¡Feliz Amigo invisible ineongallifrey! 3/3

Dec 30, 2013 10:34

Título: El caso del ataque al Invernadero 3.
Nombre de la persona asignada: ineongallifrey
Universos: Crossover de Elementary y Harry Potter.
Personajes: Sherlock Holmes, Joan Watson.
Clasificación: PG -13, Gen. Case!fic.
Resumen: Joan nos cuenta la historia de cómo conoció a Sherlock apenas llegar a Hogwarts, y el primer gran caso en el que le acompaña.
Nota 1: Muchas gracias a mi querida beta cuyo nombre no puedo nombrar porque es parte del AI, por las ganas y el entusiasmo que tuvo con este escrito, y por betearlo tan rápido.
Nota 2: Espero que hayas pasado unas muy lindas navidades, ineon, y que este regalo contribuya en el collage de buenas memorias de la temporada.



9. Con tal de saber lo que sucede…

No pude contenerme. Apenas me levanté, me cambié de ropa, fui al baño y me lavé los dientes, estuve segura de adónde tenía que ir antes siquiera de desayunar. Cuando bajé a la sala Común, los libros y Sherlock habían desaparecido. Pero, como faltaban diez para las siete, imaginé que me lo encontraría en la Biblioteca si me apuraba. No quería que se me “desapareciera” sin saber, al menos, si había encontrado algo más en los libros mientras yo dormía.

Por eso, a las siete y tres minutos, pude ser testigo de algo que nunca creí que vería al entrar en la Biblioteca.

-¡... mis años aquí, nunca había sido acusada de...! -la señorita Pince, la bibliotecaria, estaba gritando en su preciado santuario del silencio.

-¿Incompetencia? ¿Mala praxis? O, por lo menos, ser distraída. -Pero no me sorprendió que el provocador de esos gritos fuera Sherlock Holmes-. Porque estoy seguro de que usted no es la ladrona, y ahora que sabe que ha desaparecido, es la persona más interesada en recuperarlo. Así que, ¿puede responder a mi pregunta y decirme si alguien ha demostrado tener un interés desmedido por El que previó el talento?

Los dos estaban justo en la entrada de la biblioteca, a la par del mostrador detrás del cual ella solía estar.

-¿¡Aparte de usted!? -le respondía la señorita Pince, totalmente irónica. Pero él solo se le quedó mirando, con los brazos cruzados y sin pisca de paciencia.

-Entonces, ¿hubieron más? -Indicó con un gesto brusco y general al escritorio frente al cual estaban- ¿Puede buscar entre estos papeles a ver si da con los nombres de las personas interesadas en Apius Blood o no?

-¿Cómo se atreve...?

Me dije que tenía que mediar al instante. Fuera cual fuera el libro sobre el cual quería información, Sherlock no lo iba a conseguir con esos modales.

-Demuestre que me equivoco, y dé con el libro… -su intento de amabilidad terminó siendo una ironía-. Por favor.

-¡Sherlock, que así no se piden las cosas! -Él me miró indignado e instigado, hasta que entendió una expresión que le hice. “Solo te quiero ayudar con ella”. Pero me negó en un leve movimiento, abrió mucho los ojos como diciendo “no te metas”, se volvió a la señorita Pince. Su voz fue mucho más alta:

-¡Ya lo intenté pedir amablemente: Por favor, señorita Pince, dígame donde está o quién está interesado en El que previó el talento. Autobiografía de Apius Blood; y ella no tiene la respuesta de lo primero, y no quiere decirme lo segundo!

¿Una autobiografía…? No entendía cómo había pasado, en unas horas, de estar interesado en pociones y conjuros, a una historia de vida. Y más que, conscientemente, hiciera todo lo posible para evitar lograr lo que deseaba: Jamás iba a conseguir de la señorita Pince ningún nombre si la trataba con esas maneras. ¿De qué me estaba perdiendo en ese momento, y porqué me sonaba de algo el nombre Apius Blood?

-¡Fuera, inmediatamente! -susurró la señorita Pince, su nariz ganchuda muy cerca del rostro de Sherlock- Y no vuelva hasta que quiera disculparse.

Oímos un sonido que pareció mucho más fuerte en el silencio cargado que siguió a esas palabras. Una joven de grandes anteojos y maneras nerviosas estaba recogiendo los libros que se le habían caído. Sherlock también la miró, y luego decidió ignorarla para encararse de nuevo con la señorita Pince.

-No se preocupe señorita Pince, ¿perdió la Autobiografía de Apius Blood y no sabe ni siquiera a quién le interesa? Está bien, tengo mis recursos e información para subsanar sus faltas. -Y, sin más, salió de allí.

Yo hice una cara y cabezada de disculpa a la aún disgustada mujer, y salí detrás de él.

-¿Qué rayos fue eso?

-Lanzar la carnada. -El muy descarado sonreía.
-o-

Sherlock había llegado a una idea que calzaba perfectamente con todo lo que sabía de la situación y que, a la vez, no dejaba de ser solo una hipótesis. Por eso había “tirado la carnada”, para saber si lo que había concluido era lo que pasaba, o tenía que repensar todo el asunto.

