Reencuentros [RPG Fanfic]

Apr 15, 2010 13:18


Título: Reencuentros
Fandom: Original
Personajes: Félix Yákov
Resumen: A veces el destino parecer dejar pasar trenes que uno creyó haber perdido para siempre.
Notas: Este fic participa en el quinesob y está sin betear. Se aceptan críticas.
Palabras: 7.974



La separación fue un alivio, estaba muy cansado de tener a mis padres pegados tras cada uno de mis pasos, por eso subir al avión con rumbo a Inglaterra fue como despertar de una pesadilla, una que ya había durado demasiado tiempo. Me senté en el asiento, encogiéndome lo más que podía sobre mí mismo. Las gafas de sol puestas, un sombrero, el iPod sonando con Franz Ferdinand a lo más que mis oídos soportaban y cara de que si alguien me buscaba las cosquillas, encontraría mi puño en su cara.

Quizás quedaba mucho aún para volver a sentir que era yo mismo, pero era mejor actuar un poco y salir con aquella idiota, a estar en la puta academia militar. Esos últimos meses habían sido menos malos que los primeros, y todo se debía a que yo me comportaba como si en realidad estuviera “curado”.

Curado. Esa palabra me hacía gracia. Las heridas que sentía en mi cuerpo eran tan profundas que imaginarme curado de ellas era como suponer que mañana los cerdos tendrían alas y surcarían los cielos. Pero bueno, el teatro había servido para obtener aquel pasaporte de salida del infierno.
Tan solo tendría que superar la universidad con una tonta a mi lado que sonriera a mis padres, yendo a fiestas como antes hacía, sacarme la puta carrera de dirección y administración de empresas y, cuando tuviera el título, sería libre. Nunca me había interesado esa carrera, pero era la única forma de alejarme de él y, aunque aquello no me aseguraba sentirme mejor de lo que me sentía ahora, probablemente no me sentiría más miserable.

El vuelo tomó tierra y, en cuestión de minutos, yo tenía mi petate militar y mi moto de nuevo. Era lo único que había logrado llevarme; la moto. En el petate estaba mi ropa para esos días y productos de higiene básicos. La academia me había enseñado a viajar ligero, el resto llegaría cuando tuviera ya mi habitación asignada.

Mi padre se había encargado personalmente de buscarme una plaza en la fraternidad de los Omicron Xi, una panda de niños pijos de mente cerrada con la ralla del cabello a la derecha y una moral, según parecía, intachable. Esos siempre eran los peores, por muy de derechas que fueran, no dejaban de ser los típicos que se quejaban de la prostitución y luego buscaban complacer sus extraños deseos sexuales con las mismas putas de las que tanto se quejaban.

Me puse el casco y busqué cómo llegar a la universidad. Quizás di más vueltas de las que eran imprescindibles, pero llegué. Aparqué la moto en la entrada y con el petate a la espalda y el casco dentro de él, me puse de nuevo las gafas de sol, y entré.

La gente me miraba, pero ya me había acostumbrado a eso. Nunca había sido de los que pasaban desapercibidos, el problema es que ahora la gente me miraba con una mirada diferente. Suponía que era normal, cuando no fingía estar bien mi cara siempre parecía estar a punto de morder a alguien, y la cazadora de cuero y las gafas oscuras no ayudaban a hacer una imagen más amable de mí.

La mañana fue larga y tediosa. No hice más que ir de un aula a otra, a secretaria, al despacho de algún profesor, a hablar con el jefe de estudios, y todas esas gilipolleces que hay que hacer el primer día. Se suponía que también debía hablar con el idiota mayor de los Omicron, pero si podía evitarlo hasta última hora, mejor. Mi humor no estaba en ese momento para soportar las gilipolleces de un cara culo que se cree mejor que los demás simplemente porque lleva unas putas siglas en griego estampadas en el pecho.

Tras haber logrado casi todo lo que me había propuesto para ese día, con el plus de haber esquivado estoicamente a Nathalie, fui a la cafetería. Tenía hambre y necesitaba tomarme un café y masticar algo para sentirme una persona capaz de socializar con el resto de los seres que pululaban por ahí.

Al entrar vi lo que supuse. Que a mí me diera hambre no era un hecho insólito teniendo en cuenta la hora que era, así que el sitio estaba a reventar. Gruñí por lo bajo y deslicé mis gafas de sol hasta los ojos de nuevo, había tenido la delicadeza de ir por el interior de la universidad con ellas sobre la cabeza, pero ahí otra vez había mucha gente y no quería que me molestaran. Para asegurarme del todo eso, me puse los auriculares del iPod, aunque no lo conecté. Si Nathalie aparecía su maldita voz sería lo único que me ayudaría a huir antes de que me viera, así que necesitaba poder escucharla.

Solté el petate en una silla que estaba en una esquina, oculto de bastante miradas y, si me posicionaba bien, podría tener una amplia visión de todos los que entraban y salían del lugar. Sonreí al ver que había encontrado un buen lugar y decidí que intentaría que ese fuera mi sitio el tiempo que estuviera ahí dentro.

Dejé la chaqueta en mi silla, en la otra estaba el petate y, en esa mesa, no había más sillas. Aquello me aseguraba tranquilidad y, si algún capullo se le ocurría intentar tocar mis cosas, iba a perder un brazo antes de poder decir “Lo siento”. Nadie le tocaba los cojones a Félix Yákov.
Fue hasta la barra, pediría allí y volvería a su sitio. Era una tarea sencilla que no debería llevarle más de dos minutos, quizás tres si ese grupito de niños que estaba parado frente a ella hacían demasiado el gilipollas.

El grupo se movió y entonces vi una melena corta rubia que hizo que algo temblara dentro de mí. Me tensé un segundo, pero sólo fue uno. Ya había pasado por eso en demasiadas ocasiones. Había demasiadas personas rubias en el mundo, con el mismo tono de cabello que August, y siempre era igual. Me emocionaba, me hacía ilusiones como un puto idiota aunque dentro de mí no dejaba de decirme que no debía ilusionarme, me asomaba para verle bien y, nunca era él. En más de una ocasión incluso había sido una tía.

