Parece que la gripe agita a mis musas, quizás esto se vea mucho mejor de lo que lo está precisamente por esa misma gripe, pero necesito sacarlo fuera de mí con urgencia, así que ahí lo dejo.
Título: Endlessly
Capítulo Uno: Another Way
Fandom: Original
Personajes: Félix Yákov
Resumen: Decidirse debía suponer el fin de sus problemas, pero para Félix Yákov simplemente ha sido el inicio de los peores que podía imaginar.
Notas: Este fic participa en el
quinesob y está sin betear. Se aceptan críticas.
Palabras: 1.396
Another Way
Aquella mañana había sido como todas las mañanas desde ya hacía un tiempo. Abría los ojos cuando alguien ya le estaba besando, acariciando su piel. Félix sonreía sin acabar de abrir los ojos por completo y respondía a esos besos, despacio, sin prisa, acariciando la piel de August lentamente. No necesitaba nada más que eso para tener un buen día.
Se revolcaban en la cama, entre besos, jadeos y risas, se duchaban juntos, se vestían y, de vez en cuando, Félix pasaba por su cuarto antes de ir a clase a por algo. Quedaban en verse de nuevo en la habitación de August. El rubio era mucho más coqueto y siempre tardaba más en arreglarse.
-Ahora vuelvo.
Quizás si Félix hubiera sabido que esas eran las últimas palabras que le iba a decir a August, hubiera escogido otras, quizás se hubiera acercado a él y le hubiera besado de nuevo, hubiera acariciado sus labios con uno de sus dedos y le hubiera mirado a esos ojos inmensamente azules que tenía para decirle lo que ambos ya sabían; que le quería.
Pero Félix no sabía nada, tampoco August, por eso él le hizo un gesto con la cabeza bastante rápido mientras continuaba mirando su armario y Félix cerraba la puerta riendo y meneando la cabeza.
Abrió la puerta de su habitación, esperando encontrar todo tal y como lo había dejado, pero en lugar de eso, vio una habitación vacía y, dentro de ella, a un hombre que conocía bien sentado en su cama, mirándole.
-Nos vamos.
Esas fueron las palabras que salieron de su boca. Quizás otro se hubiera preguntado qué significaba todo eso, pero no él. Félix sabía muy bien qué hacía su padre ahí, qué significaba ese “nos vamos” y por qué estaba su habitación recogida. Pretendía sacarlo de esa escuela.
-Yo no voy a ningún sitio. -le respondió sin moverse de la puerta.
Dos hombres aparecieron ante los ojos de Félix. Los conocía también, eran dos guardaespaldas barra matones, que su padre tenía trabajando para él. Rió y lo miró con odio.
-¿En serio? ¿Vas a usar a tus matones contra mí? -le preguntó con socarronería. No creía que en verdad lo fuera a hacer.
-Haré lo que haga falta para sacarte de aquí. -fue su respuesta, una que dijo sin mostrar emoción alguna.
Félix nunca había visto a su padre de aquella forma, él siempre había sido más que malcriado por parte de los dos y, de pronto, su padre lo miraba como si estuviera dispuesto a hacerle daño en nombre de un bien mayor. Félix le miró completamente tenso, no pensaba irse de esa escuela y no era idiota. Esos dos tipos eran bastante grandes y podrían con él, pero él seguía junto a la puerta, por eso su idea fue salir y ya.
Con lo que Félix no contaba era con el otro tipo enorme, uno al que nunca había visto siquiera, que estaba ocupando el hueco por el cual él había pensado en escabullirse.
-Hijo, no hagas esto más difícil. -le pidió en tono demasiado dulce para ser real.- El director ya está informado de que te vas y no seguiré pagando esta escuela, así que no hay más que hablar.
Félix se giró para mirarle desde la puerta, aquel tipo ocupaba su hueco y sabía que no podría irse sin golpearle. Repasó mentalmente las llaves que conocía, las posibilidades que tenía. Ninguna. Era completamente imposible salir de ahí e intentar largarse con August a otra parte, así que decidió lo único que podía hacer en ese tipo de situaciones.