Entre que él parecía hablarse a sí mismo, y que yo solo había dormido unas tres horas, no pude entenderlo todo. Solo dos informaciones perduraron en mi mente por lo sorpresivas que me parecieron: Según Sherlock, la señorita Pince era una de las mayores chismosas del colegio, por lo que tenía asegurado que la escena que acababa de montar iba a ser oída por todo Hogwarts.

-Y he dicho tantas veces Apius Blood y su autobiografía, como para que esa información se filtre y, cuando X la oiga, entienda detrás de qué creo que va.

-¿De qué?

-Ya te lo dije poco después de conocernos. Apius Blood solo pasó a la historia por hacer un objeto encantado en particular: La lista de alumnos de Hogwarts.

A más explicaba, más me confundía yo.

-¿Estás queriendo decir que ella casi mata al profesor Longbottom por la lista? Pero, la estómago de tierra y los peces esponja ¿qué tienen que ver con esto…? -Harta de la situación, me adelanté a él para detenerlo y encararlo- ¿Puedes explicarme todo de una vez?

Miró a otro lado como sopesando las opciones y decidió justo lo que menos necesitaba.

-Dado que no lo he demostrado aún, no vale la pena siquiera hablarlo. Lo que debes saber es que todo tiene que ver con el efecto de la habituación a la conexión de hechizo que tiene la lista de Hogwarts; y que me puse a mí, a mi habitación y al ático en la mira de X, así que es mejor que no seamos vistos juntos desde este momento. Si soy atacado antes de luna llena, quiere decir que estoy en lo correcto.
Eso último fue la segunda información que perduró en mi mente. Sherlock aprovechó mi estado de shock para escabullirse y, por más que pude alcanzarlo, no logré conseguir de él que fuera por sí mismo a hablar con Flitwick o McGonagall sobre lo que sucedía. ¿Cómo alguien iba a picar la carnada si sabía que era una trampa?

-Te doy dos días de tiempo, Sherlock -determiné al final, lo más tranquila que pude-. Sino, iré yo misma a decirles.

-Watson... Juro por... -Estaba tan alterado, que hasta le costó hablar por un momento-. ¡Está bien, has lo que quieras, que no cambiarás de opinión! Pero quiero recordarte que no es a mí a quien debemos vigilar, es a X. -La frialdad con la que habló fue suficiente para saber que se sentía traicionado solo con que hubiera pensado en esa posibilidad.

Le vi ir hacia una escalera que no sabía a dónde daba y, aunque sentía que con eso iba a realmente traicionar la confianza de Sherlock, me prometí a mí misma que a la primera señal de que algo extraño pasaba, iba a decir al profesor Flitwick y a la profesora McGonagall lo que él había hecho. Hacer una trampa para ponerse a sí mismo como carnada no era la mejor idea que pudo haber tenido, y estaba realmente preocupada de que estuviera tan metido en el misterio de los motivos de X, como para obviar de esa manera su propia seguridad. Sabía que Sherlock debía ser ducho en los duelos mágicos, pero me imaginaba que X también lo debía ser. Y ya había dado pruebas de que ella no tenía escrúpulos.

10. La lista y la trampa.

No tuve una nueva oportunidad de intentar hacerlo entrar en razón por ese día. Sherlock jugando a las escondidillas en Hogwarts... No había modo de que lo encontrara si él no quería ser encontrado, y más estando tan resentido conmigo.

Estuve intranquila, las clases fueron un desastre para mí y me costó conciliar el sueño en la noche. Desperté ese sábado muy temprano para ser un día libre, y lo primero que pensé fue que esa noche era luna llena.

Bajé a la sala común con la intención de encontrar un juego mágico con el que intentar distraerme, cuando me encontré de nuevo a Sherlock ahí. Pero era como si fuera el Sherlock Holmes anterior al ataque del invernadero. Verlo sentado en la Sala Común leyendo de un libro para hacer una tarea de Historia de la Magia como si nada, mientras a mí me costó conciliar el sueño en toda la noche; me hizo enojar tanto, que decidí sentarme en la butaca más cercana a él sin más. ¿¡Cómo podía presentarse tan calmado, tan manso, como si no pasara nada!?

-Así que vuelves a estar al descubierto. No sé si me alegro o no de ello. ¿Le será más fácil a X encontrarte aquí?

-Si es Ravenclaw, por supuesto que sí -respondió con un tono de suficiencia insoportable y aún escribiendo-. Lo cual es muy posible, dada la inteligencia que ha demostrado tener.

-¡Por el amor de Dios, Sherlock! Todo ese plan es disparatado, ¡y lo sabes! -Él ni siquiera apartó la vista del pergamino. Mis manos se hicieron puños, pero no alcé la voz aún así. Había aprendido, de verlo discutir con la profesora McGonagall, que mantener controlado el carácter era la mitad de la batalla en una discusión con él-.
Evade todo lo que quieras, Sherlock, pero eso no quita que el ponerse en el punto de mira de alguien que casi mató a un profesor, no es lo más sano ni el único modo de proceder en el caso, estoy segura.

Él subió la mirada, entre interesado y altanero.

