Título: En tu ausencia
Nombre de tu persona asignada:
tsubame_17Personaje/pareja: John Watson/Jim Moriarty; ligero John Watson/Sherlock Holmes
Clasificación y/o Género: NC17
Resumen: John Watson se esforzó por salir de los cánones que la sociedad había marcado para un Omega como él. Después de dejar el ejército por una herida de bala, debe enfrentarse a un futuro que creía haber eludido.
Disclaimer: Todo de Sir Conan Doyle y de la BBC, supongo…
Advertencias: Slash, Omega! Verse, dubious (Omega!verse) , mención de violación (solo intención), lots of smelling and stuff :-P
Notas: Espero que te guste, porque me ha costado tela lo del Omega verse. Disculpa cualquier incongruencia. Pero que conste que lo he hecho con mucho cariño y con mucha, muchísima ilusión. Porque es para ti…
John respiró profundamente, llenándose los pulmones de aire. Sabía que cuando los Alfa entraran en la sala, cada inspiración sería tediosa.
Las tres sesiones anteriores habían sido fáciles. Una cada mes; aparecer, dejarse ver, aparentar que buscaba con la mirada… quizás acercarse a algún Alfa fingiendo cierto interés. Eso era todo lo que podían exigirle.
Y sabía que tenía suerte. Había viajado con el ejército y había presenciado de primera mano cómo era la vida de un Omega en otros países. Al menos él tenía la potestad de elegir una pareja, aunque le obligaran a tomarla.
En su día incluso había tenido la libertad de escoger una carrera y evadir la búsqueda de su Alfa. Al presentarse como un Omega en su adolescencia, había utilizado las herramientas que le ofrecían por su naturaleza. Sabiendo que debía jugar con las cartas que el destino le había preparado, había solicitado becas para cursar unos estudios que sus padres no podrían haberle costeado. El estado había pagado su carrera de medicina, y le había promocionado cuando había decidido unirse al ejército.
Habían utilizado su inusitado caso para publicitar internacionalmente la emancipación de los Omega de su país, pero a John no le había importado. Sabía que si hubiera nacido en otro lugar, su suerte hubiera sido mucho peor, así que se había dejado fotografiar con el uniforme de médico militar, por si su experiencia podía ayudar a otras personas.
Lamentablemente, la oportunidad de jubilarse siendo únicamente un profesional cualificado se había desbaratado por culpa de un tiro. Había asumido demasiado riesgo y lo había perdido todo. Debería haberse limitado a desarrollar su profesión médica.
Ahora debía afrontar las sesiones de emparejamiento que siempre había querido eludir.
Cada mes las reuniones multitudinarias se realizaban por todo el país, dando oportunidad de asistir a los Alfas que no podían desplazarse. El estado cuidaba de sus “ciudadanos especiales”, cada vez más escasos, especialmente los Omega. La población Beta apoyaba el despilfarro, conformada con observarles de lejos, vestigios de un pasado más brillante y enigmático. Cual jet set, Omegas y Alfas tenían acceso a mejores oportunidades. Los Beta tenían que buscarse la vida ellos mismos; pagarse sus estudios, luchar por un puesto de trabajo, hallar el amor sin la garantía de encontrar un alma gemela en una extraña reunión de apareamiento.
John había ansiado esa vida, el libre albedrío que habían tenido sus padres. Pero que dos betas hubieran engendrado a un Alfa era algo insólito. Que además hubieran tenido un Omega, era extremadamente inaudito. Normalmente solían nacer únicamente de un hogar donde los dos padres pertenecían a la antigua dinámica. Lamentablemente, era por ello que el estado obligaba a los Omega a cumplir su destino reproductivo.
A su alrededor todos eran más jóvenes que él, chicos y chicas ilusionados ante la posibilidad de encontrar a su pareja ideal, el Alfa que les complementaría a la perfección, con el que formarían una familia ideal. Pero a pesar de ser el Omega más mayor de la sesión, seguramente dejaría de serlo en cuanto los Alfa hicieran su aparición. Dado su carácter ambicioso (y a su superior número), algunos Alfa buscaban a su pareja mucho más tarde que los Omega. Eso ocasionaba largas esperas, y muchas veces la impaciencia llevaba a un Omega a escoger a un Alfa que no era su alma gemela, acabando con muchas parejas destinadas.
John había esperado que ese hubiera sido su caso. Sabía por experiencia que encontrar a la persona destinada no era garantía de felicidad. Su hermana se había casado joven, con una Omega que había encontrado en su sexta sesión. Años después, la relación seguía siendo tan turbulenta como al principio. Había mucha pasión entre ella y Clara, pero también angustia. Eso no era precisamente lo que John esperaba de la vida, por eso había escogido una profesión tan arriesgada.
Pero esos tiempos se habían acabado. Ya no era un miembro esencial del ejército, era un Omega herido y mayor que debía cumplir con su destino largo tiempo retrasado. Ahora que no podía servir a su país de otro modo, se había sumado al resto de los Omega. El problema era que su educación Beta no le había preparado para aceptar la entrega total hacia otra persona. Usualmente los Omega ansiaban las sesiones, esperando enfrentar su destino y encontrar a su Alfa. John había desafiado esas inclinaciones y había dedicado su vida, no a otra persona, sino a ayudar a la población en general.
No era muy difícil escapar de esa nueva imposición en su vida, solo estaba obligado a cumplir con las sesiones mensuales durante un año, después únicamente tendría que asistir anualmente. Desgraciadamente, su plan se había vuelto más difícil después de la última reunión a la que había asistido.
Entonces había aparecido él. Nada en su aspecto le había llamado la atención, le había parecido un Alfa corriente, de aspecto ordinario. Tendría aproximadamente su edad, quizás fuera un poco más joven. Su constitución no parecía amedrentadora, y fue precisamente ello lo que hizo que John se hubiera acercado a él, fingiendo un interés necesario para contentar a los interventores de las sesiones.
