Con diecisiete imaginaba que a los veintiuno tendría una vida interesante, como en una de esas novelas del siglo diecinueve. Conversaría sobre literatura, cine o filosofía con la élite intelectual, iría a tomar café con las mujeres más guapas de la ciudad y mantendría intensas relaciones sexuales con todas ellas. Ahora que vivo en la inmundicia, me rodeo de indeseables que intentan demostrarme lo especiales que son, o intento conocer a alguna mujer que merezca la pena en la pista de una discoteca, me pregunto qué vida llevaré a los veinticinco, me conformaría con poder alejarme de esta mísera realidad que lo envuelve todo, y volverme a sumergir en esas fantasías repletas de conocimiento, esplendor y musas dedicadas a fomentar mi creatividad.