Hace la eternidad que no me paso por aquí y, aunque sé que nadie me echa de menos, tengo la esperanza de que alguien, al menos, lo lea.
La idea de este vicio me la ha dado
hikari_k y, la continuación de este vicio (que será Mentir), se me ha ocurrido mientras escribía este. Espero que os guste, aunque sea un poco más cortito que el resto.
¡A fastidiarlo... digo, a disfrutarlo!
16. Fastidiar
-Señorita Morgan, usted irá con el señor Roberts.
¡Mierda! Frank estuvo tentado de golpearse la cabeza contra la mesa al escuchar eso. ¿Por qué no podía haber sido otro? ¡No, tenía que ser el jodido-sonrisa-perfecta-y-blanca-Roberts! Lo odiaba. Bueno, no lo odiaba, pero le tocaba la moral y los cojones que tuviera que hacer ese trabajo de Pociones con Alice.
Esbozó una sonrisa a la chica que se sentó a su lado, más por compromiso que por que se alegrara de que les hubiera tocado juntos. No recordaba ni su nombre. Algo de Sommers o Morse o algo así. Pinta de morsa sí que tenía, sobre todo con esos dientes delanteros tan grandes. ¿Por qué no podría haber dejado Slughorn que eligieran ellos a su propio compañero? Frank podría habérselas ingeniado para que le tocara con Alice, pero no, ella tenía que ir con el Roberts de los huevos.
El problema no era Roberts, porque en sí, era un tío bastante majo, con el que se podía hablar de cualquier cosa; el problema era que a Alice le molaba Roberts. Y a Frank le molaba Alice. Y mucho. Y en como a Roberts le molara Alice también, Frank ya podía darse de mamporros contra la pared.
Cuando terminó la clase, Frank salió disparado, colocándose justamente detrás de Alice y Roberts. Se suponía que el tío tenía un nombre, pero Frank ni se acordaba ni quería hacerlo. Hizo una mueca de disgusto cuando les escuchó hablar en tono animado. Bueno, Roberts estaba hablando por los codos; Alice parecía cohibida y podría jurar que tenía hasta las mejillas sonrojadas. Y ese gesto de bajar la mirada mientras se colocaba un mechón tras la oreja… eso solo lo hacía cuando tenía vergüenza.
Durante el resto de clases y lo que quedó de mañana, se dedicó a observarles, viendo como su mal humor aumentaba a medida que pasaban las horas y se acercaba el momento de que la parejita quedara para hacer el trabajo. Cuando alguien le preguntaba algo, respondía con un gruñido, sin perder de vista a Alice en ningún momento… y tampoco perdía de vista las manos de Roberts, no fuera cosa que estuvieran en el lugar que no debían y Frank tenía que acabar haciendo lo que no había hecho nunca: abusar de su título de Prefecto en su propio beneficio. Después de un par de respuestas cortantes, sus amigos y compañeros tuvieron el buen tino de no decirle nada más y en la comida, Frank acabó siendo una solitaria isla en medio de la gran mesa de Gryffindor.
-Longbottom, ¿a qué hora quieres que quedemos para hacer el trabajo?
Frank parpadeó como si saliera de un trance y, apartando la mirada de Alice que comía animada con sus amigas, se giró hacia la persona que le llamaba. Era la Morsa, la compañera con quien tenía que hacer el jodido trabajo de Pociones. La miró un momento, pensando en su respuesta. Si Alice había quedado con Roberts a las cuatro en la Biblioteca, él tendría que llegar, como mucho, cinco minutos tarde, porque si llegaba antes…
La parte estratégica de su mente, entró en acción.
-¿A las cuatro y cuarto, en la Biblioteca? -la chica asintió y se marchó.
¿Quedaría muy rastrero llegar casi un cuarto de hora antes y vigilar a Alice para ver donde se sentaba y hacerlo lo más cerca posible? Posiblemente sí, pero a él le daba un poco igual. No había nada de malo en quedar en la biblioteca a hacer un trabajo, al fin y al cabo, no iban a ser los únicos. O eso es lo que se repetía a sí mismo cuando pensaba que estaba comportándose como un idiota. Por mucho que a Alice le gustara Roberts, Frank la conocía y sabía que era muy profesional en lo que hacía y no tontearía en medio de un trabajo, pero eso no quitaba que a él pudiera molestarle, aunque tampoco tuviera motivos para ello.
Estaba celoso, tremendamente celoso y se sentía posesivo con ella, como si no tuviera derecho a pertenecerle a nadie que no fuera él.
Los planes no le salieron bien, pues cuando entró a la biblioteca, esta estaba llena y no había sitio cerca de la mesa de Alice, por lo que tuvo que conformarse con vislumbrar retazos de ella entre las cabezas de sus compañeros. Así, era imposible concen… ¿Le estaba cogiendo de la mano? ¿Y ella se estaba dejando? Estuvo a punto de dar un salto e inventarse cualquier excusa para acercarse a ellos, pero no podía hacer eso y dejar a Morsa sola.
