Título: El caso del ataque al Invernadero 3.
Nombre de la persona asignada: ineongallifrey
Universos: Crossover de Elementary y Harry Potter.
Personajes: Sherlock Holmes, Joan Watson.
Clasificación: PG -13, Gen. Case!fic.
Resumen: Joan nos cuenta la historia de cómo conoció a Sherlock apenas llegar a Hogwarts, y el primer gran caso en el que le acompaña.
Nota 1: Muchas gracias a mi querida beta cuyo nombre no puedo nombrar porque es parte del AI, por las ganas y el entusiasmo que tuvo con este escrito, y por betearlo tan rápido.
Nota 2: Espero que hayas pasado unas muy lindas navidades, ineon, y que este regalo contribuya en el collage de buenas memorias de la temporada.
5. La sombra de la señorita X.
El invernadero estaba igual que siempre, solo que empolvado de rojo por todos lados, y con enredaderas de flores pequeñas y blancas cayendo desde el techo. Por más que Sherlock caminaba sin alguna preocupación, yo temía que cada una de las flores me atacara con su polen, pero ninguna lo hizo. Hasta su nauseabundo olor era tenue por competir con los demás aromas florales, una mezcla de todo tipo de efluvios que se contrarrestaban entre sí. Sherlock caminaba mirando hacia arriba y, como si encontrara un mapa en los ramajes de la enredadera, pronto dio con el lugar en donde estaba su raíz.
-Claro que tenía que ser ahí -ironicé. Estaba en el lado derecho al fondo, es decir, el lugar con las flores más peligrosas.
Sin embargo, dejando de lado una flor enorme que hizo una tentativa de comerse mi cabello, el movimiento en las raíces de la tentácula venenosa y la exagerada advertencia de Sherlock en que no me acercara a unas flores que parecían simples campanitas doradas; no tuvimos mayores problemas.
Aunque tenía muchas preguntas y sentía una energía apremiante en todo el cuerpo, entre el temor de ser “agarrada” y la congratulación por no haberlo sido, no hice más que seguir a Sherlock en silencio. Él parecía estar muy concentrado en mirar todo, pero estuvo más interesado en la maceta de la Morfeo roja que en la misma planta, luego en mirar de arriba abajo un anaquel al otro lado del pasillo donde estaba la enredadera y, por último, en una maceta solo con tierra revuelta a unos dos metros de distancia. Justo cuando iba a preguntarle qué estaba deduciendo de todo eso, él jugueteó a palmear con una mano su propio puño y luego de, al parecer, haberse convencido a sí mismo de que no había más qué mirar, se volvió a explicarme con suficiencia y entusiasmo:
-Ya sé, a grandes rasgos, lo que pasó aquí. El profesor Longbottom estaba por ahí, -enseñó un pasillo que daba al centro del invernadero-, donde se puede ver el rastro en el polvo de sus pasos hacia la salida delantera… Creo que lo que detonó todo fue que él se dio cuenta de que la señorita X estaba robando la planta que estuvo en esta maceta. -Me señaló con la mano el recipiente vacío-. Por la forma que tiene el hueco en la tierra y por lo revuelta que está, estoy seguro de que fue arrancada. El profesor Longbottom, un renombrado y meticuloso botánico, no lo habría hecho ni dejado que alguien lo hiciera de esa manera. Por lo que se han robado esa planta que, lastimosamente, aún no sé cuál fue.
-Debe haber algún registro -dije, deseosa de servir para algo más que ser la oyente de su interesante monólogo.
Él me asintió con la cabeza como una felicitación a mi idea y continuó:
-Así que, al ser descubierta, la señorita X intentó huir por la salida trasera, algo que el profesor Longbottom no dejaría pasar y muy posiblemente intentó detener de alguna manera. -Caminó y se posicionó entre el anaquel y la maceta de la Morfeo roja-. La señorita X, intentando encontrar algo que detuviera al profesor a su vez, vio alrededor, y se encontró con esta planta, a la cual, estoy seguro, conocía y sabía el efecto que iba a causar porque, -se dio vuelta y me enseñó el anaquel con los brazos a los lados, moviendo las manos de arriba abajo para que viera la silueta-, ella estaba parada aquí cuando el polen se desató. ¿Ves como en esta parte de los anaqueles y plantas hay menos polen que alrededor? Eso se dio porque el cuerpo de ella detuvo el polen antes de llegar ahí.
-Su cabeza… -susurré sorprendida, al ver la figura delineada por las manos de Sherlock. Según la forma que mostraba...
