RETORNO A KENT

Feb 27, 2012 16:52


TÍTULO: RETORNO A KENT
CAPITULO: 10
AUTOR:munnoch
BETA:carmenmariabs
ADVERTENCIA: Adultos
LENGUA:  Español
PERSONAJES: Tanto los protagonistas como las situaciones que pueblan  esta ficción son frutos de mi imaginación.
NOTA: Para lo que será mi última publicación en castellano, un capricho, que  empezó por un mail… y que  poco a poco, fue dando vida a Pearly  a Sebastián y a todos sus amigos...
COMENTARIOS: Muy agradecido.


MUSICA:

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1953 Sebastian 37 años

A la pregunta de: ¿cómo se siente  uno, tras despertar de  un sueño artificial?   Hecho un despojo humano o quizás cual un zombi.

Ni siquiera cuando salí tiritando  después de una ducha fría, conseguí despejar mi mente, ni desaturdirme del cansancio que penetraba mis huesos. Sin ganas  de enfrentarme con la rutina de la vida, salí de mi habitación…

Acomodado  en el pequeño comedor, delante de mi desayuno, aparté de mí vista  los huevos revueltos. Tan solo con mirarlos  me provocaban nauseas. Sólo té, fue lo único que pude tomar, incluso el zumo de naranja se me hizo  agrio.

-¿No desayunas? Como sigas así, vas a pesar menos que un gorrión.

-Por favor Fergus, ten piedad, no empieces…

-¡Piedad!!! -Exclamó a regañadientes-¡Te has visto como estas!!! Levanta ya la cabeza y lucha Sebastián, no defraudes  el nombre de tus precursores.  A quien se le diga que con tan solo treinta y siete años,  te estás convirtiendo en un viejo oso irascible! ¿Desde cuándo no sales a dar un paseo? Si… ya sé lo que me vas a decir, “cuando sales de compras” pero eso no vale. ¿Desde cuándo no visitas a tus amigos?

A sabiendas  de que la única  manera de alentarme, era la de ponerme entre la espada y la pared,  sonreí con ternura a mi buen Fergus. Lo atraje contra mí y apoyé mi cabeza dolorida sobre  él. Repitiendo como si fuese su eco -¿Mis amigos…?

- Bueno no hablemos de ellos… ¿A propósito, sabes lo que se me ocurre? que te marches a pasar el día por Battle,  como todos los años  en esta fecha  conmemoran la famosa  batalla  de *Hastings  con reconstitución histórica de los combates.

***

Torneo

Finalmente, me dejé convencer por sus argumentos, quizás me ayudaría  olvidar que a pesar  de la desilusión que sufrí tras la visita de Lester,  no conseguía  guardarle ningún resentimiento, quizás  porque en  la última mirada que me dedicó cuando se marchó, comprendí que, si ya no necesitaba  más mi amor, en él  llevaba aún presente el recuerdo emocional.

***

Una vez más,  a pesar de que ya lo había hecho menos de una hora atrás , volví a ducharme.  En guisa de distracción, escogí mi  ropa  con cierto esmero,  una elegante  camisa   de  lino de color crudo satinado,  gemelos de huesos de ballena fabricados por Theophilus Shirtmakers of London, un blazer azul marino en cachemir, hecho a medida, con sublime preocupación del detalle por mi sastre personal. Unos ligeros pantalones de gabardina beis.  Mocasines richelieu negros hecho à  mano por un zapatero  italiano  con escaparate en Sloane square.

Más bien  satisfecho por  el resultado  elegante de mi  vestimenta, sonreí a mi reflejo en el cristal del espejo.

Algo más animado, disfrutando del paisaje,  me dediqué a la conducción a poca velocidad  de mi descapotable con rumbo  a **Battle  que, después de todo dista tan solo  unas dieciséis millas del pueblecito de  Sissinghurst

Se dice; que, la suerte sonríe a quienes  madrugan, lo cual por mi parte se verificó, inversamente proporcional, a mi retrasada llegada.

