TÍTULO: RETORNO A KENT
CAPITULO: 9
AUTOR:
munnochBETA:
carmenmariabsADVERTENCIA: Adultos
LENGUA: Español
PERSONAJES: Tanto los protagonistas como las situaciones que pueblan esta ficción son frutos de mi imaginación.
NOTA: Para lo que será mi última publicación en castellano, un capricho, que empezó por un mail… y que poco a poco, fue dando vida a Pearly a Sebastián y a todos sus amigos...
COMENTARIOS: Muy agradecido.
MUSICA:
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1953 Sebastian 37 años
Gran parte de la mañana la pasé en mi despacho encorvado sobre mi mesa de escritorio plasmando los últimos rescoldos de mis recuerdos. De modo, que cuando Fergus me previno, sin precisar de quien se trataba, que tenía una visita. Fue con cierta satisfacción que coloqué delicadamente mi estilográfica en su estuche y me levanté de mi silla para erguirme con un suspiro de alivio, cuando cimbré el cuerpo hacia atrás, estirando mis brazos para relajar mis músculos entumecidos. Luego, algo intrigado, miré por la ventana… no pude creer a mis ojos… ahí, afuera, mirando con interés profesional un ceanotos de California, esperaba una silueta inconfundiblemente reconocible para mí… Lester!!!De repente, a la velocidad de la luz, los recuerdos fluyeron a mi mente con la misma devastación que provoca una precipitada granizada en verano. Con dolor, con rabia, recordé aquel día cuando se despidió de mí como si entre nosotros no hubiese existido otra cosa que un casual encuentro.
Kent 1949
“Tan solo había trascurrido una semana después de mi dramática separación de Pearly.
Aquel día, era un lunes, me ausenté de casa acompañado por Lester; fuimos a Merriments, el centro de jardinería más importe de todo el Kent. A mi regreso, Fergus me comentó que en mi ausencia, el gabinete de los abogados de Pearly, me daba cita en Londres, a lo cual de su propia iniciativa, respondió muy a propósito que si sus señorías deseaban entrevistarse con lord Rutherford Wells y considerando mi rango, deberían acudir a Thenterhust Manor.
El día convenido, tres lujosos automóviles llegaron. De ellos, se apearon tres abogados y el secretario personal del presidente del gabinete.
Fergus, los introdujo en el gran salón donde se acomodaron entorno a la mesita central.
Siguiendo los consejos de Fergus, les dejé que esperasen unos cuantos minutos, para sacar ventaja de mi posición de lord.
Cuando acudí a ellos, se levantaron como un solo hombre, pero el único que me saludó con sonrisa afable fue Lionel Langley, los demás lo hicieron arbolando una gélida mueca. El secretario, a modo de introducción anunció de manera ridículamente teatral que el distinguido gabinete McGowen and Langley representaba a lady Pearl Bowersbrig . Durante la conversación firmé varios documentos. Papeles que hubiese podido llevar a cabo mi hombre de confianza sin prescindir de mi presencia. Todos eran referentes a la división de los bienes contraídos en común durante nuestra vida de pareja. Lo que me dio a pensar:¿Por qué para clausurar tan sencilla tarea, se desplazan desde Londres tres eminentes abogados… y un secretario?, me parecía una delegación demasiado trascendental, por no decir un tanto sospechosa.Empecé a comprender, en cuando el mencionado secretario, sin levantar la mirada de su maletín de cuero marrón colocado sobre sus muslos, se hizo con un sobre de papel espeso que entregó inmediatamente a su superior; el señor Alexus McGowen.
Raudo, y con un mal presentimiento, reconocí aquel sobre de papel color pajizo, por el escudo de armas que adornaba la parte izquierda. Era el de la familia de Pearly. Los Bowersbrig.
- Lady Pearl Bowersbrig.. .- entonó con voz de castra Sir McGowen sosteniendo el sobre en su mano sin abrirlo.
Al principio, me dio la impresión de dudar, después de que su intención era hacer durar el suspense, luego comprendí que le costaba hablar. Físicamente se parecía a un hermano mellizo del indescriptible señor Picwick de la novela de Charles Dickens y con él compartía todas sus enfermedades.- Lentamente, con gestos medidos, quebró la cera roja del sello estampado que obliteraba el sobre, le echó un vistazo como si desconociese su contenido. Antes de empezar a hablar, muy discretamente, se aclaró la voz, seguidamente marcó una corta pausa como para enfatizar la importancia de su papel y sin más preámbulos, se dispuso a divulgar pausadamente su contenido:
-Lady Pearl …Se considera, según sus propias palabras, justificadamente infamada por los propósitos intercambiados por vos con el señor Lynne Deacon… Lady Pearl estima, por lo tanto, que ciertas joyas … -Sir McGowen a falta de aire, se detuvo un instante que necesitó para respirar antes de proseguir con el mismo tono, para recaer en su impasible tranquilidad al finalizar de exponer las extravagantes exigencias de su clienta.
