Título: Hooked on a Feeling (2/5)
Personajes: Dean Winchester, Benny Lafitte, Charlie Bradbury, Andrea Kormos, Balthazar, John Winchester.
Fandom: Supernatural
Resumen: AU escolar, donde Dean Winchester estudia periodismo, a pesar de la oposición de su padre, y arrastra un largo problema de insomnio. Cuando comienza un nuevo semestre, conoce a un profesor que puede ayudarle al menos con uno de los dos problemas.
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- Usted y la señorita Bradbury le cayeron muy bien a los muchachos - dijo el señor Lafitte con una sonrisa.
- ¿Se reúnen a menudo?
Dean se encogió de manera casi imperceptible. No se explicaba su propio atrevimiento para hacer esa pregunta. Pero el profesor no se ofendió.
- Es como la alineación de los planetas. Agendas complicadas. Ya lo verás. Balthazar ni siquiera sigue en el país.
En los ojos del señor Lafitte se asomó la añoranza, como si quisiera salir corriendo tras su amigo. Dean recordó que no vio a la mujer misteriosa en la reunión, y que Balthazar parecía tener mucha confianza con el profesor.
Eso de los celos es una enfermedad. No tardaría en sospechar de la señora que atendía la cafetería, y hasta de Charlie.
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John Winchester estaba despatarrado en una banca, mirando con desprecio el conjunto de edificios frente a él. Después dirigió todo el contenido de su mirada a su hijo mayor.
- Así que es aquí donde pierdes el tiempo.
Dean agradeció el haber evitado que Charlie lo acompañara.
- Hola señor, ¿cómo está?
Bebido, esa era la respuesta, y Dean lo sabía. No vio cerca el Chevy Impala de su padre, así que dedujo que tuvo el seso suficiente para llegar en autobús y aprovechar para emborracharse en el asiento del fondo.
- Como si te importara. No estarías aquí si no te diera lo mismo que viva o muera.
¿Cómo era posible que estuviera dispuesto a hacer un viaje tan largo nada más para decirle eso?
John comenzó el monologo de siempre. El que no se cansaba de repetir por teléfono a cada oportunidad. El que hizo de su auto un infierno, un día de calor, cuando Dean, desesperado, consideró abrir la puerta y lanzarse sobre la marcha porque estaba mareado, con la cabeza a punto de estallarle, y el Impala no se detenía, el sonsonete de su padre tampoco, y no había otra escapatoria.
Dean echó un vistazo a su alrededor, esperando que no se acercara nadie conocido. Bastaba uno solo de sus compañeros para que el resto estuviera al tanto hasta de los últimos detalles. Era lo malo de estar rodeado de gente con tanta inclinación natural para averiguar cosas, y las herramientas para hacerlo.
- Si quieres morirte de hambre mejor regresa a casa. Al menos me echarías una mano en el taller. Igual y aprendes algo.
La mirada burlona de John le repitió sin palabras lo que la había dicho toda la vida. Que simplemente no lo creía capaz de nada de provecho. Hasta cuando Dean le informó que podía estudiar lo que quería gracias a haber conseguido una beca, el comentario escéptico de su padre fue “para saber a qué vieja aguada le hiciste un favor… ¿o acaso te quemaste las rodillas?”
El muchacho confiaba en que si guardaba silencio, su padre hablaría hasta que se le secara la garganta y sintiera necesidad de comprar una cerveza. Después de eso, se subiría al autobús… para seguir insistiendo desde la comodidad de su hogar.
- Pero ya sé que toooooooodo es para llevarme la contraria. Lo único que quieres es molestar.
- Claro, todo se trata de ti - dijo Dean, irritado.
El muchacho, desde la muerte de su madre en un incendio, cuando Sam era apenas un bebe, se había pasado la vida, y quemado sus nervios, tratando de complacer a su padre. Lo respetaba y obedecía. Aunque cada vez era más difícil, y parecía más absurdo.
- ¿Te atreves a replicar, pequeña basura? - John se puso de pie, y le picó el pecho con el índice -. ¿Te sientes valiente en tu escuelita? ¿O va a venir tu mascota pelirroja a defenderte?
John soltó una risotada chirriante, perruna, y en definitiva obscena.
- Si tuviera un poco más de carne encima, yo le quitaría lo tortillera.
Su risa fue cortada en seco. Dean lo había tomado de las solapas de su chaqueta de cuero.
- No hables así de ella - le ordenó. Sin necesidad de que elevara la voz, la furia en sus palabras traspasó la barrera de alcohol que John había construido en el trayecto. Miró a su hijo como si no lo conociera.
Dean hizo sus propios descubrimientos. Por años, su padre había sido una figura formidable y terrible. Un hombre fuerte, con las manos perpetuamente llenas de grasa de motor, siempre pronto a la ira por cualquier motivo. El muchacho se dio cuenta de que el efecto aterrador se perdía con la barriga que su padre se había fabricado solito con tanta cerveza, y la ropa arrugada después de dormirse con ella, probablemente más de una noche. Hasta su insulto a Charlie fue patético. En realidad, no tenía nada que reprocharle.