Pues  apenas contornear  la plaza asimétrica que da acceso al impresiónate castillo  feudal  y a su derecha a  los parkings,  la  suerte me sonrió en la persona del guardia del parking, quien con ademán diligente, me señaló donde aparcar mi Aston Martín.

Menos  propicio me resultó, obtener una mesa para almorzar; pues todos los pubs que hacían de restaurante, colgaban el cartel de completo, lo típico para un día de fiesta local. .

Ya era el tercero que visitaba   sin éxito alguno, así que no muy optimista entré en The Black Horse, un  lujoso pub y restaurante con bastante buena reputación.

Al penetrar, el maître me recibió con sonrisa  afable y, alentado por la propina que muy discretamente le tendí, me respondió:

-Haré lo imposible señor. Por favor aguarde unos instantes en el bar, la casa le ofrece el aperitivo.

Y fue en ese preciso momento que un señor me rozó el hombro. Se excusó sin dedicarme la más mínima mirada,  alejándose en dirección a su mesa.

Un  hombre, de figura esbelta, perfecta, alto, más de un metro noventa, atlético y con fibrosa musculatura, como lo desvelaba su polo de color negro que sublimaba su espalda ancha y flexible y un pantalón del mismo color que el polo, ceñido por una correa de piel de pitón con hebilla dorada, perfilaba sus estrechas caderas al igual que unas nervudas y largas piernas.

De inmediato me sentí fascinado por su irresistible magnetismo.   Aquel hombre, como solo nuestra madre naturaleza logra cada un millón de individuos, era verdaderamente hermoso, y  cual un tigre, se movía con la misma desenvoltura y  agilidad,  y como él, seducía e imponía respeto.

Sin conseguir  apartar mí mirada de él, lo observé descaradamente. Invadido simultáneamente  por sentimientos diametralmente contradictorios. Tan pronto me   sentí  feliz, como  me  dejé  engullir por un profundo y oscuro  precipicio de tristeza.  Feliz, porque como renace  la rosa de Jericó al contacto del agua, mi corazón  resucitado al roce del desconocido, volvió a vibrar. Triste,  porque pocas veces se logra la inembargable simbiosis que hace que dos seres fundamentalmente opuestos se fundan en uno solo.

El bullicio que imperaba en la sala, se volvió entonces en un silencio sordo para mí. Un silencio que absorbe la parte más grosera del ruido, dando la ilusión de una especie de transparencia sonora, a lo único que deseaba escuchar: la  voz del desconocido cuando se excusó.

-Señor… ¿Señor? -Insistió el maître

-¡Oh!! Lo siento…!- respondí confuso por mi distracción -

-Si al señor le apetece compartir una mesa...

- ¡Sí! Perfecto… gracias.

No sé si existen los milagros, mas cuando vi al maître detenerse   delante de la mesa del desconocido, en ese instante se cumplió  uno para mí. Me aproximé a la mesa, invadido por una quemadora y delietable tortura, saludé y, con voz que traicionaba mi emoción, le di las gracias por su amabilidad. Sin responderme siquiera,  hizo un gesto con su mano que supuso   restar importancia a la cuestión, y siguió comiendo absorto en sus pensamientos.

Para cuando el maître me adelantó la silla, el camarero ya esperaba con la carta del menú. Sin consultarla comuniqué mí pedido.

- Tomaré un chicken pie, tres patatitas cocidas al vapor, una ensalada de berros y un vaso de agua mineral  sin gas, si fuese posible.

Sentado frente a él, respirando  la fragancia delicada  de su eau de toilette  que  sin remisión a cada respiración  turbaba mis sentidos, le sospeché   indiferente a las emociones que, su presencia provocaba en mí.