Me relajé, tomé aire, cerré los ojos un segundo, solté el aire despacio, los abrí de nuevo, y caminé. Mi objetivo era sencillo; ver la cara al imbécil que tenía el cabello igual que August y, quizás, pegarle un buen puñetazo por abrir de nuevo aquella herida. No hubiera sido la primera vez que golpeaba a alguien por eso, aunque normalmente tan solo me limitaba a pasar por su lado y empujarle un poco al hacerlo, sin disculparme y mirándole con cara de estar retándole a replicarme algo.

Estás en la uni, Félix, compórtate.

Apreté los puños al pensar que iba a pasar un tiempo largo ahí, por lo tanto lo mejor era no golpear a nadie el primer día. No quería problemas en ese lugar porque quizás eso me llevaría de nuevo a Ucrania y eso era lo último que quería.

Finalmente, me moví. Avancé entre la gente buscando un ángulo para poder verle bien, pero el subnormal justo se iba girando mientras yo me acercaba. El resultado fue que pronto acabé frente a la barra, con él dándome la espalda y mirando a un capullo que sí estaba de frente a mí.

Vamos… gírate… Gírate un poco.

En ese momento la camarera se paró frente a ellos. Yo desvié la vista para no parecer un puto voyeur, y el rubio miró al frente, hacia la chica. Vi su perfil completo.

Entonces la tierra se desplazó a más velocidad de la que lo hacía siempre, o quizás se había detenido por completo, como el tiempo. Noté el suelo desaparecer bajo mis pies y algo estalló en mi cuerpo. Y no sólo en mi cuerpo, yo escuché la explosión en todas partes. La gente continuaba como si nada, y me parecía inconcebible que no se dieran cuenta de lo que acababa de ocurrir.

La piel se me erizó por completo, un cosquilleo recorrió mi cuerpo, desde los dedos de los pies, hasta el último cabello de mi cabeza. La respiración acelerada y profunda, el corazón golpeando más y más en el pecho, en la garganta, en la cabeza. Notaba algo cálido que se movía dentro de mí, como una corriente eléctrica como jamás había sentido otra.

El cerebro estaba mudo, pero creía que mis latidos podrían resonar en todo el planeta, de hecho, no comprendía cómo era posible que nadie los estuviera oyendo. ¡Era él! No era otro puto rubio de mierda con su mismo corte de pelo, ni una jodida tía con el cabello demasiado corto. ¡Era él!
Las manos me temblaban, y las piernas, de hecho noté que estaba temblando entero. ¿Estaba desvariando? ¿Ya me había acabo de volver loco? Era cierto que soñaba con él muchas veces, que en ocasiones incluso me había parecido verle, pero nunca había sido tan real como en ese momento.

La emoción me embriagó por completo, tenía miedo de que se fuera, de perderle entre las brumas de los sueños de nuevo, de abrir los ojos y ver que estaba en aquella jodida academia de nuevo. Mi lengua logró despegarse de mi paladar y emitir un sonido, ni tan siquiera fui consciente de haberlo dicho hasta que procesé el hecho de oírlo.

-August…

Fue el susurro ahogado que escapó de mis labios mientras mis manos buscaban aferrarse a ese momento sin saber dónde podrían asirse para lograrlo.

Y él se giró hacia mí, sonriendo con tranquilidad, diciendo un “¿Si?” que me daba a entender que no sabía quién le hablaba. Entonces, ¿era él? Mis ojos clavados en los suyos, asimilando cada milímetro de su rostro. ¿Había sido tan guapo siempre? Le recordaba guapo, pero mis recuerdos no le habían hecho justicia, la memoria había eliminado aquel brillo en sus ojos azules, dejándole hecho del mismo material con el que se fabrican los sueños, demasiado perfecto y lejano para ser MI August.

Pude ver como su sonrisa se iba borrando despacio. Su boca no llegó a cerrarse del todo después de hablar. Sus ojos me recorrían lentamente y su pecho subía y bajaba acelerado. El café que tenía en sus manos, aún sobre la barra del bar, se derramó un poco y lo soltó, pero sin darle mayor importancia. Estaba convencido de que los chicos que le rodeaban hablaban con él, y que él también los oía, pero para mí era como esos sonidos extraños que te envuelven bajo el mar. Amortiguados y difusos, lejanos, demasiado para prestarles atención.

El silencio nos envolvió y, poco a poco, vi todo lo que nos rodeaba desaparecer. Estábamos solos, uno frente al otro, y yo era tan inútil que era incapaz de moverme de donde me había quedado plantado como un puto pasmarote. Pero fue él quien habló esta vez.

-¿Félix…? -preguntó.

Su voz parecía denotar algo de miedo, sorpresa, alegría y tristeza. Todo mezclado sin orden alguno. Yo asentí, sintiéndome bastante idiota de nuevo, aunque lo remedié dando un paso al frente, sólo uno. La distancia que nos separaba en ese momento era menor, quizás un metro y medio, y me parecía un abismo insondable.

-¿Eres tú de verdad? -pregunté sin lograr creerlo del todo.

-¿Estás aquí? -preguntó August a la vez.

Los dos reímos con nerviosismo, como sintiéndonos algo idiotas por haber hablado a la vez, aunque creía que si debía sentirme idiota, era por algo muy diferente. Tres años llevaba soñando con este momento. ¡Tres! Y en lugar de hacer lo que siempre había soñado que hacía si le volvía a ver, estaba ahí, a escasos centímetros de él, y sin acabar de romper todo lo que nos había separado durante tanto tiempo.

¡Muévete!