Al ver esos ojos enrojecidos de cerveza y miseria, Dean sintió mucha lastima. ¿Por qué no pudo perdonarle a su esposa que muriera? ¿O tal vez solo agarró esa muerte como pretexto para echar su vida por el caño y culpar al destino?
El muchacho soltó a su padre, se reacomodó la mochila sobre el hombro, y dio la vuelta para marcharse.
- Hasta luego.
- ¿Crees que es todo? - John se enfureció -. ¿Crees que me puedes dejar así nada más después de que vine hasta aquí?
Dean lo miró por encima del hombro.
- La verdad, no me importa.
Siguió caminando, unos metros más adelante, se encontró con el señor Lafitte. El profesor lo miró, pensativo. Dean supo que había visto, si no todo, lo suficiente, y dedujo el resto.
- Vamos, Señor Winchester - le dijo -. Necesita algo de conversación.
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Tenía razón. Ya a salvo en su departamento, el señor Lafitte le compartió la receta de una botana que entre otras cosas contenía pepino, cacahuates, limón, doritos y salsa picante. No había como resistirse. La sorpresa no fue que se le aflojara la lengua, si no que no se le escapara de la boca.
- ¿Y hace lo mismo con su hermano?
Dean pasó un crujiente bocado. Podría acabarse el tazón, en serio. Y pediría otro.
- Él es más rebelde que yo. Acaba de entrar a “esa” etapa. Tiene que llevar la contraria siempre, por cualquier motivo.
- Supongo que ya se habrá ganado un par de palizas - el señor Lafitte lo miró por encima de su vaso de refresco. El tintineo de los hielos remató su tono escéptico.
Dean abrió la boca, y la volvió a cerrar de inmediato. No recordaba una sola vez en que su padre le hubiera levantado la mano a Sam. Sin importar lo borracho que estuviera o lo insolente que se portara el niño. Como iban las cosas, eso no iba a suceder jamás. El pequeño Sammy se estaba convirtiendo en un joven alto y fornido, con la cabeza llena de argumentos y mucha energía.
El señor Lafitte pareció adivinar todo lo que pensaba.
- Su padre sabe con quién meterse.
Unas horas antes, Dean hubiera saltado ante un comentario semejante.
- Supongo… no lo había pensado así.
Tampoco había visto a su padre tan disminuido.
- Creo que me odia - dijo en voz alta -. Pero no entiendo la razón. Nada de lo que haga será suficiente, ni estará bien.
Saber que nunca complacería a su padre debió hacer que sintiera ganas de ponerse al paso de un autobús, pero en lugar de eso, se sintió lleno de una extraña tranquilidad.
- Apuesto a que usted se parece mucho a su madre - dijo el señor Lafitte -. Eso explicaría parte de la hostilidad. Pero no la justifica. Su padre pudo elegir seguir adelante sin ella.
- Yo también puedo elegir.
Dean se masajeó los hombros. Como si llevara mucho tiempo cargando un gran peso. Siempre había creído que la iluminación llegaba tras una penosa travesía hasta la cima de una montaña al otro lado del mundo. Pero se dio cuenta de que podía alcanzarse en una sala diminuta comiendo cacahuates.
Otra cosa de la que se dio cuenta fue que, en efecto, estaba enamorado del señor Laffite. Saberlo y admitirlo, aun cuando fuera solo para sí, se sentía bien. Sonrió.
El profesor pareció perdido por primera vez.
- ¿Qué?
- Nada. Es bueno darse cuenta de ciertas cosas.
Dean echó la cabeza hacía atrás en el sillón. Comenzó a amodorrarse de alivio y cansancio.
- Puede pasar la noche aquí. De todas maneras, ya es tarde.
- No quiero molestarlo - Dean se talló los ojos con los puños.
El señor Lafitte rió suavemente.
- Aproveche cuando pueda. Nunca se sabe.
Dean no lo hizo porque quisiera. Había pensado en ponerse de pie, despedirse formalmente y retirarse. Pero se quedó dormido en el sitio. Profundamente. Respirando a pleno pulmón, sin el peso en su pecho al que ya estaba tan acostumbrado que no lo había notado, hasta que se cayó.
Despertó con la mejilla apoyada contra una tela áspera. Rodeado por olor a mar, en medio de una tibieza semejante a la del sol en alguna costa lejana. Era despertar en buen puerto tras un largo viaje. Restregó su mejilla contra lo que tomó por almohada hasta que se dio cuenta que era demasiado firme para tratarse de eso. Demasiado cálida y demasiado viva.
Oh, dioses, no quería levantarse. Mucho menos tras darse cuenta de que estaba en el único lugar donde querría estar.
El señor Lafitte lo tenía sobre su pecho, rodeándolo con los brazos. Dean, regresando de su paraíso personal, comenzó a preguntarse si lo estaría sofocando, o si el heroico sillón sobre el que estaban acostados estaría a punto de desplomarse.