Entonces le había olido. Tuvo que resistirse para no echarse a sus brazos. Había visto hacerlo a algún joven, y había sentido vergüenza ajena al ver semejante espectáculo. Después de saber lo que se sentía al encontrar a su alma gemela, se arrepintió de haber juzgado precipitadamente a sus compañeros Omega. Había necesitado toda la fortaleza que había adquirido con su entrenamiento militar, y aún así el Alfa había notado que algo estaba ocurriendo. Quizás había captado también su aroma, porque había inclinado la cabeza, ofreciéndole su cuello para la prueba, como era costumbre. John sabía que el olor en ese íntimo punto sería más delicioso, y sin duda alguna trastornaría todos sus sentidos.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el Omega se había girado y había salido de la sala. Los organizadores le habían dejado marchar, pensando que su agitación se debía a un brote del síndrome de estrés postraumático que le afectaba. Le había sido fácil engañarlos, todos le habían mirado con compasión desde que había asistido a la primera sesión, cojeando y sosteniéndose sobre un bastón. No muchos Omega de su edad se presentaban en las reuniones, y la gente tendía a creer que su gesto tenso se debía a que sentía desfavorecido y acabado, en lugar de pensar que en realidad aborrecía entregarse a un Alfa, cosa poco vista entre los de su naturaleza.
John había esperado no volver a ver al Alfa que le había impresionado tanto, ya que la reunión se había organizado en Bath, muy lejos de la anterior que había sido en el norte; en Sheffield.
Sus esperanzas se habían visto truncadas en cuanto un miembro de la organización le había comunicado que tenía un paquete a su nombre, que le sería entregado al finalizar la velada, como disponían las normas. El resto de los Omega le habían mirado con envidia, no era usual recibir regalos antes siquiera de que hubiera empezado el cortejo. Los Alfa no solían investir tanto antes de haber sido escogidos oficialmente.
John desdeñó las felicitaciones y las miradas resentidas por igual. Él no era como ellos, no iba a echarse a los brazos de ese hombre porque su olor fuera lo más delicioso que sus fosas nasales hubieran inhalado. Así que se retiró a una esquina, como siempre, agarrando con fuerza su bastón.
Aunque lo esperaba, la aparición de su Alfa en medio del resto le encogió el estómago. John podía notar cómo le buscaba con la mirada, y cómo había sonreído satisfecho cuando su mirada se había posado en él.
No podía huir, ya que temía que el Alfa le delatara y exigiera a los intendentes la prueba a la que tenía derecho. John tembló, sabiendo que no la pasaría. No podría acercarse a su cuello y aspirar, no sin mostrar cuánto le afectaba su olor.
Apenas habían reseñas de que hubiera sido necesario obligar a un Omega a reconocer a su Alfa, pero John sabía que en caso de que hubiera sucedido la organización se hubiera encargado de ocultarlo. No convenía que se extendiera el rumor de que un Omega había querido escapar de su destino.
Así que John se quedó quieto en su esquina, esperando que fuera el Alfa quien se acercara a él. Le sorprendió que no lo hiciera directamente. Se dedicó a observarle con disimulo, y le molestó la agitación que estaba sintiendo al verle hablar con otros Omega. Se suponía que estaba huyendo de él, y aún así no podía evitar sentir celos de los que sí parecían disfrutar de su compañía.
Estaba tan agitado, que cuando el Alfa finalmente se había acercado a él le había cogido desprevenido.
-Hola -saludó el hombre.
John se quedó inmóvil, sobrecogido por esa presencia que le atraía como un imán. Aunque en su interior le repeliera por los mismos motivos.
Desde esa distancia pudo percibir detalles que el día anterior se le habían escapado; sus ojos, de un color oscuro deliciosamente parecido al chocolate. Su pelo cortado al estilo militar, que él mismo llevaba. Su elegante vestimenta, que se ajustaba a su cuerpo como si estuviera hecho a medida.
Sacudiendo la cabeza, John intentó evitar la distracción que la cercanía de su Alfa le provocaba. Al hombre pareció hacerle gracia su reacción, aunque mostrara los mismos síntomas de agitación que él mismo.
Entonces John se percató de que le estaba tendiendo una copa. Eso estaba contra las reglas no escritas en un cortejo. Un Alfa podía dirigirse a un Omega, y era común que después de haber mantenido una conversación relevante se ofreciera a servirle algo. Tener la osadía de presumir que conocía sus gustos era inaudito. Y más cuando John sabía que había acertado con el tipo de vino que le estaba ofreciendo.
Sin aún decir una palabra, John tomó la copa con una inclinación de la cabeza como todo agradecimiento. No iba a quejarse del paso en falso, cuando sabía que él mismo podía ser juzgado de no estar siguiendo el protocolo en absoluto.
-Tranquilo, no voy a hacer una reclamación -dijo el Alfa, refiriéndose a la huida de la sesión anterior. Él también tenía una copa en la mano, vino tinto, igual que la que le había entregado-. Entiendo tu posición, y si necesitas tiempo, no voy a negártelo.
El Omega frunció el ceño.
-Desconoces mi situación -contestó John, dando un paso atrás. El aroma del Alfa le estaba mareando. O al menos sentía la necesidad acuciante de apoyarse en él para mantenerse erguido.
-Lo sé, créeme -afirmó, con un tono de voz autoritario que hizo temblar las rodillas de John-. Deberíamos hablar del tiempo que llevamos asistiendo a estas reuniones, ¿no es así? ¿No es lo que la gente hace? -preguntó con desprecio-. Tu llevas cuatro, esta es la quinta.
-¿Cómo sabes eso? -preguntó John, alterado. Estaba prohibido indagar en los expedientes de la organización. Acosar a un Omega era duramente penado por ley.
-Tengo mis contactos. De ese modo me he ahorrado años de asistencia a estas ridículas sesiones. -John le miró avergonzado, sabiendo que era él quién le había negado una pareja a ese hombre. Pero también estaba interesado en cómo había logrado esa información-. No te voy a contar más, solo necesitas saber que me avisaban cuando un nuevo Omega aparecía en una sesión. Por supuesto, esperaba unas cuantas reuniones por si aparecía su Alfa y me ahorraba la cita a ciegas. En tu caso, solo dejé pasar tres. ¿Quieres saber por qué? -preguntó, con un tono de voz ansioso y a la vez adusto. John asintió, bebiendo un sorbo de vino para desatar el nudo de su garganta-. Porque no esperaba que fueras tú.