Caminó hacia su padre, mirándole con odio, hablando en voz baja e ignorando a los tres espectadores que le miraban. Conociendo a su padre como le conocía, estaba convencido de que las órdenes eran sacarle de ahí sin hacerle daño.
-No vuelvas a llamarme hijo nunca más. -le espetó enfadado.- Tú no eres mi padre…
-¡No hagas un melodrama de esto, Félix! -le reprendió cabreado. Ambos tenían el mismo genio.- ¡Actúa como un hombre, joder!
-¿¡Ese es el problema, no!? -preguntó ya detenido frente a él.- ¡Qué crees que tu hijo ahora es un jodido marica!
-¡Sí! ¡Eso es! -contestó levantándose frente a él.- ¡Ahora andas con otro tío por ahí! ¡Besándole! ¡Y haciendo quién sabe qué! -le miró de arriba a abajo como si le repugnara.- Es asqueroso…
Ya no pudo decir nada más. Félix hizo aquello que había decidido hacer en la puerta. Sabía que una pelea contra esos tres era una batalla perdida, además que no tenían la culpa de nada y, si igualmente iba a tener que irse, quería poder partirle la cara al cabrón que tenía la culpa de todo.
Su padre no lo vio venir, ni los otros dos tipos, pero pronto le sostuvieron por los brazos evitando que aquel certero golpe a la cara, se convirtiera en una serie de certeros golpes a cualquier lugar. Su padre lo miraba desde el suelo horrorizado mientras Félix intentaba soltarse, tirando con todas sus fuerzas.
-¡Eres un hijo de puta! ¡Te odio! -le gritó removiéndose para intentar soltarse, mas sin éxito alguno.
Taras se limpió el labio con el dorso de la mano. No había esperado aquella reacción, al igual que tampoco había esperado que su hijo golpeara con tanta fuerza. Al parecer las clases de box que había pagado sí servían para algo. Quizás no para hacerle todo lo hombre que él quería que su hijo fuera, pero sabía golpear.
Se levantó despacio, intentando mantener un semblante serio y tranquilo, aunque en verdad el golpe había dolido, pero no se lo iba a demostrar. Se puso frente a él de nuevo, con la seguridad que daban aquellos dos tipos que lo sostenían.
-Me importa muy poco si me odias, pero vas a salir de esta escuela hoy mismo. -respondió en un tono duro.- Estaba dudando lo de la academia militar, pero veo que sí necesitas aprender algo de autoridad…
Los ojos de Félix se abrieron de forma desmesurada, comprendiendo lo que significaba todo eso en su vida. Una academia militar en Ucrania. Aquello sería como estar en el infierno. Se removió e intentó liberarse, pero le era imposible. El tercer tipo se hizo a un lado en la puerta y entre los otros dos lo sacaron.
Félix no quería gritar. No quería darle motivos a su padre para verle sufrir, pero en verdad cada paso que le obligaban a dar fuera de su habitación, era como una tortura. El tipo enorme caminaba frente a él, su padre a su espalda mientras los otros dos lo arrastraban por el pasillo. Miró a su alrededor, esperando ver a August en el pasillo, pero tan solo se cruzó con unas chicas de primer curso que lo miraron sorprendidas y se apartaron.
-¡Llamad a August! -les pidió clavando sus pies en el suelo, intentando no avanzar más.- ¡Kerrygan!
-¡Félix, no hagas esto más difícil! -le gritó su padre empujándole desde la espalda para que caminara.
Aquel gesto fue algo que no sirvió para nada. Siguieron arrastrándole por el pasillo que cada vez era más corto mientras esas niñas idiotas continuaban mirándole sin moverse. Quedaban escasos metros hasta la puerta y fue entonces cuando sintió un dolor agudo en el corazón. Se iba, y aquella era la realidad. Unos metros y estaría fuera de ahí, y August ni siquiera sabía qué estaba ocurrido.
-August… -susurró girándose para dar una última mirada al pasillo.
August no iba a aparecer porque él era quien había quedado en ir a su habitación cuando acabara de recoger sus cosas. Bajó la mirada al suelo en cuanto cruzó las grandes puertas, contrariamente a como se sentía, el sol estaba alto y claro en el cielo. Sintió sus ojos humedecerse cuando le metieron en la limousine de su padre, imposibilitando la opción de abrir las puertas desde dentro.
