CHALLENGE MITOLÓGICO 2011 #025 - TORMENTA EN EL OLIMPO by NATXOPISTATXO

Jan 20, 2012 14:21





Autor: natxopistatxo
Personaje: Hermes. También salen Artemisa, Apolo, Atenea, Hefesto y Hestia.
Palabras Elegidas: infancia
Palabras: 4231
Rating: PG14 por lenguaje



La noche era fría y los relámpagos iluminaban brevemente la oscuridad. El niño no les temía, como tampoco se asustaba por la falta de luz. Eran los truenos los que le hacían estremecer y aferrarse más a su mascota, que tampoco se encontraba tranquila sobre aquel colchón de plumas.

El pequeño tanteó bajo los almohadones y extrajo una figura dorada. La estrechó contra su pecho, como si creyera que un gesto tan simple pudiera calmar su ansiedad. Entre los segundos que duraba el último trueno, que parecía sacudir cielo y tierra, el niño concluyó que no podría volver a dormirse. Se levantó de la cama y caminó descalzo hasta la puerta. Comprobó que se abría y se asomó al pasillo. Nadie parecía deambular por allí a aquellas horas. Las sombras iban y venían, entre los haces de luz.

El pequeño aun no terminaba de decidirse por salir cuando sintió un aliento húmedo en el talón y dio un respingo.

Tan solo era Arni, su cordero, que llevaba una de sus sandalias en la boca y se la ofrecía. El animal tenía dos meses de edad. El muchachito de rizos color miel se encaprichó de él durante la fiesta de la cosecha de su tía y no paró de rogar y suplicar hasta que se lo entregaron. Tuvo que prometer que lo cuidaría en todo momento y su tía le insistió en que le diera bien de comer porque se veía famélico. El niño aceptó encantado y desde aquel día, diosecillo y animal no se separaron jamás.

Caminó por el pasillo intentando hacer el menor ruido posible. El niño era consciente de que si algún adulto le veía, le mandaría inmediatamente para la cama.

Todo un mundo de posibilidades se abría ante él. Rara vez tenía ocasión de caminar por los pasillos del palacio a la luz de la luna y estaba dispuesto a aprovecharlo al máximo.

No se veían las estrellas a través de los grandes ventanales del pasillo. Las nubes, aparentemente negras, lo cubrían todo. De vez en cuando se escapaba alguna culebrina violeta que se ramificaba entre las nubes y restallaba segundos después con estrépito. El animal trató de resguardarse entre los pies del niño. Éste tiritó, de miedo y frío.

El tiempo en el Olimpo no era tan maravilloso como lo pintaban.

Según avanzaba por el pasillo escuchaba cada vez más cerca una serie de risas infantiles. El sonido se escapaba a través de una puerta que no estaba cerrada del todo. El pequeño se asomó a mirar, muerto de curiosidad. Dos niños de cabellos igualmente rubios jugaban sobre la cama. El niño parecía hacer formas con las manos, ayudándose de la luz de una vela y las sombras que se proyectaban en la pared. La niña debía intentar adivinar qué animales representaba.

-Un león… un perro… un gato… -a cada sugerencia los niños reían más y más- Joder, Apolo, eres malísimo…

-Es un lobo -decía el otro casi en el mismo tono agudo de voz-. ¿No te has fijado en los colmillos?

-No mientas. Eso tenía tanto de lobo como de conejo. Pero es igual. Has perdido. Me toca.

-¿Qué? Pero si no has adivinado el animal… -resopló él.

-No me ha hecho falta, me lo has dicho tú.

-Haces trampas…

-No sabes perder -le reprochaba ella-. Yo no tengo culpa de eso. Y ahora presta atención porque este es bien difícil…

-Ares me dijo que haría bien en no jugar con niñas. Sois todas unas tramposas…

-¡Ares es imbécil! -declaró la niña-. Y tú vas por el mismo camino.

-¡Tramposa!

-¿Tramposa yo? Te voy a...

La niña se lanzó sobre su hermano y los dos se revolcaron sobre la cama, cada uno intentando quedar físicamente por encima del otro. Ella parecía tener más maña y conseguía dominarle unos segundos pero él terminaba revolviéndose y le hacía perder estabilidad, obligándole a soltarle. El otro niño estaba tan embobado mirando la pelea desde la puerta que no se dio cuenta de que su mascota iba por la libre y ya se había colado en la habitación.

