Una Fuerza Imparable - Cap. 21

Jun 17, 2011 23:04

Título: Capítulo 21
Fandom: LHDP
Pareja: Pepa/Silvia
Calificación: En principio, R.

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¡Siento el retraso! He tenido algunos problemas con este capítulo, y es que el condenado se resistía a salir. Pero bueno, finalmente, tras una dura pelea, aquí está. De nuevo, agradecimiento extra-super especial para lovelyafterglow por toda su ayuda. Sin sus correcciones, el capítulo habría tenido un aspecto lamentable. Así que, ¡gracias! ;)

Y a las demás, como siempre, muchas gracias por pasaros y comentar. Espero que lo disfrutéis.
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Capítulo 21

Pepa se despertó empapada en sudor de nuevo, otra mañana más. La situación empezaba a ser insoportable, desesperante incluso. Cada día le minaba un poco más la moral, haciendo que se sintiera cada vez menos segura de sí misma, más desanimada y con menos ganas de seguir adelante. Y es que por mucho que se esforzaba, todo seguía igual. Su cuerpo se había recuperado casi por completo, y no entendía por qué no ocurría lo mismo con su mente, con su alma, con ese recóndito lugar de su inconsciente que no la dejaba seguir adelante con su vida como una persona normal. Seguía atrapada en aquella jodida bodega. Aún meses después de lo ocurrido, Pepa seguía anclada a ese momento. Y desde entonces, su vida parecía el puto día de la marmota, todas las mañanas igual.

Ya hay que joderse, pensó, su vista fija en el techo de la habitación de hotel en la que se encontraba. A penas si pego ojo, y cuando consigo dormirme es para esta mierda. Pepa trató de familiarizarse con el lugar, que aún se hallaba en penumbra gracias a las gruesas cortinas que evitaban que el sol se colara dentro del cuarto, y giró su cabeza para contemplar el hueco que quedaba libre junto a ella en la cama. No pudo evitar echar de menos la presencia de su mujer a su lado como cada mañana, pero se alegró de que, al menos hoy, no hubiera podido perturbar el sueño de Silvia.

Por un momento se arrepintió de no haberle contado sus planes a la pelirroja, si lo hubiera hecho, tal vez Silvia habría podido estar allí con ella en ese momento, disfrutando de unos días en el bello país en el que se encontraba. Pero las dudas desaparecieron tan rápido como habían llegado. No habría días tranquilos ni de relax para Pepa mientras aquel bastardo siguiera libre. Malhumorada, apartó la ropa de la cama de un golpe y se incorporó, acercándose a la ventana y corriendo las cortinas para dejar entrar los primeros rayos de luz del día. Padua lucía tranquila a las seis de la mañana, nada que ver con el bullicio con el que la ciudad la había recibido la noche anterior, al bajar del tren que la había traído desde Venecia. Pepa se permitió un último momento de añoranza por no poder disfrutar de la situación con Silvia; sin mentiras, ni mafiosos, ni nada que no fueran ella y su pelirroja. Finalmente, sacudió la cabeza, y abrió el ventanal de la habitación, dejando que el aire frío de la mañana la despejara.

La Subinspectora se dirigió hacia el baño y una vez dentro, giró el grifo del agua fría a tope. El fuerte chorro de agua le golpeó la cara, y Pepa dio un respingo cuando el agua helada entró en contacto con su piel. Tardó un par de segundos en acostumbrarse, pero pronto, la diferencia de temperatura entre el agua y su piel, todavía acalorada por el mal despertar, empezó a resultarle agradable, y le ayudó a mantener a raya la melancolía que había amenazado con apoderarse de ella minutos antes. Pepa disfrutó de su ducha, tratando de preparase para el día que tenía por delante.

Un par de horas después, refrescada y ya desayunada, un taxi la dejaba frente a las puertas de un gran muro de cemento. La placa incrustada en la pared junto a la puerta leía: Carcere di Massima Sicurezza Due Palazzi. La Prisión de Padua se encontraba a las afueras de la ciudad. Veinte minutos de viaje en taxi y un buen puñado de euros después, Pepa se dirigía hacia la garita en la que se encontraban los guardias encargados de la vigilancia de la puerta de entrada. Desde que había leído el más que escaso informe sobre el caso del Gordo en la base de datos de la Policía, Pepa no había parado hasta localizar la orden de extradición de los dos desgraciados que habían sobrevivido al tiroteo de la casona. Sabía que no debería estar allí, que las probabilidades de conseguir alguna pista útil sobre el paradero del Gordo eran ínfimas, pero no había podido resistirse, al menos necesitaba intentarlo.