El sol,  por la ventana, iluminaba con reflejos sedosos sus bruñidos  cabellos de color castaño claro, se desplegaba a un espeso flequillo que  de vez en cuando le ocultaba unas finas cejas  rectilíneas  que dibujaban parpados  sutilmente nacarados.  Me llamó   sobremanera sus pestañas largas y espesas que hombreaban una mirada de color  gris de acero fundido. La cara era hermosa y noble con los pómulos altos y la nariz recta,.. La boca generosa, con  labios pulposos, atestaba irónica,  e impudente sensualidad.

En cuanto a sus manos que, eran grandes y fuertes con uñas perfectamente manicuras, manejaban los cubiertos con precisión y medidos gestos.  Gestos de cirujano, pues cortaba  con la misma destreza la  carne;  en pequeños trozos; que,  masticaba lentamente, de vez en cuando, antes de beber cerveza, limpiando sus labios delicadamente con la servilleta de lino blanco almidonada...

Todo en él se me antojaba divino., pero inevitablemente  ocurrió lo previsible! Lentamente, el desconocido alzó la mirada para observarme fijamente. Muy a su pesar noté que se estremeció. Entonces contrariado por su corto instante de abandono, frunció el entrecejo y me preguntó con un rictus de hermética sospecha y con voz profunda.

-¿Le puedo preguntar por qué diablos  me observa usted  con  tal insistencia, ¿acaso sería  usted gay? -

Fue  un gesto ridículo por mi parte, cuando detuve el tenedor  entre el plato y mi boca que permaneció entreabierta.  Sin saber cómo actuar.  No supe tampoco que responder. El rubor nació en mi cara, pero no fue de ira, sino de vergüenza. Una vergüenza que me dejó mortificado, enmudecido y abrasado por una ola de calor que  me provocó sudor.

Cabizbajo, deposité silenciosamente mis cubiertos en el plato. Lo único que se me ocurrió, fue llamar discretamente al camarero y pedir la cuenta. Pero al desconocido, al parecer no le agradó mi tan dócil decisión . Porque nada más llegar el camarero lo despidió  con el gesto inherente de los hombres acostumbrados a hacerse obedecer.

Para mi desconcierto, como si no fuese suficiente,  volvió a reiterar su pregunta pero sin alzar la mirada.

Una vez más el bochorno me acometió, muy a mi pesar se me humedecieron los ojos,   desesperadamente  parpadeé para retener la delatora  lágrima que me haría pasar por un cobarde desvelando mi vulnerabilidad. Sin más recurso  que él que le queda a los débiles de carácter,  hice acopio de valor, pero cuando pude hablar  para  presentarle mis  excusas, mi voz sonó ridícula, impersonal.

Deseando  que me tragase la tierra, deposité  mi servilleta sobre la mesa y una vez más me propuse levantarme, dispuesto a abandonar en el  deshonor el campo de batalla.

De repente, en  el  preciso instante que  traté de mover  hacia atrás mi silla para levantarme. El desconocido  anticipando mi reacción, como un muelle que  bruscamente se distiende, alargó sus piernas,  sujetando con sus pies  las patas delanteras de mi silla cuan poderosas  tenazas.

- ¡Conténgase, qué demonios!  No sé de usted en espectáculo… -Pero cuando prosiguió, su voz se tornó suave cual una brisa ligera.- Si alguien debe excusarse creo que también debería hacerlo  yo. Lo siento, créame,  pero le debo confesar que es la primera vez que me apercibo que un hombre se fija de esa manera.  -Concluyó alargándome la mano y presentándose.

-Wilsley, Wilsley Gillingham.-

-Sebastián Rutherford.  -Reciproqué  atónito estrechándole la mano..

-¿Sebastian Rutherford.. West?… ¿De Thunderhurst Manor?  Sus ojos que eran grises como el acero se volvieron azules cobalto al sonreírme.

-¿Me conocía usted?- Inquirí incrédulo.

- Creo que tenemos un amigo común, ¡Maurice! Mi cuñado! Estuve hablando con él por teléfono, no más tarde de ayer. Por lo cual puedo  confesar que  se mostró elocuente, verdaderamente entusiasmado hablando de usted. De modo que cuando   le dije que estaría aquí en Battle, me pidió que pasara a saludarle de su parte. Lo cual me proponía  hacer mañana por la mañana antes de regresar para Londres.