-Si tienes una idea para saber su motivación ya, cuando estamos en los días de luna llena en donde probablemente va a activar su conjuro, y a uno de que todo el estudiantado se vaya a las vacaciones de las que no creo que vuelva X; soy todo oídos.

No me vi venir que pidiera mi opinión, y eso me dejó abriendo y cerrando la boca, queriendo decir algo muy inteligente en ese mismo momento, pero sin dar con ello. Sherlock pareció satisfecho.

-Eso creí. Ahora, si me disculpas... -e iba a volver a su tarea.

-Háblame más de ese conjuro que X va a hacer -pedí a la desesperada-. Tal vez con una mirada fresca demos con otra salida.

Sherlock pareció debatir la idea contra sí mismo. “Vamos”, le insistí, y él se dio por vencido.

-No es nada del otro mundo. Tiene que iniciarse en luna creciente y está lista, después de fermentar, en tres o cuatro días. Debe ser activada en noche de luna llena y pierde el efecto con el inicio del cuarto creciente.

-¿Cómo funciona?

Sherlock acercó la silla un poco más. Un grupo de chicos sexto habían bajado desde las habitaciones y se nos habían quedado mirando. Cuando volvió a hablar, mucho de su acidez se había ido, y se fue diluyendo mientras más palabras decía.

-Como te dije, X debe tener frente a sí la lista. El papel y tinta no son la única parte del hechizo. El pergamino está metido en un cilindro de metal y cedro partido a la mitad, y lleno de runas. Ahí está el hechizo que, entre otras cosas, dice a quiénes y a cuenta de qué debe buscarlos para poner su nombre, fecha de nacimiento y dirección en el pergamino. -Hasta ese momento, empecé a tener idea de lo útil y, por lo tanto, valiosa que podía ser la lista... Porque no necesariamente tenía que ser la lista de Hogwarts. Sherlock también vio en mi expresión que lo había entendido, y sonrió apenas-. El conjuro que X usará, será como una tinta que puede reescribir parte de un hechizo. Entre otros ingredientes, el ácido de la estómago de tierra borrará la anterior parte del hechizo y la sustancia de los peces esponja limpiará la destrucción detrás de la estómago para que el hechizo no se pierda, sino que sea cambiado según la recitación que ella haga y las nuevas runas que delinee.

-Podría buscar a todo tipo de personas -comenté, ida.

-La lista es tan exacta, que hasta dice en qué habitación de tu casa estás... Si estás en Gran Bretaña y estudiaste en Hogwarts, siempre sabrá dónde duermes. Pero X podría cambiar y ampliar los parámetros a su antojo. El hechizo tiene ese potencial.

Estuve viendo hacia una ventana por varios segundos, pensando en todo, sin poder concentrarme en nada en específico. Hubo algo que aún no entendía del todo.

-Dijiste ayer que todo tenía que ver con un efecto de habituación a una conexión...
-Sí. Uno de esos principios básicos que no se conocen mucho: con el tiempo, la magia se habitúa a un modo de ser hecha. Por eso se debe decir lumos en vez de luz, y por eso la lista se comanda a sí misma para hacer lo que hace y cómo lo hace. Ese pergamino no puede ser quitado del cilindro y hacerle otro como si tal cosa, se debe cambiar el hechizo que ya tiene en vez de sustituirlo, porque es en verdad complejo y no tiene igual. El solo hecho de haber conseguido la manera de cambiarlo a su conveniencia ya es toda una hazaña para X y quien sea que esté haciendo la poción fuera de Hogwarts.

Encontrar a cualquier persona. Algo me decía que la señorita que había atacado al profesor Longbottom por solo un ingrediente, no tenía la mejor de las intenciones para los usos de ese hechizo.

-¿Qué dice el auror Lestrade sobre la lista de Hogwarts y los registros de la Red Flu?

Sherlock dio un bufido frustrado.

-Él simplemente no quiere escuchar. Tal vez lo haga si le enviara un howler. A veces, la mejor manera de hacer que alguien sea útil, es retándole.
-Ni se te ocurra Sherlock, ¡Por las barbas de Merlín! -me masajeé el rostro, suplicando paciencia y raciocinio. Lo encaré de nuevo-: ¡Puedes reforzar la seguridad de la lista! Decirle al profesor Flitwick que lo haga, pedir ayuda a los elfos domésticos... ¿Por qué parece que te decantas por las ideas extremas?

Sherlock me hizo un ademán con la mano para que me callara, y se acercó aún más. Su susurro fue muy perentorio.

-¡Watson, no tan alto! Las paredes pueden tener oídos, y hay miles de orejas extendibles por ahí... -esperó a ver mi anuencia, miró alrededor furtivamente, y luego prosiguió-: Uso estas medidas porque las comunes no me son útiles. No me mal entiendas, esas fueron muy buenas ideas... Si en verdad supiera que X va a por la lista. Pero, como aún no lo sé, no puedo ir donde alguien solo con mi palabra de respaldo.

-¡Claro que puedes!

Sherlock me miró fijamente, tan incrédulo por mis palabras que parecía buscar la mentira en mi expresión. Le sorprendió no encontrarla y, creo, también le enterneció. El ambiente se enrareció con su incomodidad, y Sherlock volvió a recostarse en el respaldar de su silla.