-Eso no tiene sentido -contestó John, que había creído entender al Alfa. Si realmente le incomodaban esas reuniones tanto como a él, podía entender que hubiera hecho lo posible por librarse de ellas tras años infructuosos de búsqueda. Por su culpa. Entonces, ¿por qué había ido si había supuesto que no era su pareja?-¿Esperabas a alguien más joven? ¿A una mujer?
El Alfa asintió con la cabeza, sonriendo. A John se le revolvió el estómago, herido por el rechazo y los celos que estaba sintiendo. Notaba cómo un sudor frío empezaba a transpirar a través de los poros de su piel. Nunca había reaccionado así ante nadie. Quizás por eso permitió que el hombre osara secar su frente, con su propio pañuelo. Cuando John intentó recuperarlo el Alfa sonrió y negó con la cabeza. Estaba prohibido el intercambio de objetos dentro de la sala. Era una norma para proteger a los Omegas, puesto que su olor podía ser utilizado luego para obscenos actos de perversión.
John entendió entonces que el gesto había sido totalmente premeditado. Puesto que no podía quejarse, a pena de ser obligado a someterse a la prueba, el hombre iba a salir impune y marcharse con una muestra de su aroma. Y a saber qué haría con ella. Por mucho que le pesara, tembló de anticipación ante una miríada de excitantes especulaciones.
-Eso había esperado -prosiguió al Alfa, satisfecho ante el rubor que subía por el cuello del Omega-. Porque siempre tiendo a esperar lo peor. En cambio, tú… -el Alfa inspiró profundamente, los ojos brillantes de lascivia y deseo. John acabó de ruborizarse violentamente-. Tú eres diferente -confesó. Su voz mostraba tanta lujuria como su mirada. La mano que no sostenía la copa avanzó lentamente, con disimulo. La esquina en la que se encontraban les daba privacidad suficiente para arriesgar un contacto no permitido. La proporción de sus alturas le permitió rozar su cadera sin hacer un gesto demasiado brusco. Inclinándose ligeramente, su mano alcanzó una nalga y la apretó con avidez.
El corazón de John bombeó desbocado, haciendo que su sangre corriera veloz por sus arterias. El Alfa le estaba seduciendo, y su naturaleza le gritaba que, por una vez, se dejara llevar y se sometiera a ella. A ella y a su Alfa. Tan potente era la llamada de esa voz, del olor que emitía ese cuerpo, que no pudo evitar acercarse a él. Bajó la cabeza, sumiso por una vez en su vida, y adelantó las caderas para mostrarle a su Alfa que estaba preparado para él, dispuesto a servirle en lo que deseara.
-¿Todo bien, Doctor Watson?
John salió entonces del trance en el que estaba sumido. Sus ojos estaban dilatados, su respiración acelerada. Se apartó del hombre contra el que se había estado rozando impúdicamente y enfocó la mirada en el interventor que se había dirigido a él. Por supuesto, habían transgredido la norma de la distancia. Si no estaban realizando la prueba, les estaba prohibido rozarse más que las manos.
-No… no me encuentro bien -contestó John. Y no por disimular su estado. Realmente se sentía agitado, como si no tuviera control sobre su cuerpo. Era de lo que había estado huyendo tantos años, y ahora había caído de lleno en la seducción de un Alfa, como si fuera uno de esos ingenuos jóvenes que le rodeaban-. Es mejor que me vaya -declaró, escapando cobardemente. Sabía que si no hubiera sido por la intervención del encargado de organización, podría haber llegado a acceder a cualquier cosa que el Alfa le hubiera propuesto. Cualquier cosa. Incluso sucumbir al olor de su cuello y tomar la tarjeta que sin duda le entregaría, para que pudiera declararle suyo.
Con una torpe despedida entre dientes, el Omega se apresuró a seguir los pasos del interventor. Pero por mucho terreno que quisiera poner entre él y ese hombre que le alteraba peligrosamente, volvió a escuchar su voz antes de haber conseguido salir de la sala.
-John -le llamó, obligándole a girarse-, te has dejado tu bastón -le indicó, sonriendo ante la sorpresa que se reflejó en el rostro de John. Se lo tendió y aprovechó el intercambio para rozar su mano con la punta de sus dedos-. No te olvides, tienes que recoger algo…
-No se preocupe, se lo entregaremos -contestó el interventor, al ver el ceño fruncido del Omega. Le tomó del brazo y le acompañó para que acabara de salir de la sala, sin dar la espalda al pretendiente. Estaba acostumbrado a lidiar con los Alfa en cortejo, él mismo había sido uno y sabía cómo frenar sus constantes demandas. El olor que su Omega imprimía en él también ayudaba, mostrando que ya estaba vinculado y no era un rival-. ¿Mejor ahora? -preguntó, cuando hubieron salido.
John asintió con la cabeza, aunque no parecía estar nada bien. Cerró los ojos por un momento y respiró profundamente, llenando sus pulmones de aire puro, limpio de feromonas.
Mientras el interventor fue a buscar su presente, John se sentó en una de las sillas de la ante sala, y enterró el rostro entre sus manos. Solo entonces se permitió liberar su pánico.
Le había llamado John. Y él no se había presentado en ningún momento, de eso estaba seguro. ¿Quién era realmente ese Alfa, que parecía saberlo todo de él? En ese momento se dio cuenta de que ni siquiera sabía su nombre…
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Una vez entre las cuatro paredes de su triste apartamento, John abrió el paquete que había llevado en sus manos durante el trayecto de vuelta a Londres, no atreviéndose a dejarlo en el estante de carga del tren.
Si no hubiera mantenido esa extraña conversación con el Alfa, no hubiera estado tan ansioso por abrirlo. Pero ahora que había comprobado que no era un tipo previsible, realmente tenía curiosidad por saber con qué le habría agasajado.
