Perdón por el retraso. Te digo, que cuando Murphy se ensaña, de veras se ensaña. Me cayó un mal bicho en la compu, y pensé que había perdido el final del fic. Estoy recuperando la mayor parte. Y todavía es 25 por estos lares.
En fin, que va la cuarta parte.
Centro Espacial Lyndon B. Johnson
Houston, Texas. Viernes, 1157 hrs.
Sus pasos apresurados y furiosos retumbaron por el desierto corredor que llevaba a los dormitorios. Jensen caminaba a toda prisa, con expresión sombría y la decisión de ir hasta Lackland en ese mismo instante para sacar a Jared de ahí.
-Deberías tranquilizarte, Nene. Estás haciendo todo un escándalo de los rumores y chismes.
El piloto se detuvo abruptamente, ocasionando que el otro trastabillara al chocar contra él.
-Chris, yo conocí al tipo; lo vi cara a cara. Te juro que lo primero que pensé cuando lo tuve enfrente, es que algo andaba mal con él, aunque no supe qué.
Su amigo suspiró ruidosamente, desesperándose aún más ante la terquedad del otro.
-Mira, Jenny. Comprendo que estés preocupado por la integridad de tu chico, pero es absurdo que por unos comentarios sin fundamento, eches a perder tu vida. Piénsalo.
-¡El tipo es un pene ambulante, Chris! ¡Y no se trata sólo de la integridad de Jared! ¡Casi te puedo asegurar que todos los que están bajo su mando corren peligro!
-Jensen, esto raya en la histeria y la paranoia -dijo Kane, poniendo los ojos en blanco, obviamente fastidiado-. Cálmate ya.
-¿Me estás diciendo histérico? -Jensen levantó la voz, ya enojado.
Sin embargo, antes de que pudiera continuar reclamando, la voz serena y grave de Collins a unos pasos de ellos, los hizo guardar silencio.
-Deberías escuchar a tu amigo. Estás haciendo todo un escándalo de algo que no tiene bases sólidas.
-Pero…
-¡Silencio, capitán! -con gesto adusto y autoritario, Collins se impuso en una orden seca y directa. Ambos pilotos se irguieron firmes, reconociendo la jerarquía. Al tener la total atención de ellos, el general se acercó a pocos centímetros de Jensen, con mirada severa-. Kane, puedes retirarte. Ackles, sígueme. Discutiremos esto afuera.
Sin más, se dio la vuelta y caminó por el corredor, dirigiéndose hacia el exterior del edificio, seguido por un agobiado piloto.
Al llegar a los jardines, Collins se detuvo, seguido por Jensen, quien permanecía en posición firme aún. Sin dejarlo adoptar la posición de descanso, sacó un cigarrillo de una maltratada cajetilla que llevaba en la bolsa de la chaqueta, encendiéndolo con un estrafalario encendedor que sacó del mismo bolsillo. Parsimoniosamente dio dos caladas al cigarrillo, y entonces confrontó al otro.
-Antes de que abras la boca, quiero que sepas una cosa, capitán. Entiendo la preocupación que tienes por lo que escuchaste, y entiendo que tu primer impulso sea el de mandar tus responsabilidades al demonio por ir a rescatar a tu chico de ese monstruo hipotético. De verdad lo entiendo, pero no puedo permitirte que cometas semejante barrabasada. Por otra parte, si todo lo que me dijiste de tu chico, de lo que hizo en Irak y lo que hizo por ti es verdad, entonces no deberías preocuparte. Sabe cuidarse solo.
-Pero señor, usted no…
-¡No te he permitido hablar, capitán! -volvió a guardar silencio, con la vista al frente, haciendo un enorme esfuerzo por evitar que sus manos se empuñaran-. Jensen, escúchame con atención. Estás en un equipo, no tomas decisiones por ti mismo, ni te manejas según tu regalada voluntad. Y si lo de esta noche va a ser motivo para que tu concentración y tus habilidades se vean comprometidas, dímelo de una vez, para evitar que te conviertas en factor de siniestro ANTES de poner en riesgo a los demás miembros del equipo. O estás con nosotros íntegro, o esta misma noche te vas de una vez por todas, porque no voy a permitir que regreses. ¿Está claro?