-A veces es demasiado evidente que acabas de llegar a Hogwarts, Watson. Yo estoy aquí desde los once años... -Pareció que iba a decir algo más íntimo, pero decidió no hacerlo. Aún así, era palpable su dificultad para hablar. Algo que ya había empezado a asociar con que él se adentrara a terreno más personal-. Es una larga historia, pero basta decir que el desarrollo de mi método de observación se basa en el ensayo y error y que, en mis primeros tres años aquí, perdí todas mis oportunidades de ser creído después de haber vivido varios de esos errores.

-Pero ya no eres un niño de once años y el profesor Longbottom fue atacado y esos dos ingredientes, robados. -Intenté animarlo, y hacerlo reaccionar-. Por lo menos debemos decirle al profesor Flitwick, para que él haga algo por proteger la lista.

Pude ver como mi punto de vista mellaba en él, aunque no sin pelea.

-Si lo hiciera, ¡y estoy diciendo “si”! Eso no quitaría que me diste dos días antes de delatarme, Watson.

Sonreí.

-¿Vamos a buscar a Flitwick?

Sherlock troceó un pedazo de pergamino, y escribió con tinta y papel en él.

-Es fin de semana, él está en su casa. Esta es su dirección. Estás en libertad de decirle lo de la lista, no lo de la trampa. ¿Entendido?

-Entendido.

-Y también sabes que eso quiere decir que te perderás New York, ¿verdad?

-Y tú, a Hogwarts.

-Si estoy en lo correcto, no me parecerá tan insufrible.

Sellamos el pacto cuando yo cogí la dirección del profesor de su mano. Sherlock volvió a su tarea de Historia de la Magia, y yo fui en busca de la lechucería.
-o-

Me sorprendí al ver llegar a la lechuza en la hora del almuerzo y, como él me respondía en esa carta, que iba a viajar por la red Flu esa misma tarde. A las tres en punto, Sherlock y yo estábamos frente a la puerta de su oficina, esperándole.

-Buenas tardes, Joan, Sherlock... Espero que después de esto sí disfruten un poco más su sábado en Hogwarts -dijo al llegar, sacando su varita del bolsillo para destrancar la puerta.

-Eso espero también, profesor -contesté yo-. Muchas gracias por haber venido en fin de semana.

Él encogió los hombros.

-Estoy tan acostumbrado a la marcha en Hogwarts, que a veces me aburro de descansar.

-¿Tiene algún otro hechizo extra en la puerta, profesor? -preguntó Sherlock, mientras se encorbaba para entrar a la oficina.

-Tendrá un detector de voz cuando salga por ella dentro de unas horas. Quédense aquí. -Hizo mover dos de las sillas para que nos sentáramos cerca de la puerta y, luego, un taburete voló por sobre el escritorio y desde fondo hasta el centro de la estancia-. Hay tantos hechizos que quedan por fuera del programa de estudios, que me parece un bonito ejercicio enseñarles un par de hechizos protectores en esta ocasión... ¿Quieren ver la famosa lista de cerca?

Yo ya lo estaba haciendo. Estaba sobre el taburete que él acababa de mover. La letra era muy pequeña y el rollo amarillento, muy grueso y de papel fuerte. Tenía algunos parches de carbón, que se hacían más y más recurrentes hasta el final del mismo, en donde había un borde quemado.

-Borra a su manera a los muertos. Cuando toda la generación de estudiantes ya no está, el rollo quema esa parte. Así no es interminable -me explicó Sherlock.

El profesor estaba buscando algo en sus gavetas con ahínco mientras fue al tema:

-Así que, el lunes la señorita Watson se quedará con nosotros y usted, señor Holmes, se irá a pasar la navidad con su familia como todos los demás. -Sacó una larga cinta dorada-. Espero que hayan tenido buenas razones para eso.

-Sí, profesor. Verá...

-Primero que todo -me interrumpió Sherlock-. ¿Podría revisar si hay escuchas mágicas en la oficina, por favor?

No lo hubo. Luego sabríamos que X oyó toda esa conversación con un hechizo de escucha que estaba debajo de la ventana, en la parte exterior de la oficina.

11. Clyde.

Nada pasó hasta minutos antes de que todos los alumnos fueran a los carruajes, bajaran hasta Hogsamead y tomaran su tren nocturno para llegar en la mañana a Londres, donde estarían sus familias y hogares. Tenía que decirle adiós a todos mis planes en New York, porque Flitwick había informado a mi padre de que no podía salir de Hogwarts por un castigo, y éste me había enviado una lechuza diciéndome que venía a visitarme a mí y al profesor para hablar de lo que había sucedido... ¡Pero si nada había sucedido! Porque, en cuanto lo que pasó en el invernadero 3 y con el profesor Longbottom, Sherlock y yo debimos haber tenido puntos extras por acudir a él cuando lo necesitaba. La sola idea de que estuviera siendo castigada por ayudar y estar al tanto de una investigación que terminara siendo inútil, me parecía muy frustrante y triste.

Esa inactividad me hacía temer algunas veces, que la señorita X hubiera decidido aplazar su plan al saber que Sherlock estaba al corriente de lo que quería o; en el peor y más negado de los pensamientos, que ella no existiera del todo. Como fuera, sino pasaba algo, no sabríamos nunca si estábamos en lo correcto o no, y si estar castigada en navidad había merecido la pena.