Y lo hice. Mi cuerpo me obedeció. De hecho fue algo tan rápido que ni tan siquiera me di cuenta de lo que ocurría. Un segundo estaba parado frente a él, y el siguiente lo había rodeado entre mis brazos con fuerza, apretándole contra mi pecho y agradeciendo que esas gafas de sol cubrieran mis ojos totalmente. Mi rostro pegado a su cuello, mis manos tirando de él, pegándole a mi cuerpo con fuerza, y nuestros labios hablando sin control. Las frases se mezclaban. Yo hablaba y él también, pero parecía que los dos decíamos lo mismo.

“Estás aquí.” “No me sueltes.” “Te extrañé tanto.” “Pensé que nunca más te volvería a ver.” “Quédate a mi lado.”

Sentí que las manos de August, al igual que las mías, tiraban del otro con fuerza. Sus labios también pegados a mi piel y susurrando esas palabras que no lograba saber de boca de quién salían. Su corazón latía con fuerza, golpeando mi pecho, y el mío le respondía de la misma forma.

Me aparté un poco, buscando hacer lo siguiente que mi cuerpo pedía; besarle. Había pasado años convenciéndome a mí mismo de que ya no le amaba, de que simplemente el perderle me había hecho perder la capacidad de amar. Quizás había sido cierta la última parte, pero con su retorno había recuperado todo aquello que una vez perdí. Le amaba, de forma más intensa y profunda de lo que recordaba.

Arrastré mis labios por su piel, en busca de los suyos, hasta que algo tiró de mí con fuerza y escuché una voz que odiaba romper toda la magia que había en ese momento.

Miré con odio al ser que se había atrevido a interrumpirme, su rostro me sonaba, pero no lograba ubicarla.

-¡Estás aquí, corazoncito! -exclamó tirando de mi brazo con insistencia.

La recordé en ese momento. Nathalie. Mi novia. Miré a August, soltándole y sintiendo vergüenza por ese momento, pero fue mucho peor cuando un tipo que llevaba un rato con una ceja alzada, se acercó y rodeó a August por un hombro.

-Parece que has encontrado a un antiguo amigo, ¿no? -le preguntó aquel capullo a MI August.

Tres años eran mucho tiempo, tanto que ahora él parecía tener a alguien a su lado, alguien que quizás sí le importara de verdad. Quizás esas palabras las había dicho sólo yo, quizás había imaginado que él tiraba de mí con la misma ansiedad con la que yo tiraba de él.

Quizás le he perdido…

Tres años viviendo un infierno y, en aquel momento y aquel lugar, cuando había recuperado la única parte de mí que necesitaba para ser feliz, acababa de darme cuenta de que mi vida podía ser mucho peor si él no estaba en ella de la forma en la que necesitaba que lo estuviera.

Los dos reaccionamos igual al aparecer más gente por ahí, August se giró a mirar al chico sonriendo y, de vez en cuando, miraba a Nathalie de reojo. Yo estaba inmóvil, dejando que mi novia se colgara de mi brazo sonriendo mientras me estampaba un beso en la mejilla que fue el más doloroso de toda mi vida. Luego ella los miró sorprendida.

-¿De la academia militar? -me preguntó.

El tipo que iba con August, demasiado pegado a August, de hecho, rió con socarronería mirando a Nathalie y al rubio. Su sonrisa se ladeó y me tendió una mano.

-No creo, August no pisaría una academia militar por nada del mundo. -contestó por ambos.- Nicholas, soy su… amigo.

El tono con el que dijo amigo me dejó muy claro qué tipo de amigo era. August apartó la mirada un momento. Yo sentí deseos de borrar la sonrisa a Nicholas a puñetazos de la cara, pero lo que hice fue estrechar su mano. Quizás apreté un poco más de lo que debería, pero era mejor eso a saltarle los dientes.

-Félix. Nos conocimos en el Château. -dije contestando a todos y sin apartar los ojos de August.- Ella es Nathalie…

No tardó ni un segundo en saltar junto a mí, con su voz aguda y cantarina para aclararles a todos que, además de ser Nathalie, era mi novia. Me fijé en cómo August la miraba. Me parecía el mismo tipo de mirada que yo le había lanzado a Nicholas. Y la tonta de Nathalie habló de nuevo.

-¡Oh, August! ¿Tú estabas cuando el tiroteo? -preguntó emocionada, como si aquel acontecimiento fuera algo que cualquiera que hubiera vivido recordara con alegría.

Tiré un poco de ella y le pedí que se callara en voz baja, pero me ignoró. Nicholas miraba a August, esperando que el rubio volviera a hablar porque no había dicho desde que nos habíamos soltado. Al fin reaccionó.

-Sí. Estaba. -contestó bastante seco.

Supuse que su mente le había llevado de vuelta a aquel día, al momento exacto en el que habíamos temido ambos por la vida del otro. Nathalie sabía lo del tiroteo, pero no sabía que esa cicatriz estaba en mi pecho como consecuencia de haberme interpuesto entre la misma y el chico que tenía justo frente a mí.

Nicholas miraba como si no entendiera bien de qué iba aquello, así que la tonta de Nathalie volvió a hablar. Era una costumbre que tenía; hablaba demasiado, siempre, de forma constante e insoportable.

-En aquella escuela le pegaron un tiro a Félix en el pecho. -explicó al moreno con emoción.- Un empollón se volvió loco y empezó a disparar a todo el mundo. A Félix no le gusta hablar de eso, pero yo creo que debió ser un héroe. -continuó como si de verdad lo creyera.- ¿Tú me contarías más de lo que pasó? -le preguntó a August poniendo esa cara que siempre me ponía a mí cuando intentaba que le hiciera más caso del que le hacía.

La atrapé del brazo y tiré de ella un poco, alejándola de él. No quería que August dijera nada sobre lo que había pasado cuando el tiroteo, ni tan siquiera me gustaba recordarlo. Acordarme de eso era recordar lo que vino después, todos esos besos y caricias, las largas noches enredados el uno en el cuerpo del otro, su sudor en mi piel y mi sabor en sus labios.

