CHALLENGE MITOLÓGICO 2011 #038 - EXCALIBUR, BY @VEJIBRA

Jan 27, 2012 22:26


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Autora: vejibra momiji

Título: Hijos de Camelot/Leyendas Artúricas

Personajes: Arturo/Ginebra & Lancelot/Ginebra

Palabras Elegidas: Castigo y clemencia.

Palabras: 718

Rating: PG-16. Leve referencia de infidelidad.




Algunos hombres están hechos para la batalla, otros para ser amantes; pero ninguno para ser las dos cosas. Lamentablemente, el famoso Rey Arturo, soberano de la magnífica Camelot; jamás pudo alcanzar o comprenderlo hasta que fue demasiado tarde.

Criado con los hombres humildes después de la muerte de su padre, y siempre acompañando a un excéntrico hechicero llamado Merlín; Arturo aprendió el arte de la guerra y la compasión, que todo buen soberano posee.

Pero ahora, frente a los dos enjuiciados, su esposa y su más fiel soldado; el rey Arturo, cansado y agotado de tantas luchas y la búsqueda del Santo Grial, no puede ser justo como lo ha sido antes, ni vengativo contra la infidelidad.

Como hombre, no puede juzgar a Ginebra de sus actitudes, pues nunca fue un esposo fiel. Contrajo matrimonio con la triste doncella de cabello dorado, quién alguna vez había sido una niña enamorada de un héroe de fantasía, porque era lo que él debía hacer.

Dedicado por años a gobernar, la inquietud de una tibia noche en los campos de Avalon, cuando había amado por primera vez a una mujer, cuyo rostro nunca había visto, pero que había quedado grabado en su memoria; dejó en su alma una cicatriz que el matrimonio nunca aclaró, ni siquiera cuando la novia era tan hermosa como las ninfas de agua.

La había abandonado, fiel como esposo en su carne más no en su mente, Arturo era culpable de la infidelidad de su esposa. Mira a su caballero Lancelot, el muchacho que parece evitar su mirada, como un hijo evita ver a su padre cuando ha cometido una falta grave de la que no puede ser perdonado. Arturo suspira, con una pausa lenta, conjugando sus pensamientos.

Merlin se levanta de sus asiento con lentitud, los años ahora le pesan, como pesan los pecados de su alma. Nadie puede construir una esperanza sin que ésta sea amenazada de muerte por la desolación que conllevan los sacrificios. Frustrado de las faltas de su pasado, no puede reclamar a Arturo la indecisión del castigo que debe ser impuesto a los dos amantes que lo han traicionado.

Mientras por su parte, el rey solo se debate en lo que cree y no cree correcto. Al final de sus días, unos dirían que fue benevolente y demasiado débil contra los encantos de su embrujada esposa, quién vieja había abusado de la inocencia de un muchacho como era Lancelot.

Pero solo Arturo, Ginebra y Lancelot podían comprender lo que había pasado por sus mentes. Ninguno era culpable para recibir un castigo, porque todos, en mínima medida, eran culpables de su deseo y sobre todo de su soledad. Arturo había abandonado a su esposa, en busca de un santo grial para aliviar la soledad de su pueblo, y el de su propio corazón que anhelaba el recuerdo de una mujer sin rostro que había tomado todo de él, incluso su alma.

Ginebra, reina triste de Camelot, había dejado que el miedo que atormentaba su cuerpo sin hijos y el pesar de su edad que caía como bruma sobre sus hombres, aquejara su dolor, y su esperanza de alivio. Ella era como la niebla, sentía que se esfuma con los años, vacía y seca de un amor que pensó obtener cuando se casó con el héroe de su infancia. Entonces entre sus pesares, el joven Lancelot le había otorgado su más preciado regalo, un beso, tierno y dulce que ni en sus mejores sueños pudo imaginar.

Entonces Lancelot había sido culpable de permitirse la compasión, acompañada de una tibia admiración distante, a la solitaria y bella mujer que anhelaba con su alma pero que sabía que nunca podría ser suya, hasta que ella se lo permitió. Todos eran culpables de no saber qué sentían y no evitar lo que para algunos era conocido como el destino.

Finalmente en silencio, el rey proclamó una clemencia. Enviando lejos al muchacho que había considerado un hijo y encerrado a su triste esposa detrás de los muros de Camelot. Todos estaban vivos, pero realmente, hace tiempo que habían muerto.

Era como aquella leyenda que hace años se había construido entorno de la espada del rey. Su pasión por la vida era desdichada, como Excalibur alguna vez estuvo enterrada en una piedra, perdida y olvidada, sin esperanza alguna.

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