El guardia de seguridad se acercó hasta donde se encontraba Pepa, al otro lado de la doble verja que cerraba el paso hacia el siguiente control. Cuando el hombre estuvo lo suficientemente cerca como para escucharla, Pepa le enseñó su acreditación como periodista del diario El País. Tener amigos en la sección de Recursos Humanos del periódico había resultado ser más que útil. Algo me dice, que Sergio no va a conformarse con la típica postal navideña este año, pensó, recordando la conversación que había mantenido con su amigo días atrás. El hombre ni siquiera le había preguntado para qué necesitaba la acreditación, tan sólo le había pedido que la usara con sentido común.

El guardia se aseguró de que la acreditación y el DNI de Pepa coincidían, y comprobó en los registros que, efectivamente, Pepa Miranda, periodista de El País, tenía una entrevista con uno de los presos extraditados desde España meses atrás. La morena no tenía ni idea de qué iba a conseguir entrevistándose con aquel desgraciado, pero sabía que tenía que intentarlo o se odiaría por ello.

Tras pasar los posteriores controles, Pepa atravesó el patio del centro carcelario, camino de la zona habilitada para las visitas a los presos. La habían informado de que debido a la naturaleza de la visita, habían dispuesto para ella una de las habitaciones de entrevistas personales. Pepa aún no podía creer la suerte que había tenido, pero a medida que avanzaba por los pasillos de la prisión, a medida que el momento de encontrarse cara a cara con uno de los bastardos que habían destrozado su vida meses atrás se acercaba, el nudo de su estómago se hacía más y más patente. Pepa trató de tranquilizarse, repitiéndose una y otra vez que no tenía nada por lo que preocuparse, era una policía entrenada para defenderse, y estaba rodeada de guardias armados que estaban preparados para hacer uso de las mismas si la situación lo requiriera. Pero Pepa sabía que ese no era el problema. Su problema no era terror físico, no tenía miedo a que pudieran atacarla, herirla ni nada similar. Su problema estaba en su cabeza, y en lo que aquellos bastardos habían conseguido hacer con su mente aquel día.

La morena empezaba a notar como las gotas de sudor iban acumulándose en su frente, y se llevó la mano a la misma para secárselas. El guardia que la acompañaba le dedicó una mirada distraída, y al ver el rostro pálido de la mujer, se dirigió a ella en un rápido italiano, mostrando su preocupación por el estado de la supuesta periodista. Pepa estaba tan ensimismada dentro de su propia pesadilla que apenas si escuchó la voz del hombre, pero sí notó la mano que le rozó el brazo con cautela. La Subinspectora centró su mirada perdida en la cara preocupada del guardia que la escoltaba, y se dio cuenta de que su estado de ansiedad era evidente también para él. Pepa trató de sonreír para restar gravedad a la situación, pero el guardia volvió a preguntarle en un acelerado italiano si se encontraba bien.

Pepa chapurreó como pudo su respuesta. Si le hubieran dicho años atrás, que las vacaciones que había pasado en el país vecino durante sus años mozos le iban a servir de algo en el futuro, la morena se habría desternillado. Y es que por aquel entonces, sólo se había molestado en aprender a decir lo necesario para embelesar a las guapas italianas con sus encantos. Viendo el rostro preocupado del guardia, Pepa fingió estar nerviosa por la situación y mintió sobre los motivos de su ansiedad. Le explicó al guardia que nunca había entrevistado a un miembro de la camorra, y que el hecho de estar en una celda a solas con ese criminal la inquietaba un poco. El guardia le sonrió paternalmente y, de nuevo, en un italiano vertiginoso que a Pepa le costó horrores comprender, le dijo que no se preocupara, que los guardias estarían en todo momento en la puerta de la sala por si los necesitaba. Pepa le devolvió la sonrisa, y se obligó a tranquilizarse. Si había liado todo lo que había liado para llegar hasta allí no iba a joderlo ahora. La morena asintió, para reafirmar al hombre de que todo estaba bien, y de nuevo retomaron su camino hacia la sala en la que iba a producirse el encuentro.

