Porno

Nov 30, 2013 21:36




-¿Me das cinco minutos para que me duche?

-Claro que si - se puso de puntillas, apoyándose sobre sus hombros y le dio un corto beso - Mientras tanto, iré arreglando un poco todo esto.

-No tienes que hacerlo, y lo sabes.

-Lo sé, pero no te vendría mal un poco de ayuda - le empujó hacia el baño - Anda, tira.

-¿No vas a frotarme la espalda? - preguntó con voz sugerente, dejándose arrastrar hacia el baño.

-Sabes que no sería la espada solo lo que te frotaría - respondió con un tono pícaro.

-No es que me vaya a quejar de eso.

Entre risas, Frank se metió en el baño. Cuando la puerta se cerró, Alice, con los brazos en jarras, se dio la vuelta y observó el desastre de piso. Hacía apenas un par de días que su novio se había ido a vivir a un pequeño apartamento cerca del centro y de la Academia de Aurores, y aún no había tenido tiempo para desempacar sus cosas. El pequeño comedor, separado de la cocina por una barra americana, estaba lleno de cajas amontonadas y bolsas. El sofá de dos plazas - y que era uno de los pocos muebles que iba incluido en el piso - aún estaba cubierto por una sábana blanca, alejándolo del polvo. Alice la levantó para ver de qué color era el tapizado, y estornudó al levantarse una capa de polvo. Había que abrir las ventanas a la de ya.

Se acercó al pequeño balcón y abrió las puertas correderas. El piso no es que fuera gran cosa, sobre todo, en comparación con los lujos a los que estaba acostumbrado Frank, pero lo mejor de todo, era la espectacular vista que tenía. Se veía todo el centro de Londres y fue una de las cosas que más le gustó de él cuando fueron a verlo. Aparte de eso, solo tenía una habitación y un baño. Nada más.

Se alejó de la ventana y se puso a mirar las cosas, a ver qué podría ir colocando en su sitio. Por suerte, Frank era lo  bastante ordenado como para nombrar cada caja según su contenido. A rastras, llevó a la cocina la que contenía los vasos y platos. Podría haber sido más fácil llamar a un elfo para que lo limpiara y arreglara todo, pero Frank se había negado en redondo. Su parte orgullosa quería demostrar que era capaz de apañárselas solo. Con un par de movimientos de varita, limpió los muebles de la cocina y luego colocó los vasos, platos, cubiertos y demás utensilios, en su sitio. Sonrió divertida al imaginarse a Frank cocinando. Eso tenía que verlo ella.

Encantó un trapo para el polvo y este se puso a limpiar cualquier superficie mientras Alice quitaba la sábana del sofá con cuidado de no levantar mucho polvo y luego la sacudió en el balcón. Estuvo casi cinco minutos estornudando. Dejó a la escoba y la fregona bailando por el suelo y limpiando a su paso, y entró en la única habitación de la casa. Parecía ser la única estancia que había sido utilizada, aunque aún quedaban cajas por desembalar. Abrió la ventana para ventilar y que entrara el sol de media tarde y se puso a hacer la cama ella misma. Era una de sus manías. Para el resto de tareas de la casa, no le importaba utilizar la magia pero la cama siempre la hacía a mano.

La habitación se la dejaría a él, para que se la decorara y arreglara a su gusto. Con curiosidad, se acercó a las cajas pegadas a la pared y miró su contenido. Ropa, libros y revistas de Quidditch. Abrió esta última. Se acercaba el cumpleaños de Frank y aún no sabía del todo que regalarle. Había jugado a Quidditch en Hogwarts y aún seguía jugando con sus amigos siempre que podían, así que podría mirar a ver algún complemento. Cogió la que había arriba del todo, le echó un vistazo por encima y al no encontrar nada que le gustara, fue a coger la siguiente, pero se quedó parada. Las tetas enormes de una mujer le devolvieron la mirada.

¿Qué coño…? ¿Qué hacía Frank con un revista porno? Aunque no sabía por qué se sorprendía, ya que todos los chicos de su edad, o las tenían o las habían leído, pero a ella nunca se la había ocurrido pensar que su novio también. No supo cómo sentirse con eso. La cogió, la hizo a un lado dejándola boca abajo y se puso a mirar las demás, que por suerte, eran de Quidditch. Finalmente, la curiosidad le pudo y cogió la porno otra vez. ¡Madre mía! ¿Aquellas tetas eran de verdad? No había ley de la gravedad suficiente para poder aguantar aquel par de… melones. No había otra palabra para describirlo. Las suyas a su lado, eran como un par de naranjas. ¿Y a Frank le gustaban los melones? ¿Pero en qué estaba pensando? Su novio había demostrado muchas veces que sus naranjitas le gustaban mucho, no tenía porqué sentirse inferior ante un par de tetas como aquellas.