Con un gesto casual Nicholas rozó la mano de August. Éste se tensó y se cruzó de brazos. Yo me tensé y miré con dureza al moreno. El “amigo” de August habló de nuevo.

-Nunca me habías contado nada sobre un tiroteo.

-No me gusta recordarlo. -contestó mirándome a los ojos.- Fue uno de los peores días de mi vida.

Esas palabras ya las había oído antes, de sus labios, explicándome el motivo por el cuál había sido tan horrible. Porque creyó que me moría. ¿Significaba eso que aún me quiere? ¿Acaso no había imaginado esas palabras cuando nos abrazábamos? Mientras yo sonreía internamente porque quizás, y sólo quizás, no le hubiera perdido del todo, Nathalie hacía un puchero porque se quedaba sin historia.

-Nunca me enteraré de qué pasó exactamente. -se quejó.

-Nath, no puedes ir metiéndote en todo siempre. -la reprendí.

Y vino otro puchero. En verdad era insufrible e insoportable. Había aprendido a convivir con el hecho de tenerla a mi lado porque, como nadie me hacía sentir absolutamente nada, al menos si salía con ella me iba de la academia y, como era algo tonta, no solía hacer preguntas sobre por qué no nos acostábamos tanto como ella quería y por qué no hablaba casi. Al final ella lo atribuyó a que yo era más católico de lo que decía ser y que era un chico misterioso. No me importaba qué pensara de mí mientras se estuviera quieta, hasta ese día.

August estaba ahí, frente a mí. ¿¡Cómo iba a poder soportarla a ella si tenía a la única persona en el mundo a la que había querido parada frente a mí!? Debía hacer algo, y debía hacerlo rápido.

Patada al imbécil, colleja a la tonta, agarro a August y echo a correr hasta la moto. Arrancamos y nos largamos lo más lejos posible de toda esta mierda.

Ok. Quizás no fuera el mejor plan del mundo, pero en serio necesitaba tenerle a solas, tenerle para mí, arrancarle toda la ropa que llevaba y jadear en su oído lo mucho que le había extrañado, sudar mi nombre sobre su piel, morder el mío de sus labios y saciar la necesidad que tenía de él hasta desfallecer.

Al menos acababa de comprender algo en ese momento. No había perdido el apetito sexual, simplemente nadie me había incitado lo suficiente como para despertarlo, hasta ese momento.

Pero ambos parecíamos atrapados en aquella burbuja de tiempo con esos dos estorbos. Porque no eran otra cosa más que eso; estorbos. Recordaba por qué estaba con ella, pero en ese momento no lograba comprenderlo del todo. Pero, ¿y él? ¿Tenía novio? ¿Por qué? Yo tenía a Nath porque ella había sido mi billete de salida de la academia, porque la necesitaba para que mi padre me diera libertad de nuevo, porque era una escandalosa en la cama y oírla hacía que Taras soltara un poco la soga que me había puesto al cuello.

Me pregunté de pronto si ella se habría dado cuenta de que cuando íbamos a mi casa, follábamos más. La verdad es que me daba igual. No la quería volver a tocar, ni que me tocara, no quería su cuerpo buscando al mío, ni sus palabras de amor, ni sus peticiones de sexo; quería a August, y lo quería ya.

El grupo que estaba cerca de la barra, junto con August y Nicholas, se movió y les dijo que los esperaban en la mesa. Nicholas se giró y asintió mientras yo imaginaba todas las formas en las que le podría reventar la cabeza. Pero no me moví. El moreno agarró ese café que August no había llegado a volver a sostener y esperaba dormido en la barra, se acercó al oído del rubio tentando de nuevo su suerte.

-Se han sentado, si tardas mucho, se te enfriará el café. -le explicó.

-Sí, sí… -dijo August mirando aquel estúpido café.

¿Se iba? ¿Ya? ¿Con él? ¿Sin mí? El terror me invadió por completo, no podía perderle de nuevo, necesitaba sus labios sobre los míos para poder respirar. Por una vez en la vida, Nathalie pareció hacer algo inteligente.

-Podríamos cenar los cuatro juntos hoy. -dijo con el entusiasmo que le caracterizaba.

Iba a negar fervientemente. Sus ideas siempre eran… Bueno, no se les podía llamar ideas en realidad, y al costumbre era lo que me impulsó a hablar, pero mi cerebro me detuvo al recordarme que había dicho algo no tan idiota en verdad.

El moreno sonreía y miraba a August, que me miraba a mí, que le miraba a él. Nathalie nos miraba a todos de forma intermitente. Sonreí recordando que esas cosas eran buenas para aparentar.

-Sí… Así podríamos recordar viejos tiempos. -solté sin apartar los ojos de él.

Esperaba que August entendiera bien por donde iba. Una sonrisa surcó su cara, el moreno le miró y sonrió también. Nathalie casi daba saltos de alegría para ese momento. La pobre era tan tonta, que me daba pena.

-Sí, podríamos cenar hoy. -contestó August. Dio un paso al frente y rebuscó en sus bolsillos, sacó algo que no me sorprendió para nada; su teléfono móvil.- Dame tu número, Félix, el anterior lo cambiaste y no lo tengo. Creo que tú tampoco conservaste el mío…

“Creo…” Me causo algo de gracia que dijera aquel creo cuando ambos sabíamos bien qué había pasado. Quizás él no tuviera todos los datos completos, pero me constaba que había llamado a mi casa, así que igual debía haber llamado a mi anterior número, ese del que mi padre se deshizo con la misma facilidad que se deshacía de sus amantes cuando mi madre encontraba a un hombre que la hacía caso.

-Sí, tuve un problema con mi anterior número y perdí todos los contactos que tenía. -respondí con un gran eufemismo sobre lo que en verdad había ocurrido.

Le dicté mi número despacio, repasándolo mentalmente para no equivocarme en nada. No quería darle un número incorrecto. Mientras lo dictaba, August movía sus dedos sobre su teléfono rápidamente marcándolo.

