Título: El caso del ataque al Invernadero 3.
Nombre de la persona asignada: ineongallifrey
Universos: Crossover de Elementary y Harry Potter.
Personajes: Sherlock Holmes, Joan Watson.
Clasificación: PG -13, Gen. Case!fic.
Resumen: Joan nos cuenta la historia de cómo conoció a Sherlock apenas llegar a Hogwarts, y el primer gran caso en el que le acompaña.
Nota 1: Muchas gracias a mi querida beta cuyo nombre no puedo nombrar porque es parte del AI, por las ganas y el entusiasmo que tuvo con este escrito, y por betearlo tan rápido.
Nota 2: Espero que hayas pasado unas muy lindas navidades, ineon, y que este regalo contribuya en el collage de buenas memorias de la temporada.
El caso del ataque al Invernadero 3
1. La Carta que me quitó la electricidad.
Mi padre ya me había advertido que la comunidad mágica de Gran Bretaña era una de las más cerradas y conservadoras del mundo, pero nunca creí que llegarían a estos extremos. Aunque sabía que no iba a servir de algo, volví a golpear con mi palma mi teléfono celular, pero aún así, seguía marcando: “sin señal”. Miré alrededor, vi a chicos y chicas caminando de allá para acá vestidos con sus togas y me pareció que lo del sombrero hablantín que decidió meterme en Ravenclaw no era nada comparado con lo que se avecinaba en mi vida.
-¿Cómo pretenden que cientos de jóvenes puedan sobrevivir enclaustrados sin teléfonos celulares, computadoras, televisores o internet? -pregunté a la nada, aunque realmente interesada en una respuesta.
-Fácil, la mayoría no los conoce. Yo no conocí el teléfono hasta que me fui de intercambio a Nueva York -me contestó mi padre.
Eso no me lo hacía más fácil. Es más, éste año está resultando cada vez más difícil a cada semana que pasa. Mis padres ponen en papel y tinta su divorcio, mi hermano está en una universidad común y corriente en Nueva York dejándome a mí lidiando con ellos, mi madre se casa de la noche a la mañana y decide que tengo que pasar más tiempo con mi padre y, cuando vengo a Gran Bretaña para hacerlo, resulta que dos meses después, él decide matricularme en un internado, que disque porque tengo mucho potencial mágico que nunca he explotado. O, al menos, eso parece decir una carta que llegó una mañana en la pata de una lechuza que aterrizó en mi cereal.
-¿Lechuzas? -pregunté o maldije, aunque ya debería haberme hecho a la idea con la del periódico cuyas se imágenes se movían. Le pasé la carta a mi padre y me levanté a lavar la vajilla mientras la lechuza se iba... ¡No puede ser! Fue la exclamación que hizo mi padre, se puso en pie y me enseñó un escudo con una H y cuatro animales en el pergamino, (¿en serio?) Sonriendo con mucha efusividad.
Luego dijo un par de comentarios como para sí mismo sobre Hogwarts, lo increíble que era tener un puesto en el colegio más prestigioso de toda Gran Bretaña y más cuando ya había iniciado el año lectivo, y leyó de nuevo la misiva como para poder creer que había entendido el mensaje.
-¿Qué pasa? -me interesé.
-¡Que...! Léelo por ti misma, Joan -me había pedido cuando se dio cuenta de que yo sería la más interesada en leerlo.
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Directora: Minerva McGonagall
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicera, Jefe de Magos,
Confederación internacional de Magos).
Querida señorita Watson:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de un puesto en el Colegio Hogwarts de magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Las clases comenzaron el 1 de setiembre. Parvati Patil, de la Subdirección de Apoyo y Orientación, la esperará el 11 de octubre a las 9 de la mañana para su incorporación.
Muy cordialmente,
Filius Flitwick.
Director Adjunto
Y así como la carta daba por hecho que yo iba a ir de interna en un colegio solo de magia (porque en América no somos unos elitistas que se creen que su mundo está dividido del de las personas comunes, y tenemos tecnología y otras materias además de esas), así mi padre siguió al pie de la letra las todopoderosas palabras de esa misiva. Y mi destino fue sellado.
