Título: Capítulo 20
Fandom: LHDP
Pareja: Pepa/Silvia
Calificación: En principio, R.
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Bueno, pues nuevo capítulo. La trama avanza un poquito en la actualización de hoy, tampoco mucho, pero algo es algo. Que la cosa estaba un poco parada. Espero que lo disfrutéis, y como siempre, gracias por leer y por seguir ahí.
Agradecimiento especial para
lovelyafterglow , por ayudarme a sacudir el bloqueo y ponerle las pilas a la musa, y por recordarme que debería escribir lo que se me pase por la cabeza sin darle tantas vueltas a las cosas. ¡Gracias!
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Capítulo 20
Pepa daba largas zancadas sobre la pista de arena bajo sus pies. Trataba de mantener su respiración acompasada con el ritmo de su carrera, el movimiento repetitivo de sus pasos y el sonido de su respiración agitada le servían de trance hipnótico que hacían el esfuerzo físico más llevadero. Cuando corría, la morena conseguía que cualquier otra preocupación que pudiera tener desapareciera de su mente. En esos momentos, lo único que ocupaba su pensamiento era el siguiente paso, el próximo cambio de ritmo y su respiración. El oxígeno llenando sus pulmones para abandonarlo milésimas de segundo después, mientras el ruido entrecortado de sus jadeos se unía a los latidos fuertes y constantes que martilleaban sus oídos, recordándole que estaba haciendo trabajar a todos y cada uno de los músculos de su cuerpo. Pepa se sentía al mando cuando corría, podía controlar cada aspecto de la carrera. La velocidad, la cadencia de sus pasos, la cantidad de aire que inhalaba. Todo dependía de ella, y Pepa se regocijaba de esa sensación cada mañana desde hacía meses.
Había empezado con calma, con largos paseos casi un mes después de salir del hospital. Pero pronto aquellos paseos se convirtieron el carreras cortas, y antes de darse cuenta, la morena había recuperado su afición por las largas carreras matutinas. Hacía años que había abandonado la costumbre, y no dejaba de resultarle curioso que hubiera hecho falta una experiencia cercana a la muerte para devolverle las ganas de llevar una vida saludable. En el fondo, Pepa sabía que tenía más que ver con esa sensación de calma y control que la embargaba cuando se encontraba corriendo, rodeada de naturaleza, que con el hecho de querer sentirse sana o en forma. De alguna manera, correr le devolvía ese sentimiento de seguridad que siempre había estado presente en su vida. Cierto era que siempre había sido un poco bala perdida, jugando siempre al filo de lo que se debía hacer y lo que Pepa sentía que quería hacer. Nunca le habían importado las consecuencias, porque siempre había tenido esa seguridad en sí misma, esa sensación de que todo iba a ir bien, no importaba cuanto se enfangara. Pero lo cierto era que tras el incidente meses atrás, después de todo lo que había sucedido en aquella casa en la que se suponía que debía haber vivido el momento más feliz de su vida, toda esa confianza y seguridad había pasada a un segundo plano. Cada vez más, se encontraba reconsiderando decisiones y sopesando en su cabeza las probabilidades de éxito y de fracaso de cada uno de sus actos.
Días atrás, se había sorprendido a sí misma considerando si dejar el portátil enchufado o no sobre la mesa del escritorio del apartamento que Silvia y ella compartían. Su cabeza había evaluado todos y cada uno de los escenarios que podrían darse por el hecho de dejar aquel cacharro encendido sobre la mesa o no. Un cortocircuito que acabaría con el apartamento en llamas, un tropiezo con el cable al entrar horas más tarde en una habitación a oscuras que acabaría con Silvia abriéndose la cabeza contra la estantería más cercana, una subida de tensión que provocara que se quemara el ordenador con todos sus archivos dentro… Mil y una probabilidades cruzaban su mente a diario al enfrentarse a las acciones más cotidianas, dándoles una importancia que realmente no tenían, pero que Pepa era incapaz de negarles desde aquel día. Todo era importante. En su mente, hasta el acto más nimio podía acarrear consecuencias trágicas.
Por eso le encantaba correr, por eso había retomado sus carreras con tanto ímpetu y ganas, porque en cierta medida, le devolvían el control que había perdido sobre su vida y sus actos. Cuando se encontraba en el parque, no había más decisión que tomar que la de seguir corriendo, dejando que el golpear de sus pasos contra el suelo y el martilleo de los latidos de su corazón en sus oídos la sedaran y le permitieran recuperar el mando. Pepa odiaba sentirse insegura e indefensa a cada minuto, y su forma de revelarse contra esa situación era combatirlo poco a poco de esta forma. Dejar que el sentimiento de poder y seguridad que la envolvía tras una larga carrera se contagiara al resto de facetas de su día a día. De momento, tendría que contentarse con esa pequeña batalla ganada cada mañana. No le quedaba más remedio, porque la otra opción, la que Pepa sabía que podría devolverle su antigua confianza y aquel punto de temeridad que solía caracterizarla, pasaba por volarle la tapa de los sesos a un hombre del cual, por el momento, desconocía su paradero.