Diez minutos más tarde, Pepa se encontraba sentada frente a la única mesa que ocupaba el habitáculo en el que esperaba a Fabricio Dezza. La morena reorganizaba nerviosamente los objetos que reposaban sobre ella. Habría preferido tener su Magnum a mano, sin embargo, lo único que había podido introducir en la prisión era un cuaderno, un boli y la ineludible grabadora que siempre acompañaba a los periodistas. El guardia la había informado de que, una vez llegara el preso, tendrían media hora para la entrevista. Antes de abandonar la sala, había insistido en que si la morena necesitaba algo, sólo tendría que llamar al guardia de la puerta. Pepa le había agradecido el gesto y las molestias que el hombre se había tomado para hacerla sentir a gusto, y se había quedado allí sola, esperando para encontrarse de nuevo con uno de los hombres que habían cambiado su vida de la peor de las maneras posibles.
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Silvia se sentó en una de las sillas altas que ocupaban la sala de cafés de la Comisaría, dispuesta a beberse el líquido marrón que se hacía pasar por café pero que en realidad ofendía el buen nombre de éste. Su sabor era horrible, pero tendría que conformarse con la dosis de cafeína que le proporcionaba la máquina de la sala. Hoy no tenía tiempo de escaparse al Bar de Lola, estaba hasta arriba de trabajo y sabía que sus visitas al nuevo local de su hermana nunca eran cortas, al final, entre una cosa y otra, se les iba la hora charlando.

La pelirroja removía su café con la cucharita de plástico que le había proporcionado la máquina, mientras con la otra mano buscaba sus últimas llamadas en el móvil. Desde que Pepa se había marchado el día anterior, apenas había hablado con ella. Al parecer, Pepa había llegado con un dolor de cabeza terrible a Valencia y había pasado la mayor parte del día descansando. Su conversación de la noche anterior se había limitado a unos pocos minutos en los que apenas si habían hablado de nada.

Silvia pulsó la última llamada y se acercó el teléfono a la oreja, para acto seguido recibir una comunicación por parte del servidor, avisándola de que el teléfono al que estaba llamando se encontraba apagado o fuera de cobertura. La pelirroja, decepcionada por no poder hablar con su mujer, cortó la llamada y se quedó removiendo su café, observando su móvil con aire taciturno.

-¿Te lo vas a beber, o tu plan es removerlo hasta que se desintegre?

Silvia levantó la cabeza sorprendida, y vio a la nueva Inspectora Jefe que se encontraba de pie junto a la máquina de cafés, sopesando por cuál de las opciones decidirse. Silvia estaba tan absorta en sus pensamientos que ni se había percatado de la presencia de la mujer. Aisha la miró y le sonrió.

-¿Por qué estás torturando a tu café?, ¿no consigues hablar con Pepa? -Le dijo, mientras ella misma revolvía el café que acababa de sacar de la máquina, esperando a que se enfriara. Silvia la miró extrañada, y Aisha le hizo un pequeño gesto con su barbilla, señalando el móvil que la pelirroja aún sostenía en su mano.

-Oh -Silvia asintió, entendiendo por fin a qué se refería la rubia-. Se ha ido a Valencia unos días.

-A ver a su madre, ¿no? -corroboró la Inspectora, mientras daba el primer sorbo a su café. Silvia de nuevo volvió a mirarla extrañada-. Me lo dijo el otro día, cuando salimos a correr -Aisha se explicó al ver la cara de confusión de la pelirroja.

-Perdona -Silvia volvió a asentir, empezando a sentirse un tanto estúpida-. No sé dónde tengo la cabeza hoy.

Se había olvidado por completo de que, en las últimas semanas, la nueva se había unido a la rutina deportiva de Pepa. Lo cierto era que, a pesar de que la mujer parecía buena gente, y que en realidad llevaba trabajando con ella bastante más tiempo que Pepa, Silvia no tenía con la rubia ninguna relación más allá de la meramente profesional. Tal vez se debiera al carácter de la nueva, demasiado centrada en su trabajo, siempre haciendo horas extra, siempre la última en abandonar la oficina. Muchas veces, Silvia pensaba que tal vez lo hacía para compensar por la falta de una vida personal fuera de la Comisaría. En cierto modo, era como si tuviera que demostrarle a todo el mundo que, a pesar de su edad, su puesto se lo había ganado a base de trabajo y esfuerzo. Como si necesitara demostrarle nada a nadie, si sólo su expediente ya da miedo, pensó la pelirroja. Quizá por eso no hemos encajado, tal vez nos parecemos demasiado en ese sentido. Sin embargo, no había ocurrido lo mismo con el resto de compañeros, que desde primera hora habían hecho buenas migas con la nueva Inspectora Jefe de San Antonio, incluida Pepa. Sobre todo Pepa, se dijo, acordándose por un momento del carácter extrovertido de su mujer que conseguía ganarse a todo el mundo.