-Sí, sería del tamaño de una esfera de unos cuarenta centímetros de radio. Y no, no hay alguna criatura mágica conocida con esas medidas -se adelantó a una posible objeción mía-. Y de haberla, estoy seguro de que el profesor Longbottom no se referiría a ella como señorita. -Levantó la mano con un dedo en alto y sonrió, subiendo la voz, entusiasmado- ¡Y es esta silueta, mi querida Watson, lo que prueba que la señorita X no solo conocía a la Morfeo roja sino que quiso herir, por no decir matar, al profesor Longbottom!
Por un instante, perdí la respiración al tener la certeza de que solo unas dos horas antes, una persona capaz de cubrir un robo con una muerte estuvo a pocos centímetros de donde yo estaba en ese momento. Y me di cuenta de algo más, pero el shock de saberlo me dejó en silencio y casi sin escuchar a Sherlock, que siguió hablando con emoción:
-Porque antes de enviar un hechizo que resquebrajó las runas mágicas de la maceta que contiene la Morfeo roja, desatándola al instante, la señorita X se protegió a sí misma. Usó alguno de los Bullae y se rodeó su cabeza, sabiendo que el polen de la Morfeo roja solo actúa por vía respiratoria y por pocos segundos después de haber sido expulsada de la flor. De esa manera, pudo salir indemne de aquí… -me miró, como esperando que yo le palmeara la espalda y le dijera “muy buen trabajo, Sherlock”. Pero estoy segura de que mi expresión delataba que estaba lejos de ese humor. Sin embargo, creo que él la entendió como que estaba confundida, y se intentó explicar-: Por si no lo conoces, los hechizos Bullae son algo así como burbujas muy resistentes, que se usan con variedad de motivos, dependiendo de los sufijos y prefijos que se les ponga. Pero todos ellos son protectores. La señorita X…
-¿¡Es alguien de Hogwarts!? -salté yo, esperando que esa escalofriante posibilidad de una vez disipara su muy inoportuno entusiasmo.
Pero no lo hizo. Más bien me miró con complacencia y sorprendido.
-¡Lo notaste! Yo siempre lo di por hecho. Suelo saber cuando tenemos visitas, y hoy no la hemos tenido hasta que llegó la esposa del profesor Longbotton… -por fin vi como Sherlock perdía todo rastro de sonrisa y emoción en sus maneras. Se giró un poco, como para evitar mirarme de frente y tratar de controlar su incomodidad. Cuando volvió a hablar, su tono era más inseguro y humano-. Además, por la manera en que habló de ella, presentí que el profesor la conocía y estoy casi seguro de que es una alumna, pero prefiero no darlo por hecho.
El cambio en su humor me hizo sentir más cómoda con la situación de alguna manera, y darme cuenta de lo único que podíamos hacer al respecto.
-Tenemos que decírselo a McGonagall.
-Sí, claro que se lo voy a decir. Aunque sabes que la utilidad de la información no será suficiente para evitar un castigo por haber entrado a un lugar prohibido, ¿verdad? Pero no te preocupes, te cubriré. McGonagall está acostumbrada a que me meta solo en lo que, según ella, no me incumbe.
Aunque cualquier otro le hubiera agradecido por su ofrecimiento, la idea de que Sherlock diera por hecho que lo iba a dejar solo en la estocada me indignó. Aunque el tono emocional en que lo hizo no fue el más… “apto”, estuve segura de que Sherlock insistió tanto en ir al Invernadero 3 por la misma razón que yo: para intentar arreglar la situación que había herido al profesor Longbotton. Así que, sin pensar siquiera en cuál sería el castigo, me di a la idea de que lo recibiría. La causa me parecía justa, y no me arrepentía.
-El castigo es lo de menos… Los dos vinimos, los dos damos la cara -le hice saber. Y eso sí que le sorprendió.
-Hay mucho de Gryffindor en ti, Watson. Y lo digo como un cumplido.
-Sí, bueno. El Sombrero Seleccionador también lo creyó así, pero se decidió por Ravenclaw al final -después de decir eso, me pareció un comentario extraño teniendo en cuenta la situación en que estábamos.
Hubo un instante en silencio entre los dos mientras decidíamos el siguiente movimiento. Cuando me volví para enfilar hacia la salida, él me tomó del antebrazo un segundo para pararme.
-Primero, vamos a ver qué es lo que la señorita X robó y era tan valioso para ella como para atacar de esa manera a un profesor. -Y empezó a caminar hacia la oficina interior-. Aunque podría deducirlo usando mis conocimientos botánicos y sobre el orden de la Cancelación de Efectos que usa el profesor Longbotton para situar las plantas, me parece que será más fácil…
Pero un estruendoso alohomora hizo todo más difícil. Aterrada, mi cuerpo se quedó quieto entre mi necesidad de huir y de enfrentar a quien nos había descubierto…
-Tenía que ser usted, señor Holmes. ¿En verdad creyó que atenuar el hechizo iba a… ¡Señorita Watson! ¿Usted…? -y su voz llegó a ser ese chillido que todos los Ravenclaw tememos- ¡A mi oficina los dos, en seguida!