-¿Se puede saber qué has desayunado esta mañana, bonita?
La voz entrecortada de la Inspectora Alcaraz sacó a Pepa de su trance. La morena dedicó una mirada rápida a su izquierda y comprobó que la otra mujer se encontraba de nuevo a su altura, tratando de acomodar su ritmo de carrera al de ella.
-Creí que habías dicho que hoy querías tomártelo con calma, después de las palizas que nos metimos la semana pasada.
Pepa se sonrió al escuchar las palabras de la mujer. Lo cierto era que una vez había entrado en su zona de concentración, había perdido las nociones de tiempo y mesura por completo, olvidándose de su compañera de fatigas. La nueva se había unido a su rutina mañanera hacía un par de semanas, tras el comentario de Pepa durante un café sobre lo bien que le estaba sentando salir a correr para quemar energía y así llegar a la Comisaría sin ganas de matar a alguien. El comentario había propiciado una carcajada, y también la solicitud por parte de la mujer de unirse a su causa.
-Querrás decir, después de las palizas que me has metido, ¿no, rubia? -Pepa rebatió el comentario de su compañera con una risa sardónica. La Inspectora había resultado ser un excelente añadido para su empresa diaria; no sólo suponía una agradable compañía durante las largas carreras, sino que además ayudaba a forzar la máquina de Pepa. Había perdido ya la cuenta del número de veces que la nueva Inspectora Jefe de San Antonio la había dejado atrás durante sus entrenamientos, pasándola como una exhalación. Pepa se había propuesto impedir que volviera a ocurrir, era la nueva meta de su pequeña batalla personal para recuperar el control.
-Ohhh, no me digas que he herido tu orgullo -Aisha se llevó la mano al corazón, fingiendo estar contrariada por las palabras de Pepa, pero acto seguido aceleró el ritmo de carrera, poniendo de nuevo distancia entre ella y la morena.
-Hija de puta -murmuró Pepa divertida, al tiempo que forzaba sus zancadas para dar caza a la Inspectora. Cada paso la acercaba un poco más a la figura que corría unos cuantos metros por delante de ella. El martilleo en sus oídos se hacía más y más intenso, y el aire entraba cada vez con más dificultad en sus pulmones, pero Pepa ignoró ambas señales y apretó los dientes, forzando su ritmo una marcha más. La morena consiguió alcanzar a la Inspectora, y la rebasó un par de metros antes de llegar al punto que habían estipulado, ya en su primera carrera, como el lugar en el que poner fin al ejercicio.
La morena levantó los brazos en señal de triunfo al pasar por delante del árbol que marcaba ese final, pero siguió corriendo a un ritmo más pausado unos cuantos metros más, no queriendo frenar de golpe su marcha. Cuando por fin paró, Pepa se inclinó hacia delante, reposando sus manos sobre sus rodillas, tratando de recuperar el aliento. El ruido de la sangre recorriendo sus venas a un ritmo frenético la ensordeció por unos momentos, y el pinchazo constante en sus pulmones hicieron que la morena temiera por su verticalidad.
-¿Estás bien? -Aisha paró su carrera al llegar a la altura de la morena, y reposó su mano sobre la espalda de una Pepa que era evidente que estaba teniendo auténticas dificultades para respirar.
Pepa levantó la mirada, tratando de tranquilizar a su compañera, pero fue incapaz de articular palabra, así que se limitó a asentir debilmente.
-Ya veo, ya -Aisha se sonrió ante la testarudez de la morena-. Anda, Fermín Cacho, ven a sentarte un rato, que tienes la cara blanca como la cal -la Inspectora hizo caso omiso de la negativa de Pepa, y la cogió por el brazo hasta conseguir llevarla al banco más cercano, donde la morena se desplomó.
Pepa se tumbó sobre el banco y trató de tranquilizarse. Tras un primer momento de agobio al ver que le resultaba casi imposible meter aire, la situación fue mejorando poco a poco. Un par de minutos después, el pitido incesante en sus oídos empezaba a desvanecerse, y sus pulmones parecieron recuperar la capacidad perdida tras el último esfuerzo de la carrera.