No, no es un buen año para Joan Watson. Por más que intentara alegrarme a mí misma cuando aparecimos (tomando una lata de soda arrugada en las manos) en un pueblito idílico, más allá se viera el majestuoso castillo en donde iba a estudiar, y supiera que había unicornios, centauros y cosas por aprender que en América, más seglar, no había; apenas vi el “sin señal”, se me fueron las ganas de ver el lado positivo.
Y ahora, también me tengo que despedir de la tecnología. ¿Acaso hice algo para merecer esto? Pero, por más que le insistí a mi padre que el colegio muggle (como ellos llaman a los comunes) con clases particulares de magia seguía siendo un muy buen plan, él no dio el brazo a torcer. Y me calló con el mismo argumento que ha usado conmigo desde los tres años cuando no quería comer algo: “no sabes si te gustará hasta que lo pruebes”.
-Por aquí, por favor -me sacó de mi letargo la tal Parvati Patil, con su entusiasmo no contagiante, como si hubiera estado junto a nosotros solo diez minutos y no las seis horas (con tiempos para comer) en las cuales me hizo toda clase de exámenes y preguntas para saber en qué grado podía matricular. Terminé teniendo todos los créditos de “Estudios muggles”, ser eximida de Historia de la magia (al parecer, no sé de ella ni para estar en segundo y ni eso les pareció suficiente para no poderme aceptar en el internado) y matriculé en materias de quinto año, acordes a mi edad, un par de sexto y una de cuarto justo antes de que nos dijera el primer “Por aquí, por favor”. Ese mismo que decía cada vez que había un cambio en el rumbo. Ya sé algo más de Hogwarts: sus caminos nunca son cortos y a cada momento cambian de rumbo...
-Por aquí, por favor. -y empezamos a subir una escalera. En un cuadro, unas muchachitas de los 1700`s cuchichearon entre sí, al parecer muy interesadas en reírse de mis ropas tan poco convencionales.
-¿Hay algún mapa del lugar que pueda ser de ayuda para mi hija en estas primeras semanas? -preguntaba mi padre, ya con problemas para respirar por la larga caminata, pero no pude oír la respuesta.
Estaba poniendo la dolorosa señal de la pérdida de tecnología en mi bolsillo. O eso creí que hacía, hasta que oí el golpe detrás de mí, seguidos de otros. Mi pobre teléfono celular cayendo por la larga escalera... Me volví al instante, y me encontré con un joven que lo tomó de un escalón y le miró muy interesado, dándole vuelta y toqueteándolo.
-Gracias. -él me lo devolvió, viéndome fijamente y en silencio. Pero me importó poco, pues me quejaba dramáticamente al ver que la pantalla táctil estaba destruida y, el teléfono celular, muerto. Al menos, hasta que se reparó después de disiparse una bruma y con un sonidito agudo. No creí nunca que me alegraría al ver “sin señal” de nuevo.
-En lo personal, me gustan más los smathphones de Apple, pero este de Erickson no están nada mal, y más teniendo en cuenta el ambiente en donde estamos -dijo el joven, mientras guardaba de nuevo la varita en su bolsillo, después de haber hecho el reparo sin necesidad de decir el hechizo-. Una afortunada incongruencia muy bien recibida. -Y ahí estaba su mirada fija en mí, hasta que la quitó un instante, para ver de nuevo hacia mi teléfono celular.
El tipo vestido con toga en un antiquísimo colegio de magia y con conocimientos de teléfonos celulares hablando de incongruencias...
-Creí que aquí no sirve ni conocían la tecnología. -apenas pude decir.
-Así es, lo cual es una idiotez. -Me extrañó la familiar vehemencia con la que empezó a hablar. Parecía que no le importara con quien hablara del tema, solo estar agradecido de poder dar su punto de vista-. Dado que no somos ni el 10% de la población humana mundial, obviar los fabulosos avances y conocimientos que han conseguido el otro 90% es una prueba de la prisionera que es la comunidad mágica Europea a los resabios del Medievo. -Daba un saltito mientras se balanceaba adelante y atrás-. En fin, algo con lo que no tienen que lidiar las brujas y magos del Norteamérica. ¿Qué tal el Instituto Washington de Nueva York, señorita Watson? -Y esperaba mi respuesta con toda la atención del mundo.