Por un momento, el piloto volteó a ver a su interlocutor, ya calmado de su arrebato inicial, pensando en sus palabras. Cuando intentó volver a fijar la mirada al frente, no pudo hacerlo, sintiéndose miserable. Collins aguardaba su respuesta.
-Sí, señor -dijo con la voz apagada, aceptando su irresponsabilidad momentánea.
Collins tiró la colilla a la grava que circundaba los jardines, sintiendo con pesar el miserable estado de ánimo del piloto. Pero no podía ser inflexible. Lo único que podía hacer por él en ese momento, era darle un poco de tiempo para reflexionar. Decidió dejarlo ir.
-Piensa en todo lo que te he dicho, capitán. Mañana espero tu respuesta, antes de que salgamos hacia los hangares.
-Sí, señor. -Sin más, se dispuso a retirarse a su dormitorio.
Sin embargo, Collins lo llamó antes de que lograra entrar al edificio.
-Jensen -Cuando éste volteó a verlo, le hizo una última recomendación-. Trata de confiar un poco en los demás. Tú no eres el salvador del mundo, acéptalo.
Dicho eso, volteó hacia las pistas, observando el firmamento estrellado y tranquilo, permitiéndole retirarse.
Instalaciones del Vigésimo Cuarto Escuadrón Aéreo
Cuartel General Base Aérea Lackland,
San Antonio, Texas. Lunes, 0800 hrs.
El general Pellegrino llegó hasta el lugar donde se había sentado Jared, descubriendo la expresión seria que llevaba a cuestas.
-¿Una mala noche, teniente? -le preguntó en voz baja, sacándolo de su ensimismamiento.
Jared se sobresaltó un poco, y sonrió forzado, tratando de no seguir mostrando su estado de ánimo.
-Oh... no, señor. Me desvelé un poco con mi familia -dijo a manera de excusa, retirándose todo lo que le permitía el pupitre de la invasión de espacio por parte del instructor-. Tendré que pensar en dormir toda la tarde, cuando llegue a casa.
-¿Toda la tarde? Creí que tendríamos una sesión de entrenamiento para tu licencia.
Jared se frotó un poco el rostro, recordando el compromiso que había hecho la semana anterior.
-Es verdad, lo había olvidado.
-No, está bien -Pellegrino se retiró un poco, intentando no agobiarlo-. Podemos dejarlo para mañana, ya que hayas descansado.
Y sin insistirle, se incorporó e inició con la exposición de la teoría que correspondía a esa jornada.
Jared no le prestó mucha atención, recordando con pesar las dos última conversaciones telefónicas que había tenido con Jensen. Para su enorme sorpresa, el sábado en la noche, su novio le había hecho la recomendación de que se mantuviese alejado de Pellegrino, pues aunque lo que los otros le habían dicho que no había algo concreto en cuanto a la demanda y los rumores que circundaban al general, no quería tener sorpresas de ningún tipo.
La llamada del domingo fue similar, con la diferencia de que ésta terminó con un tono frío y distante. No como las otras, y eso lo había puesto de mal humor, al grado de no permitirle conciliar el sueño.
Después del entrenamiento, al salir de la Base, Nixon lo alcanzó, ofreciéndole llevarlo a su casa. Mientras conducía, le preguntó por su estado de ánimo. Él, y todos los demás condiscípulos lo habían notado también.
-Estás demasiado serio, Jay. ¿Qué pasó?
-Nada en realidad, Derek. Creo que ha habido un enorme malentendido, y Jensen se molestó por eso.
-Vaya. ¿Acerca de qué?
-Hay un rumor acerca del general Pellegrino. No creo que sea cierto, pero ya ves que es demasiado fácil que la gente se deje llevar por los chismes.