-¡Arni! ¡No! ¡Vuelve! -le susurró su amo. Pero el cordero no presentía el pánico y se puso a balar, alegre.

La niña rubia, con expresión satisfecha tras sobreponerse físicamente sobre su hermano, se percató de la presencia de Arni. Sus ojos se movieron como un resorte hacia la puerta. Su hermano, Apolo, aprovechó para arremeter con todas sus fuerzas. La niña cayó al suelo con un sonoro golpe.

-¡Ay! ¡Artemisa! ¿Estás bien? -preguntó Apolo asomándose desde la cama-. ¿Te has hecho daño?

-¿Eres rematadamente imbécil? -le respondió su hermana-. Sí, estoy bien. Ha sido ese estúpido cordero que me ha descentrado.

Como si supiera que se estaban refiriendo a él, Arni volvió a balar, esta vez más fuerte.

-¡Hermes! -adivinó Apolo al relacionar al animal con la pequeña sombra que se veía tras la puerta. El muchachito de cabellos ensortijados sonrió con timidez-. ¿Qué haces ahí?

Hermes se apresuró a entrar ya que los otros no le ponían ningún impedimento.

-Me despertó la tormenta y ahora no puedo dormir.

-Nosotros tampoco -contestó Apolo-. Por eso estábamos jugando a adivinar animales.

Desde luego eso era mucho más divertido que vagar solo por los pasillos.

-¿Puedo quedarme? Prometo no molestar -rogó Hermes con ojos suplicantes.

La niña se aferró a la cama para levantarse y volvió a sentarse.

-Está bien pero dile a tu cordero que deje de morder las sábanas. A Hera no le gusta ver la ropa raída. -puso los ojos en blanco- Que me importa una mierda lo que quiera o no, pero si la contrariamos, papá también se disgustará.

-O nos castigará -sugirió su hermano.

-O nos castigará -corroboró Artemisa. Hermes cogió a Arni y lo estrechó contra sus brazos-. ¿Quieres jugar a adivinar animales?

-Mejor juguemos a otra cosa -propuso Apolo.

-¿Se te ocurre algo mejor? Dale.

-¿Y si uno canta una canción y los demás tienen que adivinar la tonalidad?

-¡Apolo! ¡Eso es una mierda de juego! No voy a perder el tiempo intentando descifrar a qué escala pertenecen tus canciones. Si cantas fatal, además…

El otro no respondió pero era evidente que se había ofendido. Hermes, que era el más pequeño de los tres, se apresuró a sugerir otra actividad antes de que la sangre llegara al río.

-¿Y las adivinanzas? ¿Podemos jugar a pensar algo y que el otro tenga que adivinarlo?

-Es como lo de los animales.

-Sí, pero con cosas de la habitación. Y hay que dar pistas de lo que puede ser. -los otros dos le miraron expectantes, esperando un ejemplo-. Por ejemplo. Calienta y da luz…

-¡Fuego! -respondió la niña. Hermes asintió- Está bien. Me gusta.

-Pero no hay fuego en la habitación -replicó Apolo que empezó a rascarse la cabeza en un gesto que evidenciaba confusión.

-¿Cómo que no? ¿Y la vela que es?

-Una vela.

-Bien, vale. Ahora resulta que las velas están hechas de hierba.

-Pero el fuego es otra cosa… -insistía Apolo-. Y no están hechas de hierba sino de cera.

-¿Y lo que ilumina? ¿Me vas a decir que también es cera?

-No, es luz.

-De acuerdo. Propongo una adivinanza -dijo la niña alzando la voz-. Es rubio y bastante imbécil…

-¡Apolo! -respondió Hermes sin titubear.

La niña asintió vigorosamente con la cabeza y Hermes no pudo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción.

-¿Ya está bien, no? ¿Por qué os tenéis que meter siempre contigo? -se quejó el otro con expresión dolida.

-Nadie se estaba metiendo contigo. -Artemisa le pasó un brazo sobre los hombros, en gesto apaciguador-. Estábamos jugando a las adivinanzas…

-Pero has dicho que era imbécil…

-Bueno, pero cuando describes a alguien no es un insulto, ¿no?

-¡Eres una payasa!

-Y tú un llorica.

Ahora fue el muchacho rubio el que se lanzó sobre su hermana, que muerta de risa intentaba quitárselo de encima. Hermes no sabía qué hacer. Mantenía al cordero entre sus brazos y se estremecía de puro nervio. De pronto se escuchó una voz a sus espaldas.