-Silvia -la pelirroja dio un pequeño salto en su silla al notar una mano en su hombro-. ¿Te encuentras bien? -Aisha, que se había acercado hasta ella, la estaba mirando con preocupación, y Silvia se sintió mortificada al darse cuenta de que se había abstraído de tal manera que se había olvidado de que la Inspectora seguía allí.

-Menuda mañana llevo -le dijo, tratando de disculparse por su extraño comportamiento-. Apenas si he dormido, y creo que mis neuronas están teniendo ciertos problemas con la sinapsis. No me lo tengas en cuenta.

Aisha se sonrió ante la explicación de la Doctora Castro. -No te preocupes -le dijo-. Estoy segura de que mañana se te habrá pasado todo -pero ante la nueva mirada de perplejidad de Silvia, se vio obligada a explicar sus palabras una vez más-. Mañana vuelve Pepa, ¿no?

-¿Si? -Silvia contestó confundida, aún sin saber a dónde quería llegar la Inspectora.

-Pues eso -fue lo único que contestó la mujer, que no pudo evitar reírse al ver el ceño fruncido de Silvia. La Inspectora le dio una última palmadita de ánimo al hombro de la pelirroja y salió de la sala, antes de que Silvia, que por fin había conseguido descifrar el sentido de las palabras de Aisha, pudiera decir nada en su defensa. ¿Y qué le iba a decir?, pensó. Y es que la Inspectora Alcaraz tenía razón. Si parezco una quinceañera con el pavo. Que se va Pepa por unos días y me paso la noche en vela. Silvia se levantó de la mesa y se bebió el café de un trago, tratando de espabilarse. La pelirroja se dirigió hacia su laboratorio, pero esta vez llevaba la sonrisa puesta. Su Pepa volvía mañana.
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Pepa empleó los momentos de soledad que le concedieron mientras traían a Dezza, para centrarse y recuperar la calma. Si no, todo el circo que había montado para llegar hasta allí, no iba a servir de nada. Tenía que estar serena para poder enfrentarse a aquel desgraciado. Para cuando la puerta de la sala volvió a abrirse, Pepa parecía otra persona, sus nervios e inseguridades habían desaparecido. En su lugar, su rostro despiadado no dejaba lugar a dudas de que no estaba allí para intercambiar cuatro palabritas tontas con aquel hombre. Pepa bajó la mirada, de manera que su larga melena le cubría el rostro, resguardando sus rasgos de los ojos del prisionero. La morena se entretuvo toqueteando los botones de la grabadora, fingiendo estar programando el pequeño artefacto.

Los guardias sentaron a Dezza en la silla que estaba frente a la suya, y le reiteraron una vez más, que si necesitaba algo, estaban al otro lado de la puerta. Pepa les dio las gracias sin levantar la cabeza, y en cuanto los guardias hubieron abandonado la estancia, Pepa levantó la vista, para clavarla en el rostro del hombre que se sentaba frente a ella. El italiano tardó unos segundos en reconocerla, pero en cuanto la comprensión se dibujó en su cara y el hombre se incorporó para alertar a los guardias de lo que estaba sucediendo, Pepa saltó como un resorte de su silla y se puso tras él, cogiéndolo por el cuello mientras su otra mano tapaba su boca. La morena apretó fuertemente el cuello del hombre con su brazo, para dejarle claro que no estaba de broma. Era una suerte que hubieran asignado una habitación sin cámaras de seguridad para la entrevista, Pepa no tenía ni idea de qué habría hecho si la habitación hubiese estado vigilada. Decidió no darle más vueltas al asunto, ni machacarse más por haber actuado de una forma tan impulsiva en todo aquel asunto. Decidió agarrarse al hecho de que la suerte parecía estar de su lado en esta ocasión.

No dejaba de ser curioso que, con todo lo precavida y neurótica que se había vuelto en su vida cotidiana, la razón y el buen juicio parecían haberse tomado unas vacaciones cuando de aquel asunto se trataba. La morena acercó su boca al oído del desgraciado que había causado tanto daño a su gente aquel fatídico día de Julio, y le susurró. -Como grites, te parto el cuello -le habló en castellano, sabía que él lo entendería perfectamente. El hombre no dejaba de patalear, y se removía, golpeándole el antebrazo para tratar de liberarse de la presa en la que Pepa lo tenía sujeto, así que la morena insistió-. Cuanto más te resistas, peor va a ser para ti, gilipollas.

