Autora:
dirtylawPalabras elegidas: Hermano - Destino
Personaje: Fenrir-Vali; Loki/Fenrir, por otra parte son mencionadas Hela y Iormundandur (hermanas de Fenrir) y otros dioses del panteón nórdico Fenrir y Vali son hijos varones de Loki. Ambos son lobos. Fenrir nació ya siendo un lobo, destinado a matar a Odín, los dioses lo ataron siendo un cachorro al centro del mundo. El Ragnarok tendrá su origen cuando Fenrir logre romper la cadena.
Rating: PG12
Palabras: 2517
Se despierta en el centro del mundo.
La humedad, que durante siglos ha ido enmoheciendo las paredes de la gruta, se ha ido abriendo paso en su pelaje de obsidianas y remaches de abismos. Se ha abierto camino horadando sus potentes músculos ahora secos, descoloridos. La escarchar cortante le ha dejado carcomido y postrado sobre el suelo frío de roca y cadáveres de insectos, más abajo, hierve el mismo corazón que bombea vida y fuego. Cuántas veces ha intentado escarbar la tierra, la superficie lisa de la roca, hasta romperse las garras, dejándolas sangrando reventadas.
El viento aúlla en su nombre.
-Feeeeeeeeeeeeeenrisuuuuulfr. -se estremecen las copas de los frondosos bosques oscuros.
-Hróooooooooooðvitniiiiiir, monstruo -claman las piedras, las aves cayendo en picado sobre las ratas escondidas bajo la hojarasca, cayendo ciegas de hambre sobre los peces, convulsionándose en sus aguas bajas.
Fenris, Fenris, rebotando contra las paredes del mundo. Fenris, lobo, y monstruo, es cuanto trae consigo el viento helado hasta el centro del mundo, es cuanto silban las calderas, entremezclándose con sus hedores de sulfuro y a corazón abierto y macado.
Se arremolina el viento cargando con sus alforjas, se arremolina con desgana a la entrada de esta hendidura hecha en la tierra, embistiendo, retrocediendo. Termina enredando los mechones de su negro pelaje, anudándolos entre sí. Fenris, ciego como está, en la oscuridad no lo ve, nada ve; y le enseña los dientes al mismo viento que trae ululando los mismos lamentos de siempre, le enseña los dientes serrados, muestra sus encías negras y vírgenes, babeantes. Y gruñendo durante horas a cuanto es invisible como el trazo del destino, se deja caer por fin abatido y en la quietud de la grieta, en el centro del mundo, quisiera ser como su propia hermana para apretar el abrazo que sostiene al mundo bajo las corrientes de agua, sacando la cabeza por encima de la superficie limpia, aterrar toda criatura viviente, envenenar las corrientes, atizar tormentas, sorber remolinos. Quisiera olisquear si pudiera el aire, para ver aquello que a los ojos antelados se escapa, la silueta de cuanto realmente allí está con él en la oscuridad, otear cuanto ha dejado de estar y aún pervive de algún modo, adherido a las paredes de la vida; ver cuanto a dejado de ser y cuánto ha quedado de él.
Atado y encadenado. Espera royendo el recuerdo de los huesos de Tyr, royendo el pelaje que se ha ido desprendiendo de su piel, cayéndose, ese cuero cabelludo negro que otrora brillara como un mar de obsidiana y pizarra bajo el sol de la mañana, es solo un camposanto de lo que estaba escrito que él sería. Otrora, y nunca más. Nunca lo será.
Se siente enfermo, famélico, desahuciado. Cierra los ojos y le gruñe al arco de su destino y a la tela bordada que consigo ha venido al mundo para ceñírsele, le gruñe a los enanos que custodian tanta artimaña perfecta entorno su cuello lacerado, circundando sus patas ya en carne viva. Gruñe, y su gruñido reverbera hosco en la cavidad de su propio cráneo, multiplicándose, haciéndole creer que se ha partido como un tronco de madera podrido, y son cientos como él quienes padecen sus mismas torturas. Aquellos enanos deleitándose tensando esa cadena imposible, por el puro placer de hacerlo gemir agudamente, riendo sobre sus sollozos, haciendo centellear sus sonrisas de oro en la carcomida oscuridad tras de sí, haciendo todo esto en nombre de otros demasiado temerosos.