-Sí, así es. ¿Acerca de qué son esos rumores?
-No estoy muy seguro. Jensen sólo me advirtió que no me le acercara.
Derek se encogió de hombros, viendo hacia el frente.
-Pues, es tu decisión, Jay. Por otra parte, Jensen está demasiado lejos como para darse cuenta de lo que pasa aquí. Y si él está creyéndose de un rumor, pues no veo que sea tan maduro como me lo has platicado. Además, el general se ha portado muy bien contigo, y no veo razones sólidas como para creer que sea un tipo malo. Al menos no lo ha sido con nosotros.
Jared asintió, pensativo. Posiblemente Jensen estaba un poco celoso; eso, sumado a la distancia que había entre las bases, y al tiempo que todavía les faltaba por verse, era comprensible que los celos se convirtieran en una especie de paranoia.
-Tienes razón, Derek. Creo que Jensen exagera. Pensaba decirle por teléfono lo de mi cambio al grupo de los F-117, pero creo que lo haré mejor hasta que se calme un poco, y en persona. Por lo pronto, hoy no le voy a llamar, ni voy a responder si él llama.
El otro asintió sin dejar de ver al frente, sin prestarle mucha atención, indiferente ante la situación de Jared.
Centro Espacial Lyndon B. Johnson
Houston, Texas. Miércoles, 1827 hrs.
Los dos instructores esperaban con cierta impaciencia a sus pilotos en el hangar a donde llevarían los prototipos, después de la tercera prueba real con todos los equipos montados en los aviones.
Durante el fin de semana anterior, habían pasado las horas más pesadas de la jornada, puesto que debían programar los vuelos de ensayo en condiciones reales antes de entregarlos garantizados al equipo científico, y para ello, las exhaustivas horas dentro de los simuladores, los ejercicios en los aviones aún sin el equipo, y las maniobras tanto teóricas como prácticas habían exprimido no sólo las fuerzas de los pilotos. Todo ese ajetreo también les había provocado un nivel de estrés que sobrepasaba lo estimado.
Especialmente en Jensen. Y lo peor de la situación, no era sólo por las jornadas de trabajo, sino también por lo que había escuchado del general Pellegrino. El problema más grave era que el piloto no aceptaba que el decaimiento que mostraba fuese por eso.
Providencialmente, esa mañana habían recibido una invitación de la base de Lackland para conocer los nuevos aviones F-35. El evento sería el jueves y viernes de la siguiente semana, y ellos podrían quedarse hasta el domingo, como invitados especiales y posibles compradores de varios prototipos de investigación. Cuando el Coronel Beaver les comentó de la invitación a Collins y a Whitfield, éstos se mostraron encantados para asistir, junto con su equipo de pilotos, por supuesto. Era la excusa perfecta para irse de paseo, agarrar una buena borrachera en los bares de San Antonio por tres noches consecutivas, y volver relajados y con nuevos planes y bríos para dar por finalizado el trabajo de pruebas de los aviones modificados.
Así que, un tanto ansiosos por compartir la noticia con los otros, contemplaron en las pistas aledañas, el aterrizaje de cada una de esas hermosas y soberbias máquinas aéreas.
Mientras veían descender al último aparato, recortado contra el color dorado del ocaso, Whitfield decidió saber qué había ocurrido con lo que Collins planeara hacer con Jensen.
-¿Cómo vas con tu alumno preferido, Misha?
El aludido se encogió de hombros sin voltear a verlo, y se tomó un poco de tiempo para pensar lo que diría.
-Aún no sé si le interese participar en el programa espacial. Es un excelente piloto, ya lo has visto, pero depende de él la decisión de ser parte de la siguiente misión que se proyecte.
-¿Y ya se lo planteaste?
Collins hizo una mueca graciosa, frunciendo la boca y la frente un poco.
-Aún no. Pienso decírselo hoy, pero quería hacerlo fuera de la base. Voy a invitarlo a cenar. ¿Quieres venir?