Cuando abrió la pequeña caja, lo primero que encontró fue un recorte de periódico. Al girarlo, sus ojos se empañaron, fijos en la foto de un reportaje sobre los soldados destinados en Afganistán. La imagen mostraba a un oficial con la banda blanca en el brazo, y la cruz roja del cuerpo médico. Su foto.
Bajo ella, escrito con una letra elegantemente inclinada, se podía leer el mensaje: “He pensado que quizás extrañarías sentir una en tus manos.”
En el fondo del paquete solo quedaba un trapo, envolviendo un bulto indeterminado. Al cogerlo, John descubrió que el Alfa llevaba razón en lo que había escrito; ciertamente había echado de menos el peso de un arma en su mano. Su terapeuta pensaba que lo que añoraba era la seguridad que le hacía sentir el estar armado, listo para defenderse de peligros que, según ella, no existían en la City. Él sabía que había más detrás de su ansiedad al regresar a la vida civil. Se sentía vacío, sin vida.
Y su Alfa había provocado que su corazón volviera a palpitar acelerado de adrenalina, no por culpa de sus pánicos nocturnos. ¿Por qué se seguía negando a él, cuando parecía conocerte tanto?
En el fondo del paquete había una caja con munición. John dejó el arma sobre ella, sabiendo que debía encontrar un lugar para guardarla. No le convenía que le encontraran con una pistola ilegal, ni siquiera ser un Omega le sacaría de semejante aprieto.
Al coger el trapo en el que venía envuelta el arma, le vino un particular aroma que llevaba horas rememorando en su mente. Llevó la tela frente a su nariz e inhaló profundamente. Bajo el aceite lubricante del cañón, pudo percibir claramente otro más orgánico. La acercó un poco más y olió de nuevo. La siguiente respiración la hizo con el rostro entregado en el trapo. Era él, su olor. No sabía qué había hecho exactamente con él, porque el tejido estaba demasiado embebido de feromonas como para tratarse del simple roce de sus dedos. Seguramente se habría secado el sudor, del mismo modo que le había secado a él en la reunión, con su pañuelo.
John se sentó en la cama, aún con el trapo en la mano. Más bien dejó caer su peso a plomo.
Se trataba de un simple trozo de tela, blanco, ligeramente gastado en los lugares donde la pistola llevaba tiempo rozando. Pero saber que había tocado su cuerpo… la idea era más excitante de lo que debería haber sido. Tan solo pensar en ello había provocado que experimentara los mismos síntomas previos al celo; estaba sudando copiosamente, abrumado por el ardor de su piel. Inexplicablemente, su lubricación natural había comenzado a humedecer su bóxer.
Se quitó la ropa, ansioso por probar el roce de esa tela sobre sí mismo. Por una vez no le importaba sentirse decadente y rendirse al deseo de un Alfa, ya que se sentía seguro en la privacidad de su apartamento.
Una vez desnudo, dejó que el olor regara de nuevo su olfato. No quería perderlo, pero ansiaba sentir su contacto sobre su piel, imaginar que él había hecho lo mismo, también totalmente expuesto sobre su cama. Deslizando ese trozo de tela por todo su cuerpo, lentamente, dejando que el tejido atrapara su delicioso olor para provocar al Omega que le había negado la prueba, cuando los dos habían reconocido el olor del otro.
John se acarició, imaginando que lo hacía él. No importaba que no supiera su nombre, tenía su rostro grabado en la mente; la penetrante mirada de sus ojos oscuros; el pelo corto; esos labios dúctiles que podían transmitir deseo, sarcasmo o enojo con pasmosa expresividad.
No era suficiente. Tuvo que recurrir al recuerdo de su aroma, que era lo primero que le había llamado la atención. Un aroma perfecto para él, el indicado para hacerle perder la cabeza y rendirse a él. Y aunque odiaba la idea, en esos momentos fue el detonante que necesitaba.
Llevó la mano derecha bajo su cuerpo, buscando el lubricante que fluía generosamente de su interior. Con la humedad de sus dedos acarició su erección,
imaginando que lo estaba haciendo él.
Si aquel primer día se hubiera entregado a su Alfa, en lugar que haber salido corriendo, habría podido experimentar por primera vez qué se sentía al ser reclamado totalmente, marcado y llenado como nunca. Por fin habría sentido en su interior la dilatación de un nódulo Alfa, despertando en él un placer del que solo había oído hablar.
Enardecido, se puso de rodillas sobre la cama, con las piernas separadas. Introdujo dos dedos en su interior, sin dejar de masturbarse con la otra mano. Necesitaba más, aunque se sentía muy cerca de alcanzar el clímax. Una mirada hacia el trapo que yacía en la cama bastó para provocar su orgasmo, tan solo al pensar que su corrida lo mancharía en la posición en la que se encontraba. Como así fue.
Había eyaculado, pero no se sentía satisfecho. Ni de lejos. Y conocía esa sensación. Estaba en celo. Faltaba mucho para que le tocara ese mes, y ni siquiera había sentido los indicios previos.
Había sido él. Por su culpa, él había disparado su metabolismo, con su presencia y con su estúpido olor.
John se propuso visitar a su terapeuta y pedir una dispensa para asistir a las sesiones. Exageraría los síntomas de su síndrome de estrés postraumático, no sería difícil. Incluso comenzaría a escribir el blog con el que tanto había insistido…
Tomada la decisión, se sintió aliviado. Tanto que ni siquiera se avergonzó de guardar el trapo cuidadosamente en su mesita de noche.
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Tres meses, tres sesiones; era todo el tiempo que John había podido conseguir.
Su terapeuta había estado de acuerdo, en un principio, en que era mejor que no acudiese a más sesiones de emparejamiento. Los interventores había ayudado a su causa con los informes de las dos reuniones anteriores, donde había tenido que marcharse antes de su finalización.
Y un día, sin explicación aparente, había cambiado de opinión. Sin aclararle convincentemente el porqué, había cambiado todo el enfoque de sus sesiones y le había instado a que escogiera una pareja. Y que asistiera a la siguiente sesión. Eso último no había sido una sugerencia.