La Inspectora se sentó finalmente a su lado, más tranquila al ver el color retornar al rostro de la morena. -Bebe, anda -le dijo, alargándole el botellín de agua que llevaba amarrado a su cintura-, que al final voy a tener que darle la razón a tu suegro, y tú no estás para andar persiguiendo a los malos por las calles de Madrid.
Pepa cogió la bebida que le ofrecía la Inspectora y se incorporó lentamente en el banco para beber, al tiempo que dedicaba una mirada fulminante a su compañera de ejercicio. El agua fresca bajando por su garganta tuvo el efecto deseado, y la morena empezó a sentirse mejor casi al instante.
-Menos guasa con el temita, ¿eh, rubia? -Pepa le dijo, aún mirándola atravesada, a la vez que le devolvía el botellín a la Inspectora. La morena se desabrochó las zapatillas y se las sacó, dándole un poco de tregua a sus maltrechos pies.
Aisha se rio, y levantó las manos en señal de paz. -Sigue sin darte un caso, ¿no? -le preguntó a Pepa, e imitó la posición que esta había tomado sobre el banco, recostándose sobre el respaldo y cerrando los ojos para disfrutar de la calidez del sol en la fría mañana de ese sábado de invierno.
-Hasta las narices me tiene ya -contestó Pepa sin abrir los ojos, tratando de dejar que los rayos del sol la relajaran un poco-. Que como tenga que volver a hacer un turno en expedición de carnets y pasaportes, voy a terminar disparando a alguien de pura frustración.
La Inspectora Jefe no pudo evitar abrir los ojos ante las palabras de Pepa, y la miró perpleja. Esta abrió los ojos al no obtener respuesta de su compañera de banco, y se sonrió al ver la cara con la que la rubia la estaba observando. -Vale, puede que esté exagerando un poco -añadió para tranquilizar a la Inspectora-. Pero es que va para tres semanas que me he reincorporado, y sigue sin dejarme participar en ningún caso, joder.
-Se preocupa por ti, Pepa -le dijo la Inspectora, levantándose del banco para estirar un poco las piernas y evitar calambres posteriores-. Y viendo lo que acaba de ocurrir, no puedo decir que no comparta en parte su opinión.
Pepa estaba a punto de contestar a su amiga con un desaire, pero se reprimió en el último momento. Lo cierto era, que incluso ella tenía que reconocer que se había asustado ligeramente cuando se había encontrado sin aliento y con un dolor punzante atravesándole el pecho. -Puede que no esté todavía al cien por cien -concedió la morena-, pero no estoy inválida, Aisha. No puede seguir manteniéndome en una silla hasta que a él le plazca y decida que ya puedo realizar mi trabajo como antes. Soy policía, mi labor consiste en mucho más que en correr detrás de los malos -añadió, repitiendo las palabras de la propia Inspectora.
La rubia podía ver el desaliento reflejado en el rostro de Pepa -¿Quieres que hable con él? -Ofreció, tratando de animar a la morena.
Pepa le sonrió agradecida, pero negó con la cabeza. -Prefiero hacerlo yo -le dijo, a la vez que volvía a calzarse sus zapatillas-. Además, le prometí a Silvia que tendría en cuenta los motivos de su padre antes de presentarme en su despacho liando una verraquera.
La Inspectora volvió a reírse al imaginarse a Pepa pataleando como una niña pequeña en el despacho del Comisario. -Tal vez sea la mejor idea, sí -le dijo asintiendo, sin perder la sonrisa-. Pues nada, bonita, yo te voy a ir dejando. Que aprovechando el día libre he quedado para desayunar, y aún me tengo que quitar de encima esta peste a chotillo. ¿Mañana a la misma hora? -Preguntó, ofreciendo su mano a Pepa para ayudarla a levantarse.
-Ostras, que se me había olvidado avisarte de que no voy a estar en Madrid hasta el Lunes -contestó la morena, aceptando la ayuda para incorporarse del banco-. Mañana me voy a Valencia, que aprovechando el puente de Diciembre, y con el aliciente de no tener nada que hacer en Comisaría, me voy a ver a mi madre unos días.
-Oye, ¿qué bien te lo montas, no? -le dijo la Inspectora en tono de burla-. Que te acabas de incorporar y ya te estás yendo de vacaciones.
-Anda, tira -le dijo la morena, pegándole un pequeño empujón para que se pusiera en marcha de nuevo-. Que bastante cruz tengo ya con lo que tengo.
-Te lo digo en serio, ¿eh? -añadió la rubia, girándose mientras caminaba de espaldas para mantener la distancia con la Subinspectora-. Que yo le veo a esto cierto tufillo a nepotismo.