Eso me dejó abriendo y cerrando la boca sin poder contestar algo. Mi mente estaba mucho más llena de preguntas que de respuestas. Todas se resumían en un cúmulo de ¿Cómo puede saber...? y ¿Quién es éste?
-... nuevos amigos -oí decir a la señorita Patil. Me giré para verla, confusa aún-. Aunque, ¿no cree que deberías estar en clases, Sherlock?
Al menos una de mis preguntas fue parcialmente respondida. Ese joven, quien fuera, era Sherlock.
-Como hasta la señorita Watson puede dar fe de ello, soy muy ducho en magia no verbal. Flitwick está enseñando cosas que empecé a aprender por mi cuenta desde que estaba en tercero. Así que no, no creo que deba estar en clases.
La señorita Patil parecía estar acostumbrada a su impertinencia. Respiró profundo antes de seguir:
-Entonces, tal vez puedas ayudar a tus compañeros -Sherlock dio un bufido que no evitó que ella siguiera hablando- a aprender ese tipo de hechizos.
-Supongo que no tengo otra opción que irme -luego, se volvió hacia mí- Puedo ayudarla si quiere cargar la batería de su teléfono celular. No tendrá señal, pero sí podrá usar todo lo que debe tener guardado ahí.
-Gra... gracias.
Él se encogió de hombros.
-No me cuesta hacer favores a una nueva y prometedora Ravenclaw. Hasta luego, señorita Watson -dijo, con un asentimiento de cabeza y luego bajó las escaleras con parsimonia, las manos en los bolsillos de su ropa, mientras yo me preguntaba ¿cómo supo que el sombrero me había enviado a esa casa?
Mientras lo vi irse por el ancho pasillo iluminado gracias a un ventanal al fondo de una bifurcación, oí como la señorita Patil decía “pero encantamientos no está por ahí”. Aunque, por alguna razón, no tuvo el coraje de decírselo a él. No me extraña, yo llevaba conociéndolo pocos segundos, y ya sentía que Sherlock era una fuerza que siempre encontraría la manera de hacer las cosas a su modo.
2. El castillo y su peculiar joven de las escaleras.
Dejando de lado el claustro lleno de largos caminos y arquitectura caótica, la falta de tecnología y mi poco conocimiento sobre el uso de varitas, Hogwarts no estaba tan mal. Hasta le reconocí a mi padre en una de mis cartas que era mucho mejor que estar en el colegio de comunes, aparentando que no era una bruja y esperando estar en casa o en clases particulares para tener esa libertad... Bueno, está bien, no podíamos usar las varitas (y mi anillo) en los pasillos, pero era mejor que el no poder usar magia del todo.
Pero lo que más me gustaba es que el ambiente exudaba magia. De esas que se esperan al leer libro de hadas. Las armaduras que daban direcciones si se lo pedías, los cuadros cuyas personas se movían, el cuarto de menesteres que los sábados en la tarde se convertía en una gran sala de juegos, las maneras en que se puede entrar en pasadizos “secretos”, los elfos domésticos que iban de allá para acá limpiando y atendiendo a la gente, sorprendidos y halagados, o indignados, de que les diera las gracias; las bromas hechas con magia a veces no del todo inofensivas; las revistas juveniles, el Profeta y el Quisquilloso con sus imágenes móviles, la radio mágica, el embrujar bolas de nieve en las guerras y ver, gracias al traslucio, la vida más debajo del lago congelado y un gran calamar gigante yendo de allá para acá… Estar en un colegio de solo magia es una experiencia envolvente y a cada momento conocía algo nuevo de Hogwarts.
Además, mis compañeras de cuarto me dieron una buena bienvenida, y al haber entrado casi dos meses después, crecer en Nueva York, usar lapiceros, pantalones debajo de la túnica y hacer magia con un anillo y no con varita, pronto esa bienvenida (o, al menos, curiosidad) se esparció entre los demás alumnos y alumnas.
Sin embargo, tanta efusividad y falta de anonimato a la larga se convertía en una carga. No soy de las personas que le gusta estar en el estrellato y, pronto, hice lo posible por encontrar algún momento o lugar en los que estar en tranquilidad, silencio y soledad.