Whitfield sonrió de lado, siguiendo a los aviones que se acercaban con lentitud. Tres operadores de tierra los esperaban para completar el aparcamiento de las naves, mismo que se llevó a cabo rápidamente.
-No, gracias. No me gusta hacer mal tercio. Ya te preguntaré mañana qué ocurrió, tanto con su respuesta a lo del programa, como a tus proposiciones personales.
Collins sonrió levemente al escucharlo.
-Caray. ¿He sido tan obvio, Charles?
-No, sólo lo indispensable. Ahí vienen, suerte.
Los cuatro pilotos se dirigían hacia ellos con paso firme, quitándose los cascos y hablando animadamente. Cuando llegaron ante los instructores, los saludaron en forma protocolaria, y en seguida, adoptaron posición de guardia.
-Señores, felicidades -inició Whitfield, con una sonrisa satisfecha en su rostro-. Ha sido una jornada perfecta. Espero que continuemos con este récord hasta el momento en que termine el proyecto.
Los pilotos asintieron con un fuerte “sí, señor”, que retumbó en la enorme nave del hangar. Entonces, fue el turno de Collins.
-Estamos muy conscientes de que ha sido una jornada muy dura, con horarios infrahumanos y exigencias descomunales, y el que ustedes aceptaran salir adelante, aún con todas esas condiciones en contra, es algo digno de mencionar. Felicidades, señores.
Los pilotos voltearon a verse unos a otros, sonrientes por tales palabras. Collins continuó.
-Sin embargo, nos hemos dado cuenta que el nivel de estrés podría llegar a afectarlos de manera considerable. El día de mañana recortaremos la jornada, así que tendrán unas horas para descansar antes de los últimos ensayos de esta semana.
-Quiero que hagan eso, que descansen de verdad -intervino Whitfield, viéndolos a cada uno a los ojos-, y si existe algún problema que esté afectándolos en su desempeño, no duden en buscarnos. Para eso somos sus instructores.
-O sea, se abre el consultorio de los doctores corazón…
Ambos instructores rieron junto con los pilotos, ante el comentario bromista de Chris Kane, pero no lo dejaron pasar tan fácil.
-Capitán Kane, ciento cincuenta lagartijas por sarcasmo no autorizado -ordenó Collins, aún sonriendo-. A partir de ya.
Refunfuñando entre dientes, Kane soltó el casco a un lado de él, y sin más, se tiró al piso e inició con el castigo. Los otros sólo rieron por eso.
En medio del leve alboroto, Collins volvió a tomar la palabra.
-Bien, mientras el capitán Kane se fortalece, les daré una buena noticia. Nos han invitado a la presentación de los prototipos F-35, en la base de Lackland, para la siguiente semana. Como hemos estimado que entregaremos los aviones entre lunes y martes, el jueves seremos hombres libres, y podremos asistir sin presiones de ningún tipo, quedándonos allá todo el fin de semana, si creen que lograrán aguantarlo -sonrió ampliamente, viendo en especial a Jensen-. Así que, quedan avisados. El miércoles próximo les indicaremos a qué hora debemos estar preparados para asistir al evento.
Por supuesto que tal noticia los alegró. Sería en realidad un permiso no solicitado, pero muy bien merecido.
-Bien, señores, terminamos por este día -finalizó Whitfield-. Kane se queda a terminar sus lagartijas, los demás pueden retirarse. Descansen.
Obedecieron la orden, dirigiéndose hacia el edificio de los dormitorios para cambiar sus uniformes. Misha entonces alcanzó a Jensen, caminando a su lado.
-Hey, capitán. Hiciste un gran trabajo hoy.
-Gracias, señor.
-Aparte, me preguntaba si te gustaría que fuésemos a cenar. Tengo un asunto pendiente que quiero tratar contigo, y quisiera saber tu opinión lo más pronto posible.
Jensen lo pensó por unos segundos, y aceptó.
-Sí, está bien. Sólo…. Voy a cambiarme. Estaré listo en quince minutos.