Entonces, derrotado su ánimo oscilante, saturnal, se torna sumiso y entierra el hocico bajos pezuñas despellejadas, levantando el polvo del suelo con su respiración entrecortada y espera al siguiente escarnio.
-Fenrir -escucha reverberar dócilmente.
Allí, donde no debiera estar, allí está. Y aspira sus gruñidos de nuevo, alimentándose con ellos, tomando fuerza de donde ya no hay, de donde no queda más. Así, se esfuerza en devolverle al eco un poco de esa porción irrisoria de la grandeza que le estaba auspiciada. Le pregunta, mirando fijamente a la noche blanca, y queda así, esperando por respuesta algo más que un silencio engañoso y el eco que deja tras de sí.
Afuera el rico chapoteo de las aguas del lago Ámsvartnir ya no amansa y duerme más que a las crías de esta manada. Las aves echan a volar, no vuelven. Las alimañas yacen bajo algún tronco hueco, amamantando una nueva camada.
-Fenrir, lobezno -susurra el viento formando torbellinos-. Lobezno mío, de leche y lana. -ríe aquel viento ondulando sus palabras, haciéndolas bailar descalzas hasta que le acarician entre los ojos grises, detrás de las orejas caídas-. Ven.
Y Fenrir intenta ponerse en pie por enésima vez, porque reconoce aquella voz, pero pierde el conocimiento al incorporarse, se hunde en la negritud sabiendo que de haber nacido bípedo y desnudo, como los hijos de los dioses nacen; de haber nacido con la forma que moldea a los humanos, se habría arrancado los ojos y cortado la lengua con la primera piedra afilada que hubiera asido en el pedregal de las orillas del lago, correría torciéndose los pies enloqueciendo de un dolor sin forma, clavado a su espalda y a sus entrañas como una sanguijuela, abriéndolo en canal para alimentarse de él hasta dejarlo hueco por dentro.
-Padre... -musita siendo el cachorro que fue, que es.
Dormirá esta vez durante siglos y seguirán agolpándose las estaciones, los ciclos y las lunas eternas. Seguirán acumulándose en los anillos de los árboles, en las estrías de la tierra, discurriendo como Freya discurre por el umbral del Valhalla- Seguirán los hombres arando la tierra y quemando cuando no es suyo. Y el maldito sol, incandescente, alumbrará los prados que apenas ha vislumbrado y solo recuerda como un pedazo incrustado en vidrio de colores, demasiado claro, demasiado afilado. Un recuerdo de vientre y nada más. El sol alumbrando la tierra dura, empero, empapada por su luz y por los rayos áureos de Odin; y mucho más allá, donde los gigantes todavía moran entre los abedules y los alces vibrantes; allá donde su madre todavía trenza su cabellera de lana y armiño, y mastica la placenta de las mansas bestias sagradas.
Cuan enorme sabe que es, y así debe ser. Cuánto sigue creciendo, estación tras estación. Hace siglos, tal vez sólo meses atrás, dejó de aullarle a la luna, aullarle a sus hermanas llamándolas, llamándolas sin cesar con rotos ladridos. ¿Dónde? ¿Dónde estáis presas? De vez en cuando la tierra se estremece y arriban mareas de peces muertos a las costas, los huele. De vez en cuando siente la caricia de Hela bajo las piedras, e imagina que ambas intentan llegar hasta él y liberarlo cortando la cinta con la que ataron su destino a la nada. Cuan temerosos resultaron los dioses.
Y, no obstante, espera tras siglos, espera y yace con el hocico enterrado en la arenisca de sal y caliza, desatendiendo, ha decidido, a la oscuridad vacía de la concavidad del centro de la Tierra. Vive con la vista vuelta a la entrada de la grieta, con los ojos clavados a la línea irregular de luz, imperturbable. Él, cuyo destino era pertenecer al cielo, yace encadenado para siempre a la llanura yerma. Él.