Extrañamente, fue en esos momentos que solía encontrarme con Sherlock Holmes e “interactuábamos” de verdad. Creo que esa es la mejor manera de describirlo, porque no era como hablar con cualquier otra persona. No era pasar el tiempo sin más, las conversaciones con él tenían un aire a utilidad. No en el sentido de que me usara, sino que se sentía que solo hablábamos de cosas interesantes o que, a la larga, serían importantes para algo más que el solo hablar.
La curiosidad de Sherlock, su punto de vista y su agudeza mental estaba por encima... Hasta de la mayoría de profesores. Conocía del mundo de los comunes, y hacía preguntas que a veces yo no podía responder. Tenía un especial interés por las ciencias aplicadas, y no pocas veces comentaba su frustración con que Alquimia no fuera una materia en Hogwarts y estuviera tan olvidada desde hacía siglos en Europa. “¿Por qué escoger entre ciencia y magia si podíamos tener lo mejor de las dos?”, dijo alguna vez, con cierta desesperación. Aunque era muy ducho con la varita y los hechizos, estoy segura de que si lo hubieran puesto a él a escoger, hubiera dicho “¡ciencia!”, sin lugar a dudas. Algo demasiado raro de encontrar en el medieval Hogwarts. Creo que justo por eso él buscaba conversar conmigo cuando no era especialmente amistoso con nadie: porque yo también era alguien muy difícil de encontrar en Hogwarts. Tenía las dos visiones del mundo, la común y la mágica, desde que había nacido.
Pero, para mí, lo más interesante de las conversaciones con Sherlock Holmes era que me hacía ver cosas que siempre estuvieron ahí y nunca había mirado, y lo hacía de una manera tal que parecía muy obvio cuando él lo explicaba. Un ejemplo de eso fue cuando me entregó mi teléfono celular recargado al día siguiente de que le pidiera el favor por primera vez al término de pociones. Ese fue el día de nuestra primera conversación (o segunda, si cuento cuando nos conocimos). Aunque parecía que Sherlock tenía muchas ganas de hacer preguntas, algo en su manera de mirarme fijamente y los movimientos de sus labios lo evidenciaba, fui yo la que no pude resistirme más.
-¿Cómo supiste... todo lo que me dijiste el primer día que estuve aquí?
Me miró como para comprobar si en verdad me interesaba, y al saber que era así, empezó a contestarme con claridad y rapidez, mientras seguíamos caminando al filo del Bosque Prohibido. Me contó que me había visto llegar en la mañana, que eso despertó su curiosidad y por eso fue al despacho de Flitwick a buscar en el pergamino de los admitidos.
-... Un hechizo muy interesante. Es una pluma la que escribe los nombres, fechas de nacimiento y dirección de los niños. Fue hechizada por Apius Blood, un profesor de mediados del siglo XVII memorable solo por ese hechizo, lo cual no es poco. Es muy largo de contar toda la forma en que consigue la información, solo interesa que le dio la orden a la pluma de escoger cierta cantidad de infantes al año en Gran Bretaña, y priorizar antigüedad mágica en la familia del niño y/o talento... Solo lo mejor de lo mejor. -no sé si no le gustó la idea porque le pareciera que “lo mejor de lo mejor” no llegaba a sus estándares, o porque todo el proceso parecía elitista.
Sin embargo, no dio su opinión al respecto y me dijo que el último nombre escrito en esa lista era el mío.
Luego de revisar la lista, miró un par de veces el sitio en donde estaba haciendo mis pruebas, y ahí se dio cuenta de que tengo un buen talento, que soy de norteamérica (por el uso del anillo) y que mi madre debía ser china al solo ver mi rostro. Lo que le hizo saber que había ido a la Academia George Washington fue mi acento de New York y que el colegio de magos del estado es ése. También, y por último, me explicó que la escalera en donde nos encontramos por primera vez llevaba a pocos lugares de importancia y, por eliminación, la Torre de Ravenclaw le pareció la más obvia; por lo tanto, había sido asignada a esa casa.
Yo no pude dejar de comentarle lo sorprendida que estaba, y a él eso lo sorprendió. “La gente suele ponerse nerviosa o indignada cuando explico mis métodos” me había dicho. Sentí algo de pena por él, y preferí cambiar de tema para preguntarle sobre la tarea de hechizos que tenía para esa semana. Ya otras veces hablaríamos nuevamente de sus métodos para saber más de lo que está a simple vista.