- Para resumir lord Rutherford, lady Pearl exige, a modo de compensación moral, el collar de esmeraldas, los pendientes de zafiros y la perla en forma de pera, la llamada *Teardrop of the Weald .
En silencio todos me miraron. … Me temo que mi reacción les causó cierta desilusión. Mas lo que acababa de anunciar sir McGowen, fue tan inesperadamente desproporcionado, que no pude contener una estruendosa carcajada. Las exigencias eran hasta tal punto irrealistas, que tuvieron el efecto contrario al que muy razonablemente se podía uno esperar, más tuvieron la ventaja de silenciar en mí todo atisbo de inquietud, por lo cual fue con voz apacible que pregunté:
- Señor Lionel, si no me equivoco, vuestro gabinete, hasta el momento, defiende también mis intereses ¿No es así?
El señor Lionel Langley, seguía inmediatamente después a sir McGowen en la escala social del gabinete. Lionel Langley era un hombre delgado, no muy alto, estrecho de hombros, el cuello inusualmente corto. A pesar de no parecer tener más de los treinta y tantos años de edad, lucía prematuros cabellos canosos, sus ojos azules lechosos, eran grandes y curiosamente redondos, la nariz recta y prominente, equilibraba el prognatismo de su mandíbula inferior que acentuaba su perfil de piraña, en cuanto a sus labios, aunque delgados, tenían un rojo intenso y también una atrayente expresión sensual. Eran los labios de un hombre que daba la impresión de devorar la vida; sentimiento que no desmentían ni sus amantes ni un abultado aparato genital estrechado por unos ceñidos pantalones grises con rayas oscuras. Lo más curioso, es que a pesar de todas esas características, no se podía decir de él que careciese de un sutil encanto.
Como si reflexionase intensamente, dejó que le pregunta hiciese su efecto… después levantó la mano dándola por asentada.
-¿Y? -Volví a preguntar. Miró en dirección a su socio, fue una rápida mirada que tuvo como consecuencia desconcertar a sir McGowen, pero cuando me respondió, lo hizo en mi favor
- Tal reivindicación se percibe descomunalmente desproporcionada por lo cual debe ser considera nula y sin valor, desde luego inaceptable, my lord.
- Gracias señor Langley… caballeros creo que nos merecemos un buen brandy.
Como no volví a tener noticias de los abogados; pensé que la guerra que Pearly me había declarado cuando exigió muy descaradamente las joyas de mi familia, no tendría lugar. Pues me equivoqué. Trascurridos unos meses, Lester dimitía sin más emoción de su empleo de jardinero. No sin sorpresa, llegó a mi conocimiento que se puso por su cuenta al frente de un importante negocio de jardinería, con la generosa ayuda de lady Pearly.
Una tristeza física me invadió, cuando comprendí que el verdadero propósito que animaba a la altruista generosidad de Pearly, no era ni más ni menos, que para satisfacer su deseo de perversa venganza, y golpear con acierto donde me hiciese más sufrir.
Lester era mi talón de Aquiles. Sin él, irremediablemente quedaría totalmente solo.
***
No sé por qué me sorprendí al sonreír con indulgencia, porque percibirlo, como si nada hubiese ocurrido, me dejó estupefacto como también sin voz.
Olvidando mis recelos, y toda belicosidad; sin transición, cedí a una oleada de alegría que me abrasó el cuerpo de arriba abajo, tan inimaginable me resultaba la situación, que me pareció estar soñando.
Claro que necesité unos segundos para espantar mis recelos y recuperar mi compostura, porque fui acometido por sentimientos confusos que me hicieron hasta dudar de recibirlo. Pero apreté los labios y con ademán decidido, me dispuse a acudir a su encuentro. Bajo un cielo sospecho, me detuve a pocos pasos de él. Hito a hito, nos miramos como dos animales heridos que se enfrentan en un último combate a sabiendas que uno de los dos será vencido.
- Hola Sebastián, ¿sorprendido?
Si mi rostro en aquel momento expresaba cualquier decepción, ya que después de tanto tiempo sin vernos se podía esperar una entrada menos áspera, conseguí controlar mi desconcierto. Me mordí los labios una vez más para que el dolor físico prevaleciera a las emociones que afluían en desorden a mi mente. Súbitamente, contra toda previsión, conseguí restar todo atisbo de veleidad que se reflejase en mi rostro; y fue con voz apacible que me dirigí a él.