Su siguiente preocupación fue “por favor, por favor, que no le esté babeando la camisa”.
Se concedió unos minutos más. Solo necesitaba guardar en su memoria la sensación de los duros músculos del otro hombre, el sonido de su respiración tranquila, los latidos de su corazón, y el profundo y rico olor a sal de mar que lo rodeaba y aturdía.
Pero tenía que levantarse. Pronto, su tren de pensamientos podría llevarlo a una situación en la cual no podría volver a ver a su profesor a la cara. Dean hizo lo posible para moverse con suavidad, pero a esa hora la coordinación no era lo suyo. Sin querer, encajó el codo en el estómago del señor Lafitte, despertándolo.
El profesor abrió los ojos de golpe, y miró sus alrededores, preparado para huir o defenderse. Dean terminó de incorporarse, y algo le dijo que haría bien en retroceder y mostrar las palmas de las manos.
El señor Lafitte no tardó en regresar de donde sea que hubiera despertado. Parecía tanto aliviado como decepcionado.
- Café - dijo, poniéndose de pie.
Desayunaron con la familiaridad de quienes despiertan juntos todos los días. Cómodos a pesar de lo pequeño del departamento. Al terminar, Dean, reluctante, tomó su mochila. Tenía una última oportunidad para averiguar cómo acabó dormido encima de su profesor, pero la duda le permitía quedarse con la teoría que más le gustara.
- Que tenga buen día, señor Winchester.
- Yo… - por lo menos tenía que decir algo antes de abrir la puerta y salir a la realidad -. ¿Puedo pedirle otro favor?
- Veamos qué puedo hacer - respondió el profesor, divertido.
- ¿Puede tutearme?
El señor Lafitte volvió a parecer sorprendido, aunque mucho menos alarmado que antes. Pero pronto, otra emoción se asomó a sus ojos azules.
- Muy bien, Dean - asintió.
Fue embriagador. Para Dean fue como una caricia intima. Sonrió sin poder ni querer evitarlo, y encontró sus emociones reflejadas claramente en los ojos de su profesor.
Se quedó sin respiración. Era tan claro. No lo imaginaba. No era su secreta esperanza haciéndolo ver cosas.
- No… - el señor Lafitte retrocedió un paso, con cautela. Antes de que pudiera alejarse más, Dean le lanzó los brazos al cuello, sin detenerse a pensarlo, y buscó sus labios.
El sabor que encontró le hizo soltar un dulce “humm”, y ese simple sonido pareció derrumbar las defensas del señor Lafitte. El profesor lo había tomado de los hombros con la intención de alejarlo, pero comenzó a estrujarlos, hambriento de contacto, tan necesitado como Dean.
Pronto, tomó control del beso, metiendo la lengua en la boca del muchacho con habilidad y avidez. Dean se fue sometiendo, apabullado por la fuerza del señor Lafitte. El hombre mayor lo empujó contra la puerta, sus manos bajaron, recorriéndole toda la espalda hasta apoyarse justo encima de sus caderas.
El señor Lafitte rompió el beso, jadeante. Dean estaba mareado, quería que lo embistiera ahí mismo, contra la puerta, sin miramientos.
- Dean… - estaban tan cerca que el muchacho pudo seguir el movimiento de sus labios al decir su nombre, y saborear su respiración caliente -. No tienes idea… ni idea…
El profesor luchó consigo mismo. Tenía que alejarse del cuerpo ardiente de Dean. Aunque sería como intentar arrancarse su propio brazo.
Pero Dean aferró su camisa con los puños como si fuera a quedar a la deriva en el mar en plena tormenta si llegaba a soltarse, y el señor Lafitte respondió a su silenciosa suplica.
Volvió a besarlo, dominante, y Dean se dejó guiar. La barba del señor Lafitte le raspó la cara, lo que solo añadía intensidad al momento. Sus brazos lo estrujaban contra su cuerpo, como si quisiera poseerlo por completo con el simple contacto.
- Sí… - jadeó Dean cuando el señor Lafitte comenzó a besarle el cuello. ¿Lo mordería? ¿Sería capaz de dejarle una marca tan visible? Tembló de expectación.
Pero el señor Lafitte se detuvo, y apoyó la cabeza en el hombro del joven. Inhaló con fuerza. Fue casi un sollozo.
- Tienes un agarre fuerte - dijo el profesor -. Es por eso que… nos quedamos en el sillón. No conseguí que me soltaras.
Estrechó el abrazo.
- Claro que tampoco puse mucho empeño.
- Señor Lafitte…
El profesor lo miró. Había anhelo y tristeza a partes iguales en sus ojos azules. Apretando los dientes, el señor Lafitte abrió rápidamente la puerta, y empujó a Dean hacia afuera sin miramientos. Volvió a cerrar con tanta fuerza, que el muchacho hubiera jurado que el edificio entero tembló.
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