Aunque ya me había llamado la atención, desde ese momento me di cuenta de más cosas sobre Sherlock. Como que nunca parecía estar en el Gran Comedor, no tenía un grupo de amigos aunque parecía conocer a todos y siempre solía estar atendiendo otra cosa además de a las clases, como si la mayoría del tiempo no estuviera aquí, pero aún así no se perdiera de nada de lo que se enseñaba en ese momento. Solíamos ser compañeros de trabajos en las dos materias que yo había adelantado (pociones y herbología), y podía estar segura de que él sabría cómo hacer una poción regenerativa o cómo deshojar a un árbol de estaciones, pero solo haría algo del trabajo él mismo si estuviéramos estropeándolo. No era el compañero más amable, pero sí el más eficaz.
De hecho, y dejando de lado algunos momentos de nuestras conversaciones en solitario, Sherlock parecía estar en el colegio y ser uno de los estudiantes estrellas de Ravenclaw solo porque no tenía otra que serlo. Sin embargo, estoy segura de que era un apasionado de algo más que la ciencia común y adelantar por su parte en los conocimientos mágicos u ¿obvios de la vida común? Pero no pude entender cuál era esa pasión hasta una semana antes de las vacaciones de navidad.
3. La nube roja sobre el invernadero 3.
-¿Tus planes para navidad son quedarte en Hogwarts para recoger un desastre de Peeves el trasgo? -pregunté, totalmente incrédula.
Él volvió a mirarme con una gran sonrisa en el rostro y vehemencia en su asentimiento.
-Dejando de lado que un trasgo se metiera de nuevo en mis dominios, ¡Es la mejor época del año!
-¿En serio?
-No me veas así, hasta hace casi dos centurias los estudiantes solían quedarse para esta época. De hecho, lo esperaban con ansias, porque había grandes celebraciones. ¡Dejábamos salir nuestras raíces paganas por dos semanas! -no dejaba de gesticular con sus manos, entre emocionado e irónico-. Venían personas de toda Gran Bretaña a Hogsmeade y Hogwarts para esos días. Había baile, banquete, juegos y hechizos por doquier. Una gran feria para niños en el día, y para adultos en la noche… ¡Gracias al Dios de los cristianos todo ha cambiado! Y ahora solo está este gran castillo lleno de misterios prácticamente abandonado para poder jugar con él.
-Yo me sonreí y negué levemente, pensando que era muy propio de él encontrar la diversión en una soledad llena de recursos-. Después de poner todo en su lugar, podré terminar un par de experimentos en esta luna llena, aprender más de la magia de los elfos domésticos, terminar mi pasillo secreto y practicar mis habilidades físicas y mágicas para el reto de enero que recibí del ED.
-¿Ed?
-Ejército de Dumbledore, un club no oficial que… ¡hongos! -y me indicó hacia la base de un árbol.
Era una tarde soleada y escarchada de principios de diciembre. Estábamos en los limbos del Bosque Prohibido, buscando por unos hongos que solo aparecen en los días de luna creciente. Según Sherlock, esos grandes champiñones blancos con puntos azul eléctrico eran perfectos para hacer un abono que reviviría a nuestra prácticamente moribunda Giralunas, la flor gigante que teníamos que cuidar para Herbología.
Mientras Sherlock esperaba a que yo recogiera los hongos, siguió con su monólogo:
-Como iba diciendo, el Ejército de Dumbledore, mejor conocido como el ED, es un club no oficial de estudiantes que se reúnen para estudiar Defensa contra las artes oscuras y hacer un torneo clandestino de duelos con tintes al pinball muggle.
-¿Algo así como dos equipos hechizándose entre sí en una arena? -¡Qué interesante! Y peligroso.
-Esa es la base sí. En mi caso, será un uno contra uno. Desde que dejé el ED, no entro al de equipos. Demasiado drama para mi gusto.
Dejé de intentar cortar el tercer hongo y lo miré con cierta reprobación.
-¿No es un poco peligroso hacer eso sin supervisión?