-¿Qué hacéis? -Hermes se volvió como un resorte. La mayor de sus hermanastras se había parado en la puerta como él hiciera minutos atrás. No parecía que quisiera reñirles sino satisfacer su curiosidad-. ¿Por qué no estáis dormidos?

-¿Y tú? -Artemisa esquivó la pregunta lanzando otra a su vez.

-Como si alguien pudiera dormir con semejante tormenta -respondió Atenea. Pareciera que los elementos quisieran darle la razón: las ondas de un nuevo trueno hicieron temblar las paredes y el suelo.

-Nosotros tampoco podemos. Por eso estamos despiertos.

-¿Y ese es motivo para que arméis semejante escándalo? Se os oye desde el otro lado del pasillo.

Los niños se encogieron de hombros.

-¿Quieres jugar a las adivinanzas con nosotros? -propuso Hermes.

-¿Qué clase de adivinanzas? -la muchacha volvió a entornar la puerta tras de sí y se acercó a la cama mientras los pequeños se apresuraban a hacerle hueco.

-Cosas de la habitación. Ya hemos adivinado dos. Fuego y Apolo.

-Lo mío no era exactamente una adivinanza.

-Apolo siempre quiere saltarse las reglas. -la otra niña aprovechó para sacar la lengua a su hermano y éste hizo un gesto grosero con la mano-. Pero es divertido. Si quieres puedes empezar tú ahora proponiéndonos algo para que lo adivinemos. Tienes que dar dos pistas.

-¿Qué clase de pistas? -preguntó Atenea que ya tenía una ligera idea rondándole la cabeza.

-Palabras que puedan relacionarse con la adivinanza. Hermes pensaba antes en el fuego y dijo calor y luz.

-Pero no hay fuego en la habitación así que no vale -le interrumpió Apolo. No parecía querer darse por vencido.

-La vela que nos ilumina contiene fuego -enunció la muchacha morena tras mirarle fijamente unos segundos.

-Pero la vela no… ella no… En fin, da igual.

El niño desistió al ver que nadie pensaba apoyarle.

-Y el que adivine le toca pensar a su vez en otra cosa ¿no? -volvió a preguntar la muchacha. Artemisa y Hermes asintieron-. De acuerdo. Pues ya tengo una. Blanco y pequeño.

Se hizo brevemente el silencio mientras los otros tres pensaban.

-¿Blanco y pequeño? No se me ocurre -comentó Hermes con la mirada perdida en el vacío.

-¿Cojín? -intentó Artemisa pero Atenea negó con la cabeza-. Has escogido uno difícil.

-En realidad no.

-Pero ¿seguro que está en esta sala? -insistió Hermes.

-Más que segura. De hecho te está mordiendo la mano.

-¿Qué? -Entonces cayó en la cuenta- ¡Arni!

El cordero, al oírse nombrado, dejó de mordisquear los dedos de su dueño y le miró con su expresión más inocente. La morena sonrió satisfecha y asintió.

-Entonces me toca. -Hermes pensó unos segundos. De pronto se sintió en blanco. ¿Qué podría suponer un reto? Veía a Artemisa tocarse el brazo y a Apolo revolverse el flequillo mientras Atenea mantenía sus ojos ambarinos fijos en él. La mirada de esta última le ponía nervioso y eso solo conseguía que tuviera más dificultades para concentrarse-. ¡Mierda! ¡Qué asco!

-¿Una mierda? -sugirió un Apolo despistado.

-¡Oh, venga! ¿Es que acaso ves una mierda en la habitación? -le reprochó Artemisa propinándole un golpe en el brazo-. Como no te hayas cagado… -su expresión cambió enseguida y se volvió hacia Hermes- ¿No se habrá cagado tu cordero, verdad? Porque si es así ya puedes ir recogiendo los excrementos con tus propias manos…

-¡No! -respondió el niño enseguida. Luego pareció dudar y levantó al animal para mirar debajo- No, no se ha cagado.

-Bien. -la niña rubia se mostró más calmada-. Porque si hubiera sido así, seguro que Hera nos hacía bajar con toda la ropa al río Estigia para lavarla.

-¿Cómo se va a lavar la ropa en el río Estigia? Habría que estar loco… - exclamó su hermano con expresión horrorizada.

-¿Y Hera no lo está?