Fue pasando páginas y las diferentes mujeres que iban apareciendo, todas ellas desnudas o con muy poca ropa. Casi al final, había un extenso artículo ilustrado sobre las posturas sexuales más placenteras. ¡Madre mía! ¿Eso era posible? Giró la cabeza hacía un lado y otro, observando aquella postura tan rara e incómoda. ¡Pero si podrían romperse la cabeza o alguna pierna con ella!

-¿Ves algo interesante?

La voz burlona de Frank en la puerta, le hizo sobresaltarse y soltar la revista como si quemara. Le miró totalmente abochornada, consciente de que tendría la cara roja como un tomate. Seguro que estaría sacando humo de las orejas. La disculpa se le quedó atorada en la garganta al mirar mejor a Frank. Se notaba que acababa de salir de la ducha, porque aún tenía los hombros y pecho húmedo y tragó con fuerza al ver que un par gotitas resbalaban por su pecho y se perdían en la pequeña toalla blanca que llevaba anudada a la cintura. Una de las cosas que le volvían loca de él, es que era sexy sin proponérselo, y viéndolo en esos momentos… se le hacía boca agua, entre otras partes de su cuerpo.

-No me has respondido - el muy desgraciado tuvo la santa cara de encontrar divertida la situación. Como si pillar a tu novia mirando una revista porno, fuera algo de lo más normal y divertido - ¿Hay algo interesante?

-No sabía que leyeras… esto - sonrojada y sin poder aguantarle la mirada, giró un poco la cara.

-No es mía, pero reconozco que le he echado un par de vistazos - por su voz, se notaba que lo estaba pasando la mar de bien - Me gustaría saber qué está pasando por esa cabeza tuya.

-¿Te gustan los melones o las naranjas? - soltó casi sin pensárselo y vio como Frank se quedaba tieso, sin acabarse de creer que le estuviera preguntando eso.

Aquella era una situación surrealista donde las hubiera y le enseñaría qué no hay que mirar cosas ajenas sin permiso… o sin estar preparada para encontrarte cualquier cosa.

-Creo que no acabo de entender la pregunta - su voz era estrangulada y lo conocía lo suficiente para saber que estaría aguantándose la risa.

-La has entendido - le espetó y ni ella misma pudo aguantar la risa. ¡Aquello era de locos! Después, se puso seria - Estaba pensando que… todas esas mujeres tienen un par de melones y yo solo tengo un par de naranjas.

-Solo a ti se te podría ocurrir una cosa así - se echó a reír y se arrodillo frente a ella. Alzó un brazo y le colocó un mechón rebelde de cabello detrás de la oreja. Le acarició la mejilla con el pulgar. En sus ojos, aún seguía brillando el humor, pero cuando habló, lo hizo con seriedad - La mayoría de los chicos fantaseamos con las tetas grandes pero, ¿sabes qué? Yo no cambiaría estas naranjas por nada del mundo - corroboró esas palabras abarcándolas con las manos, por encima de la camisa y el sujetador. Alice contuvo la respiración - Eres perfecta. Tienes un cuerpo precioso, pequeño, esbelto y delicado, y no cambiaría nada de él - masajeó un poco más los pechos, mientras la respiración de Alice se aceleraba.

Frank se incorporó hacia adelante y capturó su boca en un beso enfebrecido. Sus brazos la rodearon por la cadera, escondiendo la cara entre la curva de sus pechos. Alice acarició su hombro desnudo y aún húmedo por la ducha. Los músculos se contrajeron a su paso y pudo darse cuenta de que sus brazos se habían estilizado y ganado en músculo, debido al entrenamiento en la Academia y el deporte que estaba haciendo para mantenerse en forma. Las manos de Frank acariciándole la espalda por debajo de la camisa, le hicieron estremecerse y poner su carne de gallina.

Echó la cabeza hacia atrás y entreabrió los labios para coger un poco de aire, cuando la lengua y los labios del chico emprendieron un recorrido ascendiente desde su escote hasta los labios, pasando por el cuello y la curva de detrás del oído. Sus manos habían abandonado ya su espalda y le desabrochaban con destreza los botones de la camiseta. La abrió a los dos lados y sin dejar de mordisquear sus labios, sospesó los pechos con las manos. Los tocaba y acariciaba como si se los conociera de memoria, y aquello le encantó.