Increíble como alguien tan pequeño podía causar tanto respeto, y hasta en Sherlock Holmes, que habló con cierta mansedumbre mientras caminaba hacia la salida.
-Quiero que sepa, profesor Flitwick, que la señorita Watson no fue la autora intelectual…
-Guárdeselo para cuando estemos en la oficina y frente a Minerva, señor Holmes.
Y se mantuvo en silencio todo el camino, aunque sus bufidos y expresiones eran suficientes regaños. Lo que más me molestó fue que el profesor Flitwick pareciera hecho a la idea en cuanto a Sherlock, pero profundamente decepcionado de mí.
6. Una oficina pequeña para un gran profesor.
-Le dije directamente que no entrara al invernadero. Y, ¿qué hace usted? ¡Se salta un hechizo expulsor para entrar en él!
-Tenía que hacerlo. Alguien ha herido y, posiblemente, intentado matar al profesor Longbottom y…
-… Tiene que entender, señor Holmes, que el tener una habilidad poco común para la observación no le da derecho a estar por encima de las reglas y…
-… ¡Y lo atacó porque estaba robando algo! Necesito, necesitamos saber qué estaba robando y por qué…
-… Usted es un estudiante y debe confiar en que nosotros, los profesores, sabremos qué y cómo hacer con las situaciones que se presenten y…
-… ¡No entiende! Ella se cubrió con una Bullae, sabía exactamente lo que estaba haciendo. ¿Solamente por robar una planta? No parece el fin último de…
Por un instante, el profesor Flitwick y yo intercambiamos idénticas miradas de hastío. Los dos habían estado discutiendo de esa guisa desde que la profesora McGonagall había entrado en la oficina de su subdirector y se había sentado en una de sus pequeñas sillas. De hecho, mientras su discusión iba en escalada y, cada vez más, no oían lo que el otro decía y se enfrascaban en sus propios monólogos; yo había estado mirando furtivamente a la oficina del profesor Flitwick para hacer algo, porque las dos o tres veces que había intentado decir algo para respaldar a Sherlock, un furibundo dedo en alto de la profesora McGonagall me callaba.
Era una pequeña oficina que parecía aún más espaciosa porque estaba llena de muebles a la medida del profesor Flitwick. Tenían un sin número de libros, pergaminos, cuadros y objetos con runas grabadas adecuados perfectamente para su talla... Nada tan sorprendente como el hecho que Sherlock pudiera discutir con la profesora McGonagall casi como si fuera una igual. Creo que ningún estudiante podría hacerlo, porque por más que ella hacía lo posible por no perder los estribos, era evidente que estaba a punto de hacerlo. La profesora McGonagall emanaba una intensidad que me hacía estar recta y callada aún cuando solo pasaba a su lado en los pasillos, así que creo que nadie querría verla perder los estribos.
Pero algo me decía que Sherlock había sobrevivido a la furia de la profesora McGonagall muchas veces, que esa misma situación se había dado continuamente durante los años de Sherlock en Hogwarts, y que los dos se mantenían en un tono adecuado y tan sagaz porque el perder el control sería como haber perdido frente al otro. La discusión no parecía ser tanto sobre que él y yo hubiéramos entrado en el invernadero, sino sobre un largo estira y afloja de sus fuerzas de voluntades. Tanto el profesor Flitwick como yo veíamos que no iban a llegar a nada desde hacía varios segundos.
El subdirector y jefe de la casa Ravenclaw miró su reloj de pulsera, respiró hondo y se dispuso a intentar interrumpirles aclarándose la garganta.
-Disculpen… Por favor, si me permiten… Minerva, señor Holmes… -Al darse cuenta de que las palabras no iba a ser suficiente, sacó su varita y la hizo encenderse como si fuera una bengala. Una muy ruidosa bengala que silenció a los dos contendientes. Este “apagó” su varita y se puso en pie cuando Sherlock y la profesora McGonagall le miraron en silencio. Aunque sus palabras eran firmes, no parecía tan serio por su característico tono rápido y agudo-. Creo entender la situación, gracias. Ahora, como responsable de los alumnos de Ravenclaw, voy a decirles mis disposiciones finales. Primero que todo, señor Holmes, usted y la señorita Watson ingresaron en un lugar potencialmente peligroso cuando la profesora McGonagall se los había prohibido directamente. Por lo que serán cien puntos menos para Ravenclaw.
Yo abrí la boca muy sorprendida. Me parecía algo excesivo que toda la casa pagara por nuestra culpa. Pero Sherlock simplemente me asintió y luego miró al profesor.
-Me parece razonable -dijo él, como si fuera solo una antesala burocrática.