-¡Cuidado con lo que dices de mi madre! -retumbó una voz grave y potente al otro lado de la habitación. Los cuatro muchachos pegaron un respingo-. No es que la tenga mucho aprecio, pero es la reina de los dioses y tiene oídos en todas partes.

-¡Se me acaba de ocurrir una adivinanza! -comentó Apolo tras recuperarse del susto. Artemisa y Atenea arquearon una ceja-. Cojo y maloliente… -los niños mudaron su expresión de incredulidad- ¡Oh, venga, si es muy fácil! -pero como nadie respondía no pudo evitar delatarse- ¡Es Hefesto! ¿Lo veis? Está en la habitaci…

-¿Quieres que te parta la boca? -exclamó éste de muy malos modos. Apolo se protegió detrás de su hermana comprendiendo que aquello no tenía ninguna gracia. La pasión le acababa de jugar un disgusto.

-Lo siento… Yo no quería…

-Aprende un poco de educación para la próxima vez, ¿estamos? - bufó Hefesto acercándose a la cama con cuatro zancadas-. Las musas te pueden enseñar de eso.

-¿Y que hace el señor malas pulgas caminando por los pasillos a las tantas de la madrugada? -preguntó Atenea. Era la única que no sentía el menor temor frente a la cólera del pelirrojo.

-He estado en la fragua hasta tarde -contestó el otro. Tenía toda la cara manchada de carbón y apestaba a azufre-. Padre necesitaba una armadura nueva para el aniversario de bodas.

-¿Por qué? ¿Va a hacerle la guerra por fin a su mujer? -repuso Atenea con tono malicioso. Hefesto simplemente se encogió de hombros y se sentó a su lado.

-En fin… ¿Seguimos jugando o lo dejamos? -sugirió Apolo ahora asomando la cabeza desde detrás de su hermana.

-Yo ya no tengo ganas. Estoy cansada. -Artemisa bostezó y estiró los brazos-. Creo que me voy a dormir.

-Arni también está cansado. -Hermes miró a su cordero que se había quedado dormido en sus brazos-. Habría que acostarle.

Se levantó dubitativo. Realmente no quería irse pero si sus hermanos tenían intención de dormir… Apolo pareció leerle el pensamiento.

-Puedes quedarte aquí si quieres. Tenemos hueco. La cama es muy grande.

Era cierto, la cama era lo suficientemente espaciosa como para albergar a cuatro personas. El problema es que ya eran cinco. Artemisa se situó en el centro y se arropó con las sábanas. Hermes y Apolo le siguieron. Los otros en cambio se quedaron donde estaban, inseguros de si molestaban o no.

-Si Hermes se queda,vosotros también podéis quedaros -les dijo Artemisa tras un bostezo sonoro-. Mi hermano no es el único que tiene potestad para invitar a la gente a nuestro cuarto.

-¿Entraremos?

-Seguro que sí. Solo tenéis que tumbaros y no moveros más.

-Bueno… -Hefesto no necesitó que se lo dijeran dos veces. Esperó a que Atenea se acostara para echarse a un lado.

Cuando los cinco se tumbaron, notaron enseguida la falta de espacio.

-Tal vez nos hayamos precipitado… -Artemisa parecía pensárselo mejor ahora. De pronto sintió una patada en la rodilla- Apolo, idiota, coge la postura de una vez y no te muevas más.

-No puedo, el cordero de Hermes me aplasta las costillas -respondía su hermano con sonido lastimero.

-Pero si Arni está al otro lado -susurró su dueño.

-¡Ah! ¿Entonces eres tú? Pues no me dejas respirar…

-¡Quejica!

-Que es mi cama… ¡Artemisa, díselo! Me está quitando todo el espacio.

-Y tú a mí. Y además no paras de hacer el gilipollas. Estate quieto de una vez - respondió su hermana con dureza-. Así no vamos a poder dormir.

-Pero…

En el otro extremo también se había formado una discusión.

-¡Cómo me toques el culo te enteras, Hefesto! -exclamó ahora Atenea. El otro le miró unos segundos sin comprender.

-Pero si ni te he rozado.

-Es una advertencia. Por si acaso -le amenazó la otra con mirada asesina-. Así nos evitamos explicaciones incómodas después, ¿no crees?

-Si no os importa, ¿podríais dejar de discutir y poneros a dormir? -interrumpió la niña rubia-. Como se me pase el sueño la que os va a matar con sus propias manos voy a ser yo.