-Nepotismo te voy a dar yo a ti, tira que aún te la ganas -Pepa señaló con su índice a la lejanía, indicándole a la Inspectora Jefe por dónde debía marcharse.
-Oye, oye, menos lobos. Que te recuerdo que soy tu superiora -Aisha trató de poner cara seria y de autoridad, pero no frenó sus pasos por si acaso tenía que salir corriendo.
-Pues nada, ya que hoy te ha dado por sacar las grandes palabras del diccionario a pasear, yo que tú salía pitando. Porque se está rifando un magnicidio, y tú llevas todas las papeletas, guapa.
Aisha se echó a reír al escuchar las palabras que Pepa había pronunciado con tanta seriedad, y por fin frenó sus pasos acercándose de nuevo a ella. -¡Pero qué bonita eres, coño! -le dijo, dándole un sonoro beso en la mejilla a la morena antes de retomar su camino de nuevo-. Anda, pásalo bien en la tierra de las naranjas. Y tráeme algo, ¿eh?
-Ricino te voy a traer, para esa mala uva que te gastas -Pepa le contestó con una media sonrisa, mientras veía a la Inspectora, que aún se reía, alejarse en la distancia.
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A la mañana siguiente, Pepa se despertó sobresaltada, su almohada empapada en sudor como tantas otras mañanas últimamente. Ya ni siquiera se sorprendía, se había convertido en una especie de rutina para ella. La morena miró el despertador sobre su mesilla y volvió a recostarse sobre la cama al ver que se había despertado casi media hora antes de la hora programada. Pepa estiró la mano y desconectó la alarma, sabía que no volvería a dormirse. La humedad de la almohada le recordó su pesadilla, y molesta por la situación, la tiró al suelo malhumorada.
Pepa giró la cabeza y se quedó observando la figura de Silvia, que reposaba sobre su costado a unos centímetros de la suya. Demasiados centímetros, pensó, y se acercó a ella, hundiendo su nariz entre los rizos de su melena y amoldándose a su espalda mientras su brazo rodeaba la cintura de la pelirroja. El simple aroma de Silvia consiguió calmar sus nervios, y Pepa se relajó, dispuesta a disfrutar de esa media hora de tranquilidad junto a su mujer.
-Mmmmm -el sonido se escapó del cuerpo que tenía entre sus brazos, y Pepa levantó un poco la cabeza para comprobar si había vuelto a despertar a Silvia con su ritual mañanero. La mano de la pelirroja se movió para agarrar la suya y pegarla contra su pecho, a la vez que se acurrucaba más aún contra el cuerpo que tenía pegado a su espalda-. ¿Qué hora es?
La había vuelto a despertar. Pepa se reprendió mentalmente por haber vuelto a perturbar el sueño de Silvia por enésima vez en los últimos meses, ya había perdido la cuenta de la cantidad de mañanas que había ocurrido. La morena besó el cuello de su mujer y susurró -Aún es temprano, princesa. Vuelve a dormirte.
Pero Silvia no le hizo caso, y giró entre sus brazos para quedar cara a cara con Pepa, sus narices rozándose en la oscuridad de la habitación. -No quiero -contestó la pelirroja con una sonrisa que Pepa apenas si distinguió en la penumbra. La mano de Silvia se enredó en el pelo azabache de su mujer, colocando un mechón rebelde tras su oreja, y notando en las yemas de sus dedos la humedad que aún impregnaba la nuca de ésta-. Estás empapada -le dijo, moviendo su mano para acariciar el rostro que tenía frente al suyo, un rostro que sólo intuía a la tenue luz del alba que se colaba por la ventana-. ¿Otra pesadilla? -le preguntó, acercándose un poco más para depositar un beso en sus labios.
-Nah, es que hace mucho calor en este cuarto, pelirroja -Pepa intentó desviar la atención del tema reclamando otro beso de su mujer. No quería preocupar más a Silvia, bastante era que la había vuelto a despertar una mañana más.
-Pepa -Silvia se separó un poco de ella para poder observar su rostro con detenimiento-, estamos en pleno Diciembre y anoche nos olvidamos de conectar la calefacción.
La morena suspiró, pillada en su propia mentira. -Ya ni recuerdo lo que sueño por las noches, Silvia, de verdad -volvió a mentir-. No le des más importancia, ¿vale?
La pelirroja no parecía convencida, pero supo distinguir la necesidad que Pepa tenía de cambiar de tema, así que cedió y se limitó a acurrucarse de nuevo entre los brazos de una Pepa que la apretó contra sí, agradeciendo el gesto de su mujer. -¿Sabes de lo que sí me acuerdo? -Preguntó.
