Escuece. Tengo los pies fríos. Humedos, congelados. Mi piel está sucia. La tierra, ahí vuelvo. Así que era esto. Mi irónico modo de volver a la tierra. ¿Era necesario sentirla tan cerca? En mis poros, en mi boca, en mis ojos, en mi pelo, toda mi ropa llena de tierra. Si mi madre me viera así. Me obligaría a ducharme, planchar la ropa, echarla a lavar. No recuerdo la última lavadora que puse, creo que fue el jueves, por la mañana. Hacía sol, ligero, agradable, nada asfixiante. Tomé el desayuno en la terraza, los pies descalzos. No recuerdo qué. ¿Tostadas, café? Era de ropa blanca. Las lavadoras de ropa blanca parecen imposibles de llenar, ¿quién viste de blanco? Se ensucia tan rápido el blanco. La gente dice que es un color sucio, pero no hay colores sucios. La muerte es sucia. Mírame, tardaré siglos en limpiarme.
No me gusta la idea de haber muerto con los ojos abiertos. No sé cuánto más tiempo voy a poder estar mirando a esos árboles. Me gusta cómo el viento mueve las hojas, puedo ver sus venas verdes. Esto se parece a la calma más absoluta. A la paz. Sí. Esto debe ser la paz. ¿Tengo que esperar a la luz? ¿Al túnel? No creo que exista más luz que ésta. He perdido el reloj, pero debe ser la luz de las 8:30 de la mañana. Tan fría, tan azul. No, no lo he perdido. Lo llevé a reparar, atrasaba diez minutos cada dos horas. Como si el tiempo fuera lento, pesado, increíblemente pesado. Como si fuera un preaviso, una señal de que pronto se me iba a acabar.
Vive deprisa, deja un bonito cadáver. No se si soy bonita. Si me preguntaran, no es éste el peinado con el que decidiría morir. Este color, esta longitud. Sin maquillaje. Esta ropa. ¿Por qué nunca nos preguntan con qué ropa queremos morir? Es sin duda importante. Vamos a llevar ese vestido o esa camisa el resto de nuestra vida. De nuestra muerte, quiero decir. Todos me conocerán con esta ropa en el infierno, o en el más allá, o en el más aquí. No más vestidos de gala. No más tacones, no más collares. Estoy desnuda para el resto del tiempo. Estoy vacía. No tengo nada. No tengo mi ordenador, mi teléfono móvil ya no suena para mí. Mi trabajo, tantos años para conseguirlo. Mamá. Ya no te tengo.
Pienso en Laura Palmer. Vi Twin Peaks dos veces, la primera por la televisión. Laura también murió llena de tierra, su cadáver apareció junto a la orilla del lago Black. Su muerte también fue completamente azul. Los labios azules. El pelo azul. La luz que ya no desprendía azul. Sus párpados. Ella sí murió con los ojos cerrados. Bob fue el asesino de Laura Palmer. Toda la crueldad, la maldad, la locura del mundo asesinaron a Laura Palmer. Pero ¿quién me asesinó a mí? ¿Quién mató a Cindy Sherman? ¿Fue Bob, también? ¿Fue él, espíritu perturbado, sádico sin control, quien me metió en la habitación roja y me ató de pies y manos? ¿Fue él quien me acuchilló, me asfixió, abrió mi cabeza con un martillo, cortó mis dedos, me arrancó la piel? Laura se fue para siempre. ¿Me la encontraré? ¿Podremos ser amigas, en el más aquí? No sé si tenemos muchas cosas en común, Laura Palmer y yo. No sé quién soy. A ella la conozco mejor. Sé que tenía 16 años y que fue imposible de olvidar para todos, hasta que dejó de serlo.
Quizás si recuerdo mis últimas horas sea capaz de averiguar quién me asesinó. Son las 8:30 de la mañana. Llevo aproximadamente 7 horas muerta. Lo sé por la tierra, lo sé por el frío. Salí de casa y me dirigí hacia la cafetería. Pedí una hamburguesa doble, una tarta de arándanos. Audrey Horne baila a mi alrededor moviendo la cabeza. No. Eso es ficción. No soy yo. Yo soy real. Real, real, real. Estoy pensando ahora mismo. Estoy pensando que tengo la capacidad de pensar. Mi muerte es viva, tiene flujo sanguíneo.
No sé quién podría querer matarme. No llevaba mucho dinero encima. Si tan sólo pudiera mover la mano y meterla en el bolsillo, ver si me han robado. Eso me daría una pista. Pero soy quietud. Soy rigidez. Soy un árbol caído. Hierba, tierra, insectos, hojas. Nadie me mataría por venganza, ni siquiera he sido pasional en hacer el mal. Quizás se trate de un psicópata. Hannibal Lecter. No. No he sentido dientes, ni saliva, la única boca es mi boca. Nadie me ha devorado. La boca ligeramente entreabierta, para facilitar el paso a los insectos. Sé que vendrán dentro de poco. Y, después, polvo al polvo.
Siento que mis ojos se secan. No puedo parpadear, no puedo llorar, no puedo moverme. Tengo miedo. Quiero volver y hacerlo todo de nuevo. Retroceder sobre mis pasos. Viajar sin maletas. Comer, saltar desde un abismo. No puedo respirar. La tierra ha llegado a mis pulmones. Oigo un cuervo a lo lejos. ¿Me arrancará los ojos? ¿Se los dará de comer a sus crías? Tengo frío tengo sed siento terror. Los ojos en el bosque. Dientes que ríen en el bosque. Criaturas de la noche que todavía no quieren dormir. Tengo frío tengo sed siento terror. Tengo frío tengo sed siento terror. Oigo pasos, crujen sobre las hojas de otoño, pero no estamos en otoño. Dónde estoy. Qué me ha pasado. Por qué. Quiero gritar, no puedo gritar. Cada vez están más cerca. ¿Son las alimañas? ¿Son todos los monstruos del mundo, en todas sus facetas? Quiero cerrar los ojos lo más fuerte posible, ciérralos, ciérralos ya.
...
Abro los ojos. Veo una sombra ¿Es un hombre con una cámara? ¿De verdad va a fotografiarme? Esa será mi muerte. La más absoluta inmortalización, a tan sólo un disparo de ese arma de fuego con un objetivo 85 mm VR macro. Hay que ser morbosos. En 1840 la gente fotografiaba a los muertos en su dulce sueño del que se supone que no despertarían, con ese algo tan tétrico. Creo que Lewis Carroll hacía eso. Ah, no. Ése era el de las niñas. Alguien se obsesionará con esta fotografía, donde yazco muerta, instantes antes de irme para siempre. Aprieto los párpados.
Ahora lo recuerdo todo. Todo el equipo fotográfico debería encontrarse a mi alrededor. Observando cómo interpreto a la chica. A otra de las mujeres que puedo ser, que puedo fingir ser capaz de ser. La muerte de la mujer. Viéndome interpretar a este personaje arquetípico que surge siempre como un monstruo o como una criatura extraña, mientras yo intento escapar constantemente de ellas, cambiando siempre.
Pero no hay nadie.
Nadie a mi alrededor. Soy Cindy Sherman y soy fotógrafa. Soy Cindy Sherman y soy cineasta, artista de maquillaje, actriz, directora de arte, estilista, modelo. Soy Cindy Sherman y no existo más que como personaje. Soy un disfraz, soy un esquema. Soy una mentira. Tengo que abrir los ojos. Tengo que hacerlo ya. Despierta, despierta, despierta. No me puedo quedar aquí con la soledad y con la muerte.