De nuevo, codazos, gritos, improperios... Las sábanas habían terminado en el suelo mientras los niños discutían.

Hefesto enseñaba los puños a Apolo que a su vez se zafaba de Hermes, mientras Atenea y Artemisa se miraban desafiantes a los ojos. De pronto la vela se apagó y la habitación quedó sumida en la más completa oscuridad.

-¡Oh! Alguien ha soplado muy fuerte -sugirió Apolo.

Entonces... ¡plop! La vela volvió a encenderse como si nada hubiera pasado. Los niños se miraron asustados.

- Pero ¿qué demonios? -maldijo Hefesto poniéndose en pie.

Poco a poco, el resto de velas fueron encendiéndose y, antes de que pudieran remediarlo, las antorchas del pasillo también prendieron.

Hermes aprovechó el descuido de sus hermanos para coger la sábana y taparse entera con ella. Podía ver como los gemelos tiritaban de miedo a su lado. Apolo era más expresivo y tenía aferrada a su hermana por el brazo, tirando de ella. A ésta le costaba más reconocer esas cosas y hacía lo posible por desprenderse del abrazo.

La puerta se abrió y la diosa Hestia entró en el cuarto. Vestía la cabeza con el mismo pañuelo blanco que impedía que se viera la totalidad de sus cabellos, tan negros como la noche. Los ojos de la diosa parecían lumbres y chisporroteaban como tal. Mantenía una expresión seria y aferraba una antorcha en una de sus manos que desprendía más luz y calor que la suma de todos los fuegos del Olimpo juntos.

-¿Qué filípica habéis montado en la habitación de los gemelos, puede saberse?

-La tormenta...

-Los rayos...

- … no podíamos...

-La tormenta ya pasó de largo -respondió Hestia cortando los balbuceos de los niños de raíz. Su expresión se dulcificó y las llamas perdieron intensidad-. Ya no hay nada que temer.

-Pero... es que... ya no tengo sueño -insistió Hermes. No era capaz de mantenerle la mirada a su tía, como ninguno de sus hermanos.

-Entiendo que estéis aun asustados. Ha sido una noche ruidosa. Demasiado. Pero eso no quita que ahora mismo tengáis que estar durmiendo. Porque es lo que se debe de hacer por la noche, ¿sabéis? -Hermes no estaba muy seguro de que eso fuera lo único que se hacía por la noche, pero la mirada de su tía no admitía replica-. ¡Venga, a dormir todo el mundo! ¡Vamos!

Hermes salió renqueante de la cama junto a Atenea y Hefesto. Arni aun seguía dormido  y el niño lo cargó en sus brazos para llevarlo hasta la habitación.

-Me aseguraré de que estáis durmiendo cuando vuelva de acostar a los demás -advirtió Hestia a los gemelos-. Así que más os vale no hacer ninguna tontería.

Los niños protestaron pero terminaron haciendo caso a su tía. La diosa les dio un beso de buenas noches y les arropó con la manta. Al salir, comenzaron de nuevo los cuchicheos pero Hestia los calló al apagarles la vela con un chasquido de dedos.

-Vamos, os llevaré a vuestros cuartos -les dijo a los demás. Y echó a caminar delante de los tres niños.

Primero llegaron al cuarto de Atenea, el único que, como el de Hermes, disponía de una cama para ella sola.

También se distinguía por ser el más limpio y ordenado. Atenea se despidió de su tía poniéndose de puntillas y dándole un beso en la mejilla. La diosa cerró la puerta.

Después fue el turno de Hefesto. Éste, muy colorado, se negó a que ninguno de ellos entrara. Desde fuera se oían los ronquidos de Ares, su hermano, tan sonoros como los gruñidos de un jabalí.

El cuarto de Hermes estaba cruzando el pasillo. Hestia iluminó la sala con su antorcha y apremió al niño para que se acostara. Sin duda era el cuarto más desordenado con diferencia, en parte porque Hermes no veía ninguna utilidad al orden. Siempre sabía encontrar lo que buscaba por muchas capas de ropa y/o juguetes que tuvieran encima. Sin embargo aquella vez se sintió un poco violento. Suponía que su tía le estaría juzgando aunque no dijera nada.

-¡Que duermas bien, querido! -le deseó la mujer igual que al resto de sus sobrinos.

Pero Hermes necesitaba respuestas a algunas preguntas.

-¿Es verdad que mi padre le va a hacer la guerra a su mujer?

-¿Qué? ¿Quién te ha dicho eso?