Al momento noté algo vibrando en mi entrepierna. Di un pequeño bote y vi a August reír suavemente por eso. Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi propio teléfono. En él se veía un número; el de August.

-Te he hecho una perdida, así tienes mi número. -me explicó mientras señalaba la pantalla de mi teléfono.- Llámame para vernos esta noche, ¿sí?

Asentí memorizando su número en mi teléfono. Si mi padre estuviera muerto, ahora mismo se estaría removiendo en su tumba, pero como estaba vivo el muy cabrón se tenía que joder ya que no se estaba enterando de nada de lo que estaba pasando.

-Tranquilo, lo haré. -respondí notando como de nuevo Nathalie se colgaba de mí.

Rodé los ojos y vi como el moreno sonreía como si sintiera algo de pena de mí por tener una novia tan eufórica en todo. En ese momento sentí deseos de arrancarle la cabeza. No sólo se reía de mi desgracia, sino que se follaba a August. Debía morir lentamente. Aunque vale, quizás no era tanto como reírse de mi desgracia, pero el otro punto ya le hacía merecedor de la muerte más horripilante.

La cuestión fue que pronto nos estábamos despidiendo, quedando para esa noche mientras Nathalie pedía nuestra comida y yo estrechaba la mano de August teniendo cuidado de rozarla con cariño, cosa que no hice con el cabrón que iba a sufrir algo peor que la ira de Dios si volvía a tocar a MI August.

Al momento estaba sentado en la mesa que antes había escogido, el petate continuaba en la silla frente a mí, y Nathalie estaba en una que había sacado de vete a saber dónde y que había plantado a mi lado. No podía evitar mirar de reojo la mesa de August y, de vez en cuando, le encontraba mirando a mí también. La voz de Nath me sacó de mi trance.

-Yo tampoco puedo dejar de mirarle… -me dijo.

Mi mente estaba planeando una disculpa cuando, de pronto, me di cuenta de lo que acababa de decir. Sacudí la cabeza sin entender nada y la miré con atención.

-¿Qué…? ¿De qué hablas? -pregunté con interés.

Ella comió un poco de su ensalada y la mastico despacio. Nunca se callaba y, justo ahora que quería que hablara, se ponía a jugar con su puta ensalada. Era para matarla. La miré con insistencia y, al fin, habló.

-De Nicholas. -añadió como si fuera evidente.

Quizás lo fuera para ella, pero en verdad su cabeza era algo completamente críptico para mí. Imaginaba que su mente sería una extraña mezcla de “Los mundos de Yupi” con “Anna de las tejas verdes”, “Gossip Girl” y el Disney Channel por completo.

-¿Qué coño tiene Nicholas? -insistí sin entender una mierda.

Ella rodó los ojos esa vez y me miró como si creyera que era idiota. Que ella; Nathalie McAbbot, me mirase a mí; Félix Yákov, como si fuera idiota, era algo muy duro. Tanto que creía que no podría soportarlo. ¿Acaso ver a August me había dejado tonto? No había más explicación que esa.

-Que se parece un montón a ti, corazoncito. -sentenció finalmente.

Casi me rompí el cuello al girarlo para mirar al imbécil que se follaba a August para corroborar lo que ella acababa de decirme. Ella se giró con más delicadeza, recordándome que era de mala educación mirar fijamente a las personas, pero yo aún llevaba las gafas de sol puestas y, básicamente, me importaba un pito.

-No se parece tanto… -dije mirándole con algo menos de descaro.

Nathalie abrió los ojos como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo. Al momento me quitó las gafas, aunque yo intenté que no lo hiciera puesto que ahora no podría mirarle con tanto descaro. Lo que hizo a continuación fue limpiarlas y volver a colocármelas en la cara.
-¿Ahora lo ves más claro? -me preguntó con insistencia.- Las mismas facciones, los dos altos y musculados, ojos claros… Incluso el cabello.

Me fijé bien en él.

¡Joder!

Algo bailó en mi interior al darme cuenta de que era verdad. ¿¡Cómo coño había estado tan ciego!? Y eso tenía que significar algo, ¿no? O sea, nadie se busca un novio como un pasado novio si ha olvidado al anterior, ¿o sí? De pronto me sentí inseguro, y era algo raro en mí. Siempre había sido alguien muy decidido en todo pero, como siempre, August ponía mi mundo del revés.

Continuamos comiendo mientras ella empezaba a hablar de tonterías sin importancia. Algo sobre las animadoras, el club de teatro que iba a interpretar “Una Jaula de Locas”, la fraternidad a la que quería entrar y sus normas, que el rosa se iba a volver a llevar esa primavera. Aguantarla era un verdadero suplicio, sobre todo cuando veía a lo lejos a aquella copia barata de mí sonriendo como imbécil a August. Al final le acabaría borrando la sonrisa a hostias.

Al cabo de un rato los vi levantarse de la mesa. Bueno, le vi a él, el resto era simple compañía que estorbaba y que mis ojos captaban tan solo porque andaban alrededor del objeto de mi deseo. Se alejaba despacio por la puerta, con la vista al frente. Escuché mi corazón hacerse pedazos e ese instante, pero justo cuando el moreno iba a pasarle un brazo por el hombro a August, éste se apartó y se giró, mirándome y despidiéndome con un gesto de la mano. Hice lo mismo con más entusiasmo del que mostré.

Nosotros tampoco tardamos en salir de ahí. Nathalie dijo que tenía que llevar unas cosas a secretaria y hablar con la jefa de las Beti Pi, fraternidad a la que quería pertenecer, y me dejó solo. ¿¡Ahora!? Alcé la vista cabreado. ¿Cómo podía ser que Dios fuera tan hijo de puta? Llevaba un montón de rato rezando porque ella desapareciera, y se iba justo cuando August ya no estaba.

Entonces recordé algo que tenía. Algo que había perdido hacía mucho tiempo y que había buscado sin éxito: el número de teléfono de August. Saqué mi teléfono y mis dedos escribieron el mensaje de texto más rápido que había escrito en toda mi vida. Era corto y simple, pero sabía que él entendería hasta qué punto era importante.

