Título: Hooked on a Feeling (1/5)
Personajes: Dean Winchester, Benny Lafitte, Charlie Bradbury, Andrea Kormos, Balthazar, John Winchester.
Fandom: Supernatural
Resumen: AU escolar, donde Dean Winchester estudia periodismo, a pesar de la oposición de su padre, y arrastra un largo problema de insomnio. Cuando comienza un nuevo semestre, conoce a un profesor que puede ayudarle al menos con uno de los dos problemas.
Es el primero del ciclo “Awesome Mix”, con títulos de las canciones del soundtrack de Guardianes de la Galaxia. Dean, Castiel, Balthazar y Benny son cuatro de mis personajes favoritos de Supernatural, así que escribí sus nombres en unos papelitos, y fui armando parejas. Escribirlos todos fue como correr sobre una viga: si me detenía a pensarlo un segundo, me caía. Espero poder subirlos completos en agosto, el Mes dedicado al Amo, Misha Collins.
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El relajo en el salón era increíble, más propio de niños de secundaria que de jóvenes universitarios, con todo y bolitas de papel. Quizá, la diferencia fundamental era que podían salir a fumar al pasillo, sin necesidad de esconderse en los baños o atrás de los árboles.
Dean se desparramó por completo en la butaca. Dejándose a la dejadez. Estiró sus largas piernas y consideró arrancar una hoja de su libreta para unirse a la fiesta. Pero el sueño lo disuadió. Durante las vacaciones su hora de dormir era a las tres de la mañana en promedio, y ni siquiera por estar haciendo algo divertido. Tenía ojeras de mapache rodeando sus brillantes ojos verdes, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
- Lleva dos minutos de retraso, tenemos ocho para irnos - dijo Charlie a su lado, golpeando su libreta con la pluma.
- ¿Es el primer día y ya te quieres ir? - preguntó Dean. Durante las vacaciones su insomnio no fue tanto problema, pero ahora se preguntaba cómo iba a sobrevivir el semestre. Tal vez, lo mejor que podía pasarle era que el profesor no se presentara. Tampoco iba a dormir durante el par de horas que tendría libres, pero su fatigado cerebro no haría esfuerzos. Si pudiera desconectar del caos a su alrededor estaría perfecto.
- Tres minutos - continuó Charlie, enrollando con el índice un mechón de su largo cabello rojo -. Estoy desperdiciando mi juventud.
Lo que le pasaba era que extrañaba las vacaciones, cuando podía estar todo el día leyendo comics, viendo series y haciendo cosplay. Los del minisúper cerca de su casa ya ni siquiera la veían dos veces cuando entraba con sus armaduras de cartón y espadas de madera.
El caos se interrumpió súbitamente, y todos voltearon hacia la puerta. En el umbral se recortaba la silueta amenazadora, de un hombre alto y fornido. Sus ojos azules recorrieron el salón, congelando a todo el mundo en su lugar. Entró, con el andar de un oso imperturbable, dejó el maletín sobre el escritorio y su saco oscuro colgando del respaldo de la silla. Se pasó la mano por la barba, pensativo, mientras pasaba revista.
- Buenos días, jóvenes - el misterioso desconocido tenía la voz ronca. Por su expresión, Dean pensó que no le sorprendía, pero encontraba divertidas las posturas en que los alumnos se habían quedado al verlo -. Pueden tomar asiento.
En un instante, toda la clase se encontraba sentada, en silencio. Dean corrigió su postura, y Charlie se pasó rápidamente la mano por el cabello, procurando acomodarlo.
Complacido, el recién llegado acortó el suspenso.
- Soy el profesor Lafitte, de primer nombre Benny. Vamos a hablar de esas criaturas mitológicas llamadas Medios Impresos.
