y sacó un cigarrillo, que empezó a fumar antes de reanudar su camino.- ¿Entonces has venido solo a eso?

-Oh, no. No te lo he contado todo todavía.- una sonrisa malvada se extendió por las facciones atractivas de Atobe, que no podían reprimir del todo una arruga en su ceño viendo como Fuji se mataba lentamente con sus adicciones.- ¿Cuándo has hablado por última vez con tu hermano?

-Delicioso golpe bajo, Atobe.- replicó Fuji dicharachero mientras expulsaba el humo de sus pulmones de forma lenta.- Déjame que piense cuando fue la última vez que hablé con Yuuta… Hace cinco años y medio. Y me considero afortunado porque hace dos años empezó a enviarme felicitaciones de navidad y cumpleaños.

Por un instante, Atobe pareció casi arrepentido de haber hecho la pregunta con tan poco tacto. Pero su compostura volvió a su lugar y su sonrisa de arrogancia estaba de nuevo en su lugar tras un pestañeo.

-Supongo que tu hermana te mantendrá informado de la vida de Yuuta.- comentó sin tener intención de esperar a que confirmase o desmintiese su afirmación.- Yuuta ha progresado realmente bien en los últimos tres años en el tenis. Y ahora, después de haber conquistado el mundo y dejado a todos maravillado, nuestro querido Tezuka va a entrenar personalmente a Yuuta.

En lo que pareció una eternidad, Fuji se limitó a fumar en silencio, digiriendo la información que acababan de proporcionarle. No volvió a decir nada hasta que llegaron a su edificio y entraron en su apartamento, ya preparado para la fiesta de esa noche

-Interesante el mundo de los tenistas, supongo.- y cerró la puerta con suavidad, como si acabasen de decirle que los kanjis japoneses no tenían nada en común con los chinos.- Pero hay una fiesta dentro de unas horas y ya que va a ser la última de mi vida universitaria, tengo que asegurarme de que resulta memorable.

-¿Qué diablos ocurre contigo Fuji?- estalló Atobe, enfadado por el artista por seguir mostrando la misma fachada que con los demás cuando estaban solos. Estaba harto ya de Sebastian Gray. Y él, como muchos en Japón, quería de vuelta al Fuji Syuusuke que había desaparecido de un día para otro.

-Tengo una reputación que mantener, ya sabes.

Atobe dio dos zancadas hacia él y lo agarró por los hombros fuertemente. A veces hasta a él, que estaba también más allá del punto de redención, le dolía la belleza tan absoluta y perfecta de Fuji. Le dolía, porque él había visto el monstruo del espejo antes que nadie. Le dolía porque él conocía lo que había sido antes de convertirse en el “ángel caído”.

-¡Tu hermano YUUTA lleva años sin hablarte y no has hecho nada para cambiarlo! ¡Y dejaste a Tezuka y a Echizen de lado antes de los regionales, antes de los nacionales! ¡Y ahora, AHORA, TEZUKA ha vuelto a Japón para entrenar a YUUTA y ni siquiera te interesa!

-¡¿Y a qué ha ido ECHIZEN ATOBE?!- escupió. La ira deformaba sus rasgos y un escalofrío involuntario recorrió el cuerpo de Atobe Keigo. El monstruo del espejo era un niño en comparación lo que estaba ante sí ahora mismo. Lucifer personificado.- ¿Qué haces molestándome a MÍ cuando ECHIZEN está en casa?- se apartó de él de un tirón y lo miró con rabia concentrada en la mirada.- Pero los dos sabemos lo que ocurre ¿verdad? Tú eres Tannhäuser y nunca podrás poseer a Venus, porque Venus es un delito, una herejía. Y Venus tiene que estar con otro Dios a su nivel. No somos nada en comparación a ellos. Y ambos lo sabemos, Atobe. Hace años y te diste cuenta de que no hay NADA ni NADIE que se pueda interponer entre ellos. Nada ni nadie. Y tú, mi querido Tannhäuser, no has encontrado una Elizabeth. Te ha tocado Dorian Gray. Y si terminan mal por separado, juntos solo puede ser peor.

Atobe se quedó ahí, paralizado por el ataque de verbosidad de Fuji, tan certera como destructiva. Escuchó la puerta del dormitorio cerrarse y se dio cuenta de que lo había dejado solo en el salón, escuchando incesantemente el eco de sus palabras en sus oídos repetirse una y otra vez.

Y todo lo que había dicho era cierto. Pero había llegado la hora de que hiciesen algo. De que volviesen a estar frente a ellos y abrir nuevas heridas. Las viejas estaban demasiado emponzoñadas para seguir resultando útiles.

-Gray.- dijo entrando en la habitación sin llamar. Descubrió al fotógrafo frente al armario, vestido solo con la ropa interior y en apariencia eligiendo su vestuario cuidadosamente.

-Dime mi querido Tannhäuser.

-Me voy a quedar a tu fiesta. Y después de ella, vamos a ir a Japón los dos juntos.

La única respuesta de Fuji fue una risita despectiva.

-Si voy a consentirte, al menos quiero que todos se maravillen de la belleza y el talento de Sebastian Gray.

Dejando de lado su ropa, el hombre del cabello castaño lo miró. Tras unos segundos, una sonrisa perversa apareció en sus labios.

-Eso suena más interesante, Tannhäuser.

-Te aseguro que lo será. Imagínate las caras de todo el mundo. Primero enviaremos tu obra. Y cuando el mundo sepa que las fotografías de Sebastian Gray están en Tokyo, aparecerás tú; el desaparecido prodigo que lo dejó todo de un día para otro. Ahora convertido en la maravilla del mundo del arte y el aspecto del más perfecto de los ángeles. Sin alas, sin corazón y desterrado del lado de los dioses hace tiempo. Aparecerás de nuevo y te hundirás un poco más en el infierno. Junto conmigo.

Como años atrás, Fuji comenzó a reír con esa risa hilarante y ligera.
**********************************************************

NOTAS:

Acerca de Sebastian y Dorian Gray en el capítulo anterior

Fuji asiste a la universidad Parsons de Paris. Por lo que sé, es una universidad muy elitista y prestigiosa, situada en el centro de París y que produce famosos diseñadores. Además tiene programas de intercambio de estudiantes con otras grandes universidades del diseño (principalmente) que incluyen algunas situadas en Londres, New York y Tokio.

Tannhäuser es un personaje de una conocida ópera de Richard Wagner, un compositor alemán del siglo XIX. Su obra más colosal y conocida es El Anillo del Nibelungo que consta de cuatro partes. Tannhäuser es una ópera anterior (apareció 24 años antes que El Oro del Rin, la primera parte del Anillo del Nibelungo) basada en la figura de un poeta alemán del siglo XIII que tras su muerte se convirtió en leyenda por su vida disoluta y pecadora (hasta el punto de ser amonestado por el papado). El Tannhäuser de Wagner se pasa toda la obra dividido entre el amor carnal y el amor virtuoso. Otro aspecto que me interesa para esta historia sobre Wagner es que el Rey Luis II de Baviera estaba enamorado de él y le construyó este castillo (que seguramente todo el mundo ha visto en alguna ocasión). Y evidentemente, recomiendo a todo el mundo que escuche la Obertura de Tannhäuser.

Capítulo siguiente

Gracias por leer ^_ ^

PD: Contadme que ha pasado interesante estos días para buscar las cosas a tiro fijo, que corro riesgo por sobredosis de información desconocida.

fuji, fic, fic: sebastian

Previous post Next post
Up