-¡Ese es el punto! -pasó por alto mi tono y semblante-. No es para tanto, hemos perfeccionado el uso de la Sala de Menesteres. Buscar y usar curas ahí es muy fácil. De hecho, me extraña que no te hayan pedido… ¿No hueles eso?
Puse los tres hongos en mi bolsillo, me levanté e intenté oler el aire frío. Me pareció tan límpido como podía serlo al estar unos metros dentro del bosque, pero Sherlock sí había olido algo, y empezó a correr hacia los invernaderos. Lo seguí, sin entender su apuro, al menos hasta que respingué al oír el sonido parecido a bombetas. Paramos un instante y vimos al unísono las señales rojas en el cielo, que indicaban que algo había pasado y se necesitaba ayuda. Al bajar la mirada, vi que un humo salía desde los parasoles abiertos de par en par del invernadero tres, y al profesor Longbottom salir muy apurado por la entrada seguido de una oleada de ese humo. El pobre tenía problemas para respirar y trastabillaba al caminar, pero no dejó de dar pasos ni mientras volvía a hacer la señal de ayuda.
Al igual que Sherlock y yo, los pocos estudiantes que estaban en los alrededores se aproximaron al lugar, pero se mantenían alejados, expectantes y hablando entre sí, preocupados y atemorizados. Nosotros éramos los más cercanos al profesor.
-¿¡Un incendio!? -preguntó alguien a gritos.
-Muy poco probable -Había bufado Sherlock por lo bajo, mientras nos acercábamos aún más de lo aconsejable. Yo también puse los ojos en blanco con la idea. Los magos y brujas sabíamos defendernos del fuego desde el momento que los comunes empezaron a usarlo en nuestra contra…
La bruma rojiza salía con más fuerza desde la entrada y, cuanto más me acercaba, más me daba cuenta del olor. Y eso no era fuego, olía a magia echada a perder. Era algo entre quemado y podrido, que daban ganas de vomitar y toser a la vez... Sin embargo, al ver caer al suelo al profesor Longbottom en el césped marchito, me vi corriendo con más ahínco hacia él. Corriendo y tosiendo dejé atrás a Sherlock.
-¡Homini locomotor! -lo oí gritar a éste. El profesor Longbottom subió unos centímetros en el aire, y empezó a moverse con rapidez hacia nosotros, alejándose del humo-. Ayudémoslo por allá -me aleccionó Sherlock, dándome un manotazo para que me devolviera y corriera hacia el otro lado, seguidos del profesor Longbottom.
Yo me acerqué y caminé agachada para ver cómo estaba. Olía horrible, y estaba algo empolvado de una sustancia rojiza, pero respiraba y empezaba a tomar conciencia de sí. Yo usé mi anillo e hice el aqua, para intentar quitarle esa sustancia sobre su piel con el chorrito de agua que salía de mi anillo y escurría de mi mano hacia él.
Podía oír a la gente siguiéndonos y acercándose, una cacofonía de preguntas y exclamaciones. También el profesor Longbottom intentaba decir algo, pero entre su voz débil y el ruido, no podía oírle.
-Está volviendo en sí -dije para que solo Sherlock oyera. Vérmelas con la multitud sin saber nada parecía más complicado.
Sherlock paró de caminar y guiarle con la varita. Se agachó al otro lado del profesor Longbottom, frente a mí.
-Profesor, ¿qué pasó con la Morfeo roja? -dio un momento para oírle. Yo no oí más que balbuceos, pero creo que él sí supo qué dijo, y volvió a presionar-: ¿Cómo era, de qué edad…? -puso de nuevo su oreja cerca de la boca, pero no pudo oírlo todo, porque el cuerpo del profesor Longbottom se movió hacia arriba, siguiendo la ladera.
-No, no… ¿quién era? ¿La señorita qué? -pidió Sherlock, siguiéndole.
-¡Holmes…! -le regañó una voz. Era la profesora McGonagall, que nos gritaba desde más arriba de la colina que daba a los invernaderos y el Bosque Prohibido. Caminaba hacia nosotros con la varita en la mano, e indicando al profesor Longbottom, que era convocado por el Homini locomotor que ella había usado.