“Necesito verte. ¿Dónde estás?”

La respuesta no se hizo de esperar, aunque no fue lo que esperaba.

“Reunión. No puedo escaparme.”

Apreté el teléfono con fuerza un momento y me calmé. No era bueno que ahora destruyera yo mismo el aparato que almacenaba el número de August. En ese momento se me iluminó algo en el cerebro y saqué una libreta en la que apunté su número, sin nombre. No necesitaba un nombre para saber a quién pertenecía.

Cuando lo escribí, tecleé de nuevo en el móvil. No iba a rendirme, yo no era de los que se rendían.

“Esperaré lo que haga falta. Llámame cuando estés.”

Jugué con nerviosismo con el móvil mientras esperaba su respuesta, aunque, como siempre, August escribía a una velocidad que me resultaba increíble. Si hubiera campeonatos de escribir con móviles, seguramente él arrasaría.

“Lo haré, no lo dudes.”

Un cosquilleo placentero recorrió mi estómago hasta mi entrepierna. Eso sí significaba algo. Yo conocía a August bien. ¡No! Mejor que bien, y él no decía esas cosas por nada, además, su novio se parecía a mí, me había abrazado fuerte, con sus labios sobre mi oído, diciendo que me había extrañado. ¡Aún me ama!

Salí de la cafetería con una sonrisa insultantemente feliz en la cara que, de vez en cuando, se convertía en una mueca de terror y desesperación. Terror por volver a perderle y desesperación por no ver el momento de poder besarle como tanto ansiaba hacer.

Lo que siguió a aquella tarde fueron un montón de mensajes y llamadas del uno al otro. Cada vez que él podía, yo estaba ocupado, y cuando era yo el que estaba libre, él andaba haciendo cosas. Parecía que el mundo se había confabulado contra nuestra, y me veía capaz de acabar con el mundo entero si seguía tocándome los cojones de la forma en la que lo estaba haciendo en ese momento. ¡Será que no hay gente a la que joder en el planeta, que siempre me jodes a mí!

Pero no, parecía que no había nadie más. Pronto fueron las seis de la tarde y, en Inglaterra, a las seis de la tarde la gente va a cenar. August me llamó por teléfono, escuché su voz alegre sonando al otro lado y contesté con desesperación, tropezando con la gente que había a mi alrededor para buscar algo de privacidad, pero pronto él se encargó de decirme que estaba con Nicholas y que habían reservado mesa para esa noche.

Cruzamos cuatro palabras más y, al volver, vi como la gente a la que había empujado me miraba mal. ¡Qué os follen, cabrones! Fui a por Nathalie y ella me ayudó a localizar el local en el que habíamos quedado. Era un restaurante temático, estilo años ’60, con colores chillones en las paredes y carteles de neón azul y rosa. Las camareras llevaban el típico atuendo de la época y nosotros llegábamos tarde.

Cuando entramos lo primero que hice fue buscar a August con la mirada. Él ya estaba haciendo señas para que le viera, sentado junto al imbécil de su novio con un par de bebidas frente a ellos. Tomamos asiento y, sin saber cómo, acabé sentado frente al novio imbécil y junto a Nathalie. Eso no me gustaba nada, así era imposible tocarle y, si Dios supiera cuánto necesitaba tocarle en ese momento, podrían ocurrir dos cosas: La primera era que me ayudara porque realmente iba a morir si no lo hacía. La segunda que me cayera un rayo del cielo por inmoral.

Lo sopesé un poco. August bien valía el que a uno le cayera un rayo encima.

Un par de saludos, ordenamos las bebidas en lo que observábamos la carta y, mientras ellos la miraban, August y yo nos mirábamos por encima de las mismas. La camarera llegó sin que ni August ni yo supiéramos qué queríamos. Miré por encima y pedí lo primero que vi con carne. Tres años en una academia militar hacen que cualquier estómago aprenda a digerir lo que sea que le pongan. August pidió con más cuidado y yo sonreí. Le vi mirarme como si estuviera intentando descifrar a qué venía esa sonrisa. Lo dije, no me importaba.

-Sigues comiendo como pajarito.

August rió un poco, yo también. El resto creí que había hecho lo mismo, pero el resto carecían de importancia por completo cuando él estaba frente a mí.

La conversación empezó a fluir poco a poco, con preguntas por parte de nuestras parejas y respuestas, en muchas ocasiones, también dadas por ellos. Escuché con atención todo lo que dijo Nicholas cuando Nathalie le preguntó cuánto tiempo llevaban juntos.

-Pronto haremos un año. -contestó sonriendo.

Un año. Un puto año.

El mundo de nuevo era una mierda.

Nathalie se puso a explicar entonces cómo nos habíamos conocido. No la escuchaba. En mi mente una y otra vez resonaba la voz de aquel imbécil que decía que llevaba un año con August. Las tripas se me revolvieron y la rabia me consumía. ¿Y si se había enamorado de él? ¿Y si ya no me amaba? ¿Y si no me quedaba nada de todo aquello que habíamos sido una vez?

Un movimiento de August me sacó de aquel dolor. Se había levantado, estaba pálido. Le miré con preocupación, pero Nicholas fue el que le dijo que fuera al baño y, rápidamente, se ofreció a acompañarle.

-No. Estoy bien. -respondió el rubio.

Le vi alejarse en dirección al baño. Mis pies parecían haber cobrado vida propia, dispuestos a echar a andar tras él en cualquier momento. Notaba como las plantas de los mismos me cosquilleaban de ganas de ir tras sus pasos. Iría tras sus pasos hasta el mismo infierno si fuera necesario.
Nathalie y Nicholas hablaban. ¿De qué? Ni idea. Tan solo escuchaba una verborrea incesante y cansina de fondo, mientras no dejaba de preguntarme cómo estaría August. Miré al imbécil con una mirada fulminante. ¿¡Cómo estaba tan tranquilo cuando August estaba mal!? ¿¡Es qué no le importaba lo que le ocurriera!? Resoplé enfadado. Pues a mí sí.