-De acuerdo. Te espero entonces en la entrada del edificio principal, en veinte minutos. Voy a cambiarme también.
Ambos se separaron, dirigiéndose a sus respectivos dormitorios.
Collins se apresuró, y curiosamente, mientras se veía al espejo y se arreglaba un poco más que cualquier otro día, un ridículo sentimiento de estarse comportando como una quinceañera ilusionada con una cita romántica lo invadió. Se rió de sí mismo ante su reflejo, y desechó eso, saliendo poco después hacia el punto acordado de encuentro.
Lo que nunca esperó en esa noche, fue el tremendo golpe de deseo que su libido le propinó cuando vio a Jensen en el vestíbulo del edificio, esperándolo. Se había puesto una camisa de tono oscuro que contrastaba vivamente con el color de sus ojos, y la luz rojiza del ocaso que se filtraba por los ventanales, pintaba en su cabello tonos dorados y luminosos, avivando al mismo tiempo las pecas que adornaban su rostro, dándole un aspecto inocente, casi infantil.
Tragándose cualquier pensamiento insano que esa imagen le provocara, lo alcanzó por un brazo, obligándolo a caminar a su paso.
-Estoy listo y con hambre, y espero que tú también. Vámonos.
Jensen sólo se dejó llevar, con expresión cansada y ausente.
Departamento del general Misha Collins.
Zona oeste de la ciudad de Houston, Texas.
Miércoles, 1930 hrs.
-Cuando dijiste que iríamos a cenar, imaginé que terminaríamos en un restaurante de estilo vaquero -comentó Jensen desde la estancia, curioseando entre las litografías de aviones y algunos reconocimientos que colgaban de las paredes.
-A veces me da nostalgia por lo casero, Jen -respondió Misha desde la cocina, removiendo con entusiasmo la pasta que cocinaba-. Además, recuerda que no sólo de carne y patatas fritas vive el hombre. De vez en cuando el cuerpo pide pasta italiana.
Jensen volvió a la cocina, recargándose en la encimera cercana a la estufa. Llevaba la cerveza que Misha le ofreciera, apenas a la mitad.
- Eso huele bien. ¿En serio, no corro el riesgo de morir intoxicado?
-Por supuesto que no, despreocúpate -dijo, volteando hacia la tablilla en la que tenía algunas hierbas picadas, así como los tomates y los cebollines-. Aunque no lo creas, en el ejército también te enseñan cosas útiles. Como por ejemplo, aprender a cocinar para todo un regimiento.
-Oh, vaya. Demasiado útiles, lo reconozco.
-Deja de burlarte de mis habilidades, y ayúdame a preparar la salsa, anda.
-Sí, señor. Así me aseguro de que no nos envenenas.
Mientras lo hacía, Collins decidió hacerle saber sus planes.
-Jensen, voy a hacerte una propuesta indecorosa.
-Oh, cielos. Ya sabía que había gato encerrado.
Ambos rieron, pero no se salieron del tema. Collins lanzó entonces la idea.
-Ahora que he visto todo tu potencial como piloto, y tus enormes habilidades para salir bien de situaciones de riesgo, quisiera proponerte como miembro del proyecto espacial, de forma permanente. Quiero que seas astronauta.
Dejando por un momento los vegetales, levantó la vista, encontrándose con la mirada expectante de su instructor. Un profundo suspiro salió de su pecho, reconociendo que su respuesta lo iba a decepcionar.
-Te agradezco mucho que te hayas fijado en mi desempeño, a pesar de mis errores, pero…
-No, no -lo interrumpió antes de que terminara de justificarse-. Piénsalo. Es muy pronto para que me respondas.
Jensen negó con la cabeza, bajando la mirada a sus manos. Debía hacerle saber que ya lo había pensado. Volvió a levantar la vista, buscando la del otro hombre.
-Es que no…
Collins lo alcanzó sorpresivamente, obligándolo a guardar silencio al taparle la boca con una mano. Jensen se sorprendió mucho con ese gesto.