-Vete tú a saber, conociéndote… -Silvia bromeo, sin separarse de ella ni cuando Pepa le mordió la oreja por revoltosa.
-Me acuerdo de que voy a pasar dos días lejos de ti.
Silvia depositó un beso sobre el hombro de Pepa antes de separarse un poco para poder mirarla a la cara. -Siento no poder acompañarte, mi vida. Pero las cosas están un poco revolucionadas en la Comisaría.
-Lo sé -Pepa la tranquilizó, la morena sabía que no era el mejor momento para pedirse días libres en San Antonio, con todos los casos que tenían sin cerrar-, y tu padre en vez de dejarme ayudar me tiene atada en la oficina.
Silvia se sonrió ante el pequeño bufido que Pepa soltó tras su comentario. -Quizá deberías hablar con él cuando vuelvas de ver a tu madre. Intentaré allanarte el terreno mientras estás fuera para que esté más receptivo a tu vuelta, ¿vale? -Silvia le dijo, tratando de animarla. Sabía lo difícil que le estaba resultando a la morena desde su vuelta el estar restringida a las cuatro paredes de la Comisaría.
-¿Harías eso por mi? -Pepa le preguntó sorprendida.
-Claro que sí, boba -contestó, besando la nariz de Pepa antes de dirigirse a sus labios-. Es evidente que la Comisaría te necesita, y mi padre es el único que parece empeñado en alargar tu recuperación.
-Oye -Pepa le dijo, fingiendo curiosidad a la vez que juntaba más aún sus cuerpos-, ¿y qué voy a tener que hacer yo para recompensar tu esfuerzo?
Silvia pegó su cara a la de Pepa, hasta que sus labios quedaron a escasos milímetros de los de ella. -Se me ocurren un par de cosas que puedes hacer antes de irte -le dijo, y no le dio tiempo a Pepa ni de replicar. Silvia la besó y dejó que Pepa enredara su cuerpo con el de ella. La morena se alegró de poder pasar así esos últimos minutos de su mañana juntas, cualquier otro tema podría esperar hasta su vuelta.
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Pepa abrió los ojos al escuchar por la megafonía del vagón la voz que anunciaba la entrada del tren en la estación Joaquín Sorolla de Valencia; el recuerdo de esa mañana con Silvia la había acompañado durante todo el viaje, y aún seguía presente en su mente. La morena cogió su equipaje de mano y salió del tren, abandonando el andén camino de la salida, siguiendo la señal que indicaba la parada de Taxis más cercana.
Era la primera vez que se separaba de su mujer desde que había salido del hospital, y sabía que se le iba a hacer difícil la distancia. Era otra de las cosas que odiaba de todo ese proceso de recuperación por el que estaba pasando; ahora, cada vez que tenía que separarse de Silvia, se le hacía un nudo en el estómago. Pero Pepa sabía que este viaje era necesario. Al igual que sabía que las carreras matutinas la estaban ayudando a mantener su cordura, sabía que necesitaba hacer esto, si no lo hacía, estaba segura de que nunca iba a poder pasar página y superar lo que había ocurrido.
Pepa sacó el móvil de su bolsillo y marcó el número de teléfono de su madre a la vez que se introducía en el primer taxi de la larga fila que esperaba frente a las puertas de la estación. Los tonos de llamada sonaron en su oído, y Pepa miró al taxista para indicarle la dirección, pero antes de que pudiera hacerlo, su madre descolgó el teléfono.
-Hola Mamá, soy yo -le dijo, y volvió a mirar al taxista mientras tapaba el micro del teléfono-. Al aeropuerto, por favor -le indicó, antes de volver a la llamada. Pepa esperó a que su madre la saludara y le soltara la ristra de reproches habituales de cada llamada; que si era una descastada, que si ya no quería cuentas con ella, que nunca iba a verla… Pepa aguantó pacientemente la lista de quejas, y aprovechó para sacar de su bolsillo el billete de avión, queriendo comprobar una vez más la hora de salida del vuelo. Cuando Pepa consideró que su madre ya debía haberse desahogado lo suficiente, la morena volvió a hablar-. Escucha, mamá, necesito pedirte algo. Necesito que me hagas un favor.
Pepa esperó a escuchar la reacción de su madre antes de continuar, su vista fija en las letras impresas sobre el papel que tenía entre sus manos mientras su dedo repasaba una y otra vez el código del aeropuerto de destino de su vuelo: VCE.
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Capítulo 21