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Esa noche, Dean se acostó en su cama completamente vestido, resignado a pasar horas en blanco. En casa, su padre le prohibió ver televisión y encender la computadora, pensando que eran la causa de su insomnio y no al revés. De todas maneras, no estaba interesado en los infomerciales de madrugada, y como Charlie se iba a dormir a horas más razonables, no podía conversar con ella, así que conectarse a Internet perdía gran parte de su atractivo. Entonces leía, con la lámpara debajo de la colcha, con un oído atento a los ruidos de la casa, hasta que sentía que los ojos se le comenzaban a cerrar, y suspiraba de agradecimiento antes de acostarse. Muchas veces eran falsas alarmas, y tras unos minutos volvía a tomar la lámpara y el libro. Jugaba a eso, hasta que el cansancio lo ayudaba.
Tenía la sospecha de que esas horas de sueño no le servían de gran cosa, que daría lo mismo seguir despierto, con la diferencia de que al menos podría leer.
Su hermano menor, Sam, era el cerebrito oficial de la casa, y la gente asumía que Dean tenía que ser menos intelectual, por decirlo de manera amable. Como si las familias funcionaran con unos haciendo contrapeso a los otros. O como si fuera imposible que a un muchacho alto, fornido y atlético le pueda gustar la lectura, o sea capaz de armar enunciados complicados para el caso.
Cuando anunció su decisión de estudiar periodismo, obtuvo miradas de incredulidad y el bienintencionado comentario de alguien: “pero, sabes que para eso tienes que leer mucho, ¿verdad?” O la inolvidable joya de: “claro, como eres guapo, quieres salir en televisión.” Dean se tragó la rabia, porque no tenía que justificarse ante nadie. Ni explicarles con manzanas que no solo se ejerce en la tele. ¿Cómo era posible que gente que sabía tan poco de nada se atreviera a cuestionarlo a él?
La manera en que lo tomó su padre fue otra cuestión.
Lo que más detestaba de su insomnio era que terminaba dándole vueltas a ideas semejantes, masticándolas sin parar, ni poder escupirlas
Tomando en cuenta a su compañero de habitación, calculó que todavía faltaba media hora para sacar su lámpara de pilas y el libro de turno. Tenía que pensar en otra cosa mientras, o menos podría dormir.
El señor Lafitte apareció claramente en sus pensamientos. Enorme, fornido, ojos azules y barba. Tras el susto causado por su aparición, descubrieron que en realidad era un gran tipo. Venía de cubrir el último conflicto internacional grande, y prometió que si se portaban bien, los dejaría ver sus cicatrices. Esperaba que lo mucho o poco que había aprendido les fuera de utilidad.
Dean quedó impresionado. El profesor sentía gran entusiasmo por su trabajo. Seguro que si alguien se atrevió a cuestionarlo por la carrera que eligió, él se rió en su cara. A carcajadas. Y el otro se murió de miedo, huyó arrastrándose, cambió su nombre y salió del país.
El señor Lafitte se movía frente a la clase al hablar. Su figura enorme era todo un espectáculo, y los alumnos estaban pendientes de cada palabra dicha con esa voz como papel de lija, y su acento cajún. Dean lo recordó esa noche hasta en sus últimos detalles, y pensó, mírenlo bien, así es como quiero ser algún día.
En su imaginación, el profesor dejó de hablar y lo miró fijamente. De pronto, le sonrió como si compartieran un misterioso chiste sin palabras, y el corazón de Dean saltó.
El señor Lafitte se fue acercando, y le acarició el cabello con la mano, suavemente. Dean, incapaz de moverse, mantuvo la vista fija en el ancho y poderoso pecho de su profesor, sintiendo un fuerte anhelo.
- Dean - dijo el señor Lafitte, y le cubrió los ojos con la palma, dejándolo en una cálida oscuridad.
Lo siguiente que supo el muchacho, fue que su despertador estaba sonando.
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Dean se había acostumbrado tanto a la constante sensación de desvelo, que tras dormir una noche completa, se sintió en un mal viaje. Como si tener ocho horas seguidas fuera lo antinatural.
- ¿Estás bien? - le preguntó Charlie. Dean miraba sus alrededores con los ojos muy abiertos.