El bufido que profirió la profesora McGonagall dejó ver que la tranquilidad con la que Sherlock había acusado el golpe le parecía una altanería.
-Y además de eso… -pidió ella al profesor Flitwick.
-Además de eso, -siguió él, con un tono anuente-, señor Holmes, vas a ayudar a Hagrid en lo que él desee a partir de esta semana y hasta el final de las vacaciones de navidad. -Vi que eso ya no le había gustado, pero se mantuvo en silencio-. Usted, señorita Watson, va a ayudar dos veces por semana a alumnos rezagados de los primeros años a partir de esta semana y dos meses más después de las vacaciones de navidad.
-Profesor, no se le olvide...
-Lo sé Minerva -dijo él, aún con paciencia-. Señor Holmes, si vuelve a insistir en hacer pesquisas que tienen que ver con lo del invernadero, vamos a tener que revocarle sus derechos de estancia en Hogwarts por las vacaciones, -por la manera en que Sherlock se había quedado mirando al profesor Flitwick y la tensión en todo su cuerpo, supe que eso era lo peor que le podía hacer-, y pasaría los siguientes dos meses después de navidad ayudando a Hagrid. A usted, señorita Watson, le revocaríamos los derechos de poder salir de Hogwarts por navidad. -Fue mi turno de acusar el golpe en silencio. No fue nada fácil. Al saber que había dado en el blanco con sus directrices, el profesor Flitwick miró tranquilamente hacia una más complacida profesora McGonagall-. Ahora, si me disculpa Minerva, me gustaría hablar con mis alumnos sobre su falta y los pormenores de sus castigos, sino es molestia.
No lo fue. Más tranquila, la profesora McGonagall se puso en pie y Sherlock y yo también lo hicimos. Y, después de dirigirnos unas palabras aleccionadoras que, al menos a mí, en verdad me hizo repensar mi actuar; se fue de la oficina con porte y dignidad.
Sherlock la miró cerrar la puerta con las manos en los bolsillos y subiendo y bajando los pies. Cuando finalmente se encontró seguro de los oídos de ella, se volvió en seguida hacia el profesor Flitwick.
-Profesor Flitwick, si me deja exponerle…
El aludido, que se había vuelto a sentar detrás de su escritorio de roble, le hizo un ademán con la mano para que se sentara también y lo hizo extensivo a mí con una mirada.
-Dígame sus deducciones y con base a qué las ha sacado.
Me sorprendí de la paciencia que demostró el profesor Flitwick, pero Sherlock no. Él expuso lo más concreta y correctamente posible sus deducciones, como si estuviera respondiendo a una llamada oral en clases. Yo solo hacía unos comentarios ocasionales y el profesor escuchaba atentamente sin decir ni una palabra.
-… ¿Qué cree, profesor? -preguntó Sherlock al final, y en verdad parecía interesado en su opinión.
Flitwick se enderezó en su silla y miró de uno a otro como buscando encontrar su propia respuesta en nuestros rostros. Y pasamos la prueba.
-Me contactaré en seguida con Harry Potter para comentarle la hipótesis y pedir la ayuda de un auror inmediatamente. -Sherlock me miró y sonrió. Por fin pareció relajarse. Supe que había, habíamos sido tomados en serio, y eso me llenó de alegría y alivio… El profesor volvió a recostarse en su sillón-. Creo que lo que le pasó al profesor Longbottom y una posibilidad de una seguidilla de malos acontecimientos en Hogwarts, no deben ser tomados a la ligera.
-Es necesario saber cuál es la planta que la señorita X robó -insistió Sherlock-. Es nuestra mejor baza para intentar predecir sus motivos y siguientes movimientos.
Pero Flitwick no estaba de acuerdo. De hecho, se puso en pie nuevamente para darle más ahínco a sus palabras, ese que su tono de voz le hacía difícil conferirle.
-No me mal entienda, señor Holmes. El que tome en serio sus ideas no quiere decir que le dejaré seguir investigando una situación que usted mismo sabe lo peligrosa que podría ser.
-Pero, profesor… -y la relajación se fue. Sherlock zapateó compulsivamente con un pie.
-¡Nada de peros! -otra vez el chillido que tanto temíamos. Sherlock cerró la boca y movió más su pie, y el profesor Flitwick respiró hondo antes de seguir-. Por más que quiera ser auror, eso no le da derecho de ponerse a usted y a sus compañeros en peligros innecesarios apenas dé con algo de esa índole… -Volvió a sentarse y me miró, centrando, por primera vez, toda su atención en mí. Su expresión dejó la dureza, y eso fue lo peor que podía hacerme. Me sentí culpable, y más cuando empezó a hablar-: señorita Watson, cuando me di cuenta de su amistad con el señor Holmes, creí que iba a ser una buena influencia… -fue el inicio de una conversación en la que, de alguna manera, salí siendo yo la peor parada.
