Título: un poco de te nunca viene mal
Fandom: Beaux/Multi RPG
Personajes: Rose A. Evangeline, Oliver Dunham, Katel Dunham con menciones de Lena Rosseau
R: K
Palabras: 1515
N/A: espero que quede un poco más claro como es Rose :3
En el salón de los Dunham reinaba el silencio. Sólo de vez en cuando se oía a alguien pasear -tal vez algún criado- a lo lejos pero nunca acababan de entrar en la inmensa sala con pinturas decorando las paredes, los largos sofás de terciopelo y flores en jarrones descomunales.
Oliver estaba sentado en una punta del sofá, perdido en un libro que acababa de descubrir en la biblioteca familiar, un original de Shakespeare, ¿quién podía resistirse a tal delicia?
Los tacones de su madre resonaron en la entrada. Y sabía que era Rose y no Katel quien caminaba pues la rubia se ponía demasiado nerviosa si producía ese ruido con su calzado, por lo que siempre que iba a Inglaterra llevaba zapatos sin tacón.
- Buenos días, Oliver, ¿ya has desayunado? - preguntó con voz amable acercándosele.
El moreno se puso de pie dejando el libro sobre el brazo del sofá y se acercó a su madre para besarle la mejilla.
- Sí, hace horas, Katel me despertó temprano para ir al mercado…- dijo con una sonrisa- ¿qué tal fue la gala de anoche?
Rose hizo una mueca cansada y se dejó caer en un gesto poco aristocrático en el sofá de enfrente.
- Estoy harta, desde que tu padre no está- hizo una pausa tragando saliva, aunque entre ellos había la costumbre de hablar sobre todo, la muerte de Adrian aún estaba reciente y dolía un poco- todo el mundo piensa que me paso los días llorando por las esquinas- se inclinó hacia delante y con la varita invocó un poco de té-. ¿Quieres? - ofreció con un gesto sonriente. Oliver negó con la cabeza.
-Sabes que no tienes que hacerlo…- la observó llevarse la taza humeante en los labios y hundirse en el sofá-, sabes que ni siquiera tienes que vivir en esta casa, sola.
Sonrió. Rose curvó los labios por encima de la taza y observó a su hijo.
- Lo sé, pero me gusta… Además, no tengo a dónde ir…
- Ven a París, Katel y yo estaremos siempre que nos necesites- adoptó una postura solemne, tal y como solía hacer desde que era un niño.
- Gracias, cariño- Rose se levantó y rodeó la mesilla de té sentándose a su lado- pero Inglaterra es mi hogar desde el día en el que me casé con tu padre. Además, tu hermana y tú podéis venir cuando queráis con un pequeño movimiento de varita - añadió en tono cómplice.
Oliver se quedó con una sonrisa en los labios mirando la pared de enfrente y perdido en sus pensamientos. Llevaban ahí sólo un día y ya se moría de ganas por volver a París, algo que no le había pasado nunca pues aquella casa, la casa de su madre, había sido su hogar, su sitio sagrado, donde más protegido estaba, y sin embargo, ahora, se desvivía por volver al lado de Lena.
Y no lo había levantado Katel aquella mañana, había sido él el que la despertó para salir a por un poco de aire fresco, ocupar su mente por no salir corriendo. La rubia había refunfuñado saliendo de la cama y tirándole un par de cojines maldiciendo entre dientes. Sonrió de lado. Sabía que no aguantaría mucho más sin escaparse de ahí.
- ¿Es verdad lo que he oído? - Rose a penas levantó el tono dejando la taza de té sobre la mesa- Que estás saliendo con la hija de Jaques Rosseau…
Oliver sin saber cómo reaccionar apretó los puños y miró a su madre de hito en hito. La mujer estaba igual de tranquila con sus ojos verdes y las manos sobre el regazo.
- Sí - murmuró entre dientes- no quería que te enteraras de esta manera, mamá…
- Así que Helena Rosseau, nada más y nada menos.
- Mamá, es una chica genial, cuando la conozcas…- se apresuró a decir.
- Oliver- levantó una mano deteniéndolo- no necesito que me des excusas. Sabes muy bien que no te voy a juzgar, sólo quiero que me digas que sabes perfectamente lo que haces- achicó los ojos suavemente, un gesto que Oliver había heredado de ella.
Tras unos segundos de silencio Oliver alzó ligeramente la barbilla y un brillo suave asomó por sus ojos.
- Estoy más que seguro.
Durante un momento los dos se retaron con la mirada, un carácter demasiado parecido quizá. Luego, Rose se inclinó sobre la mesilla tomando la tetera y vertiendo un poco más de té en su taza.
