Número: 019/100.
Título: Canciones de la Infancia [05/15].
Fandom: A Song of Ice and Fire.
Claim: Jon Snow, Arya Stark.
Extensión: 885 palabras.
Advertencias: Pre-series.
Notas: Para la Tabla Infancia de
fandom_insano y el
quinesob Bicicleta sin manos.
Jon se acercó con cautela, como si se tratara de una bestia salvaje a la que estuviera a punto de cazar. Quizá lo era, no lo sabía y no estaba muy seguro de querer averiguarlo. Muchos años se habían sucedido desde su encuentro con Lady Catelyn, no como madre sino como alguna especie de enemigo, cuatro años para ser exacto. Cuatro años en los que ella le demostró, no sólo con la llegada de nuevos hijos con los cuales usurpar su lugar, sino también con miradas y comentarios, que no era bien recibido en el seno de la familia. Su familia. Desde entonces y aunque Robb insistía en que a él no le importaba, que era su hermano y lo quería como tal (el sentimiento era mutuo), no había querido acercarse demasiado a las cosas de los Stark, ni siquiera a las de su padre, que tan gentilmente quería hacerlo sentir recibido, valioso y amado. Bueno, él no se había acercado a los Stark, pero ellos a él sí.
Contempló con cierta estupefacción el rostro que lo miraba, con cierto aire desafiante y divertido, desde el otro lado del patio. Arya Stark se escondía detrás de un gran barril lleno de agua para los animales, pero no parecía asustada, sino tan cautelosa como él. Y entendía muy bien la razón: a ella no la dejaban jugar fuera, con la basura, como se denominaba él de cuando en cuando, en súbitos arrebatos de furia contra el mundo. No la dejaban porque sus vestidos de seda, tan rosas y tan delicados como los de Sansa, terminaban manchados de barro por inexplicable razones, que a Lady Catelyn enfurecían. No obstante, estaba ahí, mirándolo como si fuera alguna cosa fascinante de otro mundo, uno de los dragones perdidos o qué sabía él.
-Hola -se atrevió por fin a decir ella, que casi parecía un poco enojada por tener que dar el primer paso. Sus ojos, grises como el invierno, volaron rápidamente de él hacia todas las direcciones posibles, sin duda buscando a su madre o a algún enemigo que la llevara a rastras hacia dentro, hacia el aburrido interior del castillo, lleno de cuentos de princesas estúpidas y lecciones de costura-. Tú eres Jon, ¿verdad?
Asintió, aunque eso era más que obvio. Jon, el que se sentaba en la mesa más alejada, Jon, al que no habían dejado cargarla cuando había nacido, ni mucho menos acercarse al pequeño Bran, de tan sólo 1 año de edad. Jon Snow, el bastardo, a sus órdenes.
-Jon, ¿me enseñas a usar la espada? -sin saber muy bien de dónde, aunque explicaba su postura extraña al acercarse a él, Arya sacó una larga espada y se la mostró, reluciente a la luz del mediodía. Una espada de Miken, recién robada.
-No deberías -se quejó Jon, pensando que si los descubrían la culpa recaería sobre él, el bastardo, el indeseado.
-¿Por qué no? -se quejó ella, haciendo una mueca. Se llevó una de sus pequeñas manos manchadas de barro (no sin antes limpiarla un poco en el vestido que usaba ese día), hacia la cintura en gesto de reproche. Se veía tan graciosa que no pudo evitar sonreír-. Enséñame, te he visto y lo haces muy bien. El tonto de Robb no quiere y Miken me amenazó con decirle a papá. Enséñame.
-Nos verán -se quejó Jon, aunque con cierta audacia, pues era una excusa válida para no acercarse tanto a la familia. Nunca nadie sabía cuándo aparecería algún sirviente chismoso o alguien de la familia, Sansa, por ejemplo, la vieja Tata, cualquiera podía dar la voz de alarma sobre el bastardo y la señorita. Jon no quería eso. Su solitario rincón en el patio no era suficiente para pasar desapercibidos, sobretodo con dos espadas chocando.
-¡Claro que no! ¡Tengo un lugar secreto! Pero no te lo diré si no me ayudas.
Debido a que su perspectiva para esa tarde consistía en leer más libros aburridos junto con el maestre, Jon no dudó en aceptar. Si de verdad era un lugar secreto, ¿qué podía perder? Si de verdad era un lugar secreto, entonces podía escapar, ¿verdad?
-Está bien -nada más hubo pronunciado dichas palabras, Arya lo sujetó por una de las mangas de su camisa, blanca como un fantasma. Luego, ignorando la sorpresa del niño, seis años mayor que ella y por supuesto, más grande y fuerte, lo llevó corriendo hacia el bosque de dioses, lleno de tranquilidad y hasta cierta apatía-. ¿Aquí?
-Aquí -afirmó Arya y empuñó su espada-. Ahora enséñame.
-Espera -alzó una mano Jon, como si tratara de protegerse. Arya, en su lugar, alzó una ceja, un poco airada.
-¿Ahora qué?
-No traje una espada.
Lo dijo así, tan simple y sencillo que ambos se echaron a reír.
-Eres un tonto -se quejó ella, entre risitas-. Ahora tenemos que regresar por una y esperar que nadie nos vea.
De nuevo tiró de él de regreso al castillo, ambos riendo. Era una sensación tan extraña, pensó Jon, mientras la seguía, tropezando con ramas y piedras en el bosque. Tan extraña, como de pertenencia. Ah, no sabía explicarlo, pero en su interior sentía que, además de Eddard Stark, había un nuevo miembro en su pequeña familia. Y qué acertado estaba.
-¡No tan rápido, hermanita! ¡No tan rápido!
Qué acertado estaba, porque, hasta la fatídica llegada de Robert a Invernalia, nunca nadie volvió a verlos separados, aún si eso molestaba a Lady Catelyn.