-¿Te he dicho alguna vez que me vuelve loco la forma en la que reaccionas a mis caricias? - le susurró en el oído, con voz ronca. Sus manos no paraban e iban desde los pechos hasta las caderas y la cintura - Te estremeces y te muerdes el labio, como si no existiera placer mayor que ese - le dio un mordisco en el lóbulo de la oreja, sintiendo el estremecimiento del que hablaba - Eres perfecta para mí. ¿Y estos? - le desabrochó el sujetador por delante y se quedó mirando, maravillado, sus pechos  - Estos son los pechos más perfectos que he visto en mi vida.

Alice le clavó las uñas en la espalda y jadeó cuando Frank empezó a chuparlos, atormentándola con la lengua y los dientes. Igual cogía el pezón y tiraba de él como rodeaba con la lengua la aureola, o mamaba de él como un bebé hambriento.

Incorporándose poco a poco, fue recostando a Alice en la cama, no sin antes haberle quitado la camisa, deslizándola por los brazos. Se tomó un momento para mirarla desde la altura y sonrió. Tenía el rostro arrebolado, los ojos brillantes y los labios, enrojecidos e hinchados, estaban entreabiertos. ¿Quién podría querer un par de melones como las de aquella revista, teniendo esa imagen tan sexy e irresistible delante? Y lo que más le gustó, fue que nadie vería esa faceta de Alice, solo él. Había en ella una seductora inocencia que le calentaba la sangre como nada.

Alice aguantó la respiración, expectante, cuando Frank se tomó su tiempo para desabrocharle los pantalones cortos y deslizárselos con parsimonia por las piernas, acariciándoselas a su paso. La dejó solo con las braguitas, ya húmedas de excitación. Llegados a ese punto, a ella siempre le entraba vergüenza, aunque ya había superado la suficiente para no taparse cada vez que se quedaba desnuda delante de él. Además, la forma tan hambrienta con que la miraba, como si quisiera devorar cada pedazo de su cuerpo, le encantaba.

Arrodillándose en el suelo, le abrió las piernas con los hombros y se acercó para saborearla con la boca. Las manos de Alice agarraban con fuerza la colcha, jadeando sin parar y moviendo las caderas de forma incontrolada. Le martilleaba la cabeza y sentía en los oídos, el retumbar imparable de su corazón, latiendo desenfrenado dentro del pecho.  Escuchaba el sonido de la boca de Frank chupando su sexo, lo que la hacía derretirse un poco más. Había hecho a un lado las braguitas y se afanaba por chupar aquella carne tan húmeda y caliente, tan erógena para ella. Como un experto en darle placer, primero la penetraba con la lengua, saboreándola, y después acariciaba con la punta de la lengua, su clítoris, hasta que Alice no pudo más que dejarse llevar y deshacerse en sus labios y su boca. Aún con los temblores del orgasmo, Frank siguió acariciándola con la lengua. Y siguió haciéndolo hasta que volvió a correrse.

Con un último lametón, Frank se levantó y se deshizo de la toalla. Alice le tendió los brazos y ambos gimieron cuando sus cuerpos se encontraron. Pese a que Alice alzó las caderas dispuesta a recibirlo en su interior, Frank se hizo a un lado y se limitó a besarla con delicadeza, delineando los labios con la punta de la lengua, con la misma precisión que un artista plasma una imagen en papel. Ella le abrazó, acariciándole suavemente con los dedos y las uñas. Dentro del beso, Alice esbozó una media sonrisa al sentir un estremecimiento en Frank cuando le arañó la parte baja de la espalda. Parecía gustarle ese pequeño escozor que dejaban sus pequeñas marcas en la piel.

Y más iba a gustarle lo que iba a hacer. Rodeándole la cadera con las piernas, le obligó a darse la vuelta y tumbarse en la cama. Quedó sentada a horcajadas encima de él. Sacando a relucir su parte más pícara y atrevida, esbozó una perversa sonrisa y fue dejando un reguero de besos por el cuello y el pecho. Lo escuchó contener la respiración, tragar con fuerza y sujetar entre sus puños el trozo de sábana que tenían sus manos al alcance. Iba acercándose peligrosamente hacia su entrepierna, donde su sexo se erguía en toda su gloria. Se relamió antes de inclinarse hacia adelante y rodear con sus labios, el prepucio. Sus gemidos roncos y jadeos eran música para sus oídos mientras se afanaba por darle, con sus labios y su boca, todo el placer del que era capaz. Los dedos de Frank se habían enredado con fuerza en su pelo, pero no con la suficiente como para quitarle a ella el control de la situación. Y cada vez que sus caderas se movían hacia arriba, su pene se metía cada vez más hondo en su boca.