McGonagall nos dijo algo más, pero no lo pudimos oír. Justo en ese momento, el viento arreció y su sonido opacaba todo lo demás, o al menos eso hizo hasta que pude ver lo que lo ocasionaba. Arriba de los invernaderos había un tornado invertido, que se estaba llevando el gas nauseabundo a un punto más arriba en el aire y que lo absorbía. Ese punto era azul y estaba conectaba, por un hilo luminoso, a la varita del profesor Flitwick. Estuve tan sorprendida que no me di cuenta hasta después, de que se había cancelado el aqua por mi desconcentración.
Cuando miré de nuevo hacia el profesor Longbottom y Sherlock, la profesora McGonagall ya tenía al herido arriba de la colina, y enfilaba hacia Hogwarts para llevarse al profesor a la enfermería. Sherlock la había seguido, pidiéndole o exigiéndole algo con vehemencia, pero ella siguió con su camino hasta que paró en seco y se volvió a ver a su alumno. Hasta yo, que apenas subía la colina, pude oír con cierta facilidad su orden.
-… Terminantemente prohibido acercarse al invernadero tres. ¿Me ha oído, Holmes? ¡Terminantemente prohibido! -Su voz y seriedad eran tan potentes como para sobresalir al viento y el tornado, pero algo me decía que Sherlock no iba a hacerle caso.
4. En camino a lo “terminantemente prohibido”.
-¿Vienes al invernadero o no? -me preguntó en un susurro irritado Sherlock, dos horas después.
Lo hizo justo cuando una mujer muy compungida irrumpiera en la enfermería abrazada de lado por la profesora McGonagall. Parecía a punto de ponerse a llorar, y le costó mucho decir que quería ver a su marido. Fue la única que dejaron entrar a la enfermería después de que lo hiciera la profesora Goodwin, que antes de enseñar pociones fue doctora en San Mungo.
Dada la situación, miré de malos modos a Sherlock. ¡Ya era la tercera vez que lo preguntaba! No era el momento para su descontrolada curiosidad. Estábamos rodeados de estudiantes y profesores que sí parecían interesados y afligidos por lo que le pasó al profesor Longbottom, y no por lo que le pasó al invernadero, como parecía estar Sherlock, o eso creía por su insistencia.
-¿No vas a esperar al menos hasta tener noticias de la condición del profesor Longbottom? -me indigné yo.
-Sé cómo está y seguir esperando aquí por algo que ya sé es totalmente inútil. ¿Vienes o no?
Furtivamente, miré hacia la profesora McGonagall, que hablaba con la profesora Vector, ambas muy preocupadas. Quité la vista, temiendo que se diera cuenta de mi indecisión.
-¿Para qué, exactamente?
Sherlock sonrió apenas un instante.
-Vamos. -y me dio la espalda hacia la puerta, dando por hecho que yo lo seguiría.
Y lo hice.
Esperó hasta que estuviéramos afuera de la “sala de espera”, para explicarme con ese tono enérgico y rápido que tiene cuando se emociona.
-Lo que pasó en el invernadero fue, claramente, que alguien quitó el hechizo represor a la Morfeo roja. -Con solo con mi expresión supo que no era suficiente explicación-. Una enredadera que da flores blancas con pistilos rojos y florecen en invierno. Sino es reprimida, asumirá el crecimiento y tamaño propio de la especie, y atacará cualquier movimiento con su polen anestesiante y somnífero.
-¿Quieres decir que todo… Toda esa nube era polen de una planta?
-Son flores mágicas, enredaderas que crecen muy rápido y atacan con potencia. -Sherlock se acercó a un tapete y lo movió a un lado, para dejar al descubierto una oscura y empinada escalera. Ese pasadizo no lo conocía, pero lo seguí al instante, oyendo atentamente su queja-. ¡Magia! Por más que nos hagamos que no, aún no podemos explicarla… Todo es posible, por eso la magia me es tan exasperante a veces y, por eso, hay que estar al tanto de lo que se conoce de ella. -¿para qué? Me pregunté yo, porque hablaba como si tuviéramos una misión más que llegar al invernadero tres, pero no dije nada por escucharle-. El que una planta en el invernadero tres diera problemas, -siguió él, mientras llegaba al final de la escalera y enfilaba hacia la izquierda de un pasillo-, es muy lógico. Como el que alguien más fuera responsable de ello y no el profesor Longbottom, que puede tener sus debilidades, pero es muy buen botánico.