Dezza perseveró un par de segundos más, hasta que se dio cuenta de que, efectivamente, cuanto más peleaba contra la restricción, más le costaba respirar. Decidió relajar sus músculos y esperar a ver que ocurría. Algo le decía que si Miranda no lo había matado todavía, era porque ese no era el objeto de su visita.

-Buen chico -le dijo, relajando levemente la presión en el cuello del hombre, a pesar de que todo en su ser le pedía a gritos que rematara la faena. Pero no era a él a quien Pepa buscaba, él era un simple esbirro y su muerte no cambiaría nada-. ¿Dónde está? -Volvió a susurrar en su oído.

Dezza trató de contestar, pero la mano de Pepa sobre su boca se lo impidió. La morena se disponía ya a retirarla para permitirle hablar, pero prefirió hacer una última advertencia antes. -Un solo grito, ruido, o movimiento extraño y te hundo la nuez. ¿Estamos? -Pepa apretó sobre la zona mencionada para dejarle claro de lo que hablaba, y Dezza asintió para que la mujer pudiera verlo, algo en el tono de la morena le decía que no estaba tirándose un farol.

Pepa retiró su mano levemente de la cara del italiano, dejándola a una distancia prudencial, en caso de que el hombre decidiera hacer caso omiso a sus palabras. El italiano tragó saliva antes de contestar. -No tengo ni idea de donde está -le dijo-. No nos informa de sus movimientos.

Pepa apretó un poco más el cuello del hombre, y este volvió a echar las manos al brazo de Pepa, tratando de pararla. -Es la verdad, joder. No tengo ni puta idea de dónde está el Gordo.

-No me mientas -la morena le dijo entre dientes-. Puede que no los sepas con certeza, pero seguro que sabes cuales suelen ser sus refugios cuando las cosas se ponen feas, ¿no es verdad?.

Dezza se agarró con más fuerza al brazo de Pepa, de nuevo le costaba respirar. -No tengo ni idea, yo sólo soy un… -el italiano tosió, agobiado por la presión que la morena seguía ejerciendo al rededor de su cuello.

-¿Un qué? -Pepa no aflojó, no dejándose influenciar por el malestar del hombre, lo cierto era que no podría haberle importado menos.

Dezza volvió a tragar saliva, y trató de contestar. -Un peón -dijo finalmente.

-Y dime, peón -Pepa lo pegó un poco más contra ella, para demostrarle que seguía teniendo el control-, ¿la vida de tu amo vale más que la tuya?. Porque como no me des algo, voy a seguir apretando hasta sacártelo de dentro.

-Aunque supiera algo… -el hombre dijo algo más, pero la dificultad que estaba teniendo para respirar hicieron que Pepa no pudiera entender sus palabras.

-Repítelo -le increpó Pepa, aún presionando en el cuello del hombre.

-Le tengo…más miedo a él, que a…ti -consiguió articular el italiano, y sus palabras hicieron que Pepa aflojara levemente a su presa, al recordar lo sucedido en la Casona y de lo que era capaz el Gordo cuando alguien se cruzaba en su camino.

Dezza aprovechó para meter una sonora bocanada de aire a los pulmones, pero no hizo ademán de soltarse. -¿Crees que vuestro servicio de Inteligencia no intentó ya hacerme cantar?. ¡Yo no sé nada!.

-Si no sabes nada, entonces tampoco me sirves para nada -Pepa le susurró maquiavélicamente en el oído.

-¿Y que vas a hacer, pasma? -El oxígeno que había recuperado el italiano, pareció hacerlo razonar con algo más de lucidez. La sorpresa por el inesperado asalto de la morena empezaba a remitir tras el susto inicial, y Dezza se sintió algo más ufano-. ¿Me vas a matar? -le preguntó-. Apuesto a que sí. Total, sólo hay unos 70 guardias armados entre tú y la salida de este agujero -añadió en tono burlesco-. ¿Estás segura de haber pensado esto con detenimiento?

Pepa volvió a aplicar presión sobre la garganta del italiano, no le gustaba verlo tan seguro de sí mismo. Tanta confianza podía provocar que llamara a los guardias antes de que le proporcionara la información que la Subinspectora estaba buscando.

-Mi plan nunca ha sido matarte, comemierda -Pepa volvió a susurrar, y la seguridad en su tono hizo que Dezza de nuevo sintiera un escalofrío recorriendo su espalda. Tenía la sensación de que, lo que fuera que la morena tuviera en mente para él, iba a ser mucho peor.