-No, espera. Hagamos esto. Piénsalo mientras cenamos, y cuando tengamos el estómago lleno de pasta y el cerebro embotado de vino y cerveza, me respondes. ¿De acuerdo?
Asintió, pensando en que sólo aplazaba algo inevitable. Aún así, respetó el acuerdo.
Hora y media más tarde, con dos platos de pasta italiana y un guisado un poco estrafalario, más media botella de vino tinto encima, Jensen decidió hacerle saber su respuesta a Misha. Recargándose en la mesa mientras sostenía la copa casi vacía entre sus dedos, se lo dijo.
-Misha, no puedo aceptar tu propuesta. Acepté ser piloto de pruebas de la NASA porque lo que iba a pilotear era un F-18, pero no puedo aceptar algo más allá de esto. El general Morgan ya me había hecho la misma propuesta, y mi respuesta no ha cambiado.
El otro oficial entrecerró los ojos, tratando de encontrar el motivo de su negativa.
-¿Es… es por él? ¿Por tu copiloto?
Jensen ladeó la cabeza, desviando nuevamente su mirada hacia algún punto indefinido en la pared. Debía ser franco.
-Sí, pero también es por mí. Le prometí que lo esperaría, que ambos seríamos pilotos y volaríamos juntos, y que no nos separaríamos nunca, compartiendo el mismo cielo en cada misión a la que nos enviaran. Hasta hoy, le he fallado estrepitosamente.
Collins asintió, pensativo. Sabía que estaba perdiendo a un buen prospecto, pero no podía evitarlo, por más que lo intentara. Sin embargo, no quiso dejar la propuesta como cosa perdida.
-Entiendo. Es una lástima, porque no todos los días tenemos prospectos como tú. En fin. De todas formas, si más adelante cambias de opinión, podríamos considerarlo seriamente.
Jensen le sonrió, agradecido. Se levantó entonces, considerando que era hora de retirarse. Misha lo imitó, alcanzando los platos para llevarlos al fregador. Y ya ahí, se permitió un poco de intimidad con él.
-Tu chico es afortunado. Espero conocerlo algún día.
-Imagino que eso será posible la siguiente semana, ya que estemos en Lackland.
-Já, como si no supiera que van a aprovechar ese tiempo. Yo sé que no les vamos a ver ni el polvo, Jensen -aseveró con una sonrisa maliciosa, arrancándole una breve carcajada al piloto-. ¿Puedo saber cómo es? Porque de tanto que lo elogias y lo admiras y lo mencionas, casi estoy creyendo que es como un súper tipo.
-Bueno… es alto, y enorme. No sé qué le daría su madre como suplemento para crecimiento, pero creo que se le pasó la mano -sonrió con tristeza al recordarlo, con la mirada ausente y la voz queda-. Creo que eso podría explicar el enorme corazón que tiene. Es tierno, y lleno de entusiasmo. No me canso de ver su sonrisa, o de escucharlo cuando ríe. Aunque tiene un genio tremendo; cuando algo lo molesta, parece un toro rabioso. Intimida un poco.
-Vaya, es toda una estampa. Pero te noto algo triste. ¿Tuvieron algún problema? Ya no te he visto hablar por teléfono con él.
-Discutimos el domingo, y no me toma las llamadas.
-Lo lamento.
-Espero que podamos arreglar las cosas este fin de semana - comentó Jensen con un poco de optimismo-. Lo extraño demasiado.
Al decir esto, guardó silencio. Entonces, su acompañante aprovechó para acercarse aún más a él. Lo sujetó por un brazo, y midiendo sus reacciones, lo atrajo hacia sí, atrapando su boca en un beso desesperado. Jensen no lo rechazó, pero tampoco correspondió, esperando a que el mismo Collins rompiera el contacto. Sus ojos mostraban un extraordinario verde líquido, brillante, melancólico.
-No… Misha.