Cuando el motor arrancó y empezó a alejarse, Félix sintió que moría y, en parte, así era. Acababan de romperle el corazón y, lo más irónico, es que la persona que amaba, le amaba a él también.
-Al aeropuerto.
Y con esas palabras Félix dio un último vistazo a la escuela. Desde esa zona se veía la ventana de sus habitaciones, le pareció ver a August moverse en la suya. Seguramente se estaba preguntando por qué tardaba tanto.
-Te quiero… -musitó sin apartar los ojos de aquella ventana.
Título: Endlessly
Capítulo: Our House
Fandom: Original
Personajes: Félix Yákov
Resumen: Llegar a casa no siempre es como sentirse en el hogar. Félix lo descubrirá a las malas.
Notas: Este fic participa en el
quinesob y está sin betear. Se aceptan críticas.
Palabras: 1262
Our House
El sonido del motor no le relajó, ni tan siquiera cuando se tomó un vodka solo e intentó dormir. Estaba en un puto avión privado camino a Ucrania y no sabía nada de August. Estaba preocupado por él. ¿Qué habría pensado el rubio cuándo vio que él no volvía? ¿Habría ido a su cuarto? ¿Sabría que su padre se lo había llevado?
¿Estará bien? Por Dios, que esté bien…
La idea de que August estuviera sufriendo le consumía totalmente. Era mucho mayor el dolor por creer que él sufría, que el propio dolor que él sentía. Félix podía camuflar el suyo, y lo hacía bien, simplemente miraba a su padre y adiós dolor. Todo lo que sentía se convertía en el odio más profundo que jamás había sentido.
Había intentado llamar a August, pero no tenía celular, lo intentó desde el aeropuerto, pero su padre y los guardaespaldas lo habían acompañado incluso al baño. Intentó escaparse mientras pasaban por las alarmas, tomando un trozo metálico de una papelera y metiéndoselo en la boca. Quizás así perderían el avión y tendría otra oportunidad, pero no sirvió para nada.
Sobrevolaban Francia a la hora que en el Château repartían la comida.
Sabía que mantener el odio estaba bien, si el odio estaba ahí, fuerte y grande, no sufriría. No quería sufrir, no quería que su padre lo viera sufrir. Aquello sería como darle una victoria, y no pensaba darle otra más.
Por eso se puso el iPod, era preferible escuchar música a oír a su padre explicándole todas las cosas buenas que estaba haciendo por él. Pero la cosa no resultó como él esperaba.
Las cosas más mundanas, esas que haces sin siquiera detenerte a pensarlo, en ocasiones se vuelven terriblemente poderosas. Recordó la tarde en que August le había pedido que le dejara el iPod, Félix lo hizo sin preguntar y, mientras le miraba con atención, el rubio le fue metiendo una canción tras otra en él, todas de Franz Ferdinand, quería que las cantara con él en el concierto.
Apretó con fuerza el iPod en su mano. El concierto era esa noche, y él no estaría con August. Se quitó los auriculares y fue hasta el cuarto de baño, uno de los tipos que acompañaban a su padre se levantó con él.
-¿¡Es que no puedo ni mear tranquilo!? -preguntó enfadado.- ¡Estoy en un puto avión, joder! Déjame respirar…
El tipo se sentó después de que Taras hiciera un gesto con la cabeza sin apartar la mirada del periódico que leía. Parecía satisfecho. Félix, sin embargo, sentía que moría.
Nunca había sido una persona dada a llorar en verdad. Sí lo había hecho cuando fingía uno de sus berrinches para obtener algo, pero recordaba pocas veces en su vida en las que hubiera llorado por un motivo que le doliera realmente. Esa tarde, sentado en un inodoro de un avión, encogido sobre sí mismo, lloró más que todas las anteriores juntas.
Y quizás hubiera estado bien si la cosa hubiera terminado ahí, pero cuando lograba calmarse un poco, sentir que ese agujero en su pecho dejaba de herirle tan profundamente, todo volvía a empezar. Se ahogaba en el sufrimiento que lo envolvía, y no había forma de huir de aquello.