Pero otras veces sentía que algo se tejía en las sombras, en los puntos ciegos mientras miraba al otro lado, y que no era lo suficientemente sagaz para darme cuenta de ello. Cualquier movimiento que hacía alguien mientras caminaba hacia el lugar donde estaba, o algún brillo o anuncio de magia hecha cerca de mí; me hacía dejar lo que hacía, palpitar rápido el corazón y mirar hacia el lugar, solo para darme cuenta de que alguien le hacía cosquillas a su novia con lucecitas inofensivas de su varita, y que yo estaba cada vez más paranoica.

Mientras toda la torre de Ravenclaw hervía de actividad por los últimos preparativos para el viaje, yo había movido un butacón a una de las ventanas y miraba hacia la explanada. El profesor Hagrid estaba haciendo algo poco usual: parecía acarrear, hablar, acariciar y poner las amarras de los carruajes a unos seres invisibles. Y sin embargo estaba tan ensimismada y de mal ánimo, que ni eso me hizo erguir en el sillón. En mi mente, pasaba de la conmiseración por mi situación a la frustración muy rápido y frecuentemente. Esperaba que pronto me hartara de mí misma y pensara en qué hacer para no seguir en ese círculo vicioso mental.

Sentí como alguien llegó a mi lado, y me alisté para poner la sonrisa y subir el ánimo ante quien viniera a decirme lo tanto que sentía por mí el que me tuviera que quedar, y la manera en que se iba a mantener en contacto.

-Son Thestrals -informó Sherlock-, y me alegro de que no los puedas ver -al observarle pude darme cuenta de que estaba con el mismo estado de ánimo que el mío-. Vamos, quiero enseñarte algo. -Y, sin más, se dio la vuelta para enfilar a la salida.

Sintiéndome menos desanimada, le seguí.

-o-
-Así que por ésto el desván también había sido puesto en peligro con la trampa. -comenté unos minutos después.

Estaba cerca de la entrada, y veía como Sherlock alumbraba la estancia mientras caminaba, tirando lumos a varias lámparas o velas por allí. Mientras más podía ver, más me daba cuenta de que el lugar era enorme y, por el olor a moho y la sensación picosa en la nariz, estaba cubierto de polvo.

Había estanterías llenas a rebosar de objetos y telarañas, pero eran pocas en comparación con todos los muebles por allí y allá, usados como bases para dejar muchas más cosas. Había muñecas, vestidos, varitas... Era el cuarto de cachivaches y objetos perdidos de Hogwarts y, como me daría cuenta al caminar algunos metros, el laboratorio de Sherlock.

En donde él me esperaba había un claro semicircular cuya circunferencia eran muebles. Ahí estaba más iluminado y limpio, pero casi igual de caótico. Había varios libros y pergaminos; además de objetos de química burbujeando y oliendo ocre, la Giralunas que estaba sana junto a otras plantas, sangre de diferentes colores en varios recipientes, así como más ingredientes para pociones; un mueble al que Sherlock le estaba inscribiendo runas y una calavera de una cabeza cerca de los apuntes.

-En serio que estás como en casa aquí.

-Después de todo lo que tuve que hacer para mantener afuera a Peeves el trasgo, creo que me he ganado el derecho de hacerlo.

Sherlock hizo un último hechizo que impactó en una claraboya, que se abrió de par en par. El cielo estaba azul oscuro, casi terminaba de anochecer. La entrada de aire enfrío el lugar al instante, pero también lo limpió del aroma a rancio; y la luz azul iluminó un poco más al fondo de donde estábamos, dándole algo de silueta a lo que antes era oscuridad total. Finalmente Sherlock me miró, haciendo un movimiento extensivo con los brazos y girándose un poco.

-¿Qué tal? -me preguntó, expectante y nervioso.

Yo miré de un lado al otro asintiendo y tratando de no prejuzgar, por más que las palabras que se me venían a la mente para describirlo era “el laboratorio de un científico loco”.

-Lo sabré mejor cuando me expliques qué haces exactamente.

-Sí, claro -pareció complacido por mi reacción.

-¡Has curado la Giralunas! -exageré un poco mi agrado-, no me lo habías dicho.

-Te dije que haría el abono, y a la luz de la luna, siempre tienen mejor apariencia -Sherlock movió la planta hacia el fondo de la estancia, en donde los rayos azulosos de la luna impactaban con más fuerza. La flor, como de un metro de altura y parecida a los girasoles, pero con pétalos azul oscuro y pistilos blancos, empezó a erguirse y a moverse en busca de la luz. Luego, sus pétalos se hicieron más celestes y empezaron a brillar... Y Sherlock frunció el ceño. De repente, se volvió a verme con urgencia-. ¡Watson, cierra los...!

Solo sentí una fuerza que me tiró en el aire, y una cegadora luz que pasó del azul al blanco en un segundo y me hizo sentir una explosión de mareo y dolor en la cabeza. No hubo un sonido, solo el silencio y un silbido en los oídos. Todo sucedió muy rápido como para poder saber bien qué pasó. Caí de lado en el suelo, mi hombro se resintió e intenté abrir los ojos mientras me ponía en pie, pero me hacía doler más la cabeza y lo poco que veía era solo manchas y negrura.