- Creo que sí. Pero, ¿cómo sabes cuando estás bien? Y si esto es sentirse mal, entonces me siento mejor que cuando antes me preguntabas como estaba y te decía que bien.
- Dean, ¿en qué andas ahora? ¿Aceptaste algo de un desconocido? No hagas eso.
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Para ser un profesor inspirador, el señor Lafitte no necesitaba un despliegue a lo “Capitán, mi Capitán” (además, podría romper una butaca si se intentaba parar encima). Su trabajo lo apasionaba y cualquiera podía verlo por la manera en que daba su clase, y como podía conectar su materia con lo que había aprendido en el campo. O el modo en que sus ojos azules se iluminaban cuando un alumno sabía la respuesta correcta o hacía una aportación ingeniosa. Con eso, su día estaba hecho. Podría tener una corte de admiradores siguiéndolo como pollos hipnotizados, pero su aspecto imponía al fin y al cabo. Además, era difícil seguir el paso de sus enérgicas zancadas.
- ¿Señor Winchester?
Dean alzó la mirada de su libro, y encontró al señor Lafitte sonriéndole. Sostenía un enorme vaso de café en la mano. Está vez, a su saco oscuro lo acompañaba una gorra de corte griego. El joven correspondió la sonrisa, mientras se lo imaginaba dirigiendo su propio barco, ya sea pescando tranquilamente, o mirando desafiante al mar, con las manos firmes sobre el timón, sorteando furiosas tempestades. Tal vez, incluso abordando a otros para practicar el saqueo.
- ¿Le molesta si lo acompaño? - preguntó el profesor, señalando la silla vacía al otro lado de la mesa. Por primera vez en un buen rato, el joven de ojos verdes miró a su alrededor. En efecto, la cafetería estaba llena, y ese era el único lugar disponible.
- Adelante.
Dean tomó su propio vaso, estaba frío. Se había metido demasiado en el libro.
- ¿Puedo preguntar que está leyendo?
- Sé que no tiene que ver con la escuela, pero lo encontré apenas y no pude evitarlo - Dean le mostró la portada -. Es “La Vuelta al Mundo en Ochenta Días”.
- Verne - asintió el señor Lafitte con aprobación, y una nota de orgullo en nombre de las letras francesas -. En mis tiempos, encontré una edición de sus obras completas. Parecía enciclopedia. La devoré.
El rostro de Dean se iluminó.
- Además, hay que leer de todo - continuó el profesor -. Mientras mas variado, mejor. ¿Qué le pareció?
El muchacho titubeó antes de contestar, pero conforme hablaba se fue entusiasmando, estimulado por la completa atención del hombre mayor.
- Lo gracioso es que la película no tiene nada que ver, aunque tenía su encanto, con todas esas estrellas invitadas-
El señor Lafitte sonrió, y Dean pensó que había hablado sin parar como tarabilla, y que lo último fue una estupidez.
- Bueno… esa es mi opinión.
Dean disimuló su repentino azoramiento dándole un gran trago a su café frío.
- Estoy de acuerdo. Pocas películas consiguen siquiera acercarse al libro. Además, esa estaba llena de clichés - El señor Lafitte rió suavemente, y Dean sintió un delicioso escalofrío.
Charlaron un buen rato, el profesor prometió prestarle un libro que seguro le interesaría, y se marchó a su siguiente clase.
Esa noche, Dean no tenía prisa por dormirse. Recordó la conversación con su profesor, cada palabra dicha por la voz ronca del señor Lafitte, y la manera en que se movía hasta para tomar un simple café.
Se sintió escuchado sin ser juzgado, y pensó que el profesor actuaría igual le contara lo que le contara, así fueran libros, películas, su opinión sobre el arte contemporáneo, o su elección de carrera.
Dean comenzó a fantasear sin poder evitarlo. Que el señor Lafitte lo atraía entre sus brazos, donde se acomodó como en un refugio. Estaba seguro de sentir la textura de la tela de su saco, y el calor de su cuerpo.
