-Te amo.- susurró Isolda.
-Te amo.- contestó Tristán de inmediato.
Tristan e Isolda se cogieron las manos, sonriendo. A la luz de las velas, parecía una pareja felizmente enamorada. Cada uno de ellos iría hasta el fin del mundo por el otro. Matarían, darían su vida, pactarían con el diablo… lo que hiciese falta por el ser al que más amaban.
Pero sus ojos… sus ojos destilaban odio.
Isolda odiaba a Tristán más de lo que nunca pensó odiar a nadie. Lo odiaba por existir, porque su existencia había destrozado la suya. Debería haber tenido una vida plácida y feliz, casada con un rey. Sin embargo, el estúpido amor embotellado que los había dominado le había dado a cambio un montón de penurias, mentiras y traiciones.
Isolda odiaba a Tristan tanto como se odiaba a si misma por sucumbir una y otra vez a la pasión que los consumía.
Tristán no podía quitar sus ojos de los ojos de Isolda, sin poder evitar pensar en lo que sería sostenerlos en su mano. La odiaba profundamente. Antes de que se subiese al barco que lo llevó hasta ella, Tristán era un hombre valeroso, fiel y leal. Ahora sabía que merecía morir por cada uno de los actos de traición que había llevado a cabo por amor.
Tristan odiaba a Isolda tanto como se odiaba a si misma por sucumbir una y otra vez a la pasión que los consumía.
Y así, en la más bella de las noches, dos seres que se odiaban, se juraron amor una y otra vez.