-¡Sherlock, Sherlock! -grité, sin saber a dónde moverme.

Algo golpeó en mi costado y me hizo caer al suelo, gritando por el dolor de la cadera impactada y las manos al intentar aminorar el impacto. Luego, sentí el olor, a picante, nauseabundo y químico en el aire; pero el calor repentino a mi derecha fue lo que más me hizo temer.

-¡Sherlock! -intentaba localizarlo para pedirle ayuda pero, sobre todo, para intentar socorrerlo a él. Nunca me he sentido tan indefensa e impotente en la vida.
Algo más me impactó en la espalda y caí de nuevo al suelo. El objeto era pequeño pero sentí el golpe más profundo y, estuve segura desde ese momento, sangraba. Aunque sentía el dolor de los golpes y las caídas, era soportable; no como el de cabeza, porque evitaba que viera, oyera y caminara porque no tenía la coordinación suficiente para saber a dónde ir. Además, el olor y efecto de las sustancias en el aire me estaba poniendo más confusa, y sentía que el calor se acercaba.

Volví a ponerme en pie, di dos o tres pasos y sentí que algo rozó mi cabeza. Eso solo hizo que caminara lo más rápido posible. Me golpeé la mano con un anaquel frente a mí. Le usé de guía, alejándome del calor. Solo deseaba poder topar con Sherlock, y que estuviera bien... ¡Teníamos que salir de ahí! Cuando dejé de sentir el anaquel, tomé valor para dar algunos pasos más aunque estuve de nuevo totalmente a ciegas. Casi me caí al topar de frente con algo que hizo dolerme la pantorrilla. Grité de nuevo el nombre de Sherlock y... volé. Aunque al principio sentí el subir en el aire unos pocos centímetros como algo amenazante, pronto me recuperé. Supe que era Sherlock el que movía mi cuerpo, porque las cosas dejaron de golpearme, me alejaba del calor y del aire viciado, y hasta el dolor de cabeza remitía.

Aún así, no dejaba de estar preocupada.

-Sherlock, ¿estás bien? ¡Dime! ¿Estás bien? -No dejaba de preguntarle, aunque aún no podía prácticamente ni ver ni tampoco oír; solo sentía que estaba justo a mi lado o de frente a mí. Obtuve mi respuesta cuando sentí que Sherlock tomaba mi mano con firmeza y yo pude devolverle el gesto.

Supe que estábamos a salvo cuando empezó a inspeccionarme para ver cuáles y de qué gravedad eran mis heridas. Sentí el cosquilleo y calor de un hechizo, y la herida en mi espalda prácticamente desapareció. Mientras remitía el dolor de cabeza y el silbido en los oídos, y empezaba a ver y oír de nuevo; los golpes que había recibido mi cuerpo empezaron a pedir atención.

-... A la enfermería, -oí por fin a Sherlock. Por el tono sabía que gritaba, pero lo oía como muy lejos, por detrás del silbido-, yo iré a por la lista. Si me has oído, di sí.

-Sí.

Sentí como me tomó de los antebrazos con fuerza.

-Bien, bien... -y me soltó rápidamente.

Aún veía borroso cuando abrí los ojos para mirarlo ir. Luego, sentí movimiento frente a mí, y vi a una tortuga como de quince centímetros caminando lenta pero testarudamente hacia él. Sherlock me explicaría luego que era su mascota Clyde, por la cual se tomó el tiempo para salvarla mientras se destruía su laboratorio. En ese entonces, y más por instinto, cogí la tortuga en la mano y renqueé detrás de Sherlock como era nuestro deseo... La enfermería estaba del otro lado.

11. Lo que estuvo en la sombra.

Sherlock intentó disuadirme un par de veces para que no le siguiera, pero pronto no tuvo ni necesidad de hacerlo. Empezó a correr y, como aún no me sentía del todo bien y mi zancada es mucho más pequeña, pronto lo perdí de vista. Para cuando llegué a la oficina del profesor Fitwick, la puerta estaba abierta de par en par, y pude oír como Sherlock gritaba algún conjuro, y una voz de mujer le respondía. Con Clyde en una mano y mi anillo en la otra, entré al lugar. Lo que me encontré fue una oficina en caos y a Sherlock tirando hechizos por la ventana.

Mientras iba hacia él, me encontré con el taburete en donde antes estuvo la lista. Apenas llegué al lado de Sherlock, éste dejó de tirar las maldiciones, se tomó la cabeza mientras daba un bufido frustrado e indicó hacia la ventana.

-Esa chica... Es una... Siempre supo, Watson -dio otro grito ahogado de pura frustración-. ¡Siempre supo...!

-¿Quién es?

-Nadie a la que creyera capaz de hacer lo que hizo... ¡No era alguien de la lista de la candidatas, Watson! -Sherlock dio un par de pasos de un lado al otro, paró en seco y tiró unas bengalas rojas desde la ventana. Finalmente me miró y tomó mis antebrazos nuevamente-: Quédate aquí, explícale a Flitwick y por lo más sagrado, ve a la enfermería.