“¿Cómo hará el amor?” se preguntó.
Necesitaba saberlo.
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- Te veo normal otra vez - le dijo Charlie al día siguiente.
Dean hizo una mueca. El insomnio había regresado con ánimos de revancha. Pasó la noche dando vueltas, diciéndose lo malsano de su curiosidad sobre como se vería el señor Lafitte sin ropa, como se sentiría tenerlo encima. Como se escucharía si lo llamara por su nombre de pila entre jadeos.
¿Cuándo se convirtió en una niña enamorada del maestro? Terminaría llevándole manzanas al escritorio, poniéndose moñitos rojos en el pelo, y batiendo las pesatañas.
¿Eso funcionaría? Tal vez si fuera pay en lugar de simples manzanitas.
Que mal estaba, en serio.
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Dean vivió su enamoramiento a lo trágico, en silencio. Comenzó a divagar en clase, imaginando que el señor Lafitte echaba a todos del salón menos a él, y lo subía al escritorio, arrancándole la ropa, y diciendo cuanto lo deseaba.
Recibió encantado el libro prometido, y lo utilizó como pieza fundamental en su plan maestro. Expropió una mesa en la cafetería desde donde se podía ver la puerta sin levantar sospechas. Ahí, esperaba al profesor, planeando como lo invitaría a tomar asiento, y el brillante análisis que haría sobre el libro que le prestó, para dejarlo tan asombrado que lo invitaría a salir. Eso último era poco probable, pero Dean no podía evitar desearlo.
Cuando por fin lo vio entrar, el corazón se le rompió como un foco contra el suelo. Lo raro fue que nadie volteara a verlo, alarmado por el ruido.
El señor Lafitte se acercó al mostrador. En cuanto le dieron su pedido, tendió cortésmente un vaso de café y un pastelillo a su acompañante. Dean quiso pensar lo peor de ella pero hasta él la encontró atractiva. Claro, el profesor hablaba libremente de su trabajo, pero era más reservado respecto a su vida privada.
Cuando la pareja se retiraba, el señor Lafitte notó al joven observador. Sonrió e hizo un gesto de saludo, sin intentar acercarse. Su compañera se apoyó en su brazo, como si tuviera derecho a hacerlo, y salieron juntos del local.
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Charlie encontró a Dean atrincherado en un rincón oculto de la biblioteca, leyendo el libro más grueso del lugar. La muchacha estaba segura de que no entendía nada de lo escrito.
- Te saltaste una clase - le informó.
Dean respondió con un gruñido.
- Y es tu favorita.
El joven hizo una mueca sin poder evitarlo.
- Estamos a tiempo para la siguiente. Pero primero tienes que ponerte de pie.
- No estoy de humor.
- Eso no se puede poner en un justificante médico. Anda, levanta tu bonito trasero y vámonos.
Dean clavó la vista en el libro, y apretó los labios con obstinación.
- Si no lo haces ahora, armare tal escandalo que no echaran a patadas a los dos y nunca podremos volver a entrar.
Su amiga era la única persona en el mundo que sabía del gran respeto que Dean sentía por las bibliotecas como institución. Odiaba a la gente que metía comida a escondidas, a quienes se atrevían a hacer ruido, y a las parejas que creían que era un buen lugar para los arrumacos. El exterior es bastante grande para comer, gritar o imitar a los conejos. ¿Por qué demonios no lo hacen allá?
Charlie comenzó a juntar aire en sus pulmones, inflándose como un globo, dispuesta a cumplir su amenaza.
- Está bien - refunfuñó Dean en voz baja, y se apresuró a ponerse de pie.
Afuera, Charlie no dejó de arrearlo para que no se le ocurriera desviarse del camino. Lo hacía con aparente facilidad, a pesar de que físicamente era mucho más pequeña que él.
- Vamos, tú no eres así de irresponsable.
- A veces me canso - replicó Dean.
Charlie lo encaró. Se paró de puntillas para mirarlo con gesto amenazador.