-O me das la información que he venido a buscar, o me encargaré, personalmente, de que llegue a oídos de tu jefe el hecho de que has concedido una entrevista a la policía española a cambio de un indulto -Dezza se quedó inmóvil, las palabras de Pepa calando en su mente-. Un comentario a los guardias acerca de quién soy, y mañana la noticia está publicada en El País.

-Yo no te he dicho nada, zorra -el italiano estaba asustado de verdad, sabía lo que significaría para él si Pepa cumplía su amenaza.

-Shhhh, esa boca -le dijo, mofándose de él. Aprovechando ese miedo que sabía que estaba haciendo mella en la coraza del esbirro-. Algo me dice, que tu jefe es de los que primero rebana pescuezos y luego pregunta si había motivos para hacerlo. Y teniendo en cuenta dónde estás alojado ahora mismo, ¿cuánto crees que tardaría en encargarse del asunto? -Pepa continuó, tratando de llevarlo a donde ella quería. Necesitaba acojonarlo como nunca lo habían acojonado antes-. Así que, si es necesario, diré que has cantado la traviata, ¿estamos? -Dezza asintió levemente y la morena prosiguió-. Yo no soy el CNI, yo no sigo sus reglas, ni me asusta un altercado diplomático. Ese bastardo no va a volver a joder a mi familia, y si para conseguirlo te tengo que llevar a ti por delante, pues mala suerte -Pepa volvió a acercarse a su oído y añadió-, para ti.
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El reloj del laboratorio marcaba casi las diez de la noche cuando Silvia por fin abandonó el trabajo. Pese a haberle prometido a su padre que no volvería a pasar el día entero encerrada entre aquellas cuatro paredes, la pelirroja no había podido cumplir su palabra. Lo que había empezado como una tarde de trabajo extra para compensar por horas perdidas, se había convertido en un maratón ininterrumpido de expedientes y clasificación de pruebas periciales.

A decir verdad, el trabajo extra le había resultado más bien de entretenimiento a la pelirroja, que seguía sin saber de Pepa desde la noche anterior. Silvia cerró la puerta del laboratorio y se dirigió hacia la planta baja de la Comisaría, al tiempo que volvía a marcar el número de Pepa. Cuando de nuevo recibió el mensaje de la compañía operadora, Silvia decidió cambiar de estrategia. Estaba segura de que había un motivo perfectamente razonable por el que su mujer tenía el teléfono apagado desde su última conversación, pero eso no significaba que la pelirroja no pudiera preocuparse, sobre todo, no después de lo que había ocurrido meses atrás. Buscó un número en la agenda, y aún a riesgo de parecer una de esas esposas agobiantes que necesitaban saber en cada momento donde estaba su pareja, Silvia pulsó el botón de llamar. Dejó que sonaran los tonos de llamada, y contestó tras el saludo al otro lado de la linea. -Hola Concha, ¿no la pillo en la cama, no?

-Ay, hija. Qué más quisiera yo, que me pillaras en la cama, y con un morenazo haciéndome compañía -Concha se rió de su propia ocurrencia, y Silvia no pudo si no unirse a la risa de su suegra.

-No va a cambiar usted nunca, ¿eh? -La pelirroja no lo decía por decir, sabía que no importaba cuantos años pasaran, Concha Ramos iba a ser toda la vida la alegría de la huerta. Silvia se alegró enormemente de que la madre de Pepa volviera a formar parte de sus vidas. A pesar de que la mujer seguía viviendo en Oropesa del Mar, en los meses posteriores al tiroteo, Concha había visitado Madrid innumerables veces, según ella misma, para asegurarse de que su niña estaba bien. Silvia aún se acordaba de las primeras palabras de Pepa al ver a su madre en el hospital. ‘Así que esto es lo que hacía falta para que vinieras a vernos, ¿no?. Si lo llego a saber, en vez de mandarte la invitación a la boda te mando un aviso de ingreso hospitalario’. La pelirroja se sonrió al acordarse de la escena, estaba segura de que Pepa tampoco había olvidado todavía la colleja que había recibido en respuesta a sus palabras.

-Y para qué voy a cambiar, digo yo. Si cuando algo sale bien de primeras, es mejor no manosearlo mucho, vaya a ser que se estropee. -Las palabras de Concha la devolvieron al presente, y Silvia volvió a centrarse en la conversación-. Pero tú no me has llamado para que te hable de mis perfecciones ni de mis morenos, o ausencia de ellos como es el caso. Cuéntame princesa, ¿qué puedo hacer por ti?