Yo no pude ni supe qué contestar. Sherlock salió corriendo de allí.

Unos cinco minutos después, Flitwick apareció en su oficina. Mientras él me revisaba, oía lo que tenía que decir y ponía un poco de orden en su mente, creí ver por la ventana a Sherlock volando en el aire, montando a un ser invisible. Me sentí una cobarde inútil por no haber ido con él a buscarla, pero me trataba de consolar diciéndome que el profesor Flitwick y Sherlock tenían razón y tebía que ir a la enfermería a que me revisaran.
-o-
La enfermera Wainscott me curó en pocos minutos, pero decidió ponerme en observación porque “la descarga luminosa de una Giralunas no es cosa de nada”. Así que, acostada en la cama y con Clyde caminando por la sábana, esperaba que alguien llegara para que me dijera de una vez qué había pasado. Unas dos horas después, que me parecieron muchas más de lo ansiosa que estaba, por fin pasó. Se abrió la puerta y apareció Sherlock. Me senté en la cama y mi expresión debió ser suficiente pregunta, porque él negó sin más. Se veía derrotado y desanimado, y se sentó junto a mí en una silla, como si el cuerpo le pesara mucho.

-Ni siquiera pude dar con ella -dijo al fin.

-Pero tenías razón -intenté animarle.

Él sonrió con humor negro.

-Y también me perdí la ida a Londres.

Sonreí un instante en respuesta, y luego se dio un momento de apesadumbrado y pensativo silencio entre los dos, hasta que yo lo rompí.

-Dime, ¿qué pasó?

-Te lo acabo de decir.

-Y también estuve en el ático, pero eso no quiere decir que entienda del todo lo que pasó.

Sherlock dio un suspiro y se repantigó en la silla, mirando a un punto fijo a un lado de mi cabeza. Entrelazó sus manos sobre el estómago y habló sin ganas, pero con propiedad.

-Si en verdad necesitas saberlo... Adeline Norton, que es el nombre de la señorita X, puso una trampa destructiva en el ático como distracción de su robo aún antes de ir a por la estómago de tierra y atacar al profesor Longbottom. ¿Recuerdas cuando te conté que iba a tener que recoger una trastada de Peeves el trasgo? Creo que no fue él, sino ella la que entró en mi laboratorio para poner las trampas, y lo simuló en el caos posterior.
Sherlock respiró un par de veces con fuerza, mirando más intensamente a la nada. Creo que pensaba en el hecho de que no se diera cuenta de las trampas de X, Adeline. Pero algo de lo que me di cuenta mientras vi al profesor Flitwick poniendo hechizos protectores, es que, el no ser notados, es uno de los requerimientos para que sirvan. Sin embargo, no quise escocer una herida que él no quería mostrar, así que esperé en silencio a que volviera a hablar.

-... Y esperó hasta el último momento de la de por sí distrayente salida a vacaciones para detonar la trampa, porque, y como me dijo cuando me vio llegar a la oficina, sabía que era la persona más probable que se diera cuenta de lo que ella tramaba, y que debía detenerme. -Dio una pequeña carcajada, como si dijera que todo eso era muy absurdo, casi trágico-. ¡Y yo no tenía ni idea! Si no hubiera cometido un error en el invernadero, no habría tenido idea...

-Siempre supiste que su nivel de... meticulosidad era enorme. -le recordé. Pero Sherlock negó, y hasta indicó con un dedo en alto, para darle más énfasis a sus palabras.

-Yo creí que iba un paso adelante al atraerla a mí para corroborar mi hipótesis, cuando ella siempre me tuvo en la ecuación. Yo creí que ella había desistido de robar la lista, cuando no vi que ese era el momento justo de robarla ¿cuándo iba a darse de nuevo que una salida a vacaciones coincidiera con luna llena? Y yo estaba tan errado, tan errado, que te puse en peligro y... -no pudo decir más, tuvo que tomar un momento para respirar-. Ni siquiera la tenía en mi lista de candidatas, Watson, la última vez que pensé en ella fue cuando creí que era peculiar que el sombrero seleccionar mandara a una hija de muggles a Slytherin. Está en cuarto, ¿sabes? Vector dice que es su mejor alumna en Aritmancia... Nunca supe que los hechizos también eran sus fuertes, pero sí que le encantaba la pintura. ¿Cómo pude obviar su capacidad para atacar a matar?

-Sherlock... Ella hizo una partida en tu contra, y no podías saber que la estaba jugando.

-Eso es lo peor, Watson, cuando me vio llegar, ella sonrió de una manera... -Nunca me explicaría de qué manera lo hizo, pero desde ese momento presentí que Sherlock se había sentido muy inferior, porque ella lo tuvo en más alta estima como contrincante de lo que en verdad lo fue- En fin, ella volvió a activar las medidas de Flitwick mientras terminaba de hacer los cambios al hechizo de la lista. Yo quité las protecciones, nos tiramos algunos hechizos sin darnos ni detenernos y, luego, se tiró por la ventana. Un Thestral la esperaba en la cornisa de abajo, y ella hizo una bullae para poder despegar sin problemas. Le di en la cola al animal cuando estaba en el aire, pero escapó. Y ahí fue cuando llegaste. ¿Algo más que necesites saber?

