Sep 21, 2008 23:16
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A veces Sam despierta y Castiel está haciendo el café del desayuno, en completo silencio -como siempre -admirando el sencillo proceso de hervir el agua.
A veces también está Ruby, pero se ignoran completamente.
(Cuando esa es la situación, Castiel suele ignorarlo también a él)
A Dean no le gusta que ninguno de los dos esté cuando despierta. A crecido bloqueando las puertas, sellando ventanas y regando sal como si los dichos populares ni indicaran que eso es fuese mala suerte, así que tener a un sirviente de cada lado en su mesa, mirando a lados contrarios de la habitación mientras dos tasas de café negro humean… pues no le agrada nada.
-Largo -dice, tranquilamente. Castiel obedece en silencio, como siempre, aunque no sin antes terminar también con el pan tostado (y llevarse uno).
Ruby es más orgullosa, y se queda hasta que Sam le re-jura que se verán al almuerzo.
A Sam le gustaría ser capaz de decir “Largo” al despertar, pero no quiere evidenciar que Castiel no está ahí por él. Él y Ruby saben que es el nuevo guía de Dean, pero les cuesta un poco aceptarlo.
(La demonio jamás aceptará que no lo mira porque teme perder los ojos, y que no se va con él porque no confía en los ángeles y sus espadas de fuego)
-Es buen cocinero… -murmura Dean un día que encuentran miel en el desayuno. -Quizás no sea tan mala idea no echarlo…
A Sam no le gusta nada el lugar que Castiel está tomando en todo esto. Cuando sale, lo encuentra con Dean. Cuando no está, su hermano tampoco. Lo ha encontrado velando su sueño de ebrio y sus heridas de cazador.
-Para eso estoy yo -dijo un día, medio furioso y medio celoso.
-Claro, Sam. Eso lo sé. Por eso me voy cuando llegas.
Maldita su divina sinceridad. Malditos sus centímetros menos, esos que hacen que no se vea cuando se coloca tras Dean, porque da la impresión de que el cazador lo está protegiendo, y nada descoloca y enfurece más a Sam que el hecho de su hermano proteja a alguien de él.
Ruby a veces aguanta estar sola en el mismo antro que el ángel. Le mira cuando él voltea y mantiene sus nervios alertas para desaparecer en cualquier momento, pero finalmente se rinde ante el temor de ser irremediablemente asesinada y le informa a Sam que no irá a verlo mientras el celeste estuviera rondando.
-Nos veremos a solas, lejos de él.
Un día Sam vuelve y encuentra a Dean saliendo de la ducha. Castiel está en la cocina, haciendo café.
El ángel no lleva camisa ni zapatos. Voltea sin pudor ni vergüenza y así, semi-desnudo, ofrece al psíquico algo de negro brebaje.
Dean lo rechaza antes que le ofrezcan, se viste y sale raudo. Castiel, en cambio, se sienta, bebe algo y luego mira a Sam con sus ojos azul océano, tan profundas.
-Ella no te hará ningún bien. -dice de la nada.
-Pues ayuda más que tú.
-No parecía que necesitaran nuestra ayuda.
Y no sabe si es ignorancia o petulancia lo que oye en su voz, pero le irrita y descontrola.
-Dean no está, ¿Porqué no te has ido?
Él lo mira, termina su café y se viste con paciencia. Recoge su camisa de los pies de la cama, encuentra sus zapatos y calcetines tirados sobre la cama de Sam y su chaqueta sigue descansando en el sillón.
-Dios te bendiga, Sam.
Si hubiese tenido la Colt a mano, hubiese puesto a prueba su lema. “Matar cualquier cosa”
Dean llega de noche, sin olor a alcohol ni perfume barato. Se disculpa con Sam un par de veces, y luego se sienta pesadamente sobre su cama.
-Sammy… creo que no está bien…
-¿Qué cosa? ¿Qué tengas sexo con un ángel?
-Sammy…
-Lo que me extraña es que él no lo considere incorrecto.
El mayor se guarda sus palabras y duerme, sin poder ser capaz de decirle que lo que no está bien son ellos, que caminan juntos pero por carreteras separadas, que ya no piensan igual ni buscan lo mismo.
Esa noche Dean tiene una pesadilla relativa al infierno, y grita como si estuvieran sacándole los ojos.
El dueño del motel los quiere echar de inmediato, pero Sam lo convence amablemente de darles hasta la siguiente mañana.
En el siguiente pueblo, Sam y Dean investigan líneas paralelas, sabiendo que es mala idea separarse.
El reencuentro habla de tres demonios vomitados de sus cuerpos, dos sin ojos y Dean con otro recuerdo infernal. Castiel lo sostiene en sus brazos hasta que Sam se reúne con ellos y se encarga. Ruby se mantiene lejos, maldiciendo la presencia del ángel.
Al día siguiente Dean conduce. Pálido y con las manos temblando, pero conduce. En el siguiente motel, Castiel los espera con café. Sam tarda en darse cuenta que eso calma a su hermano, que mina los malos recuerdos y bloquea el dolor que pudiese traspasar las fronteras del Averno.
Mientras Dean duerme sin camiseta, ambos le miran sin querer saber lo que pasa por la cabeza del otro.
-Nunca quise marcarlo de esa forma -se disculpa el de ojos azules. -Creí que era uno de ellos…
-¿Ellos?
-Uno de esos que pueden vernos, oírnos y tocarnos en nuestras verdaderas formas… Fue mi error… mi gran error.
Las cejas enarcadas del ángel castigan a Sam, quien podría jurar que vio dos alas alicaídas en su espalda, de larguísimas plumas platinadas y blancas.
-Lo sacaste del infierno, Castiel… Nunca podré agradecerlo completamente.
Ya confesado, el psíquico sale de la habitación, demostrándole al Celeste que acepta -aunque no aprueba -que él también esté al tanto de su hermano.
Castiel ladea un poco la cabeza y luego sonríe. Camina hacia la cama de Dean, y luego de acariciarle la frente y el cabello, desaparece.
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supernatural,
slash,
shot