-o-
Salimos de esa oficina unos diez minutos después. Yo tenía un pedazo de pergamino en la mano, donde había anotado a los cuatro chicos que iba a ayudar desde el día siguiente; y una sensación de culpabilidad por no arrepentirme de lo que había hecho. Sherlock tenía la orden de ver a Hagrid apenas terminaran las clases, y un severo caso de ensimismamiento. Caminamos en silencio, sin rumbo aparente.
-Gracias, por respaldarme. -apenas oí. En verdad le costaba decirlo.
-De nada.
Abrió la boca un par de veces más, pero creo que decidió cambiar de tema y salió con una pregunta que nunca me vi venir:
-¿Estás entusiasmada por tus planes navideños? -Yo creí que era su manera de tratar de mejorar mi humor después de todo lo que había sucedido esa tarde, así que le hablé de mi viaje a casa, New York, y todo lo que pensaba a hacer ahí. No nos fue difícil enfrascarnos en el tema, aunque tampoco fuera una conversación fluida.
Pocos días después, me di cuenta de que no lo había preguntado solo para mejorar el ambiente.
7. Cerca de las pistas y lejos de las pesquisas.
Pocos minutos después de haber regresado a la sala de espera en la enfermería, por fin la enfermera Wainscott salió para darnos noticias.
-Neville… El profesor Longbottom se va a recuperar completamente, -nerviosa como estaba, tomó unos instantes para acomodar sus ideas antes de seguir-: solo necesita un atento cuidado y tiempo para recuperar sus fuerzas. Va a ser un proceso lento pero creo que lo tendremos de vuelta para antes de San Valentín. -Tragó saliva, sonrojándose por momentos-. Lo llevaremos a San Mungo mañana o pasado mañana para que ahí tenga el mejor tratamiento…
Mientras agradecíamos que el profesor se iba a recuperar, y nos preocupábamos porque iba a durar tanto; la profesora McGonagall le preguntó algo a la enfermera Wainscott en confidencia, y yo hice lo mismo para con Sherlock.
-¿Siempre supiste eso?
-Sabía que era lo más probable. -Se quedó ensimismado por un instante, y luego volvió en sí con un movimiento rápido, mirando a la salida e inició el camino-. Bueno, creo que ya es hora de escondernos en nuestras habitaciones antes de que las Patil vengan a por nosotros.
-¿Las Patil? ¿Hay más de una?
Interesada fui tras suyo y, ya en el pasillo, caminé junto a él.
-Dos, hermanas gemelas y muy diferentes en carácter -seguía Sherlock-, pero, extrañamente, con la misma profesión: Exagerar las situaciones y sobreproteger al alumnado. Cuando sepan que fuimos nosotros los que ayudamos al profesor Longbottom, nos perseguirán y no se rendirán hasta hacernos ir a visitarles… -Dio un bufido-. ¡Subdirección de apoyo y orientación! Una de las tantas medidas que impusieron después de la batalla de Hogwarts, como hacer Estudios muggles una asignatura principal en los primeros años, lo cual es lo más acertado de esos cambios, dicho sea de paso… -tomó aire e reinició con renovados bríos- Hacernos ir a casa varios fin de semana, y hasta fiestas a las llegadas de las vacaciones. Según lo que sé, antes Hogwarts se centraba solo en lo importante: aprender.
Puse los ojos en blanco ante su poco adolescente queja… Me encontré con los hongos para la Giralunas al meter mis manos en los bolsillos. Sentí una abrumadora sensación de irrealidad al pensar que pocas horas antes, había estado recogiendo hongos en el bosque. Cuando levanté la vista, me di cuenta de que Sherlock me inspeccionaba, y sentí que entendía lo que pasaba con solo mirarme.
-Dámelos. Haré el abono para la flor. -Su tono era menos frenético y, solo con eso, mucho más amable-. Por más que el profesor Longbottom esté en cama, no quiere decir que podremos pasar de Herbología.
Se los di y, poco después, separamos caminos al final del pasillo. Yo fui al Gran Comedor, ya era de noche y no comía desde el almuerzo y él… A algún lugar que no tenía que ver con hacer abono para las flores, estoy segura. Más tarde, y ya metida en mi cama, me costó conciliar el sueño pensando en lo que Sherlock estaría haciendo. Sabía que no iba a dejar en paz el tema del invernadero, por más peligrosa que parecía ser la señorita X.
-o-
-Gnujmuro ugrae, o “estómago de la tierra” -dijo Sherlock con firmeza, mientras se sentaba junto a mí la mañana siguiente, en el Gran Comedor y a la hora del desayuno.