-¿Alguien más? ¿Quién?
-Gracias a McGonagall no pude llegar a oír al profesor Longbottom, y dado que ahora está en la enfermería, intentando no perder la vida por una sobredosis de polen de Morfeo roja, él no podrá decírmelo por un buen tiempo. Llamémosla señorita X por el momento. Sabré más de ella cuando entre a ese invernadero.
Yo no pude dejar de imaginar entrar a ese lugar y encontrar el cuerpo sin vida de una pobre, torpe pero inocente estudiante. Le tomé el hombro para pararlo en seco.
-¡Si creíste que había alguien más adentro, debiste decirlo al instante! -le increpé.
Pero él se me acercó más al rostro, e indignado, alzó la voz.
-¡No es una víctima, sino todo lo contrario! -se calmó en silencio, mientras unas chicas de tercero terminaban de subir por las escaleras que nosotros íbamos a bajar-. El profesor Longbottom dijo, y cito textualmente: “ella, ella deshizo el hechizo” cuando le pregunté qué le había pasado a la Morfeo roja. Deshacer un hechizo no es algo que se hace por casualidad, se debe saber la contramedida para ello… -abrí más los ojos, sorprendida al haber entendido justo lo que él diría-: Esa señorita X, quien fuera, quería desatar a la Morfeo.
-Pero, ¿por qué…? ¿qué ganaría con eso? -apenas balbuceé, sin poder salir de mi asombro.
Sherlock me sonrió grande y giró para seguir bajando las escaleras con rapidez y entusiasmo.
-Esas, Watson, son las preguntas más importantes. -exclamó, con la mano en alto-. Que se desprende de la principal: ¿Qué estaba haciendo allí?
Sin darme cuenta, había dejado de caminar. Aunque en lo más profundo, y en lo más consciente también, sabía que seguirle hacia el lugar donde una planta nos podía poner a dormir hasta la muerte no era lo más seguro; recordé al profesor Longbottom caer al suelo justo después de pedir ayuda y a su esposa aguantando el llanto y deseando verle… Y sentí que sería incorrecto no seguirle. Así que bajé hasta la sala y enfilé a la salida lateral donde él había parado para esperarme.
-¿Alguna idea de cómo entrar sin terminar como el profesor Longbottom? -pregunté al llegar a su altura.
Él volvió a caminar con rapidez hacia los invernaderos. Otra vez, tuve que apurar el paso para intentar llegar a su lado. Ser tan baja no ayuda a perseguir personas que caminan tan rápido como Sherlock.
-Por supuesto, pero no creo que sea necesario. Flitwick debió hacerse cargo, no hay otra explicación para que hubiera llegado a la enfermería hasta hace diez minutos. -Hizo un cambio de dirección, alejándose de los alumnos que estaban por ahí, mirando de lejos el invernadero y hablando entre sí. Fuimos hacia el Bosque Prohibido y, siguiendo su ladera en silencio, llegamos a la parte posterior de nuestro objetivo-. Espera aquí.
Caminó un par de metros hasta la puerta cerrada, sacó su varita e hizo algún hechizo. Apareció algo en el aire frente a él, como si fuera un vidrio que resplandecía azul y verde, a veces de amarillo, rayitos que se movían como olas tocándose entre sí. Sherlock lo miró más de cerca, hasta lo olió y tocó, y luego hizo otro hechizo. Al impactar el rayo de su varita con el aire, los resplandores se atenuaron y él me hizo la señal con la mano de que me acercara.
-No quité el hechizo porque Flitwick lo tiene vigilado, pero sí parte de su fuerza. Apenas haga el alohomora, entramos muy rápidamente. Vas a sentir que empujan hacia atrás, pero si no logras entrar, harán que nos descubran.
Aunque estoy segura de que eso valía como otra llamada de atención a lo cordura, lo único que dije fue:
-Yo hago el alohomora.
Creí que lo iba a discutir, pero solo acentuó una expresión de sorpresa y sonrió, dándome espacio. La sensación de repulsión entre un paso y otro fue mayor de lo que creí, como si fuera un viento muy potente y sólido, pero pronto el paso fue dado y estuvimos adentro.
Parte 2