-Yo también tengo que ir al baño. -espeté alzándome antes de acabar la frase.

Vi a Nathalie mirarme de reojo, pero estaba hablando y, por una vez, parecía que alguien la escuchaba de verdad con atención, así que continuó haciéndome un gesto con la mano de despreocupación.

Crucé el local rápidamente, buscando el baño y abrí la puerta sin dudar un instante. August estaba lavándose la cara frente al espejo, aún continuaba algo pálido, y no entendía el por qué. Di un paso y quedé tras él, en el baño había un hombre más, secándose las manos, así que tuve cuidado con qué decir y hacer. Mi reflejo en el espejo me delató y August se enderezó despacio, mirando el reflejo hasta estar completamente erguido, momento en el que se giró para mirarme directamente.

-¿Estás bien? -pregunté con preocupación.

El hombre que nos acompañaba salió en ese momento. August estaba parado frente a mí, de nuevo mi respiración se hizo densa y pesada, larga y profunda, el corazón golpeando con fuerza y las manos deseando tocarle, abrazarle, acariciar su cabello. Necesitaba besarle o me iba a morir.

Los movimientos fueron lentos. Vi a August acercarse despacio, sin hablar, con sus ojos clavados en mí y sus manos cerca de las mías. Antes siquiera de que me tocara, ya estaba temblando por la emoción y la anticipación. Cerré los ojos y dejé que sus labios chocaran contra los míos. Quizás había sido un gesto suave, pero lo sentí como una tormenta que agitaba el mundo por completo.

Su lengua, cálida, dentro de mi boca. Sus manos, suaves, enredadas con las mías. Su cabello, olor a frutas tropicales, cosquilleándome en las mejillas.

El mundo continuaba agitándose mientras el beso se hacía más y más profundo. Pronto estaba tirando de sus ropas y él de las mías y, al segundo siguiente, chocábamos contra las paredes en busca de un cubículo algo más privado. Lo abrió él con torpeza sin soltar mi boca, yo le puse contra la puerta también sin separarme.

Las manos peleando contra botones y cremalleras, las lenguas jugando la una con la otra, reconociéndose tras demasiado tiempo sin haberse tocado.

-August… -dije entre besos.- ¿ese imbécil te gusta de verdad… o sólo buscabas una copia barata de mí…? -pregunté apretándole contra la puerta con mi cuerpo.

August sonríe, de esa forma que tanto añoraba ver. No le sonríe así a nadie más, tan solo a mí. Sus labios están enrojecidos, sus ojos brillantes, sus manos desabrochan mi pantalón y se internan en mis bóxers haciéndome jadear contra su boca y cerrar los ojos un segundo.

-Es que no encontré al original… -respondió acariciándome despacio. Gemí en su boca.- Y mira que te busqué…

Sus palabras son sinceras, pero sus caricias lo son mucho más. No necesito nada más para saber que aún me ama, con sólo tocarme me ha revivido por completo, y eso da muchas más respuestas de las que necesito. Son ahora mis manos las que corren por su pecho desnudo, ya hace un tiempo que le desabroché la camisa y su piel contra la mía despierta sensaciones que creía haber perdido para siempre, batallo con su cinturón cuando él habla de nuevo.

-¿La quieres? -me pregunta antes de besarme.

Le miró sin poder dejar de moverme. ¿Y cómo iba a detenerme en ese momento? Todo mi cuerpo clamaba su nombre, notaba su sabor en mi boca, su piel estaba tocando la mía. Era imposible detenerse. Contesté buscando sus labios de nuevo, con mis manos apartando el cinturón y siguiendo con el pantalón.

-No… -susurro mordiendo sus labios.- A ti… te quiero a ti…

Tres años sin decirlo. Tres años ocultándolo. Tres años llorándolo en sueños. Decirlo no fue una liberación, lo habría sido si lo hubiera dicho para mí mismo, pero se lo decía a él. Decirlo era un sueño hecho realidad.

Sus pantalones cayeron por sus caderas y acaricié sus muslos, recordaba perfectamente cómo y dónde le gustaba a August que le tocaran, y por eso lo hice. Acaricié sus caderas con la yema de mis dedos, frotando mi entrepierna con la suya y lamiendo sus labios. August gimió en mi boca, ese sonido era música celestial.

“Pensé que me moría sin ti…” y ya ninguno tenía pantalones “soñaba cada noche contigo” y le saqué la camisa del cuerpo “te llamé mil millones de veces” y la mía también acabó en el suelo “te quiero” y sus bóxers bajando por sus caderas “te necesito” y eran los míos los que bajaban por mis piernas “August, ¿estás ahí dentro?” y… Me soltó.

Nos miramos a los ojos un segundo, su mano tapando mi boca y mi entrepierna rozando la suya. Aparté mi boca de la suya mirándole como queriendo darle a entender que sabía qué ocurría. El imbécil de su novio estaba dentro.

-¿August…? -preguntó de nuevo.

-Estoy aquí. -dijo nervioso.

-¿Estás bien? -preguntó la voz tras la puerta.

August me miró a los ojos, yo negué con la cabeza. Decirle que estaba bien sería salir en ese momento y, era evidente, que no era el momento ideal para salir.

-No… no me encuentro muy bien. -contestó.

-¿Necesitas algo? -continuó el pesado.

-Que te vayas… -susurré tan bajo que era imposible que me oyera a través de la puerta.

August hizo un gesto con la mano para pedirme silencio, yo asentí y me recargué en la pared. Mis ojos aprovecharon para recorrer su piel despacio. Estaba cada día más guapo e, indudablemente, necesitaba escucharle jadear mi nombre de nuevo.

-No. No. -continuó August nervioso.- En un momento estaré mejor.