No quería caer en el punto de la desconfianza, suficiente había tenido con las visitas a su terapeuta, pero John no podía dejar de pensar que su Alfa estaba tras aquella decisión. Le había demostrado que tenía contactos y poder para manipularlos a su antojo.
Así que cuando asistió a la sesión, estaba totalmente alerta. Alerta y en tensión, dispuesto a no dejarse camelar por suaves voces y deliciosos aromas.
Justo antes de que entraran los Alfa, se obligó a recordar el estado en que le había dejado el simple residuo de su olor sobre una tela. Y cómo no había podido evitar olerla una y otra vez, a pesar de que su fragancia se iba disipando día a día.
Cuando todos los Alfa hubieron entrado, John no se sintió aliviado al no encontrarle entre ellos. Se sintió ansioso, desosegado, y sobre todo irritado consigo mismo por sentirse rechazado.
Había faltado a tres sesiones, seguramente estaría irritado por la espera. O quizás se había cansado finalmente y había escogido a cualquiera de aquellos jóvenes Omega, deseosos de gustar y más dispuestos que un ex militar amargado. Quizás su terapeuta sí había decidido cambiar su método, sin nadie que le instara a hacerlo. Quizás había desperdiciado la única oportunidad que tenía de conseguir pareja, rechazando a su alma gemela.
John sacudió la cabeza. Él no quería una pareja, nunca la había querido. Era un médico, había sido militar, no necesitaba a un Alfa entrometiéndose en su vida. Además, no era su única oportunidad. En su ataque de ansiedad había sudado copiosamente, y varios Alfa se habían acercado a él, atraídos por el olor. Una bella joven incluso había empujado a un hombre más corpulento que ella, simplemente para acercarse a él.
El Omega en su interior no pudo evitar sonreír. Hasta que escuchó un ronco gruñido. Los Alfas a su alrededor se dispersaron, haciéndole lugar a él. John tembló, más de anticipación que de enojo. La idea de ser el objeto de lucha entre Alfas siempre le había incomodado, pero no pudo evitar rendirse a la cálida sensación de saberse deseado de ese modo. Y además; había asistido, estaba allí, y era evidente que estaba allí por él.
De todos modos, el Alfa consiguió sorprenderle, una vez más. Después de mirarle con hastío e irritación, dio media vuelta y le dejó en su usual rincón, expectante y contrariado.
Le estaba castigando. Por eso no se había quedado a su lado, ni siquiera le había dirigido la palabra. John tuvo que recordarse que no le importaba, que no era un castigo puesto que no le quería, no le necesitaba cerca. Pero dolía ver cómo sí hablaba con el resto de Omegas, cómo les sonreía, aunque sus ojos invariablemente se posaran en él de vez en cuando.
John decidió que ya había tenido bastante cuando el Alfa había osado servirle una copa a una pequeña Omega que le sonreía tímidamente. Que se quedara con ella, así él sería libre y podría asistir a las condenadas reuniones que le quedaran sin miedo a perder el control y lanzarse al cuello de un irritante Alfa que jugaba con él.
Tan ofuscado estaba, que tropezó con alguien mientras se dirigía a la puerta. Un Alfa; hombre, alto, de pelo moreno y ondulado. Con ojos claros de un color imposible de definir. John carraspeó un rápido lo siento antes de seguir su camino.
-¿Afganistán o Irak? -preguntó el Alfa a su espalda.
Antes de girarse, John respiró profundamente, con los ojos cerrados. ¿Es que todos los Alfa desdeñaban la Ley?
-Está prohibido indagar en el expediente de un Omega -dijo amenazante, encarándose al tipo. Puede que fuera más bajo que él, pero no se sentía intimado. No del modo en que su Alfa le había hecho sentir, amenazando su libre albedrío.
-No lo he leído. Lo he deducido -constató el hombre, casi ofendido. John sonrió, no podía negar que era un modo original y diferente de flirtear-. El modo en que te mueves, tu postura y tu apariencia sugieren disciplina. El bastón es claramente por una lesión, aunque no te has sentado en toda la sesión, así que diría que es psicosomático. -John asintió ligeramente, frunciendo los labios. No le gustaba ser analizado, pero debía reconocer que el hombre era realmente bueno en ello-. Soy observador, he notado que has tenido un ataque de ansiedad. Síndrome post traumático, así que estabas destinado a una zona en conflicto. Tu piel aún muestra rastros de bronceado, pero no bajo el cuello o más allá de las muñecas. Así que a juzgar por el estado político mundial: Afganistán o Irak.
-Afganistán -confesó John, sonriendo-. Eso ha sido realmente… fantástico.
El Alfa pareció sorprenderse con la afirmación. Su gesto satisfecho, casi infantil, hizo reír a John.
-No es lo que ha gente suele decir -se defendió el hombre.
-¿Y qué suele decir la gente? -le preguntó John, casi coquetamente. El interesante Alfa le había hecho olvidar su huida. Incluso a él, y a la tímida Omega con quien estaba tomando algo.
-Vete a la mierda. -Los dos rieron sinceramente. Era con mucho el mejor encuentro que John había tenido con un Alfa. Exceptuando quizás a su desconcertante media naranja-. Por tu edad, has atrasado la búsqueda de una pareja hasta haber desarrollado tu profesión -continuó el Alfa, animado por la reacción del Omega-. Si hubieras podido, no habrías asistido a ninguna de estas terribles sesiones. Has venido únicamente porque te obliga el estado.
John no sabía si asentir o salir corriendo. Seguramente, sin contar a su Alfa, ese hombre era el único que había descubierto sus intenciones. Y no parecía juzgarle por ello, cuando cualquier otro le hubiera denunciado de solo sospecharlo.
-He venido porque es mi deber -dijo finalmente, optando por la respuesta más segura-. Pero ahora debo irme, por hoy he acabado.