Silvia volvió a reírse antes de contestar, al tiempo que se metía en el coche. -Pues la desastre de su hija, Concha. Que tiene el móvil apagado y no hay forma de hablar con ella.

-Es que está en la playa -fue la respuesta apresurada de la mujer, que nada más pronunciar las palabras, supo que había errado en la excusa.

Silvia miró su reloj y frunció el ceño. -¿A estas horas?. Pero si son las diez y media de la noche.

-Tú ya sabes cómo es de especialita mi hija, Silvia -Concha trató de contrarrestar el daño como pudo, pero cada vez que hablaba se enfangaba más-. A la niña no le gusta bañarse con el sol como a los demás, no, ella a la luz de la luna.

-Concha -la voz de Silvia sonaba incrédula-. ¿En pleno Diciembre, y con el frío que hace estos días?, ¿me está diciendo que Pepa ha ido a bañarse a la playa a las once de la noche?

Concha se llevó la mano a la frente, maldiciéndose por no haber estado preparada para la llamada. Pepa la había avisado. La había llamado días atrás para pedirle que mintiera por ella si Silvia llamaba para localizarla. Al parecer su hija estaba preparando una sorpresa para la pelirroja, y no quería que esta se enterara de dónde estaba. En el momento, Concha consideró que las probabilidades de que Silvia sintiera la necesidad de llamarla para informarse eran pocas, así que no había preparado ninguna excusa para la ocasión, y ahora estaba pagando por ello. La improvisación nunca había sido el fuerte de la mujer.

-Lo mismo se ha quedado a cenar algo en un chiringuito, flor. Pero tú no te preocupes, que en cuanto llegue, yo le digo que te llame, ¿vale? -Concha cruzó los dedos, esperando que su nuera aceptase la mentira como válida.

Silvia no estaba convencida, las palabras de Concha escondían algo, aunque no fuera capaz de adivinar el qué. -Tienes razón, estará cenando -añadió la pelirroja-. Pues nada, le dices que me llame en cuanto pueda entonces. Gracias, Concha -Silvia prefirió no darle mayor importancia al asunto y se despidió de la mujer, no sin que ésta volviera a asegurarle, antes de colgar, que Pepa la llamaría en cuanto entrase por la puerta.

La Inspectora se quedó unos segundos observando el teléfono, extrañada por la conversación que acababa de mantener. Volvió a mirar el reloj y sacudió la cabeza, no queriendo buscar explicaciones extrañas donde posiblemente no había nada que explicar. Finalmente encendió el contacto del coche y salió del garaje de la Comisaría camino a casa, tantas horas de trabajo estaban empezando a pasar factura y ya no pensaba con claridad.
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Un sonido, molesto e insistente, sacó a Silvia de su duermevela. La pelirroja se quedó unos segundos desorientada, hasta que identificó el sonido como el tono de su móvil. Alargó la mano hasta la mesilla para coger el molesto cacharro, no sin antes fijarse en la hora que anunciaba el despertador que se encontraba junto al teléfono. Las dos de la mañana. Silvia descolgó el teléfono y contestó, aún con la voz tomada por el sueño.

-¿Sil? -La voz de Pepa la despejó por completo en un instante, y la pelirroja abrió los ojos de par en par.

-¿Pepa? -Silvia se incorporó un poco, y se recostó contra el cabezal de la cama.

-Hola princesa, ¿te he despertado?

Silvia negó con la cabeza, sin darse cuenta de que su mujer no podía verla en la distancia. -No -añadió al caer en la cuenta-. Estaba adormilada por el cansancio, pero no podía dormirme. Estaba preocupada por ti.

Pepa se sintió como una mierda al escuchar las palabras de Silvia. Cuando había abandonado el hotel esa mañana, había dejado el móvil en la habitación, pensando que los asuntos que tenía que atender en Padua no le llevarían demasiado tiempo, pero lo cierto era que para cuando había terminado, la hora de su tren de vuelta a Venecia se le había echado encima. Después, no queriendo alertar a Silvia de su paradero por culpa de algún anuncio inoportuno de la megafonía, primero de la estación y luego del aeropuerto, Pepa había ido posponiendo la llamada. -Lo siento, pelirroja. Olvidé el cargador del móvil en Madrid, y ya sabes que soy un desastre para acordarme de los números de memoria. Menos mal que una vecina de mi madre me prestó su cargador, no sabes lo difícil que es encontrar una tienda abierta en Domingo.