- No es como las personas hablan de ella…- murmuró mirando la alfombra y recordando las infinitas veces que la gente había susurrado sobre ellos o lo que había aparecido en las revistas que su hermana le enseñó.
- Me alegro. Sé que si está contigo es que es una chica genial. Y, Oliver, cariño, sabes que no soy la persona más adecuada para juzgar, aún hoy en día la gente sigue despreciándome por mis orígenes.
- Son unos estúpidos- murmuró entre dientes.
- Cielo, en serio, no vas a conseguir cambiar el mundo, simplemente sígueles el juego. Lo más importante es que seas feliz- puso una mano sobre los puños de él y Oliver se relajó un poco.
En ese momento algunos de sus miedos se desvanecieron y se relajó poco a poco.
- ¿Qué te parece invitarla a casa en las próximas fiestas? - sugirió con tranquilidad y el chico dio un respingo en el sofá-. ¿Qué? Me siento curiosa sobre esa chica que te hace actuar de esa manera. Sinceramente, Oliver, nunca te he visto nervioso, ni siquiera cuando me dijiste que te gustaban los chicos- sonrió-. Así que no me vas a dejar con ganas de conocer a la peligrosa pelirroja Rosseau…
- Ahora es rubia- fue lo único que consiguió articular.
Unos suaves pasos resonaron en el salón y tanto Oliver como su madre alzaron la cabeza y se encontraron con la cara perpleja de Katel mirando a su alrededor.
- Aunque lleve bailarinas no consigo ser sigilosa en esta casa. ¿Cómo conseguiré hacerte bromas si oyes como me acerco? - caminó por la sala dejándose caer en el sofá de enfrente.
- Buenos días, Katel.
- Oh, - se levantó de un salto- Hola, Rose- le tendió los brazos y la abrazó- perdona, estaba en mi mundo…
- Como siempre - sonrió - ¿té?
- Gracias.
Katel se quedó admirando la tetera de cerámica con rosas dibujadas mientras la mujer vertía un poco de líquido marrón en su taza. Parecía una niña, aunque ya tuviese veinte años y Rose sonrió en sus adentros, adoraba que Katel no perdiera esa inocencia que tanto la caracterizaba.
- ¿Cómo es Lena?
- Ah, pues es alta, muy cariñosa aunque sólo con la gente en la que de verdad confía, a veces es un poco despistada- se encogió de hombros- pero, ¿quién no lo es? Tiene mucho carácter y es como una hermana…- reflexionó sobre la taza mientras dejaba que el caliente líquido bajara por su garganta. De pronto cayó en algo, primero miró a Rose y luego a Oliver con ojos asustados. Se había ido de la lengua de nuevo. Oliver la iba a matar- Este… ¿de qué Lena hablamos? - intentó solucionar. Dios, se quería morir.
Su hermano la miró sin sonreír, una de esas típicas miradas suyas que no podías descifrar, no sabías si estaba enfadado, tranquilo, a punto de atacar o de gritar.
- Ya lo sabe…- murmuró él al fin.
Katel soltó entonces el aire que no sabía que estaba conteniendo.
- No entiendo a qué viene tanto secretismo, soy vuestra madre, no un juez- le quitó importancia.
- Menos mal, pensé que me iba a quedar sin pelo o algo- miró a Oliver con una sonrisa temerosa.
- Venga… cuéntame más - Rose dejó la taza en la mesa y tomó las manos de Katel entre las suyas- ¿cómo es con Oliver?
- Oh, pierde las bragas por él…
Oliver le dedicó una mirada asesina y Katel tragó saliva.
- Quiero decir… - intentó recapacitar- oh, vamos, no hagas que me contenga en mi lenguaje, Wolfie, ya no somos niños y Rose está más que acostumbrada a ello.
Él pareció indeciso.
- Eso, Oliver, deja de tratarme como una viejecita. Yo también perdía las bragas por tu padre- sonrió de manera dulce, de ese modo que no concordaba con lo que acababa de decir-. Venga, más- animó a Katel con una sonrisa y mirada ansiosa.
- Oh, Dios, esa era una información que no necesitaba…- se levantó del sofá con cansancio y tomó su libro-. Me voy antes de que empiecen a salir los detalles bochornosos.
Y dejó a las dos mujeres ahí, riendo y hablando entre cuchicheos. Sonrió por sus adentros mientras se dirigía a su cuarto. Ahora sí que se iba a París, no aguantaba hablar de Lena y estar sin ella. Además, debía prepararla para el encuentro, al menos, transmitirle los deseos de su madre. Y de paso, abrazarla como le gustaba hacerlo: hundiendo los dedos en su pelo y acercándola apretando la espalda con fuerza. Su pequeña.