-Alice, para - pidió con la voz enronquecida. Había cerrado los ojos y echado la cabeza hacia atrás. Se mordía el labio con fuerza, intentando acallar unos gemidos y jadeos imposibles de controlar - Para o me corro ya y quiero hacerlo dentro de ti.

Esa última frase resultó ser más una súplica, pero Alice no le dejó cuartel y siguió torturándole con esos labios y esa boca que luego se encargaría de venerar con la suya. Sujetando esos mechones castaños y sedosos entre los dedos, dio un pequeño tirón, consiguiendo que la chica se apartara de él. Le dirigió una mirada molesta por esa interrupción y arrancándole una ronca carcajada a Frank. Se incorporó hasta quedar sentado y acercó su boca hacia la suya, besándola con ardor y desesperación.

-Date la vuelta, así como estás - susurró junto a sus labios y a punto estuvo de correrse al tener frente a sus ojos, la espectacular vista de su trasero y su húmedo e hinchado sexo.

Sujetándola por las caderas, entró en ella en una certera y única embestida. Dos gritos al unísono, retumbaron en la habitación. No le dejó ni un momento para acostumbrarse, sino que salió y volvió a embestirla con fuerza. Sus dedos se clavaban con saña en la carne tierna de sus caderas. Posiblemente le dejaría unas buenas marcas, pero eso no les había importado antes. Había veces en las que sus relaciones eran largas y dulces, cargadas de sensualidad; en otras, en cambio, como podía ser esta, ambos eran presa de una pasión y un desenfreno que se adueñaba de ellos. La satisfacción de sus cuerpos era lo único esencial. Los arrumacos y caricias vendrían después.

A gatas, Alice arrugaba las sábanas entre sus puños, mientras cada furioso embate, hacía ondular su cuerpo. Sus pechos se movían al ritmo, balanceándose. No podía dejar de gemir y jadear, presa del calor y la excitación. Gritó cuando sintió la mano de Frank acariciarle el clítoris, en medio de los dos cuerpos unidos. Siguió acariciándolo hasta que se corrió en un violento y largo orgasmo y, tras un par de acometidas más, Frank llegó al culmen de su propio placer, derramándose dentro de ella. Sus brazos, incapaces de sostener su propio peso, terminaron cediendo y se apoyó en los antebrazos. Dejó caer la cabeza hacia adelante y todo su pelo se desparramó por la cama. Frank, a su espalda, le abrazaba por la cintura. Sentía su acelerada y cálida respiración, en los omoplatos. Ella misma no podía normalizar su respiración. Sentía los restos de semen resbalar por sus muslos, pero no le importaba. Ese momento, cuando ya ambos estaban satisfechos y saciados y permanecían abrazados, era uno de los más especiales y románticos para ella. Esa sensación de plenitud, euforia y felicidad, no podía describirse con palabras.

Protestó un poco cuando Frank se apartó de ella, saliendo de su cuerpo. La cogió por los hombros y se recostó sobre él, apoyando la cabeza en su pecho. Su corazón, ese que le pertenecía por completo a ella, aún latía desenfrenado. Con languidez, Frank le acariciaba el pelo, desenredándolo con los dedos.

-¿Sabes qué? - murmuró  Alice, a lo que el chico respondió con un perezoso mmm - Esa revista me ha dado una idea para tu regalo de cumpleaños.

-Miedo me das - respondió sin poder ocultar su curiosidad y sonrió cuando ella soltó una carcajada.

-Es un libro - Frank se incorporó y frunció el ceño, a lo que Alice respondió con un guiño - ¿Tú has escuchado hablar del Kamasutra? Seguro que hay cosas muy interesantes allí y quién sabe, a lo mejor podemos utilizar naranjas.

La carcajada de Frank, debió escucharla todo el vecindario… eso si no habían escuchado antes el sonido de la cama moverse y chocar contra la pared. Es lo que tiene tener vecinos jóvenes e insaciables sexualmente.

Fin.

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