-No, no creo que lo hayas hecho -respondió el Alfa, cortante. John dio un paso atrás-. He visto cómo miras a ese tipo, el del Westwood azul. Y cómo te mira él. Otros Omega se lanzan en brazos del primer Alfa que les hace caso, tú has encontrado al tuyo y huyes de él. -John dio otro paso atrás, agarrando su bastón con fuerza. Se había equivocado con ese hombre, sí parecía querer denunciarle-. No te juzgo, yo tampoco quiero atarme a un Omega para toda la vida. Acércate, por favor. -Más relajado ante la comprometida confesión, John consintió en acercarse. Grabe error, porque una vez estuvo lo suficientemente cerca como para no llamar la atención, el Alfa le agarró de la americana y lo empujó contra él, provocando que (con su diferencia de altura) enterrara el rostro en su largo cuello. John contuvo la respiración, alarmado. Entonces recordó que no era ése el Alfa que le haría perder la cabeza, y tomó el aire que le faltaba. Como había esperado, su olor no le afectaba. Irritado por la increíble violación de las nombras, agarró las solapas de la chaqueta del hombre para apartarse de él-. No, escúchame -le susurró entonces, acercando la boca a su oído-. Tienes que escogerme.
-¿Estás loco? -preguntó John, incapaz de creer lo que estaba oyendo. El hombre le había obligado a realizar la prueba, y encima tenía la desfachatez de pedirle que le escogiera, cuando sabía que su alma gemela estaba en la misma sala que ellos. ¡Y él mismo había confesado que no deseaba unirse a un Omega!
-Es una petición totalmente razonable. Yo no quiero una pareja, y tú estás huyendo de la que podría ser tuya. Si me escoges, yo no interferiré en tu vida. Podrías seguir trabajando, a mí no me importa. Y no te tocaré, ni siquiera cuando estés en celo. Te lo prometo, solo será una fachada. Es un arreglo perfecto.
-Tú eres un Alfa -musitó John contra la piel de su cuello-. A ti nadie te obliga…
-Error. Mi hermano tiene un puesto muy importante en el estado, tiene poder, solo por eso estoy hoy aquí. Y me chantajeará hasta que algún Omega me elija.
-¿Y si algún día encuentras a tu alma gemela? Lamentarías haberte unido a mí -comentó John, al que le había interesado la propuesta lo suficiente como para sopesar los pros y los contras.
-Tú evitarías que actuase únicamente impulsado por mi naturaleza. ¿No es lo que los dos buscamos? Que decidan nuestros cerebros, no nuestra libido.
-No me gusta. Si no… consumásemos el vínculo se acabaría descubriendo el montaje.
-No necesariamente. Hay formas de camuflar el olor de un Omega, para que parezca que tiene pareja.
John sabía que eso era verdad, él mismo había utilizado un aceite especial después de asearse, para evitar conflictos en el ejército.
-¿Y la marca? No es inusual que otros Alfas la busquen, aunque sea indecoroso.
-Tatuajes, he visto algunos y es realmente difícil descubrir que no son reales. -Notando la súbita tensión en los hombros del Omega, añadió-: Sí, no somos los únicos que queremos…
Un gruñido interrumpió la encubierta conversación. John intentó separarse del Alfa, pero éste no se lo permitió. Le mantuvo pegado a él unos segundos más, confirmando su reclamo, hasta que fue prudente hacerlo, a pena de llamar la atención de los organizadores.
-Aléjate de él -escupió el Alfa, enfrentándose a su competidor. La fuerza en su voz hizo gemir a John, que se encogió ligeramente ante el demandante tono de voz.
-¿Por qué iba a hacerlo? Ha accedido a concederme la prueba -respondió el otro Alfa calmadamente, colocándose delante del Omega.
-Si ha accedido ha sido porque tú no eres su alma gemela.
-¿Y tú cómo sabes eso? -John se tensó a la espalda del Alfa. Se llevó una manos a la cabeza, temiendo la respuesta.
-Porque soy yo.
-Entonces llama a un intendente. Exige la prueba. Precisamente por allí veo uno…
Después de mirarle con absoluta animadversión, el hombre se rindió y se alejó en silencio, antes de llamar la atención.
-¿Qué demonios has hecho? ¡Podría haberme denunciado! -se quejó John, una vez su Alfa se hubo alejado.
-No, no se quiere enfrentar a la organización.
-¿Y cómo sabes tú eso? ¿Otra deducción? ¡¿Has arriesgado mi libertad por una suposición?!
-No ha sido una suposición, sino una certeza. El tipo está interesado en ti. Tanto como para alejar a los cuatro Alfas que se habían acercado a ti. Él sabe que tú eres su alma gemela, si tanto te desease solo tendría que pedir la prueba y serías suyo, sin más dilaciones. Si no lo ha hecho antes, es porque no puede.
-¿Y por qué no iba a poder?
-Evidentemente no puede dar su número. Antecedentes, problemas con la ley, identidad falsa…
John tomó aire, apretando los dientes y los puños con la misma intensidad. Una vez más se preguntó en qué andaría metido su Alfa. Recordó la pistola, los contactos, las manipulaciones…
Y el hombre que tenía delante le había dado la oportunidad de evitar todo aquello. Con él podría ser capaz de seguir con su propia vida, sin someterse a nadie. Si había sido sincero. Aunque el coste de esa libertad era alto. Intentó no pensar en el trapo que guardaba en su mesita de noche, dentro de una bolsa sellada para que no perdiera su olor.
-¿Puede acompañarnos, señor?
Dos agentes de seguridad se colocaron a ambos lados del Alfa, entre él y el Omega. John se tensó. No era usual que los guardas entraran en la sala, principalmente porque eran Alfas no vinculados.
-Por supuesto -contestó el hombre. Antes de irse, se acercó a John y le susurró-: Tranquilo, no pueden hacerme nada, solo retenerme un rato. Mi hermano se encargará de esto. Tú… espérame. Y medita tu respuesta…
-John. Doctor John Watson -se presentó sin dudar.
Los dos se sonrieron. Había una química extraña entre ellos, para nada relacionada con la dinámica esperada entre sus grupos.
John perdió la sonrisa cuando alguien le agarró bruscamente del brazo. Casi se le cayó la muleta, y tuvo que equilibrarse sujetándose en esa osada mano.