De haber estado tan cerca del desastre, el tono amistoso de Wilsley  me habría dejado mareado de alivio, pero cuando respondí, mi voz dejó translucir un leve nerviosismo que no pude remediar.

-Maurice...Desde que se marchó para Australia no he vuelto a verlo.

--Ni siquiera cuando se casó, ¿verdad? Su pregunta me sorprendió. Como si fuese una acusación.

-… No…No pude ir… o mejor dicho, no me atreví a reencontrar a ciertas personas que sé que asistirían a la ceremonia, Maurice no se enfadó, de hecho me dio la razón.

-Si… estoy al corriente.  Me ha contado lo ocurrido con su pareja,…lo siento… personalmente  he sufrido algo similar.

Concluyó, mirando  su  reloj para decir que ya era hora que nos acercáramos a los palcos,   a pocos pasos de ellos nos separamos.

Tuve la suerte de obtener un asiento en primera fila. Los palcos, reconstitución perfecta de lo que debieron ser en la edad media, aparecían adornados con guirnaldas de llamativos colores.  Escudos que enarbolaban con orgullo  blasones de los diferentes señores, príncipes y otros condados de Gran Bretaña.

Como lo requería la justa reproducción de la época,  los palcos  se situaban a mas o menos un metro cincuenta de suelo,  de modo que desde mi butaca gozaba con vistas inalterables del campo donde se desenrollaría la justa. Miré entorno de las gradas, pero no conseguí avistar a Wilsley, de modo que concentré  mi atención  en la lectura del programa.

El espectáculo, como se debiera, empezó por un desfile de presentación de los concursantes. Todos llevan nombres prestigiosos, por lo que la inmensa mayoría me recordaban las películas de Errol Flynn.

Llevábamos más de una hora asistiendo a batallas, combates y otras distracciones medievales, animadas con gritos desesperados por partes de los que debían sufrir el papel de recibir heridas sino la muerte, cuando el heraldo, anunció el combate que opondría el caballero Negro al caballero Rojo. Busqué en el programa quienes eran los protagonistas, pero lo único que puede averiguar  fue  que  procedían  de  Londres, de un club de aficionados en combates de este estilo.

Los dos caballeros,  lucían  pesadas armaduras de estilo medieval, coronados por el lujoso yelmo con cimera encrestada con plumas de pavo real que, les protegía la cabeza de todo peligro, pero les incomodaba desagradablemente la respiración. Ambos protagonistas,  bajo el brazo derecho, contra el costal, apretaban  la lanza de justa, guarnecida de arandelas con efecto de proteger  las manos..

En cuanto a sus caballos,  orgullosos destreros cubiertos con caparazón de vistosos colores,   alzaban su cabeza con afanosos movimientos, piafando y relinchando; impacientes por  empezar a pelear.

Como todos sabemos, antes de enfrentarse a su adversario, el caballero escoge una dama para defender sus escudos de armas. Lo que bien evidentemente hizo el caballista Negro, que acercando la punta embotada de su lanza a una respetable anciana que  no pudo esta sino reprimir un  gritó de de terror,  al mismo tiempo que daba  un respingo echándose hacia atrás, para después, bajo un inesperado e intempestivo impulso de valentía, sorprendente por parte de la mencionada señora,  levantando su bolso de cuero negro, empezó a golpear la extremidad despuntada  de la lanza con tal arrebato que hizo  retroceder  a aquel feudal señor.

Después de que el heraldo por altavoz le explicase que su respetabilidad no corría el menor peligro con aquel caballero, y que en esas circunstancias,  le dedicaba su admiración.  La dama que por fin, confusa comprendió  su error, sus mejillas sonrosadas por el halago, buscó en el dichoso bolso de cuero negro  hasta encontrar un pañuelito que colocó  en el asta  con tal dedicación y con gestos tan lentos  que trascurrió casi un siglo cuando terminó  dicha faena. Siglo  que  el  muy locuaz heraldo de servicio, amuebló con abundantes bromas al propósito.