-Lo he oído. Dicen que no se llevan muy bien. ¿Por qué están casados si no se llevan bien?

-Los miembros de una familia se comportan de forma extraña a veces. -suspiró Hestia. Le arropó hasta los hombros y le depositó un beso en la frente-. Eso no quiere decir que no se quieran.

-Pero Hera...

-Tu tía tiene un carácter fuerte, es cierto. Sé que resulta complicado de entender.

-Nos odia -musitó Hermes con tristeza.

-No, cariño. No os odia. Solo se siente un poco molesta con vuestro padre.

-¿Un poco?

-Hermes, tienes que entender que es difícil para ella. Para todos, en realidad. Mi hermano no se caracteriza por pensar demasiado antes de actuar. Eso trae de cabeza a algunas personas. Pero te aseguro que Hera os quiere, a su manera.

-¿De verdad? -el niño se mostró incrédulo.

-Eras demasiado pequeño para darte cuenta pero Hera venía a verte todas las noches. Le vi más de una vez acunándote. ¿Crees que haría eso si no te quisiera?

Hermes quedó boquiabierto. ¿Su madrastra le había acunado?

-No juzgues a las personas a la ligera, cariño. Nada es blanco ni negro del todo. La vida está llena de grises con multitud de matices -explicó Hestia acercándose a la puerta-. Ni siquiera mis sacerdotisas son tan blancas como se dice, y está mal que yo lo reconozca en voz alta.

Sonrió y se dispuso a salir pero Hermes volvió a llamarla.

-¿Puedo dormir con una luz?

-¿Le tienes miedo a la oscuridad, pequeño? -la mujer le miró con dulzura.

-No, es solo que... Me siento más seguro con luz.

El niño sacó una vela del bolsillo y se la mostró.

-¿Le has robado la vela a los gemelos? -Hermes pensó que podría ser un reproche pero la diosa comenzó a reír-. No pasa nada pero prométeme que se la devolverás mañana.

- Lo prometo. -y era cierto. Ni siquiera sabía como aquella vela había llegado a su bolsillo. Solo quería una luz que le acompañase. Se había acostumbrado a la tormenta pero esta había pasado y la oscuridad volvía a reinar en el Olimpo. Eso le hacía sentirse solo. Odiaba sentirse solo.

Entonces la diosa chasqueó los dedos y la vela se encendió.

-¿Hay algo más que necesites?

- Sí, me gustaría... -el niño se revolvió en la cama- ¿podrías devolverle esto a Hera? Es suyo.

-¿De qué se trata?

Hermes le enseñó la figura dorada que hasta ahora había guardado bajo la almohada.

- Pensé que... tal vez... no la echaría de menos. -esperó a que la mujer estuviera lo suficientemente cerca para darle un león en miniatura-. Pero sé que no está bien... Creo que es mejor que se lo dé pero no me atrevo a... -sentía las palabras salir atropelladamente por su boca. Su tía le miraba, comprensiva. Eso le relajó.

-Estate tranquilo, se lo daré. De hecho es posible que no la echara en falta. ¿Tal vez quieras que se la vuelva a colocar como estaba antes?

-¿Sin que sepa que se la cogí, quieres decir? -la diosa asintió y Hermes no cabía en sí de gratitud-. Eso estaría bien, supongo.

-Pues eso haré. Y ahora duerme, anda. Deberías aprender un poco de Arni.

La mujer volvió a arroparle y le acarició el flequillo con la punta de los dedos. El niño sintió como si una fogata se acercara a su cara. Era un sentimiento agradable. Cerró los ojos.

-Buenas noches, Hermes. -le deseó la diosa desde el pasillo.

-Buenas noches, tía Hestia.

La diosa se quedó observando unos segundos antes de cerrar la puerta. Seguramente echaba de menos ese sentimiento de cercanía que tenía su hermano Zeus con sus hijos. Ser tía no era lo mismo que ser padre o madre.

El niño escuchó como los pasos se alejaban por el pasillo. Su mente divagaba con unas sandalias aladas nuevas para él y su mascota. Segundos después, se quedó profundamente dormido. La llama de la vela siguió alumbrando hasta la llegada del amanecer.

personaje: apolo/febo, panteón: grecorromano, personaje: hefesto/vulcano, personaje: atenea/minerva, especiales, personaje: artemisa/diana, personaje: hestia, regalos, personaje: hermes/mercurio, challenge

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