-No quiero que te acerques a él -le dijo su Alfa, mostrándole los dientes después, en una burda parodia de sonrisa.
-Tú no tienes autoridad para ordenarme nada -le contestó John. Se sentía fuerte, había entendido el poder que tenía sobre ese hombre.
-La tengo, y tú lo sabes. Te dije que te daría tiempo…
-¿Así que simplemente estabas siendo magnánimo? ¿Esperabas realmente que acabara sometiéndome a ti?
-Lo harás -amenazó el Alfa, apretando ahora su muñeca.
-Ni lo sueñes -contestó John, beligerante. Acababa de decidir que iba a aceptar al otro Alfa. Cuando hubiera comprobado que su historia era verdadera-. No puedes obligarme. Nunca te concederé la prueba -añadió, convencido de que no iba a denunciarle.
Para su sorpresa, el Alfa le soltó, sonriendo. Una sonrisa fría y cruel, que no anunciada nada bueno.
Por segunda vez aquella noche John se vio forzado a enterrar su rostro en el cuello de un Alfa. Y esta vez las consecuencias de inspirar su aroma podían ser desastrosas, sobre todo después del intercambio que acababan de tener.
John intentó de nuevo contener la respiración, pero no pudo evitar relajarse cuando una cálida mano le acarició la nuca. Estaba prohibido, aunque nadie se atrevió a decirles nada. Y donde la fuerza le había repelido, la ternura rindió su resistencia.
El aire que llegó a sus pulmones fue tan exquisito como el más sabroso de los pasteles. John tuvo la sensación de que solo con eso podría nutrir su cuerpo durante días.
Si oler cada día el trapo con su aroma había sido un mero ensayo, John estaba listo para la función completa. Un ronroneo salió de su garganta, largo y profundo.
-Tienes que escogerme -susurró el Alfa en su oído, el aliento estimulando el lóbulo de su oreja con su rápida y entrecortada respiración-. Tienes que coger mi número y entregárselo al interventor -añadió, dejando que sus labios rozaran su piel. Sacando una tarjeta del bolsillo de su chaqueta, la puso en la mano de su Omega-. Yo arreglaré los trámites, cuando sea seguro. Tú solo tienes que regresar a tu apartamento. Pronto me pondré en contacto contigo.
Esa última frase era pura seducción. John gimió, asintiendo con la cabeza. Por supuesto, haría todo lo que su Alfa le había dicho. Deseaba complacerle en todo, contentarle y satisfacerle. Su mayor aspiración en aquellos momentos era entregarse por completo, venerar su cuerpo y restregarse contra él, hasta que ese maravilloso olor se mezclase con el suyo, tal y como había ocurrido con el trapo que le había enviado.
-John, disculpa. -La profunda voz del otro Alfa resonó en la enardecida mente del Omega, pero no lo suficiente como para separarle de su alma gemela. Solo cuando fue apartado físicamente reaccionó, y el único gesto que hizo fue para intentar volver a él. Entonces sintió cómo la tarjeta que tenía en su mano caía al suelo, mientras era sustituida por otra-. Me he olvidado de darte mi número. Y mi nombre. Soy Sherlock, Sherlock Holmes. Me encontrarás en el número 221B de la calle Baker. Ve. Ahora.
Ese tono, y la distancia con el embriagador aroma, acabaron de aclarar la mente de John. Lo primero que notó al volver en sí fue el ligero gruñido que estaba emitiendo su Alfa. Lo primero que sintió fue una ira incontrolable que acabó con cualquier gruñido, tal dureza exhibía su mirada. El tal Sherlock también le había puesto en esa situación esa misma noche, pero su intención había sido hacerle una propuesta, darle la opción de decidir. Su Alfa le había forzado sabiendo que el deseo nublaría su poder de decisión, y había utilizado su atracción para obligarle a aceptarle.
Lo segundo que percibió fue que Sherlock tenía sangre el su labio inferior. Fue su turno para gruñir.
-¿Qué te ha pasado? -le preguntó, alertado su instinto médico. Llevó la mano hasta su mejilla, notando que estaba ligeramente hinchada.
-Nada. Confía en mí. -Notando movimiento a su alrededor, John se giró. Varias personas les habían rodeado, haciendo de parapeto entre ellos tres y el resto de los asistentes. Estaba claro que no habían ido allí a buscar pareja, por el frío modo en que les observaban-. Vete. Ahora -le instó Sherlock, apretando con su mano el puño de John, donde tenía doblada su tarjeta. Haciendo de ello un gesto totalmente hostil, el Alfa pisó la tarjeta que había caído al suelo, retando a su contrincante a cogerla.
John se apresuró a llamar la atención del intendente. Levantó la mano, mostrando la tarjeta con que reclamaba al Alfa de su elección. No solo acudió uno. Tres miembros de la organización se acercaron a él, y a dos de ellos no los había visto nunca. Sherlock había tenido razón, parecía que su hermano había arreglado la situación, después de todo.
Cuando se giró, el espacio tras él se había desocupado. Únicamente quedaba Sherlock, sonriéndole.
John le devolvió la sonrisa. Esperaba que ese tal Holmes mantuviera sus promesas y no trastornara a su vida.
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Finalmente, resultó que Sherlock Holmes no respetaba en absoluto el espacio vital de John, ni su privacidad, ni sus pertenencias.
Utilizaba su ordenador sin permiso, descifrando su contraseña una y otra vez. Guardaba trozos de cadáveres en la nevera para hacer experimentos inverosímiles, en los que muchas veces acababa destrozando sus cosas. A veces se paseaba por el piso sin más ropa que una sábana. Se olvidaba de comer. Le hablaba cuando John no se encontraba en casa, y cuando llegaba asumía que le había escuchado.
Era perfecto. Porque Sherlock se comportaba como una persona excéntrica, no como un Alfa posesivo y controlador.
En los tres meses que llevaban juntos no se había acercado a él con intenciones románticas ni una sola vez. Ni siquiera durante su celo. Podían estar juntos viendo la televisión, en el mismo sofá, incluso rozándose, y el ambiente no era para nada sexual, ni siquiera sensual.