-Ven, ven aquí Fenrir, ven. -dirá el dios cornudo en la marisma de su duermevela-. Juguemos, ven.
Y sus pesadillas consistirán en el mismo juego, en la misma cinta, en las cadenas mordidas y en esos dientes de hierro y oro cantando a su alrededor. Y la mano de Tyr yace deshecha, roída, devorada cien veces, sueña como sus tendones cristalinos crujen bajo sus garras y echan a volar las cenizas de las falanges, danzarinas por el techo de la gruta. Desaparecieron, y Tyr a la entrada de la grieta le mirará como nunca lo hizo, con aquella mezcla compacta de dolor y alivio. Y Fenrir cerrará los ojos en su sueño, deslumbrado por el oro de su coraza, por el oro de su mirada, cuando vuelva a abrirlos estará ciego. Sueña.
Cuando asoma de nuevo el sol, tras las pesadas nieves, cuando el mundo es un jolgorio de cristales y riachuelos escucha un estremecimiento, como un suspiro liberándose y extendiéndose de nuevo por el mundo, y sí, es cierto, bien cierto que escucha también un aullido, imperceptible al principio, una sombra de aullido, como una locura más arañándole allá donde no puede llegar con sus colmillos desmesurados. Rabioso dentellea el calor de las tardes y despedaza a uno de sus vigilantes sirviéndose de un solo bocado torpe. Así, soy enorme, comprende al fin. Y, a la mañana siguiente su hocico todavía húmedo siente un chispazo en el aire, un chispazo metálico y allí de nuevo surge entre capas ese aullido desconsolado, que le llama.
-Hermano.
Mirando hacia la entrada de su cárcel vislumbra una silueta de lobo, una sombra con el pelaje cubierto de oro pálido y sangre, de sangre y oro viejo, cabalgando por encima de las montañas, persiguiendo un haz de luz ajeno. Sólo conocen su nombre y así lo cantan las rocas, los perros de los labradores; cantan su nombre de abominación en las sátiras, lo susurra el hidromiel de los enanos a medida que se desliza por sus barbas encrespadas; repiquetean su nombre infecto con las antenas los insectos que pueblan en bajo mundo, como un código secreto circula de unos sobre otros como una tamborilada preñada de significados, llamando a una batalla que no se quiere librar, no todavía. Y Fenrir sabe que está llamado a responder a esta llamada, lo sabe sin saber nada más, y es suficiente por el momento.
Allí está él, allí tirando de nuevo de la cadena sutil que lo mantiene preso, removiendo con fuerza el suelo bajo sus patas; mientras, afuera, siente como se apaga la estela y muere para siempre el eco de aquel llanto que le apremia. Fenrir luchando contra esa fuerza gravitatoria e invisible que lo sujeta y siente -más que escucha- como se pierde de nuevo su nombre aplastado por la ventisca, por los solsticios de verano y por sus zumbidos de vida, como se pierde por encima del llanto y las risas de los hijos de los dioses. Como se pierde de nuevo y para siempre. Y Fenrir, el lobo, pierde la cordura, masticando los arabescos de sus cadenas, masticando sus cartílagos, buscando arrancarlos de cuajo si con ello lograra desprender una de sus patas de esta prisión para salir corriendo, regando el mundo con su ponzoña. Libre.
A pocos pasos de él, las marismas decrecen de nuevo y la luna se retira en el confín del cielo coqueteando contra las leyes que la rigen severamente. Los enanos ríen con sus dientes de hierro y oro, ríen atizando con sus antorchas a Mánagarm, escanciando más hidromiel sobre sus labios cuarteados. Y Fenrir los mira con los ojos inyectados de rabia en el confín del centro del mundo. Mi cachorro, si pudieran llegar a saber que la bestia de la luna se alimentará de todos ellos, si pudieran imaginárselo. Le dice una voz que no es suya acariciando el pelaje bajo sus mandíbulas, con palabras que nunca podrán ser suyas.