Sí, pero sabía que él también tenía esa sensación de que, por más que ya teníamos un nombre, esa joven se sentía aún como una X sin despejar.
-o-
Esa noche estuvo llena de visitas y explicaciones. Primero fueron varios de los profesores y luego mi padre. Apenas lo vi entrar al cuarto, me embargó una doble sensación de seguridad y culpa. Y sin embargo, cuando me abrazó, supe que por más regañina que me dispensara, realmente no estaba en muchos problemas. En seguida le conté la historia de lo que había pasado.

Aunque todos estaban muy ansiosos porque Sherlock explayara mi versión, él parecía estar muy interesado en cómo comía Clyde y en reducir sus respuestas en monosílabos. Pensé que era extraño que no hubiera llegado su padre también, algunas pocas veces lo había nombrado, pero creo que él no estaba sorprendido de su ausencia.

Solo cuando Flitwick llegó a comentarle que el auror Lestrade le esperaba, pareció realmente interesado en hablar, y ni siquiera se despidió antes de encontrar su camino a la salida. Solo podía imaginar el sin número de ideas que tenía en ese momento Sherlock, entre echarle en cara al auror que no le tomó en serio, hasta maneras de intentar dar con X.

Finalmente, una apesadumbrada enfermera Wainscott pidió que me dejaran descansar, y todos abandonaron la enfermería, hasta mi padre que, sin embargo, se iba a quedar a dormir esa noche en Hogwarts.

No me costó conciliar el sueño.

-o-
-Bueno, supongo que es una despedida -me dijo Sherlock a la mañana siguiente.
La enfermera Wainscott me dio de alta y después de hacer mi maleta y dar un pequeño paseo con mi padre, ya estaba montada en el carruaje que me llevaría a Hogsmeade. Mi padre hablaba con Hagrid, tan impresionado por la altura de éste, como por el animal invisible que ensillaba.

-Nos veremos el próximo año.

-Claro, te enviaré alguna carta -respondió Sherlock, los copos de nieve cayendo en su cabello.

-¿En serio? ¿La lechuza llegará hasta New York?

-Conseguí que Flitwick nos revocara los castigos por navidad, créeme, el correo de larga distancia no es nada en comparación.

No lo puse en duda.

-Y yo intentaré contestarte.

Nos miramos en silencio mientras mi padre por fin se subía en el carruaje. Pero no fue incómodo, solo que las miradas eran suficiente comunicación. Mientras bajabamos por la explanada, me moví en el sitio de adelante para poder verle. Ahí estaba, con su abrigo sobre la toga, entre la nieve y mirándome ir. Y, detrás de él, el castillo de Hogwarts...

-Interesante tu nuevo amigo -comentó mi padre.
-No tienes idea -no debí decir eso, dado el recelo que le había notado en la voz. Pero era lo más cierto.

Epílogo: Una carta dentro de otra carta.

El día veintiocho de diciembre, encima del New York Times, estaba la carta que él había prometido, junto a un pesado regalo rectangular empapelado de un café poco navideño. El sobre no duró entero ni dos segundos completos en mis manos, ni siquiera entré en la casa antes de leer la carta.

Querida Watson.

Espero que lo estés pasando bien en estas vacaciones. La falta de la magia inherente a Hogwarts debe ser suplida por la tecnología, ¿verdad? Y el pasar tiempo en familia y amistades que tanto parecías desear.
Imagino que el “Guía y método de los hechizos curativos básicos” que te he enviado no es uno de los regalos más juveniles que tendrás, pero sí el más necesario y útil. No lo tomes como un regalo de navidad, sino como una responsabilidad para contigo misma, por favor. No sabes lo mucho que aumentan los riesgos de herida y muerte simplemente por ser magos.
Podría escribirte trivialidades que han pasado por aquí, pero me parece una pérdida de tiempo. Creo que lo más importante que ha pasado es que sé que Adeline Norton no es X. Y eso lo sé porque la verdadera Adeline Norton murió a los diez años en un accidente de auto que empiezo a temer que no lo fuera... Y también, porque X se ha contactado conmigo. Te transcribo la carta que me envió.
“Querido Sherlock.
Ha sido una partida emocionante que, estoy segura, en algunos años vamos a repetir.
Aunque fue un sacrificio necesario, en verdad siento lo que tuve que hacer a tu laboratorio. Créeme cuando te digo que es uno de los lugares más interesantes de todo Hogwarts.
Espero que te guste y aprecies el regalo de navidad que te he enviado.
Hasta la próxima.
J.M.”
Ha recortado mi nombre y dirección de la lista de Hogwarts y me lo ha enviado. Sinceramente, no sé del todo cómo interpretar esa misiva... Y a J.M misma. Al menos, me da algo en qué entretener mi tiempo. Por primera vez, siento que Hogwarts no me es suficiente para navidad.
En fin. Te escribiré de nuevo si algo importante pasa.

Sherlock Holmes.

Pd: Feliz Navidad.

personaje: joan watson, *amigo invisble2013, adv: xover, fandom: elementary

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