John había encontrado un trabajo, una sustitución por horas en una consulta cercana. Era ideal, porque así tenía tiempo de correr por Londres tras Sherlock, asistiéndole en los casos que investigaba como detective consultor de Scotland Yard.
El ex militar no había sido tan feliz en su vida, ni siquiera en su tiempo en el ejército. Su bastón había quedado olvidado bajo la cama, ya no necesitaba su apoyo, una vez superada su psicosomatía.
Había llegado a matar por Sherlock, para salvar su vida. Con la pistola ilegal que su Alfa le había entregado.
Porque para John, seguía siendo su Alfa. Sherlock era su compañero de piso, su colega de trabajo, su amigo. Pero el único que aceleraba los latidos de su corazón, bombeando rápidamente la sangre que colmaba su erección con solo el aroma de su cuerpo atrapado en un viejo trapo, era su Alfa. Y aunque John no se arrepentía de su decisión, a veces, en la soledad de su cama, ansiaba el contacto de un cuerpo cuyo nombre ni siquiera conocía.
La mayoría del tiempo, sin embargo, era feliz viviendo su vida al lado del excéntrico detective. Menos cuando se comportaba como un verdadero idiota y hacía honor al cartel de sociópata que él mismo se había colocado.
Por muy insensible que fuera a veces, John no había esperado que no le importaba la vida de una persona. Que estuviera tan nublado por su “juego” con el secuestrador como para dejar que una persona mayor pasara horas atada a un chaleco bomba, provocando que perdiera los nervios y cometiera un error que le había costado la vida. Y aún se atrevía a decirle que él no era un héroe.
John había tolerado muchas cosas, pero eso no lo iba a ignorar. Decepcionado, se encerró en su habitación; por su parte había acabado con el caso. De todas formas su celo se acercaba, podía notarlo caliente bajo su piel. Se atrincheraría allí como había hecho otras veces, y cuando hubieran pasado los tres días, seguramente el caso ya se habría resuelto.
Horas más tarde, alguien llamó a su puerta. John abrió, pensando que Sherlock querría disculparse por su insensible actitud. Cuando vio quién había frente a él, se quedó lívido. Era su Alfa.
-Hola. Creo que no me he presentado aún. Soy James Moriarty. -John cayó al suelo, inconsciente, aunque no por la impresión. Jim se lo quedó mirando sin perder la sonrisa, aún con la hipodérmica en la mano-. Sebastian, llévalo al coche. Tenemos planes para el doctor Watson.
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Mientras John era secuestrado, Sherlock viajaba en un tren con destino hacia Bristol.
En cada caso que Moriarty le había presentado, había dejado una pista en forma de letras y números. Todos unidos, habían formado un código: 5127N235W. Finalmente, había sido capaz de descifrarlo. Los grados de latitud y longitud de la ciudad de Bristol.
Se trataba, entonces, de algo personal. John. Allí le había conocido, en una reunión donde se lo había arrebatado a su verdadero Alfa. Moriarty.
Por eso se había esforzado en sacarle de sus casillas, para que no le siguiera. Su celo se encontraba cerca, y no era seguro enfrentarle a su alma gemela. A pesar de no estar interesado en esas cosas, sabía que una parte de John seguía lamentándose por su pérdida. Puede que Sherlock no quisiera dejarse llevar por sus instintos, pero tenía el olfato de un Alfa, y sabía qué guardaba John en su mesita de noche. No podía decir que no le irritase que buscara otro olor, aunque no estaba dispuesto a dejarse llevar por su naturaleza para cubrir esa necesidad.
Una vez en el recinto oficial de las sesiones, Sherlock no tuvo que hacerse pasar por nadie para entrar con una excusa. Uno de los hombres que le habían dado la paliza hacía tres meses, le abrió la puerta. Sin poder evitarlo, el detective gruñó.
Fue acompañado hasta la gran sala principal, esta vez sin el uso de la fuerza bruta. Una vez allí, solo y encerrado, recibió una llamada en el móvil. El móvil rosa que Moriarty le había hecho llegar.
-¿Me has hecho venir hasta aquí, y no vienes a recibirme, Moriarty? -contestó Sherlock, descubriéndole.
-Disculpa, pero estoy ocupado. Muy ocupado, en realidad. ¿Puedes oír qué me tiene tan ocupado? -preguntó. Después de un terrible silencio, se oyó un reconocible gemido. Un sonido que había escuchado en el piso de arriba, en cada celo que John había tenido.
-¿Qué es lo que quieres, Moriarty? -preguntó Sherlock, obligándose a contener toda la furia Alfa que sentía.
-Venganza. La vieja y cruda venganza. Solo eso. ¿Demasiado mundano para ti?
-No te atrevas a ponerle un dedo encima… -le amenazó el detective, sabiendo bien que si lo hacía John no podría negarse a él.
-Tranquilo, no me gustan las cosas de segunda mano. Me conformaré con escuchar cómo grita tu nombre, cuando nada pueda satisfacerle. No tardará mucho, ¿puedes oír sus jadeos? Su celo se está acelerando, debe de ser el estrés…
-¿Qué quieres de mí?
-De ti nada, Holmes -escupió con odio-. Solo quería alejarte de Londres. Ahora que estás allí, espera pacientemente a que acabe con tu Omega. Es un buen sitio para sufrir, ¿sabes? Yo mismo lo he experimentado.
-¡Has dicho que no le tocarías!
-Y no lo haré. ¿Mancillar a un Omega vinculado? Qué pedestre. Y de muy, muy mal gusto. Aunque… tengo conocidos a los que no les importaría. De hecho, disfrutarían mucho de su dolor, cuando su cuerpo rechace a otro que no sea…
-¡Basta! No te atrevas…
-Disculpa, Sherlock, llaman a la puerta. Seguramente es mi amigo, que viene a conocer a tu Omega.
-¡Moriaartyyy! -gritó Sherlock. Pero la línea estaba cortada.
El Alfa cayó de rodillas al suelo, desesperado. Desde tan lejos, poco podía hacer. Necesitaba ayuda…
Parte 2