- Que tal Lester, me alegra mucho volver a verte, entra por favor.
Conseguí articular disimulando como pude mi tristeza. Apartándome de él a un lado para cederle el paso, lo seguí al despacho donde tantas veces permanecimos juntos, él leyendo revistas de jardinería y yo involucrado con mis facturas.
Nos miramos unos instantes, entonces se produjo una larga, tensa, e incómoda pausa, que interrumpí con la única frase que en aquel momento me pareció acertada.
-Acomódate por favor.
Lo que hizo, sentándose en el mismo sillón de siempre, con esa manera tan deliciosa que tenía de mirarme fijamente, entreabriendo sus labios pausadamente, como saboreando el aire que respira. Esa expresión suya que me asaltaba como un flechazo y que me hacía olvidar quien soy, y que como nieve al sol me derretía sintiéndome irremediablemente suyo. Pese a todo lo ocurrido, en ese preciso momento, aún me sentía atraído por su magnetismo. Hasta reencontré el recuerdo del sabor de sus labios, la caricia de sus manos, el roce de su piel.
Se me erizó el vello, mis ojos se nublaron, mi garganta enmudeció, impidiendo que hiciese el ridículo declarándole que aún lo amaba, que lo deseaba, que me enloquecía, que su presencia me daba hasta fiebre, pero también recordé, como una providencial advertencia, lo que siempre fue el leitmotiv de Fergus para conmigo: “Sebastián no escarmientas. Eres demasiado emotivo, la vida, no es un cuento de hadas, vas a sufrir muchas desilusiones si no te endureces…”
- ¡Lester!! Después de tanto tiempo, que alegría volver a verte, aquí, donde tantos momentos hemos compartido. No sabes cuánto te agradezco que no me hayas olvidado.
Dije apretándole las manos, conteniendo mi nerviosismo... y admirando sin reservas su barba de la víspera que añadía una sombra viril a sus rasgos. Para mí, cada centímetro cuadrado de su cuerpo de atleta exudaba una sensualidad irresistible. Lester, era sin duda uno de los hombres más bellos que jamás encontré.
Recordando sin duda el pasado, paseó la mirada por la estancia sonriendo levemente, pero cuando sus ojos se detuvieron sobre mí, lo percibí como si fuese la más dulce de las caricias. De repente, rompiendo la magia del momento, Lester se levantó apresuradamente! Si bien dudó antes de responder, en sus ojos asomó un atisbo de preocupación que los oscurecían. Carraspeó antes de hablar como si le doliese la garganta.
- Lo siento, quizás no debí volver.
-¿Pero qué dices?, claro que debiste volver, como no.
- Sebastián…, no es lo que tú puedas pensar.
-¿Qué importa lo que yo pueda pensar? Lo único que importa es que estés aquí.
- Pensé que sería más fácil. Pensé incluso que después de tres años me habrías olvidado o que tu reacción sería más adulta.
Alarmado, pregunté, mientras él seguía mirándome desde su gran altura en silencio.
-Pero Lester, qué me dices? ¿Cómo olvidar lo que tú representas para mí? ¿Acaso no recuerdas como te he amado? ¿Lo que siempre he sentido por ti? Cuándo te vi por primera vez, ni yo mismo podía creer que sintiese vértigo en tu presencia. Sin embargo, la revelación de mi amor por ti, se impuso verdaderamente, cuando regresaste y me amaste en el jardín. Aquel día, por primera vez, fui totalmente tuyo. Aún recuerdo mis palabras y el miedo que experimenté cuando las dije.
¿Si te he amado durante todos estos años?… ¿en tu alma y consciencia lo puedes dudar? ¡Oh Lester!- dije decepcionado- Hubiese sacrificado todo para poder vivir contigo. ¿Qué daño te hice yo?
-Vamos por Dios!, Sebastián, olvida el pasado, de nada vale recordarlo. Las cosas son lo que son, ya no somos niños.
Calcinadora cual un latigazo, su respuesta me sobrecogió el alma. ¿Niños? Precisamente cuando lo conocí, hacía tiempo que yo ya no lo era.
Mis ilusiones desbaratadas como si fuesen de humo. Me sentí enfermo de vergüenza, nunca pensé que se instituyese en juez mío.
- Entonces, ¿por qué…? -, fue lo único que logré decir.
- Necesito tu ayuda, eres mi último recurso - fueron sus terribles palabras.
- ¿Mi ayuda?