-Jensen, espera -dijo, impidiéndole soltarse de él-. Sé que no puedo reemplazarlo, pero sí puedo ofrecerte un poco de consuelo. Sé que podrías pensar que estoy equivocado, mas no es así. Tener un desahogo no es malo, créeme.
Intentó besarlo nuevamente, pero esta vez, Jensen lo detuvo con una mano en su pecho.
-No, de verdad lo lamento. Eres un gran tipo, pero no puedo. -Al decirle esto lo soltó, separándose algunos pasos. Era tiempo de retirarse-. Debo irme. Lo lamento.
Collins se recargó en el mueble del fregador, viéndolo ir hacia la estancia, abrir la puerta y salir sin voltear atrás, cerrando otra vez la puerta sin golpearla. No se movió de ahí en un buen rato, con la mirada fija en la puerta cerrada, mientras un fuerte desasosiego le llenaba el pecho, reemplazando el sabor de los labios de Jensen por un resabio amargo.
Centro Espacial Lyndon B. Johnson
Houston, Texas. Viernes, 1700 hrs.
Whitfield volteó a ver a Collins por quincuagésima ocasión, tratando de entender por qué no había hecho una broma en dos días seguidos. Por supuesto, Collins se percató de eso, y sólo le dirigió una mirada desafiante, sin una palabra de por medio.
Ambos observaban el aterrizaje de los aviones en una de las últimas jornadas de exploración del equipo. Estaban por terminar con el proyecto, así que en poco, los pilotos volverían a sus respectivas bases, o tal vez aceptarían plazas temporales si llegaran a ofrecérselas.
Collins tenía urgencia por hablar con Jensen antes de que éste dejara la base, pues desde el incidente en su departamento, el piloto le había rehuido durante esos dos días, y no había tenido oportunidad de enmendar el error.
Cuando los cuatro pilotos llegaron al hangar, después de dejar los aviones en manos del personal técnico y mecánico de la base, lo abordó antes de que pudiera evitarlo.
-Capitán, ¿puedo hablar contigo un momento?
La mirada gélida del piloto lo lastimó, mas no desistió. Jensen asintió, resignado. Le hizo un gesto a Kane, indicándole que lo alcanzaría poco después.
Al quedar solos, Collins titubeó. Jensen esperó con cierta impaciencia a que se decidiera a hablar, viendo hacia el piso de concreto pulido del hangar.
-Jensen -el piloto volteó al escucharlo llamándolo por su nombre, y esperó a que hablara. Collins aspiró con fuerza, y continuó-. Quería disculparme por lo ocurrido el miércoles.
-No hay problema, señor. Todos tenemos errores de vez en cuando.
-Sé que mi credibilidad ante ti está muy deteriorada, pero quiero que sepas que no volverá a ocurrir. Me dejé llevar, y cometí un enorme error. Lo siento mucho.
-Está bien, Misha. Despreocúpate, no pasó nada -le aseguró, dirigiéndole una muy breve sonrisa forzada-. Esto quedó olvidado, y sin resentimientos.
-Al contrario, Jensen. No quiero que te quedes con una mala impresión…
En un gesto impaciente, Jensen consultó su reloj, haciendo que el oficial guardara silencio. Entonces trató de ser lo más natural posible al poner una excusa.
-Oye, tengo que llegar a San Antonio hoy mismo, y no quiero que se me haga tarde. ¿Podemos hablar de esto después? En verdad, debo irme.
El oficial no quiso rendirse, a pesar de la actitud del piloto. Metió las manos en los bolsillos del pantalón, y habló antes de que éste pudiese dar la vuelta e irse sin escucharlo.
-Una última cosa, capitán. Espero que eso no afecte en algo el que puedas considerar la propuesta del programa espacial. A veces uno puede cambiar de opinión.
Jensen lo observó con seriedad, sin comentar eso. Finalmente, se despidió.
-Debo irme. Hasta el lunes.
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A la
Quinta parte Para ir a la
Tercera Parte...