Escuchó un anuncio de cabina que decía que aterrizarían en media hora. Eso fue lo que le hizo enderezarse, sacando fuerzas de donde no sabía que tenía, limpiarse la cara con el agua más fría que salió de los grifos, y volver a su asiento bajo la miraba acusatoria de su padre. Él ni tan siquiera se limitó a mirarle.
Se abrochó el cinturón, sintiendo deseos de poder hacer algo más, pero no había nada que pudiera hacer. El vuelo tomó tierra y Félix pisó el suelo del país que le había visto nacer, de su hogar. Su madre estaba esperándoles en el aeropuerto, junto con otro de los hombres de su padre, y ella corrió desde un coche hasta él para abrazarle y besarle con cariño. Félix nunca se había sentido tan solo como en ese momento.
El recorrido a su casa en el coche fue igual que en el avión, con el añadido de que su madre no se calló durante todo el trayecto. Parecía que intentaba arreglar las cosas son su estúpida verborrea, diciendo cosas del tipo “Ya verás como todo estará bien ahora que estamos juntos de nuevo” y frases que, aunque construidas diferentes, significaban lo mismo: Pura mierda.
No le contestó. No sabía cómo decirle que nada podría estar bien si él estaba lejos de August. Que se sentía morir. Que le dolía cada fibra de su cuerpo más de lo que era humanamente soportable. Que en verdad no tenían ni idea de lo que era el ser una familia. Que no quería serlo.
Quiero ir con August…
Su casa estaba iluminada como siempre. Entraron y su madre se pegó a él, acompañándole a su cuarto mientras los demás se encargaban de su equipaje. Al llegar sintió el peso de todo lo que había perdido. Esa habitación llena de sus cosas favoritas, de posters de motos y rubias impresionantes, con una televisión enorme, miles de cd y películas, sus consolas, todo eso que siempre le había parecido importante tener; nada tenía sentido ahora.
-Es genial que estés aquí, cari…
-Vete. -le cortó Félix de pronto soltándose de ella.
Su madre le miró con la boca abierta y el semblante triste. Félix se sentó en la cama, mirando por la ventana, esperando que ella se fuera. Pero no lo hizo. Sintió la mano de su madre acariciando su rostro y cerró los ojos. El dolor era más agudo cuando sentía que podía dejar de estar tenso y sacar todo lo que le mataba, y esa caricia tenía que significar eso.
-Es por tu bien, hijo. -contestó su madre.
Dio gracias a Dios por no haberse puesto a llorar tan pronto. Siempre había creído que el sacarlo del instituto era cosa de su padre, el odio que sentía por él no había sido trasladado a su madre, hasta que la escuchó decir aquello. Se giró y la miró con furia. Sosteniéndola por los antebrazos y sacándola de la habitación a la fuerza.
-Tú no eres mi madre. -espetó justo antes de cerrarle la puerta en sus narices.
Encendió el ordenador y la televisión. Uno para intentar localizar a August, y el otro para hacer ruido ambiente. Ni tan siquiera se fijó en el canal que estaba puesto en la televisión. Sonaba algo de música, pero no importaba.
Buscó en su disco duro; vacío. Intentó abrir internet pero al parecer la contraseña de internet había sido encriptada y cambiada, y no pudo conectarse. Probó a llamar a la empresa que suministraba internet, pero el teléfono de su habitación no funcionaba tampoco. Al darse cuenta de hasta qué punto llegaba su encierro, tiró con fuerza del teléfono, arrancándolo de la línea telefónica y estrellándolo contra la pared mientras gritaba preso de la rabia.
En ese momento sus ojos miraron la pantalla y, lentamente, se dejó caer en el suelo de su cuarto. El llanto lo encontró de nuevo mientras la MTV anunciaba que iba a pasar en directo el concierto de Franz Ferdinand de París. Miles de manos se agitaban frenéticas, gritando de alegría cuando Félix sintió por primera vez pánico real. Nadie se tomaba tantas molestias por algo pasajero y su padre había sido concienzudo al máximo.
La verdad estaba llegando, y esta no era otra más que el saber que quizás nunca podría volver a besar a August Kerrygan.