- Sebastián, cuando… para resumir rápidamente, te diré que hace unos años, con la ayuda financiera de Pearly compré una jardinería. Al principio todo funcionaba más o menos, hasta que estalló la crisis hace unos dieciocho meses, las pérdidas son importantes, hasta tal punto de no poder amortizar las deudas con el banco, Pearly no contesta a…
Lo detuve con un gesto de la mano, no deseaba prolongar más su visita, su arrogancia era asombrosa, aquel hombre no me recordaba al que yo conocí.
-¿Cuánto?
-*Mil libras, pero, te las devolveré, no te preocupes.
Pálido como la cera, me volví dándole la espalda. Encorvado sobre el escritorio, abrí el cajón y me hice con el talonario, al primer intento, cuando traté de coger la pluma, la dejé caer de mi mano, mis dedos temblaban de frío cuando mis sienes y mi frente parecían arder.
Le entregué el cheque sin emitir una sola palabra.
-¡Sebastián! No pudo sino exclamar agradablemente sorprendido - tres mil libras eres…
- Márchate!, márchate Lester… por favor.
- Cancelaré la deuda.
-¡No lo hagas!
Conforme salía, alzó su cabeza y su mirada se volvió a cruzar con la mía, y me pareció percibir una delatora sombra de culpabilidad que la ensombrecía.
Al cerrar la puerta tras él, el ruido metálico del trinquete del cierre sonó como el tañido fúnebre de una campana… por espacio de unos segundos seguí observando desapasionadamente a aquel hombre que en su tiempo fue tan deseado por mí. Mi mente ausente de toda reacción, permanecí vacío totalmente de energía, inmóvil, la espalda apoyada contra la pared, mis sentimientos repartidos entre la vergüenza y la pena. Desilusionado y profundamente cansado, me sentí sin ganas de vivir.
El ruido suave de la puerta que comunicaba con la casa me devolvió dolorosamente a la realidad .Fergus entró con una bandeja sobre la cual brillaba una taza de humeante té.
- ¿Estabas escuchando detrás verdad? Siempre espiándome, siempre escuchando detrás de la puerta….! Dime!, no te prives de ese placer, dime que soy un eterno imbécil, dime que soy un eterno …
- ¡My lord! ¡No! Con todo mi respeto no me merezco esa acusación!…en fin no totalmente.
Exclamó Fergus sin que mis palabras le causaran el menor desconcierto, pero como siempre me hablaba como si se tratase de su propio hijo, abandonó momentáneamente ese respeto al cual acababa de hacer referencia:
- Claro que escuchaba, pero aprovechando con la excusa de entregarte una taza de té. Eso sí que es una estrategia de diplomático…
Muy a mi pesar sonreí.
- Sé que no debería decirte esto, Sebastian… pero estos últimos años, he estado viviendo con el temor de que no supiese actuar cuando llegase el día en el que surgiese tu pasado. Porque siempre llega ese fatídico momento, y con razón intuí que. ….que no sabrías afrontarlo, sino que te dejarías más bien llevar por él.
Una vez más, has demostrado poseer más corazón que cabeza…Para que lamentarse, después de todo, ambos lo sabemos, no tienes el menor arreglo, que se te va a hacer…
Más, en este caso, debo reconocer que sin darte cuanta, has actuado adecuadamente, no solamente lo has puesto en su sitio, si bien tres mil libras ha sido un absurdo derroche, también has actuado según tu corazón. De no haberlo hecho de ese modo, te lo estarías reprochando hasta tu último día. Toma bebe y olvídalo definitivamente.
A pesar de que las últimas palabras que me dedicó Fergus antes de salir del escritorio se pudiesen considerar alentadoras, me sentí totalmente desvitalizado, sin ánimo ni energía para seguir escribiendo. Tampoco deseé almorzar, de modo que abandoné esa ocupación y salí en dirección a mi habitación.
Decidí correr las espesas cortinas de las ventanas y confinarme en la acogedora y absoluta oscuridad de mi cuarto. Cuando, mi atención fue acaparada por el revoleteo de un pajarillo que una violenta borrasca de viento casi logró hacerle caer al suelo, sin embargo, aún que algo atolondrado, el pajarillo consiguió refugiarse en el hueco de un tronco consecuencia de la podredumbre de una vieja rama quebrada.
Tras una tormentosa noche; al amanecer; el viento aminoró su impetuosidad para desvanecerse por completo, pero al parecer cambiando de juicio volvía a manifestar su iracunda vehemencia, al principio solo fueron unos soplos, para después desencadenando toda su ira, haciendo que las ramas de los árboles y los setos vegetales se estremecieran y crujiesen como si fuesen flagelados, recobró toda su iracunda impetuosidad. Entonces al noreste, el chispazo de un relámpago iluminó brevemente el horizonte; poco después empezaría a llover.
A continuacion el final de este capitulo
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