-Ok. Oye, ¿has visto a Félix? -preguntó el tipo que ya de verdad empezaba a cagarme del todo.- Hace un rato que vino al baño y no ha vuelto tampoco.

Sonreí y me arrodillé frente a August, antes de que pudiera contestarle nada a aquel imbécil, estaba lamiendo con la punta de mi lengua, la punta de su erección. Le noté temblar cuando lo sintió y jadeó un poco. Yo sonreí aún más, abriendo la boca un poco más y lamiendo desde la base hasta la punta, lento y saboreándole.

Félix le está chupando la polla a tu novio, capullo. A ver qué te parece…

-No. No le he visto… -dijo August apoyándose en la pared y mordiéndose los labios.

Alcé la vista a él, August la bajó a mí, el imbécil seguía hablando fuera. Dijo algo sobre que le esperaría fuera, a lo que el rubio contestó con sonidos guturales más que con palabras. El imbécil pareció creer que aquello se debía a un problema estomacal y se fue. En cuanto la puerta del baño se escuchó, la mano de August agarró mi cabello.

-Joder… -gimió en susurros.

No me detuve. Hacía demasiado tiempo que quería eso, con él, y ahora estábamos ahí. Abrí la boca y la atrapé dentro, jugando con sus testículos con mis manos y, de vez en cuando, sacando la lengua para lamerlos también. No podía hablar, pero esperaba que él supiera lo que significaba todo eso.

Pronto sus gemidos fueron más largos, sus jadeos más continuos, su mano marcaba un ritmo más rápido y yo no dejé de seguirlo en momento alguno, era como si me fuera la vida en ello.

Su espalda se arqueó y sus piernas temblaban. Cerró los ojos y me agarró con fuerza, apartándome de él justo antes de correrse. Yo me enderecé y le abracé, sosteniéndole en parte, y porque necesitaba sentir esa proximidad. Busqué un trozo de papel para limpiar lo que habíamos manchado sin soltarle y lo lancé al retrete antes de tomar su rostro entre mis manos y besarle despacio, saboreando sus labios con la lengua, suaves y gruesos, con la nariz rocé su rostro, olfateándole, quería grabar su aroma para siempre.

-Te amo, August, nunca dejé de hacerlo. -le dije rodeándole con mis brazos.

Las manos de August se movieron, subiendo por mi espalda y abrazándome también con fuerza. Hundió su rostro en el hueco de mi cuello, expulsando su aliento cálido y acelerado contra mi piel.

-Y yo a ti, Félix… -respondió.

Continuamos abrazados un rato, en paz. Era cierto que yo aún no me sentía saciado por completo, pero no teníamos tiempo en ese momento y ya había obtenido lo que de verdad necesitaba; sus besos y saber que me quería. Le solté un poco, tomando de nuevo su rostro con las manos.

-Rubio, debemos salir antes de que se pregunten qué ocurre. -le expliqué.

-Pero tú…

-Nada. -me apresuré a decir.- Después de la cena. Me desharé de Nathalie, deshazte del calcamanía y nos vemos en la entrada principal de la biblioteca, ¿sí? -pregunté.

Asintió y se agachó a recoger las ropas. Las habíamos pisado un poco y se habían arrugado, pero ninguno iba demasiado arreglado como para que se notara. Nos vestimos el uno al otro, aunque en realidad se notaba que no era lo que deseábamos hacer. Lo bueno es que lo hacíamos con besos de por medio.

-Yo saldré ya. Espera unos minutos. -le dije. Antes de salir por la puerta, le besé de nuevo.- Te quiero.

Quizás eran demasiados “te quiero” en poco tiempo, pero había sido tanto tiempo sin ninguno, que no podía evitarlo. Salí del baño con cuidado de no ser visto y me alejé hasta la puerta. Allí me abaniqué el rostro un poco, sabía que mis mejillas estaban rojas. Al momento, volví a entrar.

-¿Dónde estabas? -preguntó Nathalie ofendida.

-Estaba al teléfono. -respondí.- Mi madre. Ya sabes cómo se pone a veces.

Ella sonrió y asintió, aún no había puesto el culo en mi asiento cuando estaba contándome que parecía que August sí se encontraba mal.

-Será algo que ha comido hoy. -contesté.- Vete a saber qué mierdas se habrá estado metiendo en la boca últimamente.

Vale. Quizás no debí decir eso, pero no pude evitarlo. Yo me senté bastante cómodo y me metí un puñado de papas fritas en la boca, sonriendo complacido. August iba a ser mío de nuevo, y eso era algo que sabían hasta en la china. Mientras no se enteren en ucrania…

Él volvió del baño, sus mejillas seguían rojas y se cabello estaba mojado. Sus movimientos decían que se sentía cansado y, con algo de quejas por su parte, sí parecía estar algo enfermo. Con la excusa de que estaba mal, la cuenta se pidió bastante rápido y, en quince minutos nos estábamos despidiendo en la puerta del local. Nicholas prometía curar de August y tener una salida más larga otro día, Nathalie prometía llevarnos a todos a un sitio súper encantador cerca del centro de la ciudad, August y yo prometíamos llamarnos pronto para vernos otro día y nos separamos.

-Hacen una bonita pareja, ¿verdad? -me preguntó Nathalie con respecto a ellos.

La miré intentando no mostrar lo mucho que esa idea dolía. Carraspeé y busqué un cigarro en mi chaqueta que prendí pese a sus quejas sobre lo malo que era fumar y que debía dejarlo cuanto antes.

-August nunca ha sido de novio fijo. -contesté.- Supongo que con este ya lleva demasiado, romperán pronto.

Ella me miró con sorpresa. Quizás si supiera todo lo que yo sabía no me miraría así, pero no dije nada. Fumé lento, saboreándolo, pensando en cómo deshacerme de ella para siempre y tener a August a mi lado el resto de mis días. No iba a compartirlo ni un solo día más.

Se aceptarán de muy buen grado unas buenas críticas constructivas.

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