- Es por el señor Lafitte.
Dean se quedó estupefacto. Aunque no debería, porque sabía lo lista que era Charlie. Y él tampoco era buen actor. ¿Alguien más lo habría notado?
- Casi babeas cuando lo ves. Solo haces algo parecido frente al pay de manzana.
- No es nada serio - gruñó Dean, incomodo -. Es un profesor, después de todo.
- Pero eso no te impide soñar, ¿verdad? - Charlie lo jaló de la mano para no perderlo -. No te culpo, hasta a mí me da curiosidad.
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Dean estaba un tanto aturdido porque la mitad de una fantasía se le cumplió. La clase había terminado, el señor Lafitte despidió al resto, y le pidió que se quedara.
- Señor Winchester, lo eche de menos la clase pasada, ¿hubo algún problema?
- No, profesor - le dijo en su tono más respetuoso. Nadie sospecharía que de lo que tenía ganas en realidad era de atrancar la puerta con una butaca y montarse en el regazo del hombre mayor -. Es solo que perdí la noción del tiempo… leyendo.
Era verdad en parte.
El señor Lafitte asintió, como si lo comprendiera a la perfección.
- No llamo la atención de nadie por cualquier cosa. Es solo que usted es participativo, y le veo gran potencial. Me pareció extraño.
Dean se emocionó. ¡El señor Lafitte había notado su ausencia y le preocupaba!
- Prometo que no volverá a ocurrir - declaró con firmeza, dispuesto a caminar descalzo sobre vidrios rotos con tal de llegar a la clase.
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Al final del día, Dean le contó a Charlie el brillante plan que se le había ocurrido.
- ¿Ser amigo del señor Lafitte?
- ¿Por qué no? Es un gran tipo, y le caigo bien.
- Pero, es que me parece que ustedes dos no podrían ser solo amigos. Sería peligroso que estuvieran cerca.
- ¿Cuándo dejaste los comics y comenzaste con las novelas rosas?
Charlie le dio un puñetazo en el hombro.
- ¡Au!
- Es en serio. Quizá él termine por darse cuenta.
Dean recordó a la guapa mujer que se había apoyado, confiada, en el brazo del señor Lafitte.
- No lo creo. Es más, estoy seguro de que no.
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Después, Dean se confirmó con optimismo que la idea era buena. Volvió a acechar en la cafetería, se agarró al hilo de los libros, y comenzó a tirar con cuidado.
Hablaron mucho, de todo tipo de temas. El joven escuchó con avidez las batallas y los consejos que nunca vendrían en el plan de estudios, desde el mercado negro hasta la Ley de Murphy. El profesor confirmó, que en efecto, tenía una relación estrecha con el mar, pero se contuvo de contarle los detalles. Como si se necesitara más confianza antes de llegar al tema.
Era fascinante. Podría resignarse a estar así de cerca.
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- ¿Seguro que quieres que te acompañe? - le preguntó Charlie -. ¿No preferirías que estuvieran a solas?
- También te invitó. Y van a estar colegas suyos, no es lo que se dice íntimo.
- ¡Colegas nuestros! - dijo Charlie emocionada -. ¡Tengo tantas preguntas!
A Dean no le cabía la menor duda de que Charlie sería muy feliz recorriendo el mundo con una cámara fotográfica en las manos, y que lo haría estupendamente. Al muchacho le gustaría poder mostrar tanto entusiasmo en ese momento. Tenía razones para estar contento. Aun si no iban a estar solos, ni nunca lo estarían, el señor Lafitte lo estaba invitando a su casa, a compartir aunque sea un poquito de su vida fuera de la escuela.
Pero la llamada que recibió de su padre, esa misma mañana, le había echado un cubo de agua a su entusiasmo.
El señor Lafitte vivía en un pequeño departamento cerca del campus. Al llegar, Dean tuvo que armarse de mucho valor para tocar la puerta.