Lo que más me sorprendió no fue su bizarro sustituto de “Buenos días”, sino su presencia en ese lugar y más, a la hora de comer. De hecho, a los Ravenclaw cerca de nosotros también les sorprendió, y se dio un silencio que “celebró” su llegada, algo que Sherlock no pareció notar mientras se servía jugo de naranja.
-¿La planta que la señorita X robó? -susurré yo, aún sintiendo la mirada de todos en mí, pero aparentando tan bien como él que todo eso era común y corriente.
Su sonrisa ladeada fue suficiente para saber que era así, y que le agradaba no haber tenido que explicarse.
-Creí que le interesaría saberlo. Se lo sonsaqué ayer al auror Lestrade, el encargado del caso. -Tomó un gran sorbo del vaso-. Es un tubérculo parecido a una papa negra que sobrevive a base de ir aumentando su radio de alimentación. Y por radio de alimentación, quiero decir licuar plantas y animales a su alrededor, por medio de, por decirlo de alguna manera, envenenar la tierra que sus minúsculos tentáculos alcanzan. -Mientras yo me sentía empalidecer, él se terminó el jugo de naranja-. X debió llevar guantes especiales para arrancarla de la maceta con runas que la mantenía en control. Sino, habríamos encontrado un cuerpo medio derretido en el invernadero… Su nivel de organización habla mucho de la posible naturaleza de sus motivos.
-¿Y cuáles podrían ser esos motivos? -fui al punto, en un susurro mucho más bajo.
-Trabajo en eso… Ahora, con su permiso -tan rápido como se sentó se puso en pie-. Voy a ayudar a Hagrid.
Y sin importarle que algunos se quejaran por el “robo”, cogió toda una bandeja de tocino. Luego se volvió a mí, dijo “un seguro contra monstruos” y asintió como despedida, antes de salir del Gran Comedor.
-Joan Watson -canturrió Jennifer Sayles frente a mí, la más pícara de mis compañeras de habitación y amistades-. Así que eran ciertos los rumores, ¿tú y Sherlock Holmes…?
-Ayudamos al profesor Longbottom, sí. -Pero ella no quiso entender que no estaba de humor para sus intentos de interrogación. Hasta agradecí entrar a Historia de la magia unos minutos después, porque solo así ella y Martha dejaron de insistir con el tema.
-o-
Ese día en la tarde, se esparció el rumor de que transportarían por la Red Flu al profesor Longbottom esa misma noche. Por lo que, junto a Mary, una chica Hufflepuff con la que me llevaba muy bien, fuimos a verle o tratar de despedirle. No fuimos las únicas que lo hicimos.
Cuando llegamos, nos encontramos a varios estudiantes esperando su turno para entrar a verle o, simplemente, espiar lo que ahí pasaba. Sherlock había ido a las dos cosas. Él estaba recostado a la pared de una esquina y apartado del tumulto, con sus manos en los bolsillos. Lo único que parecía mover, eran los ojos para mirar atentamente a unos y a otros; y los labios, para susurrarse cada tanto algo a sí mismo. A mí me extrañó que yo fuera la única que eso le pareciera una escena poco común.
-Pasa Mary, ya voy yo más tarde -le dije a mi amiga, antes de enfilar hacia él. Sherlock solo dio una cabezada como bienvenida, y luego siguió en lo suyo-. ¿También viniste a despedirte?
-Sí, desde hace dos horas, de hecho. Posibilité uno de los pocos momentos de lucidez que tiene el profesor Longbottom, para preguntarle sobre la señorita X. Pero -su tono denotaba el enojo que sentía- a la enfermera Wainscott y a la esposa creen que es más útil que en esos momentos le digan lo bien que va a estar, en vez de intentar dar con quién le hizo esto.
-Lo siento -dije, aunque entendía el punto de ellas.
Pero él ya parecía haberse dado a la idea cuando me miró un instante, y me habló en susurros.
-Luego se me ocurrió que X haría lo mismo que yo, venir a ver si el profesor Longbottom dijo algo sobre ella. Por lo que hice correr dos rumores. Que el profesor Longbottom iba a ser llevado a San Mungo y que el auror a cargo del caso hablaría con él ahí. El hecho de que la primera parte sea verdad, le confiere credibilidad a la mentira que le sigue. -Hizo un ademán con la cabeza, extensivo a todos los que estaban en la sala de espera-. Puede que estemos mirando a la señorita X ahora mismo, Watson.
Al entrar dos chicas de Gryffindor, Sherlock apuntó sus nombres en una libreta que sacó de su bolsillo, usando un lapicero que le había regalado. Para cuando salí de visitar al profesor y darle los mejores deseos a su esposa, él seguía ahí. Pero tenía una estudiante a la cual ayudar a memorizar los transportes muggles, y una tarea de Aritmancia esperándome… Y sentí que Sherlock no quería estar acompañado. Hasta la noche de dos días después, me arrepentiría de no saber sabido del todo cómo iban las cosas con él.