Silvia iba a recordarle que su madre tenía todos sus teléfonos apuntados, pero no quiso comportarse como una neurótica. La voz de Pepa sonaba terriblemente cansada, como si el fin de semana la hubiera agotado, física y mentalmente, y eso hizo que la pelirroja se olvidara de todo lo demás. -¿Estás bien? -le preguntó preocupada.

-Claro que sí, preciosa. Sólo estoy un poco cansada. ¿Cómo estás tú? -La morena trató de desviar la conversación hacia temas más seguros-. ¿Crees que podrás retomar el sueño después de haberte despertado en mitad de la noche?

Silvia se sonrió, nunca fallaba, era escuchar un término cariñoso escaparse de los labios de Pepa y la pelirroja se derretía. Podía parecer banal, pero lo cierto era que le encantaba escucharlos. Sabía que Pepa no los decía por decir. Pepa nunca hacía nada por hacer, y cada vez que escuchaba un ‘princesa’, o cualquiera de los muchos otros nombres que Pepa reservaba para ella, Silvia se sentía como tal, porque Pepa siempre la hacía sentirse especial. De repente, las ganas de ver a la morena se multiplicaron por cien, y Silvia volvió a maldecir la distancia que las separaba.

-No -dijo, contestando por fin a la pregunta que Pepa le había hecho segundos antes.

-¿No?

-No -insistió la pelirroja, volviendo a tumbarse en la cama sobre el lado que Pepa solía ocupar.

-¿Y eso por qué? -Pepa casi podía distinguir el puchero de Silvia a través del teléfono.

-Porque no. Porque te echo de menos y te quiero aquí conmigo, y no a cientos de kilómetros de distancia -Silvia sabía que estaba siendo injusta. Después de todo, había sido ella la que había animado a Pepa a ir a visitar a su madre. Pero es que cuando se lo había dicho, no había contado con lo difícil que se le iba a hacer la separación. Silvia se quedó en silencio, sumida en su descontento, esperando escuchar la réplica de Pepa, pero esta no contestó.

-¿Pepa? -Silvia volvió a hablar cuando, pasados unos segundos, la morena seguía sin decir nada. De nuevo le respondió únicamente el silencio de la línea. Silvia apartó el móvil de su oreja y observó la pantalla, comprobando que la llamada seguía activa y que el silencio no se debía a un corte en la conexión.

-Entonces, ¿me haces un hueco en la cama?

Silvia creyó que el corazón se le iba a salir por la boca del susto. La voz de Pepa ya no sonaba en su teléfono, si no en la habitación. La pelirroja se llevó la mano al pecho, tratando de calmarse, y al mirar hacia la puerta del cuarto, distinguió la figura de su mujer apoyada contra el marco de la puerta. La luz de la luna que se colaba por la ventana hizo visible la sonrisa picara que se dibujaba en el rostro de su mujer. Silvia salió disparada de la cama y se lanzó a los brazos de una Pepa que la estaba esperando.

La morena la apretó fuerte contra sí, regocijándose en la sensación de volver a tener a Silvia entre sus brazos. Ésta, algo más recuperada ya de la impresión, separó su cabeza del hombro de Pepa y la miró, al tiempo que le propinaba una palmada en el culo.

-Serás idiota, casi me matas del susto, Pepa.

La Subinspectora pegó un salto al recibir el golpe. -Pero bueno, si lo llego a saber no te doy la sorpresa -le dijo, fingiendo indignación.

La sonrisa de Silvia iluminó todo el cuarto, y no dejó que Pepa añadiera nada más, cogió su cara entre sus manos y la besó. Pepa se dejó llevar, prefiriendo, con diferencia, ese recibimiento.

-¿Cómo has entrado?, ¿cómo has hecho para que no te oyera? -le preguntó, sin dejar de besarla-. Y, ¿en qué has venido?

Pepa trató de responder a las preguntas de su mujer, pero Silvia no dejaba de comérsela a besos al tiempo que le sacaba la cazadora, y tiraba de ella para llevarla hacia la cama. La pelirroja sólo alcanzó a distinguir dos de las palabras que se escaparon de los labios de Pepa, ‘talento’ y ‘coche’. La pelirroja no necesitaba oír nada más por el momento. Pepa había conducido durante horas sólo para estar con ella esa noche, y la pelirroja pensaba recompensárselo de la mejor de las maneras posibles.
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Capítulo 22

fanfic, lhdp, pepsi, una fuerza imparable, los hombres de paco

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