Hubo un momento en que los perdió de vista y le entró el pánico. Y prácticamente le cayó el mundo encima en cuanto les vio aparecer entre las estanterías, sonrientes y Alice con unos adorables colores rosados en las mejillas. Abatido, intentó volcarse en el trabajo que tenía delante, pero no estaba para nada concentrado. Si sacaban buena nota, no sería por él, de eso estaba seguro.
Esa noche, apenas cenó y se limitó a remover la comida con el tenedor. Además, que ni Alice ni Roberts estuvieran en sus respectivos lugares, le dio que pensar y le hundió más en la miseria. Era claro el interés del chico por ella y todo el mundo sabía que Alice bebía los vientos por Roberts, aunque ese interés había sido menos evidente en el último año, pero eso no quería decir nada. Alice no era de las que se sonrojaban y que lo hiciera estando con el chico… en fin, eso quería decir algo, ¿no?
Ya con el pijama puesto, bajó a la Sala Común a leer un rato y no esperó, para nada, encontrarse a Alice ya allí. Se había puesto el pijama también y recogido el pelo en una larga coleta de la que se le habían desprendido varios mechones rebeldes. Estaba de cara a las escaleras, sentada con las piernas flexionadas y sosteniendo un libro en ellas y parecía tan absorta leyendo, que no reparó en él.
O eso pensó Frank.
-¿Tu tampoco puedes dormir?
Frank se sobresaltó ante su pregunta y la miró fijamente. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. Sus labios se curvaban en una sonrisa. Muerto de celos y fastidiado hasta la médula, se dijo que parecía radiante, feliz.
-He venido a leer un rato -respondió cuando encontró la voz, enseñándole el libro.
-¿El señor de las moscas? -Frank tardó un momento en asentir, porque no tenía ni idea de qué libro había cogido. Tan solo se había limitado a abrir su baúl y sacar el primero que encontró. -Me han dicho que está bien.
Plantado como un idiota, dudó en donde sentarse. El sitio donde estaba sentada ella, era, normalmente, el que él solía ocupar cuando leía una vez todos se iban a acostarse. Al final, fue Alice quien le hizo decidirse. Se removió un poco en el sofá, dejándole más sitio a él para sentarse.
Los dos permanecieron callados durante un rato, cada uno sumergido en sus respectivas lecturas… o fingiendo que lo hacían, al menos, él.
-¿Qué tal os ha ido en el trabajo de Pociones?
Frank ocultó el gesto torvo en el libro, al escuchar la pregunta. Alzó la cabeza para mirarla, pero solo pudo ver una ingenua curiosidad.
-Lo hemos hecho -respondió con cierta sequedad, mordiéndose la lengua para no preguntarle sobre el suyo, pero al final, acabó haciéndolo -¿Y tú en el tuyo?
Le preguntó sobre su trabajo, en singular, sobre su trabajo, en plural, porque, en el mundo de Frank, no debería existir en la misma ecuación, los componentes Alice y Roberts, juntos.
-¡Genial! -si mostraba más entusiasmo que el que había mostrado ya, Frank no prometía no vomitar -John sabe mucho de Pociones, ¿sabes? Se le ha ocurrido la genial idea de…
Y ahí fue cuando Frank desconectó. No le interesaba para nada saber cómo de listo e inteligente era John Roberts -menudo nombre más común y poco original que tenía- lo que se le había ocurrido para el genial y fantástico trabajo de Pociones, ni tampoco nada que tuviera que ver con él.
-Que bien -hizo una mueca como sonrisa pero Alice estaba demasiado entusiasmada y feliz que no le dijo nada. Tan solo siguió hablando y hablando lo que le parecieron horas.
-Frank, ¿estás bien?
Enserio, ¿Por qué tenía tener esa voz tan dulce y hablarle así? ¿Qué no se daba cuenta de que se le aflojaban las rodillas como a las damiselas en apuros y cancán cuando lo hacía? Quizá debería preguntarles a sus padres porque no le habían puesto John de nombre y porque se apellidaban Longbottom y no Roberts.
-No tienes buena cara.
-No es nada, solo me duele la cabeza -mintió cerrando el libro y levantándose del sofá.
Él no era una persona que bebiera alcohol, pero en esos momentos, le apeteció una buena copa de lo que fuera. Esperaba que alguno de sus amigos tuviera guardada alguna en sus rincones secretos de la habitación, bueno, no tan secretos, porque él lo conocía y lo habían hecho precisamente para que él no lo encontrara.
-Buenas noches, Alice.
-Buenas noches, Frank. Que te mejores.
Tan metido estaba en su miseria, que no se percató de que se habían llamado por el nombre y no por el apellido como acostumbraban y, si se hubiera dado la vuelta, habría visto la sonrisa radiante de Alice seguirle hasta que le perdió de vista por las escaleras.
Continuará...