8. Una noche en lumos.
Al día siguiente de la ida del profesor Longbottom a San Mungo, Sherlock y yo teníamos Pociones juntos, pero él no fue porque, según lo que dijo la profesora Goodwin; decidió ir voluntariamente a una reunión con una de las Patil para hablar sobre lo que pasó en el invernadero 3. Hasta comentó que el profesorado había deseado que se diera algo como eso más o menos desde que lo encontraron destripando una rana en su segundo año. Por más que el grupo de estudiantes en el que debía estar Sherlock terminó pareciendo de setenta años al tomar su poción rejuvenecedora, la estricta profesora Goodwin no renegó porque él no hubiera llegado a clases.
¡No entendía nada!
Para la noche del día siguiente, no había visto a Sherlock desde lo de la enfermería. Estaba muy preocupada. Habríamos tenido Herbología en la mañana, y sabía que había ido a su clase de Hechizos y Transformaciones en la tarde, pero después de eso había “desaparecido” y temía por su seguridad. No dejaba de sentir que, así como de seguro Sherlock estaba tras de la señorita X, ella lo estaría detrás de él… Pensando en ese tipo de cosas, no pude conciliar el sueño ese segundo día y, harta de ver el segundero de mi reloj despertador, me puse en pie y bajé en busca de algo qué hacer.
Me encontré con Sherlock sentado en un butacón cerca de la chimenea y de tres pilas de libros de más de un metro de altura. Tenía las palmas juntas frente a su boca y la mirada fija al frente, como si les estuviera rogando algo a los libros.
Era casi las doce de la noche, pero verlo me hizo sentir mucho alivio.
-¿Insomne también?
Sherlock respingó mientras movía la cabeza para verme. Al reconocerme, se relajó.
-Dormir es una pérdida de tiempo.
Asentí comprensivamente y miré de él a los libros.
-¿Qué haces? -¿Y qué has estado haciendo? Quería saber, pero me parecía fuera de lugar preguntarlo tan rápido.
-Pensar mientras se termina un hechizo. -Volvió a poner sus manos frente a la boca. No sentí que eso fuera una invitación a que me fuera, y más bien me acerqué.
-La profesora Goodwin dijo que fuiste a ver a una Patil… -tanteé el terreno. Capaz y sí había necesitado apoyo y orientación.
-Sí -respondió, quitándole importancia-. Logré que saliera de la oficina y así pude hacer un hechizo copiador a varios de los archivos de estudiantes mujeres. Creo que eliminé algunas más en mi listas de candidatas a ser X.
Fue extraño que esa confesión me hiciera sentir más tranquila. Sí sonaba más al Sherlock que cada vez conocía mejor. Al acercarme a él y a la luz de la chimenea, pude ver algunos de los nombres de los libros en sus lomos y, también, que arriba de cada pila había un pedazo de pergamino en los cuales Sherlock había escrito palabras circundadas en runas. Comprendí al instante.
-Es un buscador mágico… Crees que X quiere hacer una poción.
-Es lo más lógico -aseguró-, aunque puede ser un conjuro: una poción que se activa con un hechizo. La mayoría de los conjuros más poderosos se activan en luna llena o nueva, como estamos en luna creciente, aposté por la luna llena.
-¿Qué son los peces esponja? -estaba listada en el pergamino, y siendo buscada en los libros en ese mismo momento.
-Lo que su nombre sugiere y, según mis pesquisas, el único ingrediente mágico que he probado que ha sido robado… Unos peces pequeños con forma circular que se nutren de los desperdicios mágicos. En la mañana de ayer, después de clases, Hagrid y yo llevamos unas bolsas de excremento peligroso a una poza, -hice una mueca de asco, pero Sherlock la ignoró-, y él hizo un comentario que me hizo creer que X se los estaba robando. En efecto, la poza estaba muy sucia para el cardumen de peces que Hagrid había ambientado en ella. Buscando pistas que respaldaran mi hipótesis, di con una trampa en la que dos de los peces habían caído. Los liberé y puse un hechizo alarma alrededor de la poza.
El alivio aumentó:
-¡Vas a atraparla!
-No creo. Primero, no sé si en verdad fue ella. Segundo, los peces habían puesto huevos dentro de la trampa que, según Hagrid, han tenido unas dos semanas de incubación. No creo que necesite más peces, creo que no le importó dejar una trampa detrás. Puse las alarmas sin muchas esperanzas, la verdad.
Me desinflé.
-Pero, por ahí hay una señorita que tiene una gran pecera, ¿no?