Abrió un completo desconocido. Un hombre de cabello rubio y ojos azules, quien los miró igual de desconcertado que ellos a él.
- ¿En qué puedo ayudarlos? - preguntó, con suave acento inglés.
- Estamos buscando al profesor Lafitte - dijo Dean, procurando mostrar aplomo.
- ¡Ah! - el hombre sonrió -. ¡Claro! ¡Sus alumnos! ¡Pasen!
Dean y Charlie tuvieron la impresión de que el lugar era provisional en extremo, como si el profesor estuviera preparado para salir en cualquier momento, sin dejar nada que pudiera echar de menos.
Los invitados se habían acomodado como Dios les dio a entender, y devoraban botana de diferentes cuencos, mientras charlaban entre si. El profesor Lafitte salió de la diminuta cocina, cargando un par de botellas de dudoso contenido.
- Muy bien, hagan espacio para los muchachos.
Alguien sacó unas sillas portátiles y las ofreció a los recién llegados. El profesor hizo las presentaciones correspondientes, y anunció que la pizza no tardaba.
Como Charlie no tenía ningún conflicto, comenzó a hacer preguntas, quería saber todo sobre todos los presentes. Dean también, pero no estaba seguro de que tan apropiado sería. Tomó nota de lo que hacía su amiga.
Charlie preguntaba con educación e interés sincero, así que comenzaron a responderle sin problemas. Hacer preguntas es vital para el trabajo, y Dean siempre ha tenido dificultades con eso, por la costumbre que le inculcaron en su casa.
“Solo tienes que hacer lo que te digo y callarte, Dean. No hagas preguntas. Creo que hasta tú puedes entender eso.”
Preguntar terminó siendo peligroso.
Lo que lo llevó a recordar lo que lo hizo sentir incomodo todo el camino.
No era la primera vez que su padre lo llamaba por teléfono para gritarle. Ni sería la última. No descansaría hasta joderle toda la carrera, nunca estuvo de acuerdo. De ser por él, lo arrastraría de vuelta al taller mecánico, y lo prepararía para que lo heredara. Era halagador en una manera retorcida, pero Dean sabía que eso no era lo que buscaba hacer con su vida.
Había mucho que escuchar, y eso lo distrajo de su preocupación. Los colegas -Dean saboreó esa expresión en su mente, y se comprometió a esforzarse para tener derecho a llamarlos así en voz alta- no tenían consideración por las orejas jóvenes. Especialmente Balthazar, el rubio inglés, quien tenía toda una colección de anécdotas sórdidas y las contaba con tanta habilidad que todos exclamaban y después se reían a carcajadas, como si estuvieran en la Montaña Rusa. Para deleite de los alumnos, comenzaron a contar historias épicas donde el señor Lafitte era el protagonista, a pesar de las protestas del interesado. La de veces que libró metralla por poco, sus técnicas para esquivar batallones de guardaespaldas, los ríos caudalosos que cruzó a nado, los desiertos que atravesó corriendo. La vez que saltó de un vehículo militar en movimiento y se partió dos huesos, pero consiguió que la cámara saliera ilesa.
Dean tuvo miedo de que su admiración comenzara a resplandecer.
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Es difícil poner de pretexto que te perdiste buscando el baño en un lugar tan pequeño, pero era lo que Dean planeaba contestar si le preguntaban. Necesitaba más información. Echó un vistazo a la puerta entreabierta.
Se le secó la boca de inmediato. Era la recamara.
Una cama ocupaba casi todo el espacio. Había una lámpara de noche. La bolsa de la computadora portátil estaba tirada por ahí. El único detalle de comodidad era el mullido edredón, y Dean no pudo evitar imaginarse al señor Lafitte sentado en el, con las rodillas separadas, sonriendo con toda la mala intención, invitándolo a acercarse.
- ¡Dean!
El muchacho volteó horrorizado. Charlie estaba conteniendo la risa.
- Ya es muy tarde. Van a seguir hasta la madrugada, pero nosotros no podemos darnos ese lujo. Aun.
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