-Cuando llegue el día de la gran cacería -prosigue la más dulce de las voces-. Cuando llegue el ocaso que ponga fin a todos los días, la plenitud de los sabuesos del cielo y la tierra correrán tras de ti como sombras. Tú, únicamente tú, comandándolos para mí, llevándolos de costa a costa del mundo para que marquen la tierra con las huellas de sus garras y sean sus dientes los que desgarren cada garganta.
Y son pocas las veces que Fenrir cae desfallecido por la ira pero siendo arrullado por la voz, la más dulce de las voces, la más rica de las voces trayendo promesas de carreras, carne y manzanas, con promesas de un calor que solo se puede dar, nunca pedir. Y en sueños, la misma voz le dirá el nombre del lobo de sangre y oro que recorre el mundo sin mapas. Vali, mi querido Vali, con su hocico ensangrentado hasta el fin de los días. Él también te seguirá.
Cuando llegue el día, susurran las brumas. Cuando llegue el día, susurra su padre atado en el otro confín del mundo.
Hasta entonces Fenrir, preso, soñará cuando caiga la mañana sobre las llanuras y los taludes, haciendo hervir los glaciares en sus cumbres. Soñará cuando se levante la noche sobre las ondas de los mares reposados sobre el lomos de su hermana, cuando la noche y su luna laman la extensa cordillera del mundo, que como una espina dorsal afilada fue clavada, rotando como el eje que empuja a los astros a discurrir sobre el halo de los dioses. Y soñará con Hela, mucho mayor y a medio camino de la vida y la muerte, tomándolo entre sus brazos, alzándolo por encima de sus cabezas para que el sol de aquellos días de primavera, que no volverán, le cegara y calentara el suave pelaje de su lomo. Hela... Sobre ella también se alzarán las noches y morirán los días. Esperando.
Y arrullado dormirá y soñará con su hocico tierno enterrado en las ropas de su padre, emitiendo suaves gruñiditos de placer cuando con sus manos finas cubriera sus pequeñas orejas frías, protegiéndolas de la primera ventisca del otoño corriendo por los campos dorados ondeantes allá hacia donde mirara. Y soñará con el crujir de los pies descalzos de su padre, aplastando el cereal indoblegable, acunándolo en sus brazos entre las raíces del gran fresno Yggdrasil, besándole la tierna piel de sus almohadillas, restregando su delicada nariz en contra dirección para revolver amoroso la línea del pelaje que más largo le crece desde la nuca hasta su gruesa cola y riendo dirá, así lo soñará. Mi lobezno tiene cola de gato montés, tiene cola de zorro. Suave, suave como las semillas pomposas de las flores que nadie trenza. Suave, mi cachorrito.
Que pequeño es el amor.
Y cuando llegue el día. Fenrir enorme, negro como el abismo de obsidiana, como el lodo del fondo del mar, negro como el hierro abrasado, abrirá el último eslabón de su cadena y rugiendo pisoteará la nieve virgen del mundo primero, boqueando hambriento entre las nubes. Enorme como fue prometido. Fenrir pisoteará el firmamento resiguiendo el camino que ha marcado sigilosamente Vali siglo tras siglo, hasta el confín de las estrellas y en emboscada aullando más fuerte que el trueno, caerán ambos sobre el sol y la luna, destrozando sus carros, abriéndoles el vientre, engullendo su carne perfecta. Y aullarán con fuerzas renovadas, aullarán a la nada con sus hocicos ensangrentados, relamiéndose el pelaje sucio por las matanzas que acontecerán. Y a lo lejos, escucharán juntando sus frentes la rica voz que les ha consolado y verán como surcará el mar una barca tirada por la gran serpiente, y en la proa distinguirán a Loki triunfante, cogido a la cabeza de lobo allí labrada como estandarte.
Loki sonriendo al cielo vacío señalará de entre los Ases combatientes a quien llaman Odín y Fenrir sobre él se abalanzará.
Porque por fin habrá llegado el gran día.