-De acuerdo con los elfos domésticos que me hicieron el favor de registrar las habitaciones de todas las señoritas del castillo, no. Y de paso, tampoco hay alguna señorita con estómago de tierra por ahí. -Se masajeó la cara y las sienes-. Creo que, apenas tenía algo en sus manos (porque estoy seguro que no es lo único que ha robado), lo ponía a salvo y a cargo de alguien usando la Red Flu. Y no tengo acceso a esos registros, -su tono se hacía cada vez más desesperado y frenético-, porque al estúpido del auror Lestrade le importa más la hora y el cómo pude contactar con él por red Flu, que creer que el robo de peces esponja es una causa legítima para pedir esos registros. Además, aunque los tuviera, éstos solo dicen la hora y dirección del destinatario del contacto, no quién contactó.
A pesar de que no me hiciera gracia, en verdad pude ponerme en los pies del auror. El que Sherlock tuviera una misteriosa manera de lograr hablar con él usando la red Flu, cuando no cualquier chimenea de Hogwarts está conectada; me parecía muy bizarro y sospechoso hasta a mí… Pensando en todo y en nada, me senté junto a Sherlock, en un reposabrazos de la butaca. Por fin dije la idea que más me rondaba en la cabeza.
-¿No crees que es peligroso…? -Pero no pude terminar la pregunta. Hubo un viento alrededor de cada pila de libros, y los pergaminos arriba de ellas se consumieron a sí mismos como leves bengalas. Sherlock se puso en pie al instante y, antes de tomar el primer libro, miró su reloj.
-Solo tengo hasta las siete de la mañana para devolver estos libros a la biblioteca, antes de que la señorita Pince se dé cuenta de que los tomé prestados sin pedirle permiso… -me miró por un instante, pero luego tomó un libro en cada mano, se sentó en el suelo y sacó su varita-. Lumos -y la dejó en el suelo frente a él, mientras me contestaba-: Sé que es peligroso, Watson, pero creo que es aún más peligroso que nadie se lo tome tan en serio como yo.
Solo pude darle la razón. Yo cogí dos libros, me senté en el suelo y usé mi anillo para apuntar la luz a las hojas que titilaban.
-Pero, sus planes de navidad… -se sorprendió él.
-No creo que McGonagall o Flitwick vengan a investigarnos en medio de la madrugada y además, querer aprender de pociones y conjuros no me parece nada sospechoso.
Él sonrió.
-En libros robados de la biblioteca.
-Tomados prestados, tú mismo lo dijiste.
Él dejó de sonreír.
-En serio, Watson... La señorita X…
- No está en estos libros, pero tal vez pueda ayudarte a entender qué es lo que pretende… Aquí dice que el ceviche de pez esponja sirve para curar la indigestión…
-o-
-Watson -una voz a lo lejos, y un movimiento cada vez más fuerte en mi hombro-. Watson, te has quedado dormida.
Me levanté lentamente y me di cuenta de que la hoja del libro estaba pegada a mi salivada boca. Avergonzada, la despegué y me limpié la comisura con la mano.
-¿Qué hora es?
-Hora de ir a la cama.
Y tuve que darle la razón. Ya me había dormido dos veces, tenía que rendirme a la evidencia de que mi cuerpo no daba más. No sabía cómo el de Sherlock sí podía seguir. Me puse en pie y, con mis ojos hinchados, vi a las tres pilas de libros diezmadas casi a la mitad; los ya revisados estaban en otras varias pilas de menor altura alrededor de nosotros.
-¿Diste con lo que te sonaba? -pregunté, quitándome las lagañas de los ojos-. Lo de las funciones… seguidas -Ni siquiera podía pensar bien, menos decir la idea que no terminaba de formularse en mi mente.
En algún momento de la noche, Sherlock decidió que las funciones de los ingredientes robados (Destrucción por parte de la estómago de tierra, y la purificación de los peces esponja) se cancelarían en una misma poción, pero serían complementarios al ser usados uno detrás del otro. Eso le recordó a los conjuros en cadena, pero no encontrábamos alguno por el que mereciera la pena atacar a un profesor. Al menos hasta ese momento.
-Di con un hechizo que puede de ser tan importante como para matar, y relacionado con un posible conjuro en cadena que contendría los dos ingredientes y la pertinencia de la luna llena. -dijo en una seguidilla, y con un tono frustrado que decía a las claras que le había costado dar con eso y que aún le faltaba mucho para estar contento con esa respuesta.
En ese momento no entendí del todo la idea, pero me pareció un gran paso aun así.
-Bien, tal vez pueda sentarme y… -y un gran bostezo me recordó que no podía más.
-¿Y babear los libros? No gracias. -Su tono se relajó solo un poco-. Ve a dormir, Watson -instó distraídamente, enfrascándose en uno de los libros más gruesos de la pila.
-Buenas noches, entonces.
-Buenas noches -respondió por inercia.
Parte 3