Y precisamente, ya que estamos hablamos de sorpresas, el que se llevó una y de tamaña envergadura fue vuestro servidor.

Sucedió cuando el caballero Rojo sin levantar la visera móvil de su yelmo me presentó la punta de su lanza. Parecido honor, que yo recuerde, históricamente se le ofreció únicamente a un soberano, la verdad es que me sentí abochornado. Pero el heraldo, una vez más, solucionó apresurado la cuestión con voz de circunstancia.

-Su Señoría, le ruego no albergue el menor resentimiento al propósito del caballero Rojo,   le certifico que vestido  con su hermética armadura metálica,  vuestra integridad moral  no corre el menor peligro, así que por favor anuncie sus colores, que se nos está echando el tiempo encima!!!-  Como podemos imaginar  su salida levantó una vez más  una rotunda ola de carcajadas en los palcos.

Por mi parte, lo único que encontré para salir de aquel apuro, fue descalzarme  un pie y  apresurado quitarme  un calcetín negro con rayas amarillas, de modo que bastante   desolado me deshice de él, y lo até al hasta de la  lanza. Ocurrencia que fue acogida por otra salva de carcajadas por parte del público ávido de inocentadas de ese estilo.

El caballero Rojo tras empinar la lanza a modo de saludo se alejó con mi calcetín  para situarse al extremo derecho de los palcos, su adversario como comprenderemos esperaba  de frente a la izquierda.

A la señal de entrar en liza, los nobles caballeros, con la espalda rigurosamente erguida por la metálica armadura, la lanza bajo el brazo, apuntando recta delante de ellos,  aflojaron las riendas.  Aliviados de la tracción del  freno de hierro  que les magullaba las comisuras de sus belfos, los caballos se entregaron  desembocados , en un  galope liberatorio, cuando sus cascos se hundía raudos en la mueblada tierra del Essex ,  arrancando de paso  gruesos terrones con hierbas. Los jinetes se movían inevitablemente al compas de sus monturas  en un simpático chirriar y pesados movimientos

¡Bruscamente!  Los  soberbios destreros  vueltos frenéticos por el estampido que resultó  del impacto de la lanza del caballero rojo que estalló con mil añicos  al contacto del adversario vencido,  que bajo el golpe desmontó  cayendo al suelo en un concierto de metálicos estrépitos, digno de  un honorable y conocido chatarrero que obraba por entonces   por  la región;  frenaron  brutalmente sus carreras.  Furiosos, los animales se rebelaron, relinchando y piafando, cuando por sus trémulos ollares resoplaban   abundantes  nubes de cálido vapor…

Todos aplaudimos al vencedor y ecuánimes por supuesto también al desgraciado caballero Negro que necesitó la ayuda   de no menos de tres hombres para levantarlo. En cuanto al Caballero Rojo que muy cortes, volvió a saludarme, supongo que olvidó devolverme mi calcetín, porque se alejó en dirección de la tiendas de estilo circular.

***

* La Batalla de Hastings (a veces llamada Batalla de Senlac)  aconteció el 14 de octubre de 1066 a ocho kilómetros en el norte de Hastings, en la localidad de Battle, en el condado de Sussex del Este, al sur de Inglaterra, en la cual se enfrentaron,  el último rey anglosajón, Harold Godwinson, al duque de Normandía, Guillaume el Conquistador, el cual  ganó la batalla y   abrió las puertas para iniciar  la conquista de Inglaterra.

**El pequeño pueblo de Battle está  situado en East Sussex que  linda con la frontera de Kent. Unos 15 km   separan  Thunderhurst Manor,  la casa de Sebastián  en Sissinghurst, de Battle.

munnoch : au/au returno a kent

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