"Acabar un buen libro se parece demasiado a la expulsión del paraíso"

Apr 23, 2009 17:43



Fue genial cuando merodeaba por Hogwarts bajo una capa invisible. O aquella vez que planeamos el crimen perfecto al calor de unos cigarrillos, o cuando buscamos la pista del autor de un libro perdido en el tiempo por las calles de Barcelona. Y todos esos viajes a la troposfera, lugar de la mente donde conviven los dioses de las más extrañas plegarias con las metáforas del mundo moderno. También tuvo sus cosas malas, era desesperante ver cómo Holmes se inyectaba cocaína diluida para paliar su aburrimiento, aunque hiciera un trabajo excelente con aquellos Baskerville. Creo que fue por la misma época en que conocí al fantasma de Canterville y sus asustados herederos. La aristrocracia es lo que tiene, aunque por suerte Sirus Black estaba ahí cn su moto voladora.

Sigo en la pista de Gaia, desafiando a las mentes pensantes de La Fundación... Términus es tan soleado que aún me pregunto cómo no han perdido la cabeza, y Trántor sigue abandonado. Quizá los Guardianes que trabajan reconstruyendo los agujeros de guasano de Cygnus-A puedan hacer algo, mientras tanto Eleanor Arroway sigue al mando del proyecto Seti, cerca de descubrir el patrón numérico del número Pi. Sin embargo los números nunca le interesaron al Principito... ¿contar las estrellas? Pff, para qué. A él le esperaba una rosa y había domesticado a un zorro en la tierra. Es posible que Bastian y Atreyu se entendieran bien con él, si llegan a cruzarse en alguna estantería. De momento Feezik e Íñigo siguen visitando a Buttercup y Wesley siempre que quieren, y algunas cosas no deben cambiar.  A Íñigo la venganza no le ha devuelto a su padre pero ya no se fija si los espadachines que conoce tienen seis dedos, y quizá se ha vuelto más sociable. Oliveira sigue echando de menos París de esa forma tan suya, igual que quiere a Pola.

Aún recuerdo Knightbridge, la primera vez que vi agujas de piedra contra el cielo... Un proyecto de un tal Jack, pero fue su padrastro, Tom, el que le dio la catedral. Aunque nada supera la primera vez que vi la aurora, a bordo de un barco de giptanos (fue AWESOME tener un daimonion, kids). Pero mejor no acercarse mucho a la daga, ni a cierto ajedrez que tuvo en posesión Carlomagno (pero qué guapo era el ajedrecista ruso Solarin). Con el tiempo mi estantería se ha convertido en el aleph.

La victoria de Irlanda contra Bulgaria en aquel Mundial de Quidditch. La rebelión del salvaje John contra el soma, Shakespeare y la Biblia en las arcas prohibidas del Estado. Los viajes de Lyra y Pantalaimon, la desesperación de Winston contra el Gran Hermano, los animales más iguales que otros, Cándido al pasar por el Dorado, Sally Lockhart y su perro Chaka, las noches de Gabriel Noon hablando con un hijo (desgraciado o ficticio). Grenouille, sin miedo a la oscuridad, a mí también me dio en algunos momentos escalofríos.

A todos mereció la pena conocerlos, espero que también os los hayais cruzado.  ¡Feliz Día del Libro, habitantes del fandom!

Advirtió al momento que algo extraño ocurría en el cielo. Primero se figuro que eran nubes, movedizas y temblorosas como si estuvieran presas de nerviosa agitación, pero Pantalaimon le murmuró al oído:

-¡La Aurora!

Se quedó tan maravillada que tuvo que agarrarse a la barandilla para evitar un desvanecimiento.

La visión ocupaba por entero el cielo ártico y su inmensidad rayaba lo inconcebible. Como si cayeran del mismo paraíso, unas inmensas cortinas de luz delicada pendían, temblorosas, en el espacio, Eran de una tonalidad verde pálido y rosa, tan transparentes como la mas tenue de las gasas, y con el borde inferior de un color carmesí tan intenso y rabioso como los fuegos del infierno. Ondeaban y se agitaban, finísimas, con una gracia superior a la bailarina más experimentada. A Lyra hasta le parecía oír su rumor, un lejano y sibilante crujido. Su evanescente delicadeza le producía una sensación tan profunda como la que había sentido delante del oso. Estaba emocionada ante una visión tan hermosa que era casi sagrada, las lágrimas les escocían en los ojos y aumentaban si cabe la descomposición de la luz, formando arcos iris prismáticos…   (Luces del Norte, Phillip Pullman)

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